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El Imperio Azul
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El Imperio Azul

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About this ebook

En la cara oculta de la Luna, están sucediendo cosas que en la Tierra nadie tiene ni idea o nadie recuerda.
Una novela en la que se aborda la temática de la prevención del abuso en la infancia a través de la ciencia ficción, la aventura, la intriga y el suspenso.
LanguageEspañol
Release dateJun 17, 2018
ISBN9789874490285
El Imperio Azul
Author

María Cecilia López

Es licenciada en Psicología, egresada de la Universidad Católica Argentina. Se especializó en Psicoanálisis de Niños en la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. Desde hace 25 años, ejerce la práctica clínica con niñas, niños y adolescentes víctimas de abusos sexuales, violencias y maltratos. Es supervisora y capacitadora reconocida en Argentina y en el extranjero. Ha dictado cursos, seminarios, talleres y conferencias en diferentes ciudades de Argentina, Chile y México. También, ha colaborado en el curso de capacitación para profesionales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en México, por el Fondo de las Naciones Unidas y Unicef. Por su especialidad en la materia, es consultada, con frecuencia, por distintos medios de comunicación. Es autora de varios libros sobre la temática de abuso sexual en la infancia, entre ellos: Abuso sexual: cómo prevenirlo, cómo detectarlo, Los juegos en la detección del abuso sexual infantil, La búsqueda de la espada mágica. Historia real de un largo silencio. Además, es coautora de Madres de hierro. Las madres en el abuso sexual infantil y Los dibujos en el abuso sexual infantil.

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    El Imperio Azul - María Cecilia López

    casa

    Primera parte

    Un extraño mensaje

    Clara era una niña que vivía en el año 3001. Ella y su familia habitaban el piso 2100 de una de las torres más altas de Futuro, una de las megametrópolis más exclusivas de la Tierra. La torre tenía forma de orquídea, llegaba hasta las nubes, y había sido diseñada bajo las reglas de una nueva vanguardia llamada arquitectura floral.

    Futuro era algo así como un jardín de edificios que imitaban la más variadas especies florales. Era hermoso vivir allí. Hermoso, aunque un poco caro. Muy pocos podían darse el lujo de irse de vacaciones, y menos aún a los lugares que estaban de moda: los tres principales planetas de Sirio. La mayoría de la gente se conformaba con viajar tan solo virtualmente, debido a dos motivos: la Tierra estaba atravesando una era glacial; y por aquel entonces, los demás planetas del sistema solar habían quedado en ruinas después de siglos enteros de experimentos.

    Por estas razones, los padres de Clara siempre la estaban obligando a estudiar, para que cuando ella fuera grande pudiera conseguir un buen trabajo, un trabajo que le permitiera viajar a lejanos planetas e, incluso, ¿por qué no?, quizá, ¡conseguir un novio extraterrestre poderoso que la tuviera como una reina de las galaxias! Sin embargo, a Clara no le interesaban los estudios ni los novios. Y menos aún, los extraterrestres, que para su gusto eran espantosamente horripilantes.

    —Es hora de estudiar. Es hora de estudiar —una voz electrónica retumbó en toda la habitación de Clara.

    Al escucharla, Clara resopló. Estaba tan cómoda en su nueva cama con diseño de nube flotante que de solo pensar que tenía que hacer la tarea de matemáticas se deprimió. Aunque, a decir verdad, hacía rato se sentía triste, sin ganas de nada, aburrida de todo. Últimamente, había estado teniendo algunos problemas un tanto particulares, por los cuales la habían tenido que mandar a lo de una psicóloga-bruja-loca que la hacía dibujar toda la hora. Al parecer, había desarrollado una patología llamada imaginitus volatium. Según lo que la psicóloga le había explicado a su madre, esta patología era una enfermedad que consistía en volar y volar con la imaginación durante todo el santo día. Y eso era cierto. Era una niña bastante fantasiosa que se distraía con facilidad, y la fantasía le estaba trayendo serios problemas en la escuela. Sus calificaciones habían bajado demasiado y sus queridos compañeritos la habían tomado de punto tan solo por el simple hecho de imaginar historias. La llamaban delirante o, peor aún, mentirosa. Hacía rato que ya no podía hablar con nadie. Y a pesar de que muchas veces dijera verdades más grandes que todo el universo jamás le creían nada de nada, ¡ni siquiera su propia familia!

