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Xandra
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Xandra

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About this ebook

Fabricio Sean se encuentra en el momento en que la vida le muestra su más cruel realidad, arrastrando con una lista de metas inconclusas que ya tienen largo tiempo esperando para ser resueltas. Él es un elemento valioso en la empresa donde labora. Sin embargo vive, si así se le puede llamar a su día a día, una vida rutinaria y solitaria. A pesar de tener todo al alcance ya que el físico y su estatus económico le son favorables, no consigue vivir una vida plena que le haga sentirse bien consigo mismo. Ahí es cuando Xandra Cohen aparece en su vida.
Ella ingresa a esa misma empresa. El horario de su nuevo puesto de trabajo se acomoda bien con el de la escuela. Cursa el penúltimo año de la carrera. Su belleza y su porte imponente, así como la seguridad que transmite en cada uno de sus movimientos la vuelven única. Su disciplina en el gimnasio junto con su hermoso aspecto físico natural hacen que luzca un cuerpo muy atractivo. Xandra está segura que no se interesará en otro hombre, al menos hasta que termine sus estudios. Entonces lo conoce a él.

LanguageEspañol
Release dateNov 11, 2018
ISBN9780463398050
Xandra
Author

Fabricio Avalos Lozano

Fabricio Avalos Lozano nació en Delicias, Chih., México, el 1o de diciembre de 1970. A los 18 años se muda a Ciudad Juárez donde cursa la carrera de Relaciones Industriales. Ha trabajado como gerente en diversas empresas: desde tiendas departamentales hasta agencias de autos. En su faceta emprendedora ha fundado varios negocios y manejó un grupo de música. Durante la infancia escribe cuentos y descubre su pasión por la lectura. En la adolescencia compone varias canciones y escribe poemas. En la preparatoria redacta artículos y en la universidad escribe sus primeras novelas. Algunas de ellas formarán parte de la serie El Don. Su novela Xandra; le abre las puertas para lanzarse como escritor.

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    Xandra - Fabricio Avalos Lozano

    XANDRA

    Fabricio Avalos Lozano

    Letra minúscula

    Primera edición: noviembre de 2018

    Copyright © 2018 Fabricio Avalos Lozano

    Editado por Letra minúscula

    www.letraminuscula.com

    contacto@letraminuscula.com

    Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida por algún medio sin el permiso expreso de su autor.

    A quienes a su paso por el mundo

    han inspirado a otros para hacer realidad sus sueños,

    abriendo su mente al valor de las

    pequeñas cosas, que hacen esta vida casi mágica.

    ÍNDICE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO I

    Allí estaba ella, sentada frente a mí, contándome su historia. Mientras la escuchaba, noté cómo el reflejo de la luz iluminaba su cabello largo y negro, y la cubría con un brillo misterioso. Eso la hacía lucir de una manera muy especial. Su voz llenaba cada uno de los espacios y el eco transformaba la vibración de su timbre en un sonido armonioso que penetraba a través de mis oídos volviendo mágico el momento.

    Sus ojos expresivos mostraban una parte de la niña que alguna vez fue. De cejas negras y nariz perfecta. Su boca delineada llevaba un tono rosa natural. Era única, de estatura alta y cuerpo atractivo. Su piel clara podía desbordar la imaginación de cualquier hombre más allá del límite que le permitiera la razón. Su caminar natural y sin pose realzaba su belleza. Siempre se mostraba muy segura de sí misma. «Humildemente segura», así es como ella se describía. Tras cada comentario que le hacía, volteaba a verme acomodando las cejas, de un modo seductor y, a continuación, me mostraba una sonrisa sincera. Yo me sumergía en su imagen observando cada uno de sus rasgos. Mientras platicaba conmigo gesticulaba, tratando de ordenar mejor las ideas. Sus dedos delgados y las uñas largas, cubiertas con un esmalte cristalino brillante, producían un efecto en mí que me hacía verla más sensual.

    Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más me atrapaba en lo profundo de sus palabras. Jamás había conocido a alguien así, irradiaba una energía, una luz… Xandra Cohen disfrutaba que la escuchara. Todo indicaba que entendía que yo había destinado ese momento solo para estar ahí con ella, para escucharla sin distracciones. Yo la observaba sin perder detalle. Era consciente del momento, de ese breve lapso de tiempo que nos unía, y de la repercusión que eso tendría más adelante en nuestras vidas.

    «No eres de este mundo», le dije sin dejar de observarla. «¿Lo dices por mi cara?», respondió, mientras colocaba las palmas de sus manos en las mejillas y abría los ojos como imitando el rostro de un extraterrestre. Yo sonreí, le expliqué que su forma de pensar no se correspondía con la de otras chicas como ella. Por lo regular, tenían ideas huecas y de sus bocas no salían pláticas interesantes. Xandra no era así, era inteligente. Aunque todo a su alrededor era un misterio para mí, estaba dispuesto a adentrarme en él y a conocer lo que el destino pretendía mostrarme al cruzarla en mi camino. Se desenvolvía de un modo natural, como si fuera la protagonista de una obra de teatro y yo su único espectador. Algo me atrajo hacia ella como un imán. De una forma desafiante, me fue cautivando hasta engancharme por completo, representando su mejor papel.

