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Michael merecía morir
Michael merecía morir
Michael merecía morir
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Michael merecía morir

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About this ebook

En la ciudad de Greenwood, los jóvenes más distinguidos del instituto Old Abbey se reúnen en un lugar del bosque al que todos llaman la Corte.

En las viejas ruinas de River House, sus miembros juegan a ser dioses cuando no son más que estrellas fugaces en su descenso hacia el mundo real. Desde la Corte imponen sus reglas a todos. Es el lugar en el que nacen las tendencias de obligado cumplimiento para el entorno juvenil. Donde deciden quién es quién y cuál es su sitio durante el horario de clase. La sede de su indiscutible alteza, Michael Folley. El sitio más exclusivo. Y allí pierde la vida el rey. Michael muere a los pies del trono y todos sus fieles amigos tienen motivos para haberle matado. Aunque aún no lo saben.
LanguageEspañol
Release dateJan 11, 2019
ISBN9788416366330
Michael merecía morir

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    Michael merecía morir - Jackson Bellami

    Michael merecía morir

    Título: Michael merecía morir

    Autor: Jackson Bellami

    © Jackson Bellami, 2018

    © de esta edición, EDICIONES LABNAR, 2018.

    Imágenes y diseño de cubierta por Ediciones Labnar

    LABNAR HOLDING S.L.

    B-90158460

    Calle Firmamento, 35, 41020 Sevilla

    www.edicioneslabnar.com

    info@edicioneslabnar.com

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra; (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

    ISBN: 9788416366330

    Depósito Legal: SE 2394-2018

    Código BIC: YFCF-5AQ

    Primera Edición: Diciembre 2018

    Para aquellas personas, de cualquier edad, que hayan sufrido las consecuencias de un mundo etiquetado y clasificado. Para aquellos que no se atreven a tomar la libertad de ser quienes realmente son. Nunca es tarde para ver el mundo con tus propios ojos.

    Para una experiencia completa, se recomienda acudir a la lista de reproducción de la novela (MMM Novel) en los momentos de referencia musical que encontrarás a lo largo de la lectura:

    Spotify

    Youtube

    El aire se vuelve irrespirable de repente para Michael. Siente que las piernas podrían fallarle en cualquier momento, pero aguanta. No va a ceder con facilidad. Porque no le han vencido; ellos no.

    Kelly está sentada sobre las ruinas de la Corte con su teléfono móvil en la mano, como siempre, ajena a todo lo que ocurre alrededor. Steve charla con Armie sobre la fiesta del sábado. Hace solo un momento que le han propuesto a Michael marchar en un desfile después del primer partido de la temporada. Para entonces, este último ya no estará entre los vivos.

    El joven pestañea varias veces para aclarar la vista. Se centra en Rebeca Witmore y su sesión de maquillaje, que tiene lugar cada cinco minutos. Michael no puede evitar tomarse un respiro para sonreír y pensar en lo estúpida que se ve cuando retoca su perfecto rostro en público, aunque no tarda en volver a sufrir. Se apoya sobre las rodillas arañando el tiempo que le queda para contemplar una última vez a los culpables de todo.

    Billy parece darse cuenta de que Michael no pasa un buen rato. Se levanta de un trono que no le pertenece, y que siempre ha intentado arrebatarle al rey, y le señala.

    —Chicos, le ocurre algo a Mike —advierte.

    —Michael, ¿estás bien? —pregunta Becca, aún con el colorete en la mano.

    —Le dije que lo de fumar es para hombres —comenta Steve.

    «Que os den», piensa Michael sin fuerzas.

    —¿Qué te ocurre, Mike?

    Kelly corre hasta él, pero Michael ya no puede hablar. Apenas puede respirar siquiera. Se arrodilla en un sentido acto de despedida y mira a sus amigos con rencor. La piel se le torna morada al caer al suelo mientras se sujeta la garganta, desesperado.

    —¡Ayudadle, joder, se está ahogando! —vuelve a gritar Kelly.

    Nadie hace nada, solo miran. Como cualquier joven en su situación, tienen miedo. Ninguno de ellos había presenciado la muerte cara a cara. Billy comenta algo sobre la reanimación cardiopulmonar que no se atreve a practicar. Sería algo sin sentido cuando has sido envenenado. Ya nada puede salvar a Michael.

    Allí, en mitad del bosque, en el lugar de reunión de los chicos populares del instituto Old Abbey de Greenwood, Missouri, un chico muere rodeado de sus amigos.

    «Pagaréis por esto».

    Son las palabras que quiso decir Michael antes de morir, pero nunca llegó a pronunciarlas.

