Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Gris
Gris
Gris
Ebook275 pages4 hours

Gris

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

"Algunos dicen que este mundo est gobernado por la eterna batalla entre el bien y el mal, negro y blanco. Pero yo digo que no. La guerra es entre el negro, el blanco y el gris.

Thera King es una estudiante de arte dramtico que vive rodeada por la muerte. Ahora ella debe enfrentar una acusacin por el asesinato de su madre. Tyler Richardson, su abogado defensor, intenta ayudarla pero ella desaparece llevndose muchos secretos. Tyler decide olvidarse del asunto y seguir con su vida. Sin embargo, las circunstancias lo obligarn a retomar el caso, pues ahora l es una vctima ms.

Mientras tanto, Thera est secuestrada por alguien que la odia lo suficiente como para mantenerla con vida slo para torturarla. En medio de su sufrimiento, descubrir que su salvacin puede traicionarla y su enemigo, rescatarla. No obstante, le ser difcil descubrir a la persona en quien puede depositar su confianza, porque despus de todo, ella es la peor persona del mundo y merece ser tratada como tal. Al menos, as piensa su captor.

LanguageEnglish
PublisherAbbott Press
Release dateNov 15, 2013
ISBN9781458212818
Gris
Author

L.A. Serröt

L. A. Serröt es estudiante de ciencias de la comunicación. Gris es su primera novela. Vive en Lima, Perú.

Related to Gris

Related ebooks

Suspense For You

View More

Related articles

Related categories

Reviews for Gris

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Gris - L.A. Serröt

    GRIS

    L. A. SERRÖT

    35312.png

    Derechos reservados © 2013 L. A. Serröt.

    Author Credits: L. A. Serröt

    Todos los derechos reservados. Este libro y ninguna de sus partes pueden ser usadas o reproducidas en ninguna forma gráfica, electrónica o mecánica, incluyendo fotocopia, grabación, taquigrafiado tipiado o algún otro medio, incluyendo sistemas de almacenamiento, sin previo permiso por escrito de la casa editora, excepto en caso de citas breves incorporadas en revisiones y artículos críticos.

    Los libros de Abbott Press pueden ser ordenados en librerías o contactando directamente Abbott Press en las siguientes direcciones o número de teléfono:

    Abbott Press

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.abbottpress.com

    Phone: 1-866-697-5310

    Debido a la naturaleza dinámica del internet, alguna de las direcciones de la página web o alguna otra conexión contenida en este libro pueden haber cambiado desde su publicación y no ser válida. Los puntos de vista expresados en este libro vienen del autor y no necesariamente reflejan los puntos de vista del editor y el editor por este medio no se hace responsable por los mismos

    ISBN: 978-1-4582-1283-2 (sc)

    ISBN: 978-1-4582-1282-5 (hc)

    ISBN: 978-1-4582-1281-8 (e)

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE.UU.: 2013918650

    Stock fotos son de Thinkstock.

    Impreso en los Estados Unidos de Norteamérica

    Abbott Press fecha de revisión: 4/10/2014

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    EL FIN

    Lunes, 28 de abril

    Jueves, 30 de abril

    Lunes, 4 de mayo

    Martes, 5 de mayo

    Domingo, 10 de mayo

    Lunes, 11 de mayo

    Martes, 12 de mayo

    Viernes, 15 de mayo

    Sábado, 16 de mayo

    Domingo, 17 de mayo. Portada del diario El vocero de la verdad

    Miércoles, 20 de mayo

    Jueves, 21 de mayo

    EL COMIENZO

    Jueves, 21 de mayo, 11:50 pm

    Viernes, 22 de mayo

    Miércoles, 19 de junio

    EPÍLOGO   Un año después

    "Somos sorprendidos a veces con la aparición de una novel escritora que nos presenta una obra prometedora, un ensayo de imaginación que refleja el potencial de un oficio que con el tiempo tendría que brillar con luz propia en el mundo de las letras.

