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1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos
1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos
1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos
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1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos

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About this ebook

Pedro Avils Prez, Jaime Herrera Nevarez, Juan N. Guerra, Miguel ngel Flix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo, Manuel Salcido Uzeta, Pablo Acosta Villarreal, Juan Jos Esparragoza Moreno, Gilberto Ontiveros Lucero, Amado Carrillo Fuentes, Joaqun Loera Guzmn, los hermanos Arellano Flix, los hermanos Quintero Payn, Alberto Sicilia Falcn, Hctor Luis Palma Salazar, Rafael Muoz Talavera, Juan Garca brego , Casimiro Campos Espinosa, Luis Medrano Garca, Jos Alonso Prez de la Rosa, scar Malherbe, Oliverio Chvez Araujo, Osiel Crdenas Guilln, Baldomero Medina Garza, Juan Ramn Matta Ballesteros, Pablo Escobar Gaviria, Carlos Enrique Lehder, Gonzalo Rodrguez Gacha, Jorge Luis Ochoa Vzquez, Roberto Surez Gmez, Luis Malpartida, Carlos Langbert, Reynaldo Rodrguez Lpez, los hermanos Rodrguez Orejuela, entre muchos otros, son los principales protagonistas de esta novela poltico-policiaca.

Aunque durante sus respectivos juicios se evit hablar de sus poderosos e influyentes cmplices, al final salieron a relucir los nombres de los polticos, militares y policas como: Miguel Alemn Valds, Luis Echeverra lvarez, Mario Moya Palencia, Manuel Bartlett Daz, Miguel Nazar Haro, Jos Antonio Zorilla Prez, Rafael Chao Lpez, Rafael Aguilar Guajardo, Florentino Ventura Gutirrez, Miguel Aldana Ibarra, Manuel Ibarra Herrera, Carlos Aguilar Garza, Guillermo Gonzlez Calderoni, Emilio Martnez Manautou, Toms Yarrington Ruvalcaba, Leopoldo Snchez Celis, Antonio Toledo Corro, Enrique lvarez del Castillo, scar Flores Snchez, Javier Coello Trejo, Rodolfo Len Aragn, Ral Salinas de Gortari, Jorge Carpizo, Juan Arvalo Gardoqui, Jess Gutirrez Rebollo, Arturo Durazo Moreno, Francisco Sahagn Baca, y de muchsimos personajes ms.

De los expedientes de estas historias, el periodista y escritor Jos Luis Garca Cabrera form la trama de esta su quinta novela: 1920-2000 El Pastel!, un documento apegado a la dura y terrible realidad del trfico de drogas en Mxico.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateAug 16, 2012
ISBN9781463337001
1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos

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    1920-2000 ¡El Pastel! Parte Dos - José Luis García Cabrera

    Copyright © 2012 por José Luis García Cabrera.

    1a Edición: junio de 2012

    Registro Público del Derecho de Autor

    03-2012-050412265500-01

    Diseño de Portada:

    Said A. Morales Marañón

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:            2012914726

    ISBN:                                Tapa Dura                                          978-1-4633-3702-5

                                              Tapa Blanda                                       978-1-4633-3701-8

                                              Libro Electrónico                               978-1-4633-3700-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    425004

    José Luis García Cabrera

    ¡El Pastel!

