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¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber)
¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber)
¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber)
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¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber)

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El Programa de doce pasos de Alcohólicos Anónimos ha sido uno de las causas de que millones de personas hayan recobrado la sobriedad al poder paliar y sobrellevar esta terrible enfermedad crónica y degenerativa, sin embargo podríamos estar viendo sus últimos días. En ¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud?, el autor nos ofrece un análisis exhaustivo de la salud que guarda esta organización mundial, la cual, puede que haya entrado a una etapa senil, por lo cual no se recomienda su lectura si es un miembro AA que tenga menos de diez años sin probar bebidas alcohólicas.

LanguageEspañol
Release dateNov 20, 2017
ISBN9780463607237
¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber)

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    ¿Alcohólicos Anónimos llega a la decrepitud? (Sólo para miembros con más de diez años sin beber) - Alfonso M.

    Años después de la aparición de Alcohólicos Anónimos llega a la Mayoría de Edad, alguien debió haber escrito Alcohólicos Anónimos llega a la Madurez, en el que se hiciera un balance, como en el anterior libro, de los logros alcanzados y de lo que se esperaba. No fue así. Al llegar a su década de los 80, el hombre se prepara para el fin de sus días, ha superado ya la madurez y se ha convertido en un sabio.

    La Fraternidad de los Alcohólicos Anónimos, tal como fue concebida por sus fundadores e iniciadores, está viviendo sus últimas etapas de vida debido a dos situaciones sintomáticas: en primer lugar, la proliferación y crecimiento de diversas asociaciones que se inspiran en el Programa de los Doce Pasos de AA, y que cada día abarcan más y más personas que padecen todo tipo de dolencias mentales, pues, como ha venido pasando ya desde los inicios de la fraternidad de los AA, ha habido gentes que sufriendo otra clase de malestares, no precisamente relacionados con la ingestión de alcohol o de otros productos tóxicos, han buscado y encontrado, en el seno de ella, un refugio adonde ir. Ahora ya nadie puede detener la tendencia de las personas a asociarse con otras, al abrigo de adaptaciones, a veces felices, a veces no tanto, del Programa de 12 Pasos de AA, según se trate del consumo abusivo de sustancias o de alimentos, de los trastornos ligados con las obsesiones, o aún frente a la inminencia de hechos inevitables, como la enfermedad incurable y la muerte. A este fenómeno le llamo disolución.

    En segundo lugar, por el estancamiento del adicto en el camino espiritual por la falta de guías (padrinos) en el seno de los grupos, quienes, por sus actitudes, por su ayuda eficaz y por su ejemplo, muestren a sus ahijados que ellos mismos han sufrido un cambio profundo y radical en sus vidas, a través de haber experimentado lo trascendente, y haber alcanzado una consciencia amplificada que abarque la diversidad de la problemática de la existencia. El hecho de haberse quedado a medio camino ha dado lugar a un conformismo cómodo que nada tiene que ver con la lucha, con el esfuerzo sostenido, que es la impronta de la vida.

    A pesar de lo que pudiera suscitar en el lector el título de esta obra, no se trata de un libro polémico —lejos de ello está la intención del autor—, pero posiblemente va a interesar a aquel adicto que siente la necesidad de ahondar en una espiritualidad que no le ofrece ni su iglesia, ni su logia, ni su grupo. Pues él mismo ha observado que no ha sido suficiente el haber abandonado el consumo de sustancias adictivas ni el haber hecho a un lado las conductas obsesivas. Pareciera que el progreso del adicto hacia la madurez, a través de reconocer la derrota, del auto-examen, de la confesión, de la reparación, de intentar el contacto con lo divino y del testimonio de este, habría de significar realmente un avance verdadero en el camino justo, pero no ha sido así. Por ejemplo, si bien logró cierto alivio al acusar a los propios defectos de carácter de ser los causantes de todos sus problemas, el problema existencial sigue permaneciendo allí, intocado y oculto.

    No obstante que haya abandonado los hábitos que lo llevaron a buscar ayuda, que goce de cierta salud, que haya logrado la integración con su familia e incluso alcanzado el éxito material y el reconocimiento de sus semejantes y, además, consagrar mucho esfuerzo y tiempo para ayudar a otros adictos, esa inquietud, esa desazón, ese sentimiento de inconformidad persisten aún en lo más profundo de su ser, lo que al mismo tiempo lo hermana con todos los seres humanos, pues es la manifestación de nuestro malestar general. Con dolor, ha podido constatar que no basta con asistir asiduamente a las reuniones, tener numerosos ahijados, dar aportaciones a su grupo, transmitir el mensaje, ni tampoco tratar de observar una ética rigurosa en su vida, de esforzarse por mostrarse compasivo y ser generoso para con todos, para lograr zafarse de ese malestar. Intuye que es necesario más, mucho más, para verdaderamente alcanzar un día esa promesa de una vida útil y feliz. Hay compañeros AA, que, con verdaderas ganas y entusiasmo, durante años se han consagrado desinteresadamente al servicio, sin darse cuenta que sólo están alimentando a su yo, insaciable de reconocimiento. Hasta que llega el momento, si es que tienen la fortuna, de verdaderamente hacer un viraje a su vida.

