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Viejos amigos
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Ebook198 pages3 hours

Viejos amigos

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About this ebook

Lonnie Corteen llevaba tres meses buscando a Katherine McBride, pero cuando aquella hermosa y embarazadísima mujer le abrió la puerta, el sheriff tuvo miedo de que se pusiera de parto si le decía que tenía una familia a la que no conocía.
¡Tenía una familia! Katherine quería saber cuáles eran sus verdaderas raíces. Pero entonces una terrible tormenta la obligó a buscar refugio en el rancho del guapo agente de la ley… que la ayudó a traer al mundo a su bebé. Y desde ese momento la palabra familia adquirió un significado completamente nuevo…
LanguageEspañol
Release dateSep 13, 2018
ISBN9788491886181
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    Viejos amigos - Stella Bagwell

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Stella Bagwell

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Viejos amigos, n.º 1727- septiembre 2018

    Título original: A Baby on the Ranch

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-618-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    HABÍA estado buscándola durante tres meses. Para un agente del orden tan entregado como era Lonnie Corteen, eso no era mucho tiempo, pero, en esa ocasión, no había estado trabajando como sheriff del condado de Deaf Smith, en Texas. Había estado trabajando para un amigo. Y eso hacía que no pudiese echarse atrás.

    Respiró profundamente, levantó el sombrero de vaquero negro que llevaba puesto y se pasó la mano por el pelo color caoba. No merecía la pena seguir posponiendo el momento. Tenía que acabar el trabajo. Había interrumpido su vida y su carrera durante demasiado tiempo. Por no mencionar su tranquilidad.

    Subió las escaleras del edificio de dos plantas y fue hacia la puerta marcada con el número treinta y seis. No había timbre, así que golpeó la puerta con los nudillos. Mientras esperaba una respuesta, miró por encima de su hombro izquierdo hacia el aparcamiento que había debajo.

    Hacía frío en Ford Worth. Tenía ganas de terminar con aquello y volver a Hereford. No porque allí hiciese calor, pero el tiempo en el oeste de Texas a finales de otoño podía ser helador. Aunque el tiempo era sólo uno de los motivos por los que quería volver a casa. Su ayudante estaba ocupándose de todo allí, pero a él no le gustaba dejar la seguridad del condado en manos de otra persona durante más tiempo del necesario. Además, aquella misión se le había atragantado.

    Oyó girar el pomo de la puerta y dejó de reflexionar. Observó cómo se abría la puerta todo lo que permitía una cadena de seguridad y se asomaba una mujer.

    —¿Sí?

    Había miedo en aquella pregunta y dado que Lonnie no iba de uniforme ni llevaba puesta la placa, sacó su tarjeta de identificación y se la enseñó.

    —Soy Lonnie Corteen, señora. El sheriff del condado de Deaf Smith, en Texas.

    Pasaron unos segundos antes de que la mujer quitase la cadena y abriese del todo la puerta. Entonces, Lonnie se encontró con una mujer de unos veinticinco años, vestida con un jersey rojo y unos pantalones vaqueros negros. Estaba descalza y llevaba pintadas las uñas de los pies del mismo color que el jersey. No obstante, nada de eso captó toda la atención de Lonnie. Fue su vientre redondeado lo que lo sorprendió.

    ¡Estaba embarazada! No había contado con eso. De acuerdo con la información que había conseguido sobre ella, estaba soltera y vivía sola.

    —Hola —lo saludó la chica—. ¿Puedo hacer algo por usted?

    Su voz era baja, ronca y cauta. Eso último no le sorprendió. A la mayoría de las personas no les alegraba ver a un agente en la puerta de su casa.

    —No estoy seguro —respondió Lonnie sonriendo—. ¿Es usted la señorita Mary Katherine McBride?

    Ella asintió en silencio y Lonnie no pudo evitar pensar en lo mucho que se parecía a Victoria Ketchum. Tenía el mismo pelo moreno, largo y ondulado, los mismos ojos verdes y los mismos rasgos elegantes que su amiga de Aztec.

    —Me alegro —comentó él cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro y quitándose el sombrero—. Esto… ¿le importaría si entro unos minutos? Necesito hablar con usted.

    Ella arqueó las cejas, sorprendida.

    —¿Conmigo?

    Lonnie sabía que a las mujeres embarazadas no les hacían ningún bien las sorpresas, pero no tenía otra opción. ¿Qué iba a hacer si no? Ya estaba allí, en su puerta. No podía decir que había cometido un error y marcharse dejándola preocupada.

    —Sí. Si tiene usted un momento.

    «¡Un momento! Maldita sea, Lonnie, lo que tienes que decirle va a llevarte mucho más que un momento. Tienes que hacer esto con cuidado, con tacto. La chica se lo merece», pensó.

