Agua Que No Quita La Sed
By Gina Peña
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Agua que no quita la sed, primera entrega de la triloga Agua, con descaro se asoma a la vida de muchas familias inmersas en la doble moral mexicana de finales del siglo XX. Entre risas, llantos y gritos, el despliegue de opiniones de Marcela, su mam y Mauricio se fragmenta ante un solo teln de fondo: cumplir las expectativas.
Gina Peña
Publicista, joyera, artesana, consultora y sobre todo, coleccionista de historias, Gina Peña presenta en su obra un caleidoscopio de la sociedad mexicana, coloreado con voces que se superponen y entrelazan. La narrativa fluye, tan cruda como divertida, cautivando con personajes que los lectores fácilmente identifican entre sus conocidos. Bajo este sello editorial ha publicado las primeras dos novelas de su trilogía Agua.
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Agua Que No Quita La Sed - Gina Peña
Copyright © 2014 por Gina Peña.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014910930
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-8699-3
Tapa Blanda 978-1-4633-8701-3
Libro Electrónico 978-1-4633-8700-6
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 14/07/2014
Palibrio LLC
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
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Desde otro país al +1.812.671.9757
Fax: 01.812.355.1576
476104
DEDICATORIA
A todas las Marcelas, Genas y Mauricios que inspiraron esta historia.
AGRADECIMIENTOS
Gracias a Agustín Monsreal, Carlos Salcido,
Maru Llaguno, María Luisa Vilchis, Maricelita Díaz, Amira Abdel, Adriana Chalela, Marco Sahagún y Pamela Gutiérrez. Su apoyo ha sido enorme.
Lord! Somebody, somebody
Can anybody find me somebody to love?
¡Señor! Alguien, alguien
¿Alguien puede encontrarme a quién amar?
Mercury, Freddy (1976).
Somebody to love (Grabado por Queen).
A day at the races. EMI. Reino Unido.
—Yo le ayudo.
Será la providencia la que habla, pensé, conte-
niendo el vómito. Al voltear descubrí una sonrisa enorme bajo una mazorca casi rojiza.
— Ándele, deje que yo lo haga. A mí no me da asco.
Dos bocanadas de aire exterior me permitieron agradecerle desde la puerta.
— No me hables de usted.
— Mucho gusto, soy Mauricio.
— Eres un ángel. De nuevo, gracias. Me llamo Marcela.
— No es nada. Los bebés me encantan mucho. Me gustaría tener uno.
— Estás muy joven para ser papá…
— Ni tanto. Tengo diecinueve años.
Ya lo había visto. Era el mensajero de la guardería del sindicato de maestros donde hacía el servicio social tras terminar los estudios de administración de instituciones en el ESDAI, una universidad para mujeres del Opus Dei. A decir verdad, se trataba más de una terapia ocupacional que de un trámite universitario. Me cayó bien y hasta guapo lo encontré en sus pantalones luidos y camisa brillosa de tanta plancha. Con otro peinado y bien vestidito, hasta por modelo pasaría.
— ¿No trabajas con la Foca?
— No la conozco, yo estoy en la primera oficina, pero la directora me pidió cubrir a la chica de cuneros un rato…
— Ah, te digo, es la Foca… Así le dicen a tu jefa, por negra y resbalosa…
Quise reservarme la risa, pero no pude. Además de encantador, resultó simpático. A partir de ese día nos saludamos, primero de mano y luego de beso. A la semana comíamos juntos en una fondita, con otros compañeros, que poco a poco me aceptaron como parte del grupo. Las pláticas se hicieron cada vez más entre nosotros y menos entre los demás. El beso mañanero se alejaba del cachete hasta que un buen día, se posó sobre mis labios. Como de pajarito, acompañado de un quihúbole, ¿qué dices, Mache? Se lo permití. Mejor dicho, me lo permití. Al fin y al cabo mi estancia en la guardaría pronto finalizaría para no volverlo a ver…
Surgió una especie de intimidad en nuestras pláticas. Me buscaba en la oficina entre archivos y arsenales de papeles, cuando mi supervisora le preguntaba qué lo llevaba por mi área, respondía pus aquí nomás oreándome. Me divertía mucho con él, con sus ocurrencias. Un día le di aventón a casa de la novia y me la presentó. Sentí celos. Y molestia ante una niña tan desabrida y mal vestida que podía tener un encantador novio, mientras que yo permanecía sola. Me consolaba pensar que Mauricio no era para mí y en el pretenso en turno, aún sin cuajar. Además, mi servicio social traía pronta caducidad.