    Que no se sorprenda el lector de que en este libro a veces se sostengan opiniones opuestas a las que ya manifesté en otra parte. Algunos pasajes son oscuros, y deliberadamente los he dejado así, pues ellos reflejan el interior de un adicto. Esta no es una obra que persigue méritos literarios. Tampoco pretende aportar nada a la psicología de las adicciones. Menos aún desea defender una determinada ideología o creencia de cualquier tipo ni convencer al lector de adherirse a un determinado teísmo. Lo que he pretendido es compartir mis experiencias e inquietudes a lo largo del camino, con mis errores y rectificaciones (o no), e invito al lector no a seguir mis pasos sino los suyos propios y que tome de mis experiencias lo que más le convenga y que luego lo abandone. Pues sólo somos peregrinos que se encuentran ocasionalmente en el camino, intercambian unas palabras y luego cada quien continúa su busca de la Eternidad, del Infinito. Sed hombres, decía Goethe, no me sigáis a mi sino a vosotros mismos.

    Si este libro llegara a inducir en el lector no la esperanza ni la promesa, sino todo lo contrario, el desencanto y la desilusión; si su lectura pudiera suscitar en él la rebeldía, la contrariedad, la duda, entonces he logrado mi propósito.

    Capítulo I

    De la inconsciencia a la consciencia

    1. La consciencia del adicto

    Aquello que nos diferencia de los animales es la consciencia. Un perro siente el odio o el temor y también sabe expresar la lealtad; da muestras de astucia para obtener lo que quiere, sufre cuando es abandonado y mueve la cola de placer cuando se juega con él. También es capaz de mostrarse afectuoso o agresivo. Pero no es consciente de nada de ello. El hombre, al contrario, al poner nombres a las cosas, al describir lo que siente, al denominar lo que experimenta, al conceptualizar, está creando la consciencia: En el principio era el Verbo... Pero esta facultad que le ha sido dada se ha vuelto también en su contra, pues al crearse la consciencia que diferencia, que define y que objetiva —y con ella, entre otras cosas, la construcción de los opuestos: bueno-malo, sucio-limpio, alto-bajo, bello-feo, etcétera—, y que hace la separación entre yo y tú, entre yo y los objetos, ella, al mismo tiempo lo escinde de lo más profundo en sí mismo: su propio ser verdadero o su Ser esencial, como lo llama Dürckheim, que participa con lo divino. Y es esto lo que provoca ese malestar genérico, ese sentimiento de culpa, que no es sino esa nostalgia, esa carencia de algo, por el hecho de no ser perfecto, por no estar cerca de Dios (Kierkegaard).

    En general, el individuo que quiere escapar de sus sufrimientos, y más cuando estos le son insoportables, lo primero que hace es buscar la ayuda de sus semejantes; por ello a menudo se agrupa con otros, se asocia con sus iguales, abandona por momentos a su yo todopoderoso y busca en el nosotros el consuelo y la solución a su dolor. Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, ha sido la respuesta, una de las respuestas, para los borrachos desesperados que desean dejar de beber, como lo han sido también las fraternidades de Narcóticos Anónimos, de Alanon, de Drogadictos Anónimos o de Neuróticos Anónimos que, junto con la extensa gama de asociaciones que existen ahora y que emplean el método de los Doce Pasos de AA, que acogen y brindan apoyo a los adictos que sufren.

    Pero para que el adicto sea capaz de buscar ayuda necesita primero la consciencia de su sufrimiento. ¡Cuántos hay que habiendo caído en un abismo a todas luces inadmisible se niegan a pedir la ayuda, precisamente porque han perdido la consciencia de lo que son y de lo que están viviendo! Y ello es debido a que han perdido la consciencia de lo que es la dignidad humana, dignidad que en este mundo nos hace testimonios de lo Divino.