    Image320.JPG

    Contents

    6.-Erasmo Ibarra; Matamoros

    7.-Enrique, Quique, Medrano; Matamoros, 1988

    8.-Debacle De Los Barones; Eu, Bolivia, Perú, Colombia, 1988

    9.-Fin De Una Leyenda; Ciudad De México, Septiembre De 1988

    10.-Riesgos Del Poder; Matamoros, 1988

    11.-Hombres Del Presidente; Ciudad De México, Diciembre De 1988

    12.-Juan Se Va A Monterrey; Ciudad De México, Febrero De 1989

    13.-Cae El Capo De Capos; Guadalajara, Abril De 1989

    14.-Coello Y Miguel Ángel; Ciudad De Mexico, 1989

    15.-Scheleske, El Soberbio; Mayo De 1989

    16.-Ocaso De Zorrilla; Ciudad De México, Junio De 1989

    17.-Tropezón De Amado; Sinaloa, Ciudad De México, 1989

    18.-Los Narcosatánicos

    19.-Constanzov Sus Discípulos De La Pgr; Matamoros, 1989

    20.-Francisco Solís Zavala, Don Paquito; Ciudad De México, 1989

    21.-Un Ex Policía Infeliz; Ciudad De México, Julio De 1989

    22.-En El Reclusorio Sur, Ciudad De México, Agosto De 1989

    23.-Muerte De El Mexicano; Agosto A Diciembre De 1989

    24.-Se Fragmenta Guadalajara, Nacen Sinaloa, Juárez, Tijuana; 1990

    Capitulo V De La Nacha A Rafael Aguilar Y Amado; Ciudad Juárez, 1906-1990

    2.-Los Nuevos Barones Del Narco; México, 1990

    3.-Capturan A Aldana; Ciudad De México, Marzo De 1990

    4.-Scheleske, Hace Agua, Abril 1990

    5.-Rafael Olvera López, El Rafles; Matamoros, Abril De 1990

    6.-Agotamiento De Un Capo; Ciudad De México, Noviembre De 1990

    7.-La Cárcel De Matamoros; Matamoros, Tamaulipas, 1990

    8.-Espionaje Telefónico; Matamoros, Octubre De 1990

    9.-Preámbulo Sangriento; Matamoros, Abril De 1991

    10.-El Amotinamiento; Matamoros, Mayo De 1991

    11.-Francisco De Jesús Camacho Herrera; Matamoros, Mayo De 1991

    12.-Tomás González, El Gringo; Matamoros, Mayo De 1991

    13.-Se Entrega Escobar Gaviria; Medellín, Colombia, Junio De 1991

    14.-Cae El Cochiloco; Guadalajara, Octubre De 1991

    15.-Don Juan Nepomuceno; Matamoros, Octubre De 1991

    16.-Los Amigos De Calderoni, Guadalajara, Junio De 1992

    17.-Se Fuga Escobar; Medellín, Colombia, Julio De 1992

    18.-La Venganza; México, Agosto Y Septiembre De 1992

    19.-El Chapo Guzmán Y El Güero Palma; 1992

    20.-Los Arellano Félix; Culiacán, 1993

    21.-El Lugarteniente; Matamoros, Inicios De 1993

    22.-Un Ex Federal Menos; Nuevo Laredo, Enero De 1993

    23.-Es Mi Apá; Ciudad De México, Febrero De 1993

    24.-Huye Calderoni; Ciudad De México, Febrero De 1993

    25.-Los Dos Compadres, 1993

    26.-Luis Y Amado; Ciudad De México, 1993

    27.-El Vuelo Del Búho; Ciudad De México, Marzo De 1993

    28.-Descuido Fatal; Cancún, Quintana Roo, Abril De 1993

    29.-Error De Apreciación; Matamoros, Abril De 1993

    30.-La Traición Del Lugarteniente; Monterrey, Abril De 1993

    31.-El Compadre Y El Amable; Matamoros, Mayo De 1993

    32.-Juan Manuel García, El Quince; Matamoros, 1993

    33.-La Pgr Y La Dea; Ciudad De México, 1993

    34.-Los Antinarcóticos Gringos; México, 1993

    Capitulo VI Dos Policías Incómodos; Guadalajara, Mayo De 1993

    2.-El Principe De La Iglesia; Guadalajara, 24 De Mayo De 1993

    3.-¡Utilizados!; Guadalajara, 24 De Mayo De 1993

    4.-Benjamín, El Chino Y Carpizo; Tijuana, 25 De Mayo De 1993

    5.-La Dea En Acción; Ciudad Juárez, Junio De 1993

    6.-El Chino Aragón; Ciudad De México, 1993

    7.-Sergio Aguilar Hernández; Ciudad De México, Junio De 1993

    8.-Reunión De Alto Nivel; Ciudad De México, Junio De 1993

    9.-Segundo Vuelo Del Búho; Matamoros, Junio De 1993

    10.-Ascenso De El Compadre; Matamoros, 1993

    11.-El Borrado; Matamoros, 1993

    12.-Francisco Pérez Monroy; Monterrey-Matamoros, Agosto De 1993

    13.-La Persecución; Ciudad De México, Septiembre De 1993

    14.-Estela Ábrego De García; Matamoros, Noviembre De 1993

    15.-Un Hombre Muerto; Monterrey, Noviembre De 1993

    16.-Se Suicida Escobar; Medellín, Colombia, Diciembre De 1993

    17.-El Aciago 1994; Apresan A Raúl Salinas; Ciudad De México, 1994

    18.-Inicio Del Fin; Monterrey, 1994-1995

    19.-El Cabezón Sosa; Estado De México, Mayo De 1995

    20.-Palidece El Güero Palma; Tepic, Nayarit, 22 De Junio De 1995

    21.-El Chapo En Puente Grande; Guadalajara, Noviembre De 1995

    22.-Asalto En Villa De Juárez: Monterrey, 14 De Enero De 1996

    23-Sesudas Reflexiones: Ciudad De México, 15 De Enero De 199 6

    24.-Yo Entregué A Juan: Houston, Texas, Febrero De 1996

    25.-El Checo Gómez Y El Rafles: Matamoros, 199 6

    26.-Loco De Celos: Estado De México, Agosto De 1996

    27.-Muerte De Un Capo: Estado De México, Agosto De 199 6

    28.-Reo De Por Vida: Houston, Texas, Octubre De 199 6

    29.-El Ingeniero Salinas; Estado De México, Octubre De 1996

    30.-De Vuelta En Puente Grande; Jalisco, 1997

    31.-El Adiós De Amado; Estado De México, Julio De 1997

    32.-Salvador, Baldomero Y Osiel; Matamoros, 1997-1998

    33.-Tomás Yarrington Ruvalcaba; Tamaulipas, 1998-2004

    34.-Punto Final

    Referencias Y Bibliografia

    6.-Erasmo Ibarra; Matamoros

    El sábado muy temprano, José Alonso se despidió cariñosamente de Susana, su amante, y se dirigió al aeropuerto. No tuvo problemas para encontrar plaza en un avión con destino a Orlando, Florida. El día anterior había sido una labor continua, pero se sentía satisfecho. Apenas unas horas antes Juan le había informado que en cuanto regresara pasaría a ser el hombre de confianza de Luis. José Alonso estaba seguro de que a lado de su amigo llegaría a ser un individuo muy rico y poderoso.

    Recostado en su asiento, mentalmente repasó el día que conoció a Erasmo; lo que juntos realizaron y lo bien que se habían llevado durante todo el tiempo que tenían de tratarse. Sin lugar a dudas, pensaba, tenía en buena estima a Erasmo.

    Para ese entonces, 1988, Erasmo era el introductor más importante de cocaína del cártel del Golfo en Miami y tal vez de otras partes de la Unión Americana. Cada semana metía entre cinco y diez toneladas del alcaloide, de las que él obtenía mil dólares por cada kilogramo. Una fortuna: de cinco a diez millones de dólares cada semana.

    Prácticamente, era dueño del ejido Los Arados, una pequeña población de Matamoros con no más de cincuenta familias, a las que generosamente ayudaba en todo lo que éstas le solicitaran, de ahí que en dicho lugar era un paisano muy querido, respetado y hasta protegido. Dicha población, en la que Erasmo vivió por muchos años con su familia hasta que por cuestiones de seguridad decidió llevársela a Brownsville, Texas, está asentada a unos cuantos minutos de distancia de las oficinas de Juan, las de Sendero Nacional. Tras de trasladar a su familia a la ciudad texana, en Los Arados mandó construir una suntuosa y enorme palapa de tres pisos, a donde atendía debidamente a sus muchas amantes, y permitía a su nada pequeña banda pernoctar, embriagar o drogarse. Dicho inmueble, asentado al centro de las seis hectáreas que conformaban la propiedad, estaba rodeado por una malla ciclónica que día y noche era vigilada a través de un circuito cerrado de televisión, además de media docena de hombres fuertemente armados que lo patrullaban, lo que hacía casi imposible que algún indeseable se colara al lugar; también en la zona del ejido, Erasmo era propietario de un lote de autos, que usaba como pantalla parajustificar parte de sus cuantiosos ingresos.

