Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?
¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?
¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?
Ebook492 pages7 hours

¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Maricarmen, una mujer adulta de clase media que sobrevive en su espacio de comodidad relativa dando clases a extranjeros. Manuel, un profesor y militante retirado cuya vida se ha centrado en tener un pequeo restaurante en la ciudad de Mxico en donde convive y comparte con amigos msica, charla y recuerdos. Ambos han fincado una amistad de aos compartiendo vacos, vivencias y caminatas por el cerro del Ajusco donde encuentran un pequeo objeto. La rareza del objeto, la secreca y las dudas de un investigador provocan el reencuentro solidario de varios amigos, una geloga investigadora, un antroplogo que abandon su pasin profesional.
Lo que parece una quimera se convierte gradualmente en un mundo distinto que coexiste con la compleja realidad y crisis de nuestro planeta. La informacin que contiene aquel objeto comienza a volverse una obsesin a la vez que rescata los ideales y valores del pasado de cada uno. A la realidad ominosa del mundo contemporneo, se anan las dudas sobre mundos paralelos y el sentido de la vida.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateNov 10, 2011
ISBN9781463335021
¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?
Author

JULIO IÑAKI ZUINAGA BILBAO

Julio Iñaki Zuinaga Bilbao (México D.F.1953). Hijo de emigrantes vascos y exiliados de la Guerra Civil española. Estudia economía en la Universidad Nacional Autónoma de México y ello contribuye a canalizar sus inquietudes sociales y políticas heredadas por la búsqueda de una sociedad más humana, con justicia e igualdad. Desde joven despierta en él la necesidad de abrir paso a su creatividad e incursiona en las artes plásticas y la escritura. Realiza exposiciones de pintura y grabado así como escritos breves. Como colofón a la diversidad de sus actividades, entre lo profesional y lo personal, comienza a escribir inicialmente cuento y ahora tiene la osadía de ofrecernos la presente obra literaria.

Related to ¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?

Related ebooks

General Fiction For You

View More

Related articles

Reviews for ¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión?

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    ¿Qué Ocurrió Con Las Cartas De Zorión? - JULIO IÑAKI ZUINAGA BILBAO

    ¿QUÉ OCURRIÓ 

    CON LAS CARTAS 

    DE ZORIÓN?

    JULIO IÑAKI ZUINAGA BILBAO

    Copyright © 2011 por Julio Iñaki Zuinaga Bilbao.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    368526

    INDICE

    LA PELADILLA

    LAS PRIMERAS EXPECTATIVAS

    PRIMERAS LECTURAS

    ORGANIZARSE: UNA PRIORIDAD

    EL MIEDO, LA POLÍTICA Y EL REVERSO DE LAS UTOPÍAS

    DE LAS IDENTIDADES Y LA CONTINUIDAD DE LA VIDA

    Esta obra es producto de varias etapas de mi vida. En ella se plasman la imaginación en río revuelto, una cierta necesidad de rescatarme en algún periodo y muchas consideraciones recuperadas ya en la edad adulta. Siempre habrá tiempo para recomenzar y despertar o dar vida a nuevas ilusiones ya sea que las rescatemos de un pasado que bien puede no ser tan parecido al que recordamos, sino algo distinto o bien al cual aprendemos a ver desde otras facetas, o nuevas y enriquecedoras ilusiones que consoliden los pasos adelante de un proyecto de vida.

    Hay, en estos escritos, la intención de un profundo respeto hacia la congruencia y la vigencia de diversos valores que se sostienen pese al paso de la historia de este sistema en el que estamos inmersos y que suelen sobresalir si somos capaces de abstraernos del peso que ejerce este mundo material a través de lo más cotidiano.

    Quiero agradecer a mi terquedad en hacer de estos escritos una historia dentro de otra. Ambos relatos, además de mi terquedad, forman parte de momentos clave en mi transitar por los últimos quince años y que incluyen toda la quinta década.

    Dedico esta obra a mi padre, de quien aprendí en mucho el cómo ser humano. A mi mujer por brindarme, cuando más lo necesité, tantos bríos y toda una herramienta nueva para mirarse a uno mismo, lo cual sin duda enriqueció este escrito.

    LA PELADILLA

    Miércoles (1)

    Manuel aceleró el paso, le gustaba juguetear con Maricarmen durante esos paseos y trotar por el bosque, dejarla atrás en ocasiones le proveía la sensación de fuerza, de seguridad en sí mismo.

    Había aprendido a regular la respiración en su trote y con ello podía olfatear el ambiente que le rodeaba, la vida que impregna de savia las venas de cada hoja. Los aromas de aquellos altos pinos y oyameles, el sonido de las hojas bajo el paso de los anacrónicos pero cómodos zapatos deportivos, aunado al frescor del viento a su paso le relajaban. Todo ello le traía recuerdos de aquellos paseos con su padre, cuando él no tenía más de diez años, por los bosques vecinos a la cabaña de los pinos donde solían ser invitados por la familia del doctor Astolfi.

