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Nuestra Revolución: Un futuro en el que creer
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Nuestra Revolución: Un futuro en el que creer

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En Nuestra Revolución, los lectores encontrarán algunas de las claves de la estrategia de ocupación del Partido Demócrata a partir de las experiencias personales de Sanders durante su campaña electoral, así como los ejes del trabajo político de una nueva izquierda estadounidense a la que admiramos y de la que esperamos lo mejor.
Nadie dijo que hacer la revolución —signifique eso lo que signifique en el siglo XXI y en Estados Unidos— sea fácil, pero la lucha sigue.

Pablo Iglesias Turrión
Secretario General de Podemos
LanguageEspañol
PublisherLola Books
Release dateOct 29, 2018
ISBN9783944203386
Nuestra Revolución: Un futuro en el que creer
Author

Bernie Sanders

Bernie Sanders ran to be the Democratic candidate for President of the United States. He is currently serving his second term in the U.S. Senate after winning re-election in 2012 with 71 percent of the vote. Sanders previously served as mayor of Vermont's largest city for eight years.

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    Nuestra Revolución - Bernie Sanders

    https://es.wikipedia.org/wiki/Comit%C3%A9_de_acci%C3%B3n_pol%C3%ADtica

    Primera parte

    Candidatura a la presidencia

    1

    ¿Cómo acabamos siendo como somos?

    BROOKLYN

    Crecí en un apartamento de tres habitaciones y media de alquiler controlado. Mi hermano mayor (Larry) y yo nos pasamos años durmiendo en los sofás del cuarto de estar. Durante las primarias de 2016 en el Estado de Nueva York, con objeto de recordarle a los neoyorquinos que crecí en Brooklyn, organizamos una concentración en la calle en la que me crie, la Calle Veintiséis Este. 56 años después de haberme ido, tuve la oportunidad de visitar el apartamento en el que pasé mis primeros 18 años de vida. De alguna manera, se había encogido. Dios, qué pequeño era. La cocina/comedor era diminuta. Resultaba difícil imaginarse a los cuatro miembros de nuestra familia cenando juntos allí todas las noches. Y todo el edificio parecía más lúgubre de lo que recordaba, con tantos apartamentos por piso.

    En uno de mis primeros recuerdos estoy en la acera, frente a la casa de apartamentos de Kings Highway, en la sección de Brooklyn llamada Flatbush, en la que vivíamos. Presenciaba un desfile militar. La Segunda Guerra Mundial había acabado. Tenía cuatro años.

    La guerra, Hitler y el holocausto jugaron un papel muy importante en mi manera de afrontar la vida. Recuerdo las fotos de la familia de mi padre en Polonia. Fueron asesinados por los nazis. Recuerdo una llamada de teléfono en plena noche. Esto nunca pasaba en nuestro apartamento. La llamada nos informó de una buena noticia. Un primo de mi padre seguía con vida. Estaba en un campo de refugiados. Recuerdo cómo lloraba cada vez que veía las fotos de un libro sobre la destrucción de los judíos. Me acuerdo de haber visto a personas de mi vecindario con números tatuados en los brazos. Eran supervivientes de los campos de concentración. Me acuerdo de la alegría de la comunidad en 1949 por el nacimiento del estado de Israel.

    Mamá, Larry y yo. Soy el niño más pequeño. (Colección del autor)

    Sin duda, ser judío, haber perdido a familiares (incluidos niños de mi edad) en el holocausto, la llegada al poder de un lunático de extrema derecha en unas elecciones libres en Alemania y la guerra que acabó con la vida de 50 millones de personas (entre ellas más de un tercio de los judíos del planeta) fueron hechos que surtieron en mi vida y en mi pensamiento un impacto imborrable.

    Mi hermano Larry, seis años mayor que yo, me introdujo en la política y en muchas otras cosas. Ha jugado un papel extraordinariamente importante en mi vida y le estoy eternamente agradecido por su amor, sus consejos y, sobre todo, por su sabiduría. Durante los últimos 50 años ha vivido en Oxford, Inglaterra, donde formó una familia y ejerció como trabajador social. Hace 10 años fue elegido por el Consejo del Condado de Oxfordshire como candidato del Partido Verde y después fue reelegido para un segundo mandato. En estos momentos se esfuerza activamente por mantener un fuerte Sistema de Salud Público en el Reino Unido.

    Mi madre le enseñó a leer a Larry cuando era muy pequeño y durante toda su vida ha sido un ávido lector. La primera vez que Larry leyó para mí yo tenía cuatro o cinco años. Los sábados por la mañana nos quedábamos largo tiempo en la cama leyendo pilas de cómics. Cuando éramos niños fue mi mentor y, como a veces ocurre con los hermanos mayores, mi tormento. Era muy listo, siempre conocía las respuestas de las que yo carecía (y me lo hacía saber).

    No es fácil ser el hermano mayor. A veces, cuando lo que te apetece es salir y pasar el rato con amigos, tienes que cuidar de tu hermano y llevarlo a rastras. No es divertido. Si mis padres se habían ido, los sábados Larry también tenía que cocinar para mí. Me encantaba cómo cocinaba. Sus espaguetis con kétchup y su pudin de chocolate My-T-Fine era excepcionales.

    Mi hermano mayor Larry y yo. (Colección del autor)

    Mis padres no eran grandes lectores. Libros en casa había pocos. Aunque tomábamos prestados libros de la biblioteca municipal, fue Larry el primero que trajo libros a casa y los colocó en una estantería. Y lo que es más importante, fue Larry el que me ayudó a entender algunos de esos libros. Era un buen profesor y me abrió mucho los ojos.

    Pese a que mis padres no estaban demasiado interesados en la política, siempre votaron al Partido Demócrata, tal y como hacía prácticamente todo el vecindario judío en el que vivíamos. Larry introdujo la política en casa cuando siendo estudiante de la universidad Brooklyn College se unió a las Juventudes del Partido Demócrata e hizo campaña por Adlai Stevenson en 1956.

    Durante mi campaña presidencial me sentí encantado de que Larry, su mujer Janet y su hijo Jacob pudieran estar conmigo en algunos actos. Todavía más orgulloso me sentí cuando, en calidad de delegado de Demócratas en el Exterior en la Convención Demócrata, emitió su voto en favor de mi nominación con lágrimas en los ojos.

    ¿Era pobre mi familia? No. ¿Disponíamos de lo que los economistas llaman muchos ingresos discrecionales? En absoluto.

    Mi padre era vendedor de la empresa de pinturas Keystone Paint and Varnish Company. Llegó al país proveniente de Polonia cuando tenía 17 años y no tenía ni cinco centavos en el bolsillo.

    Siempre tuvo un empleo y ganó el suficiente dinero para atender las necesidades de su mujer Dorothy y de sus dos hijos, pero no para mucho más.

    Larry y yo en la Convención Demócrata. (Jane O’Meara Sanders)

    El dinero o, mejor dicho, la falta de dinero siempre fue un asunto polémico en casa. Mis padres discutían constantemente de dinero. Eran discusiones dolorosas y agrias, discusiones que se quedan grabadas en el cerebro de un niño pequeño y no se olvidan.