    En los últimos meses, Erasmo había ampliado su banda con unos cuarenta agentes de la Policía Judicial del estado y de la Preventiva municipal, a los que armó con cuernos de chivo y R-15, les pagaba más que bien y, además, proporcionaba base de cocaína, sin pararse a pensar en que todo aquello provocaba frecuentes riñas, balaceras y escándalos entre sus hombres y los vecinos, que estaban alarmados por la presencia de esos individuos. Pero no sólo los ejidatarios estaban escandalizados por esas actitudes de su gente, sino incluso los otros jefes del cártel que bien ocultaban la envidia que sentían por su extraordinario éxito, y que con el pretexto de los desmanes, comenzaron a insidiar en su contra con Juan. El Compadre, El Cabezón Sosa, El Checo Gómez, El Tío y El Paco, en grupo o de manera individual, se quejaban por la forma cómo llegaban armados y lanzando palabrotas o amenazas acompañándole. Y Erasmo sólo se reía, como aprobando aquellas actitudes, sin enterarse que eso le estaba granjeando enemistades y ponía en riesgo a la misma organización.

    José Alonso suspiró. No veía la forma de manejar a Erasmo, que apareció en su vida cuando más necesitaba dinero. Había aprendido a apreciarlo, no por la suntuosa residencia que poco antes le había obsequiado en uno de sus viajes que juntos hicieron en Orlando, sino porque ambos se identificaban plenamente pues tenían mucho en común, y se habían hecho amigos. Se puso a reflexionar sobre lo que había sido su vida, y concluyó que no se arrepentía de nada sino, al contrario, se daba cuenta de que su suerte era extraordinaria. Por lo que fuere, el camino que él mismo había seleccionado seguir apenas unos años antes era el mejor. Para esos tiempos, José Alonso tenía treinta y dos años de edad, una figura muy esbelta, y sus facciones eran las de un hombre apuesto, siempre dispuesto a complacer a cuanta mujer conquistaba.

    La mañana ya había avanzado cuando el avión aterrizó en Orlando. José Alonso se dirigió a su casa (la obsequiada por Erasmo), se duchó y afeitó, y luego se asomó por las ventanas, para ver el trajinar de la gente de aquella ciudad estadounidense. Después se tomó un descanso, pues la entrevista con Erasmo estaba fijada para las doce del día. No es que hubiera necesidad de hacer previa cita para hablar con éste, sino que José Alonso tenía por norma no llegar de improviso y con ello trastornar las actividades de la persona con la que deseara hablar, como en este caso era Erasmo. La noche del viernes le había telefoneado y Erasmo, con su peculiar estilo-norteño y franco-le había dicho que él no necesitaba anunciarse antes para ser recibido; que su casa era su casa y que podía disponer de ella a la hora que él deseara.

    -Pepito, que gusto escucharte. Caramba, ¿por qué no has venido? ¿Te espero?, ¿voy por ti? ¿a qué horas llegas?

    Al escuchar a su amigo, José Alonso no se sorprendió en absoluto ante el hecho de mostrarse con él siempre bien dispuesto a plegarse a sus deseos. Le explicó que llegaría directamente a su casa, para darle una vueltecita, porque nunca estaba por demás que los vecinos se dieran cuenta que él era el propietario, y que el inmueble no estaba deshabitado por completo. Le dijo que pasaría a verle a las doce del día, para que le invitara el almuerzo y posteriormente pudieran hablar de los negocios, a petición de Juan. Erasmo se manifestó conforme y hasta le adelantó que también él tenía necesidad de comentarle algunos asuntos personales.

    Poco después, José Alonso estaba sentado a la mesa de un comedor confortable y lujoso. No se sorprendió, sabía del buen gusto de su amigo que personalmente había acudido a la puerta cuando tocó el timbre llamador.

    Erasmo, como ya lo dijimos, era un hombre apuesto, alto y delgado que vestía de manera informal, pero elegante. Hijo de padres humildes, a los diez años se dedicaba a vagar o a ganarse unos cuantos centavos haciendo mandados a quien se lo pidiera. A los veinte ayudaba en las faenas propias del campo y comenzó a reunirse con gente nada recomendable, y afloró su gusto por las armas de fuego, en especial las metralletas R-15; afición que mantendría al paso de los años, por lo que casi a diario practicaba el tiro al blanco, lo mismo desde un auto en marcha que bajando de éste disparando; de tal manera que se hizo un excelente tirador. A los treinta años, junto con Juan, ya descargaba grandes cantidades de mercancía en el rancho El Soliceño, y se había convertido en el más importante introductor de cocaína a Miami, en sociedad, en Matamoros, con Mauricio Ramos González, El Guicho Ramos, y de José Muñoz, en el territorio estadounidense. El primero tenía una empacadora de legumbres en Mercedes, Texas, negocio que utilizaba como pantalla parajustificar sus ingresos por la transportación de droga. José Muñoz, por su parte, era un apuesto y elegante empresario que poseía una flotilla de pesados trailer de volteo y varios campamentos donde ocultaba a cientos de ilegales que trabajaban en sus enormes plantaciones de cítricos. Pero aun en la cúspide, Erasmo siguió conservando su ruda, pero respetuosa y amistosa forma de hablar. Con las mujeres era como un semental, y eso lo sabían muy bien éstas.

    Como ya hemos dicho, después de llevarse a su familia a Brownsville Erasmo prácticamente ya no asistía a Matamoros, donde sus guardaespaldas, matones o mandaderos, ante su ausencia se embriagaban o drogaban o ambas cosas a la vez, por lo que escandalizaban y molestaban a los vecinos. Luego se dedicaban al secuestro o armaban balaceras en los antros a los que acostumbraban asistir, ante el enojo y temor de los vecinos. Así pues, más que ayudarle, esos individuos comenzaron a causarle frecuentes problemas, entre los mismos miembros del grupo de Juan que, con la envidia a flor de piel por su vertiginoso ascenso en el mundo de la droga, buscaban cualquier pretexto para deshacerse de él. A Juan comenzó a intranquilizarle lo que con insistencia se decía de Erasmo y su gente. Si no había actuado en consecuencia, era porque le estimaba y, sobre todo, porque le generaba fabulosas utilidades colocando sus cargamentos en el territorio estadounidense. Envió a José Alonso a hablar con él, por la conocida amistad que le unía a ambos. Y entre otras cosas, le exigiera que se deshiciera de sus conflictivos hombres o, de lo contrario, tal vez se producirían algunos problemas.

