Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Zonas de quema
Zonas de quema
Zonas de quema
Ebook239 pages3 hours

Zonas de quema

Rating: 2 out of 5 stars

2/5

()

Read preview

About this ebook

La vida era buena para Jorge Newbery. Un desertor de la escuela secundaria y un emprendedor serial, él construyó un imperio en bienes raíces de más de 4.000 apartamentos en los Estados Unidos. Tomar riesgos y trabajar incansablemente fueron los ingredientes para su crecimiento. Sin embargo, tomó demasiados riesgos.

Una tormenta de hielo en la víspera de Navidad en 2004 desencadenó su derrumbamiento. Sufrió calumnias, vergüenza pública y fue destripado financieramente, incluso fue arrestado. Él perdió todo y terminó con una deuda superior a los $26 millones.

Mientras luchaba por recuperar su equilibrio, él gastó todo lo que pudo para obtener la ayuda de otros y poder recuperarse. Pero nadie pudo ayudarlo. Él descubrió que sólo una persona podía levantarlo. Fue entonces cuando eligió un nuevo propósito para su vida: ayudar a que se recuperen aquellos otros pisoteados por deudas inasequibles.

Zonas de quema (“Burn Zones”) es una historia de cómo jugar las malas manos de la vida y superar la adversidad a pesar de las peores probabilidades. Es una historia de inspiración acerca de un hombre que fue empujado a sus límites mentales y físicos para salir incluso más fuerte.

Y, sobre todo, es una enseñanza de que usted puede hacer lo mismo.

-----

Life was good for Jorge Newbery. A high school dropout and serial entrepreneur, he had built a real estate empire of over 4,000 apartments across the USA. Taking risks and working tirelessly were the ingredients to his rise. But, he took one risk too many.

An ice storm on Christmas Eve 2004 triggered his collapse. He was maligned, publicly shamed, and financially gutted - even arrested. He lost everything and ended up $26 million in debt.

As he struggled to regain his footing, he spent what he could to get others to lift him up. But no one did. He discovered that there was only one person who could build him back up. To move forward, he crafted a new life's purpose: to help others crushed by unaffordable debts rebuild themselves

Burn Zones is a story of playing life's bad hands and overcoming adversity against the greatest of challenges. It's an inspirational story of a man who was pushed to his mental and physical limits, and came out the other side even stronger.

And, most of all, it's a lesson that you can do the same.

LanguageEspañol
Release dateMay 14, 2018
ISBN9780463189863
Zonas de quema
Author

Jorge P. Newbery

Jorge P. Newbery is a successful entrepreneur, distressed debt and real estate investor, endurance athlete, and author. He turned around some of the country's most troubled housing complexes in amassing a portfolio of 4,000 apartments across the USA from 1992 - 2005. However, a natural disaster triggered a financial collapse in which he lost everything and emerged over $26 million in debt. He never filed bankruptcy. Instead he developed strategies to gain leverage over creditors to settle debts at huge discounts, or simply did not pay them at all. He is a veteran of dozens of court battles, once fighting a creditor to the Missouri Court of Appeals. The entire debt (over $5,800,000) was inadvertently extinguished due to sloppy legal work. As an athlete, Newbery raced bicycles for a living from 1986 - 1990 as a Category 1. He competed in the 1988 Olympic Trials and was 4th in the Spenco 500, a nonstop 500-mile bike race televised on ESPN. He also raced for the Costa Rican National Team in the Tour of Mexico, was 2nd in the 1987 Southern California State Championship Road Race, plus held the Green Jersey in the 1987 Vulcan Tour. Newbery also runs and has completed over 70 marathons and ultramarathons. In 2012, he was the overall winner of the Chicago Lakefront 50K. At 46-years-old, he was double the age of the 24-year-old second-place finisher. Today, Newbery helps others crushed by unaffordable debts rebuild their lives. Jorge is Founder and CEO of American Homeowner Preservation (AHP), a socially responsible hedge fund which purchases nonperforming mortgages from banks at big discounts, then shares the discounts with families to settle their mortgages at terms many borrowers find "too good to be true." Jorge's response to the nation's mortgage crisis creates meaningful social and financial returns for investors, while keeping families in their homes. AHP's mission is to facilitate win-win-win solutions for homeowners, investors and lenders. "Burn Zones: Playing Life's Bad Hands" is Jorge's autobiographical account of how he was pushed to his physical and mental limits during his time of strife, and how he overcame the challenges he faced. Jorge's latest book is: "Debt Cleanse: How To Settle Your Unaffordable Debts For Pennies On The Dollar (And Not Pay Some At All)," which provides step-by-step help for families overwhelmed by debt. Jorge is a regular contributor to Huffington Post and other publications, and speaks regularly on debt, investing, finance and housing issues.