    El disfraz de chica popular

    Kelly Sullivan se levanta cada mañana de la misma forma: apaga la canción Another Day of Sun, banda sonora de La La Land, de su teléfono móvil y se mira en el espejo para ser consciente del aspecto que tiene nada más despertarse. Porque eso es lo que verán de ella un día tras otro sus compañeras después del presente año, cuando vaya a la universidad. Se esfuerza en caer bien a todos, sacar una media de nueve en sus notas finales y parecer la chica perfecta de piel hacia fuera. Dentro, como la mayoría de los adolescentes, Kelly se siente hastiada, aburrida de una vida que ella misma se ha impuesto para que la acepten en Drury, la mejor universidad de Missouri.

    Desayuna con sus padres y su hermana Polly cada día, lee el periódico y consulta las últimas noticias en Twitter, aunque esto último lo hace en el baño. «Nada de teléfonos en la mesa», es lo que dice siempre su padre. Una norma que ella trata de saltarse cada día.

    La pequeña Polly ve en su hermana mayor un modelo a seguir. La imita desde que comenzó las clases en el instituto Old Abbey, donde Kelly le muestra con quién debe comer en la cafetería. Ya desde pequeña, Polly está siendo instruida para convertirse en alguien que probablemente no acabe siendo. Pero es lo que su hermana le enseña, a seguir unas normas manchadas con la vergüenza, de las que tarde o temprano todos nos acabamos arrepintiendo. Eso es algo que Kelly aprenderá en los próximos meses. Todo a consecuencia de la oscura tarde que se cierne sobre la chica.

    El instituto Old Abbey debe su nombre a sus orígenes, como casi todo en Greenwood. La antigua abadía fue reconstruida allá por los años setenta para convertirse en un centro de educación moderno y clásico al mismo tiempo. Esa, al menos, era la intención. El resultado hoy por hoy no es otro que un edificio académico tradicional, que encierra entre sus santas paredes el futuro de una sociedad que no encuentra un equilibrio moral entre sus miembros. Los pasillos están decorados con los viejos cuadros restaurados de la abadía. Arte intercalado entre taquillas llenas de vete tú a saber y jóvenes de hormonas alteradas. Las consecuencias de un cóctel así las sufren las pinturas, por supuesto, que todos los años tienen que ser retiradas alguna vez durante el curso para borrarles bigotes a damas pomposas, penes de rotulador que hacen de los monjes víctimas de mofas absurdas o caballeros medievales a los que les dibujan en las armaduras el emblema del equipo local, los Clérigos de Old Abbey: la silueta roja de un encapuchado sin rostro que sostiene un balón de fútbol en vez de un rosario entre las manos. Así es el mejor instituto de Greenwood.

    Kelly, nuestra jefa del club de debate, pues no podía ser de otra manera, llega unos quince minutos antes a clase. Su padre, secretario en el Ayuntamiento de Greenwood, la sorprendió en su último cumpleaños con un flamante Chevrolet Spark rojo. Disponer de coche propio te suma un veinte por ciento más en la codiciada lista de popularidad de la muchedumbre, lo que hizo que Kelly no se quejara al ser sorprendida con un coche que no estaba entre sus favoritos. Ella lo aparca cerca de la calle, junto a la salida, porque odia el tráfico después de clase. Espera unos diez minutos dentro de su carruaje a que aparezca su mejor amiga, Rebeca Witmore, que te amenazará con su pintalabios si no la llamas Becca.

    En realidad, Becca y Kelly serían contrarias en otra vida, o en otro lugar. No tienen nada en común; un detalle que Kelly se encarga de ocultar con mentiras y falsas sonrisas. La popularidad tiene un precio, y hay quienes están dispuestos a pagar lo que sea por poseerla. ¡Suerte, chicas!

    Becca llega en un escúter celeste con su fantástico nombre abreviado escrito en los laterales. El orgullo de ser una joven insufrible. Desde que Kelly tiene su propio trasporte, su amiga deja la motocicleta en la plaza contigua, con su candado de seguridad y todo. Becca nunca había usado nada parecido hasta hace unos meses. Le gustaba dejar la Motobecca, como ella la llama, sin nada que la protegiese de desaparecer durante las clases. Ella es Becca Witmore y todo el mundo la quiere. ¿Qué podría pasar? Pues que desapareció. Se la robaron. Pero eso es otra historia, así que sigamos.

    Kelly y Becca aguardan frente a la puerta al resto de la comitiva real. Porque aquí, en Old Abbey, los jóvenes que marcan tendencia son los que pertenecen a la Corte. Un grupo distinguido que se encarga cada verano de elegir a su rey o reina, aunque hace años que no es una chica la que lleva el timón. ¡Hola, señor Machismo! El caso es que la Corte decide, opina y dicta sobre todo y todos. Hay jóvenes que rezan por las noches para que su nombre no aparezca en una de esas reuniones que la Corte realiza en su sede del bosque. No es que dispongan de una oficina ni nada parecido. Son unas ruinas, los restos de una vieja casona que aún conservan parte de un gigantesco salón, desde donde reina el rey: Michael Foley. El canal HBO ha hecho mucho daño.

