A Imagen Y Semejanza
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Dauno Tótoro Nieto
Dauno Tótoro Nieto es mexicano y desde hace muchos años ha incursionado en este fascinante género del cuento. Ha publicado con Palibrio un libro, A Imagen y Semejanza, que ha tenido muy buenos comentarios entre sus lectores y ha recibido una amplia acogida entre los medios de difusión. Ha recorrido el mundo, viviendo en diversos países como Italia, Chile, Canadá, Trinidad y Tobago, la otrora URSS, y otros, en donde se ha embebido de su literatura y costumbres que se reflejan en muchos de sus cuentos.
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A Imagen Y Semejanza - Dauno Tótoro Nieto
Copyright © 2011 por Dauno Tótoro Nieto.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011915641
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-0948-0
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0947-3
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0946-6
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847
Llamadas internacionales +1.812.671.9757
Fax: +1.812.355.1576
362195
ÍNDICE
Primera Parte: Lo que no se olvida
Segunda Parte: Lo que no se olvida
Epilogo
El autor quiere agradecer a parientes y amigos que día a día le impulsan y animan a escribir y en particular a Anna López Besa, de www.palibrio.com, sin cuyo apoyo este libro no habría visto la luz ni habría llegado a tus manos, querido lector, querida lectora.
PRIMERA PARTE
Lo que no se olvida
Domingo 7 de junio
En el despacho del presidente de la Sección Estatal del Partido reinaba un silencio sepulcral. Eran las diez de la noche del domingo siete de junio, día de elecciones estatales: se renovaban algunos presidentes municipales, la legislatura estatal y se elegía al nuevo gobernador del Estado. El aire estaba saturado de humo de cigarros y puros, los ceniceros repletos de colillas, el escritorio rebosaba de papeles y carpetas. Las miradas de los ahí presentes en ese momento estaban fijas en el teléfono que reposaba en una repisa a espaldas del sillón de cuero.
Hasta pocos minutos antes, en cambio, la conversación era animada, se hacían comentarios, se discutía, se hacían conjeturas con base en la información telefónica procedente de las diversas casillas electorales distribuidas a lo largo y ancho del Estado, pero a las diez se esperaba la llamada decisiva. El resultado preliminar del Instituto Estatal Electoral.
Desde el mediodía estaba ahí, siguiendo paso a paso y esperando con ansias el desenlace de esa jornada cívica, el candidato del Partido a gobernador, Lic. Heraclio, quien se había comunicado antes que nada con el Presidente Nacional del Partido, con algunos miembros del Comité Central en el Distrito Federal, a quienes seguiría informando durante el día, y mantenía permanente contacto con los representantes del Partido en las casillas que se consideraban las de mayor afluencia, las decisivas, a quienes daba órdenes perentorias de vigilar el proceso electoral. En los momentos de calma, recorría nervioso, con los brazos en jarras, las manos en la cintura y un puro entre los dientes, la sala de juntas contigua a la oficina del Presidente de la Sección Estatal que había acondicionado como su despacho personal para dirigir la campaña. Ahí se detenía frente a los retratos que colgaban de una de las paredes que eran de los Presidentes de la República que habían surgido de las filas del Partido. Pero no eran todos los que estaban y no estaban todos los que eran. Por un motivo u otro, preferencia del Presidente de la Sección Estatal o suya propia, de Heraclio, ahí no estaban los retratos de Salinas de Gortari, ni de Zedillo, acérrimos enemigos con quienes el Partido dio sus últimos estertores y extravió el rumbo, perdió el poder, ni de Echeverría quien purgaba un arresto domiciliario por crímenes de lesa Humanidad, ni de Emilio Portes Gil, ni de Pascual Ortiz Rubio, ni de Abelardo L. Rodríguez, quienes habían sufrido el descrédito debido a la manipulación de que fueron objeto por parte de Plutarco Elías Calles, el fundador del Partido en 1928. El retrato de éste ocupaba el lugar de honor entre todos los que ahí estaban y a su izquierda, con mirada severa y gran bigote, Lázaro Cárdenas parecía incómodo por tenerlo a su derecha.
Heraclio no se detenía frente a los retratos de los gobernadores del Estado, que colgaban en la pared de enfrente. Ellos poco le interesaban. Si se detenía frente a las imágenes de los presidentes no era por un simple deseo de contemplación, no, sino que escudriñaba sus semblantes, trataba de penetrar en sus mentes, como si buscara respuestas en esas miradas severas y altivas, como si en silencio pidiera su bendición y apoyo, como si fueran santos de su devoción, porque después de todo su ambición estaba de este lado, donde estaban los grandes y él aspiraba seriamente a aprender de ellos y con su guía espiritual pretendía recuperar para su Partido el poder del Ejecutivo, es decir la Presidencia de la República, perdido en forma tan bochornosa ocho años antes debido principalmente, desde su muy particular punto de vista, a la falta de pantalones, de arrojo, a una estrategia política errónea de Francisco Labastida, y no como algunos pensaban porque el país requería de un cambio, al grito de ya. Y no digamos la vergonzosa derrota del otro candidato, Carlos Madrazo, seis años después, al quedar en tercer lugar. Además de perder la Presidencia, su partido había obtenido apenas 104 curules sobre 500 en la Cámara de Diputados, el 20.8%, y 33 sobre 128, en la Cámara de Senadores, el 25.8%. ¿Qué demonios habían hecho de ese Partido sus correligionarios ineptos, de ese Partido que por decenios había controlado en su totalidad el poder legislativo y el judicial y los Estados? Se preguntaba con ira y amargura Heraclio.
