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Nosotras Las De Ahora
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Ebook180 pages2 hours

Nosotras Las De Ahora

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About this ebook

INICIACIN

Tambin a l le doli el cuerpo al penetrarla.
Aunque se desmoronaron sus contornos,
ella se humedeci aceptndolo.
Mientras el aire despejaba aquel vaho caliente
y sus ojos se desempaaban, el hombre, sin tocar la herida, entro en ella y reg el puado de semilla.
Entonces arrim las dos manos sobre el mango de la pala
dejando caer la quijada para descansar.



Cuento Breve Iniciacin. Primer Premio Concurso Barandal Universidad Autnoma de Puebla (BUAP) Jurado Dr. Gerardo Sampedro del Villar y Gabriel Wolfson. Publicado en la revista literaria Tierra Adentro, Mxico.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateJul 18, 2013
ISBN9781463341220
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    Nosotras Las De Ahora - Aura Aguirre Aguirre

    Copyright © 2013 por Aura Aguirre Aguirre.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2012919374

    ISBN:   Tapa Blanda             978-1-4633-4123-7

                 Libro Electrónico   978-1-4633-4122-0

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 12/07/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

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    Gratis desde México al 01.800.288.2243

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    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    428700

    Índice

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    XXI

    XXII

    XXIII

    Caminos del Alma

    Poemario Safari del tiempo

    A Una Mujer Que Bien Conozco

    Al Cristo de mi cabecera

    Tu Eres Mi Tierra Prometida

    Memoria

    Decoración

    Escape

    Fortuna

    Iniciación

    Aura Aguirre Aguirre

    I

    ¿L as cafeterías?… ¿Qué tanto le importaba a él para que servían? hay canciones que entonamos sin ponernos de acuerdo con la circunstancia, con tan sólo recordar algo que se nos ha quedado muy adentro; hay brillo en las lágrimas de los que se van a morir, como también en los ojos de los que nos empeñamos en vivir de los recuerdos, tarareando con silbidos nuestros miedos, intentando borrar los espejismos que por mucho tiempo, se extendieron más allá de nuestras realidades, envolviéndonos entre las sábanas de un mundo que en cada despertar nos originó la fuerza de una lucha por concretar nuestros ideales sea dentro de nuestros matrimonios, con nuestros hijos, o con la más sencilla de las interpretaciones de la vida :los amaneceres que valían la pena contemplarlos con la humildad del corazón que no hace preguntas sobre el mañana.

    Las cafeterías son en eso y en nuestro momento de interactuar, remanso para nuestras inquietudes, receso de actividades o rutinas, parte- aguas en nuestras vidas impulso de alguna voz amigable que de repente con una palabra acierta a descifrar el crucigrama de alguna preocupación que al expresarla, se vuelve sin sentido.

    Disfrutar la experiencia de tener una amiga con quien hablar cuando los sinsabores de la vida nos rebasan o cuando la alegría nos invita a repartir ilusiones, es nuestro eje para humanizar el tiempo, compartir un complot de experiencias y sentimientos que al desflorarlos, como pétalos sobre una mesa, nos solidarizan en el acuerdo de que cada día es un reto sorpresivo y la lucha aunque el corazón, difiera, continua…

    Con Susana, en especial, hemos traspasado esa puerta de intimidad cobijadas en el afrodisíaco perfume de las cafeterías, dejando en cada sorbo de café, el temblor de las manos y en la loza curvilínea de las asas de marfil, inseguridades, sueños, porque entre los seres que atravesamos este viaje, el silencio resulta la peor mentira cuando no enfrentamos a tiempo, a nuestros retos.

    Esos cinco últimos años nos dieron la templanza para no romper definitivamente con nuestras relaciones de familia, matrimonios que si bien aún no los llevábamos cuestas, habían empezado a ahogarse en un aburrimiento invernal. La sensación de haber cruzado con agilidad el puente del pasado nos enfrentaba a la actual que era volver a ver y saber que aquel puente había desaparecido hacia el punto final del no regreso.

    Entendimos que no era falta de amor, ese sentimiento de hastío ensordecido en pensamientos de abandono. Nadie sería capaz de tirar los recuerdos por la ventana, patear una mascota, ser ingrato con aquella persona que sin ser de la familia, para bien o para mal se entremetió o fue seducido en nuestro viaje y estuvo dispuesto a compartir el lecho y los diarios sinsabores, convirtiéndose en artífice de la consecución de sueños imposibles que sólo el amor de pareja puede alcanzar y que sin embargo, el redescubrir de pronto que dentro de cada una de nosotras iba naciendo otra persona diferente, nos planteaba un crucigrama al que había que encontrarle la solución, humana y prudente…

    Era necesario compartir experiencias para sentir que no estábamos solas en esa parte del viaje.

    Con Susana, Tania, Sara, Clementina, Cumandá, Isabel, nos aproximábamos a la edad que hace temblar a propios y extraños y aunque nuestras vidas sentimentales se parecen entre sí, nadie quería dar el primer paso y aceptar que los problemas no eran totalmente diferentes a los de todas las mujeres que pisaban el umbral de los cincuenta, y no sólo dentro de esa confraternidad en la que el destino nos había involucrado. Este desfase ocurría entre la población femenina de todo el mundo sin que las perspectivas originales de nuestra existencia como mujeres se hubieran opacado por la maternidad, el cumplimiento de nuestras misiones en casa.