    L. A. Serröt nos propone en esta novela una trama de existencias paralelas que podrían pasar por la vida sin tocarse siquiera. Sin embargo, en el curso de cada episodio las va entrelazando, a veces misteriosamente, otras en forma inesperada, siempre de un modo intrigante.

    Gris nos introduce en un argumento que a ratos adquiere ribetes cinematográficos y que expone con una cierta crudeza cómo los motivos secretos mueven a las personas para involucrarse en acciones que parecen superficialmente altruistas y que el paso del tiempo, sin embargo, revela como oscuros y egoístas.

    La lectura de esta novela, que recomiendo, debería alertarnos sobre el futuro de esa joven escritora. En sus páginas se encuentran las pistas de una percepción singular que debería enriquecerse y crecer si ella sigue incursionando en el complejo pero apasionante mundo de las novelas de acción y carácter."

    J. Mark Gallardo, M.S.

    Director Ejecutivo

    CVCLAVOZ y YesHEis

    Gris tiene todos los componentes de un guión cinematográfico. En la lectura se sumerge uno en una atmósfera compleja, a ratos densa y siempre intrigante. Los personajes se nos aparecen sin solución de continuidad, lo cual crea un efecto envolvente del cual es difícil desligarse. El relato es directo, en ocasiones descarnado y se introduce profundamente en la psicología de cada personaje.

    L. A. Serröt ha logrado construir un relato con muchas posibilidades y me atrevo a afirmar que si continúa publicando, su nombre aparecerá sin duda en la crónica de una nueva generación de jóvenes escritores latinoamericanos.

    Benjamín Parra

    Publicista y escritor

    A mi padre, por hacer más

    que «algo» por esta vida

    PRÓLOGO

    L AS LÍNEAS QUE SE DIBUJABAN en la pantalla del electrocardiograma habían pasado de ser discordantes a relativamente uniformes. La estabilidad era lo más importante por el momento. Las heridas colaterales pronto sanarían.

    Algunos enfermeros corrían de un lado a otro, procurando proveer lo necesario para cubrir las heridas de la mujer que yacía sobre la camilla. El ambiente no era el mejor para su recibimiento. Aquel día muchos adolescentes habían ocupado los únicos lugares libres y no quedaba mayor espacio para recibir a más personas, por lo que la mujer tuvo que ser atendida en medio de un pasillo del hospital. Ella tenía el cabello de color castaño oscuro, lleno de canas que sobresalían a la vista, había sido de contextura media pero ahora lucía cadavérica. Sus manos estaban juntas, cada una rozando el dedo de la otra.

    Sobre la sábana en la cual estaba recostada, un líquido rojo destilaba desde la parte trasera de su cuello. Su rostro tenía cortes disparejos en la mejilla, la frente, la nariz y el mentón. Todo su cuerpo mostraba magulladuras que iban adquiriendo un tono violáceo. La mujer hacía gran esfuerzo para respirar, pero a la vez, sus ojos entrecerrados intentaban ver lo que ocurría a su alrededor.

    -Estable –gritó un enfermero.

    -Llévense el electrocardiograma. En el 408 lo necesitan. –ordenó un médico.

    Dos enfermeros más obedecieron la orden. Desconectaron el aparato y lo alejaron de la mujer. Ahora debían ponerle oxígeno.

    Por los pasillos, aún había tiempo para murmurar algunos chismes. La multitud de adolescentes internados había sufrido una intoxicación tras combinar dos sustancias alcohólicas no compatibles. Habían estado celebrando el año nuevo en un local prohibido, donde las bebidas eran falsificaciones sutiles. El costo de su rebeldía era un lavado gástrico y un largo sermón sobre las malas consecuencias de sus acciones.

