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Historia Política de Colombia Parte II
Historia Política de Colombia Parte II
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Historia Política de Colombia Parte II

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Historia Política de Colombia escrita cuatro manos por los académicos Manuel Arteaga Hernández y Jaime Arteaga Carvajal, es un compendio de sucesos importantes a lo largo de la compleja existencia socio-política del país, como consecuencia de la conquista y colonización española del hemisferio americano, que desde la época de su hallazgo en el siglo XV fue denominado con el mote de Nuevo Mundo.
La maraña estructural de guerras civiles, enfrentamientos partidistas, intervenciones de la iglesia en la vida política del país, el asentamiento en el poder de unas élites que se auto-consideran dueñas por derecho heredado de los destinos de la nación, el olvido de millones de seres marginados de los niveles de desarrollo que alcanzan minorías mejor educadas, y los rasgos culturales del comportamiento colectivo de los colombianos, no son gratuitos ni espontáneos.
Son la sumatoria de las líneas de comportamiento individual y colectivo que legaron los conquistadores y colonizadores españoles, cuya avaricia se sintetizó en el afán de expoliar recursos naturales para su provecho y acumular riqueza egoísta, mediante la combinación de poseer enormes posesiones de tierra, apropiarse de las industrias y el comercio, colocar en altas posiciones de gobierno a sus amigos y convivir tranquilamente con el subdesarrollo de las mayorías, quiénes desde entonces han sido vistos como seres inferiores, que por su origen socio-económico, deben rendir pleitesía y tributos a altas élites intocables.
En ambos casos, como evangelizadora y como difusora de los credos cristianos, la iglesia católica es parte activa y decisiva de lo bueno, lo malo y lo feo de la historia política del país. Todo esto y mucho más está explícito a lo largo de las documentadas páginas de esta obra.
La primera parte abarca desde 1538 hasta 1854 y la segunda parte desde 1854 hasta 1980. Leer estos dos compendios de la historia colombiana, es una forma de conocer más los orígenes de la pluriculturalidad y la multietnicidad de una nación que al cumplir 200 años de vida republicana en 2019, se proyecta como uno de los Estados más importantes del hemisferio.
De los dirigentes políticos de turno y de los ciudadanos que los eligen, dependerá que la nación tome rumbos adecuados. Por lo tanto, quien lea esta obra, tendrá mayor claridad para escoger en las urnas, los mejores derroteros nacionales.

LanguageEnglish
Release dateOct 14, 2018
ISBN9780463056158
Historia Política de Colombia Parte II
Author

Manuel Arteaga Hernández

Historiador colombiano especializado en analizar los fenómenos políticos del país desde la época de la colonia hasta los primeros 130 años de vida republicana.

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    Historia Política de Colombia Parte II - Manuel Arteaga Hernández

    Historia Política de Colombia Parte II

    De la dictadura de Melo al preludio de la violencia de los años 1950

    Manuel Arteaga Hernández

    Jaime Arteaga Carvajal

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463056158

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Historia Política de Colombia- Parte II

    Vicepresidencia de Manuel María Mallarino

    Confederación Granadina

    Presidencia de Mariano Ospina

    Guerra civil de 1860

    Convención de Rionegro 1863

    Estados Unidos de Colombia

    Presidencia del general Mosquera 1863-1864

    Presidencia de Mosquera 1866-1868

    Presidencia de Santos Acosta

    Presidencia de Murillo Toro

    Presidencia de Aquileo Parra

    Presidencia de Julián Trujillo

    Primera presidencia de Rafael Núñez

    Presidencia de Francisco Javier Zaldúa

    Segunda presidencia de Núñez

    República de Colombia

    Presidencia de Núñez 1866-1892

    Presidencia de Manuel Sanclemente

    Gobierno de José Manuel Marroquín

    Presidencia del general Rafael Reyes

    Presidencia de Carlos E. Restrepo

    Presidencia de Olaya Herrera

    La historia desde 1930

    Presidentes de la república liberal

    Conclusión

    Colofon

    CAPITULO XXVII

    VICEPRESIDENCIA DE MANUEL MARÍA MALLARINO

    1855-1857

    Distinguían al nuevo mandatario las más altas dotes morales e intelectuales. Su carrera, puede decirse, principió en el colegio tanto de Cali, su ciudad natal, como en el de Popayán, pues fue el primero entre sus condiscípulos. Empezó a figurar como hombre público en las postrimerías de la Gran Colombia y en los albores de la Nueva Granada.

    Era por aquel tiempo ya gran orador, revelaba en sus discursos un talento despejado y notable educación literaria. Desde muy joven tomó parte en las lides parlamentarias. En 1836 fue uno de los diputados que se opusieron al arreglo de la deuda de Colombia, según el cual Nueva Granada debía responder por cincuenta unidades.

