Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

La chica de los hoyuelos
La chica de los hoyuelos
La chica de los hoyuelos
Ebook402 pages4 hours

La chica de los hoyuelos

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Claire Collins siempre ha vivido tras la sombra del éxito de su hermano Jeremy, por eso busca destacar para lograr enorgullecer a su padre y sentirse menos frustrada. Todd, guapo, inteligente y de familia acomodada, aparece en su vida y hará que todo sea perfecto, tal y como ella siempre había deseado.
CJ es un joven que ha crecido entre carencias. De niño su padre lo golpeaba y le infringía duros castigos, al igual que a su madre y a su hermano menor. Se esfuerza por ser diferente a él, pero la mejor herencia que le dejó el hombre fue su talento con el boxeo, deporte que pudiera ayudarlo a salir de la miseria.
Ambos se encuentran cuando están iniciando la dura cruzada por alcanzar sus sueños. Sus ojos afligidos logran reconocerse y sus corazones heridos se entrelazan en una emoción ardiente y arrolladora que no deja de colocarle obstáculos. Claire pronto se dará cuenta de que la vida que le ofrece Todd no es para ella y se debate entonces entre continuar con él y tener una vida de lujo, aunque aburrida, o ser fiel a sí misma y entregarse al amor verdadero de CJ.
Ellos entienden que no pierde el que cae, sino aquel que no se levanta, pero ¿tendrán la fuerza para soportar las duras pruebas y seguir luchando cueste lo que cueste? ¿O aceptarán su derrota?
LanguageEspañol
Release dateFeb 20, 2018
ISBN9788408181361
La chica de los hoyuelos
Author

Jonaira Campagnuolo

        Jonaira Campagnuolo, nació una tarde de febrero en la ciudad venezolana de Maracay, donde aún vive con su esposo y sus dos hijos. Es amante de los animales, la naturaleza y la literatura. Desde temprana edad escribe cuentos que solo ha compartido con familiares y amigos. En la actualidad se dedica a trabajar como freelance, a administrar su blog de literatura (http://desdemicaldero.blogspot.com) y a escribir a tiempo completo.          Es coadministradora del portal de formación para el escritor de novela romántica ESCRIBE ROMÁNTICA (www.escriberomantica.com) y parte del equipo editorial de ESCRIBE ROMÁNTICA LA REVISTA.

Related to La chica de los hoyuelos

Titles in the series (70)

View More

Related ebooks

Romance For You

View More

Related articles

Reviews for La chica de los hoyuelos

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    La chica de los hoyuelos - Jonaira Campagnuolo

    CAPÍTULO 1

    14389.jpg

    —Por favor, Claire, si me ayudas seré tu esclava por una semana.

    La chica resopló divertida, pero se frotó la frente mostrando inquietud. Su cuñada Kate la metía últimamente en incómodos aprietos.

    —¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre pedirme eso?

    —No tengo tiempo de encargarme del asunto y Jeremy me hizo jurarle que tendría todo listo para esta noche —explicó la mujer a través de la línea telefónica. Claire tuvo que detenerse en una esquina para continuar la conversación. La petición de su cuñada la perturbaba. Si seguía caminando podrían arrollarla.

    —Te saldrá caro ese favorcito.

    —Cóbrame lo que quieras, pero no puedo quedar mal con tu hermano… otra vez.

    Claire sonrió con cierta tristeza al escuchar la voz arrepentida de Kate y negó con la cabeza. Adoraba a su cuñada y a su hermano, siempre los admiró a cada uno como persona y juntos como pareja. Desde que se casaron, cuatro años atrás, su matrimonio parecía haber nacido con la solidez de un diamante, pero solo ella sabía de los entresijos de su convivencia de un tiempo a esa parte.

