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Beatriz: La Vida De Una Joven Hebrea En 1492: Novela Histórica
Beatriz: La Vida De Una Joven Hebrea En 1492: Novela Histórica
Beatriz: La Vida De Una Joven Hebrea En 1492: Novela Histórica
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Beatriz: La Vida De Una Joven Hebrea En 1492: Novela Histórica

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About this ebook

Beatriz: La vida de una joven hebrea en 1492 es una novela histrica que humaniza los sufrimientos de los hebreos espaoles en los meses anteriores a la expulsin de 1492. Los libros histricos relatan hechos sin describir los increbles sufrimientos humanos que los judos tuvieron que aceptar para mantener su fe intacta.

Esta historia entra en el corazn y la vida de una familia y muestra esos sufrimientos a travs del personaje femenino de Beatriz. Su historia de amor se ve oscurecida cuando ella no se convierte al cristianismo y debe abandonar la Pennsula Ibrica. Lo hace a pesar de que est embarazada y su novio no cumple con su promesa al abandonarla, para casarse con una cristiana y salvar as la vida de sus padres, cuya conversin est siendo cuestionada.

La Dra. Mara del Carmen Artigas viaj durante diez aos a Barcelona e Israel y visit bibliotecas y museos. All obtuvo el material histrico necesario para construir la realidad de esta admirable muestra de f de la joven juda. Los personajes son ficticios, as como los nombres, pero los hechos histricos, los decretos reales, las calles, los hogares, la casa del rabino, la sinagoga, las iglesias, los baos, los edificios mencionados y los atropellos humanos que han servido de base a la novela son reales.
LanguageEspañol
PublisheriUniverse
Release dateMay 26, 2011
ISBN9781462020454
Beatriz: La Vida De Una Joven Hebrea En 1492: Novela Histórica
Author

María del Carmen Artigas

María del Carmen Artigas, nacida en Tucumán, Argentina, es catedrática de Lengua y Literatura Española en la University of New Orleans. Recibió el Doctorado en letras de la University of Virginia y el Doctorado en historia de Bowling Green State University. La Dra. Artigas es una reconocida investigadora de la literatura Sefaradí del Siglo de Oro y es autora de numerosos libros.

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    Beatriz - María del Carmen Artigas

    Copyright © 2010, 2011 by María del Carmen Artigas.

    All rights reserved. No part ofthis book may be used or reproduced by any means, graphic, electronic, or mechanical, includingphotocopying, recording, taping or by any information storage retrieval system without the written permission ofthe publisher except in the case of briefquotations embodied in critical articles and reviews.

    iUniverse books may be ordered through booksellers or by contacting:

    iUniverse

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN47403

    www.iuniverse.com

    1-800-Authors (1-800-288-4677)

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    Any people depicted in stock imagery provided by Thinkstock are models, and such images are being usedfor illustrative purposes only.

    Certain stock imagery © Thinkstock.

    ISBN: 978-1-4620-2043-0 (sc)

    ISBN: 978-1-4620-2044-7 (hc)

    ISBN: 978-1-4620-2045-4 (ebk)

    Library Of Congress Control Number: 2011907713

    iUniverse rev. date: 07/23/2012

    Cover painting by María del Carmen Artigas

    A mis antepasados catalanes,

    MCA

    CONTENTS

    I

    Al Lector

    II

    La insignia sobre el corazón

    III

    La ciudad: Los últimos hebreos

    IV

    La vida cotidiana

    V

    Fiesta en el Palacio

    VI

    Recuerdos

    VII

    Pesadumbre en la ciudad

    VIII

    El malestar de Beatriz

    IX

    Terror en la ciudad

    X

    El Auto de Fe

    XI

    En la huerta de Regina

    XII

    En el nombre de Dios

    XIII

    El Decreto

    XIV

    El verano cruel

    XV

    Una nueva vida

    XVI

    La entrevista

    XVII

    Un acto de fe

    XIX

    La salida del palacio

    XX

    Al cruzar la frontera

    I

    Al Lector

    Estimado lector: He tratado de ser lo más fiel en la transcripción de las amarillentas páginas que encontré en Begues, España, el pueblo en donde nació mi abuelo. Trasmito de la mejor forma posible el apasionante diario, escrito en el trágico año de 1492.

    La autora es Beatriz, cuyo real nombre hebreo era el de Pri,ossa.

    Descubrí las desteñidas hojas en un arcón de una dilapidada, pero acogedora vivienda al lado de la antigua iglesia parroquial.

    La viejita que allí vivía se ofreció a mostrarme el contenido del arcón cuando supo mi interés por el Pueblo de Israel. Las hojas estaban escritas en catalán. En algunas, los caracteres eran hebreo, pero en catalán. Otras traían oraciones en hebreo, pero estas últimas no parecerían haber sido de la misma caligrafía de las primeras.