    El general Mosquera, quien nunca pudo avenirse con sus secretarios, lo llamó a la cartera de Relaciones Exteriores y Mejoras Internas. Allí se ocupó en proyectos de vías de comunicación, cajas de ahorro y otros asuntos de utilidad pública. Durante los disturbios políticos de 1850 a 1852 fue desterrado y en compañía de Julio Arboleda se refugió en el Perú.

    Posesión de Mallarino— Don Julio Arboleda, como presidente del congreso le dio posesión, pronunciando un discurso que es reputado como obra maestra. Le recuerda las vicisitudes de la vida, cómo ayer juntos lloraban en tierra extraña las desgracias de su patria, y "hoy —dice— me tocó a mí presidir la primera y más respetable corporación de mi patria y señalaros a vos, vacía, para que subáis a ocupar la silla de la primera magistratura''.

    Le recuerda cómo el desconcierto social ha hecho que se desconfíe de la palabra libertad, pues en más de una ocasión se ha invocado, como divinidad del exterminio, para poner la república a saco y entregando el honor y la propiedad de las familias a muchedumbres desenfrenadas y erigiendo, sí señor, es preciso decirlo, erigiendo el vicio y el crimen en cualidades que daban derecho a la magistratura. También es cierto que toma muchas frases del panegírico de Plinio a Trajano, tales como con la que termina su discurso: "No aspiréis tanto a obtener los aplausos del vulgo como a merecer los elogios de los sabios".

    Acertada administración.— Las esperanzas que la nación fincó en el gobierno del doctor Mallarino no salieron defraudadas. "Quiso desde un momento el nuevo mandatario —dice Guerra— probar que gobernaba para toda la nación, con todos los hombres de buena voluntad y no con su partido, y para su partido, como había sido el programa execrable de las dos administraciones precedentes. Por eso, aunque conservador de cepa y de doctrina, confió nada menos que la cartera de Guerra al señor José M. Plata; la de Hacienda al doctor Rafael Núñez; la Dirección de Rentas Nacionales, al doctor Aníbal Galindo y no pocos destinos importantes, especialmente en el ramo de manejo, a liberales caracterizados como éstos, y dicho sea con honor a la verdad, correspondieron satisfactoriamente a la confianza en ellos depositada y prestaron muy valiosos servicios en la tarea de reorganizarlo todo, porque todo había quedado al revés, como sucede siempre en los desmanes de la dictadura.

    Para mostrar las sanas intenciones que abrigaba, hizo que el secretario de Gobierno, Vicente Cárdenas, enviase a todas las autoridades de provincia una circular, que es el más bello de los programas políticos. Muestra en ella que no se pretende administrar los intereses de un partido político sino la conveniencia nacional, sirviendo de verdadero mediador entre todos los partidos".

    "En el sistema que nos rige —dice— el cuerpo legislativo es la verdadera representación de la opinión nacional y el que positivamente gobierna la república. A la administración solo le toca la ejecución de las leyes y el empleo eficaz de los medios que ellas le conceden para dar impulso a los intereses nacionales.

    El poder electoral es exclusivo del pueblo, en quien está la base constitucional del poder público; el gobierno que tiene parte en las elecciones prevaliéndose de su prestigio y de los recursos de acción que le da su autoridad para influir en ellas, falsea y desmoraliza la institución democrática, cuya fuente es la completa independencia de los electores, fuente que debe conservarse si no queremos vivir al abrigo del despotismo y de la anarquía. El poder ejecutivo no aspira a que se ensanche la autoridad del gobierno general, pues reconoce que las instituciones le han dejado la amplitud suficiente para hacer el bien, que es la noble y honrosa misión que está llamado a desempeñar''.

    A este tenor sigue haciendo, por decirlo así, el panegírico de la tan agriamente censurada Constitución de 1853. Muestra que las libertades que en ella se proclaman son fuente de bienestar y de grandeza.

    Se empapó en el espíritu de aquellas leyes, quiso gobernar bien y el pueblo quiso ser bien gobernado. Así se aunaron los dos elementos indispensables para la buena marcha de los asuntos públicos.

    Gobierno eclesiástico─ Al mismo tiempo que se inauguraba tan lucida administración eran consagrados los primeros obispos granadinos que habían sido nombrados libremente por la Santa Sede, sin intervención del poder civil, contándose entre ellos el arzobispo de Bogotá doctor Antonio A. Herrán, notable por su ardiente caridad e incomparable austeridad.