    Bernhard. Ve a hacer la compra. Esto es lo que necesitamos. Aquí tienes la lista, me dijo mi madre. Como diligente hijo de doce años que era, salí e hice la compra. Sin embargo, fui a la tienda equivocada. Fui a la pequeña tienda que estaba a unas pocas manzanas de mi casa en vez de ir a la tienda Waldbaum en la Avenida Nostrand. Pagué más de lo que debía. Cuando regresé y mi madre se dio cuenta de lo que había hecho me gritó de forma horrible. El dinero era muy difícil de conseguir y no había que malgastarlo.

    A los trece años quise una chaqueta de cuero. Era la moda. Todos tenían una y estaba cansado de heredar el abrigo de mi hermano. Vale, dijo mamá. Te voy a comprar una chaqueta de cuero. El viaje se convirtió en un infierno. Es probable que por ello a día de hoy, 62 años después, que le pregunten a mi mujer si estoy mintiendo, todavía odie ir de compras y me quiera marchar de cualquier tienda si estoy en ella durante más de media hora.

    Ese día mi madre me llevó por lo menos a una docena de tiendas. Buscábamos la chaqueta de cuero más barata. Empezamos por varias tiendas de la zona comercial de Kings Highway. Luego fuimos en metro hasta las grandes superficies comerciales del centro de Brooklyn y de Manhattan. No hubo chaqueta de cuero en la ciudad de Nueva York que no me probara.

    Como habrán adivinado, acabamos comprando la chaqueta de la primera tienda en la que estuvimos en Kings Highway y que me había probado muchas horas antes. Ahora resulta gracioso pensarlo, pero entonces no lo fue.

    El dinero de tu familia determinaba la calidad de tu guante de béisbol, la marca de tus zapatillas y el modelo de coche conducido por tu padre. Por supuesto, también determinaba si vivías en una casa de apartamentos de alquiler controlado (como era el caso de casi todos mis amigos) o en una casa privada.

    Hasta que no fui mucho mayor no me enteré de que la mayoría de la gente no se refería a las casas normales de una calle como casas privadas. Sin embargo, en donde yo vivía la diferencia era muy clara. Aquellos de nosotros que vivíamos en casas de apartamentos éramos de clase trabajadora y aquellos que vivían en casa privadas eran de clase media. Se trata de uno de los primeros casos de diferencia entre clases de los que me acuerdo.

    La mayor parte de mi infancia me la pasé jugando en la calle o en patios de colegio. La calle era nuestro mundo y nunca salíamos de casa sin una pelota de goma rosa Spalding. A diferencia de lo que pasa hoy en día, no había ninguna supervisión por parte de adultos en absoluto. Nosotros mismos organizábamos nuestros juegos.

    Jugábamos durante horas. En la calle jugábamos al escondite, al béisbol sin bate, al hockey, al fútbol americano con toque de dos manos y al stickball. Hacíamos tiempo muerto cuando pasaba un coche y existían estrictas reglas para cuando una pelota se metía debajo de un coche aparcado. Jugábamos a las canicas en alcantarillas. Si metías la canica por el agujero del medio, recuperabas diez canicas.

    Jugábamos a la pelota mano contra las paredes de los edificios, a las cuatro cuadras en las aceras, al curb ball contra los bordillos y al stoopball contra los cantos de las escaleras¹. Jugábamos al balonmano normal y al balonmano chino². Volteábamos cromos de béisbol y echábamos carreras. En el patio del colegio público 197, en el que cursé la educación primaria y que estaba a unas pocas manzanas de mi domicilio, jugábamos al softball y al baloncesto hasta que estábamos tan cansados que a duras penas podíamos volver a casa. Para alimentarnos, hacíamos una colecta para comprar una botella grande de soda.

    Con mi hermano y con mi padre. (Colección del autor)

    Lo que aprendí jugando en las calles y en los patios de recreo de Brooklyn no fue solo cómo ser un atleta y cómo jugar a la pelota a un nivel respetable. Aprendí una profunda lección sobre democracia y autogobierno. ¿Gracias a jugar al punchball y al stickball? Sí.

    En las calles y en los patios de recreo en los que pasábamos gran parte de nuestras vidas no había adultos. Nadie nos vigilaba. Nadie nos entrenaba. Nadie arbitraba nuestros juegos. Estábamos a nuestra suerte. Todo lo organizaban y lo decidían los propios niños. El grupo saldaba nuestras desavenencias y tomaba todas las decisiones. Aprendimos a vivir de esta manera.

    ¿A qué deberíamos jugar? … Oye, eso es una gran idea, vamos allá.

    ¿Me prestas tu guante de béisbol? … ¿Quién ha traído el bate y la pelota? … ¿Llegó a tiempo a la base o está eliminado? … ¿Fue o no fue falta?

    No se debatía sobre quién jugaba en cada equipo. A la hora de hacer los equipos, todo el mundo sabía quién era el mejor, el segundo mejor y el tercero mejor jugando al baloncesto. Así eran las cosas.

    En el baloncesto a tres, el equipo que perdía salía del campo y otro equipo lo remplazaba para retar a los ganadores. Esas eran las reglas.

    Y todo funcionaba bien.

    Tal y como lo recuerdo ahora, se trataba de una comunidad asombrosamente democrática y autosostenible que me aleccionó sobre el trabajo con otras personas. Nunca lo olvidaré.

    Otra cosa que nunca olvidaré es la relación que tanto los niños del bloque, como la comunidad entera, tenían con los Dodgers de Brooklyn. A veces, durante mis viajes, me preguntan de qué equipo de béisbol era de pequeño. ¿Es una broma? Solo había un equipo. Y sus miembros eran como de la familia.

    Gil Hodges en la primera base, Jackie Robinson o Junior Gilliam en la segunda, Pee Wee Reese (mi favorito) en la posición de parador en corto, Billy Cox en la tercera base, Gene Hermanski como exterior izquierdo, el Duke en el centro, Carl Furillo a la derecha, Roy Campanella detrás del plato. Sobre el montículo estaban Preacher Roe, Don Newcombe, Carl Erskine, Johnny Podres, Clem Labine, Joe Black, Sandy Koufax, entre muchos otros. Esos nombres permanecen indelebles en mi memoria. Han pasado sesenta años y me sigo acordando de aquellas figuras míticas como si fuera ayer.

    Habría sido impensable que alguien del bloque no conociera el nombre de los jugadores, sus medias de bateo y el récord de victorias y de derrotas de los lanzadores. Sabíamos contra quién jugaban aquel día, dónde jugaban, quién lanzaba y cuantos partidos les separaban de la cabeza. También sabíamos todo lo referente a su vida personal que aparecía en los cromos que nos intercambiábamos. La mayor parte de nuestra interacción con los Dodgers provenía de los comentarios que Red Barber y Vin Scully (tan familiares para nosotros como los jugadores) hacían en las retrasmisiones de radio y televisión.