    Erasmo recibió a José Alonso cortés y efusivamente. A pesar de toda su enorme fortuna, seguía siendo el mismo hombre sencillo y amable al que años atrás conoció El Amable. En sus movimientos había vitalidad y tenía, lo mismo que José Alonso, el aire del hombre que no se somete ante nadie.

    Apenas tomaron asiento, José Alonso habló sin rodeos. Dijo que era el emisario de Juan, y que éste le agradecería si ponía un hasta aquí a sus revoltosos hombres, y dedicaba mayor tiempo al negocio, pues el hecho de que casi ya no diera la cara en Matamoros iba en perjuicio de los negocios, ya que su nombre comenzaba a significar nada para la mayoría de la gente de la organización.

    El rostro de Erasmo permanecía impasible. Luego habló, y en su voz se notaba un leve dejo de ansiedad.

    -Pepito, siento que Juan me quiere chingar. Échame la mano. Tú tienes mucha influencia sobre él.

    José Alonso fingió ignorar las preocupaciones y zalameras y amistosas palabras de Erasmo.

    -Erasmo-le dijo-, Juan te estima de verdad. Por eso estoy aquí. Lo único que te pide es que atiendas mejor el negocio, y amarres a tus perros o te deshagas de ellos. Eso es todo.

    -No sé por qué, pero últimamente he sentido que la gente de Juan me quiere chingar. Me ven con recelo, con enojo. Se enfadan porque me ven acompañado de mis hombres, a los que les pago para eso, para que me cuiden, para que me acompañen a donde yo jale, ¿me entiendes? Échame la mano, Pepito. Dile que voy a seguir trabajando para él, pero desde aquí; que a Matamoros sólo iré cuando realmente sea necesario. En cuanto a mis hombres, voy hablar con ellos; que se dejen de desmadres o se van a la chingada, ¿de acuerdo? ¡Ah!, y otra cosa, como un favor muy especial, échales un ojo a mis hermanos (Ignacio y César). Sé que son un desmadre, tú los conoces, pero son mi sangre. Por favor, mi hermano, échales un ojo y háblame por teléfono si es necesario, okey?

    José Alonso escuchó las efusivas peticiones de Erasmo como lo hubiera hecho un confesor, pues al fin y al cabo era su amigo; quien lo escuchara en esos momentos jamás podría imaginarse que era el hombre de Juan que cada semana manejaba decenas de millones de dólares en droga. Las palabras de Erasmo en verdad le habían afectado, por lo que después de tranquilizarlo y de asegurarle que vería por sus hermanos, transmitiría a Juan sus inquietudes y su deseo de seguir trabajando para él, pero desde territorio estadounidense, se dispusieron a desayunar lo que minutos antes les había preparado la esposa de Erasmo, quien por disposición de su marido, junto con sus hijos, se había abstenido de estar presentes mientras ellos hablaban de negocios.

    Durante la tarde de aquel mismo día, fueron a visitar al elegante socio de Erasmo, José Muñoz, quien les invitó a comer. Después, a petición de José Alonso, ambos le llevaron a su casa de Orlando, diciéndole que más tarde un auto pasaría a recogerlo para llevarlo a cenar a la finca campestre de Muñoz, por lo que le sugirieron que llevara un saco de noche, y toda la vitalidad de la que disponía, porque las damas que le presentarían eran más que exigentes.

    -De acuerdo, de acuerdo-dijo sonriendo con picara complicidad José Alonso.

    Cuando un par de días después José Alonso le dio pormenores de su entrevista con Erasmo, y desde luego de sus fundados temores, Juan pareció no sorprenderse. Se interesó por todos y cada uno de los detalles, e hizo una mueca de disgusto cuando José Alonso le contó lo de sus temores de que querían deshacerse de él. Luego le preguntó sobre el socio de Erasmo, El Guicho Ramos, y como le contestó que hacia tiempo se lo había presentado el propio Erasmo, Juan le pidió que en la primera oportunidad él se lo presentara, porque quería conocerlo personalmente.

    La última pregunta que le hizo a José Alonso fue:

    -¿Lo viste realmente con miedo?

    Antes de contestar, José Alonso pensó debidamente su respuesta.

    Los años le habían enseñado que la mayoría de la gente demuestra su valor de manera muy diferente. El hecho de que Erasmo le hubiera dicho que sentía que Juan o su gente lo querían chingar, no significaba que tuviera miedo a la real o ficticia amenaza. ¿Estaba dispuesto a dejarse chingar? No, definitivamente, no. De tal manera que José Alonso, tras de reflexionar que Erasmo tenía los suficientes güevos para no dejarse despojar de todo cuanto poseía, no dudó en contestar:

    -No.

    Eso fue todo. Juan estuvo de acuerdo con la respuesta de José Alonso, y hasta pareció tranquilizarse. Luego, sin que se lo pidiera, le explicó que de parte de él, Erasmo no tenía nada que temer, porque le estimaba y se había ganado su respeto por la forma como había abierto el mercado en Miami, el cual crecía de manera sorprendente y le estaba generando fabulosas utilidades a la organización. Sin embargo, le dijo que no le cabía la menor duda de que sus hombres más cercanos-aunque se habían cuidado de comentárselo abiertamente-, realmente tenían envidia del éxito de Erasmo, por lo tanto, temía que alguno de éstos intentaran sacarlo del negocio a la mala, desde luego, le dijo, sin su aprobación.

    En ese momento José Alonso comprendió por qué Erasmo no quería regresar a Matamoros: sabía perfectamente que existía el peligro real, tanto para él como para su familia. Entonces se preguntó si aún deseaba seguir viviendo en ese mundo de envidias y traiciones.

    Días más adelante, El Amable viajó al Distrito Federal a encontrarse con Luis, quien con una sonrisa y un fuerte abrazo le dio la bienvenida. Luego le explicó que a partir de entonces tendría que ver a la gente que él mismo le indicaría. Como Luis era un convencido que la gente se deja llevar por la primera imagen que le causa su interlocutor, junto con los nombres de las primeras personas que habría ver de inmediato, a El Amable le entregó una buena cantidad de trajes de fino casimir cortado a su medida, así como cien mil dólares para sus gastos.