Related to Zonas de quema

Related ebooks

Small Business & Entrepreneurs For You

View More

Related articles

Reviews for Zonas de quema

Rating: 2 out of 5 stars
2/5

1 rating1 review

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

  • Rating: 2 out of 5 stars
    2/5
    Interesante la historia, pero muy poco atractiva la forma de contarla. Muy plana y algo desordenada.

Book preview

Zonas de quema - Jorge P. Newbery

1

De joven repartidor de periódicos a magnate discográfico

Mis defectos

Soy muy optimista

Postergo la recompensa

Tiendo a ver lo bueno en las personas

Me gusta ayudar a las personas

Trabajo demasiado

Soy demasiado confiado

Soy muy severo conmigo

Tomo el camino difícil

Asigno el trabajo a los candidatos con menos experiencia pero con más entusiasmo, con la esperanza de que logren estar a la altura de la circunstancia

No delego lo suficiente

Mis fortalezas

Soy muy optimista

Postergo la recompensa

Tiendo a ver lo bueno en las personas

Me gusta ayudar a las personas

Trabajo mucho

Soy muy confiado

Soy muy severo conmigo

Les muestro a los demás el camino más fácil

Asigno el trabajo a los candidatos con menos experiencia pero con más entusiasmo, con la esperanza de que logren estar a la altura de la circunstancia

Puedo trabajar 18 horas al día de ser necesario

¿Puedo entregar el periódico? Pregunté, después de perseguir al coche de la persona entregando los periódicos con mi Raleigh Chopper, una bicicleta diseñada a partir de una motocicleta estilo chopper. Yo era vergonzoso, excepto cuando se trataba de negocios y aprendí temprano a no tener miedo a pedir lo que quiero. Era el año 1973 en Los Ángeles.

¿Cuántos años tienes? preguntó Robert Snodgrass, el gerente de distrito del Herald Examiner, con una mirada atraída.

Siete, respondí. El ceño del señor Snodgrass se arrugó.

¿Piensas que puedes entregar los periódicos todos los días, a tiempo? preguntó con un tono escéptico.

Sí, puedo hacerlo, dije con toda la determinación posible. Quería trabajar. Sabía que podía organizar la logística una vez que el trabajo fuese mío. Además, el día era 1ro de Marzo y había dicho Conejos blancos esa mañana apenas me desperté, como lo hacía todos los primeros de mes. Mi madre me había enseñado que este ritual me daría buena suerte.

¿Y tus padres estarán de acuerdo con esto? preguntó haciéndose a la idea.

Claro, respondí. Estarán de acuerdo.

Una semana más tarde, corría por las calles de Brentwood Glen en mi Chopper, entregando el Herald todos los días. En unos meses, me di cuenta de que mientras recorría las calles entregando el Herald, también podría entregar el periódico de la competencia de manera eficiente, el Evening Outlook.

Entregar ambos al mismo tiempo requería alrededor de un 50% más de tiempo, sin embargo ganaba el doble. Cargar tantos periódicos en la parte de atrás de mi bicicleta era trabajo pesado, pero sólo había unas pocas calles al norte de nuestra casa y podía entregar allí primero, luego volver a mi casa y volver a cargar más periódicos para entregar en las calles que quedaban hacia el sur.

Entregaba los periódicos los días de semana durante las tardes después de la escuela y por las mañanas los fines de semana. Disfrutaba de mis recorridos diarios por Brentwood Glen, aunque los días de lluvia eran un desafío. Debía dedicar tiempo extra a envolver cuidadosamente los periódicos en bolsas de plástico para que no se mojaran y sacudirlos cuidadosamente para evitar los charcos. Aunque volvía empapado de mi recorrido, mi mamá siempre tenía una recompensa para mí.

Tomando un descanso durante mis entregas de periódicos, alrededor de los siete años de edad

Mami, gritaba al entrar empapado por la puerta del costado hacia el lavadero. Estoy en casa. Mi mamá me preparaba un baño caliente. Lo peor de estos días con tormentas fueron mis primeras zonas de quema. Parte de mí disfrutaba de estos días desafiantes, como si estuviese jugando el nivel 10 de mi juego de repartidor de periódicos, con el premio de un baño caliente después de haber terminado el día exitosamente.