    A él le tocó dirigir la arquidiócesis como sucesor del señor Mosquera en la primera época de la división entre las dos potestades; en paz y en quietud durante las administraciones de Mallarino y de Ospina, para luego quedar en abierta pugna con el gobierno del general Mosquera.

    Todo contribuía a restablecer la calma y a hacer olvidar las agitaciones de la última revuelta. El pie de fuerza permanente fue reducido solo a trescientos hombres. El erario público daba un superávit de $327.756.

    Estados soberanos

    Al reunirse el congreso de 1856, las provincias de Antioquia se acogieron al acta adicional de 1855, que permitía erigir en Estado independiente cualquier porción de territorio de Nueva Granada. Pidieron que se les otorgara dicha facultad, y así lo decretó la ley de 11 de junio, diciendo: Artículo 1°.

    De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 12 del acta adicional a la constitución, expedida en 27 de febrero de 1855, erígese el Estado Federal de Antioquia, compuesto de la actual provincia de este mismo nombre''. Quedó así la república dividida en dos estados soberanos; Panamá y Antioquia, y veinte provincias, con aspiraciones a convertirse también en estados soberanos.

    Analizando don Mariano Ospina aquella corriente federalista, escribía al general Herrán con suprema ironía: Yo deseo vivamente la federación únicamente para ver si es posible facilitar auxilio en algunas provincias de la República a las víctimas de la reforma social en el resto.

    Estado de Antioquia─ Constituida Antioquia en estado federal dictó las leyes que debían regirla. "Aquella legislación, reproducida casi en su totalidad en la época de Berrío —dice Gómez B.—, ha servido de base en muchos puntos, particularmente en lo tocante a administración departamental y bienes y rentas para las ordenanzas del 96. Entre esas leyes figuran las relativas a penas y establecimientos de castigo, la orgánica de la contaduría de Estado, la de monopolio de licores destilados, la ley penal concerniente a los delitos contra la seguridad y el orden público, las relativas a las condiciones del matrimonio para los efectos civiles".

    Pena de muerte. — También ante aquel congreso de 1856 se pidió la total abolición de la pena de muerte. El doctor Mallarino se atrevió a desafiar la opinión pública enviando al congreso un mensaje manifestando opiniones contrarias. La ley —decía— suprime la pena de muerte, pero no crea en su reemplazo los establecimientos de castigo necesarios para castigar y corregir a los criminales y ofrecer a la sociedad ejemplos y garantías.

    Exasperados los liberales dieron a Mallarino el calificativo de patibulario. A pesar de todo Mallarino se sostuvo firme en sus ideas, las cosas quedaron como antes, sin sufrir cambio alguno.

    Relaciones diplomáticas. "Dos reclamaciones diplomáticas tuvieron lugar en este último año —dicen Arboleda y Guerra—, la primera fue motivada por unas simples palabras pronunciadas por el general Mosquera en un banquete ofrecido por los extranjeros residentes en Bogotá al Jefe del Ejecutivo, en que expuso sus deseos de libertar a los venezolanos del dominio de la familia Monagas. Estas expresiones mal interpretadas, como de origen oficial, en Venezuela, que estaba gobernada por José Tadeo Monagas, produjeron amenaza de guerra; pero manejado el asunto dignamente por Mallarino, terminó bien pronto sin pasar a lucha internacional.

    La otra reclamación la originó la riña entre un panameño y un norteamericano, pues éste le pagó a aquel con un balazo una tajada de melón que le acababa de vender. El populacho enfurecido atacó la estación del tren de Panamá y dio muerte a algunos empleados norteamericanos, el gobierno yanki exigió en vía de indemnización la isla de Taboga. Por fin todo se arregló pagando Nueva Granada una indemnización a los heridos y a las familias de los muertos en la refriega".

    Candidatura presidencial.— Ya los ánimos se agitaban con las elecciones presidenciales para el período de 1857 a 1860. Los conservadores presentaron varios candidatos, pero algunos miembros del congreso resolvieron, muy acertadamente en una junta previa, que el nombre que resultara favorecido con las dos terceras partes de los votos de los sufragantes fuera aceptado por todos los miembros de dicha junta, es decir, como único representante del partido.

    Entretanto el general Mosquera rodeado por un grupo de parciales, entre quienes figuraban conservadores y liberales moderados, denominados por él partido nacional, pretendió auto-candidatizarse, pero carecía de prestigio. Había caído en una rara postración moral, lo pintó don Ángel Cuervo en la más aflictiva situación, viviendo en una mala fonda, regalando confites a los muchachos de la calle, para que gritaran: Viva Mosquera.