    Cuando horas después José Alonso salió a cumplir la primera misión encomendada por su nuevo jefe, era ya otro hombre. Se sentía contento, satisfecho de pertenecer a un mundo en el que los hombres como él, eran debidamente recompensados por poderosos e influyentes jefes como Luis.

    7.-Enrique, Quique,

    Medrano; Matamoros, 1988

    José Alonso acompañaba a Juan en el restaurante bar Drink Inn, a donde comía y bebía en compañía de Óscar Malherbe, José Luis Sosa, Francisco Guerra, Francisco Pérez Monroy, Sergio Gómez, y Nacho, El Nachín, este último miembro de la escolta personal de Juan. Pasaban de las diez de la noche, cuando hizo su aparición Enrique Medrano, El Quique, primo hermano de Luis de unos veintitrés años. Desinhibido, como todos los muchachos de esa edad, se acercó a la mesa para saludarlos. Por su tono de voz parecía completamente feliz. Por varios minutos, la simpatía y los chistes del recién llegado hicieron reír a los comensales, menos a El Nachín, pues el encanto personal de Enrique nunca había hecho mella en él. Juan y sus acompañantes se sintieron decepcionados cuando El Quique, un rato después, se despidió porque, dijo, había dejado a una persona esperándole a bordo de su camioneta Grand Price.

    En cuanto el joven se retiró, todos perdieron interés por las bromas, y luego continuaron platicando de un sin fin de frioleras que a nadie importaban. Cuando se disponían retirarse, hasta la mesa se acercó un patrullero de la Preventiva y pidió hablar con El Amable. José Alonso suspiró. Hasta antes de ingresar a la organización, nadie le molestaba cuando departía con sus amistades, pero ahora era una verdadera lata, no le dejaban ni a sol ni a sombra. Si no era uno era otro, el caso es que la gente no lo dejaba en paz. Claro que ahora los asuntos que se le trataban, regularmente eran de importancia para la organización. Así que pensando que la presencia del uniformado obedecía para algo relacionado con el negocio, se levantó de la mesa y pidió que el patrullero le siguiera para a solas le explicara de qué se trataba. Un par de minutos después regresó a la mesa. Traía el rostro desencajado, por lo que antes de tomar asiento, Juan le preguntó:

    -¿Sucede algo, Pepito?

    -Acaban de matar a Enrique, al Quique…

    -¿Quééé?-exclamaron todos a la vez, con verdadero asombro.

    -Pero si no hace ni quince minutos que estuvo con nosotros-agregó Juan, contrariado-. Amable, hay que avisarle de inmediato a don Luis, su primo hermano, para que él disponga lo qué se deba hacer.

    Luego, dirigiéndose al resto de sus acompañantes, enérgicamente ordenó:

    -Ayúdenle en todo lo que sea necesario. Encuentren al cabrón o cabrones que hicieron esto.

    Poco antes de las once de la noche, Enrique Medrano abordó su Grand Price a donde le esperaba Iliana Salinas Niño en el asiento del copiloto, una bella y coqueta joven matamorense un poco mayor que él. Apenas trepó al vehículo, rodeó con sus brazos a la muchacha y la besó en los labios. La boca de Iliana era fresca y dulce. Enrique se sentía inmensamente feliz. Tenían apenas unas semanas de andar juntos; le fascinaba su belleza y no le importaba que ya hubiera sido mujer de Armando Barrera Caballero, ni amante de su primo Luis, de Erasmo y de César, secretario particular de Erasmo. Tenía un cuerpo esbelto y bien torneado, una piel blanca y suave, un temperamento apasionado. Ella correspondió generosamente al beso y estuvieron besándose por unos minutos más, hasta que ella sutilmente le pidió se retiraran de ese lugar.

    Antes de meter las velocidades, Enrique vio por el espejo retrovisor que una camioneta Cherokee se ponía detrás de ellos y acto seguido su conductor encendía y apagaba las luces delanteras. Al reconocer el vehículo, Enrique entendió que le llamaban.

    -¿Qué sucede?-preguntó nerviosamente ella.

    -Nada, mi amor. Son amigos, déjame ver lo qué quieren-contestó él, mientras descendía del lujoso vehículo.

    Por el espejo retrovisor, ella vio a Enrique hablar con el conductor de la Cherokee a través de la ventanilla bajada. Le vio sonreír mientras manoteaba. También observó que el conductor iba acompañado de otros dos individuos sentados a un lado de éste, pero por la distancia y la poca luz de la calle, a ninguno de los tres pudo reconocer debidamente. Cuando un par de minutos después Enrique regresó, le preguntó:

    -¿Quiénes son? ¿Para qué te querían?

    -Son amigos míos. Son Óscar, César y El Nachín. Querían saludarme y bromear un poco. No te preocupes.

    La muchacha guardó silencio. Se abstuvo de decirle que uno de sus tres amigos le pretendía y que César había sido su amante. No lo hizo, para evitar problemas entre ambos, además, pensó, el pretendiente la dejaría de molestar al paso de los días, aunque tenía sus dudas. Pensaba decirlo a Enrique, si el pretendiente insistía y comportaba grosero con ella.

    Calles adelante, mientras daban vueltas en el Grand Price, sin decidir dónde pasar juntos un par de horas más, la misma camioneta Cherokee les alcanzó y se colocó nuevamente detrás del vehículo de ellos. Y como la vez anterior, comenzó a encender y apagar sus luces delanteras. Malhumorado, ahora Enrique se orilló sobre el entronque que forman las calles Siete, Matamoros y Herrera para estacionarse.

    -¿Y ahora qué quieren estos?-dijo, irritado, mientras descendía y caminaba hasta la Cherokee por el lado del conductor.

    En la calle, el frío de la noche calaba un poco, eran los últimos días de la primavera de 1988. Desde el Grand Price, ella seguía con su mirada a Enrique que se acercaba a la camioneta. Ya casi junto a la Cherokee, observó cómo por la ventanilla del conductor apareció una pistola. Supo lo que iba a suceder, pero el miedo la paralizó y le impidió gritar. Enrique, por su parte, al ver el metálico cañón frente a sus ojos, enmudeció, hasta el punto de que cuando la bala se alojaba en su cerebro, no lanzó ni el más ligero quejido. El asesino podía haber disparado cuantas veces así lo hubiera querido, pero al verle la cabeza destrozada ya no lo creyó necesario; además, se dejó dominar por el pánico al percatarse que Iliana observaba desde el Grand Price, y algunos paseantes, aunque a distancia, le miraban.