    Por años intentó recordar la ubicación de aquél lugar pero la fallida memoria de su madre en la que no parecían caber ni pasado ni presente, no daba ya paso a esos recuerdos cuando él tuvo esa inquietud. No cabe duda de que el momento tiene que recordarse con más frecuencia y proveerle de las caricias necesarias para permanecer vivo con detalle.

    Se detuvo lentamente para esperar a Maricarmen. Aquella mujer a quien había conocido en casa de Raúl Escudero, su compañero y amigo de años desde el inicio de la vida universitaria.

    Desde un principio las charlas con Maricarmen habían resultado de una gran empatía que al correr de varios años, dio paso a una sólida relación de amistad. Desde entonces se preguntaría tantas veces la razón por la cual la sociedad tenía tales complicaciones para entender la franca amistad entre un hombre y una mujer.

    Maricarmen llegaba con un paso suave y un bastón improvisado de alguna ilustre pero derribada rama que había recogido en algún lugar del camino, lo suficientemente larga y derecha para servirle de soporte en el ascenso.

    Su gesto era de meditación y la mirada se perdía entre el follaje a sus pies. Los rasgos de la cara denotaban gestos que le eran muy personales, las arrugas o pliegues escondidos solo a medias por cremas en la frente y en las comisuras de la boca reflejaban su actitud de duda aceitunada ante el mundo y lo que los demás pudiesen decir. Sin embargo llevaba muy bien físicamente sus más de cincuenta años y se la veía viva en todo momento. Su risa y sus ojos seguían luciendo brillantes en mil circunstancias e improvisados comentarios, era sagaz y hacía uso de una ironía sutil que no muchos entendían en su encuentro.

    -   Hoy te noto algo distante ¿Aún te sigue persiguiendo la idea de que tus hermanas quieren apartarte de tus sobrinos?-comentó Manuel.

    -   No digas tonterías-dijo ella mientras inhalaba el aire en su entorno para recuperar el aliento debilitado por la subida hacia el promontorio donde se encontraba Manuel-Eso solo lo dije por la rabia que me provocó la conversación con mi hermana.

    Maricarmen se giró y paseó los ojos sobre aquella vista de la ciudad, el aire estaba limpio encima de la gran urbe, a pesar de que la nata amenazante y grisácea de contaminación se elevaba a la distancia en decenas de metros a lo alto de la zona urbanizada.

    Tras ellos se erguía el apagado volcán del Ajusco, o Axochco en náhuatl, que significa Floresta de Agua. Al frente, el enorme Valle de la ciudad de México que terminaba a los pies de los dos grandes volcanes y se extendía, a la izquierda, hasta perder la vista.

    -   No cabe duda de que casi todas las cosas se pueden ver desde varios enfoques-mencionó Manuel quien tenía la vista fija en el valle-Todo esto ha sido hecho por millones de manos de los trabajadores, es un homenaje a la capacidad del hombre, del albañil, del artesano… y es, al mismo tiempo, una amenaza al planeta.

    -   Y no aprendemos-sentenció Maricarmen.

    Ambos se sumieron en sus propios pensamientos, en recuerdos amarrados a momentos cuando nada de esas amenazas a la vida misma de la humanidad estaban presentes en sus vidas. Y en cómo fueron paulatinamente apareciendo en prensa y revistas tantos artículos y noticias en los que la acción del ser humano y el afán del poder económico fueron degradando la vida de aldeas, regiones y ciudades enteras hasta la detección de los problemas de la capa de ozono, y con ello la cascada de noticias y amigos que se sumaban a las filas de la lucha por la preservación de los ecosistemas.

    -   Hoy en la mañana recibí un correo que contenía una tesis interesante. Recogí una frase que me parecía que compendiaba no solo el desajuste ecológico sino el del ser humano dentro de todo este marasmo de la lucha por preservar la vida del planeta. la apunté incluso, déjame ver si la traigo-comentó Maricarmen mientras se desembarazaba de la pequeña mochila de tela verde olivo que traía colgada al hombro y que la acompañaba casi en todo momento. La abrió y comenzó a hurgar con prisa en su interior.

    Manuel la miraba con ternura, sabía de su afán por coleccionar frases sobre todo tipo de temas.