Tenía yo veintitrés años y salvo un novio a los quince, que con dificultad podría calificarse como tal, sólo galanes desairados desfilaron por casa. A partir de los dieciocho mi prioridad fue la de encontrar un novio-candidato-a-marido. Lo ideal, uno solo. Dos, aceptable, incluso hasta tres. Más, te convertían en primera rebanada del pan Bimbo, que suele recibir sólo desaire y manoseo. El aspirante debía cumplir con una serie de requisitos: buena familia, apellido que sonara, visible fortuna, con al menos dos o tres generaciones de profesionistas, ningún escándalo y que los padres siguieran juntos. Además de la prístina cuna, se esperaba que pintara para un futuro prometedor, con carrera y mucha formalidad. Vamos, ni Alberto de Mónaco ni Carlos de Gales, entonces libres de habladurías y cubiertos por un halo de magia, hubieran satisfecho las expectativas de mi familia. De corazón, yo esperaba que un príncipe azul me convirtiera en princesa y me llevara a un castillo edificado con ladrillos de dicha, abundancia y amor. Suena cursi. Yo era muy cursi.
No sé cuántas veces escuché las innumerables versiones de frases del tipo ya está grandecita y todavía no se casa
, ante mujeres que apenas rebasaban la veintena. O una que es maravillosa, ya huele a solterona
. Como si el celibato desprendiera una singular fragancia, más acre quizá, que la dulzona del matrimonio. Pero la más enfadosa fue cuando yo tenía tu edad, ya habían nacido tú y tus hermanas
.
Mi amada prima Luisa, estelar del escándalo familiar Soy madre soltera y además estreno novio, me presentó a Pepe, colega del nuevo galán, recién llegado de Francia, donde hizo una especialidad en pediatría. A mi mamá le encantó desde que pasó por mí la primera vez. A mí no tanto. Este te conviene, repetía, está a tu altura y además puedes practicar francés con él. No niego, la pasé más que bien cuando desfilábamos por discos y restaurantes de moda, entre diversos grupos de amigos suyos, porque eso sí, Pepe era el ajonjolí de todos los moles.
Para la cuarta salida se declaró perdidamente enamorado de mí. Lo gritó a los cuatro vientos y a todo el que lo quisiera escuchar, incluidos mis papás. De hecho, antes que a mí. Porque fue y se los anunció. Señores estoy enamorado de su adorable hija. Quiero pedirles su aprobación para salir con ella. Mis intenciones son serias. Por supuesto, me sentí muy halagada. Al no oponer resistencia, él dio por hecho que era correspondido y que yo moría de amor. Esa misma noche oficialmente nos hicimos novios. La familia cayó redondita. Nos dejaban salir sin chaperón e insistían en invitarlo a Cuernavaca los domingos con los abuelos y a que pasara a tomar café cada vez que me depositaba en casa. Cuando mis papás contestaban el teléfono o le hacían plática en lo que yo me arreglaba, él les pedía permiso para el día siguiente o la próxima salida. Yo me enteraba del plan corridos los trámites de licencia y por ende, sin pretextos para deshacerlo. Si bien me caía gorda la actitud, me hice coco wash para concentrarme en Pepe.
La caducidad de mi servicio en la guardería llegó y los preparativos de la boda de Alejandra mi hermana, dos años menor que yo, me distrajeron. En casa no se hablaba de otra cosa desde que anunció, luego de una corta tregua, que sí se casaba. Alejandra optó por hacerse de la vista gorda ante las infidelidades de José Pablo. Después de todo, llevaban cinco años de noviazgo y Alejandra me confesó que debido a que ya había sostenido relaciones sexuales con él, ningún otro hombre decente, se fijaría en ella. Una vez que levanté la quijada del piso y ante la contundencia del razonamiento, la alenté a perdonarlo y en secreto me congratulé por mantener intacta mi virtud. Estoy segura que ha sido el peor consejo que he dado. Pero entonces, estaba convencida que quebrantar las reglas morales y sociales equivalía a arriesgar la vida entera, como lo confirmaba Luisa y su prematura maternidad tan criticada.
Jueves, viernes y sábados gozamos de los privilegios de Pepe como socio del club estilo neoyorkino llamado Quetzal. El placer de la frivolidad veinteañera de principio de los ochenta me fue revelado. Descubrí que la pista es un escaparate maravilloso, ideal para exhibirte y relajarte al ritmo de la música disco. Nos topábamos a medio mundo, a la gente bonita
del momento. Yo bailaba y bailaba sin parar. Renacieron mis habilidades sociales y mi propensión a la vida banal. Cenas deliciosas, pláticas eternas con los amigos. Las tardes giraban alrededor del shopping, cafés, chismes y decidir el outfit para lucirme en la disco con el doctor socialitos que acababa de lanzarme un salvavidas.