    Ya supondrán mis lectores —dice— cómo lo vitorearían, y cómo lo rodearían a todas horas. Es la popularidad más original que he visto en mi vida. No pocas veces salía con sus copas en la cabeza sin cuidarse mucho de la decencia del vestido. El siempre aspiraba a ser el primero, por lo cual no es extraño que se hiciera presentar como candidato conservador a la presidencia de la república cuando los congresistas aún no habían hecho designación alguna, poniendo en ello en aprietos a los partidarios de Ospina que hicieron cuanto estuvo en sus manos para disuadirlo.

    Don Mariano Ospina era el candidato más popular entre los conservadores y propuso que él y todos los candidatos, inclusive Mosquera, renunciaran a figurar en la candidatura, pero no le fue aceptada tal proposición.

    Por su parte, los liberales presentaron al doctor Manuel Murillo Toro, pero estando tan vivas las rivalidades entre gólgotas y draconianos no fue del agrado de estos últimos; don José M. Plata, personaje distinguido de este partido, lo pinta con los más vivos colores:

    Yo no vería en la elección de Murillo —dice— el triunfo de la razón y de la libertad, sino de la charlatanería, del atrevimiento de los partidarios, de los especuladores en patriotismo, de los anarquistas, de los codiciosos de bienes ajenos, de los enemigos del trabajo... Lo que él quiere es que el pro y el contra le den sus votos, y con palabras de este estilo seguía hiriendo a una de las reputaciones más limpias de la nación, como era el doctor Murillo.

    Empañaba su prestigio, naturalmente en beneficio de la causa contraria, y cuyas consecuencias se dejaron sentir al verificarse en el congreso el escrutinio de las votaciones electorales, pues obtuvo don Mariano Ospina la mayoría.

    Bien es cierto que esas elecciones se hicieron de manera muy imperfecta, pues no se alcanzó a obtener la votación de todos los distritos, y por ello se pidió que fuera anulada. Especialmente trabajó en ese sentido Salvador Camacho Roldán; naturalmente no fue atendido. Subió así al poder el jefe del más absoluto conservatismo.

    Así pues la división del Partido Liberal —como ha ocurrido tantas veces— lo llevó a la ruina definitiva. Debido a tal división surgió una ridícula dictadura, una guerra sangrienta y el predominio del partido contrario. ¿Esto último no se hubiera evitado absolviendo al presidente Obando, para que continuara con él el liberalismo en el poder?

    No, responde el doctor Parra, aquellos tiempos eran bien distintos a los que ahora hemos alcanzado —dice—, había verdadera sanción pública y los hombres prominentes de todos los partidos competían en decoro político y en dignidad personal.

    SEXTA PARTE

    CONFEDERACIÓN GRANADINA 1858-1861

    CAPITULO XXVIII

    PRESIDENCIA DE DON MARIANO OSPINA 1857-1861

    Quedaron las riendas del poder en manos de uno de los hombres públicos que más han dado que hablar en nuestra historia. Lo encontramos mezclado desde su juventud en los hechos de mayor resonancia: primero es septembrista; con Vargas Tejada, Azuero, González, pretendía asesinar al Libertador.

    Fallado el golpe se une al general Córdoba en 1829. Lucha contra la dictadura de Urdaneta. Era un decidido liberal. Más tarde se transforma en conservador. Durante la administración del general Herrán desempeña elevados cargos; dictó entonces, como ya vimos, un plan de estudios basado en el rigor y quitando al estudiante toda iniciativa personal, quería que se les sujetara a un credo y a una idea.

    Aquello como vimos dio un resultado contrario a sus esperanzas. Lo encontramos en 1849 votando por López para que no asesinen al congreso; teme la muerte, pero arroja el baldón a sus enemigos. Había seguido todos los principios políticos; desde liberal extremado hasta conservador intransigente.

    Con razón alguno de sus biógrafos muestra su ser moral complejo, siendo el sofisma el eje de sus actos; así como votó por López, así también apoyó la federación, sin lealtad ni honradez política, solo para asegurar el estado de Antioquia en caso de que uno de sus competidores, Mosquera o Murillo Toro, resultasen elegidos presidentes.

    Política de Ospina.— Como vimos, don Mariano Ospina se posesionó de la presidencia el día 1° de abril de 1857, pronunciando un discurso que fue muy aplaudido por la prensa. El doctor Mallarino lo recibió en palacio y puso en sus manos la autoridad que hasta entonces había ejercido con tanto acierto.

    Se gozaba por entonces de un bienestar inmenso. La seguridad individual corría pareja con la libertad general. La unión de los dos partidos se consideraba estable, entre ambos habían derrocado la dictadura de Melo, ambos gozaban de gajes y de garantías.