    Se sintió mal mientras se despedía de su cuñada y se disponía a cruzar la calle. Aquella pareja era su referente. El amor que se profesaban y la armonía en la que coexistían era lo que le demostraba que todo esfuerzo valía la pena. Su hermano había luchado contra viento y marea para tener a Kate, y ella también debió hacer su parte, pero ahora ese logro se desmoronaba con una simple brisa de primavera, como la que en aquel momento le alborotaba los cortos cabellos.

    Guardó el móvil en su bandolera y se colocó los cascos en las orejas mientras andaba con paso acelerado por las anchas calles del centro de Providence, en Rhode Island. Ocultó las manos en los bolsillos frontales de su sudadera y procuró dejarse envolver por la música electrónica para no pensar en nada. Ya sentía una débil puntada entre las sienes de tanto planificar estrategias que la ayudaran a recobrar el interés por la vida. Todo le parecía un asco.

    A los pocos minutos llegó al lugar que acababa de transformarse en su destino accidental: una farmacia.

    —Claro que me las vas a pagar, Kate —murmuró para sí misma, y subió las escalinatas que precedían a la instalación.

    Al entrar, se apresuró a alcanzar el largo mostrador donde se hallaban las dependientas y se detuvo frente a la que escribía con rapidez unas notas en su libreta.

    Se quitó los cascos y por un instante la miró dubitativa cuando la mujer alzó el rostro hacia ella.

    —¿Desea algo?

    —Sí. Busco… preservativos.

    La encargada sonrió con gesto condescendiente.

    —Disculpa, debo pedirte una identificación.

    Claire apretó los labios por el disgusto, pero igual abrió su bandolera para sacar el carné.

    Después de asegurarse de que la chica era mayor de edad, la mujer se lo devolvió.

    —¿Qué talla? —Claire dejó de respirar. Se esforzaba por no pensar en el pene de su hermano—. ¿Buscas una marca en especial? ¿Con textura, sabores o espermicida?

    Se mordió el labio inferior. Las preguntas le produjeron repelús.

    —Pide los extrasensitivos —le susurró una voz a su espalda. Ella giró la cabeza con los ojos agrandados—. Hay unos que son fluorescentes —comentó el chico parado tras ella, en un tono socarrón—. Brillan en la oscuridad, así podrás guiarte cuando él apague las luces.

    La joven entrecerró los ojos y lo traspasó con una mirada irritada.

    —No seas metiche —le reprochó, y regresó su atención a la dependienta—. Dame unos extralargos con sabor a frutas —pidió, y sonrió con malicia ante su propia chanza, que amplió al oír el silbido bajo que el chico emitió. Estaba claro que aquella solicitud le había impresionado. Con ella quedaban claras las intenciones de la chica para esa noche.

    Claire se ocupó de culminar su pedido ignorando al sujeto. Aunque le fue imposible borrar de la memoria el recuerdo de aquel rostro de mandíbula cuadrada, poblada por una sombra de barba mal afeitada, labios finos y nariz recta, y unos ojos de un verde que impactaba, profundos y pícaros, resaltados por una cabellera color caramelo un poco larga y enmarañada en la parte superior.

    Por su nuca se extendió un calor inquietante que le aceleró el ritmo cardiaco. Estaba segura de que el joven la observaba con atención y eso la ponía nerviosa. Se encontraba tan sensible que creía percibir la respiración de él sobre sus cabellos. Por alguna estúpida razón, esperaba tras ella a ser atendido a pesar de tener libre todo el mostrador.

    Tras recibir el producto y la factura, se giró apartándose hacia un lado. De esa manera se marcharía sin tener que tropezar con él. Pero calculó mal el espacio, o el chico se movió con intención de provocar una colisión entre ambos.

    Al chocar contra él, la mirada de Claire se afincó perpleja en aquellos ojos casi transparentes, que parecían un faro en medio de una noche brumosa y se notaban un poco burlones.

    —Que tengas una noche muy activa —dijo él, como despedida.

