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No Matarás
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No Matarás

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SOBRE EL LIBRO

Tras hacerse del poder mediante un cruento golpe de estado, el dictador de Melania, Everardo Roncalla, invade al pas vecino, Almenia, declarndole la guerra con la intencin de despojarlo de parte de su territorio.
A pesar de su negativa inicial, Pedro Ancira, hijo del Ministro del Exterior, se vio prcticamente obligado por su padre a darse de alta en el ejrcito. Junto con su amigo Feli-pe Villada, quien al igual que l profesa la conviccin del de-recho a la vida de acuerdo a los ms elementales Principios Universales, vindose obligados a revelarse a sus superiores al negarse a asesinar cobardemente a personas inocentes, por lo cual tienen que enfrentarse a juicio ante un tribunal militar, acusados de desacato y cobarda.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateNov 9, 2011
ISBN9781463312220
No Matarás
Author

Martín Goicoechea Roque

SOBRE EL AUTOR Nacido en la ciudad de México, desde pequeño se con-virtió en fanático de la lectura, desde los más elementales libros infantiles hasta las obras de los clásicos, mostrando una clara preferencia por la novela de corte policiaco y de suspenso, naciéndole con el tiempo la idea de escribir algo de poesía y una novela, desarrollando el manuscrito del libro “NO MATARAS”, mismo que, como suele suceder en estos casos, quedó en el olvido hasta que, casi cuarenta años después, estando ya retirado y convaleciente de una grave enfermedad, externó su inquietud por retomar la idea y reescribir su novela, ante lo cual su esposa, sonriendo, sacó el manuscrito del cajón de los recuerdos y se lo entregó diciendo… AQUÍ ESTÁ. Y aquí está.

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    No Matarás - Martín Goicoechea Roque

    Contents

    DEDICATORIA

    NOTA DEL AUTOR

    PROLOGO

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPITULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPITULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPITULO XII

    CAPITULO XIII

    CAPÍTULO XIV

    CAPÍTULO XV

    CAPÍTULO XVI

    CAPÍTULO XVII

    CAPÍTULO XVIII

    CAPÍTULO XIX

    CAPÍTULO XX

    CAPÍTULO XXI

    CAPÍTULO XXII

    CAPÍTULO XXIII

    CAPÍTULO XXIV

    CAPÍTULO XXV

    CAPÍTULO XXVI

    CAPÍTULO XXVII

    CAPÍTULO XXVIII

    CAPÍTULO XXIX

    EPÍLOGO

    Título en Español:  No Matarás

    Género:                Novela

    Autor:                Martín Goicoechea Roque

    Diseño Portada:    Vicente Gómez Goicoechea

    Corrección:           Alejandra Goicoechea Carniado

    Rocío Goicoechea Carniado

    INDAUTOR:         Registro Público del Derecho de Autor

                                Instituto Nacional del Derecho de Autor

                                Núm. Reg. 03-2008-062513050100-01

                                México, D.F. 4 de julio de 2008

    Todos los derechos reservados conforme a la ley. Queda prohibida toda reproducción parcial o total mediante cualquier medio, sin la autorización escrita del autor, sus herederos o su representante legal.

    DEDICATORIA

    A Elena, amada esposa y amiga, quien durante más de 30 años guardó el manuscrito de este libro y me animó para terminarlo, revisarlo y darle forma.

    A mis hijos: Martín, Elena, Alejandra y Rocío.

    A mis nietos.

    Con amor

    NOTA DEL AUTOR

    Tanto los hechos como los nombres de los países, lugares y personas que se mencionan en esta novela así como los acontecimientos narrados en la misma, son producto de la imaginación del autor, por lo que cualquier similitud con países, lugares o personas de la vida real son coincidencias que en ningún caso denotan la intención de molestar o herir susceptibilidades, formas de pensar o preferencias políticas de ninguna persona o grupo.

    La intención del autor al escribir esta novela es la de poner en evidencia los actos inmorales, injusticias, abusos y prepotencia de algunos gobernantes, independientemente de sus creencias, ideales o tendencias políticas, a las cuales se adaptan generalmente según sus conveniencias y no por convicción, como el caso del comandante Everardo Roncalla, uno de los protagonistas de esta novela.

