Rumores de boda
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Allison Leigh
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Rumores de boda - Allison Leigh
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Allison Lee Davidson
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rumores de boda, n.º 1746 - diciembre 2018
Título original: Wed in Wyoming
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-974-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Noviembre
—¿Estás loco? ¿Y si te ve alguien?
Angeline Clay apartó la mirada del hombre que se escondía en las sombras y la dirigió hacia los invitados de la boda, que apenas estaban a unos veinticinco metros de allí.
—No me van a ver, tranquila —contestó el hombre en tono divertido—. No olvides, cariño, a lo que me dedico.
Angeline puso los ojos en blanco.
Estaban fuera del círculo de luces que habían colocado alrededor de la enorme carpa que protegía las mesas y la pista de baile del frío de Wyoming.
Su prima Leandra y su recién estrenado marido, Evan Taggart, estaban bailando en el centro de la pista, rodeados de casi todos los otros miembros de la extensa familia de Angeline.
—Te aseguro que lo tengo muy presente, Brody —le aseguró en tono cortante.
Los breves encuentros que había tenido con aquel hombre habían sido pocos y apartados en el tiempo, pero siempre memorables.
Aquello sacaba a Angeline de sus casillas, pues era una mujer orgullosa de no perder el control y lo perdía constantemente cuando se trataba del atractivo Brody Paine.
Angeline aferró con fuerza el plato vacío que llevaba en las manos. Iba hacia la cocina cuando Brody había salido a su encuentro.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le preguntó.
—El mundo es muy pequeño, muñeca, ya lo sabes —contestó Brody.
Cariño. Muñeca.
Angeline suspiró. Lo cierto era que Brody nunca la llamaba por su nombre. Aquella era una de las razones por las que Angeline no lo tomaba en serio en las cuestiones personales.
Era cierto, sin embargo, que en cuestiones profesionales lo tomaba muy en serio, pues Brody Paine era bueno en su trabajo.
—He venido sólo unos días —le recordó ella—. Sólo para pasar aquí el Día de Acción de Gracias y la boda de Leandra. Me vuelvo a Atlanta enseguida.
Brody procedió entonces a mencionar su número de vuelo, indicándole de manera nada sutil que conocía perfectamente sus planes.
—A la agencia le gusta vigilar bien a sus empleados.
Angeline miró hacia atrás, asegurándose de que nadie los oía. No, era imposible que los estuvieran oyendo. De haber sido así, Brody jamás hubiera mencionado a la agencia.
—Yo no soy empleada de la agencia —le recordó.
Ella sólo era un correo. Llevaba cinco años trabajando para la agencia, pero lo único que hacía era llevar información de una fuente a otra y solamente lo hacía un par de veces al año.
—Créeme si te digo, cariño, que eres una empleada maravillosa —sonrió Brody mirándola apreciativamente de arriba abajo—. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en no compartir tus maravillosas cualidades conmigo.
Angeline estaba acostumbrada desde la pubertad a que los hombres la miraran con aprecio, pero, aun así, agradeció la capa que llevaba y que cubría su cuerpo.
—Veo que lo has entendido bien —le contestó—. Supongo que no habrás venido a buscarme para ligar.
—Desgraciadamente no, porque tú no quieres —volvió a insistir Brody.
—Brody… —le advirtió Angeline apretando los labios.
—Tranquila, tranquila… en estos momentos, estoy en otra operación, pero me han pedido que te dé esto —contestó Brody.
Angeline se fijó entonces en que Brody tenía un trozo de papel agarrado entre el dedo índice y el corazón y procedió a agarrarlo con mucho cuidado para no tocarlo. Cuando él la agarró repentinamente de la muñeca, dio un respingo y lo miró sorprendida.
—Es importante —le dijo Brody muy serio.
Angeline sintió que los nervios le secaban la garganta. No estaba acostumbrada a ver a Brody tan serio.
