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Un nazi en el sur: El carnicero de Riga en Paraguay
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Un nazi en el sur: El carnicero de Riga en Paraguay

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Eduard Johann Roschmann (Graz, Imperio Austrohúngaro 1908 - Asunción, Paraguay 1977) fue el comandante del gueto nazi de Riga, en Letonia, entre 1943 y 1944. Recibió el alias de “Carnicero de Riga”. En torno a él se tejieron varias conjeturas sobre cómo ascendió al poder. Escapó desde Europa a América del Sur en 1948. Vivió en Argentina, Brasil y en Paraguay, donde murió en agosto de 1977.
¿Quién era Eduard Roschmann? ¿Mató realmente a miles de judíos en Letonia? ¿Cómo fue que el comandante de un gueto murió en una triste camilla del Hospital de Clínicas de Asunción del Paraguay? ¿Cómo era su vida privada? ¿Qué obsesión sexual tenía? ¿Cómo fue su vida antes de unirse a las SS nazis? ¿Cómo escapó del campo de detención de Rímini, Italia, en 1947?
LanguageEspañol
Release dateJan 10, 2019
ISBN9789996705380
Un nazi en el sur: El carnicero de Riga en Paraguay

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    Un nazi en el sur - Juan Cálcena Ramírez

    copyright

    A manera de prólogo

    Todavía me encontraba en la redacción cuando llegó la noticia de que un personaje acababa de fallecer en el Hospital de Clínicas. Se trataría de un conocido nazi buscado en todo el mundo. La información, dada por una enfermera que llamó al diario, tuvo un efecto impactante y a la vez que de difícil tratamiento. Fue en la noche del 10 de agosto de 1977. El nombre que se manejaba era el de Fritz Wegner, llegado muy enfermo al hospital acompañado por un hombre que le dejó en la puerta. Venía de una modesta pensión, como se sabría después, cercana al diario.

    El primer desafío que se tuvo era que la noticia no trascendiera a otros medios. Eran los tiempos en que los diarios se copiaban los unos a los otros y los periodistas guardaban como su mayor tesoro profesional las primicias, esas que las habían conseguido por su propio esfuerzo o tocados por la fortuna de la casualidad. Informar primero, y bien, era la divisa que animaba a gran parte de los comunicadores.

    Una forma de resguardar de los buitres el caso Wegner, era imprimir los ejemplares para el interior y luego para la capital. Pero primero habría que sortear el gran desafío de obtener la identidad y el historial del personaje. Se estaba lejos todavía de subir a internet y disponer del más completo archivo. La enfermera que llamó al diario se acordó haber leído hacía poco en una revista argentina el caso de un criminal nazi que tenía los dedos de los pies amputados.

    Este dato de la amputación fue decisivo por lo menos para dudar de la identidad de Wegner.

    Hacía unos días que ABC Color había memorado sus 10 años con los lectores. Ahora tenía un caso gordo para el festejo. Era cuestión de horas, tal vez de días, para desentrañar la historia completa y veraz. Y así fue. El personaje resultó ser nadie menos que Eduardo Roschmann, famoso criminal nazi, conocido como El carnicero de Riga.

    Este apasionante caso es ahora revivido por el periodista Juan Cálcena Ramírez quien lo trata con una admirable profesionalidad. Nada dejó al azar, a la mera interpretación o adivinanza del lector. Siguió el rastro de su personaje hasta en los más escondidos rincones por donde anduvo. Desde sus inicios como criminal al servicio de una ideología asesina hasta el final de su vida en nuestro país.

    Un nazi en el sur – El carnicero de Riga en Paraguay, es un libro que se lee como hay que leer los libros: con placer. Bien escrito, con datos contrastados, documentaciones serias, el autor construyó, o recordó, una historia que está adherida al siglo XX de la humanidad en su costado más doloroso.

    Al hablar de Roschmann no es posible pasar por encima de otro famoso criminal, Joseph Mengele, a quien se le concedió la ciudadanía paraguaya en los tiempos del general Stroessner.

    Así tenemos en este libro los hechos que marcaron también a nuestro país que tenía las puertas abiertas para estos y otros criminales mientras se las tenía cerradas para dignos compatriotas que malvivían en el exilio por sus ideas.

    Bien está que Juan Cálcena se decidiera con pasión —sin perder la razón— por esta historia poco conocida pero que, en su momento, y por mucho tiempo, fue la estrella de los medios nacionales e internacionales. Se comprende. Se trataba de un criminal que tuvo en sus manos la vida de miles de mujeres, niños y varones. Era un todopoderoso del horror a quien le esperaba la muerte en una humilde pensión asuncena y en la soledad más absoluta.