    Nuestra pretensión, además de divertir y hacer pasar buenos ratos a nuestros lectores es la de crear conciencia en todos ellos, independientemente del país o comunidad a la que pertenezcan, para que no se dejen manejar por discursos o actitudes populistas, por dádivas o ayudas aparentes que sólo servirán para comprar el apoyo popular y los votos de las personas que creen que con esos gobernantes se verán beneficiados, sin considerar que estos, una vez afianzados en el poder, lo único que buscarán será alcanzar sus propios fines de riqueza y poder, sin importar por ello si cientos, miles o millones de personas pierden su libertad y se ven privados de sus derechos más elementales quedando expuestos a perder su propia vida si osan oponerse o criticar la actuación del tirano que los tiene oprimidos y sojuzgados.

    PROLOGO

    ANTECEDENTES

    Situada en la parte noroccidental de la península que lleva su nombre, la República de Melania es un país con una extensión aproximada de 240,000 kilómetros cuadrados y una población de cerca de 5 millones de habitantes.

    Sus principales actividades están ligadas a la explotación de petróleo, a base principalmente de plataformas marítimas, lo cual produce más del 60% de su producto interno bruto; el resto está formado por una cada vez más creciente planta industrial, enfocada primordialmente a la elaboración de derivados del petróleo y la industrialización y comercialización de la producción pesquera que prolifera a través de sus 1,200 kilómetros de litorales, quedando sólo una pequeña parte de su actividad enfocada a la agricultura, principalmente en el área sur de su territorio.

    Por el sur, la república de Melania colinda con su país vecino Almenia, cuya parte suroriente está ubicada dentro del territorio continental y con el resto, por el norte, con más de la mitad de su superficie, comparte con Melania el bloque peninsular. Esta colindancia está formada en más de un 60% por el caudaloso río Almenta, que proveniente del interior de las tierras continentales y vierte su caudal en el océano Atlántico, creando una inmensa ría que separa la punta de los litorales de ambos países. El 40% restante de la frontera está delimitada por una línea virtual conformada en su mayor parte por marismas y pantanos, salvo en la región central, que por estar situada en las partes más altas del territorio, contiene amplias zonas de gran producción agrícola y ganadera en donde se alojan varios importantes centros poblacionales de Almenia.

    Originalmente, cuando querían acceder al continente, los melaneses debían hacerlo por vía marítima o recorriendo la carretera de 120 kilómetros de longitud dentro de territorio almenio, que bordea la zona costera, pero tras una cruenta e inesperada invasión armada, con una duración de 3 semanas, realizada 20 años atrás, el ejército de Melania invadió el territorio almenio y obligó al gobierno a deponer las armas y rendirse para evitar que el pueblo siguiera siendo masacrado al no poder resistir los embates de un ejército mucho más poderoso, que contaba con un armamento muy superior.

    El protocolo de rendición se firmó el mes de marzo de l975, adjudicándose el gobierno melanio, durante este acto, una franja de terreno de casi 1,000 kilómetros cuadrados, teniendo una extensión de más de 100 kilómetros de largo y con una anchura de 12 kilómetros ya dentro de la masa continental y entre 8 y 10 kilómetros por el sur-oriente, en lo que era su anterior colindancia con Almenia, dentro de la cual quedó incluida la única carretera que los comunicaba con el continente.

    Aunque el territorio incautado no tenía un gran valor por sí mismo por tratarse en su mayor parte de marismas y zonas rocosas, Almenia se vio muy afectada en su economía ya que sufrió un fuerte colapso en el sector pesquero al perder casi la tercera parte de sus litorales.

    Después de 2 años, a pesar de los insistentes llamados de las Naciones Unidas, esa organización no logró que Melania devolviera el territorio conquistado. Sin embargo, para evitar las presiones internacionales, el gobierno Melanés, a cambio de la firma por parte de Almenia de un tratado de paz, le otorgó una indemnización de escasos 100 millones de dólares, los cuales fueron apenas un débil paliativo para enfrentar el reto del gobierno almenio para reubicar a más de 10,000 habitantes, que ante la inminente invasión se vieron obligados a abandonar sus tierras, perdiendo negocios, propiedades y medio de vida.

    Tuvieron que transcurrir más de dos décadas y varios cambios de jefes de gobierno en ambos países para que se restablecieran las relaciones diplomáticas, lo cual permitió que poco a poco se reavivara e incrementara el trato entre las dos naciones, normalizándose el intercambio comercial, el flujo de inversiones y el intercambio de personas, principalmente la mano de obra para cubrir puestos de trabajo en la industria, así como el de estudiantes almenios de niveles superiores que acudían a preparatorias y universidades de Melania.