—Siempre lo es, ¿no?
Brody le había dicho muchas veces, por activa y por pasiva, desde el principio, lo importante y delicado que era el trabajo que hacía para Hollins-Winword.
—Como cualquier cosa en la vida, la importancia de algo es relativa.
Angeline escuchó que el pinchadiscos estaba reclamando la atención de los presentes, pues los novios iban a cortar la tarta.
—Me voy antes de que alguien me eche en falta y venga a buscarme —anunció Angeline.
Brody le soltó la mano y Angeline hizo un gran esfuerzo para no acariciarse aquella zona de su cuerpo en la que todavía sentía sus dedos. Menos mal. Brody era realmente observador. Evidentemente, su capacidad de observación era una de las cualidades que lo convertía en un excelente agente, pero lo último que Angeline quería era que se diera cuenta de cómo la afectaba su presencia.
La única relación que había entre ellos era ocasional y siempre de trabajo. Si aquel hombre se enterara de que llevaba gustándole años… bueno, simplemente, no quería que lo supiera y punto.
A lo mejor, si lo supiera, las cosas cambiarían entre ellos, pero Angeline no se quería arriesgar. De momento, prefería jugar a que su coqueteo no la afectaba en absoluto aunque le era muy difícil fingir tanto.
En aquel momento, Brody le dedicó una de sus sonrisas, una de aquellas sonrisas que llevaban a Angeline a preguntarse si entre sus capacidades se encontraba también la de leer el pensamiento.
—Hasta la próxima, muñeca —se despidió—. Tómate una copa de champán a mi salud —añadió mirando hacia los invitados.
Angeline giró la cabeza también. Leandra y Evan estaban de pie ante su enorme tarta de bodas.
—No creo que nadie se dé cuenta si te traigo una copa y un trozo de tarta —dijo, dándose la vuelta al no obtener respuesta.
De Brody ya sólo alcanzó a ver su silueta, perdiéndose en la fría y oscura noche.
Capítulo 1
Mayo
—Sigo creyendo que estás loco.
Hacía seis meses que Angeline no veía a Brody Paine. Desde entonces, Brody se había dejado barba, una barba que no tapó la sonrisa que le dedicó ante su comentario.
Además de la barba, llevaba el pelo más largo, lo que le confería una imagen parecida a la de un pirata.
—Me da la sensación de que siempre me dices lo mismo, muñeca.
Angeline enarcó las cejas. Estaban sentados en un Jeep que estaba atrapado en un barrizal en Venezuela.
—Tú sabrás por qué lo digo —le dijo mientras llovía sobre ellos.
Como de costumbre, Brody no pareció darle importancia a la opinión de Angeline. Mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante, se quedó mirando cómo caía la lluvia por el parabrisas.
El coche no tenía puertas y el viento que había acompañado a Angeline desde que había llegado a Venezuela hacía tres días combinado con la lluvia resultaba de lo más molesto.
Se suponía que la borrasca que estaban sufriendo en aquellos momentos debería haber partido hacia el océano y haberse disuelto allí, pero no había sido así. La borrasca había ido cada vez a más y ahora se había convertido en un huracán, con lluvia y viento incesantes. Se suponía que durante el mes de mayo no era normal que hubiera huracanes, pero la Madre Naturaleza no parecía estar teniendo en cuenta el calendario establecido por los humanos.
Angeline se arrebujó en el asiento. Aunque la capucha del poncho impermeable color caqui le tapaba casi toda la cabeza, se sentía empapada hasta los pies.
Eso era lo que le pasaba por haber huido del campamento de Puerto Grande como lo había hecho. Si se hubiera parado a pensar un poco, se habría llevado ropa de abrigo para ponerse debajo del poncho, pero, en cuanto Brody la había ido a buscar, le había dicho al doctor Miguel Chávez, el jefe del equipo de All-Med, que una amiga de Caracas se había puesto enferma y se había ido.