    Alcibiades González Delvalle

    Periodista, escritor y dramaturgo

    Prólogo

    ¡Perdonad, pero no olvidéis! Esta podría ser la médula espinal de la obra de Juan Cálcena, un brillante periodista al que, pese a su juventud, pudiera aplicársele, sin riesgo de equivocación, el calificativo de curtido en muchos frentes mediáticos. Obsesionado por la memoria histórica en general o, mejor aún, por algunos flecos que cuelgan de la misma en América Latina, pone sobre la mesa Juan Cálcena un tema recurrente, como es el del cobijo en estas y otras tierras de algunos criminales nazis que, a pesar de los años transcurridos, presenta, como las heridas mal curadas, cierres en falso. Y esto ha sucedido y aún acontece sin que los redoblados esfuerzos, individuales o colectivos, destinados a resolver cuestiones como la que es objeto principal de este libro, hayan podido poner fin a un estado de cosas inexplicable que, como el cauce de un río subterráneo, nos ha venido enseñando su fluido cada cierto tiempo, generando no poca conmoción en el gran público.

    Con el libro en su mano, comprenderá el lector que nos estamos refiriendo a una de tantas cuestiones pendientes y derivadas del nacionalsocialismo, doctrina de muerte y oprobio expandida a través de todo el mundo, como fue la supervivencia de algunos criminales de connotadas actividades contra la humanidad, que tras la caída del régimen de Adolfo Hitler encontraron apoyos e impunidad en varios países, especialmente en los del centro y sur del Nuevo Mundo, donde se blindó a estos fugitivos de la Justicia de forma inexplicable para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y sentido de la justicia.

    La obra de Juan Cálcena Ramírez nos acerca un poco más al caso puntual del comandante de uno de los guetos de una pequeña ciudad llamada Riga, capital de Letonia, en la Europa del Este, donde también se produjeron estas atrocidades contra las llamadas minorías: judíos, gitanos, polacos, deficientes físicos y mentales, opositores de cualquier tipo, etc., actividades que bajo la cobertura de la denominada solución final exhiben una atrocidad tan inexplicable que nunca dejarán de herir profundamente la sensibilidad de cualquier ser humano que se acerque a la realidad del Tercer Reich.

    La historia y la figura de Eduard Roschmann, el protagonista de este libro, no eran conocidas sino por un corto número de interesados en estos temas. A partir del ingente esfuerzo de recolección de datos de que se hace alarde en esta obra, lo que constituye uno de sus méritos más notables, parece evidente que cambian las tornas. En este libro, a través de una rigurosa búsqueda y análisis de fuentes primarias dispersas, Cálcena analiza las actividades y el pensamiento de un funcionario nazi, al que ni el mismo autor logra entender cabalmente, pues resultan omnipresentes sus evidentes trastornos de personalidad, que en su grado extremo muestran a un individuo que no tuvo compasión de nadie, en la búsqueda de su propio beneficio. El austriaco, además, escapó de un sistema de justicia que, transcurridos ya muchos años, aún persiste, como es el de fomentar el olvido de un periodo de tiempo atroz, que la humanidad difícilmente quiere ver repetido.

    Paraguay ocupó un lugar relevante dentro del mapa del nacionalsocialismo. Su primera legación internacional fue creada allí en el año 1929, un dato que pocos historiadores manejan. Más aún lo fue después de la caída de Hitler, luego de 1945. Los jerarcas lograron escapar hacia países como Chile, Argentina y México, aunque los simpatizantes también se escabulleron en otros sitios como Asunción y el sur del Paraguay, pasando más o menos desapercibidos.

    La obra de Cálcena es útil para entender cómo escapaban los nazis desde Europa, usando varios caminos transoceánicos y blindajes diplomáticos que pocos se animaron a documentar en ese entonces por la coyuntura especial en la que se encontraban las instituciones internacionales de ayuda. Hoy se tiene acceso a estos textos, cuyos contenidos se hacen absolutamente imprescindibles para sostener la memoria histórica de un periodo oscuro, lúgubre, y ¡ojalá! irrepetible en la historia de la humanidad.

    Como podrá evidenciar quien se anime a iniciar la lectura de este libro, cuya consecuencia inmediata es comprobar lo adictivo de su contenido, resulta evidente la valentía con que Cálcena se enfrenta a la reconstrucción de lo humano entre quienes detentaron un rango elevado dentro de la jerarquía nazi. El control sobre la prisión, la libertad y la muerte de sus prisioneros, judíos en buena medida, el manejo discrecional de los alimentos sobre una población que moría de hambre, la traición, utilizada como uno de los más bajos instintos de la raza humana, y la necesidad de saciar las necesidades sexuales de unos hombres que, finalmente, cometían crueles violaciones contra unas mujeres indefensas, que en la mayoría de las ocasiones no vislumbraban otras opciones para sobrevivir.

    Sorprende por muy llamativo, y por eso sacudirá la conciencia de los lectores, cómo la documentación obtenida por los noveles espías de los Estados Unidos llegó a ser rifada, y cómo Argentina se situó como parte vital de la vida de Roschmann, perfectamente contextualizada por nuestro autor, tras la consulta de una amplia serie de variadas hemerotecas, donde se custodian publicaciones periodísticas de hace cuarenta años, que consiguen situar al lector en un lugar donde pareciera que la noticia ocurrió ayer.

    Apasionante por donde se la mire, la historia de Eduard Roschmann que aquí se reconstruye, ejercita un esfuerzo de doble ejemplificación, pues si de una parte se atiende a la sujeción de una persona a un enorme sistema de destrucción, por otro lado está presente la destrucción de la persona en sí, con una muerte que se salva del olvido por ser quien fue, pero que no hace reparos del abandono en la que ocurrió.

