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Una Vida Plena...Y Más
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Una Vida Plena...Y Más

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About this ebook

Este libro trata de una vida, una vida como pocas, pero al igual que muchas, llena de recuerdos; recuerdos amargos y recuerdos dulces; lgrimas y lamentos, alegras y tristezas, dolor y regocijo, amor y pasin, ambicin, esperanzas y anhelos.
Y en fin, todo lo que se tiene que experimentar
para forjarse un alma, y conocer la fe.
Una vida como pocas, llena de lo anterior, y ms an. Aunque en la realidad, y visto a fondo, ninguna vida es igual a otras, pero el fin de todas, es el mismo la felicidad.
Si un hombre se pasa la vida obsesionado en busca de esta, no es muy seguro que la encuentre, porque normalmente, ella es la que llega a encontrarnos, y todo el mundo sabe que no es exclusiva de los que logran el poder y la riqueza
Si no del espritu que la merezca;
Y no dudo que se le entregue al ms jodido de los hombres,
O al ms rico, pero en la proporcin,
Que a cada quien le corresponde.
Igual que con la autorrealizacin,
Que no consiste en tener mucho, tener poco, o tener nada,
Porque esta es personal,
Y viene siendo la suma de todas las felicidades
A lo largo de la vida.
Como aquel que vive de la caza y de la pesca,
Que la vive constante;
O el obrero que de vez en cuando;
O del empresario, que la siente a veces;
O la del rico, que la tiene tal vez de vez en cuando;
O el muy poderoso y millonario,
Que siempre se la pasa tratando de encontrarla.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateSep 5, 2012
ISBN9781463337728
Una Vida Plena...Y Más
Author

José Manuel Infante Guevara

José Manuel Infante Guevara “Bulganin” nació el 8 de mayo de 1953 en Tetitlan, municipio de Tecpan de Galeana Guerrero, México. Estudió la primaria por etapas, desde los seis años hasta terminarla a los dieciséis, por falta de recursos y en parte por la ideología de su padre de que era mejor quedarse en la ignorancia y no complicarse la vida aprendiendo. Pero por ambiciones de ser y sobresalir, decidió sumergirse en la lectura y aprender todo lo que se le ponía por delante. Desde muy pequeño sintió pasión por la lectura y la escritura. Empezó a escribir en su adolescencia cualquier cosa que se le ocurría y poesía. Su ambición y curiosidad le hicieron aprender muchos oficios: electricista, fontanero, soldador, trazador, dibujante… y actualmente quiere dedicarse a la escritura. Su deseo es escribir cada día mejor y su ambición le anima a llegar a escribir como los escritores que tanto admira. Ha escrito dos libros, el primero titulado Poesía amorosa, erótica…y otras, y el segundo Una vida plena… y más.

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    Una Vida Plena...Y Más - José Manuel Infante Guevara