    Ebbets Field, el lugar en el que jugaban los Dodgers, estaba a media hora en metro. Algunos sábados o domingos asistíamos a los partidos, y a veces veíamos dos partidos consecutivos. Por lo general, nos sentábamos en las tribunas descubiertas de 60 centavos y a veces en los asientos de $1,25 en la parte de arriba frente a la línea de la primera base. En ocasiones especiales, esperábamos en la salida a los jugadores en busca de autógrafos. Todavía me acuerdo de ver a un cansado Jackie Robinson abandonar el campo de juego.

    Los Dodgers traían a nuestro mundo tanto alegría como desesperación. ¿Qué chiquillo que haya crecido en Brooklyn no se acuerda del final de la temporada de 1951 y de la debacle de los Dodgers, que tras estar en cabeza con una ventaja de trece partidos acabaron por detrás de los odiados Giants de Nueva York? Luego vinieron los playoffs. Y Ralph Branca. Y el home run de Bobby Thomson, el lanzamiento que resonó en el mundo entero.

    Pero en 1955 vinieron tiempos mejores. Por fin, los Dodgers derrotaron a los Yankees y ganaron las Series Mundiales. Johnny Podres se convirtió en un héroe. En Brooklyn se desató una histeria colectiva.

    No hay que ser sociólogo para comprender el impacto que tuvieron los Dodgers en la gente de Brooklyn, en las relaciones entre razas y en nuestro sentido de comunidad. Por supuesto, de pequeños todos sabíamos que Jackie Robinson, Don Newcombe y Roy Campanella eran negros. Sin embargo, mucho más importante para nosotros es que eran magníficos jugadores de béisbol. No es que fuéramos fanáticamente liberales. Solo queríamos que los Dodgers ganaran. Por supuesto, formaban parte de nuestra familia.

    Durante los días en los que los Dodgers estaban mudándose a Los Ángeles, se extendió un dicho por Brooklyn. Decía lo siguiente: las tres peores personas de la historia moderna eran Adolf Hitler, Joseph Stalin y Walter O’Malley, no necesariamente en ese orden. La partida de los Dodgers, que fue orquestada por O’Malley, el dueño del equipo, fue algo devastador tanto para el barrio como para la ciudad. Dejó un vació enorme.

    Francamente, en calidad de adolescente no politizado, me resultó muy difícil comprender cómo los Dodgers pudieron ser trasladados. Ese equipo eran los Dodgers de Brooklyn. Igual que el puente de Brooklyn, la Universidad de Brooklyn o el barrio de Brooklyn. ¿Cómo pudieron quitarnos algo que era parte esencial de la vida de la gente y que era tan importante para dicha gente? La devastadora decisión de O’Malley de arrebatar a Brooklyn los Dodgers en busca de mayores beneficios en la costa oeste fue, sospecho, una de mis primeras percepciones de las deficiencias del capitalismo.

    No obstante, mis experiencias de infancia no se limitan a las calles de Brooklyn.

    Nunca olvidaré un verano en el que con trece años mis padres me mandaron al campamento scout Ten Mile River en Narrowsburg, Nueva York. Se trataba de una forma barata de hacer que los niños salieran de la ciudad durante el verano. Se suponía que mi primer verano en el campamento iba a constar de cuatro semanas. Volví a casa después de dos. Echaba de menos mi casa. El año siguiente se suponía que iba a quedarme dos semanas. Me quedé cuatro. Me lo pasé en grande. La última vez que fui me quedé seis semanas y lloré cuando tuve que regresar a la ciudad.

    De niño había estado en la Rama Lobato de los Scouts, en los que mi madre era den mother³, y después formé parte de la Tropa 356 de los Boy Scouts. Ocasionalmente, nuestra tropa salía de excursión y organizaba comidas camperas, pero estas cosas no tenían punto de comparación con el campamento de verano.

    El campamento de los Boy Scouts fue para mí una experiencia extraordinaria. Por primera vez en mi vida entré en contacto con el aire libre y con la forma de vida rural. Viví en un cobertizo sin puerta principal, pasé noches en un saco de dormir sobre un colchón relleno de paja, hice senderismo, acampé, por primera vez en mi vida observé el cielo durante preciosas noches estrelladas, aprendí la sabiduría tradicional india, nadé en el lago, monté en canoa, participé en comidas comunitarias en enormes comedores y canté canciones folklóricas.

    Un día, mi compañero de litera y yo estábamos sentados en nuestras camas leyendo tebeos. Entonces una serpiente negra bastante grande reptó por la litera de arriba en el lado de la cabaña ocupado por mi amigo. La serpiente se dirigió hacia abajo, hacia sus hombros. Corrimos despavoridos.

    Toda una experiencia para un chico de Brooklyn.

    Ir al campamento de los Boy Scouts cambió mi vida. Verdaderamente me gustaba vivir en el campo. Nunca lo olvidaré. Dudo mucho que hubiera acabo en Vermont, uno de los estados más rurales del país, si no hubiera ido al campamento Scout.

    En el instituto de secundaria al que acudí, el James Madison High School, no me divertí tanto como en la escuela primaria. El instituto era mucho más grande y, a diferencia del colegio público PS 197, en donde conocía a casi todos los niños de toda la vida, me encontré con muchas caras nuevas. En el instituto fui un buen estudiante, pero no excepcional. Las ciencias sociales me interesaron más que las matemáticas y las ciencias naturales.

    En el último año de instituto me presenté a delegado de clase. Me acuerdo de cómo recorría de un lado a otro el suelo del dormitorio mientras trabajaba con mi madre en el discurso que iba a dar en el auditorio del instituto. La propuesta principal de mi campaña era que el instituto adoptara un huérfano de guerra procedente de Corea del Sur. Perdí las elecciones. Sin embargo, el compañero que ganó acabó adoptando mi idea y nuestro instituto adoptó al niño.

    Una de las primeras grandes decepciones de mi juventud fue no ser escogido para el equipo de baloncesto del instituto James Madison que, bajo la larga y legendaria dirección de su entrenador Jamie Moskowitz, siempre fue uno de los mejores equipos de la ciudad.

    Cómo me alegré en el penúltimo año de instituto al ser elegido para el equipo. Llegué a casa con un precioso uniforme con el 10 a la espalda. Lo confieso, llegué a dormir con ese sedoso uniforme. Entonces fue cuando ocurrió el desastre. Durante un entrenamiento a principios de temporada el entrenador me dijo que estaba descartado. En el siguiente curso no iba a estar en el equipo, ni tampoco iba a estarlo en el futuro, se acabó llevar aquel precioso uniforme. Fue una experiencia demoledora.

    No sé exactamente por qué, pero entonces probé en los equipos de atletismo y campo a través. De niño, siempre tuve una buena resistencia y podía correr eternamente. El atletismo y el campo a través no eran tan atractivos como el baloncesto. A los encuentros no acudían grandes multitudes, ni tampoco se les prestaba tanta atención. Sin embargo, acabó siendo una experiencia excitante y llena de significado. Me lo pasé muy bien y era bastante bueno.