    CAPÍTULO I

    Para la última década del siglo 20, gracias a las buenas gestiones del gobierno almenio por un lado y la disposición del nuevo presidente de Melania, D. Amador Arvizu, estaban muy avanzadas las pláticas para lograr, si no la devolución integral de la zona conquistada más de 20 años antes, sí la coparticipación del gobierno almenio en la administración del mismo, en una especie de interacción común de ambos países en lo que se pretendía instituir como una especie de territorio bilateral.

    Aunque aún no estaba finiquitado el tratado y faltaban muchos puntos y negociaciones para llegar a un acuerdo razonable, algunos sectores de Melania se mostraron radicalmente opuestos a cualquier concesión al respecto, principalmente los sindicatos de pescadores y agricultores así como algunos otros grupos minoritarios, los cuales, manejados por dirigentes radicales y líderes oportunistas realizaron marchas, mítines y ruidosas protestas, llevando a cabo grandes campañas financiadas por diversos grupos locales e internacionales, básicamente izquierdistas, que aprovecharon ese apoyo para atraer adeptos para sus movimientos políticos.

    Fungiendo como uno de los mayores opositores al tratado, al ver en ello la gran oportunidad de escalar alturas políticas que de otra forma difícilmente hubiese alcanzado, el capitán de las Fuerzas Armadas, Everardo Roncalla, se autodenominó vocero de la causa opositora con el entusiasta beneplácito de los líderes radicalistas, que reconocían en él una gran capacidad, lo cual les daba la confianza de estar bien representados y la posibilidad de acrecentar su poder y fuerza, no sólo en sus esferas de influencia, sino en otros campos el ámbito político.

    Tratando de evitar el crecimiento de los problemas, el presidente Arvizu invitó al capitán Roncalla a una reunión para escuchar sus puntos de vista, negociar la situación y evitar enfrentamientos.

    Everardo Roncalla asistió a la cita sin ningún ánimo de reconciliación. Por el contrario; antes de su presentación ante el señor Presidente, se puso de acuerdo con los principales líderes opositores para movilizar un contingente de varios cientos de manifestantes enarbolando pancartas tendenciosas y ofensivas, entre los cuales se infiltraron, vestidos como civiles, algunos oficiales y soldados adictos a su causa.

    Desde el inicio de la entrevista, a la cual asistían también los ministros de Gobierno y del Exterior, el capitán mostró una actitud amable y reconciliadora, pero a las 12:00 hs. en punto, como respondiendo a una señal preconcebida, después de una breve mirada a su reloj desenfundó una pistola con la que apuntó a la cabeza del presidente Arvizu mientras le decía:

    ¬ Usted y sus esbirros están muy equivocados si piensan que me van a convencer de algo; esto es un golpe de estado y dispararé a matar contra el primero que mueva un solo dedo.

    ¬ Capitán Roncalla, le invito a que deponga su actitud y baje el arma. No podrá llegar muy lejos con esto, tanto este salón como el resto del edificio están rodeados de guardias presidenciales.

    ¬Es usted un iluso que menosprecia mi capacidad, señor ex-Presidente, si piensa que puede salir bien librado de este golpe de estado. Tanto entre los manifestantes como entre sus guardias están infiltrados muchos hombres míos, quienes se encuentran dispuestos a disparar contra quien sea ante la menor muestra de rebeldía.

    Aún no se había terminado de escuchar el sonido de la última palabra cuando se oyeron en el pasillo algunos gritos, acompañados el rumor de lucha y seguidos del ruido de varios disparos.

    Haciendo caso omiso de la amenaza del capitán Roncalla y a sabiendas del riesgo de ser alcanzado por alguna de las balas cuyas detonaciones se escuchaban a sus espaldas, el presidente Arvizu se lanzó hacia la puerta que comunicaba el salón de sesiones con el vestíbulo central, solamente para encontrarse frente a un grupo de hombres, que vestidos como policías militares apuntaban sus armas hacia él, al mismo tiempo que constataba, mediante una rápida mirada, que tanto su secretario particular como los tres guardias que tenían a su cargo el resguardo el recinto presidencial habían muerto asesinados por los secuaces de Roncalla.

    Mientras trataba azorado de registrar en su mente la realidad de lo que acababa de ver, en el interior del salón se escucharon dos detonaciones.

    Indignado, se dio la vuelta para regresar a la sala de sesiones a enfrentar a Roncalla, pero éste, con los brazos en jarras y una gran sonrisa en el rostro estaba obstruyendo la puerta. Después, haciendo un mohín de burla, dijo mientras extendía hacia el frente los brazos y miraba la aún humeante pistola que empuñaba en su mano derecha.

