Otoño En Primavera
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About this ebook
Juanita De La Vega-Bunzli
The author, Juanita de la Vega Bunzli, born in Argentina, had her first novel published by Editorial Diana in Mexico. Although numerous novels have been published since then, this is the first to be translated into English. Juanita has resided in numerous countries including Ecuador, Honduras, El Salvador and Mexico; she currently lives in California with her husband. To contact the author directly by email: JuanitadelaVega@gmail.com This book has been translated from Spanish into English by Patricia Greco. The most challenging aspect in the translation of this novel has been to preserve the author’s unique writing style and extensive vocabulary. To contact the translator by email: Greco@roadrunner.com Dedication: If you love peace, this book is for you.
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Otoño En Primavera - Juanita De La Vega-Bunzli
Copyright © 2013 por Juanita de la Vega-Bunzli.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Correctora: Vickely Tabernig
Email de la autora: eandjbunzli@att.net
Fecha de revisión: 12/12/2013
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Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciseis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Diezciocho
Capítulo Diezinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidos
Personajes:
Para Teresa Ramírez en aprecio a su lealtad y paciencia.
Capítulo Uno
La aeronave realizó un perfecto aterrizaje poniendo fin a un largo viaje. Al ubicarse en la rampa asignada apagaron los motores. La puerta de salida automáticamente se abrió. Una imprudente brisa tropical invadió el ambiente arrastrando un puñado de moscas.
Varios pasajeros hicieron escala en esta capital centroamericana. Entre ellos se encontraba el Dr. Carol Rossi.
Acatando la orden de abandonar la nave, Carol se desperezó con esfuerzo, organizó sus bultos de mano disponiéndose a descender.
-Caballero, ¿necesita ayuda?
Ofreció cortésmente un empleado de la aerolínea.
-Sí, admito, todo esto resulta un poco pesado para mí- lo dijo haciendo una mueca para disimular su cansancio y su falta de energías para bajar las gradas.
Mientras caminaba hacia el terminal, como buen observador, elevó su mirada al cielo admirando, en pleno día, las hermosas formaciones de nubes de colores verde olivo y rosado liliáceo, diferente a lo que estaba acostumbrado a ver en el cielo de su país sudamericano.
Al aceptar la responsabilidad de desempeñarse como profesor de historia universal en la Universidad de esa ciudad capital, sus sentimientos giraban en un enjambre de introspectivas emociones. Adoraba su país, sus costumbres, su música, sus amigos, su ritmo de vida. Este cambio dirigido hacia otro mundo ciertamente lo conduciría hacia horizontes inesperados.
Aunque la oportunidad surgió repentinamente, de acuerdo con su criterio ocurrió en el momento preciso, por lo tanto, de inmediato, sin correr el riesgo de desaprovecharla, la aceptó complacido considerando que esta era una magnífica propuesta de trabajo. En consecuencia, sin pensarlo más, se rindió con asombroso arrojo a la necesidad de intentar un ansiado cambio.
Al haber hecho la decisión no le quedó otra alternativa que mantenerse firme con el compromiso adquirido, aun presintiendo que no le iba a resultar fácil adaptarse a otro rumbo de vida.
Había recorrido un largo camino como catedrático, poseía una vasta experiencia que le permitía confortablemente desempeñarse como excelente educador.
-¿Usted es el profesor Carol Rossi?
La pregunta lo distrajo de sus cavilaciones, el acento con que se expresaba el individuo lo ayudó a situarse en el momento.
-Sí, si…soy yo… la persona que usted está tratando de ubicar- respondió en voz baja, con cierta inseguridad.
-Bienvenido Profesor, soy el encargado de ayudarlo y transportarlo al hotel, mi nombre es Antonio, si gusta, puede llamarme Toño, ja…ja…así me conocen por aquí, pues.
-Gracias, Toño, ciertamente. ¡SI!, gracias, agradezco su ayuda.
Cumplidos los trámites de costumbre, recogido el equipaje, treparon al vehículo que los conducía a una velocidad bastante exagerada sin respetar las reglas de tránsito, esquivando personas y animales que se cruzaban y zigzagueando baches del asfalto hasta que al fin, llegaron al hotel situado en pleno centro de la ciudad, precisamente frente a la Catedral.
Una vez ubicado en su habitación, agotado del largo desplazamiento, vestido con la misma ropa con que viajó, se lanzó boca arriba sobre la cama.
Era entrada la noche cuando despertó algo desorientado después del profundo descanso. A través de la poca luz que se filtraba por la ventana, observó a su alrededor, logrando de cierta manera, poder situarse.
Suspiró hondo. Todo había ocurrido tan de repente. Innumerables pensamientos seguían asaltando su mente abarrotada de conjeturas y dudas: "¿Es que hice una decisión apresurada?". Con sonrisa irónica e integridad humorística, se contestó afirmado a sí mismo: Lo hecho, hecho está y a otra cosa, debo dejar atrás la hora de los lamentos
.
En ese estado anímico se asomó por la ventana, en la penumbra creyó distinguir a lo lejos la escena plasmada en una gran pantalla, presumió que se trataba de un teatro al aire libre. Por un buen rato observó el confuso espectáculo prestando especial atención a los detalles: A la derecha el número cuatro, una mar oscura, embravecida y en su alcantarillada costa, rodeada de palmeras, brotaba un portentoso chorro de agua. Pirámides. Un racimo de piedras de todos colores entre hilos de plata, de oro y cobre. Un libro con la escala de música estampada en la tapa…extensa y complicada era la escena que observaba.
Decidió bajar al comedor para satisfacer su apetito y se sorprendió al encontrar el local cerrado. Un empleado salió a su encuentro:
-Buenas noches, Don- dijo amablemente.