    Ella no le respondió, solo apretó la mandíbula y lo calcinó con su ira antes de marcharse. Afuera se colocó los cascos en las orejas para distraerse y serenar su corazón desbocado, y subió al máximo el volumen de la música.

    *   *   *

    Minutos después, CJ salió de la farmacia y se acercó a la cafetería ubicada junto a la instalación. Su hermano menor, Nick, aún lo esperaba sentado en el muro empedrado que bordeaba las terrazas externas, con su mirada soñadora clavada en el suelo y moviendo los pies al ritmo de la canción que tarareaba.

    —Ya encontré la última —le informó al sentarse a su lado; luego abrió la bolsa que llevaba en la mano para sacar la medicina que había adquirido—. Maldita sea, esta me salió más cara de lo que pensé —masculló para sí mismo, sin dejar de revisar la caja.

    —¿Podemos ir a casa?

    —Todavía no. Tengo que hacer otros recados.

    —Pero me quiero ir —lloriqueó el niño.

    —Ya te dije que no —alegó CJ clavando sus severos ojos verdes en su hermano—. Si te hubieras quedado en la escuela, no tendrías que soportarme.

    El niño bajó el rostro apenado al suelo y se abrazó a su mochila. CJ gruñó exasperado y miró con enfado a los transeúntes que pasaban frente a ellos. Nick se negaba a quedarse en la escuela por miedo al acoso del que era víctima por parte de sus propios compañeros. Su personalidad dulce e imaginativa lo volvía blanco fácil para las burlas. Le encantaba la música y solía abstraerse del mundo mientras un enjambre de notas, letras y melodías se paseaban por su cabeza armando composiciones llenas de recuerdos. Prefería dejarse llevar por ese mundo armónico que vivir en uno sobrepoblado por gritos, ofensas y golpes.

    —Tenemos que ir al West End, allá me esperan —notificó CJ sin mirarle.

    El costoso tratamiento que impusieron a su hermano para controlar el asma que padecía obligaba al joven a meterse en asuntos delicados que lo ayudaran a conseguir dinero rápido. Su madre trabajaba en dos empleos para cubrir los gastos de la casa y del colegio, y él tuvo que olvidarse de la universidad para dar su aporte, pero sus esfuerzos no eran suficientes. Si no lo atendían con prontitud, el trastorno del chico podría transformarse en una enfermedad seria, como la que se llevó la vida de su padre un año atrás.

    CJ dirigió su atención al niño y le conmovió su semblante triste. La vida los había tratado con rudeza, y aunque él pudo soportar los golpes sin problemas, a su hermano le había costado más. Se sentía responsable de él, mientras su madre vivía preocupada por conseguir un marido que los mantuviera a todos.

    —Vamos, que también nos falta ocuparnos de una parte importante de tu tratamiento. —Se levantaron del muro y caminaron calle abajo. CJ tomó a Nick por el cuello y lo acercó a él para infundirle fortaleza—. ¿Quieres unas gominolas? —ofreció, mencionando la golosina preferida del chico. Con eso logró hacerlo sonreír.

    Se detuvieron en un kiosco para comprar el producto y luego avanzaron en silencio en dirección a la estación del metro, cada uno sumergido en el mundo fantasioso que crearon para soportar la realidad. El de Nick, lleno de acordes y notas musicales, y el de CJ alumbrado por unos ojos castaños, grandes y expresivos que le habían cortado el aliento minutos antes, mientras compraba en la farmacia la medicina para su hermano.

    Sonrió al recordar a la chica amargada de los preservativos. Su cabello liso y corto hasta la mandíbula, aclarado con la ayuda de químicos, perfilaba aún más su carita diminuta de nariz respingada y labios sonrosados, los mismos que se apretaron en una línea tensa mientras lo miraba con una furia que a él le resultó adorable.

    Lamentó que ya tuviese dueño y odió la suerte del imbécil que de seguro la disfrutaría ese día con ayuda del preservativo extralargo, mientras él acudía a la cita con su amargo destino.