    Para acudir a los eventos de campo a través tuve que pasar mucho tiempo montando en el metro para ir desde Brooklyn hasta el Parque Van Cortland, en el Bronx. En la línea de salida eran cientos los corredores. Luego, tras el disparo de salida, los participantes se adentraban frenéticamente en el bosque para correr dos millas y media. Las respiraciones profundas de los cuerpos esforzándose aspiraban el olor de las hojas del otoño en el suelo. En el sprint final que conducía a la línea de meta superaba a los corredores que estaban más cansados que yo. Fueron magníficas experiencias que nunca olvidaré.

    Era un buen corredor, no solo en campo a través, sino también en las carreras de milla y media milla. Llegué a correr la milla en 4:37 minutos, lo suficientemente rápido como para quedar tercero en el campeonato cubierto de una milla de la ciudad de Nueva York. También gané varios encuentros de distrito y locales. El campo a través y el atletismo acabaron siendo importantes en mi vida. El entrenar duro y el no abandonar incluso cuando estás muerto de cansancio me proporcionaron la disciplina que me ha acompañado durante toda mi vida.

    CHICAGO

    Era alrededor de la medianoche en el aeropuerto de La Guardia. Yo tenía 19 años y se trataba de mi primer viaje en avión, en el que iba a tomar el vuelo más barato disponible para ir a Chicago.

    Mi madre había muerto unos meses antes. Quería alejarme de Brooklyn y de Brooklyn College, donde había cursado mi primer año como universitario. Tenía un amigo que ya era universitario, de manera que pedí una plaza y me aceptaron. Al parecer, la escuela tenía que rellenar algunos huecos en la clase de segundo año, lo cual hizo que aceptara a un estudiante como yo, que tenía unas notas por debajo de unos estándares académicos muy altos. El avión aterrizó a las tres de la mañana y fui desde el aeropuerto de Midway hasta el barrio de Hyde Park, en el sur de Chicago.

    Ir a la universidad fue una experiencia que me abrió los ojos. Me cambió la vida y, para bien o para mal, me ayudó a convertirme en la persona que soy hoy en día. Sin embargo, también fue un periodo muy difícil.

    Mi padre dejó de ir al colegio en Polonia cuando tenía 16 años. Debido a que sufrió la Gran Depresión, se preocupaba mucho por el dinero y por los medios de subsistencia. Habría preferido que no fuera a la universidad y que después del instituto hubiera encontrado un trabajo estable. Mi madre era un ama de casa que se graduó en el instituto en la ciudad de Nueva York, pero cuya educación no paso de ahí. La mayor parte de nuestros amigos y vecinos tenían una formación parecida.

    En la Universidad de Chicago la mayoría de mis compañeros eran hijos de universitarios. Sus padres eran profesionales o empresarios de prestigio. Me sentí muy fuera de lugar y un poco sobrepasado. A veces, también me sentí muy solo.

    A la vez que, desde un punto de vista personal, me enfrenté a dificultades, la Universidad de Chicago también me brindó oportunidades que nunca antes había experimentado. Disfruté de muchos de mis profesores; sin embargo, mis intereses intelectuales me conducían hacia el exterior de las aulas y hacia materias que no necesariamente formaban parte del currículo. Iba a la Biblioteca Harper, una de las mejores bibliotecas universitarias del país. Allí pasé mucho tiempo enterrado entre las estanterías.

    Aunque a menudo no acudía bien preparado a las clases y a los exámenes, y aunque sacaba unas notas bastante poco espectaculares, leí mucho sobre todo tipo de materias. Estudié historia, sociología, psicología, economía y ciencias políticas. Leí sobre aspectos de la historia y de la vida americana de los que anteriormente no sabía nada. Aprendí que América no era siempre la tierra de los libres y el hogar de los valientes⁴ y que nuestro país no se encontraba siempre en el lado correcto de la historia. También leí muchas biografías.

    Me asombré de la cantidad de revistas y boletines que se podían encontrar en la grande y hermosa sala de lectura del campus. ¿Quién iba a decir que existían tantas publicaciones? ¡Además sobre todo tipo de materias imaginables y procedentes de todo el mundo! A menudo acudía a la sala de lectura con el propósito de estudiar para una tarea de clase pero acababa por pasar la tarde absorto en una revista o en la Sala de los Periódicos. Fue allí donde por primera vez entré en contacto con las revistas The Nation, Monthly Review, The Progressive y con otras publicaciones progresistas. Se estaban desarrollando mis opiniones políticas.

    También empecé a leer de forma crítica. Cuando estaba en el instituto, si querías ganar una discusión bastaba con señalar que lo decía el periódico. Pues bien, con asombro estaba aprendiendo que las diferentes publicaciones tenían diferentes puntos de vista y que lo que aparecía en los periódicos no era necesariamente cierto.

    Sin embargo, no solo me dediqué a leer. También corría. Durante mi primer año en la universidad también formé parte de los equipo de campo a través y de atletismo, y se me dio bastante bien. Aunque la Universidad de Chicago no era en absoluto una gran escuela atlética, sus instalaciones eran mucho mejores que cualquier otra que hubiera visto antes. Había bonitas pistas tanto cubiertas como descubiertas y me asombraba de que se pudieran arrojar las sudadas prendas de correr en un cesto y que te las devolvieran totalmente limpias y dobladas al día siguiente. Cuando estuve en el equipo de atletismo llegué a correr la media milla en menos de dos minutos, mi mejor marca.

    Es irónico, pero pese a que recibí en el campus universitario muchas clases interesantes y pasé largas horas enterrado entre las estanterías de la biblioteca, gran parte de mi aprendizaje durante mis años en Chicago tuvo lugar fuera del campus gracias a las organizaciones de las que formé parte y de las actividades en las que participé. Estando en la universidad empecé a militar en la Liga de Juventudes Socialistas (YPSL⁵), en la Unión de Estudiantes por la Paz (SPU⁶) y en el Congreso de la Igualdad Racial (CORE⁷).

    Gracias a estas organizaciones aprendí a abordar la política de una manera nueva para mí. La cuestión no era solamente que había que oponerse al racismo, a la guerra, a la pobreza y a otros males de la sociedad. Las cosas no pasaban solo por accidente. Había una relación entre la riqueza, el poder y la perpetuación del capitalismo.

    ¿De qué manera recibía la población en general la información que necesitaba para tomar decisiones políticas? Los medios de comunicación estaban controlados por grandes corporaciones. ¿De qué manera eran elegidos los políticos? También los intereses del gran capital jugaban un papel importante en esto. ¿Quién se beneficiaba de los salarios bajos y de las malas condiciones de trabajo? ¿Se reducía el racismo a prejuicios irracionales o se extraía un beneficio económico del mantenimiento de la división racial? ¿Quién tomaba la decisión de empezar una guerra determinada y quién se beneficiaba de aquella guerra? ¿Se reducía el secreto de una buena vida a ganar más y más dinero para poder consumir cada vez más y más productos?