Heraclio se consideraba un miembro de la vieja guardia, de empuje, de gran fortaleza, capaz de liderar ese grupo de partidarios con sagacidad y refinada manipulación, con oportunismo de altura, aprovechando en beneficio propio los errores y los pleitos de los otros dos partidos de oposición e irreconciliables, fenómeno absurdo pero común en la política nacional. Él y sus correligionarios estaban todos decididos a recuperar el poder en las próximas elecciones presidenciales.
Sentados en los confortables sillones de cuero del despacho del Presidente de Sección, fumando cigarros y puros, tomando Alfonso XIII, Duque de Alcalá, Buchanan’s, estaban los eternos e incondicionales amigos, socios, compañeros de farándula y correligionarios de Heraclio, que lo habían ayudado en su campaña, aportando ideas, redactando discursos, como la jueza María Gracia, Muñoz, estratega y ducho en propaganda de campañas políticas, enviado por la sede central del Partido; Rashid y Fayad, socios en la empresa textil que con Heraclio poseían en las afueras de la capital del Estado y que habían financiado generosamente la campaña. Ese era el día en que se verían los resultados, el efecto de los dineros gastados, de la figura recia del candidato, de las promesas hechas en sus discursos. Heraclio era un tipo duro, sin escrúpulos, de claras facciones mestizas, ignoraba las debilidades humanas como la compasión, el altruismo y cosas similares, aunque en sus discursos de campaña, obra de la pluma de María Gracia, amante de Heraclio desde hacía muchos años, repetía una y otra vez que no descansaría hasta erradicar la pobreza en su querido Estado natal, hasta ver que cada niño, el futuro de nuestra patria
, tuviera una buena alimentación, educación y atención médica.
Heraclio había sido por dos periodos consecutivos diputado local, luego presidente municipal de la capital del Estado y últimamente diputado federal. En lugar de aspirar a una curul en el Senado de la República, había preferido el desafío de ser Gobernador del Estado, ese era el camino para el gran salto a la Presidencia de la República. Heraclio se había forjado en el seno del Partido y a sus casi cuarenta y ocho años conocía todos los vicios y virtudes de la política en general y de su partido en particular.
Esa mañana, cuando su secretario particular le pasó los periódicos y las revistas, cayó en sus manos un ejemplar del último número de La Fragua. Su semblante se endureció, frunció las cejas y se enfureció cuando llegó a las páginas en las que aparecía un artículo mencionando el nombre de sus socios como posibles pederastas, de acuerdo con las declaraciones de unas niñitas que habían sido entrevistadas en Cancún. Se mencionaba que se llegaría hasta el fondo de ese vergonzoso asunto y se tenían pistas de que hasta algunos políticos estaban involucrados en ese asunto. Siguió hojeando la revista y se encontró con un artículo en el que se rendía un homenaje a Fernando Castro por sus cincuenta años al frente de la revista y éste, entre otras cosas, en la entrevista que se reproducía en esas páginas, hablaba del cambio que él mismo había vivido, en carne propia, a lo largo de su vida como periodista, hablaba con orgullo de las nuevas generaciones de valientes representantes de los medios de comunicación que realizaban su profesión con valentía y dignidad, hablaba de lo que él consideraba debía ser la política, ese arte de velar por los asuntos públicos en beneficio de la Nación, por encima de intereses partidistas, y los mismos políticos, con divergencias pero con unidad de propósitos y objetivos, por la responsabilidad que implican sus cargos frente al pueblo debían, así como los médicos y los periodistas, hacer un juramento comprometiéndose a velar y luchar por el bienestar de los ciudadanos y el fortalecimiento de las instituciones democráticas del país
. Heraclio, sonriendo despectivamente, se dijo: Pero este pendejo en qué planeta vive. La política es chingarse al adversario, es el camino al poder y el arte de conservarlo. Si hay que hacer un juramento será a ese chingón de Maquiavelo
.
Heraclio en ese momento todavía no sabía que sus socios y amigos, Rashid y Fayad, no sólo habían enviado algunas notas con amenaza de muerte a Fernando Castro, fundador y director general de La Fragua, nada más así, para amedrentarlo, sino que ya estaban planeando una jugarreta para darle un buen susto, debido precisamente a los artículos que ya se estaban publicando en La Fragua, involucrándolos en ese asunto de pederastas y amenazando con inmiscuir nada menos que al candidato a la gobierno del Estado.
Eran las diez de la noche. Las casillas habían cerrado a las seis de la tarde. Era la hora en que se darían a conocer los resultados preliminares mediante el recuento de las actas de las casillas realizado por Instituto Estatal Electoral. Sonó el teléfono, no el de la repisa, sino el celular de Heraclio, éste contestó y dando un salto exclamó:
--¡Ya la hicimos!— Luego, enarcando las