    Iliana estaba paralizada. Desde el interior del lujoso vehículo miraba a su novio tendido boca arriba sobre el asfalto de la calle, rodeado de un gran charco de sangre. Los mirones se habían agrupado alrededor del cuerpo, pero comenzaron a moverse en cuanto apareció la primera patrulla. El triste ulular de la sirena del auto de la policía, le sacó a ella de su momentáneo shock y, ante el temor de verse involucrada salió del Grand Price y sigilosamente se retiró del lugar.

    -Acaban de dispararle a tu primo Enrique-dijo José Alonso, sin preámbulo apenas estuvo frente a Luis, acompañado de Óscar, El Compadre; José Luis, El Cabezón y Nacho, El Nachín-. Está entre la Siete, Matamoros y Herrera. Juan nos dijo que nos pusiéramos a tus órdenes, que tú dispusieras lo qué hay que hacerse.

    Desde el otro lado de la mesa, Leticia, la esposa de Luis, vio cómo el rostro de su marido enrojecía. Sus ojos despedían odio infinito, muerte.

    -¿Qué ocurre?-preguntó con inquietud.

    Luis le impuso silencio con un gesto, le volvió la espalda y le preguntó a El Amable que, al igual que sus tres acompañantes, esperaba de pie a un lado de la enorme mesa del comedor:

    -¿Ya saben quién fue?

    -No, pero parece que andaba con una muchacha, su novia, en los momentos que le mataron-fue la respuesta de José Alonso.

    -¿Saben quién es, dónde vive?

    La respuesta fue negativa, si bien El Compadre le dijo que seguramente había sido alguno de los hombres de Rodolfo, Fito, Larrazolo Rubio, jefe de seguridad de la empresa Ferrocarriles Nacionales de México, con quienes Enrique había tenido algunas diferencias.

    Luis trató de adivinar lo que había ocurrido. Intentó imaginar qué sería lo mejor hacer en estos casos. No tenía ni idea de los motivos por los que su primo hermano había sido muerto, pues era un joven tranquilo, amable, simpático y muy querido por todos. Por un momento llegó a creer que el crimen lo había ordenado un hombre poderoso, que quería enfrentarlo a él por el negocio. Sin embargo de inmediato desechó ese pensamiento. Y como no tenía mayores elementos que las sospechas de El Compadre, dijo de manera inusual, pues regularmente evitaba las palabrotas:

    -Bien, llamen de inmediato a otros hombres más, que se vengan para acá, para ir a ver a esos hijos de la chingada.

    Su esposa estaba llorando en silencio. La miró durante un momento y luego, tiernamente, dijo:

    -Tú no te preocupes, nada va suceder. Si llama alguien de los nuestros, diles que me hablen al celular, por el teléfono especial. A las otras llamadas (la de la policía o los periodistas que ya se habían enterado que el difunto era su primo hermano), diles que tú no sabes nada.

    Al ver la expresión asustada de ella, añadió, algo impaciente, pero sin levantar la voz:

    -Tú no tienes nada que temer; sólo voy a investigar qué fue lo que sucedió con El Quique. No te preocupes, por favor.

    Dicho esto, salió de la casa acompañado de sus hombres, y de la veintena más que ya le esperaban afuera a bordo de varios vehículos. La mayoría de ellos portaba cuernos de chivo o pistolas de grueso calibre.

    Era cerca de la una de la madrugada, cuando llegaron a las instalaciones ferroviarias donde se reunía la gente del jefe de seguridad, Fito Larrazolo. Eran trabajadores de la paraestatal que, dirigidos por Larrazolo Rubio, se daban tiempo para dedicarse al lucrativo contrabando de mercancía ilegal y mariguana utilizando los trenes y en general toda la infraestructura de la empresa. Los trabajadores eran, en realidad, una bien organizada banda de delincuentes.

    Antes de abordar la docena de autos en los que se trasladarían hasta las instalaciones de la paraestatal, apenas a unos cuantos minutos de distancia, Luis les había dado las instrucciones pertinentes.

    Nada de balazos, sólo golpes, porque de lo que se trataba era indagar quiénes habían participado en el homicidio. Por lo demás, tenían plena libertad de acción. La mayoría de aquellos hombres eran gati-lleros de la banda Los Texas, a los que Juan y Luis contrataban para asuntos como el que nos toca narrar. Eran individuos a los que se les temía por la violencia que utilizaban en sus trabajos, responsables de la mayor parte de los asesinatos achacados al cártel del Golfo.

    Cuando la decena de cómplices de Fito Larrazolo vieron llegar a Luis y sus hombres, no podían imaginar que estaban perdidos. Apenas los vieron, algunos de la pandilla de Luis se abalanzaron sobre los corruptos trabajadores, para asirlos fuertemente por detrás. Inmovilizados de esta manera, otros comenzaron a interrogarlos. Un fuerte puñetazo en plena nariz fue el inicio; luego, de manera sistemática, profesional, se les inició un duro, brutal, golpeteo en las partes blandas. Pero cuando creían que los trabajadores podrían perder el sentido, dejaban de golpearlos para preguntarles quién había disparado en contra de El Quique. Ante la respuesta de que nosotros no sabemos nada de eso, los pandilleros golpeaban más fuerte; se recreaban en la paliza, como si eso los hiciera más importantes ante su jefe que con el ceño fruncido les miraba actuar. No lanzaban sus golpes a tontas ni a locas, sino que lo hacían despacio y aplicando en cada puñetazo todo el peso de su cuerpo. El martirio para aquellos infelices continuó hasta cuando los primeros rayos del sol hicieron su aparición en Matamoros. Hasta que El Amable, convencido de que aquellos hombres realmente no sabían nada sobre el asesinato, se acercó a Luis para tratar de convencerlo de que ordenara el cese de aquella absurda tortura que ya rayaba en el sadismo.

    -Ya ha sido bastante, Luis-dijo-. Estos cabrones no saben nada. De saber quién mató al Quique, con esas madrizas, ya hubieran cantado, ¿no crees?