    CAPÍTULO 2

    14383.jpg

    Horas después, Claire entró en el complejo deportivo con su vestido corto y sus altos tacones. Caminó erguida, procurando ignorar las decenas de miradas varoniles que la seguían y esquivando a los niños que corrían de un lado a otro en bañador y empapados de pies a cabeza.

    No se detuvo hasta llegar a la piscina aclimatada que se encontraba al final del recinto. Su hermano Jeremy salía en ese momento del agua, con su cuerpo esculpido gracias a años de ejercicio, chorreando por todos lados. Enseguida fue rodeado por una manada de chiquillos que le pedían cinco minutos para nadar en libertad antes de marcharse.

    Claire se detuvo a un par de metros, donde las gotas no pudieran humedecer su vestido blanco de cuello bordado.

    —¡John, encárgate de ellos mientras están en el agua! —ordenó Jeremy. Un ensordecedor grito de felicidad retumbó en el complejo. Con ese aviso los niños sabían que su profesor les daba permiso para jugar en la piscina antes de regresar a sus casas, resguardados por su auxiliar.

    El hombre tomó la toalla que había dejado sobre una silla de plástico y se secó el rostro y los cabellos mientras se acercaba a su hermana.

    —¿Qué haces por aquí?

    —Vengo a traer un recado —contestó ella, y se aproximó a él. Jeremy se inclinó para darle un beso en la mejilla, pero la joven lo alejó posando una mano en su pecho húmedo—. Vas a hacer que se me corra el maquillaje.

    —Qué drama —acusó él con burla, pero al ver parte de un dibujo asomando por el borde izquierdo de su escote perdió la diversión—. ¿Qué es eso? —reclamó, y señaló la figura de lo que parecía una rosa abierta trazada en negro y con un débil tono rosado en cada pétalo.

    —Un tatuaje —respondió Claire sin darle mucha importancia al tema. Jeremy apretó aún más el ceño.

    —¿Cuándo te lo hiciste?

    —Hace unos días.

    Él la observó con mirada severa y escrutadora.

    —Dejas la universidad, te pintas el cabello y ahora te haces un tatuaje. ¿Se puede saber qué diablos te pasa?

    Ella resopló con fastidio.

    —Kate también tiene un tatuaje, así que no puedes criticarme —advirtió al recordarle que su cuñada llevaba tatuadas en una cadera un grupo de golondrinas en pleno vuelo. Con eso esperaba que su hermano se apaciguara y dejara de indagar.

    —También tiene un título universitario summa cum laude, una especialidad en Orientación Educativa y una fundación propia. Si vas a imitarla, que sea en todo —reclamó él con desagrado y cruzándose de brazos.

    Cada vez que tenía oportunidad le reprochaba lo que él consideraba malas decisiones, como el hecho de haber abandonado la universidad. Claire le había asegurado que no la dejaría, que solo iba a interrumpir un semestre los estudios para cuidar de su padre, aquejado de varias enfermedades que le restaban fuerza y movilidad. Jeremy sospechaba que, a pesar de la preocupación de la joven por la salud del hombre, algo se escondía tras esa medida, pero no lograba romper la dura coraza que ella mantenía entre ambos para ocultar sus verdades.

    Ella puso los ojos en blanco y le extendió una pequeña bolsa de papel.

    —¿Qué es? —inquirió Jeremy.

    —Algo que Kate me pidió. Dijo que era importante para esta noche, y como no puedo verme con ella, porque Todd está por venir a buscarme, te lo dejo a ti.

    El hombre sostuvo la bolsita con precaución y la abrió para mirar en su interior. Al hacerlo sus facciones se estiraron y endurecieron reflejando una amarga sorpresa.