Siendo un solitario, esto era jugar en la vida real para mí y mis recompensas eran mi paga. Sin embargo, los grandes premios llegaban todos los diciembres cuando les daba a todos mis clientes tarjetas de Navidad firmadas con la dirección de mi casa. Mis clientes luego me enviaban propinas por correo: efectivo y cheques, por lo general de $5 o $10, ¡algunas veces $20 directo! Después de haber vuelto a casa de mi recorrido, me sentaba en la mesa de comedor a abrir los sobres. Ganaba en este juego.

Aunque me gustaba entregar periódicos, no me entusiasmaba leerlos. Las historias con frecuencia contaban horrores de abuso, robos y otros ataques. La crónica roja local era la que más me asustaba, ya que la mayoría de los crímenes sucedían a millas de mi casa. Mientras leía, mi mente me transportaba a mi cuerpo al lugar del abuso y podía sentir la agonía que sufrían. Recuerdo la historia de 1974 de los gerentes que vivían en el Star Motel en Santa Monica, lugar al que íbamos a la playa y estaba a sólo 10 minutos de nuestra casa. Alguien robó a la pareja de gerentes, los ató de pies y manos, luego les disparó una vez a cada uno en la cabeza y los prendió fuego. Podía entender la parte del robo ya que se quedan con el dinero. Pero, nunca pude entender la parte del asesinato. ¿Por qué no se fueron directamente? ¿Por qué tuvieron que dispararles y prenderlos fuego?

Tenía problemas en comprender por qué algunas personas tratarían tan mal a las otras.

VENDIENDO HELADO

Para la edad de 11, había ahorrado varios cientos de dólares con mis entregas de periódicos. Reuní el coraje para golpear a la puerta de Chris, un adolescente de la calle Gladwin que estaba a unos metros de distancia. Muchos veranos, Chris recorría el vecindario vendiendo helados con un gran triciclo que tenía montado un congelador en la parte delantera y un altavoz tipo megáfono que emitía melodías de camión de helados, todo funcionado con una batería de coche. El ingenioso triciclo de helados había sido una atracción del vecindario cuando yo era más joven, de hecho era un cliente fiel, pero no habíamos visto a Chris en los últimos veranos.

Hola Chris, dije cuando abrió la puerta. Tendría alrededor de 17 años con largo pelo rubio, un surfista de pies a cabeza. Llevaba pantalones azules cortos OP y una camiseta amarilla Hang Ten. Soy Jorge. Vivo en Homedale. Extendí mi mano.

Hola, dijo Chris, claramente confundido acerca de por qué yo estaba parado en su puerta. Con dubitación me dio la mano. Nos dimos la mano normal, como mi padre lo hacía, y aunque yo tenía unos años menos que Chris, el gesto le resultaba extraño. Estoy seguro de que Chris por lo general hacía el saludo surfista, como la mayoría de los chicos más grandes, pero yo no estaba seguro de cómo hacerlo.

Quería saber si todavía conservas el triciclo de helados, dije. Solía comprarte helados todo el tiempo. Los ojos de Chris se alegraron rápidamente.

Ahora te recuerdo, dijo ahora sonriendo. ¿Tienes dos hermanas mayores, no?

, contesté.

Charlene y… empezó a decir.

Anne, respondí.

Eso, Anne, dijo. ¿Cómo están?

Están bien, dije. Había notado que los chicos más grandes parecían interesarse en mis hermanas.

Bien, sígueme, me indicó. Ingresé y seguí a Chris a lo largo de la casa hasta la puerta de atrás y luego a la cochera. Chris encendió la luz y vi mi futuro: el triciclo, a pesar de estar un poco desgastado con tres llantas pinchadas.

¿Cuánto? pregunté. Chris me miró.

¿Cuántos años tienes? preguntó.

Once, dije.

¿Vas a arreglarlo y vender helados? preguntó con un tono escéptico. Su tono me recordó al Sr. Snodgrass cuando le pregunté si podía entregar el Herald Examiner.

, contesté. Puedo hacerlo.

¿Tienes $300? preguntó.

Las llantas están pinchadas y veo algo de óxido, dije. Parece que requerirá mucho esfuerzo hacer que vuelva andar otra vez – $300 es demasiado. ¿Qué te parece $150?

Chris rió o tal vez estaba burlándome. No pude distinguir cuál era. ¿Quién se cree que es este pequeñín? Imaginaba que él pensaba. Eso es con seguridad lo que su cara desconcertada parecía estar diciendo. $250, dijo finalmente. Y es una ganga. Tenía $200 en un bolsillo y $40 en el otro, por si acaso. Había llegado esperando gastar $200 y ahí estaba ahora a una gran distancia.