-¿Qué ocurre en este hotel, aquí, no sirven cena?- preguntó Carol asombrado.
-Sí… Don, a estas horas ya no tenemos clientes, si pues, como estoy terminando los quehaceres de la cocina yo podría prepararle algo ligero, acompañándolo con unas deliciosas tortillitas.
Fue dicho refregándose las manos con bastante entusiasmo y muy buena voluntad.
Pensando, resignando, no habiendo otra alternativa Carol lo miró respondiendo espaciosamente:
-Acepto lo que me ofrece, muchacho.
En lugar de ubicarlo en el salón vacío el empleado alumbró un rincón apartado donde planeaba servirle la imprevista cena.
Habituado a frecuentar lugares elegantes, repletos de gente y bulla, mantenidos en función hasta altas horas de la noche, hizo razonar a Carol:
Todo esto es tremendamente sombrío no obstante, haré el esfuerzo de no dejarme llevar por las primeras impresiones ni apariencias
Tras larga espera, el mesero, asentando un plato sobre la mesa, exponiendo su amplia sonrisa, le advirtió:
-¡No lo toque, no lo toque, está caliente, caliente! Vea Don, le he preparado arroz frito, frijoles y un par de blanquillos, ja, ja, ja, le aclaro Don, son huevos… y dentro de esa servilleta unas tortillas deliciosas, buen provecho, sénior.
-Y ¿para tomar?- preguntó Carol.
-Agua, sodas, jugos…a mí no me dan las llaves del bar, eso es todo lo que puedo ofrecerle- respondió levemente apenado el empleado.
-Está bien, me conformo con una soda- dijo Carol acomodandose hacia atrás en la silla y tratando de contener su impaciencia respiró hondo antes de averiguar:
-¿Cómo es posible… que un restaurante cierre temprano habiendo a unas pocas cuadras un teatro funcionando al aire libre?
El empleado blanqueó sus ojos mientras miraba hacia varios lados y rascándose la cabeza alcanzó a decir:
-Pues… ¿un teatro al aire libre? A saberrr.
-¿Qué quiere decir… usted no está enterado o aquí no existe tal cosa? ¿Estoy viendo visiones? Vamos hombre, todo esto ya colmó mi paciencia.
Así comenzó la asombrosa aventura del distinguido Dr. Carol Rossi en ese país cuando aceptó el puesto en una Universidad, lejos de sus amistades, su familia y sus costumbres; con esperanza y firme decisión de poner fin o un paréntesis a su conflicto personal.
Las semanas que siguieron transcurrieron relativamente tranquilas, observando y siguiendo la norma de cómo se intercalaban los sucesos en esa localidad, con el firme propósito de ambientarse. Carol, con esfuerzo y buena voluntad, se concentraba totalmente en sus obligaciones, igualmente, trataba de asimilarse a las costumbres y al compás más lento de esa nueva vida. No le resultó fácil, a veces imaginaba, con apesadumbrada perspectiva, que los días no pasaban, se habían suspendido en una existencia que transcurría al ritmo de comparaciones y recuerdos.
Siendo una persona de temperamento inquisidor, anhelaba participar en interesantes experiencias. Al ser seductor, culto y muy cortés, poseía los dones necesarios para atraer gente conforme a su personalidad.
Se instaló en una encantadora residencia en las afueras de la ciudad ubicada sobre una colina, un lugar aunque apartado, muy seguro. Lo más interesante de esa zona era la frondosa vegetación tropical que lo rodeaba inspirándolo a adquirir la costumbre de recorrer su jardín antes de salir a iniciar las ocupaciones diarias, embelesándose al admirar las flores y aves de hermosos colores. Todas las mañanas se gozaba de un sol radiante hasta que por la tarde, en esa época del año, comenzaba a llover copiosamente hasta la madrugada. A pesar de ello, la lluvia no interfería con las actividades sociales de casi todas las noches, lo cual hizo chistosamente reflexionar a Carol para sí mismo: Esta es una lluvia que no moja
.
En unas de esas noches, libre de obligaciones sociales, al terminar de cenar, sentado frente al ventanal observando las luces de la ciudad y en la semioscuridad encontró el ambiente propicio para recapacitar, con serena satisfacción, acerca de sus experiencias desde la llegada a este país. Meditaba sobre el paso importante que había dado al haberse alejado momentáneamente de su tierra natal. Recordaba, con nostalgia, a su esposa Sara, Alfredo y Adrián, sus hijos gemelos; sus amigos, su cátedra y una lista interminable de eventos, hechos y costumbres de su activa rutinaria vida que había dejado atrás. Sorpresivamente una llamada telefónica lo sobresaltó poniendo fin a sus reflexiones. Corrió apresurado a contestar.
-Hola, hermanita querida, que alegría me da oírte- reaccionó emocionado -¿Qué novedades hay por allá, como están todos ustedes?
Luego de una pausa y oír atentamente cual era el motivo de la llamada agregó:
-Claro que puedes venir a visitarme, que gusto tenerte en mi casa, solo me tienes que dar los datos de la fecha y el vuelo de tu arribo para encargar a alguien te vaya a buscar al aeropuerto, te va a encantar conocer este país, estaré ansioso esperando tu visita.
Una semana más tarde, Helena, su hermana, gozaba de la estadía en esa exótica y antigua ciudad colonial.
Este encuentro resulto ser una buena ocasión para discutir asuntos íntimos y familiares donde ambos abrieron sus corazones tratando de encontrar respuestas a sus conflictos.
Luego de largas conversaciones cambiando puntos de vistas y consideraciones, ya agotando los temas, Carol, lamentándose en voz baja, tuvo algo más que agregar:
-Veinticinco largos años junto a Sara para confesarte, querida,