    Durante este periodo conocí a gente maravillosa, entre los que se contaban activistas comunitarios involucrados en cuestiones relacionadas con los derechos civiles, con el trabajo y con la consecución de la paz. Incluso me involucré en mi primera campaña política al trabajar (con éxito) por la reelección del concejal Lean Depres, un miembro independiente del Consejo de la Ciudad de Chicago al que se oponía la organización del Partido Demócrata de Mayor Daley. En dicha campaña pude entrever lo que podía hacer una poderosa maquinaria política sustentada por el clientelismo. También en aquel entonces conseguí un trabajo a tiempo parcial en un sindicato radicado en Chicago, el Unión de Empaquetadores de América (UPWA⁸).

    El comienzo de la década de 1960, cuando estaba en la Universidad de Chicago, fue un periodo tumultuoso en el movimiento en favor de los derechos civiles. Las personas de mi edad en organizaciones como el Comité de Coordinación de Estudiantes No violentos (SNCC⁹) eran arrestadas y en Mississippi, Alabama y por todo el Sur se les rompía la cabeza cuando luchaban en contra de la segregación y en favor del derecho al voto. Me uní a la agrupación CORE del campus y acabé siendo su vicepresidente. Bruce Rappaport, un compañero estudiante, era el presidente.

    A la vez que ofrecía una pequeña ayuda financiera al movimiento en favor de los derechos civiles en el Sur, nuestra agrupación del CORE también empezó a centrarse en el racismo en Chicago. La Universidad de Chicago estaba y sigue estando ubicada en una comunidad mayoritariamente afroamericana. La cuestión era que la universidad era un importante arrendador en la zona que tenía en propiedad viviendas en las que se practicaba la segregación.

    Nuestra agrupación de CORE mandaba a parejas blancas y a parejas negras a las viviendas propiedad de la universidad que fingían estar buscando un apartamento de alquiler. A las parejas negras se les decía que no había apartamentos disponibles. Unas pocas horas después, a las parejas blancas se les ofrecían varios apartamentos entre los que elegir en el mismo edificio. Tras negociaciones infructuosas con la universidad para que dejaran de segregar en sus viviendas, nuestra agrupación de CORE protagonizó una sentada en el edificio administrativo. Fue una de las primeras sentadas de estudiantes en favor de los derechos civiles que tuvo lugar en el norte.

    En esa misma época, en cooperación con una organización que englobaba toda la ciudad, fui arrestado durante una manifestación en contra de la segregación en el sistema escolar público de Chicago, una batalla que duró años y en la que más tarde se involucró el Dr. Martin Luther King Jr. El estado general de los colegios de Chicago era malo y en los barrios negros era peor. En vez de permitir que niños negros de colegios masificados fueran a colegios de blancos, el departamento escolar establecía aulas móviles para perpetuar la segregación. Cientos de vecinos de Chicago protestaron. En nuestra manifestación la policía trazó una línea que no se podía traspasar. Si la traspasabas, te arrestaban. Varios de nosotros cruzamos la línea y fuimos arrojados en furgones policiales. Pasé la noche en prisión. Por la mañana la NAACP¹⁰ pagó nuestra fianza.

    Como parte de mis actividades en el campo de los derechos civiles, también me involucré en un movimiento que protestaba por la brutalidad policial. Esto me enemistó con el Departamento de Policía de Chicago. Un policía local me siguió en su coche patrulla y quitó los panfletos que había colgado anunciando una reunión pública para discutir la violencia policial. Usando un lenguaje al que me acabé acostumbrando durante aquella época, los policías me tildaron de agitador externo. Pocos años después, durante la Convención Demócrata de 1968, el mundo entero presenció la actuación de la policía de Chicago durante los disturbios que se produjeron. Su brutalidad no me sorprendió.

    En agosto de 1963, algunos de mis compañeros estudiantes de la Universidad de Chicago y yo hicimos un largo viaje en autobús para participar en la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad liderada por el Dr. Martin Luther King Jr. Para mí fue una experiencia inolvidable liderada por uno de los mayores líderes de la historia de nuestro país.

    El Dr. Martin Luther King Jr. fue un hombre de enorme coraje que siguió los dictados de su conciencia y de su inteligencia. Sí, fue un importante líder de los derechos civiles que, en contra de enormes obstáculos, ayudó a acabar con la segregación en el sur y contribuyó a la aprobación de la Ley de Derecho de Voto de 1965. Sin embargo, resulta increíble que fuera todavía más que eso. Entendió que si en este país las personas de todas las razas querían disfrutar de justicia real, también había que crear una economía que trabajase en favor de todos y no solo de unos pocos. Tal y como a menudo le recordó al país, acabar con la segregación en un restaurante no valía para nada si un trabajador negro no tenía el dinero suficiente para pagar la comida que se le servía.

    Pese a la fuerte oposición ejercida por sus proveedores de fondos y por sus seguidores liberales, King se opuso a la guerra de Vietnam. ¿Cómo iba a ser coherente con su creencia en la no violencia si no se oponía a dicha guerra y a su horrible brutalidad? ¿Cómo hubiera podido continuar con su exigencia de cambios en las prioridades nacionales si no hubiera levantado la voz en contra de un exagerado presupuesto militar que convivía con el hambre de los pobres y con enfermos que no podían acceder a la atención médica?

    Enfrentándose a todo el establishment, King se adentró en territorio ignoto en el que reinaba la hostilidad de los medios de comunicación. Exigió que la cuestión de la pobreza y de la desigualdad salarial y patrimonial fuera abordada. Se negó a ser solamente un gran líder negro en favor de los derechos civiles. Por el contrario, se convirtió en un gran líder americano que resultaba ser negro. No lo olvidemos: King no fue asesinado en una manifestación en favor de los derechos civiles, sino en la lucha por salarios y condiciones de trabajo dignos para los basureros de Memphis, Tennessee. En el momento de su muerte también estaba organizando una Marcha sobre Washington de Gente Pobre dirigida a personas de todas las razas.

    Haber estado en National Mall el 28 de agosto de 1963 junto con cientos de miles de personas es algo que nunca olvidaré. En mi cabeza sigo oyendo el discurso de King Tengo un sueño. Su obra sigue inspirándome.

    En junio de 1964 me casé con mi compañera de clase en la Universidad de Chicago llamada Deborah Shiling. Mi padre había muerto un año antes y a mi hermano y a mí nos había dejado un poco de dinero en herencia. Deborah y yo compramos 85 acres de bosque en Middlesex, Vermont, por 2 500 dólares. Trabajamos duro para convertir un antiguo ingenio de azúcar de arce que había en la propiedad en una cabaña habitable. No teníamos ni electricidad ni agua corriente, pero construimos una bonita letrina. Nos bañábamos en un frío riachuelo que pasaba por el bosque, ¡era realmente frío!

    Después de graduarnos en la Universidad de Chicago, Deborah y yo viajamos a Inglaterra, Grecia e Israel. En Inglaterra visitamos Summerhill, el innovador colegio fundado por A. S. Neill en 1921. Summerhill se basaba en el muy democrático y saludable principio de servir a las necesidades del niño, y no al revés. Tanto como fuera posible, los niños aprendían lo que querían y como querían, y se escuchaba su voz democráticamente sobre la manera de organizar el colegio. Muy avanzado a su tiempo, Neill creía que debíamos mantener vivos los espíritus intelectuales y emocionales de los niños, no machacarlos como tan a menudo hacían los colegios.