    -Tienes razón. ¿Pero entonces quién fue? Escucha, si es preciso voltearé de cabeza Matamoros, pero he de saber quién mató a mi primo. Diles que ya le paren. Vamos a buscar por otro lugar.

    Antes de retirarse, los golpeadores-que se habían turnado para permitir que los primeros tomaran un descanso-se limpiaron el sudor que les escurría por la frente y les había mojado las axilas. Echaron una mirada a los rostros de los caídos, totalmente irreconocibles.

    A una orden, todos entraron rápidamente a los vehículos que arrancaron a gran velocidad en dirección a las oficinas de Luis, ubicadas en el Fraccionamiento Victoria.

    Durante el transcurso de la mañana de ese domingo, mientras almorzaban frugalmente para reponer las energías perdidas durante la brutal paliza a los empleados de Fito Larrazolo, uno de sus hombres, Gerardo N., conocido como El Gera, de repente le dijo a un malhumorado e irascible Luis, que no había probado alimento ni tenía idea de qué nuevo paso dar para llegar hasta los homicidas de su primo hermano:

    -¿Sabe qué, don Luis?, creo saber quién es la muchacha con la que andaba El Quique.

    A la sola mención de esto, Luis dejó de juguetear al instante con su pluma de oro macizo, lo que acostumbraba hacer cuando algo le preocupaba o molestaba, como un medio para evitar estallar sus tensos nervios.

    -¿Sabes cómo se llama?, ¿a dónde vive?-preguntó con impaciencia.

    -No sé cómo se llama, pero sí dónde vive-contestó con emoción El Gera.

    Algunos de los que escucharon aquello emitieron un ligero silbido, para demostrar que estaban impresionados por aquella inesperada revelación. Luis vio a cada uno de aquellos desalmados hombres, y decidió que para no asustar a la muchacha sólo irían a verla, José Alonso, El Gera y él. Y así lo hicieron.

    Mientras José Alonso conducía el vehículo por el rumbo que El Gera le indicaba, Luis comenzó a reconocer la zona y tuvo el presentimiento de quién era la novia de su primo: Iliana, su ex amante. Sin embargo no dijo nada, pero creyó observar cómo José Alonso también se tensaba, sospechando lo mismo que él, pero tampoco hizo comentario alguno. Cuando minutos después llegaron al domicilio indicado, ambos comprobaron sus sospechas. Pero no hubo necesidad de ni siquiera llamar a la puerta ni presionarla para que contara lo sucedido, puesto que la hermosa Ilia-na ya los esperaba. La pobre muchacha estaba hecha un mar de lágrimas, más que asustada y dispuesta a contar todo lo que había visto. Allí mismo, en la puerta, les contó todo lo sucedido, agregando que cuando Enrique se bajó de su Grand Price, le había dicho que se trataba de sus amigos Óscar y César, el secretario de Erasmo. Pero por temor a complicar todavía más las cosas, la llorosa muchacha se abstuvo de comentarles que también con ellos dos iba Nacho, El Nachín, el guardaespaldas de Juan. Aún así, al enterarse que los asesinos eran hombres de Erasmo, tanto Luis como José Alonso no pudieron evitar, por la sorpresa, abrir los ojos desmesuradamente. Se despidieron de la mujer, le dijeron que no se preocupara, que nada le iba a suceder a ella. Sólo le pidieron que a nadie más contara lo que les acaba de decir. Apenas la chica volvió al interior de su casa, Luis ordenó regresar a sus oficinas del Fraccionamiento Victoria. Por varios minutos Luis no dijo nada, parecía analizar cada uno de los detalles que se le acababan de revelar. Después de esto, ya casi para llegar, mientras José Alonso conducía, pudo ver que en el rostro de Luis había una expresión de profunda ira. La boca apretada y sus negras cejas contraídas, formaban una gruesa línea sobre sus ojos centellantes.

    -Muy bien, hijos de su puta madre. Se metieron con mi familia, pues ahora van a saber quién soy yo.

    El Amable y El Gera escucharon las maldiciones y amenazas sin decir nada, hasta que llegaron a las oficinas a donde Luis llamó a todos sus hombres, para exponerles el plan que había cavilado durante el trayecto de regreso, para capturar a los dos hombres de Erasmo. Ya más sereno, les explicó que el asunto no sería sencillo, dado a que Óscar y César estarían protegidos por los cuarenta matones de Erasmo, de los que sabían se armaban con cuernos de chivo, R-15 y pistolas de grueso calibre. De ahí que comentó que el factor sorpresa sería su principal arma.

    En realidad el plan era sencillo. A bordo de sus vehículos, primero llegarían sorpresivamente al lote de autos y someterían a los hombres que Erasmo siempre tenía allí apostados; si oponían resistencia, allí mismo serían asesinados; en caso negativo se les esposarían las manos y trasladaría a las oficinas del Fraccionamiento Victoria, a donde se les dejarían algunos hombres custodiándolos, para su posterior interrogatorio. Se haría exactamente lo mismo para capturar al resto de hombres que se encontraban en el ejido Los Arados, custodiando la suntuosa palapa. Pero como la finca estaba protegida por una malla ciclónica y vigilada por un circuito cerrado de televisión, además de hombres armados, se decidió que la invasión se haría simultáneamente por los cuatro flancos, a bordo de los vehículos que conducidos a gran velocidad, derribarían sin problemas la protección de alambre.

    Los dos sorpresivos operativos fueron un completo éxito. Se desarrollaron tal y como se acaba de explicar y casi sin hacer disparos, entre las nueve y diez de la noche de aquel domingo. Desde luego que durante la invasión a la finca, tras derribar por cuatro diferentes lados la malla ciclónica, los hombres de Erasmo intentaron oponer resistencia, pero andaban tan ebrios o drogados, que fácilmente fueron sometidos por el comando dirigido por Luis y José Alonso. Al concluir, los invasores tenían en las oficinas del Fraccionamiento Victoria a diecisiete hombres detenidos, entre ellos un hermano y un tío de Erasmo, a los que El Amable, para tranquilizarlos, les dijo:

    -No se preocupen, al que queremos es a César, el secretario de Erasmo.