    ¬ ¡Lo siento, señor ex-Presidente! Trataron de agredirme y tuve que liquidarlos.

    Acto continuo dejó libre la puerta, permitiendo ver el interior del salón donde se podían observar los cadáveres de los dos ministros que habían participado en las pláticas con él y con el presidente Arvizu.

    ¬ Lo siento mucho¬ repitió el capitán Roncalla¬, pero como le dije antes, ellos me atacaron y tuve que defenderme.

    ¬ ¡Es usted un maldito asesino, Capitán! ellos estaban desarmados¬ gritó el presidente mientras se abalanzaba sobre él, aunque no pudo alcanzarlo, pues dos de los secuaces del usurpador le sujetaron fuertemente los brazos por la espalda.

    Roncalla se acercó a él y, cuando ya lo tuvo cerca le cruzó el rostro con sendas bofetadas mientras le increpaba con desprecio.

    ¬ ¡Si lo que buscas es que te mate elegiste el camino equivocado; no les voy a dar a tus partidarios ningún pretexto para convertirte en un héroe o mártir!¬ y agregó con un tono más suave pero no por eso menos sarcástico:

    ¬ Mañana por la tarde comparecerás ante un tribunal de justicia donde se te procesará por cargos de traición a la Patria, sedición e incitación a la violencia. Una vez declarado culpable serás condenado a morir; no ante un pelotón de fusilamiento como correspondería a un militar o a un defensor de su pueblo, sino como lo que eres en realidad…un traidor a la patria. Serás colgado por la mañana del siguiente día en la Plaza Mayor de la Ciudad y tu cadáver arrojado a los cocodrilos que viven en las marismas.

    Después, asumiendo una actitud despótica y soberbia y haciendo una seña a uno de los oficiales allí presentes, le ordenó:

    ¬ Teniente, llévense a este hombre, enciérrenlo en una celda del cuartel de guardias presidenciales y manténganlo allí, muy bien custodiado, hasta recibir nuevas instrucciones.

    ¬ Sí, Señor¬ contestó el teniente cuadrándose ante su capitán. Acto seguido, volviéndose hacia el presidente Arvizu y tratando de disimular su creciente nerviosismo le ordenó mientras le apuntaba a la espalda¬. ¡Vamos… camine!

    Una vez en el patio del edificio, se dirigieron hacia una furgoneta militar estacionada cerca de la salida. Abriendo la puerta trasera del vehículo, el teniente obligó al presidente a subir y sentarse en una de las bancas interiores. Habiéndose acomodado frente a él y cerrado la puerta, corrió el cristal de la pequeña ventanilla que comunicaba con la cabina del conductor del vehículo y ordenó:

    ¬ ¡Sargento Flores!, no quiero correr riesgos, así que coloque el pasador externo de la puerta para evitar que se pueda abrir desde adentro y condúzcanos directamente al cuartel de guardias presidenciales.

    ¬ Sí, Señor¬ contestó el sargento, quien acto seguido descendió del vehículo y, tras colocar el candado exterior de la puerta trasera, volvió a subir a la cabina diciendo en voz alta:

    ¬ Listo, Teniente.

    No acababa de decir esas palabras cuando se percató de que, mientras él cerraba la puerta trasera, alguien se había introducido en la cabina y al tiempo que le hacía señas de guardar silencio, lo desarmaba mientras le apuntaba con una pistola.

    Al darse cuenta de que algo raro pasaba, el teniente trató de asomarse por la ventanilla pero se encontró de pronto con un arma que apuntaba a su cabeza y una voz que con firmeza le advertía;

    ¬ Soy el general J. Jesús Morteno, usted ya me conoce, teniente; arroje su arma al piso y no intente hacer ningún movimiento extraño, diríjase al fondo del camión y tírese boca abajo en el suelo, coloque los brazos en la espalda y voltee la cara hacia la puerta trasera¬ En seguida, dirigiéndose al presidente Arvizu le entregó unas esposas diciendo:

    ¬Por favor señor Presidente, colóquele las esposas a ese bastardo, recoja su arma y apúntele con ella y si hace algún movimiento sospechoso no dude en dispararle.

    A continuación le ordenó al sargento:

    ¬ ¡Vamos hacia la Plaza de Oriente, rápido!