    No bien dio principio el doctor Ospina a su gobierno cuando mostró que solo gobernaría con los suyos; expurgó las oficinas públicas de todo elemento liberal, con lo cual hizo surgir odios ya olvidados; pero el público guardó silencio. Otro asunto de capital importancia preocupaba a toda la nación y era la manera anormal como estaba regida, siendo así que el centralismo y el federalismo imperaban a la vez, era indispensable definirse: ser centralistas o federalistas.

    Tendencias federalistas.─ "Urgía constituir de nuevo el país, porque el régimen central, con dos estados independientes, Panamá y Antioquia, no podía concebirse —dice Pombo y Guerra— en consecuencia, o se volvía al sistema político de 1830, o se implantaba francamente la forma de los Estados Unidos del Norte, que muchos deseaban imitar.

    Campo abonado donde fructificar con desahogo había encontrado el federalismo y así se elaboraron varios proyectos de constitución que la consagraban en forma más o menos rigurosa. La aspiración general a la soberanía de las secciones se vio bien pronto colmada por la expedición de simples leyes que establecían una transformación política completa, y así el congreso vino a quedar árbitro de la suerte de la patria, como constituyente y como legislador.

    Cada acto de su voluntad marcaba un nuevo paso de acercamiento al sistema apetecido. Aun cuando en un principio se tratase simplemente de establecer un sistema de verdadera descentralización administrativa, extremado después este principio por las amplias facultades que se había dado al poder legislativo, en orden al modo de reformar la constitución quedó al fin dislocada la unidad política y dividida la legislación en todos sus ramos con la preponderancia de la soberanía seccional. La federación era ya un hecho consumado y solo faltaba establecerla en el papel o darle forma práctica por nuevos actos del cuerpo soberano".

    Estado de Santander. - El 13 de mayo de 1857 decretó el congreso la creación del Estado Federal de Santander, en condiciones análogas a las de Panamá y Antioquia, con las provincias de Pamplona y del Socorro, a las que después se agregaron otras, y por una ley del 15 de junio, basada en el Artículo 12 del Acto Adicional, se erigieron en estados federales diversas provincias del territorio de la república.

    Quedaron constituidos cinco estados federales, a saber: Cauca, Cundinamarca, Boyacá y Magdalena, además de las tres anteriormente establecidas: Panamá, Antioquia y Santander.

    Estos estados, naturalmente, empezaron a ejercer la autonomía que les otorgaba la ley desligándose más y más del centro común, pues cada uno de ellos podía dictar su propia constitución. Era pues indispensable reformar las instituciones centralistas para organizar de nuevo la nación.

    El federalismo se imponía a despecho de las ideas conservadoras. Había que reunir esos estados soberanos en un cuerpo homogéneo, y como para ello era necesario reformar la Constitución se echó mano de un medio bien expedito, como fue dictar una ley, acordada por las cuatro quintas partes de los miembros de ambas cámaras, que autorizara dicha reforma, y el 10de febrero de 1858 lanzó el siguiente decreto:

    Artículo 1.- La constitución puede adicionarse o reformarse en todo o en parte, de la misma manera que se adiciona o reforma una simple ley.

    Parágrafo.- Si la cámara legislativa lo tuviere por conveniente podrán reunirse en congreso, y allí, en tres debates, acordarán el acto o actos de adición o reforma de la constitución.

    Artículo 2.- El acto o actos que se expidan por el congreso con el fin de adicionar o reformar la constitución, por los trámites que establece el artículo anterior, no podrán ser objetados por el poder ejecutivo.

    Sin más se procedió a la elaboración del nuevo código político; predominaron, en un todo, en su redacción los federalistas, siendo el principal el doctor Florentino González, cuyo proyecto fue aprobado casi sin modificación alguna.

    Constitución de 1858

    La nueva constitución fue sancionada el 22 de mayo de 1858. El artículo 1° establecía que los estados ya creados "se confederarían a perpetuidad formando una nación soberana, libre e independiente, bajo la denominación de Confederación Granadina.

    "El gobierno general de la Confederación —dicen Henao y Arrubla— se ejercía por un Congreso que expedía las leyes; por un presidente elegido popular y directamente, para un período de cuatro años, que las ejecutaba, y por un poder judicial que las aplicaba a los casos particulares".

    El gobierno de los estados era popular, representativo y responsable y toda atribución que no se diese por la carta, al gobierno general, se la reservaban los estados.