    En medio de todas las habladurías algunas enfermeras estaban escandalizadas. La mujer recién llegada era el objeto de los comentarios pues había asegurado que todas sus lesiones eran producto de una caída desde lo alto de una escalera. Su hija menor había confirmado el hecho y era ella quien hizo la llamada a emergencias.

    Sin embargo, los galenos y enfermeros sabían que no era verdad. Veían cientos de casos como esos diariamente y estaban seguros de que, tanto la mujer como su hija, mentían. Las razones por la cual lo hacían era motivo de especulación, pero sí estaban seguros de un hecho innegable: la mujer no había sufrido un simple accidente doméstico, ella era víctima de violencia familiar.

    EL FIN

    skd285194sdc.JPG

    LUNES, 28 DE ABRIL

    U N NUEVO RÉCORD ESTABA IMPUESTO: se había despertado 30 veces y no había podido dormir durante toda la noche. No, no se podía equivocar, las había contado.

    Sus largos brazos estaban quemados por el sol y, ahora, la piel roja se estaba desprendiendo.

    Malditas quemaduras.

    Todo tipo de movimiento le causaba dolor… Dolor que le quemaba por dentro, pero que a la vez le resultaba deliciosamente agradable. La combinación entre ambas sensaciones le producía cierto placer. Si una molestia tan minúscula podía estremecer todo su cuerpo, la muerte sería mucho peor. Anhelaba tener el poder de otorgar la sentencia final y ver cómo los ojos se extinguen y el alma se pierde en un suspiro en medio de la agonía que ruega por piedad. Dentro de su filosofía, no era un pensamiento sádico. Era karma.

    Lentamente estiró su brazo izquierdo y logró alcanzar un pequeño reloj que tenía en un mueble pequeño, al lado de la cama. Eran las 3:40 de la mañana y ni un solo rayo de luz asomaba por su ventana. El crepúsculo matutino tardaría demasiado en iluminar con pomposa presencia. Y aún en medio de toda esa belleza no hubiese podido dejar de pensar en los recuerdos que desfilaban en su mente como el viento en la arena. Y esas memorias no eran imágenes.

    Era el agobiante sonido de una sola una palabra que rebosaba en su mente y hacía eco, cual objeto punzante que rechina sobre el metal. No tenía tranquilidad, esa imagen disonante gritaba más y más fuerte.

    Venganza.

    Y aunque muchos juzgarían que su mente era abrumada por otro tipo de cosas debido a su edad, nadie podía predecir que su corazón era un enorme almacén conformado por la ira y el odio de hacía años, que la paciencia y el perfecto diseño de su plan de represalia estaba planeado al mínimo detalle.

    Pero no se realizaría hoy, pronto quizás, porque hasta la muerte debe tomar su tiempo. Las cosas hechas con prisa a menudo se esfuman tal y cual llegaron. Sin embargo, la emoción que embargaba sus venas impedía que durmiese. El hecho de tener en sus manos un instrumento, con el cual podía decidir la vida o muerte de una persona llenaba su orgullo de poder y gloria. Haciéndole creer que era una especie de justiciera, que había llegado a poner orden al caos en que vivía.

    *     *     *

    Un hombre alto y lleno de vigor, de unos 48 años, se acercaba a paso seguro con la mirada fija y puesta sobre la puerta de un edificio de tres pisos, situado en una esquina. Abrió la puerta de un solo golpe y con un movimiento de la cabeza saludó a la secretaria que se encontraba a pocos pasos de él.

    El inspector Mario Chang era muy aplicado y bien conocido por la inmensa dedicación que proveía a su trabajo; jamás tuvo una falta y siempre se presentaba limpio e impecable. Proveniente de una familia con una posición económica media y lleno de ilusión, postuló al Instituto de Fuerzas Especiales, de donde posteriormente se graduó con honores y, gracias a sus buenas calificaciones, obtuvo el rango de inspector. No muchos llegaban a ese nivel de jerarquía; él solo compartía ese puesto con dos personas más: Edward Andersen, su mejor amigo, y Aaron Cooper, su peor enemigo.