Aunque todo marchaba como se suponía, descubrí que añoraba más los besos mañaneros de pajarito de Mauricio que los salivosos de Pepe…
P inches viejas todas son iguales y están relocas mi mamá hablando pestes de mi papá durante diez años y hoy me entero que anda viéndolo desde hace seis meses aparte a escondidas no mames primero hace que lo odiemos y ahora resulta que casi casi es un santo… son chingaderas ya se le olvidó que siempre estuvo antes la otra familia que nunca nos trató igual que no nos ha dado ni la cuarta parte que a ellos ya quisiera yo haber viajado lo que el otro pinche Mauricio y andar estrenando carro como él …hace poco vi al yuniorsito en un Atlantic de súper lux con la rola ésa Biliyín de Maikel Yackson a todo volumen… creo que él ni me conoce y nos quedamos mirando con mala vibra como si ya supiera quién soy…
como sea es tu papá me dice mamá y eso que ni qué pero de ahí a que me pase esta onda para nada ¿a quién chingados le cuadra eso de estar en la capillita cuando pudiera estar en la catedral? ¿y yo qué culpa? yo tengo que chambiar de correveidile y nano de escuincles apestosos y chillones bueno siquiera que el muy cabrón me pagara una universidat al fin que es mi papá ¿no?
si nunca le he pedido nada
uta qué se me hace que la otra ruca ora sí ya lo mandó a volar y por eso está de arrastrado con mi jefa ¿sabrá la doñita de nosotros? estoy seguro que nos habrá espiado alguna vez como cuando me enteré dónde vivían ellos… uta nunca me he preguntado lo que sentirán ellos si saben de nosotros
cuánto a que ni sus luces que el muy ojete siempre anduvo de pito loco… creo que le llevo unos meses a su hijo y Patita es casi igual que la segunda de sus hijas
qué pendeja mi mamá de justificarlo ahora con que tenía obligaciones con su familia ¿y nosotros qué? a güevo que también somos su familia tan hijo es ése como yo que hasta nací antes ¿qué no se da cuenta mi mamá? uta me cae que pinches viejas tan pendejas
conmigo nanais yo no lo perdono tan fácil mi sisterna es más noble y como que ya lo anda perdonando pero está relurias también ni chistó cuando se enteró que están viéndose de nuevo yo sí me encabroné qué poca dignidat de mi mamá y qué güevos de cabrón ni hablar se necesitan pendejos para que haya cabrones uta y hasta creen las muy güeyes que nos va a sacar de este pinche hoyo ruidoso para llevarnos a una casota muy acá con jardín y toda la cosa ¡sí cómo no! ¿y tus tamales de qué los quieres?
hazme el chingado favor que ahora el cabrón quiere platicar conmigo ¿de qué? no tengo nada que hablar con él ni madres
la Yadis me aconseja que sí lo vea y que así le saque algo… dice que la carrera y un coche pero no me late ni por eso claro que si se aliviana con una nave ya no tendríamos que coger en su casa o en la mía con puros rapidines pero la neta prefiero no ver a mi jefe si él quiere regalarme algo pus chance y lo acepto chance y no
uta con el Mauricio tanto tiempo estuvistes con la chaqueta mental de lo que le ibas a decir cuando lo vieras y ahora que puedes le sacas a verlo ni mais mi Mau vete preparando porque tarde o temprano te lo vas a topar
a la que le traigo unas ganas es a la apretada de la guardería pero nomás me guasea y no me pela me encanta mucho su sonsonete de fresita mamerta igual y me le lanzo y le agarro sus cositas…
mmmm huele a finolis y tiene una piel deliciosa eso me encanta su piel blanquita pecosita suavecita uta nomás de acordarme se me para…liza el corazón jajaja
y creo que sí me quiere me cae que sí
por eso he aguantado vara aparte me siento de súper lux con ella platico a toda madre de un chingo de cosas que por ejemplo con la Yadis pus nomás no le sube l’agua al tinaco pinche Yadis lo que tiene de cachonda lo tiene de pendeja
pero ta cabrayan que me pele
con la Mache la verdat no se trata de coger sino de hacer el amor de despertar a su lado entre sábanas de seda y abrazarnos cuando el sol entra por la ventana con los pajaritos cantando para volver a hacer el amor suavecito y acariciarle los tremendos piernones y las nalguitas paraditas redonditas y luego besarla largo y tendido
óóórale mi Mau si hasta poeta salistes… la verdat deja de pensar en imposibles… o déjate de pendejadas y échale ganas para que te quiera más porque ya falta poco para que se vaya de la guardería…
D i por hecho que por ser Pepe amigo de Álvaro, el novio de Luisa, íbamos a compartir la mayoría de los planes con ellos. Así fue al principio. Poco a poco me introdujo en otros círculos de amistades. Uno era el de los médicos ya reconocidos, bastante más mayorcitos que nosotros. Con ellos salvo una que otra cena de convención, nos reuníamos en el club. Los galenos jugaban golf o tenis y platicaban en el vapor. Las esposas y yo, la única novia, platicábamos en el restaurante o la alberca. También estaban los cuates de las motos. En cuanto a las edades, había de chile, mole y pozole. El común denominador era la posesión de una Harley Davidson . Con ellos la convivencia se limitaba a comidas y cenas al regreso de sus paseos. Un auténtico suplicio. Agradezco que mis papás me prohibieran subir a la moto, por lo que nunca se me ocurrió acompañarlo. Luego, el grupo de amigos que realmente me caía bien era el de la secundaria y prepa. Eran la buena onda. Solteros a los que presenté amigas. Algunos hasta emparentaron.
