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Empieza por Z
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Empieza por Z

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La hermana María Clara se sujeta la mandíbula con esparadrapo. Apenas utiliza la boca. Sor Celeste escribe la letra Z compulsivamente sobre suelos y paredes. La novicia Rosa no consigue un hábito de su talla y saca brillo al suelo con su falda. La superiora Margarita, hecha un ovillo en una esquina del techo, dirige las operaciones con la catapulta.

¿Alguien puede ofrecer una explicación convincente sobre qué está pasando en el Convento de las Histéricas? Y, ya que estamos, ¿hay alguien voluntario para entrar allí?

Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z Z

EMPIEZA POR Z es un relato de 6.000 palabras publicado originalmente en la colección CUARTO ACERCAMIENTO AL OVNI.

LanguageEspañol
Release dateAug 20, 2018
ISBN9781386650775
Empieza por Z

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    Empieza por Z - Tamara Romero

    Otros títulos:

    Atena Telurian y la combustión espontánea

    Brebaje

    Brújula y murciélago

    Cuarto acercamiento al ovni

    La momia y la niñera

    Empieza por Z

    Tamara Romero

    La hermana María Clara buscó en el bolsillo del hábito el esparadrapo que desde hacía unas semanas siempre llevaba encima. Cortó un generoso trozo con los dientes que le quedaban y lo pegó en su mandíbula, rodeando cuidadosamente el contorno del rostro demacrado. Esta quedó inmovilizada, pero importaba poco, pues su apetito había desaparecido hacía tiempo y, al igual que el resto de la congregación, estaba haciendo voto de silencio.

    La hermana María Clara apenas utilizaba la boca.

    Desde que había llegado al Convento de las Histéricas había perdido —como todas, suponía— el interés por hablar, y siempre quedaba la duda de si comunicarse sin la voz era una burda manera de romper el voto que todas, excepto la madre, habían acatado. De todas formas, era consciente de que cierta habilidad telepática le había «sido instalada» nada más llegar a aquel lugar. No sabía cómo manejarla todavía. Estaba ahí. Oía voces de sus compañeras aunque estas tuvieran la boca cerrada.

    Sujetó la piel oscilante con la última tira elástica de manera que, al menos, pudiera mover los labios durante la oración. Después, semimomificada, se encaminó hacia el refectorio, arrastrando sus pasos con dificultad.

    Si el silencio era la norma entre las paredes del convento, en el exterior el mutismo era un ave exótica difícil de avistar. Por los resquicios de las pesadas puertas de madera se colaban los improperios del mundo exterior. Los gritos en contra de las monjas eran una constante en los alrededores del Convento de las Histéricas, pero las hermanas, con relativo buen juicio, trataban de ignorarlos.

    En el refectorio veintiocho monjas estaban sentadas alrededor de la mesa delante de sus platos vacíos, discutiendo mentalmente cómo atajar el ruido del exterior. Cuando los pensamientos teledirigidos no eran suficientes cogían la pizarra de vinilo que llevaban atada al cuello, donde

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