    Nadie podía asegurar de dónde provenía aquella rivalidad, pero lo cierto es que, asimismo, nadie negaba su existencia.

    Chang se sintió aliviado en el momento en que se enteró del nombramiento de Andersen como Director de la Unidad de Investigación Criminalística. Todos los inspectores estaban sujetos a él y hacía honor a su puesto pues había hecho una especialización en el FBI.

    Andersen era el mejor en Stoneville. Esto representaba un desgaste completo de talento pues en la ciudad los crímenes eran grotescos, en comparación de las grandes ciudades donde la violencia permitía que los agentes de la ley agudizaran sus sentidos y se formaran como expertos sabuesos en busca de los agresores.

    Así que Andersen sólo dedicaba sus horas a examinar los viejos expedientes de unos cuántos malhechores, que robaban los bolsos de las mujeres desprevenidas en noches solitarias, de algún pleito en un bar o de las típicas llamadas que hacían las mujeres prejuiciosas que veían crímenes a cada minuto.

    El inspector Chang, sin embargo, sabía que todo aquello, incluso la pérdida de tiempo, era parte del trabajo, del empleo que proveía sustento a sus familias.

    Se dirigía al despacho del inspector Andersen, cuando escuchó que una voz ronca lo llamaba.

    -¡Inspector Chang, venga aquí un momento por favor!

    Era Andersen, su jefe. Estaba sentado detrás del escritorio donde se encontraba un cartel que anunciaba: Inspector Edward Andersen, Director de la Unidad de Investigación Criminalística. Y a su derecha, en un mueble fino hecho de cuero negro, se hallaba sentado un hombre alto, de ojos negros y el cabello plagado de canas rubias y blancas. Era robusto, pero no tanto como para llegar a parecer fuera de forma, tenía 52 años y vestía un terno color café oscuro a rayas y zapatos marrones muy bien lustrados.

    Lentamente caminó y se dirigió a la mesa del inspector.

    -Inspector Chang, le presento al juez James Wood. –dijo él, a modo de saludo.

    -Señor –saludó estirando la mano, mientras el juez se la apretaba con tanta fuerza que sus nudillos se pintaron de blanco.

    -Es un gusto conocer al hombre detrás del Director –dijo burlonamente el juez- tiene usted una fama muy bien ganada.

    -Espero que sea buena, señor.

    -¡Vaya que sí! –replicó riendo abiertamente. Se puso de pie y se dirigió hacia un lado de la habitación, donde se encontraba una expendedora de café.

    Andersen se puso en pie. Tuvo que llevar su silla hacia atrás para poder hacerlo. Se arregló la corbata y dijo:

    -Perdone, señor juez, por mi falta de cortesía y…

    -Descuida, puedo atenderme. Además, llámame James –dijo mientras servía una taza- estamos en confianza ¿verdad?

    -Por supuesto.

    Mientras el juez Wood bebía, el inspector Chang miraba con ojos interrogativos a su jefe, tratando de descifrar el porqué de la reunión. El inspector Andersen le hizo señas para que se quedara quieto y de pie.

    -Y dime, Edward, ¿es cierto que van a crear una nueva célula dentro de tu Unidad? –Preguntó mientras se agregaba una segunda taza- ¡Vaya qué buen café!

    El inspector Andersen asintió con un susurro.

    -Bien, bien. Debo felicitarte por eso. Representa un gran avance.

    -Gracias, señor. El inspector Chang aquí presente, es el candidato con más opciones. –agregó Andersen con seriedad.

    Mario Chang no se inmutó. Había escuchado anteriormente rumores acerca de la creación de una célula especializada en seguridad municipal y sobre su posible nombramiento. Pero a falta de confirmaciones, había optado por ignorar el asunto.

    Ahora que escuchaba la ratificación de labios de su propio Director, no entendía la presencia del juez.