    Una vez puesto en movimiento el vehículo, tomó un radio teléfono portátil que colgaba de su cinturón, girando por el mismo algunas instrucciones¬

    ¬ Estamos en camino, capitán. Enciendan los motores y estén listos para despegar en cuanto abordemos.

    La furgoneta tomó velocidad y avanzó sorteando a los grupos de manifestantes, que azorados por los disparos que habían escuchado en el interior del edificio y sin saber qué ocurría, no se atrevían a moverse y se hacían torpemente a un lado para dejar paso al vehículo, que poco a poco los dejó atrás dirigiéndose hacia la Plaza de Oriente, a donde arribaron pocos minutos después.

    En el centro de la plaza se encontraba, con el motor funcionando, uno de los helicópteros destinados al transporte de tropas. Al ver avanzar a la furgoneta, el copiloto abrió la puerta e hizo señas para que se acercaran. Una vez detenidos a una prudente distancia, el general Morteno inmovilizó al sargento fijando sus manos al volante con otras esposas, luego tomó las llaves de la furgoneta y se dirigió a la parte de atrás, abrió las puertas y obligó al teniente a replegarse hacia el fondo mientras el presidente descendía del vehículo. Después, mientras colocaba nuevamente el candado en la cerradura de la puerta, dijo:

    ¬ ¡Vamos, Señor!, subamos pronto al helicóptero antes de que los guardias sospechen algo. No sabemos de parte de quien están.

    ¬ ¡Yo no puedo irme!¬ exclamó el presidente¬. No saldré de aquí sin mi familia.

    ¬ Por eso no se preocupe, señor Presidente, su familia está a salvo en lugar seguro.

    No acababa de decir esas palabras cuando la bocina de la furgoneta empezó a sonar insistentemente. El teniente y el sargento alertaron con sus gritos a los guardias y estos corrieron hacia el helicóptero preparando sus armas.

    Apenas tuvieron tiempo el presidente Arvizu y el general Morteno de subir. Antes de acabar de cerrarse la puerta del helicóptero, éste estaba elevándose al tiempo que hacía un violento viraje en el aire, evitando mediante esa hábil maniobra las balas de los soldados.

    Una vez recobrado el resuello, lo primero que hizo el presidente fue preguntar con voz entrecortada.

    ¬ ¿En dónde están mi esposa y mi hija, general?

    ¬ Ellas están a salvo, Señor. Cuando me di cuenta de lo que se estaba fraguando, me comuniqué con gente de mi confianza y les di instrucciones para que un helicóptero las recogiese en su casa y hace ya más de una hora¬ continuó mientras miraba su reloj¬ me han confirmado que volaban hacia Almenia. Así mismo, ya me comuniqué por teléfono con el presidente Carriles para explicarle la situación, avisarle que iban en camino y que posteriormente llegaría usted.

    ¬ Gracias, General, le debo algo más que mi vida.

    ¬ No diga eso, Señor; lo único que hago es cumplir con mi deber; como jefe de la guardia presidencial sólo hago valer el juramento que hice cuando asumí el cargo.

    Después todos guardaron silencio hasta que, habiendo trascurrido algo más de treinta minutos, dirigiéndose al piloto del helicóptero, el general Morteno preguntó:

    ¬ ¿Cómo vamos Capitán? ¿Falta mucho para atravesar la frontera?

    ¬ No, Señor, ya casi llegamos. Si mira hacia el frente alcanzará a ver el río Almenta, por lo cual calculo que estaremos cruzando la frontera en menos de dos minutos.

    ¬ ¿Y existe alguna señal de peligro?

    ¬ Realmente no, General, hace casi cinco minutos que tengo detectados en el radar a tres cazas que vienen en nuestra dirección, pero calculando la distancia y su velocidad de desplazamiento, cuando ellos lleguen al punto donde nos encontramos, nos habremos internado algo más de veinte kilómetros en territorio de Almenia.

    ¬ ¿Y no cree usted que serán capaces de seguirnos e interceptarnos aunque estemos sobre territorio almenio?¬ preguntó el presidente¬; por lo visto el capitán Roncalla no tiene muchos escrúpulos y es capaz de ordenar que nos derriben aunque con ello se violen las reglas internacionales y los derechos territoriales de otro país.

    ¬ No lo veo probable, Señor, a menos que sea tan inconsciente que esté dispuesto a enfrentarse al repudio internacional. De por sí, lo que ha hecho hasta ahora no va a ser bien aceptado ni siquiera por los países cuyos regímenes políticos están de acuerdo con sus tendencias.