    -   No la encuentro pero decía algo así como: El hombre no está camino a la extinción, se puede adaptar a casi cualquier cosa. Podemos adaptarnos a la basura, a la contaminación y al ruido de la ciudad-hizo una pausa tratando de recordar-Ésa es la verdadera tragedia, que podemos adaptarnos a eso. Y a medida que nos adaptamos, aceptamos condiciones cada vez peores. Y pasamos por alto que el niño que nace y crece en este ambiente no tiene oportunidad de desarrollarse totalmente en su potencial físico y mental. Si no entendemos lo que el ambiente nos está haciendo, tal vez suceda algo peor que la extinción, algo como una degradación progresiva de la calidad de la vida pero también del pensamiento humano.

    -   Cierto-respondió Manuel-hemos dejado de lado la iniciativa de rebelarse ante tantas cosas que hoy pueden parecernos como realidades inevitables.

    Maricarmen no prestaba atención a las palabras de Manuel, continuaba hurgando infructuosamente en el fondo de la mochila, la enfadaba perder algo que estaba segura que traía consigo. Levantó incluso la pequeña mochila y allí, entre las yerbas aplastadas por el bulto observó un pequeño objeto que brillaba a la luz del sol.

    -   ¿Ya viste esto?-susurró, como en forma automática, mientras estiraba la mano para remover el pasto que cubría parcialmente aquel objeto.

    Era un pequeño óvalo curioso, con la forma de una peladilla de almendra como las que disfrutaba en la temporada navideña desde muy corta edad. Pero este objeto tenía un color plomizo, semejante al mercurio de los termómetros, mezcla de opaco con brillantez de cromo.

    Manuel no la había escuchado, se había apartado unos pasos buscando con la mirada su propia casa unos doscientos metros abajo, en la ladera del monte. Le resultaba todo un acierto haberse mudado a aquella casa en las orillas de la urbe, lo acercaba a la naturaleza, siempre había disfrutando de caminar por los bosques.

    Maricarmen tomó con delicadeza aquel objeto y notó su dureza, como metal, estaba fría pese a que recibía el rayo de sol y lo reflejaba. La observó con detenimiento y advirtió que ésta cambiaba el tono cromático conforme a la luz que reflejaba. Una forma ovalada, achatada ligeramente en sus extremos, una sola pieza ya que no se veía abertura alguna salvo dos diminutos agujeros en uno de sus costados, muy juntos.

    La voz de Manuel la sustrajo a su fascinación por el objeto.

    -   Vamos de regreso, debo ir al café.

    Y fue entonces que Manuel la vio absorta en su contemplación de aquel pequeño objeto.

    -   ¿Qué es?-preguntó Manuel

    -   Lo ignoro-respondió ella-simplemente apareció entre las yerbas cuando levanté la mochila.

    Manuel tomó aquel objeto, notó lo frío del mismo y lo examinó en detalle. Los destellos de la luz que reflejaba eran un verdadero arcoíris pensó. Un vago recuerdo de su niñez le vino a la mente, un fistol que su padre usaba en ocasiones bajo la solapa de la chaqueta.

    -   Igual es algún tipo de dije que alguien dejó olvidado, o se cayó, se debe haber soltado de la cuerda o cadena-mencionó mientras descubría los diminutos hoyos en su costado.

    Se la entregó a Maricarmen y repitió la necesidad que tenía de regresar, emprendiendo el descenso por la brecha que acostumbraban tomar y que conocían muy bien.

    Maricarmen continuaba jugueteando con aquel objeto en sus manos y disfrutando las variantes en los colores que éste reflejaba tornándose de azules a violetas y rojos pálidos.

    -   Está muy bello, le buscaré una cadenita para colgármelo-se dijo en voz baja mientras seguía los pasos de Manuel hacia su casa, donde había dejado su automóvil.

    –––––- o –––––-

    Los frenos del automóvil chirriaban cada vez con menos amabilidad. Manuel recordó que el mecánico le había dicho la semana anterior que lo llevase pronto o comenzaría a rayar los discos. Esa sensación tan conocida del enojo debido a la desfachatez del tiempo, con la presión de un imprevisto más en su vida que en forma constante le alejaban de sus preciados momentos de tranquilidad apareció.

    Ya estaba abierto el café, como debía estar. Eran pocas, pero no dejaban de suceder las ocasiones en que Enrique, el encargado de abrir el local limpiarlo y preparar mesas, se había tardado en llegar, aunque afortunadamente solo un par de veces alguno de los parroquianos frecuentes se quejó.

    Enrique era hombre de pocas palabras y muchas sonrisas, lo cual era importante para Manuel que pretendía siempre que sus clientes y amigos se sintiesen a gusto en el negocio. Era pieza importante el carácter de Enrique para el lugar. En más de una ocasión había sacado de dificultades y desencuentros con los comensales al Café. Divorciado hacía varios años, su mujer le había engañado yéndose con un luchador a perder vida en algún estado del norte de la República. El Café era la vida de Enrique y su refugio.