    Cuando llegan los caballeros de la Corte, Steve, Armie y Billy, el rey comienza con su desfile mañanero por los pasillos. Michael recorre el instituto rodeado de ese halo de superioridad que apesta a futuros problemas con el alcohol y las drogas o a embarazos no deseados. Juzgan sin ser jueces, opinan sin ser críticos, ordenan sin ser nadie… Los miembros de la Corte caminan por los pasillos como un tiburón encerrado en un río plagado de peces pequeños de los que alimentarse. Nunca miran hacia atrás. Ellos son el futuro. Por eso lo hacen siempre hacia adelante. Sus compañeros se apartan de su camino para no ser vilipendiados públicamente. Los aman, les temen; los odian y los adoran. Es todo lo que necesita Kelly para entrar en la universidad de Drury. Es lo que está dispuesta a ser para alcanzar el éxito. Un precio que se arrepentirá de pagar.

    La mañana de la estudiante con mejores calificaciones del último grado transcurre sin incidentes ni sorpresas. Es el primer día de curso. Todos están contentos con el material nuevo, las deportivas a estrenar y las esperanzas de un año prometedor. Los inconvenientes de la trigonometría, las leyes de Dalton, Rutherford, Richter, Proust… Kelly tendrá tiempo de preocuparse de eso más adelante. Hoy, solo quiere disfrutar del primer día de su año de despedida. Becca se empeña en hablarle de las pruebas de las animadoras. Trata de convencer a su amiga para que pase su último año entre las chicas más elitistas y crueles del mundo. Kelly solo quiere que todo siga igual: ella arriba, brillando como una estrella, hasta el final de curso. Por eso se sienta con Michael durante el almuerzo, para evitar la canción de Becca que, al parecer, ha entrado en un bucle con Hey Mickey de Toni Basil.

    —Bueno, alteza —se ríe Kelly—, ¿cuál va a ser la universidad que disfrute de tu presencia?

    —Aún no lo he decidido —responde Michael—. Puede que elija la Universidad de Washington en Saint Louis. Tienen un programa cojonudo de fútbol.

    —Da igual adonde vayas, Mike. Triunfarás.

    —Si tú lo dices…

    Michael no está siendo pesimista con Kelly por nada en especial. Lleva unos meses extraños, aislado, podría decirse, aunque ha intentado sin éxito que nadie lo notase. Darren, el chico del blog del instituto, puede dar cuenta de ello después de la paliza que recibió de Steve por un artículo que escribió sobre el tema. Pero eso a Kelly no le importa. No en la recta final de una adolescencia pueblerina que anhela dejar atrás. Lo que no sabe aún es que hay cosas que no se pueden olvidar. Por ese preciso motivo, Michael se ha vuelto un desconocido para sus amigos. Pocos le han preguntado al chico por su cambio desde aquel horrible día de las últimas semanas del pasado curso. Ese momento en que todos los estudiantes fueron testigos de la muerte de uno de sus compañeros.

    —Foley, Foley, Foley… —Steve se sienta entre Michael y Kelly.

    —Ten cuidado, Steve —le reclama ella, a quien casi le tira el zumo de verduras.

    —¿Hoy hay reunión en la Corte? —pregunta.

    —Sí, esta tarde a las cuatro —responde Mike—. Tenemos que hablar del partido del sábado.

    —Perfecto, me apetece echar unas birras.

    El cuarto en aparecer es William Bradford, Billy para los plebeyos. Su bandeja viene cargada de proteínas y líquidos. Siempre ha envidiado a Michael, Steve y Armie. Al primero por el trono. Al segundo por su físico de atleta. Al tercero por su dinero.

    John Armitage es la clase de joven que podría estudiar en colegios privados de largos nombres y estirpe gloriosa, pero allí solo sería uno más de los niños ricos. Sin embargo, en Old Abbey, Armie destaca tanto por su ropa como por su Porsche 911. Llega a la Mesa Dorada —así es como todos llaman a aquella en la que se sientan los miembros de la Corte en la cafetería— con un almuerzo preparado por el chef de la familia. De lo más corriente para todos. Cuando se instala junto a Kelly, esta lo mira con deseo, a pesar de que no hay nada entre ambos, porque ella no puede permitirse ese tipo de cosas si quiere estudiar en Drury. Además, Kelly no sueña con ser su chica, sino con tener sus posibilidades, su cartera y sangre. Quien le viene a la rubia cabecita cuando se ve con un chico del brazo es Michael, pero aquello no funcionó el curso pasado. No fue nada bien.