     I

    ¡Tova!… ¡Tova!… dice Marcial que si vamoj a laj iguana, -este se estiraba una o dos veces, pero se incorporaba de inmediato, -Pero no me llevo con él, tamoj peliaoj, -no le hace, yo voy a ir, -ta gueno, dile que ahí voy. -Tova, mi hermano, tendría once o doce años y Marcial era de su misma edad, mientras que yo les llevaba dos años más o menos, pero en cuestión de cacería de iguanas, armadillos cucuchitas, o palomas torcazas, u otros animales comestibles que encontráramos, ellos eran los expertos, porque eran más apasionados que yo, en cuestiones de caza; sucedía lo mismo cuando era para ir de pesca, ya sea al estero, o al rio, y en algunas ocasiones, a la playa que se encontraba a poca distancia de nuestro poblado, aunque para ir de pesca a la playa, se juntaban con nosotros otros dos o tres compañeros de la misma edad de mi hermano Tova. -más adelante platicare en qué consistía, y como llevábamos a cabo la pesca en las playas de nuestro pueblo. Cuando íbamos de cacería, normalmente éramos Tova, Marcial y yo, y en algunas otras ocasiones se unía a nosotros otro compañero, siendo los líderes de esta actividad, Tova y Marcial, y como en ocasiones ellos estaban peleados, yo era intermediario para comunicarse y ponerse de acuerdo entre ellos, en cuanto a planes, rutas que debíamos seguir, o estrategias de caza en el momento que encontrábamos la presa. --dile a Tova que allá esta una iguana en la palmera aquella, -y a la vez que yo aguzaba la vista hacia donde el me indicaba, le comunicaba a Tova, -dice Marcial que allá en aquella palmera esta una iguana. -o viceversa cuando Tova era el que la descubría. -Bulga, dile a Marcial que se ponga abajo del tamarindillo, porque por ahí va caer la iguana, -y Marcial que oía las instrucciones se ponía en el lugar indicado, sin que yo alcanzara o tuviera necesidad de pasarle el mensaje, porque se mandaban estos, estando demasiado cerca el uno del otro, solo separados por mí, Marcial siempre tubo mínimo dos perros entrenados para la cacería, hubo un tiempo que tuvo tres, y siempre tubo originalidad para ponerles nombre, uno se llamaba cual, otro, quien y el tercero, se llamaba como. Y según él, para cuando le preguntara alguien: -¿Cómo se llama este perro, Marcial?, -él les contestaría, -¿Cuál?, -Y si era por el otro, -¿quién?, - y si por el tercero, contestaría, -¿Cómo?, -en fin, esas eran sus puntadas, que siempre considere muy originales y chistosas, como casi siempre me pareció a mí el, muy chistoso; pero si los cuidaba y se preocupaba por ellos; y vaya que los tenía bien entrenados para la cacería, y si en alguna ocasión alguien le ofrecía algún perro de raza, él no lo aceptaba, porque decía, (e incluso teníamos siempre la idea, y yo la sigo teniendo aun), de que los perros de raza no servían para la cacería, e incluso se les consideraba muy delicados y enfermizos, y los perros mestizos aguantan mucho más, y pueden y se conforman, hasta con tortilla dura, y cualquier carne de cualquier animal que les cortáramos para ellos, además de que el perro que se escogía para la cacería, debía tener en las patas traseras una uña, que normalmente tienen los perros como atrofiada, y que la tienen arribita de sus patas, y a veces en forma de media luna, y que algunos perros ya no la tienen, y el perro que no tiene esta uña, no servirá para la cacería, en cambio a los perros que nosotros teníamos (Tova y yo), rara vez nos salían buenos para la caza, pero como quiera en algo ayudaban para la misma, en una ocasión tuvimos un perro color medio anaranjado que llamábamos el pajarillo, el cual, este si era bueno, pero a mi madrastra no sé por qué le caía mal, y un día que