    Hacía seis años que Manuel había comprado el espacio donde antes había una fonda de comidas, era suficientemente amplio para tener siete u ocho mesas y una cocina dividida por un muro abierto en la mitad superior del espacio principal, además de dos baños pequeños pero cómodos.

    Los viernes y ocasionalmente los sábados se las había arreglado para que tocasen algunos jóvenes cantautores habilitando un espacio en una esquina que ocupaban una o dos mesas que se podían apretar con las demás. Allí montaba una tarima de madera diseñada por él mismo que podía doblarse cuando no se usaba y que cabía en un pequeño mueble de la cocina.

    Manuel entró en el local y saludó con un gesto a Enrique que se encontraba del otro lado del muro de la cocina, las mesas estaban limpias y listas para recibir a la gente que solía llegar a desayunar tarde.

    El lugar tenía un decorado agradable y su enorme ventanal, de casi seis metros de largo que daba a la calle, le daba color y luz en el día y atraía a clientes por la noche. El tapiz de los dos muros contiguos a la esquina de los artistas semejaba una tela escocesa con platones pintados con escenas urbanas del siglo XIX que se intercalaban con fotografías de inicio del siglo XX. Por contraste, el muro enfrente tenía, sobre la pared de color marrón carteles de conciertos de rock de los años sesenta en adelante. Todo ello en una superficie de doce metros de fachada por nueve metros de fondo, además de la cocina y los dos baños.

    -¿No ha llegado el café?-preguntó.

    A lo que Enrique asintió con la cabeza mientras desmenuzaba hojas de una lechuga orgánica cuyo verde semejaba el tono de la espinaca y que se había dado a conocer por su buen sabor, más intenso que la lechuga normal.

    El café que ellos servían era una mezcla de distintos proveedores, aquel café al que se refería Manuel le era entregado sin falta cada quince días por alguien que lo traía desde San Cristóbal en Chiapas. Pero además solía comprar café de El Jarocho que era muy conocido por la gente que reside o que suele visitar el sur de la ciudad.

    En esos momentos entraba al local Virgilio, el cocinero, un hombre de tez morena con rasgos muy marcados, siempre con camisetas entalladas que dejaban ver lo ostentoso de sus músculos pectorales, alto y delgado. Seguramente venía del gimnasio al que asistía religiosamente uno de cada dos días. Un hombre temperamental que se acercaba a sus cuarenta años y que había crecido en el borde de la frontera con Guatemala cerca de Monte Bello en la selva. Virgilio había decidido ser cocinero a lo cual colaboró el cura del pueblo que lo tuvo a su cuidado por años y lo adiestró en la elaboración de múltiples platillos que a él le encantaba comer hasta que el cura enfermó y la curia lo reemplazó. Fue entonces que Virgilio se decidió a venir a la gran urbe con afán de seguir estudiando cocina. El fisicoculturismo llegó después, cuando un cocinero con escuela, que laboraba en un restaurante familiar en el centro de la ciudad le tomó como asistente y lo llevó a vivir con él como amante. Virgilio era un hombre metódico y cuidadoso del detalle, con un cultivado sentido del gusto, lo que hacía de él un cocinero nato. Su afán del orden provocaba roces constantes con Enrique quien buscaba constantemente aprender más de cocina y estaba presto a ayudar en la realización de cada platillo aprovechando los tiempos entre servir las mesas, o en las mañanas entre el momento en que Virgilio llegaba y la llegada de los primeros clientes.

    Virgilio era celoso de su cocina y tardó tiempo en aceptar la ayuda de Enrique; habían llegado al acuerdo de que Enrique ayudaría en la preparación de algunos ingredientes tales como cortar las verduras, limpiar el pescado, labores para las cuales comenzó a entrenarle concienzudamente.

    Pero Virgilio era, desde su llegada matutina, el rey de la cocina y no se retiraba hasta dejarla perfectamente ordenada y limpia, incluso en aquellas frecuentes ocasiones en que los amigos se quedaban hasta tarde jugando al dominó o charlando.

    Manuel permaneció sentado en la que hacía las veces de mesa del patrón, siempre que no estuviese lleno el lugar, y sacó sus lentes para abrir el periódico que minutos antes debió dejar sobre la mesa Enrique, costumbre que le agradecía sin decir nada.

    Solía agradecerse a sí mismo el haber seleccionado a ambos colaboradores en esta aventura de montar y echar a andar el café. La buena y variada comida que Virgilio creaba así como la amable y amigable atención de Enrique hacían que numerosos nuevos clientes regresaran con frecuencia y trajesen consigo nuevos comensales. Incluso Manuel mismo, viejos y nuevos amigos que residían o trabajaban cerca no tardaron en aficionarse a pasar recurrentemente tardes enteras allí en la plática, en la chorcha, de lo que provino el nombre del café que se denominó desde un principio: Café la Chorcha.