    —¡Si no te levantas ya mismo llamo a tu padre!

    Su madre acababa de entrar desquiciada a su habitación. En sus manos, tenía un aparato de última generación cuya característica principal consistía en emitir una especie de telaraña atrapa objetos a distancia. Clara se apresuró a esconder el juego de muñecas samuráis de fotones importadas de G33 Centauro con la cuales estaba jugando. Sin embargo, a una velocidad mayor a la de la luz, su madre procedió a dispararles sin piedad y muy pronto aquellos juguetes cayeron desintegrados al suelo. Ante tan pésimo panorama, Clara saltó de su cama como un resorte. Sabía que cuando su madre se aparecía con aquel aparato era capaz de hacer cualquier cosa.

    Clara dio tres fuertes puntapiés contra la pared y, de repente, se sumergió dentro de una enorme pantalla virtual que se materializó en medio de su habitación como por arte de magia. Casi de inmediato, comenzaron a llegar una serie de números flotantes bailando al son de una hermosa melodía y fueron formando una lista de complicadísimos cálculos matemáticos alrededor de su cabeza, que ella tendría que ordenar en una pantalla frente a sus ojos.

    —Ya estoy harta de tener que vivir en el año 3001. ¡Mil cuatrocientas cuentas de tarea por día! ¿Dónde se habrá visto? —protestó fastidiada.

    —Miau, miau...

    —¡Micha! —Clara se alegró de ver entrar a su mascota.

    Micha era una gata muy especial. Tenía ojos violetas y un extraño pelaje de oro, lo cual constituía una rareza en su especie que la hacía ser única en el mundo. Luego de acariciarla, Clara se dispuso a hacer los deberes.

    —Un trillón cuatrocientos mil, multiplicado por la raíz cuadrada de ochocientos billones a la enésima potencia son... son... ¡Ciento un mil cuarenta y tres, coma, noventa y nueve!

    Al terminar de decir aquello, los cálculos en la pantalla fueron reemplazados por otros. Se escuchó una música tétrica y una voz metálica le anunció el premio que acababa de perder.

    —¡Felicitaciones, acabas de perder una entrada al parque de diversiones de Marte!

    —Con semejante premio a nadie le dan ganas de estudiar. ¿No tienes algo más original? Siempre lo mismo. Marte ya fue.

    Clara estaba desilusionada, hacía siglos que Marte había pasado de moda y aquel programa de matemáticas parecía no tener el más mínimo interés para estimular a sus alumnos con un premio mejor o, al menos, más original. Resignada, se dispuso a continuar con el próximo cálculo. Sin embargo, para su sorpresa, los números que estaban en la pantalla comenzaron a ser reemplazados por una serie de letras que se fueron uniendo en palabras que terminaron por formar un misterioso mensaje. Para cuando Clara lo terminó de leer, casi se desmaya. El mensaje decía lo siguiente:

    Estoy en El Imperio Azul. Aquí hablan mi mismo idioma, pero nadie me entiende. Necesito ayuda para saber si todo lo que estoy viviendo es verdad o si tan solo es un sueño.

    —Azul es un color y nada más que un color. ¿Será posible? ¡Otra vez con fantasías! Si no dejas de inventar cosas te voy a internar, amor. ¡Ja, ja, ja!

    Clara estaba arrepentida de haberle confiado a su madre lo que creía un extraño pedido de auxilio. Además de no creerle, ahora la amenazaba y se burlaba de ella. ¡Eso era el colmo! Por si fuera poco, también todas y cada una de las personas a quienes les había contado lo acontecido habían tratado por todos los medios de convencerla de que, en realidad, no le había sucedido absolutamente nada. Se sentía la niña más incomprendida del mundo, aunque por suerte, aún podía contar con su gatita. Por aquellos días, Micha solía lamerle las lagrimitas cada vez que la veía llorar y Clara se había aferrado más que nunca a ella.

    —¿Por qué será que nunca nadie me cree? ¿Y si se tratara de una broma de mis queridos compañeritos? Pero, en realidad, ninguno de ellos tiene el nuevo código de mi computadora —Clara pensaba en voz alta a la vez que caminaba en círculos—. ¡Qué misterio! Jamás había escuchado hablar de Azul... Tampoco pude encontrar ningún dato en el archivo histórico planetario. Mmm... ¿A quién le podría

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