    Una de las peores añagazas que amenazan al adicto que sigue un programa de restablecimiento es pretender que con el sólo intento de creer en algo puede librarse de sus sufrimientos. Si bien esta pretensión funciona en un principio, no es porque esa voluntad de no sufrir esté dando resultados, sino más bien por la asiduidad en sus contactos con sus congéneres y por los lazos de amistad que se forjan en el seno del grupo, lo que en cierta forma le brinda por momentos la protección anhelada. Pero pueden pasar años y decenas de años en esa inercia estéril de hacer como creer, que no pasa de eso, a pesar de que el individuo intente manifestar con fervor esa creencia en un Poder Superior a él mismo. Aun cuando la libertad de creer en lo que sea —Dios como cada quien lo entiende— permite aparentemente extender el ámbito de la fe, pues esta acaba comprendiendo todas las doctrinas religiosas establecidas e incluso las que continuamente están surgiendo en el mundo actual, la fe continúa siendo débil o inexistente y en muchos casos es sólo el parapeto de la permanente insatisfacción.

    Pues en el caso del Ser divino —y aquí está el quid—, no se trata de una elección, como el preguntarse qué corbata se va a poner uno esta mañana. Aquí no hay opción posible, como no lo es tampoco el fabricarse una concepción de lo divino a partir de las enseñanzas religiosas que se recibieron en la niñez. No es mi concepción ni tu concepción. Esto ha dado lugar a múltiples y graves confusiones. Porque no se trata ni de concebir, ni de entender ni de comprender lo divino sino de vivirlo. Cuando no es así —lo que pasa en casi todos los casos— el adicto se estanca. Para salir de ello es necesario el esfuerzo consciente y sostenido en la práctica de los ejercicios meditativos, en la investigación de sí mismo, en llevar en su vida una cierta ascesis, y sobre todo en una exégesis bien dirigida. Luego entonces, nos hemos habituado a simular lo que en realidad no ha acontecido —a pesar de que en el seno de los grupos se hable constantemente de la nueva vida—, es decir, la transformación profunda y real de nosotros mismos.

    Desafortunadamente son muy contados los padrinos, nuestros queridos guías espirituales, que son capaces de conducir a sus ahijados hasta el final sobre un camino y una búsqueda justos.

    Será entonces el propio adicto quien deba emprender la tarea, solo, no para llegar a creer, no para tener la fe, sino para vivir esa experiencia de lo Divino, donde ya no caben las dudas, ya sea a través de vivir la Gran Experiencia o las más frecuentes y pequeñas experiencias de lo trascendente, a través de haber aquilatado el sentido de estas y de haber establecido un compromiso inviolable para testimoniar lo divino en su vida. Pues existe un abismo insondable entre el simple creer y buscar el contacto con lo Divino y el sentir lo Divino.

    Y no por ello vamos a abandonar las reuniones. Al contrario, con humildad trataremos de transmitir nuestras experiencias a nuestros compañeros, como un nuevo mensaje de libertad, como un nuevo compromiso.

    El que se cree ateo, o que se considera dentro del agnosticismo (que es la versión cobarde del ateísmo), como lo fui yo durante mucho tiempo, antes e incluso después de haber llegado al grupo de AA y de haber dejado de beber, debe llegar al convencimiento, quizá por la recaída en el consumo de sustancias tóxicas, por la enfermedad grave o por la depresión profunda, de que para su salvación no hay otro camino más que el de la verdadera fe, que no implica para nada la adhesión a una determinada religión o secta. Recuérdese el grito de muchos ateos, y que ha sido su bandera: En el nombre de la Cruz se han cometido los peores crímenes. Mas, por otra parte, como respuesta, está lo que también es cierto: no hay ateos en las trincheras, a lo que podemos agregar: no hay ateos en la depresión profunda ni en el abismo del sufrimiento. Cuántos pensadores célebres, orgullosamente ateos, al verse al borde de la muerte han claudicado y hecho llamar al cura para que los ayude a bien morir.

    El cofundador de AA, Bill Wilson, vivió una vez en carne propia una conmovedora experiencia trascendental estando confinado en el hospital revolcándose en la desesperación producto de su última borrachera. Esa experiencia y el compromiso que de ella se derivó fue lo que a la postre dio origen a los Alcohólicos Anónimos, fraternidad gracias a la cual hoy día se pueden contar por millones los adictos que han permanecido libres del alcohol. Aun cuando experiencias como la de Bill W son raras resultan ser más frecuentes de lo que se cree y en la mayoría de los casos determinan un viraje completo en la vida de la persona, como fue también el caso del padrino del padrino de Bill W. Rowland H., miembro de los grupos Oxford. Pero eso no es aún la salvación del individuo. Para ello es necesario el cambio profundo, el hacerse un iniciado, impregnado del amor del Ser divino. ¿No vale la pena intentar eso?