    Tuve dificultad en leer la historia y ponerla en limpio, ya que las ratas habían perforado las páginas y el nombre de algunas calles había desaparecido. Tampoco he podido determinar la exacta ubicación del hogar de Beatriz. La descripción del palacio pertenece a Beatriz. Pienso que era así como ella lo recordaba. Añadí datos históricos y completé episodios para hacer la lectura más amena. He aumentado la longitud de pasajes truncados. Me he valido de mi imaginación para completar la reacción de las diferentes personas que poblaban la vida de Beatriz.

    He modificado algunos vocablos que no se encuentran hoy en día en el castellano moderno y que los hebreos españoles los usaban, como, por ejemplo, meldar, que significaba leer la Torá. Me he valido del catalán de la época, especialmente de una breve canción de campesinos. He usado el castellano moderno y del mío propio para narrar la historia, ya que mi interés ha sido hacer conocer al público los sufrimientos personales que tuvieron que vivir los judíos en los aterradores meses de 1492, y que pocos libros históricos los narran.

    Lo que me pareció que era la última página estaba firmada en Venecia por Pri,ossa Altbruc Bidaura Ramaya. Desconozco cómo el manuscrito volvería a España.

    María del Carmen Artigas

    II

    La insignia sobre el corazón

    Don Ysaac se acarició la barba lentamente como si el hacerlo lo ayudara a resolver una duda. Este gesto era común en él. Los ojos, pesados y triste, miraban las baldosas azuladas del corredor. Astruga, que estaba sentada en el salón de costura con sus hijas, al verlo entrar, dejó la labor en la butaca y caminó apresuradamente a encontrarse con su marido.

    Don Ysaac compuso la garganta y con un rápido movimiento de la cabeza, señaló la puerta de uno de los cuartos adyacentes.

    Beatriz recitaba un poema y al ver a su padre, se levantó y siguió a Astruga, pero Don Ysaac movió el brazo como indicándole que se retirara, Deja hija, debo hablar con tu madre.

    Papá, Beatriz tomó la mano de Don Ysaac, "¿Qué ha passat? ¿Hay otra mala noticia?"

    Ya veremos, hija, respondió Astruga.

    ¿Qué passa, qué passa? Beatriz prendió su saya con ambas manos mientras sus zuecos pisaban nerviosamente las baldosas. Ya no se puede vivir en esta casa. Todos son secretos.

    Astruga cubrió los labios de su hija con la mano como pidiéndole silencio.

    Don Ysaac asió a Astruga de la cintura y ésta reclinó la cabeza sobre el pecho de su marido. Caminaron lentamente hacia la habitación. Don Ysaac cerró la puerta tras de sí.

    Beatriz recostó la espalda en el tapiz que decoraba la masiva pared de piedra. "Ya nadie es feliz en esta casa. Todos tienen miedo de que nos pase algo. Eulalia no me puede ayudar

    a vestir. Mamá le desconfía. Cree que se convertirá y nos delatará. No sé de qué nos delatará. ¡Qué sé yo de qué!"

    Beatriz levantó la voz tratando de atraer la atención de Dulcia. Mamá despidió a Isabel porque era cristiana. Tenía miedo de que nosotras dijéramos cosas que causaran problemas ¿qué problemas? Todos se secretean y nadie explica nada. Y ahora ¿qué? Ya no vamos a ningún lado.

    La figura de Beatriz era todavía la de una adolecente. Don Ysaac, en su último viaje a Holanda, le había comprado la saya de terciopelo que llevaba puesta. El corpiño de encaje, que le llegaba a la cintura, había sido decorado con perlas rosas y blancas.

    "Beatriz, Necessito que mi ajúdis… con el bordado. Dulcia la llamó desde el cuarto de costura. Ya está. No sigas con eso."

    Beatriz se acercó a Dulcia y se dejó caer en un almohadón carmesí. Con la mano alejó la estufilla con la que Dulcia se calentaba los pies.

    Esa mañana, Dulcia había ayudado a Beatriz a rizar la larga cabellera negra en una trenza que le caía sobre los hombros. A la moda francesa, le había explicado. Beatriz le había preguntado, "¿Crees que a Arnau le gustará mi tocado? Hace tanto tiempo que no lo veo. No sé ni cuando nos visitará nuevamente.

    Dulcia dejó de bordar y acarició la trenza de Beatriz. Miró a su hermana detenidamente y notó que el blanco rostro había enrojecido.

    ¿Recordaste lo que te conté de Arnau esta mañana?, Beatriz le preguntó.

    Sí. Lo del casamiento ¿no es así? ¿No te pareció una locura?

    Beatriz se sonrió nerviosamente. No sé, dijo bajando los ojos. Muchas se casan de quince.

    Me parece que Arnau debe tener problemas… Eso del casamiento ¡tan a las apuradas!