Apenas llegar a la disco, se juntaban los hombres por un lado y las mujeres por otro. Con las canciones de moda nos sacaban o los sacábamos a bailar. Una vez sentados, de nuevo hombres por allá, mujeres por acá. Cuando ponían las calmaditas
, Pepe no se perdía la oportunidad de volver a la pista. Era una forma de estar pegaditos pegaditos, en una especie de preámbulo al famoso faje. La luz muy tenue. Sólo suspiros acompañados de besos. Camino a la casa, en el coche en movimiento, un poco de caricias. Ya detenido, un poco más. Luego más y más. Explorando. Debajo de las telas. Piel. Más piel. Y… hasta ahí. Sólo hasta ahí. Para mí eso ya significaba rebasar todos mis límites. Pepe pedía más. Yo se lo negaba. No digo que no se me antojara. Cuando eso sucedía, pensaba en Luisa y Alejandra. El miedo metía freno y las ganas huían. No así a Pepe.
Ceder un milímetro de piel equivalía a renunciar a un kilómetro de decencia. Lejos de satisfacer a Pepe, esos pequeños logros despertaban su codicia y ambición. De los susurros pasábamos a los reclamos. Al eterno estira y afloja. Recuerdo el horror que me produjeron sus diversas peticiones para incluir mis manos en jugueteos con su miembro. Mi auténtica indignación. Sus ruegos. Mis concesiones. Sus exigencias. Nuestras frustraciones. Un semestre de enfrentamientos. Yo tenía la certeza de que cada vez que yo permitía, un letrero de hice cosas indebidas
aparecía en mi rostro enterando al mundo de mi perdición.
Sí, me la pasaba bien, me divertía y tal vez, hasta me casaría pronto. En principio, mi mundo se encontraba bien ordenadito y caminando en la dirección correcta. Y aun así, yo no era feliz. Algún engrane o no empataba o requería lubricarse.
Acudí a Luisa. Pese a señalamientos y apariencias, mi prima era sensata y gran consejera.
— ‘Tons qué, primata. ¿Cómo vas con el doctorcito?
— Bien, …ahí la llevamos.
— Mmmm… si no te conoceré, Marcela. A ver, desembucha…
— Es que… No te vayas a reír, de seguro que te parecerá poca cosa, pero siempre anda tentoneándome y…
— A ver, Marcela. ¿Te gusta?, ¿sientes rico?
— Sí, para qué te digo que no, si sí. Pero no tan rico como para no sentir remordimiento, todo el tiempo pienso en que se me va a notar…
— No seas mensa, ¿quién se va a enterar aparte de ti?
— No sé…
— Marcelita, por eso me encantas y ni te sientas mal. Esto del sexo es un proceso, para algunas, como yo, más rápido y para otras como TÚ comprenderás, bastante más lento. Lo importante es que lo disfrutes, porque si ni la pasas bien, pues hasta ahí y punto. A ver ahí te va la pregunta de los sesenta y cuatro mil pesos. Aquel que te daba besitos de piquete, el Mau Mau, ¿se te antoja más que Pepe?
— Ayyy…
— Te caché, te caché —con esa tonada que corean los niños.