$200, dije. Te los puedo pagar en efectivo ahora mismo.

Chris rió. Esta vez estaba seguro de que era una risa. Está bien, dijo. Lograste un trato. Extendió su mano, esta vez con el agarre surfista. Miré su mano y luego la cara de Chris.

"Puedo hacer esto, pensé. Extendí mi mano en mi interpretación de un agarre surfista: mano en alto, codo bajo y lo miré directo a los ojos. Nos dimos la mano de una manera extraña. ¡Gracias!" dije. No sabía por cuanto tiempo mantener el apretón de manos pero creo que duró un poco de más. Quedó claro que esta fue mi primera vez.

Déjame escribirte un recibo, dijo Chris. Sacó su mano de la mía en un movimiento espasmódico que parecía indicarme el apretón de manos terminó, pequeño. Mientras se alejaba, miró hacia atrás y dijo, Espera aquí. Ya regreso.

Cuando Chris regresó, había escrito un recibo en un papel sacado de una carpeta Pee-Chee. Le entregué los $200 en su mayoría billetes pequeños. Chris los contó, firmó el recibo y luego me lo entregó. El triciclo era mío.

Gracias Chris dije. Quise intentar el saludo surfista nuevamente y empecé a estrechar mi mano.

Diles a Charlene y a Anne que les mando saludos dijo Chris, mientras me saludaba con una ola. Rápidamente convertí mi mano extendida en una ola.

Mi primera gran adquisición de negocio: el ingenioso triciclo de helados

Empujé el triciclo hasta casa e irrumpí a través de la puerta de entrada. ¡Mami, Alastair, Charles! Grité apenas puse un pie adentro. Compré el triciclo de helados. Pronto, todos ellos estaban en la entrada admirando mi primera gran adquisición de negocio. Me sentí bien. Este fue un gran paso para mí y disfruté ver esa tenue luz en mi cerebro manifestarse en un verdadero negocio. Durante los siguientes fines de semana, pinté y reacondicioné el triciclo para devolverle su encanto. Le imprimí las letras Helados George y la dirección de mis padres a cada lado del triciclo para cumplir con los requerimientos del departamento de sanidad. Luego, anduve en bicicleta aproximadamente tres millas hasta la Municipalidad de West Los Angeles para obtener las correspondientes licencias del departamento de comercio y sanidad.

En poco tiempo, mis tardes de verano consistían en dos vueltas a cada calle de mi vecindario, vendiendo helados a mis vecinos. Hasta llevaba mi triciclo a los juegos de fútbol americano de la escuela Brentwood, aún cuando el camino incluía un traicionero tramo por Acari Street, una colina con curvas que desafiaba a mis piernas cuesta arriba y mis habilidades de manejo cuesta abajo.

Revisando artículos en el Recycler, el predecesor impreso de Craigslist, encontré un congelador grande que compré para almacenar mi abastecimiento de helados. Todos los sábados, mi padre me llevaba en coche hasta el distribuidor al por mayor en Culver City, que se encontraba entre 10 a 20 minutos de casa según el tráfico. Estacionábamos en el depósito refrigerado haciendo fila con nuestro Volkswagen Squareback detrás de los camiones de helados para comprar Creamsicles, Popsicles, Conos, Paletas, y mi favorito, sándwiches de helado.

Luego seguía el camino de vuelta de alto riesgo a casa. La clave consistía en pasar los semáforos y no quedar parados por mucho tiempo en luces rojas. Papá, por favor pasa ese semáforo, decía mirando a la señal parpadeante de No caminar amenazando nuestra luz verde. Debemos llegar a casa antes de que se derrita todo.

Estoy conduciendo a la velocidad límite, mi padre respondía. No quiero ocasionar un accidente o recibir una multa por los helados.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que lo debí haber vuelto loco en esos viajes. Estaba en el asiento delantero y aún así me comportaba como el pasajero del asiento de atrás dando instrucciones molestas al conductor. ¡Pero debía pensar en mi producto! Yo era un operador serio, no tan sólo un chico que se estaba divirtiendo. Si uno de mis clientes descubría que la parte superior del cono estaba plana porque se había derretido y vuelto a congelar, siempre se lo cambiaría por otro helado. El producto defectuoso terminaría en el congelador de mi familia donde mis hermanos podían devorarlo (junto con mi margen de ganancia). Mantener fríos a los helados era una prioridad más alta para mí que el registro de conducción de mi padre.