    Claire sintió que la culpabilidad le retorcía las tripas, pero la disimuló asumiendo una actitud indolente. Su hermano estaba ansioso por tener hijos, pensaba que la llegada de niños era lo único que podía salvar su matrimonio, pero Kate no estaba preparada para enfrentar la maternidad. Menos ahora, que su fundación para apoyar a pequeños víctimas de acoso escolar desarrollaba importantes acciones en Providence y estaba a punto de llegar a instituciones educativas de otras ciudades de Rhode Island, incluso de Estados Unidos, gracias la colaboración del alcalde de la ciudad.

    Los preservativos guardados en la bolsa representaban la decisión de Kate de no ser madre, al menos en un futuro cercano, y para Jeremy significaban un duro golpe, pues no veía otra solución para evitar el enfriamiento y el distanciamiento en su relación por culpa de los múltiples compromisos que ambos tenían.

    El teléfono de Claire sonó dentro de la cartera tipo sobre que sostenía en una mano, anunciándole la llegada de un mensaje de texto. Lo sacó con premura, agradecida de tener algo que la librara de decirle una palabra reconfortante a su hermano. Aunque el dolor de Jeremy la afectaba, en silencio apoyaba a Kate. Ella fue testigo de lo mucho que su cuñada había luchado para hacer crecer su fundación, y ahora que su carrera estaba en el momento más importante no consideraba justo que tuviera que aplazarla para tener hijos.

    Al ver que su novio, Todd McBride, le comunicaba que estaba a punto de llegar al complejo, sintió alivió.

    —Me voy, Todd está afuera —mintió, antes de darle una palmada en el hombro a su hermano y marcharse.

    Caminó algunos pasos y giró la cabeza para ver a Jeremy. Él había lanzado sobre la silla la bolsita con los preservativos y la miraba con rabia contenida. Claire suspiró hondo para no doblegarse ante su pena y miró de nuevo al frente, armándose de valor. No tenía palabras que pudieran servirle de consuelo, ni a él ni a ella misma, que también estaba hundida en sus propios conflictos personales.

    Para no dejarse atormentar por los pensamientos, tomó su móvil y respondió el mensaje de Todd indicándole que lo esperaría en el estacionamiento del complejo. Distraída, no se fijó en que otra persona caminaba por el mismo pasillo, también entretenida con su teléfono, y ambos chocaron de manera aparatosa.

    —¡Ey! —se quejó Claire dejando caer su móvil al suelo. Al subir la mirada para observar con ira al culpable, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Se quedó estupefacta.

    —Hola —saludó CJ con una amplia sonrisa en el rostro. También se había preparado para reñir un buen rato a quien fuera con quien hubiera tropezado, pero al descubrir a la chica de los preservativos su ánimo mejoró considerablemente—. Nos vemos por segunda vez, preciosa.

    Claire amplió los ojos hasta su máxima expresión y se estremeció al escuchar el sugerente preciosa en la boca del joven. Se sintió furiosa consigo misma por sentirse perturbada por aquel niño tan soso, que parecía desnudarla con sus pupilas verdes mientras la miraba de pies a cabeza. Se inclinó para tomar el teléfono del suelo y observó que el aparato se había apagado con la caída.

    —Si está dañado tendrás que pagarlo como nuevo —acusó con molestia.

    —Si eso es una excusa para volver a verte, acepto.

    Ella no pudo evitar mirar pasmada al joven. ¿Qué se creía ese imberbe? ¿Que podía coquetear con ella así, sin más?

    Apretó la mandíbula para soportar la rabia. Jamás había quedado cautivada por chicos de su edad, siempre le gustaron los hombres mayores que ella, como Todd.

    Recordar a su novio le hizo sentirse una traidora. La mirada de aquel extraño la tenía atrapada como a una mosca dentro de la fina red de una araña. Se irguió y se alisó el vestido para recobrar la compostura, mostrando una sonrisa orgullosa.

    —Es un teléfono de última tecnología, niño. Espero que tus papis tengan suficiente dinero para pagar por su reparación si lo dañaste.