    En Grecia visitamos Atenas, donde nos comportamos como turistas y nos impresionaron el Partenón y otros edificios de la antigüedad, a la vez que disfrutamos de la comida griega. Como había leído algunas de las novelas de Nikos Kazantzaki, también visitamos Creta. Allí, en las zonas rurales, pudimos observar una forma de vida que parecía propia del siglo anterior.

    En Israel trabajamos en varios kibbutzim. Fue una experiencia única en la que entré en contacto con una cultura muy diferente a la mía. Disfruté recolectando pomelos, pescado peces con red en la piscifactoría y realizando diferentes tipos de trabajo agrícola. Sin embargo, lo que más me impresionó fue la estructura de la comunidad. Allí la gente vivía según sus valores democráticos. El kibutz era propiedad de la gente que vivía en él, los jefes eran elegidos por los trabajadores y las decisiones que afectaban a toda la comunidad se tomaban democráticamente. Me acuerdo que me impresionó lo jóvenes y vivos que parecían los ancianos. Al parecer, la democracia era buena para la salud.

    VERMONT

    En 1968 me mudé a Vermont más o menos de forma permanente. Deborah y yo nos habíamos divorciado y en aquel momento estaba viviendo con Susan Mott. Nos habíamos conocido trabajando en el programa Head Start en la ciudad de Nueva York. El 21 de marzo de 1969 nació Levi Noah Sanders, nuestro hijo, en St. Johnsbury, Vermont.

    Uno de los trabajos más interesantes que tuve en aquella época fue la realización de un estudio en el Departamento Tributario del Estado de Vermont durante los últimos días del mandato del gobernador Phil Hoff. Así fue como me introduje en la política fiscal. Hoff fue el primer gobernador de Vermont del Partido Demócrata en cien años. También fue unos de los cargos electos más progresistas del país. Años después tuve el privilegio de conocer personalmente a Phil y a su mujer Joan.

    Durante aquellos años trabajé como periodista para varios periódicos de Vermont. En la zona de St. Albans, al norte de Vermont, escribía para un periódico semanal y aprendí mucho simplemente por el hecho de salir a la calle, parar a gente y entrevistar al ciudadano de a pie. Me di cuenta de que las opiniones de la gente normal, para bien o para mal, no coincidían necesariamente con las del establishment. Me sorprendí por el tipo de apoyos que estaba recibiendo George Wallace.

    En aquella época también formé parte del equipo de construcción de John Rogers en Barre, Vermont. John, cuya familia era en parte indígena americana y residía en Vermont desde generaciones, era un excelente carpintero y constructor. Me enseñó mucho del oficio de construir casas y silos. También me introdujo en la manera de vivir de Vermont, que era algo que solo había empezado a absorber.

    John no solo conocía profundamente el oficio de la construcción, también conocía cada pulgada del centro de Vermont. Como a la mayoría de las personas de Vermont, le encantaba el aire libre. Durante el buen tiempo, él y su familia exploraban la zona en coches, camiones y motocicletas. En el invierno utilizaban motonieves. Años después tuve la oportunidad de presenciar la increíble belleza del invierno en Vermont cuando viajé por sus bosques montado en una motonieve.

    John y yo crecimos en mundos muy diferentes. Esto dio lugar a grandes discusiones en su camión cuando nos desplazábamos a las obras.

    En 1969, Susan, Levi y yo vivíamos en una pequeña casa que habíamos comprado en la ciudad de Stannard, Vermont. Stannard, con una población de menos de 200 personas, está situada en el Northeast Kingdom de Vermont, una de las zonas más pobres, más agrestes y más bonitas del estado. En Stannard no hay tiendas, no hay colegios, no hay oficina de correos, ni tampoco calles asfaltadas. Además, en el invierno la carretera de arena principal que sube por la montaña hasta llegar a Lyndonville permanece clausurada a causa de la nieve y del hielo.

    Viviendo en Stannard aprendí mucho. Supe de lo bonito de recorrer a pie tranquilas carreteras de tierra, de ver a ciervos en los campos y de encontrar caminos que conducían a los restos de viejas granjas que llevaban décadas deshabitadas. Aprendí a entablar amistades cuando uno vive en una comunidad aislada a cinco millas de la tienda o gasolinera más cercana. Las personas necesitamos a las personas, y este hecho desarrolló allí un tipo de comunidad diferente al de las comunidades que había conocido anteriormente.

    Aprendí a sobrevivir en un clima tan frío e intenté que nuestro bebé se mantuviera abrigado cuando la temperatura alcanzaba los 20 grados bajo cero y el frío viento se colaba por paredes mal aisladas. Rápidamente comprendí por qué la gente ponía bolsas de plástico sobre sus ventanas. No era bonito, pero mantiene fuera el aire frío. Aprendí a arreglármelas cuando las tuberías se congelaban y nos quedábamos sin agua corriente, y cómo hay que llevar grandes jarros de plástico llenos de agua para poder mantenerte limpio, lavar los platos y desocupar el retrete. Aprendí a arrancar un coche tras una gélida noche en la que los neumáticos se habían congelado y pegado al suelo.

    Un día visité a un vecino que tenía el cargo de comisionado de la ciudad para las carreteras, es decir, que era el encargado de limpiar las carreteras tras las nevadas. No se trataba de un cargo menor. Si las carreteras no eran transitables, la gente no podía ir a trabajar, ir al médico o acudir al colegio. Los ojos casi se me salen de las órbitas cuando le vi poner una batería de coche en el fogón de su cocina. ¿Acaso estaba totalmente loco? En absoluto. La llama piloto del horno mantenía la batería caliente durante la noche, lo que le permitía por la mañana arrancar la quitanieves de la ciudad, independientemente del frío que hubiera hecho afuera.

    Pasando el rato en la década de 1970 en la biblioteca de la Universidad de Vermont. (Colección del autor)

    1Tanto en el curb ball como en el stoopball se trata de hace rebotar una pelota contra un canto, bien de un bordillo, bien de un escalón.

    2Un tipo de balonmano que se juega contra una pared. Para que un gol valga la pelota primero tiene que botar en el suelo.

    3Literalmente, madre de madriguera.

    4Versos del himno de EE. UU.

    5Young People’s Socialist League.

    6Student Peace Union.

    7Congress of Racial Equality.

    8United Packinghouse Workers of America.

    9Student Nonviolent Coordinating Committee.

    10National Association for the Advancement of Colored People, Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color.

    2

    Mi vida política en Vermont

    Creo que es justo decir que mi vida política ha trascurrido por un camino muy diferente al del resto de miembros del Congreso, no solo por el hecho de que soy el congresista independiente que más tiempo ha estado en el cargo de la historia, no solo por el hecho de que todas mis primeras visitas a Washington D. C. estuvieran motivadas por mi presencia en manifestaciones en favor de los derechos civiles y en contra de la guerra, no solo por el hecho de que nunca hubiera estado en el Capitolio hasta después de haberme presentado como candidato al Congreso.

    Es por el hecho de que empecé muy, muy alejado de la política del establishment.