andaba enojada, me ordeno que me lo llevara lejos al otro lado del cerro, entre el monte, y que allá lo dejara amarrado, así que obligado y renegando por esta orden, me fui llorando a dejarlo amarrado en el monte, y amenazado por mi madrastra, de que si el perro regresaba me iba a ir muy mal, así que con el miedo que a veces nos inspiraba Julia, (mi madrastra así se llamaba), pues llorando y todo, lo amarre bien, y hasta me puse a hablar con él, como si fuera humano, y haciéndome a la idea, de que si yo le hablaba triste, me iba a perdonar por lo que le estaba haciendo, así que me regrese a la casa llorando y diciéndole a Julia que el perro iba a sufrir mucho, y que esa, era una forma de morir muy fea, y que, pobre pajarillo, como estará llorando ahorita, y a lo mejor ya tiene sed, y que cuando yo lo había dejado se me quedo viendo como pidiendo que no lo dejara, y así, muchas cosas me la pase diciéndole a Julia, y casi toda la noche le hablaba yo a ella del sufrimiento del pajarillo, y ella: -¡ya cállate Bulga, déjame dormir! -Y yo le seguí, hasta que el cansancio me venció, pero en la mañana muy temprano seguí llorando por mi perro, y llorándole a Julia que perdonara a este, y durante todo el día me la pase detrás de ella, hasta en la tarde que yo creo la canse, o le causó lastima ver mi sufrimiento, o yo le hice que pensara en el perro, sufriendo, y muriendo de sed y hambre, me dijo: -¡ya vete por tu chingao perro, Bulga, ya déjame en paz!. -y continuando con la cacería, así pues, caminábamos todo el día por huertas de palmeras, y de cuando en cuando, escogíamos una palmera, que según nuestros conocimientos, era de cocos dulces, o había del tipo picositos, de sabor de jarabe, o de los que según nosotros, sabían un poco a vino, y hasta emborrachaban ; y uno de nosotros según al que le tocara en turno, tenía que subir para bajarlos y tomar hasta tres o cuatro cocos cada uno, ¡ha!, y que fueran de cuchara, como le llamábamos a los cocos que tienen la pulpa semiblanda, para llenar nuestros estómagos elásticos, (en la actualidad me sigue sorprendiendo el recuerdo de cómo nos crecía el estómago, para poder tomar y comer hasta tres cocos, y hasta cuatro, ya que me siguen gustando, y hoy, en la actualidad, y con mi estómago más grande y abultado, muy apenas puedo comer un coco, y a veces uno y medio, y llego a la conclusión, de que estábamos acostumbrados a comer muy de vez en cuando, así que cuando había oportunidad la aprovechábamos al máximo, acostumbrando al estómago a crecer, para aprovechar estos momentos, que podía ser esta, una comida para todo el día), era igual con las sandias, cuando pasábamos por los bajiales, (me imagino que así le llamaban por ser zonas bajas, donde comúnmente se sembraba la sandía, en algunas temporadas), cuando pasábamos por esas zonas, que podíamos andar, o pasar libremente porque no era temporal de esta fruta, encontrábamos una que otra mata de sandía, y cuando apenas eran unas bolitas del tamaño de una pelota de golf, hacíamos un hoyo al lado de estas sandias, y las enterrábamos, así que cuando, cuatro o cinco semanas después las buscábamos, escarbando esperanzados, y ahí estaban bajo la arena, (que era el tipo de tierra arenosa de la zona sandillera), tremenda sandia roja y jugosa, una, o dos, o tres que habíamos escondido bajo tierra, para que no se las comieran los tlacuaches, o tejones, o cualquier otro animal, incluso las salvábamos de otras gentes que ni se imaginaban lo que estaba bajo tierra, en esas matas de sandía dadas a destiempo), así que nos funcionaba la artimaña usada para llenar nuestros hambrientos y sedientos estómagos, durante las jornadas de cacería.