    -Buenos días Manuel, Enrique-Profirió Virgilio con su voz de tonos bajos y fuertes mientras se dirigía hacia la cocina para arrebatarle la tarea de desmenuzar la lechuga a Enrique quien soltó una de sus sonoras carcajadas aprovechando que no había aún clientes.

    Unos segundos después comenzaron a llegar comensales.

    Iniciaba un día más en el Café de La Chorcha.

    –––––- o –––––-

    Se miró al espejo mientras se ponía crema reafirmante en el rostro, sus pómulos eran más notorios ahora, las mejillas acusaban la suave sombra de su delgadez. Miró a todas las mujeres, a todas las Maricarmen que había sido en su vida; desde aquella maravillosa experiencia a sus escasos trece años cuando Juan su vecino, cuatro años mayor que ella y por ende sumamente atractivo, la llevó a aquél cafetín musical en Polanco donde él tocaría con su grupo.

    Recordaba aquel delicioso beso sorpresivo cuando bajó de la tarima y la invitó a subirse a cantar. Juan se esmeraba en convencerla de que tenía una voz privilegiada y sus ojos brillaban cada vez que le susurraba aquel eres encantadora al oído. Todo cambió en breve cuando su padre decidió que todos irían a vivir con él a Cuernavaca debido al nuevo empleo que le ofrecían. Cuernavaca, donde todo pasaba más que lentamente.

    Se miró un año después, jovial y rozagante, cuando tras regresar a la Ciudad de México y habiendo ingresado al Colegio Madrid ella se sentía, como le decía su madre, el perejil de todas las salsas. Organizaba y desorganizaba a medio colegio. Era muy popular y se sentía llena de vida, activa, lúcida. La absorbían todo tipo de actividades, organizaba eventos, promovía conferencias de los padres de familia. Siempre la habían fascinado las anécdotas, las experiencias y el concepto de vida en el destierro, tan vívido y frecuente en los hijos de ese exilio español que habían hecho su vida en este país del que ahora formaban parte. Toda la comunidad de la escuela se lo celebraba y ella se sentía realizada a sus escasos catorce años.

    Se vio a sí misma cuando participaba en el movimiento estudiantil del sesenta y ocho, una mocosa de escasos catorce años, llena de nervios y bríos, siempre con mil cosas por hacer. Las confrontaciones que eso le generaba con sus hermanas y su madre. Procuraba asistir con sus amigas Ángeles y Cristina a decenas de reuniones en la universidad, estar informada en detalle de lo que sucedía. Su mundo de actividades le parecía algo tan vital. Buscaba hacerse presente y de alguna manera sobresalir en los mítines a los que asistía eludiendo los miedos de su madre y la crítica ácida de sus dos hermanas mayores Violeta y Araceli que legítimamente se preocupaban por su seguridad y hacían lo posible por evitar que se escapase de casa para ir a las reuniones, manifestaciones y mítines con sus amigos de la preparatoria.

    Recordó el encierro al que su madre la obligó aquel día triste en el que murió Cristina en Tlatelolco, muerte tan inútil. Ese suceso la marcó profundamente, se sintió por largo tiempo confundida, insegura. Descuidó los estudios y tuvo que repetir ese año escolar. Perdió el brío que la había caracterizado antes, se sentía incómoda y fuera de lugar con los compañeros de esa generación de alumnos que arribaba a su último año escolar. A ello se aunaba el que Arturo, su compañero y novio durante un breve lapso ese año anterior, se alejaba de ella con el pretexto de tener una carga de estudios y trabajos por hacer en la Facultad de Arquitectura a la que acababa de ingresar. Arturo había sido el primero que le había dado aquel brillo tan especial a sus ojos pardos.

    En aquellos años apenas se esforzó para pasar el año escolar, pero prevalecía en ella esa sensación de confusión, sin una mira nítida del futuro que ella hubiese querido. Cierto que tenía gusto por materias que implicaban un sentido de la lógica pero distaba de saber si eso la podía guiar en lo que realmente deseaba para desarrollarse profesionalmente, de hecho sentía que había desaparecido su autoestima y evitaba asistir a fiestas.

    Se distanció incluso de sus compañeros del año anterior en la escuela los que apenas meses después, en el par de reuniones de ex alumnos a las que llegó a ir con ellos, apenas le dirigían la palabra y los temas versaban sobre los nuevos amigos y ambientes que habían encontrado en las universidades a las que habían ingresado, o los viajes que varios habían aprovechado a realizar en los meses que tenían de vacaciones antes de entrar a alguna universidad. Ella aún no salía de la preparatoria.