    Jim Rader es mi amigo más antiguo. Lo conozco desde mis días en la Universidad de Chicago. Después de la universidad renovamos nuestra amistad cuando nos encontramos en una reunión en Vermont a finales de la década de 1960.

    A finales de 1971, Jim me comentó que iba a acudir a una reunión del Partido de Unión por la Libertad¹, un tercer partido pequeño de Vermont. Winston Prouty, senador por de los EE. UU. por Vermont, había muerto en septiembre y se iban a producir unas elecciones extraordinarias para elegir a su sucesor. Robert Stafford, el único congresista de Vermont en aquel momento, iba a abandonar su puesto en la Cámara de Representantes para presentarse al cargo de Prouty, lo que significaba que había dos puestos vacantes. ¿Te interesaría venir a la reunión?, me preguntó Jim. El partido va a discutir las cuestiones que vamos a abordar en la campaña y nominará a sus candidatos. Por qué no, le contesté. Fue una decisión trascendental.

    El encuentro de la Unión por la Libertad se celebró en una sala del Goddard College, en el centro de Vermont. Por definición, las cuarenta o cincuenta personas que había allí estaban todas obstinadas en sus opiniones. Se discutió mucho. Sin complejos, yo también aporté mi granito de arena. Me acuerdo de que hablamos de economía, de educación, de la guerra de Vietnam y de algunas otras cosas.

    En un momento dado se pusieron en orden las nominaciones. ¿Quiénes iban a ser los candidatos de la Unión por la Libertad al Senado y a la Cámara de Representantes de los EE. UU.? No hubo muchos voluntarios: Doris Lake, una de las personas que junto con su marido fundó el partido; Peter Diamondstone, que fue nominado a la Cámara de Representantes; y yo, que fui nominado para el Senado. ¡Sí, el Senado! Bienvenido a la política de base. Bienvenido a la política de Vermont.

    Huelga decir que mi campaña no tenía ni financiación ni organización, y que aparte de unos pocos la mayoría de los militantes del partido no tenían ni la más remota idea de cómo presentarse a las elecciones. No obstante, lo hicimos lo mejor que pudimos con lo que teníamos a mano y fuimos aprendiendo a lo largo del camino. Entre otras cuestiones, nuestra campaña se centró en la justicia económica, en la oposición a la guerra de Vietnam y en los derechos de las mujeres.

    Echando la vista atrás me doy cuenta de que mi campaña no solo fue una experiencia de la que aprendí mucho y en la que me lo pasé muy bien, también puso los cimientos de toda mi actividad política desde entonces. Durante la campaña investigué todo lo que pude sobre las cuestiones más importantes que acuciaban al país, algo con lo que disfruté mucho, y di mi opinión sobre dichas cuestiones. No me preocupé de si ofendía a alguien. No me preocupé de mi apariencia. (Hace unos cuantos años, una publicación me nombró el miembro peor vestido del Senado de los EE.UU. Créanme, comparado con cómo iba vestido en aquel entonces, hoy se me puede considerar un dandi).

    Vermont es un estado pequeño. Sin embargo, hay estaciones de radio y periódicos dispuestos a hacer entrevistas en la mayoría de ciudades más grandes, y aprovechamos cualquier oportunidad a nuestro alcance para hacernos escuchar. Me acuerdo de mi primera entrevista de radio. Fue en la WVMT de Colchester, una de las estaciones más grandes del estado. El entrevistador era Jack Barry, un habitual muy conocido en los medios de comunicación de Vermont. Yo estaba nervioso, muy nervioso.

    Puede que la gente que escuchara aquel programa estuviera de acuerdo conmigo o puede que no, pero lo que seguramente recuerden sea un ruido constante y sordo. Estaba tan nervioso que mi rodilla no dejó de temblar y de darse contra la mesa. El ingeniero de sonido no dejaba de hacerme señas para que parara, pero no hubo manera. Mi primera entrevista radiofónica – golpe, golpe, golpe.

    A medida que la campaña iba avanzando, yo iba mejorando y me iba centrando más. Al principio fue difícil, pero fui encontrándome cada vez más cómodo cuando me ponía en las esquinas a repartir textos. Descubrí que me gustaba hablar de política con extraños.

    En los debates lo hice razonablemente bien. Mi contrincante era el congresista republicano Robert Stafford, el favorito en las encuestas. Dado el aspecto que presenta hoy la política de Vermont, puede que resulte difícil de creer, pero en 1971 todavía no había sido elegido ningún demócrata para formar parte del Senado de los Estados Unidos. Randy Mayor, el representante del estado, lo estaba intentando.

    Durante la campaña presencié por primera vez con mis propios ojos la manera en la que los medios de comunicación cubrían las cuestiones relacionadas con la política. A Randy, un fuerte candidato no favorito para la victoria, se le ocurrió una manera muy imaginativa de llamar la atención. Era invierno en Vermont y dijo que esquiaría por todo el estado para encontrarse con los votantes. Su estratagema funcionó. Los medios de comunicación se pasaron toda la campaña hablando del candidato esquiador. Y ahí estaba yo, pontificando sobre las cuestiones más importantes a las que se enfrentaba la humanidad mientras las cámaras de televisión se fijaban en las ampollas que le habían salido a Randy en los pies.

    No hace falta decir que ni el esquí de Randy ni mi pontificado fueron de mucha utilidad. En enero de 1972, Bob Stafford ganó las elecciones extraordinarias con un margen de 31 puntos. Tras gastar menos de mil dólares, quedé tercero con solo el 2 % de los votos. Richard Mallary, el candidato republicano a la Cámara de Representantes, también ganó de forma arrasadora.

    Voy a hacer un comentario al margen sobre el Partido Republicano de Vermont en la década de 1970. En casi todos los aspectos era diferente al Partido Republicano nacional de hoy en día. ¿Era Bob Stafford un conservador fiscal? Sí, lo era. Sin embargo, también era partidario del derecho a decidir de las mujeres con respecto al aborto y era un gran defensor del medioambiente y del sistema educativo.

    Es de reseñar que durante los últimos días de su vida, cuando vivía retirado en Rutland, Vermont, este republicano de toda la vida de 87 años de edad y antiguo oficial del ejército, apoyó abiertamente los derechos de los homosexuales. En el año 2000 hubo en Vermont un debate muy agrio sobre si nuestro estado debería ser el primero del país en legislar las uniones civiles. Stafford estaba nítidamente a favor, lo cual facilitó el apoyo de otros republicanos y la aprobación de la ley.

    Stafford no fue el único republicano moderado de Vermont. Su predecesor fue el senador de los EE. UU. George Aiken, un republicano liberal que prestó servicios en el Senado durante 34 años. A Stafford le sustituyó en el Senado el republicano Jim Jeffords, otro moderado. Mucha gente se acuerda de que en 2001 el senador Jim Jeffords abandonó el Partido Republicano por la creciente inclinación derechista de dicho partido. Luego se hizo independiente y propició que el control del Senado cambiara de manos y fuera a parar al Partido Demócrata.