—El convento en el que dejaron a los niños está al final de esta carretera —anunció Brody—. No hay otro acceso a no ser que tengas un helicóptero, claro, y con este tiempo es imposible —recapacitó.
Desde luego, si Brody estaba tan molesto como Angeline por las condiciones climatológicas, lo ocultaba bien. Angeline se colocó de espaldas a la lluvia.
—Si deshacemos andando el camino hecho, podríamos estar en el campamento de Puerto Grande antes de que anochezca —comentó observando los nubarrones que cubrían el cielo.
Desde que había cumplido veinte años, había estado en Venezuela con All-Med en cinco ocasiones, pero nunca se había encontrado con un tiempo así de malo.
—No vamos a dar marcha atrás, encanto —suspiró Brody, que tenía los pantalones y el poncho cubiertos de barro, pues se había bajado varias veces del vehículo para intentar sacarlo del barrizal.
—Pero faltan varios kilómetros para el convento —protestó Angeline sabiendo que estaban más cerca del campamento que del convento—. El equipo de allí nos podría ayudar mañana a sacar el coche del barro. No tienen por qué saber que estábamos intentando llegar a Santa Inés y no a Caracas.
—No podemos perder tanto tiempo.
Angeline suspiró y se quedó mirando a aquel hombre tan cabezota.
—¿Por qué tantas prisas? —preguntó con recelo—. Me has dicho que lo único que tenemos que hacer es recoger a los niños de la familia Stanley y devolvérselos a sus padres.
—Exacto.
—Brody…
—No olvides que en esta operación me llamo Hewitt.
—Muy bien, Hewitt, ¿a qué vienen tantas prisas? Esos niños llevan dos meses en el convento, ¿no? ¿Qué va a pasar por una noche más?
Brody le había contado que Hewitt Stanley, el verdadero Hewitt Stanley, y su esposa, Sophia, habían dejado a sus hijos en aquel convento situado en una zona recóndita del país mientras se adentraban en la selva venezolana para realizar una investigación farmacéutica.
Brody le había pedido ayuda a Angeline porque, según él, no iba a poder recuperar a los niños él solo.
—El grupo Santina secuestró a Hewitt y a Sophia hace dos días.
—¿Cómo?
—¿No sientes a veces curiosidad cuando te entregan un mensaje para otra persona? —le preguntó Brody mirándola con dureza.
—No —contestó Angeline.
—¿Nunca? —insistió Brody.
Aquello de ser siempre sincera, a veces, resultaba de lo más molesto.
—Bueno, en alguna ocasiones he sentido curiosidad, pero jamás he leído los mensajes —admitió Angeline—. Sé hasta dónde llega mi trabajo, yo soy sólo la mensajera. En cualquier caso, ¿qué tiene eso que ver con los Stanley?
—Cuando te di el último mensaje de noviembre, ¿no lo abriste? —insistió Brody.
—No —le aseguró Angeline—. Prefiero quedarme con la curiosidad que saber demasiado —añadió sinceramente.
En cualquier caso, las pequeñas referencias que le daban y que ella tenía que entregar a otra persona no hubieran sido nunca suficientes para saber exactamente en qué andaba metida Hollins-Winword y eso era lo mejor para todos. Para ella misma, para los que la rodeaban, para el trabajo de la agencia y para la agencia.
Angeline era consciente de ello, lo comprendía y daba las gracias. Estaba comprometida con Hollins-Winword, pero aquello no significaba que quisiera jugarse el cuello por cuatro frases, que era lo que venían a ser las notas que le confiaban.
El mensaje que le había entregado Brody en la boda de Leandra y Evan había sido incluso más corto.
«Los Stanley están experimentando. Sandoval MIA».
Angeline había memorizado la información, lo que no le había costado nada en aquel caso, y había vuelto a Atlanta a los pocos días, donde había entregado la información al jovencito que había esparcido adrede