— Luisa, no digas esas cosas, ando con Pepe y punto. De Mauricio ni me acuerdo.
— Ajá. Que te lo crea tu abuela, que es la misma que la mía. No te hagas…
— Lo que pasa es que el otro día lo vi a lo lejos y lo que sea de cada quien, sentí remolinos en todo el cuerpo.
— Ya ves, ¿dónde te lo encontraste?
— Afuera del cine. Al salir del estacionamiento, lo veo en una Caribe, manejando él, o sea que ha de ser suya y que nos cede el paso y nos dijimos adiós con las manos. Pepe ni se enteró. Eso creo, no comentó nada en el coche.
— Y se te movió el tapete.
— Ay, Luisa. Sí, mucho.
— Yo he estado yendo con una chamana que lee el huevo.
— ¿El huevo?, no inventes. A mí ni siquiera me han leído las cartas, se me hace puro cuento y contra la religión.
— No seas mocha. Acompáñame y verás que es una fregona. Está hasta el aeropuerto. Me cae que sí vale la pena la vuelta.
— Me da miedito…
— No manches, Marcela. Vamos. Además es súper católica, siempre te dice que te cuelgues un rosario, mira el mío. Te va a sorprender lo que te va a decir. A mí me ha dicho unas cosas…
— ¿Cómo cuáles?
— Como que Javier ya andaba con otra, como que iba a llegar otro hombre a mi vida, como que era médico, como que Álvaro me ama…
— ¿En serio?, igual es casualidad…
— ¿Qué pierdes? Además nos llevamos huevos de aquí para que no creas que hay trampa…
— Te acompaño, pero no estoy convencida.
Y ahí voy con Luisa a ver a la mentada chamana. Por fuera parecía una casa cualquiera. Tocamos. Nos abrió una mujer de unos cincuenta años. Un ama de casa común y corriente. Apenas entramos, saludó a Luisa. Entonces sucedió algo muy extraño. Le extendí la mano a modo de saludo, mera fórmula de cortesía. Interpreté su ligero roce sobre la palma de mi mano como síntoma de desgano o mala educación. Sin embargo al no soltarla de inmediato, comencé a incomodarme y traté de retirarla. Al adivinar mi intención, con mucha delicadeza, colocó su mano izquierda sobre la mía, cubriéndola. Sentí cómo su mano derecha giraba desde la clásica postura del saludo hasta colocarse de forma paralela a la mía, como flotando. Sus dedos alcanzaron a oprimir, no sin suavidad, la parte interior de mi muñeca. Mi pulso rebotaba contra sus yemas bajo su sonriente mirada. Todo fue silencio hasta que su rostro se tornó serio. La incomodidad inicial se transformó en curiosidad. Ni siquiera hice el intento de separar mi mano. Transcurrió un largo instante hasta que dócilmente, me soltó.
— Hola, chica. Soy Juanita. Me gustaría comenzar contigo. Sé que no crees mucho en esto. ¿Cómo te llamas?
— Marcela.
— Luisa, espéranos un ratito aquí en la sala —su voz meliflua alcanzó un tono imperativo haciendo que Luisa se sentara.
Sin chistar la seguí hasta la cocina. Aunque se trató de unos cuantos pasos, pude observar el espacio hogareño de la chamana. Una casa ordinaria, decorada con sobriedad. Mobiliario sencillo, salpicado de alguna que otra pretensión en porcelana barata sobre servilletitas tejidas con gancho. Con excepción de una sábila adornada con listones rojos, en la sala nada delataba actividades de quiromancia. Ya en la cocina, Juanita descorrió una cortina floreada para así aislar un improvisado y diminuto salón, conformado por una mesita, dos sillas, una base de incienso y un altar tapizado de veladoras, estampas y figuras de santos rodeados de frascos y botellas con manzanilla, albahaca, ruda y romero frescos. Una tranquilizante mezcla de olores me envolvió.
De pie con las piernas abiertas, mi cuerpo fue recorrido con mi huevo, un ramo de albahaca y oraciones, la mayoría conocidas. Dejó las hierbas, me pasó el huevo y roció con una acre loción violácea la piel descubierta de brazos, pecho y piernas. Un eructo, dos eructos y no sé cuántos más se le escaparon mientras el aroma dulce del ramo me golpeaba con fuerza. De pronto pensé que Juanita la chamana podría leer mi mente y adivinar mi asco. En silencio me sumé a las oraciones hasta que los malos pensamientos se disiparon. Tras cinco minutos de ritual, me hizo sentar mientras tomaba un frasco de cristal, que llenó de agua y colocó