    Ella lo miró confundida y Lonnie no pudo evitar darse cuenta de que tenía la piel blanca y sedosa, tan suave como un pétalo de rosa. No solía fijarse tanto en las mujeres, pero aquella tenía algo que hacía que no pudiese evitar estudiarla.

    —Supongo que sí —contestó ella con voz entrecortada—, pero…

    —Intentaré ser lo más breve posible, señorita McBride —añadió él sintiendo su recelo.

    Ella se llevó la mano a la frente.

    —Pero no lo entiendo. ¿Le ha ocurrido algo a alguien que conozco?

    —Eso es difícil de saber, teniendo en cuenta que no conozco a sus amistades, señorita. Pero puedo decirle que vengo a hablarle de algo… personal.

    —¿Personal? —repitió ella, como si fuese la primera vez que oía la palabra.

    A Lonnie no le extrañó que pareciese confundida, pero no sabía cómo hacer que se sintiese cómoda sin ir directo al grano.

    —Eso es —dijo mientras entraba al apartamento—. Hace mucho frío ahí fuera. ¿Le importa si se lo cuento dentro?

    Ella lo recorrió de pies a cabeza con la mirada y Lonnie sintió que se ruborizaba. Ninguna mujer lo había mirado nunca antes con tanto detenimiento. Al fin y al cabo, tenía treinta años y no era precisamente feo. Pero había algo en el escrutinio de aquella mujer que hizo que le costase levantar la vista de sus botas.

    —Supongo que no —contestó ella por fin.

    —Gracias, señorita McBride. Intentaré ser lo más rápido posible.

    Ella se echó a un lado y le hizo un gesto con la mano para que entrase al pequeño salón comedor. Se oía silbar una tetera desde la cocina y en un rincón del salón había una televisión en la que se veía un canal de noticias veinticuatro horas. Había dos gatos, uno atigrado y otro negro, hechos un ovillo en un extremo del sofá. Los animales parecieron no notar la presencia de Lonnie, aunque tal vez estuviesen acostumbrados a que fuesen hombres al apartamento de Mary Katherine.

    Aquella idea no le gustó, así que Lonnie la descartó rápidamente. A pesar de estar embarazada, no parecía ser una mujer promiscua. En cualquier caso, su vida personal no era asunto suyo.

    —Iba a prepararme un café instantáneo, señor Corteen. ¿Quiere una taza?

    Se lo ofreció mientras se apresuraba a entrar en la cocina. Él la siguió lentamente, mientras pensaba en cómo decirle lo que tenía que decir y marcharse de allí. Pero no era posible ser prudente, y el hecho de que ella estuviese embarazada complicaba todavía más las cosas.

    Se quedó a la entrada de la minúscula cocina y observó cómo ella quitaba la tetera del fuego y echaba el agua en una taza. Lonnie odiaba el café instantáneo. Le gustaba el café de cafetera, para poder saborear la arenilla de los granos y sentir el efecto de la cafeína.

    —Muchas gracias. Me vendrá bien, con este frío —mintió.

    En la cocina casi no había espacio para la encimera, que estaba llena de platos sucios. Lonnie se dijo que a la señorita McBride no le gustaba hacer las tareas del hogar, o eso, o no tenía tiempo.

    —Todavía no ha hecho demasiado frío este otoño, pero he oído que va a empezar a nevar dentro de uno o dos días —comentó ella mientras sacaba otra taza de un armario, la llenaba de agua caliente y echaba en ella una cucharada de café descafeinado—. ¿Dónde vive usted? ¿Ha dicho en Deaf Smith?

    —Sí. En Hereford. Si tengo bien entendido, usted también estuvo viviendo por esa zona, en Canyon.

    Ella se volvió y lo miró sorprendida.

    —¿Cómo lo sabe?

    —Llevo tres meses buscándola. La he seguido desde Hereford, hasta aquí.

    Claramente molesta por lo que acababan de anunciarle, se dio de nuevo la vuelta y tomó un trozo de papel de cocina, recogió con él varias gotas de agua que se habían caído.

    —Tal vez deberíamos llevarnos el café al salón —sugirió Katherine—. Allí estaremos más cómodos.

    Lonnie asintió y ella le hizo un gesto para que tomase una de las tazas.

    —¿Quiere leche o azúcar?

    —Me gusta solo, gracias.

    Ella no comentó nada al respecto, y Lonnie la siguió hasta el salón.

    —Siéntese, por favor, señor Corteen.

    Desde el medio de la habitación, Lonnie miró el sofá y a los gatos, que también lo miraron a él. Después de un momento de indecisión, decidió ir hacia un pequeño sillón encima del cual había una pila de libros.

    Al ver su intención, Katherine se apresuró a quitar los libros.

    —Siento el desorden, pero acabo de volver del trabajo y no he tenido tiempo de recoger la casa.

    —No tiene por qué disculparse, señorita McBride, no la había avisado de que iba a venir —había pensado en llamar antes, pero luego había rechazado la idea. No quería darle la oportunidad de que se negase a recibirlo.