    No sé… No sé si es apurado… Con un nervioso movimiento Beatriz comenzó a desatar las trensillas que decoraban el corpiño de encaje.

    ¿No crees que fue una broma? Le preguntó Dulcia.

    No. La verdad… dijo Beatriz y titubeó unos instantes, no se lo digas a mamá, pero yo me quisiera casar con Arnau.

    Por ahora te debes olvidar lo del casamiento. Ya ves, todos los días pasa algo nuevo en esta ciudad.

    Beatriz miró hacia la habitación en donde estaban sus padres y suspiró ¿Qué ocurrirá ahora? Nadie levanta la voz. Todos vivimos en un continuo susurro. Hasta mamá ha cambiado. Si tan solo pudiera hablar con Arnau… Beatriz se cubrió el rostro con ambas manos.

    Dulcia continuó bordando y, sin levantar los ojos dijo, Si mamá quiere, te dirá lo que pasa. Aunque ya sabes algo.

    Tengo derecho a saber todo.

    Dulcia era diez años mayor que Beatriz y pensaba que Beatriz era muy joven para amargarse con problemas que no podía resolver.

    Beatriz reclinó la cabeza en las rodillas de Dulcia. Todo es tristísimo. Hace tres meses que mamá pone pretextos cuando queremos salir de casa.

    Dulcia volvió a acariciar la trenza de su hermana. Ya veremos… Deja que papá y mamá resuelvan lo que es mejor para nosotras.

    Beatriz cerró los ojos y recordó los días cuando se reunían a charlar en el estrado de cumplimiento, o el cuarto de estar, sin ninguna preocupación. Allí bordaban hasta el anochecer. Cuando dejaban el palacio. Sarah caminaba con ellas hasta la casa del rabino en el Carrer Sanahujá, en donde algunas veces prendían las velas del Sabath. Hacía muchos años que el gobierno había prohibido la construcción de una nueva sinagoga. Desde ese entonces, el hogar de Don Shlomó se había convertido en el centro de oración para los devotos judíos.

    Beatriz abrió los ojos y miró detenidamente a Dulcia. Puso la mano sobre el bordado para interrumpirla, Esta es la segunda vez que papá llega de la calle y se encierra con mamá.

    Mira Beatriz, vendrá don Gispert y no has practicado la pianola. Don Gispert era el maestro de música.

    Yo no quiero practicar nada. Ojalá pudiera ver a Arnau.

    Ya nos visitará. Todos tienen miedo de dejar sus hogares. Papá asegura que los tiempos han cambiado. Ya llegará el día en que podamos ir al mercado y salir a pasear. Dulcia sabía que esto tal vez nunca ocurriría.

    ¿Algún día? Beatriz molesta tomó a su hermana del brazo.

    Bueno, tal vez. Dulcia miró a Beatriz con tristeza.

    ¿Cuántos judíos hay en Barcelona para que se preocupen tanto de lo que hacemos o no hacemos? dijo Beatriz y se paró.

    Dulcia encogió los hombros, No sé del cert.

    Beatriz contó con los dedos: El rabino, nosotros, Don Gispert, bueno, unos dos o tres más, el resto no sabemos ni qué son.

    No puedes decir eso. Sarah es religiosa y también Agoi. Me imagino que Arnau también lo es. Dijo Dulcia y miró a Beatriz detenidamente.

    Arnau sí, pero Sarah, no sé. No me parece. Nadie celebra nada. Nadie reza. Hablas como si todavía hubiera judíos en el Call. Cuéntalos con los dedos, Dulcia, cuénta. No sé ni a quiénes buscan.

    Hay algunos comerciantes, Don Benvenist, Don Bernardo, Don Mayro. Los criados dicen que son judíos. Los médicos amigos del papá… Vidal Gracián, los Saltellos, los Cresques…

    ¿Y quiénes más…? Dijo fastidiada Beatriz.

    No son a los judíos que persiguen, sino a los que se convirtieron.

    Llámalos como quieras. A toda la gente le molestamos. La otra mañana, me contó Sarah que una banda de muchachos tiró comida podrida en la puerta del Call y la esparcieron por algunas azoteas.

    Ya me lo había contado Sarah.

    Eso de la Inquisición. ¿Te lo contó también? dijo Beatriz fastidiada.

    Habían establecido la Inquisición en el reino cuando Beatriz tenía apenas diez años y habían encarcelado a muchos, pero la familia Altbruc Bidaura Ramaya nunca había vivido con el temor en el que vivía desde hacía tres meses. Se decía que la Inquisición aprisionaba a gente de las clases bajas y a los que tenían problemas políticos, pero no se estaba seguro de lo que en realidad pasaba. Los acontecimientos de los meses pasados habían creado malestar y temor. Las emociones habían empeorado con la muerte en la hoguera de Don Gutierre, el sastre de Don Ysaac, que seg2n parecía practicaba algunas ceremonias mosaicas a pesar de haber recibido el bautismo.