    Insatisfecho con el 2 % del voto en las elecciones extraordinarias, me volví a presentar a gobernador con la Unión por la Libertad en las elecciones generales que se convocaron seis meses después en 1972. Esta vez recibí el 1 % de los votos. Me había puesto en marcha, pero en la dirección equivocada. Por primera vez en mi vida, durante la campaña me involucré en una campaña presidencial. El Dr. Benjamin Sprock, el pediatra de fama mundial, se presentaba a Presidente por el Partido del Pueblo² y recibió el apoyo del Partido de la Unión por la Libertad. Hice campaña junto a Sprock cuando visitó Vermont.

    El año 1974 marcó el punto álgido del Partido de la Unión por la Libertad. Michael Parenti, que fue expulsado de su puesto como profesor en la Universidad de Vermont debido a su oposición a la guerra de Vietnam, hizo una excelente campaña para el Congreso y recibió en 7 % de los votos. Martha Abbott y Art DeLoy, nuestros candidatos a gobernador y a teniente gobernador, recibieron el 5 % de los votos. Nancy Kaufman, una joven abogada que fue la candidata de la Unión por la Libertad a fiscal general, obtuvo el 6 %.

    En 1974 me volví a presentar a Senador de los EE. UU. Fue una competición dura. El Senador George Aiken se había retirado y casi todo el mundo esperaba que el congresista republicano Richard Mallary le remplazase. Sin embargo, un joven y liberal fiscal general del estado del Partido Demócrata llamado Patrick Leahy organizó en su contra una fuerte campaña.

    Uno de los interminables dilemas a los que se enfrentan los candidatos de terceros partidos es que a menudo son considerados candidatos sin posibilidades. A la gente le gustan tus puntos de vista, querrían votarte, pero tienen miedo a que un candidato al que realmente detestan pueda resultar elegido si desperdician su voto. Ciertamente, esta fue una de las causas de que sacara tan pocos votos. Recibí el 4 %, menos de lo esperado, ¡pero el doble de mi mejor resultado anterior! Sorprendentemente, Leahy ganó. Leahy y yo prestamos servicio juntos en el Senado en estos momentos y somos amigos desde hace años. De vez en cuando rememoramos la campaña de 1974.

    En 1976, me volvía a presentar a gobernador. Durante la campaña fui invitado a participar en un debate en horas de máxima audiencia en la cadena de televisión más grande del estado. En el debate estuve bien, lo cual que me hizo alcanzar mi máxima cota como candidato de la Unión por la Libertad, el 6 %.

    Esa fue mi última campaña con el Partido de la Unión por la Libertad. Me sentí orgulloso de lo que habíamos conseguido. Me sentí orgulloso de que hubiéramos sido capaces de educar a la gente de Vermont sobre algunas de las cuestiones más importantes a las que se enfrentaba nuestro estado y nuestro país, y de haberles hecho llegar un punto de vista progresista más allá del sistema bipartidista. Me sentí orgulloso de nuestros esfuerzos, a menudo exitosos, a la hora de oponernos a los incrementos de las tarifas y en favor de los trabajadores en huelga. Además, como muchos de nuestros candidatos eran mujeres, jugamos un papel importante en la superación del sexismo en la política de todo el estado. Lo hicimos extremadamente bien, dada la limitación de recursos y de personas a la que nos enfrentábamos. Sin embargo, para mí había llegado el momento de pasar página. Me retiré de la política.

    Una vez dejada atrás la política, me centré en la manera de ganarme la vida y empecé a construir un pequeño negocio que resultó razonablemente fructífero. Con la ayuda de algunos compañeros de trabajo, escribí, produje y vendí cintas de película sobre la historia de Vermont y otros estados de Nueva Inglaterra a colegios. El mercado era demasiado pequeño para las empresas grandes, de manera que prácticamente todo el terreno era nuestro. El negocio fue muy divertido. En el proceso mejoré mi escritura y aprendí un poco de fotografía, marketing y venta a domicilio. También me encontré con muchos educadores magníficos.

    En 1979, tras darme cuenta de que la mayoría de los estudiantes universitarios con los que hablaba nunca habían oído hablar de Victor Debs, produje un vídeo de treinta minutos sobre su vida e ideas. Debs fue un gran americano, pero su vida y obra son por lo general desconocidas. Fue un hombre de coraje e integridad extraordinarios, cuyos incansables esfuerzos en favor de los trabajadores y de los pobres pusieron las bases de los programas llevados a cabo por FDR³ durante el New Deal.

    Debs fue el fundador del Partido Socialista Americano y se presentó seis veces a la presidencia. En 1920 recibió casi un millón de votos estando en la cárcel por oponerse a la Primera Guerra Mundial. La vida de Eugene V. Debs, su idea de un mundo en paz, justo, democrático y en el que reinara la hermandad, siempre me ha servido de inspiración. Tengo una placa conmemorativa de Debs en la pared de mi despacho en el Senado de Washington.

    El vídeo de Debs se vendió y se prestó en universidades de todo el país, y también conseguimos que se mostrara en la televisión pública de Vermont. Además, Folkways Records produjo la banda sonora del vídeo en vinilo.

    Disfruté mucho del pequeño negocio mediático que dirigí. No gané mucho dinero, pero pude tomar mis propias decisiones, trabajar las horas que quise y aprender mucho. Estaba deseando hacer más vídeos en el futuro sobre aspectos de la historia de América con los que los americanos no estaban familiarizados.

    En 1980 mi vida como pequeño empresario finalizó. Volví a la política.

    EL SOCIALISMO EN UNA SOLA CIUDAD

    Richard Sugarman ha sido uno de mis amigos más cercano desde hace cuarenta años. Es profesor de religión en la Universidad de Vermont, es filósofo, autor de varios libros y publicaciones importantes, experto en estadísticas de béisbol y es judío jasídico. También sigue la política muy de cerca.

    A finales del otoño de 1980, a Richard se le ocurrió una curiosa idea. Preséntate a alcalde de Burlington como independiente, me dijo. Puedes ganar. Había analizado los resultados de mi campaña a gobernador de 1976. A nivel estatal obtuve el 6 % del voto. En Burlington obtuve el 12 % y en los distritos electorales de clase trabajadora de la ciudad llegué al 16 % del voto. A Richard se le ocurrió que si centrábamos toda nuestra atención en Burlington teníamos una posibilidad de ganar.

    Reunimos a varios amigos del campo de la política, muchos de ellos antiguos colegas de la Unión por la Libertad, y lo hablamos. Iba a ser una prueba dura. Nos enfrentaríamos a un alcalde del Partido Demócrata que había ganado las elecciones cinco veces seguidas y que hacía años que no tenía ningún tipo de oposición seria. También nos enfrentaríamos a todo el establishment político y económico de la ciudad. Como de costumbre, no teníamos ni dinero ni organización; empezábamos de cero.

    Una vez que tomamos la decisión de presentarnos, la estrategia fue muy clara. Haríamos una campaña basada en coaliciones políticas. Trataríamos de reunir bajo un mismo paraguas toda la gran diversidad de la ciudad que no estaba contenta con el liderazgo actual. Se trataba de mucha gente. Con el pasar de los años, tal y como ocurre a menudo en la

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