    ¬ Eso lo dudo ¬ exclamó el presidente ¬, aquellos que lo han estado asesorando y ayudando económicamente, lo apoyarán con mayor razón ahora que ha tomado el poder. Para ellos lo importante es extender sus filosofías totalitarias.

    ¬ Señor, interrumpió el copiloto, estoy recibiendo un mensaje de parte del presidente Carriles. Nos informan que en cuanto les avisamos que íbamos en camino despegó una flotilla de cazas de la fuerza aérea de Almenia, que nos escoltarán hasta la base militar, donde el propio presidente le espera para darle la bienvenida y ofrecerle asilo político. Por otra parte me comunican que su esposa e hija se encuentran muy bien, están alojadas en la residencia presidencial y están al tanto de su situación y de su próxima llegada.

    Poco después se escuchó el sonido de los motores y apareció ante su vista la flotilla de cazas que los escoltarían hasta el aeropuerto, a donde arribaron 20 minutos después.

    Al bajar del helicóptero, el presidente Arvizu fue recibido con un fuerte abrazo por su colega el presidente de Almenia, con los honores inherentes a su calidad de Jefe de Estado.

    Tras un breve recorrido en el automóvil presidencial en compañía del presidente Jaime Carriles, ya en la residencia oficial, Amador Arvizu pudo estrechar entre sus brazos a su esposa y a su hija, que fueron las únicas que observaron como escurrían de sus ojos dos amargas lágrimas que había tenido que contener por tanto tiempo.

    48 horas después de la salida del Presidente Arvizu del país, el nuevo gobierno de Melania realizó una gestión ante la embajada de Almenia exigiendo su repatriación, misma que fue denegada oficialmente por el Embajador, como portavoz del primer mandatario almenio de concederla, aduciendo que había otorgado asilo político al presidente Arvizu.

    Ese mismo día, durante una ceremonia en la sede del Congreso de Melania, pese a la oposición de la gran mayoría, el capitán Roncalla se auto-ascendió al grado de General y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, nombrándose también Presidente de la República Democrática de Melania.

    En esa misma sesión, Everardo Roncalla anunció la suspensión inmediata de relaciones diplomáticas con el gobierno de Almenia, dando un plazo perentorio de 72 horas a todos los originarios de ese país para abandonar el territorio melanés, so pena de ser tratados como extranjeros indeseables e internados en campos de concentración.

    CAPÍTULO II

    Pedro Ancira se había citado con su amigo Arturo Rojas a las 10 de la mañana en la estación del tren para despedirlo, pero su nerviosismo le hizo llegar con cerca de una hora de anticipación.

    Mientras esperaba, Pedro se dedicó a observar la confusión que reinaba entre la multitud que abarrotaba la enorme sala de espera, el constante ir y venir de gente, las grandes colas de ansiosos viajeros, que solos o en grupos aguardaban su turno ante los mostradores de los aduaneros que otorgaban los salvoconductos, revisaban los equipajes y checaban los boletos de abordar de los pasajeros. De vez en cuando alguna persona era separada de la fila y conducida por un guardia armado hasta una pequeña oficina rodeada de cristales opacos, poniendo como pretexto la revisión a fondo de sus documentos, pero con la intención requisar objetos valiosos o joyas, que a juicio de los inspectores aduanales, no podían ser sacados del país.

    Los que recibían el visto bueno, una vez reacomodados sus equipajes, pasaban directamente al andén donde esperarían su turno para abordar el tren, mientras los familiares y amigos los despedían con emotivos movimientos de brazos a través del enorme cancel de cristales que los separaba.

    Pedro se volvió al sentir que lo tomaban por el brazo y se encontró frente a su gran amigo Arturo. Durante unos segundos se miraron en silencio para fundirse después en un emotivo abrazo.

    ¬ Llegó la hora de despedirnos ¬ dijo Arturo ¬ sólo Dios sabe cuando volveremos a vernos.

    ¬ ¡Vamos, hombre, no seas pesimista! esto durará sólo unos días, ya verás como dentro de poco nos volveremos a reunir aquí mismo en la estación, pero entonces no vendré a despedirte sino a recibirte.

    ¬ No lo sé, Pedro, ojalá tengas razón, aunque dadas las circunstancias yo no puedo ser tan optimista ya que nuestros países están al borde de la guerra.

    ¬ ¡Que va, hombre!¬ objetó Pedro¬, esto no pasa de ser una pose política que se arreglará en unos cuantos días. No te

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