    La corte Suprema tenía dos importantes atribuciones, una, decidir de las cuestiones que se suscitasen entre los estados, o entre uno o más de ellos y el gobierno general, sobre competencia de facultades políticas, derechos de propiedad, o sobre cualquier otro objeto; y la otra, suspender los actos de las legislaturas de los estados, contrarios a la constitución, o a las leyes nacionales, dando cuenta de la supresión al senado, que decidiría definitivamente.

    La constitución anuló el sistema central, y la mayoría conservadora del congreso contribuyó a ello. La república federal, fruto del espíritu de innovación, tuvo general acogida y la miraba el partido liberal como el colmo de sus aspiraciones democráticas encaminadas a defender los estados de la presión del gobierno nacional. No faltaban en uno y otro partido quienes mirasen la reforma con verdadero temor.

    Don Miguel Antonio Caro, opina que aquella constitución estableció la desmembración del territorio nacional, que se había hecho por pedazos; y a vuelta de otras libertades absolutas, garantizó a los granadinos la libertad de expresar su pensamiento por medio de la imprenta, sin responsabilidad de ninguna clase. La idea es la misma contenida en la Constitución anterior, pero en fórmula más exacta y desnuda.

    Por primera vez se consagraba literalmente en la ley fundamental de la república la irresponsabilidad absoluta de la imprenta. "Desorientados quedamos los estudiantes de ciencias políticas —dice Pombo y Guerra— al recordar que los conservadores de mitad del siglo XIX proclamaban la autonomía de los estados con tendencia al implantamiento de la más estricta federación, el libre comercio de armas, la irresponsabilidad absoluta de la prensa, el sufragio universal, la presidencia religiosa, y viendo sostener a los liberales de principios del siglo XX el más exagerado centralismo, la unión entre la Iglesia y el Estado; amordazamiento de la prensa; la pena capital, la supresión de los Congresos, la del Consejo de Estado, la de las asambleas departamentales, la de la vicepresidencia de la república, el período presidencial de diez años para un solo individuo".

    Ello es verdad, tan dolorosa realidad vimos en el quinquenio. Pero volviendo a 1858, recordemos que don Mariano, aun cuando creía que eran erróneas y funestas las ideas radicales, aceptó la nueva Constitución sin oponer ninguna objeción. Esperaba que así —dice Samper— comparando los pueblos en los diversos estados, las tendencias y los frutos del sistema opuesto, se desacreditase por completo el radicalismo y se consolidasen los principios conservadores.

    Procedía, pues, nuevamente, contra sus convicciones, como lo hizo al votar por López, y al contribuir al triunfo de Obando, ésta era su política. Aceptaba la presidencia bajo un gobierno federal, sistema contrario a sus ideas, llevado solo por un irónico desprecio. La exagerada estimación por sí mismo no le permitía ver lo incorrecto de su proceder y mostrando complacencia con lo hecho, firmó la constitución.

    El nuevo orden de cosas se inició presagiando el más bello porvenir. Los partidos políticos habían llegado a un advenimiento. La tranquilidad en el país y la confianza en el gobierno eran completos. Los beneficios de la paz se dejaban sentir de manera manifiesta. Las industrias y el comercio adquirían gran desarrollo, en cambio el militarismo quedaba relegado al olvido.

    Las exageraciones de los partidos políticos parecían extinguidas —dice Cordovez—, el trato social era expansivo, la concurrencia al teatro servido por actores nacionales era ya costumbre en las diversas clases sociales; las relaciones entre la Iglesia y el Estado se hallaban en perfecta armonía, a pesar de la ruptura del concordato llevada a cabo por la constitución de 1853, los obispos desterrados en 1852 volvieron a sus respectivas diócesis; los jesuitas a quienes se impuso el ostracismo en el año de 1850, volvieron al país para regentar el Colegio de San Bartolomé.

    Los estados se gobernaban como a bien tenían; ya con mandatario liberal o conservador, según la mayoría que imperase. Así, los estados de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca y Panamá, quedaron en poder de los conservadores; Magdalena y Santander, en poder de los liberales; es decir, de los ocho estados en que estaba dividida la nación, solo dos tenían gobierno liberal.

    Aquel gobierno nacional de paz, de garantía y de libertad no convenía al doctor Ospina; él quería un gobierno de partido, y poco a poco fue de nuevo excluyendo a los empleados liberales y sustituyéndolos por hechuras suyas, despertando así odios ya olvidados.

    Gobierno de Ospina- Ese rencoroso sentimiento empezó a manifestarse —dice Guerra— desde el mismo día en que asumió el mando el señor Ospina y constituyó su ministerio netamente conservador, para ir después sustituyendo con los de este mismo partido a los empleados liberales, entre ellos muchos idóneos y correctos. Tal sistema exclusivista dividió a los granadinos, como sucede siempre que se implanta en dos bandos rivales, listo el de abajo a arremeter al de arriba y resuelto el de arriba a defender la fortaleza, sin ceder un punto a los de abajo.