    Se miró como la Maricarmen universitaria, estudiante de ciencia política y asimilada de nuevo a las reuniones estudiantiles. Activa de nuevo, sintiéndose dueña de sí, con ese brillo que recordaba en sus ojos y la aún tersura de su piel. Las huelgas de los sindicatos de la universidad, la creación del movimiento de estudiantes por el socialismo, donde había conocido gente que la deslumbraba por su lucidez.

    Los cambios durante su posgrado, esas primeras arrugas gracias a su gesto amplio al sonreír, o en la frente por su forma de acusar la duda o la ira. La sensación de independencia, aislada del mundo en su departamento propio; marcada por aquellos entusiasmos sentimentales que devinieron en tristezas por su tozudez en mantenerse independiente. En aquel entonces comenzó a descifrar su propio rostro, la mirada de hoja de maple y las repentinas chispas en aquellos ojos. Ahora les veía hondos y discretos, llenos de secretos y las chispas habían desaparecido. También su cabello había perdido su belleza con los años, después de las vanidades de que las que le había proveído en su adolescencia.

    Recordó su rostro tantas veces cambiante frente al espejo durante aquella estancia de casi un año en Holanda, donde usaba todo tipo de cremas que estaban al alcance de su bolsillo. Aquella relación tan conflictiva pero tan intensa con Juan Pedro, con discusiones a diario por preservar sus inquietudes y sus manías, sus expectativas de equidad y dignidad. Hasta que él se sintió con la carga de recobrar su libertad aceptando un puesto en Alemania, yéndose a vivir a otro lugar, con otra mujer.

    Tantas cosas rotas por haber luchado y gritado sin ambages y de frente su opinión en cada una de esas relaciones eventuales o que apenas nacían. ¿Debió acaso ceder, poner más de sí, ser menos ella, perder identidad y ser más una pareja para las exigencias de algún hombre?

    Ahora, al abrigo de haber aprendido a disfrutar en mucho su soledad, de hacerla una amiga frecuente y casi constante, esas arrugas que no alcanzaba a desvanecer, esos marcados gestos, tan personales, le dejaban ver los años acumulados.

    Miró el reloj sobre la mesilla del baño, apenas tenía tiempo para vestirse con rapidez y llegar al instituto.

    –––––- o –––––-

    En la puerta del salón de conferencias colgaba pegado con cinta adhesiva el cartel escrito a mano que avisaba la posposición de la reunión programada para las once de la mañana.

    Asomó el malestar y Maricarmen se llevó las manos a las bolsas de la chamarra en un gesto tan característico de ella. Palpó algo frío en el bolsillo y recordó el objeto que había encontrado esa mañana en la caminata por el bosque, lo extrajo y se quedó absorta por unos segundos observando el fulgor de los reflejos de luz que proyectaba. Lo pensó unos momentos y decidió llevar ese objeto a Ángeles al instituto. Ella investigaba sobre la composición de materiales, tal vez pudiese averiguar algo más sobre este objeto.

    Se apoderaba de ella la idea de querer indagar más sobre esa hermosa peladilla cromática.

    Maricarmen dio dos golpecitos sobre el vidrio opaco de la puerta del Laboratorio de Espectrografía. Del interior se escuchó una voz menuda y femenina que contestó:

    -   ¿A quién busca?

    -   ¿Ángeles? Soy Maricarmen-contestó.

    Tras unos segundos se entreabrió la puerta y una figura tras el vidrio opaco se retiraba hacia el interior. Maricarmen empujó la puerta suavemente y se introdujo en aquella sala llena de aparatos sobre repisas con entrepaños diseñados para ese efecto.

    Siguiendo a aquella mujer recorrió un pequeño pasillo repleto de repisas en ambos costados que desembocaba en un amplio salón cuyas paredes estaban llenas de monitores y más repisas con aparatos varios salvo un espacio al fondo, de unos tres metros de ancho, que recubría una cortina obscura detrás de la que se adivinaban la vida y la luz de los jardines. Al centro, varios escritorios con equipos de cómputo apagados, con excepción de aquél en cuya silla se encontraba sentada la mujer que le abrió la puerta y que miraba casi con obsesión el contenido de la pantalla del ordenador.

    El aroma del lugar se sentía pesado, denso, apenas frío y el sonido de un aspersor y filtro de aire se escuchaba débilmente.

    Maricarmen fijó la atención en aquella mujer. Apenas se atisbaba su perfil de tez blanca y estatura media, su edad rondaría los treinta y cinco años y su cabello rubio, corto; la bata blanca con el escudo al costado como marcaban las normas de los institutos a los investigadores. Probablemente una estudiante con aroma a alcurnia recién egresada del doctorado o recién candidata a doctora, pensó.-Usted debe ser la amiga de la Doctora Basáñez. Ella no tarda en regresar-profirió aquella mujer con frialdad y sin siquiera voltear a verla.