    Las fábulas de viejas chismosas, que la mayoría de las veces eran ciertas, decían que el juez Wood tenía tanta influencia que contaba con la aprobación del mismo Presidente de la Nación, por lo cual su presencia en aquel lugar resultaba evidente. Pero ¿a quién pretendía favorecer? ¿Y por qué?

    Las causas que llevaban al juez Wood a estancarse en una ciudad tan pequeña como Stoneville eran motivo de preocupación, pues podía aspirar tranquilamente a cualquier puesto en una ciudad más grande y gozar de una posición económica más acomodada. Después de todo, decía tener influencia por doquier.

    -No dudo que ha hecho usted una buena propuesta, mi querido Edward, pero a veces –levantó el tono de su voz y caminó hacia el inspector Andersen- es mejor revisar otras opciones.

    Hizo una pausa para tomar otro sorbo de café.

    -Sé que dentro del cuerpo de inspectores deben existir otros calificados para ese puesto. –Giró hacia Chang y dijo: No, no, no, no me tome a mal mi querido Mario, pero sé que puedes ser más útil como colaborador de tu Director. Después de todo, no podría estar peor ¿verdad?

    Un helado escalofrío recorrió el cuerpo del inspector Chang. Se estremeció, pero trató de ocultarlo para que el juez no se diera cuenta de su incomodidad. Los ojos del inspector Andersen se abrieron tanto que parecían dos platos enormes. Él tampoco simpatizaba con la afirmación del juez.

    Pero pronto tomó las riendas de la reunión.

    Esta era su oficina, su gestión y nadie podía darle órdenes sobre su personal.

    -Señor Wood…

    -James, llámame James. –replicó afirmando con su cabeza.

    -Señor Wood –dijo Andersen pronunciando con cuidado cada palabra- En esta ciudad sólo hay tres inspectores. El inspector Chang, Cooper y quien habla. Ya que yo no puedo ocupar dicho puesto, ¿insinúa usted que el elegido debe ser el inspector Cooper?

    -Yo no lo llamaría una insinuación, sólo es una sugerencia, Edward.

    El inspector Chang se sintió incómodo. Él no tenía por qué presenciar todo ese asunto. Después de todo, en ningún momento había solicitado postular a dicho puesto.

    -Disculpen, pero creo que es mejor que me retire. Con permiso. –dijo con toda la cortesía fingida que pudo. La verdad era que se estaba exasperando y no quería llegar al punto en que su incomodidad estallara.

    -Adelante, Mario. Este tipo de acuerdos competen sólo a la gente de importancia. –respondió el juez y le guiñó un ojo con mucha simpatía.

    -No. –Ordenó Andersen y dio un pequeño golpe sobre su escritorio- Eres el postulante principal así que también te incumbe.

    -Bien, bien. Si insiste en su… negativa, no lo presionaré más. Pero le recomiendo que medite en mi sugerencia y la tome en cuenta. Ambos somos hombres de palabra y le prometo que me haré cargo personalmente de las… gratificaciones… que recibirá de acuerdo a sus acciones. ¿Hablé claro, Edward? -Presionó con tono amenazante- Además, el alcalde está al tanto de esta situación y sé que se sentiría muy decepcionado si no se cumplen sus expectativas. Y no queremos decepcionar al alcalde, ¿verdad?

    El juez caminó hacia la salida y al llegar al umbral de la puerta, dio media vuelta.

    -Ah, y algo más. Tienes un muy buen colaborador, Edward. Deberías estar orgulloso de tu personal. –y dirigiéndose al inspector Chang- Mario ¡espero que entiendas que no es nada personal, hombre! porque, estamos en confianza, ¿no? Que tengan un buen día, señores.

    No dio lugar a réplica, sino que salió de la habitación y cerró tras de sí la puerta de un solo golpe, llevándose el vaso de café con él.