    CJ no escuchó la ironía de sus palabras mientras admiraba embobado los hoyuelos que aquella sonrisa le había dibujado en el rostro, a ambos lados de las comisuras de sus labios.

    Claire esperó a que su amenaza surtiera algún efecto preocupante, pero al ver que el joven la observaba complacido se indignó y, en medio de un resoplido, siguió su camino.

    —¿Ya no me inscribirás en la natación? —le preguntó Nick a su hermano sacándolo de su mutismo. CJ lo miró confuso, y el niño arqueó las cejas con incredulidad—. Tienes que pagar un teléfono. Seguro que lo rompiste.

    —No rompí nada —recalcó él con el ceño fruncido. Acababa de recordar que estaba allí para inscribir a Nick en clases de natación por recomendación médica—. Vamos, que de esta nadie te salva, tenemos que buscar al profesor Jeremy Collins —argumentó antes de darle un leve empujón para que caminara hacia el interior del recinto.

    Lanzó una mirada en dirección a la puerta, pero la chica de los hoyuelos ya no estaba.

    Sí esperaba haber roto algo, aunque no su teléfono, que no tendría manera de pagar. Más bien confiaba en que su puntería fuera más certera y hubiera dado en el centro del corazón de la joven. Por eso estaba dispuesto a responder con sudor y sangre, si fuera necesario.

    —Nos vemos luego, bonita —susurró para él mismo, convencido de que aquella agradable casualidad volvería a repetirse.

    CAPÍTULO 3

    14378.jpg

    Claire subió al Volvo negro de Todd McBride evitando mirar por milésima vez hacia el complejo. El encuentro con el chico de la farmacia la había dejado aturdida. ¿Podía ser el mundo tan pequeño?

    —Hola, amor —la saludó el rubio con su habitual sonrisa torcida marcada en el rostro. Le dio un beso en los labios antes de poner el auto en marcha.

    —¿A dónde vamos?

    —A Brown. —Claire desvió el rostro hacia la vía para que él no divisara su mueca de desagrado—. Nos reuniremos con Hayes para conversar sobre el grupo de trabajo que estoy organizando en el campus.

    La chica apoyó el codo en la puerta del auto y descansó sobre la mano su cabeza agotada. Odiaba las visitas a la universidad de Brown. A pesar de que Todd se graduó allí un año atrás y obtuvo el título de abogado (el segundo que alcanzaba, pues anteriormente había recibido el de arquitecto), seguía asistiendo para mantener encuentros filosóficos y debates políticos con profesores y estudiantes y darle vida a un nuevo proyecto profesional: especializarse en Derecho de Familia.

    Una de las cualidades que más le atrajo de él fue su inteligencia, pero últimamente esa sabiduría la aburría.

    —Hablé con él y me comentó que es posible organizar tu traslado —continuó el hombre. Claire se sobresaltó por la noticia y sintió enfado.

    —No pienso dejar la universidad de Rhode Island —declaró con firmeza. Le molestaba la insistencia de su novio para que cambiara de universidad. Si bien no podía compararse a Brown, una de las de mayor prestigio, a ella le gustaba la suya. Sobre todo porque allí estudiaba la mayoría de sus amigos. Si en esos momentos se había alejado era porque sentía que no andaba por el camino correcto.

    —Si te gradúas en Brown tendrás más posibilidades laborales…

    —Ya hemos tenido esta conversación, Todd —lo detuvo y afincó una mirada inflexible en él. El hombre suspiró con agotamiento.

    —Si el problema sigue siendo el dinero, Jeremy me aseguró que puede correr con los gastos —insistió, sin apartar su mirada de la vía.

    —Mi hermano no pagará mis estudios, yo puedo trabajar.

    Todd intentó no mostrarse disgustado.

    —¿Esa idea te la inculcó tu amiguita Mary?