    Durante los ya conocidos interrogatorios de la gente de Luis, que duraron hasta el amanecer-como en el caso de los empleados del Fito Larrazolo-se pudo saber que tras el homicidio, César había huido a Texas a reunirse con Erasmo, en espera de que éste le protegiera de la venganza de Luis. Sin embargo, en esta ocasión los torturadores se extralimitaron con los detenidos. Además de utilizar los puños y los pies, enloquecidos por la droga y el alcohol ingeridos durante el trabajo, en el suelo, comenzaron a golpear sus cabezas con las pesadas culatas de sus cuernos de chivo, así que cuando amaneció el piso del predio hasta donde se les había llevado, estaba tinto de sangre, con pedazos de cráneo y masa encefálica regada. Cuando menos siete de los detenidos habían muerto de esa brutal forma con la cabeza reventada a golpes.

    La carnicería se dio mientras El Amable y Luis llevaban hasta las oficinas al hermano y al tío de Erasmo, con la intención de negociar el intercambio de sus dos parientes por César, su secretario. El Amable se comunicó por teléfono con él. Le explicó lo sucedido y el intercambio que proponía Luis. Como es de suponerse, Erasmo de inmediato aceptó el canje, quedando que al día siguiente, a las seis de la tarde, le entregaría a César en el interior de la cajuela de un auto. El intercambio se llevaría a cabo en el puente viejo de revisión de autos.

    -Erasmo, no te preocupes. Tú me entregas el carro y yo personalmente te entrego a tu hermano y a tu tío, ¿okey?-dijo El Amable a un afligido Erasmo que le suplicó no le hicieran nada a sus dos parientes.

    De esa manera el hermano y el tío de Erasmo, no habían perdido la vida en manos de Los Texas.

    Al día siguiente, tal y como se había acordado, ante el disimulo de los agentes aduanales de dicho puente de revisión que ya estaban enterados del intercambio, Erasmo entregó encajuelado y esposado de las manos a César, y El Amable hizo lo propio con su hermano y su tío. Sujeto por el cinturón, El Amable llevó al rehén hasta la camioneta Bronco, donde esperaba Luis en compañía de El Compadre y El Gringo. Apenas lo tuvo al alcance, Luis se contuvo para no golpearlo o matarlo ahí mismo. Pero en cambio le escupió la pregunta que creía obligada desde que se enteró del homicidio:

    -¿Por qué lo mataste, si mi primo no se metía con nadie?

    El shock de haber sido encajuelado por el hombre al que acudió para que le protegiera, había sido terrible para César. A Erasmo nada le había importado que al entregarlo, lo obligaba a vivir una segunda pesadilla que culminaría indudablemente en su asesinato. Pero al saberse cerca de la muerte, César decidió contarle a Luis lo que realmente había sucedido, como una remota posibilidad de salvar la vida.

    -Don Luis, yo no lo hice, se lo juro por mi madre. Quien mató a su primo hermano fue Nacho, El Nachín…

    -¡Quééé!-exclamaron todos a la vez, más que asombrados por lo que acababan de escuchar.

    -Como lo oye, don Luis. Fue El Nachín quien mató al Quique, por la novia-agregó César ya dispuesto a salvar la vida-. Cuando su primo llegó a saludar a don Juan y sus amigos, Nacho, sin que nadie se diera cuenta, dejó la mesa de don Juan y sus amigos y salió a esperarlo en la Cherokee en la que andábamos Óscar y yo. Sin saber lo que planeaba, le permitimos subir a la camioneta a donde comenzó a ondearse, platicar y bromear, pero nunca nos comentó sus intenciones. A los pocos minutos salió El Quique y entonces Nacho me pidió que encendiera y apagara las luces para que su primo se acercara, porque dijo que quería hablar con él. Cuando su primo se acercó, le empezó a reclamar por lo de Iliana, pero Enrique no le hizo caso y hasta se rió, lo que molestó a Nacho pero no hizo nada. Cuando Quique regresó a su carro, me pidió que le siguiéramos y calles adelante otra vez me dijo que me colocara atrás de la camioneta de su primo, y encendiera y apagara las luces, porque de nuevo quería hablar con él y pedirle disculpas, lo que a mí me pareció estaba bien, porque El Quique no se metía con nadie. Pero apenas se acercó su primo, El Nachín sacó una pistola y le disparó en la cabeza. Al verlo caer, Nacho nos amenazó a Óscar y a mí con matarnos si decíamos algo. Luego me exigió lo regresara al Drink Inn con don Juan y sus amigos. Óscar y yo tuvimos miedo. Nos fuimos del lugar y yo después me fui hasta con Erasmo, para comentarle lo qué había sucedido. Y eso fue todo, don Luis. Le juro que todo lo que le he dicho es la verdad.

    Antes de que César concluyera su sorprendente relato, Luis supo que decía la verdad. Se dio cuenta de que El Nachín, aquel oscuro guardaespaldas de Juan, a todos juntos, incluidos Juan y él que se creían tan listos, les había engañado como a unos niños. Durante las últimas cuarenta horas hasta había andado con ellos buscando al asesino de su primo, cuando él lo era; había participado en la paliza propinada a los hombres de Fito Larrazolo, y en la invasión al ejido Los Arados. ¡El muy canalla! Era totalmente increíble. ¿Es que ya no se podía confiar en nadie?

    Tras de escuchar la versión de César, Luis bajó de la Bronco, hizo una llamada telefónica desde su celular, volvió a subir al vehículo y ordenó le trasladaran a las oficinas de Juan. Había decidido ocuparse personalmente del asunto. Quería saldar la afrenta de El Nachín. Había engañado a todos. Y esa falta de respeto tenía que ser castigada.

    Todos los detalles estaban ya arreglados. Cuidando que no sospechara nada, Luis había pedido a Juan que concentrara a Nacho en su oficina de Sendero Nacional; exigió a sus acompañantes absoluta discreción, para no delatar que ya sabían la verdad; que capturaran a Nacho sin violencia mientras él hablaba con Juan y que, al igual que a César, de inmediato le llevaran a sus oficinas del Fraccionamiento Victoria.

    Minutos después llegaron a Sendero Nacional y frente a la oficina de Juan descendieron de la Bronco. Al primero que vieron fue a Nacho, cuidando la entrada con un cuerno de chivo en las manos. Al ver apearse a Luis, El Compadre, El Gringo y El Amable (a César, que permanecía esposado de las manos, le ordenaron que no bajara y se mantuviera oculto), Nacho empuñó con fuerza la metralleta y les

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