    ¿Qué tanto de esta historia ocurrió tal como la recuerdo? No lo sé. Eso no importa mucho. Importa lo que mis sentidos crearon al escuchar su voz, al verla, al ocupar su espacio, al respirar su aire. A lo que me inspiró cuando me permitió adentrarme en su vida y en sus recuerdos, los mismos que ahora forman parte de los míos. Hoy, que pienso en todo esto y llega a mí la imagen del tiempo vivido tal como me es posible interpretarlo, sé que mis sentidos podrían engañarme… Pero qué importa, si no hubo testigos. Hoy solo ella podría aclararlo. En ese momento la vida me regaló la oportunidad de conocerla. Y ella lo sabía; su misión era esa, que yo la conociera. Como si entendiese que yo estaba destinado a descifrar su misterio, el porqué de su estancia en mi universo de sueños y promesas aún vanas. Su expresión clara y precisa daba forma al relato de tal modo que mi imaginación recreaba las imágenes de sus anécdotas como si se tratara de una película proyectada en una pantalla gigante a todo color.

    —Mi cumpleaños es el primero de octubre —la escuché decir mientras correspondía a mi mirada con una sonrisa—. En dos años terminaré mi carrera, comencé a trabajar a los diecisiete años, ahora tengo veinticinco.

    Datos y más datos llegaban como proyectiles hacia mí y yo intentaba atraparlos. Mientras la escuchaba, pensaba en lo que me estaba contando. No podía permitirme perder una sola palabra, una fecha, ni un lugar, ni un porqué. Sin esperar a conocerme un poco más, me habló de su vida sentimental.

    —Cuando tengo un novio, al poco tiempo, deja de gustarme —me confesó—. No los busco por su físico, me gusta que tengan ambiciones; pero prefiero ir al gimnasio que perder el tiempo con un novio.

    Continuamos conversando de sus planes profesionales. Sin darme cuenta, cuando me platicó de su vida sentimental, se me insinuó haciéndome saber que yo le gustaba y, al mismo tiempo, esperaba que ese sentimiento fuera recíproco. Lo cierto es que entonces ni siquiera yo lo sabía. La pregunta que le hice cerraba la charla sobre el tema:

    —¿Qué piensas hacer después de terminar tu carrera?

    —Voy a poner un negocio y dejaré a alguien trabajando allí, yo lo cubriré los fines de semana en mi tiempo libre.

    También me comentó que pensaba estudiar una maestría. Después continuó platicando de sus empleos anteriores y de cómo se había enterado de la vacante que la llevó a ocupar su actual puesto de trabajo. Al cambiar de tema de manera tan abrupta como pude, intentaba mostrar cierta indiferencia a lo que me revelaba. No fue necesario que yo se lo preguntara, y para mí era bueno saber que no tenía novio.

    Es extraño, no soy de las personas que se entretienen escuchando a otros hablar, pero con ella era distinto. Me tomó poco tiempo descubrir que me agradaba mucho oír su voz, quizá tanto como a la señorita Cohen le gustaba hablar sin parar. De vez en cuando, yo la interrumpía con una broma, sin embargo, ella retomaba el tema y continuaba contándome su vida como si supiera que no había tiempo que perder. Más tarde me dijo que dos meses atrás le habían robado. Había vendido su carro para poner un negocio y ahora se había quedado sin carro y sin negocio.

    —Fue mi culpa —me dijo sin cambiar la expresión de su rostro—. No debí haber traído conmigo el dinero en ese momento.

    He aprendido que, cuando una persona asume su responsabilidad en una situación difícil y continúa como si nada hubiera pasado y, entretanto te platica su experiencia, demuestra una gran madurez y un gusto por la vida. Está por demás decir que, en ese punto, ella ya tenía toda mi atención.

    —Me has dado tanto material que podría escribir un libro —dije bromeando por lo mucho que hablaba.

    Me quedé en silencio un momento y la idea comenzó a tomar forma en mi cabeza.

    —¡Eso es! ¡Voy a escribir un libro! —exclamé mientas me ponía de pie.

    —¡Fabricio Sean, te estás burlando de mí! —me gruñó—. Ya ves, yo confié en ti contándote mi vida y tú te burlas.

    Los dos nos reímos por el tono de su comentario. Entonces tomó su bolso y sacó un lápiz labial. Comenzó a pintarse sin incomodarse siquiera por el hecho de que yo la observaba mientras se maquillaba. Al terminar, se levantó de la silla y caminó frente a mí, casi topándose conmigo, desafiando mi intromisión. «¡Este es mi momento; obsérvame!», parecía decirme sin usar palabras. Necesitaba responder rápido. Le hice saber lo que estaba pensando en ese preciso instante.

    —Me gusta mucho tu cabello negro. Así largo y lacio se te ve muy bien.

    Con las dos manos recogió su cabello por detrás de las orejas y lo colocó como si estuviera peinada de una manera elegante, inclinándolo un poco hacia arriba. Entonces su cuello quedó descubierto, y yo quedé hipnotizado. La línea que bajaba por detrás de su cabeza hasta unirse con la cintura parecía dibujar con un pincel su contorno, cruzaba por la curvatura de sus hombros hasta llegar a las caderas y coloreaba la textura de su piel clara. Tenía frente a mí una obra de arte con vida. Mi imaginación voló permitiendo que sintiera su cuerpo junto al mío.

    «¡Realmente es hermosa!», pensé mientras tomaba una fotografía mental de esa imagen, y la guardé en «el baúl de las fotografías para ver más tarde a solas». Parecía que el mundo entero había desaparecido, como si nadie estuviera a nuestro alrededor. No hay mejor manera de comprobar la teoría de la relatividad que estando con esa persona capaz de trasformar tu realidad. Con quien pierdes la noción del tiempo

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