    En definitiva, el primer libro de Cálcena Ramírez pareciera que roza el coqueteo con la ficción, pero nada hay más lejos de esta impresión inicial si se atiende a la masa documental consultada, capaz de dotar de solidez sobrada a la historia del comandante de un gueto situado en la Europa del Este.

    Doctor Alfredo Moreno Cebrián

    Historiador

    Consejo Superior de Investigaciones Científicas

    Madrid, España

    CAPÍTULO I

    Yo soy Eduard Roschmann

    Poco después de la medianoche del miércoles 10 de agosto de 1977 murieron dos personas a la misma hora en el Hospital de Clínicas del barrio Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia de Asunción, Paraguay: Eduard Roschmann, un austriaco ex capitán de las poderosas SS nacionalsocialistas, y Federico Wegener, un pujante checoslovaco que había vivido en Argentina durante casi 30 años. Ambos eran la misma persona con un solo apodo: el «Carnicero de Riga».

    Eduard Roschmann fue el comandante del gueto de Riga, en Letonia, en 1943, hasta su exterminio, a finales de ese año, un periodo relativamente corto de tiempo. Su historia es apasionante desde donde se la mire porque siempre logró escapar de la justicia de una u otra forma. Siempre encontró ayuda donde quiera que fuese, lo que acrecentó el mito, la leyenda de una organización nazi que operaba en distintas partes del mundo luego de la muerte de Adolfo Hitler, en 1945.

    ¿Quién era Eduardo Johann Roschmann? De acuerdo a los Archivos Federales de Alemania, Roschmann había nacido el 25 de noviembre de 1908 en el distrito de Eggenberg de la ciudad de Graz, capital del Estado Federado de Estiria. De acuerdo al investigador Gerald Steinacher, que trabaja en la Universidad de Nebraska (Lincoln), Roschmann fue, antes de la II Guerra Mundial, un distribuidor de licores y empleado de una cervecería en Estiria, donde también trabajaba su padre, según documentos del Museo Simon Wiesenthal de Viena, Austria.

    Ficha en la que constan el segundo nombre de Eduard Roschmann (Johann) y el año de su ingreso a las SS: 1937 (Archivo Centro Simon Wiesenthal. Viena, Austria).

    Steinacher ofreció en su estudio ¿Argentina, país de huida de los nacionalsocialistas? (2011) un detallado resumen del pasado de Roschmann. Por ejemplo, contó que se había afiliado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y a las SS (cuerpos de defensa del nazismo) a mediados de la década de 1920, cuando estos conglomerados políticos estaban prohibidos.

    Roschmann se vio favorecido por la anexión de Austria al Tercer Reich. El investigador Steinacher califica sus ascensos de «meteóricos». El nazi, como parte de las SS, participó de la toma de Francia en 1940.

    «A comienzos de 1941 lo tomó la policía de seguridad, y fue asignado en junio de 1941 al Einsatzkommando 2 del grupo de tareas A, que se dedicaba a matar, sobre todo en Letonia. Allí, Roschmann trabajó en la Oficina de Asuntos Judíos (Judenreferat) del comandante de la policía de seguridad de Letonia», detalló Steinacher en su estudio.

    Ficha de Eduard Roschmann como miembro de las SS. En este documento consta que estaba casado con Helene Vidmar (Archivo Centro Simon Wiesenthal. Viena, Austria).

    No hay acuerdo sobre la fecha exacta en la que Roschmann asumió la comandancia del gueto de Riga, en Letonia. Algunas fuentes la sitúan en enero de 1943, otras en junio de 1943, y Steinacher en marzo del mismo año. Allí alcanzó dos rangos dentro de las SS, uno menor, el de SS Unterscharführer, equivalente al de sargento segundo y luego, ya como comandante, el de SS-Untersturmführer, equivalente al de subteniente. Posteriormente, un documento oficial austriaco lo califica de SS-Obersturmbannführer, o jefe de unidad de asalto. Este último título es el más acorde al comandante de un gueto. Este factor es muy importante a la hora de leer los cuestionamientos sobre el poder de Roschmann, quien, si bien no estuvo en la conferencia de Wannsee —donde se determinó aquello de la «solución final» para los judíos—, tenía el mismo rango que, por ejemplo, Adolf Eichmann.

    Roschmann fue el comandante del gueto de Riga hasta el final de este, aunque permaneció en Letonia hasta mediados de 1944, momento en que se le pierde el rastro hasta después de la guerra, cuando fue tomado por las fuerzas estadounidenses y llevado al campo de prisioneros de guerra de Rímini, en Italia. Allí se produce su primera huida, en 1947, aunque nadie sabe cómo. Después, poco prudente, huyó nuevamente a Graz, en donde consiguió una nueva identidad, la de Federico Wegener, o Fritz, como se hacía llamar. De acuerdo a esa identidad falsa, nació en Eger (ahora llamada Cheb), una ciudad de la antigua Checoslovaquia, ahora llamada República Checa,

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