    Los liberales —dice F. Ortiz, testigo presencial de aquella época— no estaban, pues, a gusto sin los destinos, y los conservadores no querían soltarlos. Esta era la situación en 1857, cuestión eterna en América Latina, cuestión de sueldos.

    Los partidos surgieron de nuevo definiéndose más claramente como liberales y conservadores, éstos defendiendo al gobierno, aquellos atacándolo, primero con murmullos que a poco se trocaron en voces de protesta y en francas amenazas, como aconteció al expedir el congreso de 1859, sobre el que imperó Ospina, leyes cuyo espíritu entrañaba la dañada intención de anular las libertades garantizadas por la constitución.

    Tales leyes fueron la del 8 de abril, que otorgaba cierta intervención a las autoridades seccionales en el escrutinio, para apreciar la validez de las elecciones, y la del 10 de mayo, que creaba intendentes de hacienda, encargados de vigilar en los estados todo lo relativo a las oficinas fiscales del ramo nacional, empleados que podían disponer hasta de la fuerza pública en el seno de dichos estados. Así de fácil era anular la autonomía de que se gozaba. El mismo presidente falseaba las instituciones federales que había contribuido a establecer.

    Asesinato del gobernador.- Por el momento un suceso sangriento y altamente escandaloso distrajo la atención pública, y fue el caso que en la mañana del 29 de octubre de 1859, el gobernador del Estado de Cundinamarca, señor José M. Malo Blanco, caballero de alta posición social, fue asesinado por su hermano legítimo Jesús, hombre sin ningún valor moral. La tragedia se efectuó en el atrio de la Catedral; Jesús disparó con un revólver a don José M. y pocos segundos después fallecía.

    El hecho llenó de indignación a la sociedad; Jesús fue reducido a prisión y condenado a muerte. Cuando ya se iba a cumplir la sentencia, en los últimos días de ese año, el abogado Manuel M. Madiedo pidió que se reconociese a Melo porque estaba loco, por este motivo no se cumplió la sentencia y dándole dilaciones y antes de que los médicos peritos dieran su dictamen, se le conmutó la pena por presidio del cual a poco supo fugarse. Y no tuvo inconveniente de presentarse años más tarde de nuevo en Bogotá.

    Movimientos de protesta─ La agitación política hacía por entonces olvidar pronto los asuntos de otra índole, y la prensa liberal clamaba contra las últimas disposiciones del congreso, mostrando el peligro que ellas entrañaban, figurando en primer término los escritos del doctor Manuel Murillo Toro, gobernador del Estado de Santander, quien había implantado en dicho estado los más avanzados principios liberales, quizás exagerados para un pueblo incipiente.

    La guerra en Santander. — Así las cosas, Murillo Toro se trasladó a Bogotá a ocupar su puesto en el congreso de 1859 dejando el gobierno de Santander en manos del primer designado, general Vicente Herrera, momentos que quisieron aprovechar los conservadores para dar un golpe de Estado y adueñarse del mando; pero el general Herrera descubrió sus planes y dio el grito de alarma, la revuelta estalló y terminó por entonces con el triunfo liberal en el Campo de Güepsa, en el que fue muerto el general Herrera.

    Los prisioneros fueron puestos en libertad, pero a poco volvieron a la lucha con elementos que les proporcionó el Estado de Boyacá. Es un hecho probado que aquella guerra, corta, pero sangrienta, solo duró ocho meses, y se hizo con armas que el mismo gobierno de la federación distribuyó entre los conservadores de Santander.

    Así La Opinión, periódico liberal señaló al presidente Ospina como el principal promotor de la revolución. El señor Ospina se defendió de aquellos cargos en el mensaje presentado al congreso de 1860; con todo, no alcanzó a satisfacer, pues es un hecho que no pudo negar que los conservadores se habían servido de las armas del gobierno.

    Más tarde, siendo el general Eustorgio Salgar, gobernador de Santander, acusó por aquello a don Mariano Ospina, motivo por el cual se le siguió juicio al general, pero supo presentar una brillante defensa.

    Al propio tiempo que los conservadores se lanzaban en guerra contra los liberales en Santander, en Bolívar sucedía a la inversa, los liberales se lanzaban en guerra contra el gobierno que era conservador y lograron triunfar. Ocupó el poder el general Juan J. Nieto, reemplazando a don Juan Antonio Calvo.

    Como el gobierno general había proclamado el principio de no intervención, no pudo hacer sentir su influencia. El general Mosquera, gobernador del Cauca, siguió atentamente y en silencio la marcha del movimiento revolucionario.