Mantener a los helados fríos en el triciclo era otro asunto. Todos los días, andaba en mi bicicleta de 10 velocidades hasta Barrington Ice para comprar algunas barras de hielo seco, que ponía en mi mochila. El hielo seco le daba a mi espalda una sensación de quemado mientras andaba las varias millas de vuelta a casa, pedaleando tan rápido como podía para quitar la carga lo antes posible. Todo este ciclismo hizo que mis piernas fuesen fuertes y me convirtió en un atleta inadvertido. Comencé acompañando a mi padre a los 10Ks y a carreras más largas durante los fines de semana, donde con frecuencia me ubicaba en los primeros puestos de la categoría de mi edad y hasta incluso terminaba antes que él.

LOS SEDUCTORES CHEQUES DE PAGO DE UN CAMARERO

Estoy aquí para aplicar al puesto de camarero, le dije a la señora mayor de cabellos rojos que se encontraba detrás del mostrador en el centro de la facultad de la UCLA. Tenía 13 y buscaba llevar mi vida profesional al siguiente nivel, respondiendo a un aviso de Se Necesita Ayuda en el Evening Outlook.

Aquí tienes un formulario, dijo asomándose sobre el mostrador mientras me entregaba el formulario adjunto a un portapapeles y un bolígrafo.

Cuando terminé, regresé el formulario al mostrador. La señora mayor de cabellos rojos se levantó y rápidamente lo miró. Todo parece estar en orden, dijo. Sin embargo, sólo tienes 13. ¿Estás seguro de que estás listo para trabajar? Su tono me recordó a los dos, al Sr. Snodgrass y a Chris.

, contesté. Soy un buen trabajador.

Creo que necesitas un permiso de trabajo de tu escuela, dijo.

Puedo preguntar, respondí. No estoy seguro. Podía entender que ella no estaba segura tampoco.

¿Puedes trabajar esta noche? Preguntó.

, contesté. ¿Qué tan pronto?

¿Puedes comenzar ahora? Preguntó. Nos hace falta una mano y realmente necesitamos ayuda.

, contesté. Había logrado mi primer trabajo normal. Durante las siguientes semanas, les demostré ser confiable y arduo trabajador. Acepté horas extras cada vez que otra persona no podía hacerlas. Pronto ya nadie se acordaba del permiso para trabajar de la escuela, ya que al mismo tiempo tendría un límite acerca de mis horas.

Disfrutaba de la diversión y camaradería de trabajar con personas más grandes que yo, compañeros de trabajo que estaban en la universidad. Steve, o El Profesor, era un estudiante empollón graduado con quién nos hicimos amigos. Él era muy inteligente pero socialmente torpe, un poco parecido a mí. Aun cuando yo era mucho más joven, siempre hice más trabajo del que me correspondía, especialmente porque los otros no tomaban el trabajo de manera tan seria. Me di cuenta de esto alrededor de una semana de estar en el trabajo una noche en la que habría una docena de nosotros limpiando después de una cena para más de 300. Cuando estaba muy ocupado quitando los platos sucios de las mesas, algo me golpeó.

Era un golpe en la espalda. Abajo, del lado izquierdo. Escuché el ruido sordo del impacto. Giré y vi a mi atacante.

Renee, delgada y rubia con el cabello de Farrah Fawcett y los pómulos altos, estaba tal vez a 30 pies de distancia y sonriendo de oreja a oreja con un panecillo en su mano. ¡Pelea de pan! Gritó En ese instante, comenzaron a volar panecillos por toda la sala. Me cubrí detrás de mi carro para evaluar la situación.

Pasé de estar en cuclillas a arrastrarme hasta la mesa más cercana. Un par de panecillos pasaron sobre mi cabeza. Estaba en total alerta, mis ojos clavados en cada uno de mis compañeros y mi cuerpo abajo para estar afuera de la línea de fuego. Al llegar a la mesa, extendí mi brazo cuidadosamente hasta la canasta de panecillos. Sentí uno, dos, tres panecillos. Bajé la canasta y regresé al reparo del carro. Disparé uno a El Profesor, el único empleado que no participaba de la batalla. El panecillo debe haber alcanzado una corriente de viento porque salió un poco más alto y terminó golpeándolo en la parte de atrás de la cabeza.

Son unos niños, gritó al girar furioso. Vuelvan a trabajar. Todos volvimos a trabajar como si nada hubiese sucedido.

Enjoying the preview?
Page 1 of 1