    Maricarmen solo acertó a responder con un breve Gracias. Sabía que una gran parte de los investigadores, y más cuando están tan absortos en sus labores como parecía estarlo aquella mujer, no gustaban de las interrupciones de sociabilidad. Sea por su real estado de concentración en su labor o bien por ese formal estatus que parecía ser un sello distintivo de seriedad, o máscara, entre la comunidad de investigadores en ciencias exactas o biomédicas muchos de los cuales se hacían notorios por su aislamiento social y, en ocasionales períodos, por una cierta obsesión en alguna investigación que los mantenía absortos en pensamientos y análisis por largas horas diarias.

    Tomó asiento frente a uno de los escritorios que se encontraban vacíos y observó de nuevo el aparente caos de los equipos apilados sobre las estanterías de los muros. Caos que probablemente provenía de la gran variedad de marcas y dimensiones de los mismos. En el techo cuatro tubos de luz de neón, dispuestos en paralelo, alumbraban el salón.

    Mientras esto hacía, sonó fuertemente la puerta detrás del pasillo que daba acceso al laboratorio y unos segundos después apareció Ángeles Basáñez, su amiga y compañera desde hacía años en el Colegio Madrid.

    Entró con el entrecejo arrugado, con gesto duro, visiblemente enojada. Profiriendo palabras, seguramente terribles, en voz muy baja o acaso solo moviendo los labios sin pronunciarlas. Pero su gesto cambió al ver a Maricarmen.

    -   ¡Dichosos los ojos!-dijo, mientras abría los suyos y se dibujaba un gesto amable y una sonrisa en el rostro-¿Cómo ves? Este es mi cuchitril de trabajo amiga. Antes que otra cosa, déjame agarrar mi bolsa y quitarme este disfraz. Vamos a tomar un café y un pastel, lo necesito.-continuó, haciendo un gesto que señalaba a su bata de investigadora.

    Por cierto Miriam, déjame presentarte a mi amiga Maricarmen Canedo-añadió Ángeles, mientras obligaba con ello la mirada a aquella otra mujer en el salón y cambiaba su bata por un saco corto que hacía juego con los pantalones.

    Maricarmen conocía bien a Ángeles, sabía bien que ella estaba obligando con esas palabras a aquella mujer a tener al menos algún tipo de cortesía y volteó la mirada un momento hacia aquella mujer, Miriam, quien le dirigió una sonrisa amable esta vez.

    -   Vamos en tu auto Macar, el mío está en el taller… ya sabes, los frenos.

    -   No pierdas la fe Angustias. Algún día aprenderás a acordarte de quitar el freno de mano. o a frenar con las velocidades-Le respondió Maricarmen con esa agradable sensación de reconocerse en su gran amiga con la que compartía tantas cosas, incluso los seudónimos que ambas se habían dado el honor de imponer a la otra-Anda, vamos que yo quiero enseñarte algo que encontré.

    Ángeles se acercó a Maricarmen y le susurró-Saludo corto, corto.

    Ambas voltearon a ver a Miriam quien sintió la mirada de las dos y se giró anticipando su despedida, pero se encontró con el saludo de quienes en un gesto estudiado e irónicamente practicado previamente, trazaban semicírculos pequeños con las palmas de la mano hacia Miriam en perfecta sincronización. Miriam no pudo sino quedarse muda sin entender bien ese gesto, tras lo cual ambas se retiraron, entre risas.

    –––––- o –––––-

    El café junto a la Coordinación de Revalidación de Estudios era muy agradable, al aire libre y poca gente parecía haberlo descubierto, o tal vez la distancia para llegar a él, cerca del museo de la Ciencia, era un freno para que muchos académicos y trabajadores fuesen más asiduos al mismo.

    -   Me tienen vuelta loca haciendo una y otra vez la justificación de un proyecto-dijo Ángeles con voz entrecortada-Y lo peor es que con el mismo presupuesto me enjaretan ahora a esta mujer-hizo una breve pausa al tiempo que su gesto pasaba de víctima a agresor-yo sé que ella no tiene culpa de nada y está concentrada en terminar su tesis doctoral, pero me purga que esa parece haber sido la respuesta a mi solicitud de ampliar el presupuesto para dar una mínima holgura y comprar equipos.

    En realidad es una persona agradable, pero no puedo quitarme de la cabeza que la mandaron como espía para saber en detalle lo que hago, los pasos que doy en mi proyecto.

    -   Mmm-susurró Maricarmen, hizo una breve pausa y prosiguió-La verdad es que en todos lados están evitando añadir presupuesto. De hecho están empezando a presionar sutilmente, en mi oficina al menos, para ver quiénes son candidatos a aceptar una liquidación o negociar jubilaciones tempranas. Todo mundo tiene temor ante el desplome de las instituciones financieras y las tímidas medidas a escala social que se negocian en cada país parecen inútiles para evitar desempleo o una caída del poder adquisitivo.