    Don Mariano Ospina, acumulando error sobre error, nombró intendente nacional del Estado del Cauca a Pedro José Carrillo, quien pertenecía al grupo extra-conservador, con el fin de vigilar a Mosquera en su gobierno. Este protestó enérgicamente y los ánimos empezaron a caldearse.

    La prensa liberal exigía con vehemencia ciertas reformas en el sistema eleccionario y en el régimen de Hacienda, cuando apareció en El Tiempo un artículo del doctor Manuel Murillo Toro titulado Alea Jacta Est, incitando francamente a la guerra civil, palabras que en boca de un político tan pacifista, como lo era el doctor Murillo Toro, llamaron profundamente la atención, y alarmaron tanto al gobierno que hizo algunas concesiones. El doctor Murillo se dio por satisfecho, declarando que aceptaba la reforma en atención a que todo era preferible a la guerra civil.

    Mosquera y Obando— No pensaba lo mismo el general Mosquera, quien protestaba francamente contra el gobierno de Ospina, por medio de largas notas en las que mostraba el grave extremo a que había llegado la nación debido a las arbitrariedades del gobierno de Ospina. A la vez buscaba terreno firme para sentar el pie y lanzarse a la guerra con las mayores probabilidades de éxito.

    Dicho terreno estaba en la amistad y alianza de hombres prestigiosos, tales como el doctor Manuel Jesús Quijano, hombre de alta importancia entre los conservadores; buscó alianza con su mortal enemigo, el general José M. Obando, que era el caudillo liberal de mayor prestigio en el Cauca y a pesar de haberlo atacado el general Mosquera con la saña furiosa de la demencia, empleando cuantas armas le llevaron a las manos; pero como ahora lo necesitaba y veía que sin su ayuda no podía dar ni un paso, buscó su amistad y para ello se valió del doctor Quijano, amigo de ambos, quien los citó a una conferencia.

    Al presentarse Obando, Mosquera lo saludó amistosamente, tratándolo de tú, y añadió, según Quijano Wallis, testigo presencial: José María, enteramente de acuerdo con el doctor Quijano —quien acababa de decirles que si luchaban juntos derrocarían el gobierno de Ospina— ratifico sus palabras y te ofrezco sinceramente mi abrazo de reconciliación. Luego, sacando un pliego abierto, añadió:

    Toma este decreto por el cual te nombro comandante general de las milicias del Cauca con facultades ilimitadas. Te entrego mi ejército, mi parque, mi dinero y mi amistad, me entrego yo mismo. Si nos abrazamos y nos unimos tumbaremos a Mariano Ospina y salvaremos la república.

    Obando aceptó y quedó sellado el pacto de alianza entre aquellos dos terribles adversarios. Así las cosas, Mosquera esperó la ocasión propicia para lanzarse en guerra.

    CAPITULO XXIX

    GUERRA CIVIL DE 1860

    La actitud del general Mosquera alarmaba, se temía por la estabilidad de la paz, pues él, desagradado con la mayoría del partido conservador, al que denominaba camanduleros, había formado un partido propio con los conservadores que le eran afectos y los liberales moderados. Se temía, o que los partidarios de Ospina derrocaran a Mosquera, o que este general se lanzara contra el gobierno supremo.

    La situación se agravó aún más al hacerse en el Cauca las elecciones para senadores y representantes al congreso, pues se enfrentaron de lleno federalistas y conservadores; en Cartago hubo graves desórdenes y los dos partidos se lanzaron en sangrienta lucha, triunfando los liberales.

    Se encontraba entonces en el norte del Cauca el comandante Pedro José Carrillo agente del gobierno nacional, comisionado para recoger armas de propiedad de la Confederación que estaban en manos de los particulares, quien desempeñó su cargo abusando en toda forma y por último, el 28 de enero de 1860 se rebeló Cartago contra el gobierno legítimo del Cauca.

    En un primer encuentro salió Carrillo victorioso, pero atacado por Mosquera y Obando en las llanuras de Sonso, a inmediaciones de Buga, quedó vencido; sin perder momento Mosquera hizo pacto de alianza con el gobernador liberal del estado de Bolívar, Juan José Nieto, y con los revolucionarios liberales de Santander. Así se inició aquella sangrienta guerra de 1860, que ha sido la que ha determinado un cambio más sustancial en nuestra historia política.

    Una vez arreglado todo, expidió Mosquera su célebre decreto de 8 de mayo de 1860, en el cual se lee: "Artículo 1°., Desde hoy el Estado del Cauca asume la plenitud de su soberanía

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