    —¿No quieres que luche por mis metas?

    —No es eso —enfatizó el hombre con el ceño fruncido—. No estás atravesando el mismo conflicto económico que Mary. Tu padre no está en la quiebra, mucho menos tu hermano. Ellos pueden cubrir tus gastos mientras tú te dedicas a estudiar y ser la mejor. Tienes que aprovechar las oportunidades que te da la vida.

    Claire resopló con indignación y fijó de nuevo su atención en el camino.

    —No me está gustando esa amistad que tienes con Mary Sanders —masculló Todd con recelo.

    —Y a mí ya no me está gustando que sigas intentando controlar mi vida —reclamó ella con irritación.

    Por un instante ambos compartieron una mirada dura, antes de que él continuara atento a la vía. A Claire comenzaba a incomodarle que su novio criticara constantemente a su amiga Mary, que estudiaba en la universidad de Rhode Island y trabajaba a tiempo parcial para pagar sus estudios. Todo ello sin descuidar la relación que mantenía con su novio, Justin Owen, a quien había conocido el verano anterior.

    Los padres de Mary no pasaban por su mejor momento económico, por eso les resultaba difícil cubrir por completo la matrícula universitaria de su hija. Sin embargo, le echaban una mano cuando podían. Esa era la razón por la que Mary debía trabajar.

    El esfuerzo de su amiga, que Claire consideraba heroico, junto con el tierno y profundo romance que vivía con su novio, le causaron una inquietud que la atormentó por meses mientras cursaban su primer semestre de estudios. Mary ya no era la niña vanidosa y alocada que había estudiado con ella todo el instituto. Regresó del primer verano que habían pasado separadas hecha una mujer, con un proyecto de vida establecido, ánimo y fortaleza para atravesar todos sus conflictos y unas ganas ardientes de disfrutar de su existencia junto al chico que amaba.

    ¿Qué tenía ella? ¿Un novio rico, superapuesto y complaciente, que aspiraba a llevarla por el camino que él elegía sin dejar que se desviara o tomara algún atajo?

    Tantas dudas no le permitieron dar lo mejor de sí en los estudios. Por eso decidió dar un paso atrás. Sentía que no podía seguir adelante si no tenía claro lo que quería de la vida.

    —No discutamos de nuevo —pidió él—, solo pretendo poner un poco de sentido común en ti. En esa universidad no alcanzarás el mismo estatus que en Brown y debes equipararte al nivel de tu hermano.

    —Jeremy se graduó en la universidad de Rhode Island y le ha ido bien.

    —Sí, pero no le fue fácil y lo sabes —recordó Todd con ironía—. Ahora es un empresario reconocido, deberías aprovechar eso para hacer crecer tus metas y obtener lo mismo con menos esfuerzo. Incluso podrías apoyarte en el éxito que está alcanzando tu cuñada Katherine.

    Ella dirigió su mirada exhausta a la calle. Estaba harta de hablar de ese tema.

    —Los dos trabajaron duro para llegar a donde están. Yo quiero hacer lo mismo, no valerme de sus logros.

    —Oh, vamos, Claire —se quejó el hombre—. Eres una niña inteligente, que ha sido bendecida con una familia exitosa. Déjate de tonterías y aprovéchalo.

    Claire entrecerró los ojos para traspasar a Todd con su mirada sulfurada. Detestaba que la llamara niña y simplificara el trabajo que debía dedicar a sus propios logros valiéndose de los obtenidos por su hermano o su cuñada. Sabía que ella era capaz de alcanzar metas con su esfuerzo, sin apoyarse en nadie.

    —No me cambiaré de universidad. Es mi última palabra —sentenció.