    No había nada que arrebatarle al tiempo, solamente caminar con confianza el trecho por venir a cuyo desconocimiento, a veces, anteponíamos nuestros miedos. Por eso nos reuníamos para enfrentarnos sin traicionarnos.

    De allí surgieron nuestras reuniones en las cafeterías y empezaron a ser frecuentes hasta que entendimos que teníamos que darles crédito a esos lugares donde nos citábamos con personas que ya podíamos llamar amigas, inscritas en los mismos problemas. Escucharnos, nos alertaba a comprender que no estábamos traspasando leyes, rompiendo cánones, desbaratando códigos sociales ni tabúes porque cada generación vive sus propias circunstancias, y a la altura de nuestras vidas teníamos que apresurarnos a reconocer que habíamos alcanzado la edad de oro en la que cada minuto es precioso y no hay vuelta atrás.

    Como te veo, me ves, Como me ves te verás aquella frase estremecedora que Clementina la mayor del grupo solía verbalizar con gran seguridad, en un tono solemne, un poco amenazador, y que a Susana le parecía que era un pretexto para taparse las arrugas de la piel, pedir perdón por su paso lento, su voz quebradiza, se vislumbraba como una verdad absoluta que hacía temblar la foto de adolescente que ese momento Susana sostenía entre las manos.

    Aquella foto ortodoxa, entronada en el álbum recorrido más de mil veces. La foto característica de los quince años.

    …Pensó a la distancia de esos años, recordó la imagen del único fotógrafo de la ciudad, develando su antigua y peculiar cámara, en parapetada en el caballete y cuya misión era captar la imagen precisa, cuando la mano derecha del hombre, levantaba el manto negro y vampírico ocultándole la cabeza como si fuera un encapuchado y hacía sonar un click.

    Aquel Click, ultimátum para que los ojos de las quinceañeras se fijaran en la cámara sin descuidar la belleza de la sonrisa, balanceada entre el pudor y el inocente deseo con el que bordaban sus primeros sueños de amor.

    Costaba mucho el material del negativo como para excederse en pruebas, pero era más difícil haber obtenido la aceptación de su padre para ingresar en ese debut extraño requerido por la sociedad y su sigiloso que dirán al que tenían que aprender a respetarlo con quebrantamiento de voluntad, sumisión, y negación de sus deseos más elementales.

    Los recuerdos agitaron a Susana que estaba clavada en uno de esos lapsos en los que la vida nos pone a prueba con sus imprevistas circunstancias. Confusas, se le trepaban las emociones por la espina dorsal, como flechas, aguijones horadando la debilidad de las vértebras.

    Sentía que no estaba allí, en su propia escena, que quizá, nunca estuvo en ninguna parte, aunque blandiendo la seguridad de que en cualquiera hubiera dejado algún resabio. Que su espíritu se había embotellado como el de un genio, y se había olvidado de cómo seguir adelante, sin una matriz energética, con un planteamiento diferente dentro de la pareja.

    ¡Que hermosos! eran esos álbumes que la dibujaban perfecta en aquella noche en la que vestía el traje blanco, ajustado a su virginidad empeñada para el amor de su vida.

    Valía la pena resguardar esas fotografías que después siguieron llenando páginas y más páginas con los abrazos de Agustín, las sonrisas maternales de ella sosteniendo entre sus brazos a cada uno de sus hijos, hasta confundirse en un sueño del que apenas entendía su realidad.

    Su mirada, ahora empequeñecida a fuerza de enfocar, superando las premoniciones de la presbicia, se clavaba en una misión de reconocimiento al fijarse en aquel traje, con sus olores de azucena, sus miedos de menstruación adelantada.

    Aquel traje, que más parecía el de su primera comunión. Si, era cierto, como la gente decía… su obediencia le había procurado respeto para Agustín, y sobre todo la satisfacción de su madre que era quien se lo había elegido, y delante de quien, finalmente. Agustín, con la cabeza baja y las orejas rojas, le había perdonado que ella se encerrara en el baño, las pocas veces que fue a visitarla.

    La complicidad con la futura suegra le alivianaba el camino y aunque él no escuchaba las pláticas algo sonsas de la mujer que negociaba a su hija, optó por la perseverancia hasta que Susana, vencida, aceptara el matrimonio aunque por muchos años siguiera soñando en amar a un muchacho tan joven que no era Agustín.

    Pero, poco a poco, su carácter débil, su ternura, la sumisión, la hicieron entender que el motivo de una boda era sólo el de ser esposa y el motivo del matrimonio, la consecución de que con el tiempo, Agustín le enseñara a ser buena amante para al final, convertirse en esa solida compañera, a quien él le entregaría las riendas del hogar y la educación de los hijos.

    En los pliegues del vestido contó los años que vivió con Agustín y agradeció que el hombre la había respetado en la noche de bodas, le perdonó sus sollozos y la esperó hasta que se rindiera de llorar por algo que no entendía y que con los años se convirtió en la unión más fuerte de sus vidas.

    Las páginas del álbum le iban despertando los recuerdos en las fibras más íntimas del alma. ¡Cuántas fotos!, si las sumáramos a las que existen en todo el mundo podríamos hacer una escalinata a Júpiter. Pero la realidad era que a estas alturas de la vida, los álbumes sólo estaban en el mejor de los casos, para decorar

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