    En esos momentos privilegiados, que pueden durar un segundo, en los que, a solas, el adicto es tocado por Algo incomprensible y que lo conmueve hasta el fondo, este debe reconocer que ello no es producto de su imaginación ni de lo que comió esa tarde. Algo trascendente lo ha rozado. Entonces, debe atesorar esos momentos en su memoria, en secreto, y comenzar la búsqueda. A veces esa experiencia luminosa, trascendente, no tiene carácter angelical, pues hay casos, también en el fondo del dolor y la desesperación, en que es lo demoniaco lo que se manifiesta. Entonces, lleno de miedo, de un miedo positivo, el adicto busca la ayuda, y la encuentra.

    Hay que recordar constantemente que nada justifica ese grito de victoria: ¡Ya lo logré!, luego de una de esas experiencias. Eso sería muy peligroso en estos terrenos. Hay que trabajar una y otra vez, hay que sudar sangre, de manera implacable, hasta que realmente se franquee el umbral hacia la verdadera transformación, hasta que llegue el momento en que mi sobriedad, mi salvación, mi redención no sean ya tan importantes.

    Una vez que el adicto ha tenido la experiencia del Ser divino, de Dios, en él, no necesitará esforzarse para ser bueno, ni tampoco tendrá que preocuparse en vivir el sólo por hoy, ni de hacer de la sobriedad el sentido de su vida. Habrá terminado su lucha contra los defectos de carácter porque casi sin darse cuenta los habrá aceptado y asimilado, a sabiendas de que es un ser imperfecto. Menos aún tratará de intentar un contacto con lo Divino, pues su consciencia ha comenzado a abrirse a Él. La hoja que pende del árbol y que tiene consciencia de ello no necesita buscar ese contacto, ella sabe que es parte del árbol y sabe también que el árbol es parte de ella. No obstante, para que el adicto llegue a esta consciencia necesita años de práctica tenaz. Los ejercicios meditativos lo van a llevar, si se aplica con rigor a llevarlos a cabo, sin desmayar, a un día darse cuenta, con alegría inmensa, que no es él quien respira sino que Algo respira en él. Ese será el comienzo de la consciencia amplificada; cuando sabe que así como él ha estado buscando lo Divino, lo Divino lo ha estado buscando a él. Pero esta consciencia amplificada, que lo hace testigo de lo Divino, también lo despierta a lo no divino, que también lo habita, creándose ese conflicto ineluctable de la verdadera vida.

    Es bien cierto que el adicto que quiere dejar de consumir y que para ello se acerca a los grupos de sus congéneres, tarda bastante tiempo en darse cuenta de la gravedad de su problema. Primeramente, a través del auto examen riguroso y de intentar de ver en los demás el reflejo de su propio problema acuciante, así como a través de las experiencias dolorosas que escucha, tratará de demostrarse a sí mismo que también él, como sus nuevos amigos, es impotente ante su obsesión y por fin renuncia a seguir luchando. Este es el primer golpe que recibe el ego del adicto. Poco a poco este hombre comienza a tomar consciencia de su ego, de su pequeño yo, como una entidad con voluntad propia que se ha ido desarrollando a lo largo de su vida y que se implantó en su consciencia de manera implacable apoderándose de él hasta llegar al grado de suplantar a lo divino. Ha dado un gran paso aquel adicto que finalmente ve, siente, observa a su ego, como una parte de él y con el cual se ha estado identificando.

    Pero sucede con frecuencia que así como la gente no madura por el sólo paso de los años —hay ancianos decrépitos que se comportan como niños berrinchudos cuando no se hace lo que ellos quieren— tampoco el hecho de acumular años de abstinencia es signo de sobriedad y madurez y es entonces cuando el adicto se congela, se estanca y muchas veces se aleja de las reuniones, porque ya no encuentra nada en ellas. Pero es el caso de que crecer duele. La piedra angular del crecimiento es el sufrimiento. Sí, pero ¿seremos capaces de ello? ¿Seremos capaces de dejar caer nuestro yo y padecer el enorme dolor que eso representa? ¿Seremos capaces de renunciar a nuestras ilusiones, como por ejemplo esa de anhelar que nuestra pareja cambie o de encontrar a nuestra alma gemela? ¿Seremos capaces de arrancarnos nuestro apego a las cosas materiales? ¿Seremos capaces de dejar de soñar en lo que sea?

    El debutante en los grupos de Doce Pasos durante cierto tiempo se ve a sí mismo como un montón de basura, como una especie de monstruo repulsivo que llega a veces hasta a asquearse de él mismo. Esta es

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