    También sucedía en algunas ocasiones, que cuando agarrábamos con rumbo del monte, en los cerros, y en lo más intrincado de este, llegábamos a descubrir tremendas enramadas salvajes de la planta de uva de monte, que incluso cuando nos internábamos por debajo de estas enramadas, teníamos que caminar agachados, y los racimos de uva, hasta nos pegaban en la cabeza y en la cara, solo que estas uvas son muy acidas, aunque se ven maduros algunos racimos, y las que comíamos eran las que ya habían caído al suelo, y que casi deshaciéndose de maduras, estas si estaban dulces, e incluso ya fermentadas, y con cierto golpe de alcohol, que nosotros terminábamos (según nosotros), ya medio mareados, por el vino natural de las uvas fermentadas, y muy dulces, que estaban tiradas en el piso, pero también nos tocó experimentar en una ocasión que llegamos debajo de unos tamarindillos, una especie de árbol que se da en la sierra, y que por lo frondoso, hasta parece de noche cuando te internas entre estos. y así fue, llegamos en un lugar copado de estos árboles, y otros, pero predominantes estos, y casi obscuro por tanta sombra, que se nos dejaron venir como una sombra adicional, una capa gruesa de moscos saca sangre, (de los zancones), que por momentos nos cubrían el cuerpo, y cuando tirábamos manotazos, hasta sentíamos el cuerpo grueso de estos, por lo abundante, y entre manotazos, pegamos la carrera Tova, Marcial y yo, hacia donde el instinto nos indicaba, que encontraríamos algo de luz solar, para librarnos de la nube que nos seguía hambreada de sangre, y cuando logramos llegar a un claro, nos mirábamos espantados, para luego caer en una risa, que yo estoy seguro que ni era risa normal, y que solo era de nervios, señalándonos unos a otros, por lo chistoso que habíamos quedado, todos rojos por los miles de piquetes que no pudimos evadir con los manotazos que pegábamos sobre nosotros mismos; tal vez por tantas cosas raras que vimos, y vivimos, esta experiencia de los moscos, y otras, no tardábamos mucho en olvidarlas, tal vez porque conforme pasa la vida, va uno descubriendo cosas que pudiéramos haber pensado en ese tiempo, que no tenían nada de espectacular, y que solo eran cosas desconocidas para nosotros, que aún estábamos descubriendo el mundo, y hasta las olvidábamos enseguida, y hoy que ya he vivido, no lo suficiente, pero sí bastante, considere escribir estas experiencias, que nunca me ha tocado volver a sentir, y nadie me ha comentado nunca algo parecido, y si acaso este tipo de situaciones, no hace mucho lo vi en una película que trata de la sobrevivencia de un piloto, que cayó su aeronave en tierras pantanosas, y valla que es traumático y mortal, ser atacado por nubes de estos mosquitos, como lo vi en la película esta, que según fue un caso de la vida real. otra situación que merece que la escriba, es lo que nos sucedió en una ocasión, que andando en las partes más elevadas de los cerros cercanos a mi pueblo, durante la cacería, los perros, de improviso, y al mismo tiempo, ventearon el aire desde arriba de unas rocas muy grandes, como en algunas ocasiones lo hacían, cuando olfateaban una presa de las que cazábamos nosotros, entonces los tres, marcial, toba y yo, pusimos atención a esto, como lo hacíamos siempre, ante esta reacción de los perros, y listos para seguirlos en cuando pegaban la carrera, y así lo hicimos cuando estos corrieron excitados, y en un momento, solo por los ladridos nos guiábamos hacia donde iban corriendo los perros, y al llegar donde estaban, (eran tres perros entrenados para la caza) nos pareció extraño que estos, solo le ladraban, pero sin acercarse a la cueva pequeña y cercana a unas grandes rocas, entonces Marcial, atreviéndose, y de retirado, puso en posición el espejo que siempre utilizábamos para proyectar la luz del sol al interior de las cuevas, ya sea de armadillos, u otros animales excavadores, y fue solo un momento, cuando sin decir nada más, salto gritando: -¡el diablo! Dejando tirado el espejo, y solo lo vimos correr y perderse entre el monte, entonces ya intrigados y sin poder evitar la curiosidad, mi hermano Tova, que como ya lo he dicho anteriormente, yo siempre lo consideraba más valiente que la mayoría de los que conocía, también tomo el espejo, y proyectando la luz hacia el interior de la cueva, se quedó atento, y como extasiado, mientras yo lo apuraba para que me dijera que es lo que se veía, solo grito: -¡si ej el diablo, Bulga, córrele!, -y también salió corriendo por la misma ruta que Marcial ; yo también quise correr, pues ya con las expresiones verdaderamente de pánico, que yo les vi a los dos antes de pegar la carrera estos, me dieron ganas también de correr, pero me gano la curiosidad, y que hago la misma operación que ellos para ver en el interior, y resulta que había un animal con la piel arrugada, encorvado y de piel roñosa, mirando muy atento hacia la luz del sol que se

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