    Agoi dice que uno de estos días incendiarán el Call.

    Beatriz se paró cuando vio a sus padres abrir la puerta del salón en donde se encontraban.

    Astruga se acercó a sus hijas y apoyó los brazos en una alta silleta de cuero. Vamos a la sala al lado de mi aposento. Allí conversemos un rato.

    Sin mirar a su madre, Dulcia preguntó ¿Qué es lo que pasa?

    "No ho se todavía."

    Ezequiel, de apenas cuatro años, entró corriendo seguido por Elisenda, que desde hacía tiempo lo cuidaba. Se prendió de la saya de Astruga. Esta lo cubrió con su cuerpo mientras decía, Pobre hijo mío.

    Mamá, ¿por qué dices eso? dijo Beatriz.

    Nada hija, nada. Hay cosas que me dan pena. Es tan pequeño este niño.

    Astruga pidió a Elisenda que llevara Ezequiel al jardín. Astruga titubeó unos instantes y dijo nuevamente, Está bien al jardín, y continuó. Abrígelo. Hace mucho frío.Mirando a sus hijas añadió, Mejor será que hablemos mañana cuando me sienta mejor.

    Beatriz dijo, "No, mamá hablemos ahora, ya. ¿Qué es esto de ‘no passará nada?’"

    Astruga bajó los ojos y puso el dedo sobre los labios, como pidiendo silencio.

    Tengo miedo, mamá.

    El delicado rostro de Astruga había oscurecido. Mostraba una inigualada tristeza. Sus ojos, cristalinos y claros, manifestaban angustia. Como una verdadera matrona hebrea creaba paz y harmonía en la familia. Deseaba evitarles a sus hijas las angustias de las nuevas épocas, pero había momentos en que esto parecía imposible. Beatriz apoyó la mano en el hombro de su madre, como si este gesto la ayudara a confesar su temor.

    Astruga se quitó lentamente la cofia que le cubría la cabeza y se sentó en la silleta. Después de un largo silencio, dijo, Ysaac ha ido a ver al rey.

    ¿Al rey? exclamaron al unísono Dulcia y Beatriz.

    Astruga asintió con un leve movimiento de cabeza. Un escalofrío sacudió su delgada figura. Sin mirar a sus hijas directamente, les preguntó ¿Les importaría si bordáramos un círculo amarillo en la camisola o en la capa?

    ¿Un círculo amarillo? ¡qué ocurrencia! dijo Dulcia. ¿I per qué?

    Así lo quiere el rey. Esas son las nuevas órdenes. Ninguno de nosotros podrá salir de casa sin tener una marca que nos distinga. Un distintivo amarillo, como del tamaño de una palma," explicó Astruga levantando la mano derecha.

    Que nos distinga de qué… ¡Salir de casa! ¡Si tan solo eso fuera posible! añadió Beatriz y comenzó a llorar. No és un bon home. Es malvat.

    Podremos salir, claro está, pero siempre y cuando llevemos el distintivo, explicó Astruga.

    Nos deberíamos ir de aquí. El tío David nos escribió, ya lo sabes. El abuelo nos quiere con él en Venecia, dijo Dulcia.

    No sé si deberíamos ir a Venecia, hija. Tu padre decidirá.

    ¡A Venecia! Beatriz gritó. Yo no me voy a ningún lado. No me quiero ir de aquí.

    Nos tenemos que ir. Nos tenemos que ir, repitió Dulcia.

    Beatriz todavía parada al lado de Astruga dijo, ¡Dulcia! Estás loca. ¿Qué es esto? ¿Ir a dónde? ¿Qué ideas son estas?

    Vivimos en continua angustia. Dulcia articuló con temblorosa voz y bajó la vista.

    Beatriz se sentó en el cojín al lado de la silleta.

    Mamá ¿qué es lo que dice Dulcia? Yo no me quiero ir de aquí.

    Astruga se levantó y se aseguró de que la puerta que daba al corredor estuviera cerrada firmemente y, de pie, comenzó a hablar lentamente. Explicó que se acercaban tiempos graves. Sin dejar que su voz delatara temor dijo pausadamente, Han dado orden de que todos los judíos llevemos la señal que les expliqué. No quieren que nos juntemos con los cristianos ni que los visitemos.

    Beatriz interrumpió a su madre Yo no quiero que nadie me distinga de nada.

    Debemos hacer lo que nos pide el rey. Siempre nos habían pedido esto. Es una ley muy antigua, pero ahora exigen que se cumpla.

    Siempre hacemos todo lo que nos pide el rey, volvió a gritar Beatriz con irónica voz. Gesticulando con ambas manos, se paró y comenzó a caminar de pared

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