    Katherine dejó los libros encima de la mesa y Lonnie se sentó. Mientras intentaba ponerse cómodo, ella se instaló en el sofá, al lado de los gatos. El atigrado se levantó inmediatamente y fue a sentarse en su regazo.

    —De acuerdo, señor Corteen, ahora que ya estamos los dos sentados, por favor, dígame lo que haya venido a decirme. No sé cómo ha podido seguir mi pista desde Canyon. No viví allí mucho tiempo. Y hace muchísimo que viví en Hereford.

    —Sí, ya lo sé. Vino de Canyon hace siete años.

    Ella lo miró fijamente, era evidente que estaba haciendo funcionar su cabeza a toda velocidad.

    —¿Por qué ha estado buscándome? ¿Por qué ha venido aquí? —preguntó bruscamente.

    Él suspiró y decidió que no podía seguir evitando el momento.

    —Tengo algo que contarle. ¿Conoció usted a su padre, señorita McBride?

    —En primer lugar, nadie me llama señorita McBride. Soy Katherine. Y, en segundo lugar, ¿qué tiene que ver mi padre con todo esto?

    —¿Te importaría limitarte a contestar mi pregunta? Es importante.

    Ella se encogió de hombros y, con el gesto que hizo con los labios, dio a entender que ella no le parecía nada importante.

    —No. No sé nada de mi padre. Salvo que era un tarambana.

    —¿Cómo se llamaba?

    —Ben.

    —Ben, ¿qué más?

    —No lo sé. Ben fue lo único que me dijo mi madre. No quería que supiese su apellido, así no pensaría que también era el mío —hizo una mueca de burla—. Como si hubiese querido cambiar de apellido.

    —¿Nunca lo conociste?

    —No, se marchó antes de que yo naciese. Y mamá nunca volvió a saber nada de él. De hecho, no creo que quisiese volver a saber nada de él. Ella nunca hablaba de su relación, así que yo siempre supuse que habían terminado muy mal.

    Lonnie se preguntó cómo le iba a decir a aquella mujer que todo lo que había pensado siempre acerca de sí misma y de sus padres era mentira.

    Katherine sacudió el pelo y unos largos mechones le cayeron sobre los hombros y un pecho. A Lonnie nunca le había parecido que las mujeres embarazadas fuesen sensuales, pero Katherine McBride tenía la capacidad de hacer que todas sus hormonas masculinas se revolviesen en su interior. Aquello lo puso nervioso, así que intentó mirar hacia la pared, al suelo, a todas partes menos a ella.

    —¿Qué ha venido a contarme, sheriff? —preguntó ella—. ¿Ha encontrado a mi padre? ¿Está él intentado encontrarme a mí?

    —Llámame Lonnie —sugirió él—. Y con respecto a tu padre, no, no lo he encontrado. Pero… —tragó saliva y contuvo un suspiro—. Dime, Katherine, ¿conoces a un hombre llamado Noah Rider?

    Ella sonrió. Era la primera sonrisa que veía Lonnie en su rostro desde que había abierto la puerta, y eso le hizo sentirse todavía peor.

    —Sí. Noah era amigo de mi madre. Venía a vernos de vez en cuando. En especial, cuando yo era pequeña. No obstante, hace mucho tiempo que no sé nada de él.

    Lonnie había sido agente del orden desde los veinte años y, durante esos diez años, había dado malas noticias en muchas ocasiones. Nunca era una tarea sencilla, pero había algo en el tierno rostro de Katherine que hacía que se le atragantasen las palabras.

    —Pues lo siento, pero tengo malas noticias, Katherine. No tengo otro modo de decírtelo… Noah Rider fue asesinado hace varios meses, casi un año, en realidad.

    —¿Asesinado? —repitió ella atónita—. ¿Cómo? ¿Y por qué iba a querer alguien asesinarlo?

    El gato que tenía en el regazo debió de sentir que estaba nerviosa, porque estiró las patas y saltó al suelo.

    —Eso es lo que tengo que explicarte —respondió Lonnie—. Y es un asunto muy complicado.

    Katherine frunció el ceño y señaló hacia la cocina.

    —Tal vez sea mejor que vaya a buscar unas galletas. Tengo el estómago un poco revuelto.

    —Sí. Será mejor que vayas —dijo él rápidamente, mientras pensaba que ya había hecho que le entrasen ganas de vomitar a la chica. Maldito Seth Ketchum. Tenía que haber sido él quien hubiese ido a darle la noticia. Al fin y al cabo, había sido él y su familia quien habían estado buscando a la chica. Lonnie se había ofrecido a buscarla en su lugar, pero luego Seth lo había camelado para que fuese también el mensajero.

    Katherine intentó ponerse en pie y Lonnie se levantó inmediatamente de un salto y la agarró de la mano.

    —Deja que te ayude —dijo.

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