    El silencio que se extendió en el auto resultó pesado para ambos. Claire había conocido a Todd en una fiesta organizada por la fundación San Patrick, para la que trabajaba su hermano, durante ese único verano que no pasó con su amiga Mary. Su porte elegante y seductor la embrujó al instante. Su mirada oscura estaba llena de misterio y lujuria, al igual que sus palabras, embriagadas por una inteligencia que la sobrepasó. No había tema de conversación que él no pudiera manejar y contaba con una capacidad especial para atrapar a sus interlocutores con su locuacidad. Sin embargo, la diversión que encontró en su relación con él, marcada por largas conversaciones, reuniones con gente exclusiva y una vida bohemia, comenzaba a resultarle agobiante.

    Siguió absorta en el camino sin percatarse de las ojeadas que Todd lanzaba de vez en cuando hacia ella para admirar el puchero sugerente que formaban sus labios, así como sus piernas esbeltas. Su cuerpo y la alegría juvenil que irradiaba fueron las armas de las que se valió para conquistarlo, y ella no parecía ser consciente de que seguían funcionando. Por eso él soportaba sus arrebatos, que definía como malcriadeces de niña consentida, confiando en que pronto las podría doblegar.

    *   *   *

    Nick y CJ esperaban sentados en las gradas de las piscinas de natación a que Jeremy Collins se cambiara de ropa para conversar. Solo el personal de mantenimiento quedaba en los alrededores, terminando de poner orden en el lugar antes de cerrar esa área. Nick observaba con fijeza el movimiento tenue del agua, cuyas suaves ondas comparaba con las que producía la música en su subconsciente.

    CJ mantenía el semblante endurecido mientras discutía, vía mensaje de texto, con quien pronto se transformaría en su socio. Había ido a West End para reunirse con un conocido de su barrio que lo ayudaría a introducirse en el negocio de las apuestas en peleas clandestinas. Unos meses antes conoció a un par de sujetos que lograron hacer una fortuna en esos eventos y él necesitaba una proeza igual. El costo de la enfermedad de su hermano, y el de la vida en general, se estaba convirtiendo en un asunto serio.

    Las noticias que le daba su posible socio no eran muy alentadoras, pero él no se daba por vencido. Le resultaba imposible divisar el momento en que debía rendirse cuando algo se le ponía difícil.

    —¿Hermanos Buckley?

    CJ alzó el rostro al escuchar la voz de Jeremy Collins frente a él. Se levantó para estrechar su mano.

    —Sí, gracias por recibirnos.

    —El doctor Foster me llamó esta mañana para notificarme que vendrían. ¿Este es Nickolas Buckley? —preguntó dirigiéndose a Nick. El niño se había puesto de pie y se quedó muy quieto junto a su hermano, bajando la vista hacia sus zapatos.

    —Sí —confirmó CJ, y empujó al chico para ponerlo delante de él—. Desde que nació ha tenido problemas con el asma, pero este último año ha empeorado. La semana pasada estuvo hospitalizado tres días por culpa de una crisis.

    Jeremy asintió sin dejar de evaluar la carita apenada del chico, que seguía con la mirada fija en el suelo. Había podido notar la sombra de un cardenal junto al ojo izquierdo y una vieja herida en su labio inferior.

    —¿Realiza otras actividades, además de la escuela?

    —No. Siempre está en casa —contestó CJ con rapidez.

    —Y las clases, ¿cómo le resultan?

    —No es el mejor de los estudiantes, pero se las apaña.

    —¿Tiene amigos?

    Nick alzó el rostro para observar con alarma a quien sería su profesor de natación, luego lo llevó hacia su hermano. CJ compartió con el niño una mirada insatisfecha y respiró hondo antes de dar una respuesta.

    —Pocos —mintió.

    Jeremy se cruzó de brazos y arrugó el ceño. Estudiaba las facciones de ambos chicos. Llevaba años trabajando con niños en los programas de terapias y rehabilitación que realizaba en su academia de natación, auspiciados por la fundación San Patrick. Trataba a pequeños con enfermedades físicas y a otros que sufrían problemas emocionales y sociales. Gracias a

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1