    El inspector Andersen se sentó violentamente sobre su asiento y se toqueteó la barba.

    -Lo siento, Mario… Sabes que esto ya escapa de mis manos…

    -Descuida, yo hubiese hecho lo mismo en tu lugar. Olvídalo. –Se dirigió hacia un sillón cercano y se sentó- Lo que no sabía era que Cooper era amigo de Wood. Sabía que ese tipejo tenía influencias, pero nunca tantas.

    -Yo ya me esperaba algo así.

    -Explícate.

    -El otro día vino a mi oficina y se sentó en la misma silla en la que estás tú ahora. Exigió que le diera ese puesto y amenazó con recurrir a autoridades mayores si me negaba. Jamás creí que hablaba en serio.

    -Y me preguntan por qué lo odio tanto…

    El inspector Chang estaba a punto de continuar hablando, cuando de pronto, la puerta se abrió.

    Vestido con un terno negro y corbata roja, de baja estatura y de ojos medianos y verdes, estaba de pie, bajo el umbral de la puerta abierta, el inspector Cooper.

    *     *     *

    La puerta de la habitación sonó tres enérgicas veces. Adentro, en una amplia cama desordenada se encontraba durmiendo una joven de 20 años, alta, de contextura media, con el negro cabello enredado y durmiendo de costado.

    -¡Ya voy! –gritó mientras dormitaba e intentaba abrir los ojos. De pronto se incorporó toscamente de la cama y se fijó en su celular. Era 28 de abril.

    Se levantó de la cama y corrió a buscar ropa para cambiarse. Encontró un viejo conjunto con el que iba al gimnasio y junto con un par de guantes negros, se vistió inmediatamente. Revisó los mensajes que habían llegado a su celular mientras había estado dormida. Nadie le había enviado nada. No le sorprendía. A veces tenía amigos, a veces no. Y ninguno de ellos era suficientemente su amigo como para enviarle mensajes.

    Abrió la puerta de su habitación y bajó corriendo las escaleras que llevaban al comedor de su casa. Encontró a su madre parada, con una mano en la cintura, en la primera grada de la escalera, con un delantal de flores y el cabello recogido.

    -Y la bella durmiente se volvió a quedar dormida –inquirió la madre, muy enfadada.

    -Lo siento…

    -Esa no es excusa, hoy tendrás que ayudarme y ya sabes que…

    -Tengo que irme, adiós…

    Diciendo esto, Thera apartó a su madre mientras ella sonreía y salió por la puerta principal de la casa. Hizo un repaso mental y recordó que traía todo lo necesario en su bolso. Caminó tres cuadras y compró dos sándwiches y una botella con agua mineral sin gas. Se subió a un carro y después de algunos minutos, llegó a las puertas del cementerio. Se quedó parada frente a las rejas que servían de puertas al cementerio y subió corriendo las largas escalinatas que llevaban al monumento principal, que estaba justo en medio de todo el terreno.

    Dobló hacia la izquierda y luego hacia la derecha, de pronto; caminó lentamente y con sumo cuidado se sentó en el borde de una lápida blanca que yacía sobre el piso. Era un bello día soleado, pero un enorme árbol hacía sombra sobre esa única lápida.

    -Hola papá –dijo mientras abría su bolso- tengo hambre así que, si no te importa, comeré aquí.

    Miró a su alrededor para constatar de que se encontraba sola y volviendo la mirada hacia la lápida dijo en voz baja:

    -Feliz cumpleaños…

    Mientras saboreaba cada bocado que comía, cavilaba en las cosas de la vida.

    No hacía eso muy a menudo. La simple dicotomía entre el bien y el mal parecía un mar inmenso ante sus ojos. Las palabras en su cabeza parecían no encontrar un orden adecuado y el verso más escueto de poesía ponía sus cabellos de punta; y el electrizante sentimiento de culpabilidad era más palpable y realista en su ser. Se manifestaba a veces, de forma

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1