    -   Es que no se vale-reiteró Ángeles-No es factible que la Universidad busque la salida de quienes hemos dado todo a esta institución. No es una empresa, es lo más cercano a las entelequias y es precisamente la principal generadora de ideas tanto en la ciencia como en lo social.

    Ángeles meditó unos segundos y continuó:

    -   Claro que en lo social hemos visto desde hace años que recortan y evitan proyectos que involucren investigadores de distintas facultades sobre cualquier cosa que sea políticas públicas. La verdad es que los añadidos al sueldo y su justificación burocrática han sido un enorme freno al diálogo de ideas entre los propios investigadores, nadie tiene confianza en que su idea no sea usada antes de publicar.

    Se hizo una pausa solo rota por el mesero que se acercó a depositar las dos porciones de pastel de tres leches sobre la mesa y varias monedas de cambio sobre la misma.

    -   Bueno, cambiando de tema-interrumpió Maricarmen-hay algo que te quiero mostrar y quiero que lo analices para ver qué es o de qué material está hecho y para qué puede servir.

    -   A ver a ver-le contestó Ángeles, con cierta avidez, mientras observaba a Maricarmen escudriñar en detalle el interior de su bolsa verde olivo.

    Sacó la bella peladilla como la había bautizado ella y al extender su mano para mostrarla a Ángeles ésta brilló en varios tonos de luz.

    Ángeles la observó unos segundos mientras Maricarmen meneaba despacio la mano extendida para mostrar la variedad de luces de colores que reflejaba aquel objeto.

    -   Y es fría aunque esté al sol. ¡Tócala!

    -   Parece un estuchito de pastillas, debe ser de alguna adicta-respondió Ángeles mientras soltaba una sonora carcajada.

    Tomó el objeto de la mano de Maricarmen y lo sintió ciertamente frío, la sensación del agua de la llave en la mañana.

    -   Ciertamente está fresco-dijo mientras abría y cerraba el puño para provocar calor sobre el objeto-me encanta la luz que refleja, cambia de colores. Es bonito pero solo veo un par de agujeritos no parece que se abra. Es ligero, más de lo que uno supondría en algo que parece cromado y se siente de metal.

    Tomó una de las monedas de la mesa y la golpeó sobre aquel objeto. Se escuchó golpe de metales aunque tal vez más seco que lo que ella esperaba. Lo depositó sobre una servilleta de papel en la mesa y le tomó una foto con la cámara de su teléfono celular.

    Repentinamente Ángeles soltó la risa, una risa cómplice que provocó el entrecejo de Maricarmen quien esperó a que Ángeles le compartiese la razón.

    -   Je. Es que recordé un libro que leí hace muchos años, creo que se llamaba Hazañas de un playboy o algo así, mis padres lo tenían escondido en una repisa y por alguna razón di con él.-hizo una breve pausa y continuó-Ese libro pasó a ser fuente de mis fantasías un buen tiempo. El hecho es que en uno de los relatos se hablaba de un objeto de metal, con forma de un huevo como cromado. En su interior tenía una cierta cantidad de mercurio y el huevo estaba perfectamente sellado, lo que hacía que al menear el huevo el contenido de adentro fuera en un ritmo distinto por las cualidades del mercurio, y al entibiarlo la sensación era aún mayor. En realidad era un objeto de placer sexual para las mujeres que lo introducían en la vagina y se sentaban en una mecedora. ¿Te imaginas?-miró de soslayo a Maricarmen quien ya tenía las cejas en alto por el gesto que observaba en el rostro de Ángeles.

    Ángeles recompuso el rostro mientras centraba su mirada en el ahora sensual objeto que sostenía en la palma de su mano.

    -   ¿Sabes? Lo voy a pasar por el equipo para analizar de qué está hecho. Me gusta este. este. huevito tornasolado-comentó mientras con la mano libre empezaba el rito de llevarse a la boca una cucharada copiosa de pastel que saboreaba desde antes que lo trajese el mesero.

    -   Jajá-reía Maricarmen al sentir la confusión en Ángeles por cómo llamar a aquel objeto-Yo lo bauticé bella peladilla. ¿No parece una de esas peladillas de almendras que hay en la época navideña? Claro que no tienen ese color, como plateadas.-dudaba en decirlo y lo soltó-ni se usan como esos huevitos que mencionas.

    Ambas soltaron una gran carcajada y se dispusieron a acabar ferozmente con aquellas porciones de pastel, ayudadas por sorbos de café cappuccino.

    -   Me gusta-mencionó Ángeles mientras escudriñaba aquel objeto-en verdad me gusta tu peladilla sensual, es algo muy curioso.

    Ángeles miró el reloj en su muñeca

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1