No es posible continuar
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Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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No es posible continuar - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
Felipe entró en el piso y colgó la gabardina en el perchero de la entrada.
No llamó a Meni, suponía donde hallarla.
Así que avanzó por el vestíbulo, desembocó en una especie de corto pasillo y se dirigió directamente a la salita de estar. Se detuvo en el umbral y lanzó una mirada indolente en torno.
Un sofá, dos sillones, una mesa de centro, otra mesa arrinconada sobre la cual lucía una lámpara con pie de porcelana y pantalla blanca, un puff tirado como al descuido en medio, al fondo junto a las largas cortinas a rayas una lámpara de pie. Una mesa allá abajo sobre la cual había un televisor. No demasiado lejos un tocadiscos, una gruesa alfombra estampada cubriendo el suelo. Cuadros colgados en la pared…
Y del sofá surgiendo un pie alzado, una rodilla, y otra cruzándole de modo que el pie alzado se balanceaba.
—Hola, ¿qué tal?
Meni Ozaita meneó el pie.
Del fondo del sofá surgió una voz pastosa y firme, pero muy femenina.
—Bien. ¿Qué tal te ha ido?
Felipe soltó el portafolios de piel y avanzó por la salita hasta situarse a la altura del sofá donde su mujer estaba tendida. Ella elevó un poco los ojos.
—¿Cansado?
—¡Bah!
—Son demasiados kilómetros cada día, ¿no? Cuando no tienes que hacer la plaza y te marchas por las villas limítrofes, el cansancio va en aumento, digo yo.
Felipe miró la cosa delgada, frágil, bonita que era su mujer y se inclinó hasta besarla en la boca.
Meni abrió los labios y sobó los suyos con los de su marido un buen rato.
Nada más sentir su contacto a Felipe se le fue el cansancio. Se sentó en el borde del diván y deslizó sus manos bajo la cintura y la espalda de su mujer, de modo que el cuerpo de la joven quedó como incrustado en el de Felipe.
Por unos momentos estuvieron así. Ella cruzó los brazos y rodeó el cuello de su marido, entretanto sus dedos delgados y nerviosos se enredaban en los cabellos de Felipe. El la besaba en la garganta largamente y después la levantó en vilo.
La llevó con él por la salita, desembocó en el pasillo y terminó por depositar a Meni en el ancho lecho. Se tiró a su lado y estuvo besándola y recibiendo los besos de Meni más de diez minutos. Un silencio absoluto surgía en aquellas acciones cariñosas. Se diría que ni ella tenía nada que decir, ni a Felipe le interesaba escucharla ni escucharse a sí mismo.
Todo era mecánico. Un deseo físico los acuciaba a ambos. Nada de dentro. Ni siquiera ternura. Era como una costumbre adquirida de viejo que se llevaba a cabo por una inercia emprendida un año antes.
Media hora después Meni saltaba al suelo, recogía su ropa y se iba al baño cercano a la alcoba.
Felipe quedaba allí relajado y plácido.
Meni cerró la puerta del baño y se quedó así, mirando abstraída, su cuerpo desnudo. Automáticamente metió un pie en la bañera y luego el otro y después soltó el chorro deleitoso del agua templada sobre su cuerpo, resbalando con fuerte presión sobre su piel.
Se frotó con gel y después, el mismo chorro la liberó de él. Tenía el pelo cortísimo empapado. Al salir y posarlos pies en la alfombra de goma, tiró del borde de una gran toalla y se envolvió en ella cabeza y todo. Se frotó vigorosamente.
Como el negro pelo era muy corto (cortísimo, a lo chico exactamente) sólo tuvo que secarlo y después pasar el cepillo. La cara despejada era de rasgos exóticos. Tenía los ojos rasgados verdes, profundos, y los labios largos, con comisuras como rajadas. Unos dientes blancos e iguales que apenas si se veían pues Meni no sonreía siquiera. Una vez peinada y colocado el cabello en su sitio, se despojó de la toalla y buscó en el armario blanco un pijama azul celeste, tipo muy femenino. Sobre él puso una bata del mismo tono estampada con flores rosa y azul más fuerte. La ató a la cintura y buscó unas chinelas bajo el armario.
Hecho esto, abrió una puerta de aquel armario y sacó un frasco de fresca colonia muy personal. Olía agrio, a hierbas aromáticas, a limón, a yedras… todo junto. Vertió un poco en las manos y las pasó cuidadosa por su cabeza.
Untó de nuevo un dedo y lo posó en el lóbulo de la oreja.
Hecho lo cual salió hacia el cuarto y miró distraída a su marido.
Felipe, totalmente desnudo, apenas tapado más abajo de la cintura con la colcha, dormía plácidamente.
Meni lanzó una nueva mirada sobre él. Era moreno, aunque tenía los ojos cerrados, ella sabía que eran negros y brillantes. Una boca viciosa, una nariz recta de aletas algo anchas.
Desvió los ojos y se fue por el piso abajo. Llegó a la blanca cocina y tiró de la puerta del horno.
Tenía la comida hecha. Tomasa entraba en su casa a las diez y se iba después de dejar todo listo, incluyendo la cena. Lo sacó del horno y lo puso a calentar después de encender el gas.
Al mismo tiempo, con la misma desgana, iba de la cocina al living disponiendo la mesa para dos.
Una vez todo dispuesto, la comida caliente y servida, volvió al cuarto y recostó su esbelta y juvenil figura en el umbral.
—Felipe —llamó—, la comida está en la mesa.
—Oh —se despabiló Felipe—. Ya voy, ya voy.
* * *
La conversación era simple e insulsa.
Comían y ni siquiera se miraban.
—Mañana me toca la villa próxima —decía él—. Posiblemente no regrese por la noche.
—Bueno.
—Si ves que no llegué a las siete es que me quedo.
—Claro.
—Habrás estado en la sala de arte todo el día.
—Como siempre —dijo ella—. ¿Más carne?
—No, no. Gracias.
—¿Has vendido algo?
—He comprado.
—¿Algo interesante?
—Pues creo que sí. Intento dar a la sala una categoría. Me han costado caros, pero los venderé caros. No me gusta la pintura comercial.
—Lógico.
Bostezó.
Bebió un sorbo de vino y lanzó una mirada al reloj.
—Mañana madrugaré. Hizo un día feo, ¿verdad?
—No muy bueno.
—Yo me lo pasé visitando médicos. Es monótono todo eso.
Meni pensó que más monótono eran otras cosas.
Pero sólo dijo:
—Has elegido tú esa profesión…
—La vida que te obliga. Yo iba para médico. Debe ser interesante cortar apéndices y suturar… Debí ser cirujano. Fue el sueño de toda mi vida.
—¿Y por qué has destruido tu sueño?
Felipe se alzó de hombros.
—Era una carrera demasiado dura. Estuve estacionado en el segundo año, cuatro enteritos. El quinto lo mandé todo al diablo.
—Todo triunfo requiere un esfuerzo —dijo ella.
—¿Qué haces?
Meni se había levantado.
—Recojo la mesa.
—¿No irás a quedarte a recoger todo eso?
Meni le miró con sus rasgados ojos y Felipe parpadeó.
—Supongo que lo dejarás todo así para que lo recoja Tomasa mañana y ahora