    —¿Dónde se ha metido Becca? —pregunta Armie.

    —Primer día, primera reunión de chicas —dice Kelly.

    —Ibas a unirte a ellas, ¿no?

    —El club de debate no me deja demasiado tiempo libre, Armie.

    —El club de debate no llena las fiestas, Kelly.

    —Tendrás que espabilar —comenta Billy—. La universidad no es el instituto.

    —Dejadla en paz —responde Michael.

    Él es el rey, y como a tal todos le obedecen. Por mucho que a Billy le cueste.

    Después de comer, la primera clase de Biología comienza con la introducción al sexo en adolescentes. Como si estos chicos fuesen puros en alguno de los aspectos que se puedan tratar. Risas y comentarios picantes. Nada más para el primer día. Le siguen Matemáticas y Literatura. Repasos y poco material nuevo para el último curso. Una paliza tras otra.

    Por fin, Kelly puede volver a casa tras su paseo por el pequeño reino que la coloca en un lugar privilegiado. Allí la espera su madre, incrustada en la cocina, dando forma a la cena. Polly tardará un poco más en llegar. La pequeña de la familia acude a clase en el transporte público, algo que Kelly siempre ha odiado, aunque se encargó de preparar una estrategia social para su querida hermana. «En el bus de clase tienen lugar los momentos más importantes», le dijo un día. Construyó toda una operación para que Polly subiera a esa cafetera amarilla como una diosa. «Mantén conversaciones importantes, saca a relucir los errores del profesorado, utiliza los cotilleos de tus compañeros que no vayan en el autobús y así se pelearán por sentarse contigo. Serás la jefa del trayecto». El futuro de Kelly era prometedor. Aún puede serlo, aunque ya no depende de ella. Con su actitud bélica, inteligente y arrolladora, sería extraño que bufetes y corporaciones no se la rifasen después de la universidad. Porque Kelly, incluso con sus errores, se ha entrenado para llegar a lo más alto. Solo debe recordar que desde allí arriba las caídas son más dolorosas.

    —¿Qué tal ha ido el primer día, cielo?

    —Aburrido y monótono, como siempre —le responde a su madre.

    —Mejor así. Ya casi tienes un pie fuera de Greenwood.

    —Aún no hemos enviado las propuestas a las universidades, mamá. Todo está en el aire.

    —Y tú sabes cómo manejarlo, cariño.

    La señora Sullivan nunca se preocupó por nada que no fuese un buen marido. Es el tipo de mujer de la vieja escuela que hoy se considera un virus para el género, para la igualdad o el feminismo. Pero no es una inocente. Marcus Sullivan, su apreciado marido, baila al ritmo que ella quiere tocar. Él es feliz con su cargo de secretario en el Ayuntamiento de Greenwood, pero ella no renunció a la vida que podría haber tenido con su verdadero amor, el guapo Pierce Preston, el James Dean de su época, para quedarse como ama de casa de una familia enclaustrada en la parte más alta de la media nacional. Al fin y al cabo, sigue siendo la media, lugar que Joyce Sullivan piensa abandonar en cuanto Kelly se marche a la universidad. Una loba nunca se convierte en alfa. Ese papel corre a cargo del lobo, pero la loba puede gobernar junto él. La señora Sullivan ya no se conforma con ser una consorte. Ella quiere ser una alfa para todos. Y «todos» significa Greenwood, de momento. Aún no le han dicho nada a Kelly. No quieren distraerla con los futuros planes sobre una alcaldía con su apellido en la ciudad. Los Sullivan esperarán a que su primogénita se marche de casa hacia su propio horizonte. Así obtendrán cierta libertad de movimiento y acción. Lo que ellos no esperan es que Kelly, su preciosa hija de sonrisa de anuncio y expediente impecable, se convierta en el centro de atención de todos por lo que ocurrirá ante sus narices esta misma tarde. Una mancha que no dudarán en borrar de sus vidas, pues les cerraría las puertas del estrellato para siempre.

    El señor Sullivan no suele cenar en casa con su familia. Se entretiene en la oficina y adora los espaguetis de Marconi’s, el restaurante italiano que domina los pueblos del corazón de los Estados Unidos. Su mujer no sabe nada de su adicción a la pasta de nueve dólares el plato. Él tampoco sabe que ella aprovecha las reuniones de mujeres del club Sunford para beber bourbon del caro. Típica familia estadounidense. Todos ocultan sus secretos bajo sonrisas retocadas y caramelos de menta para camuflar el aliento a mentiras.

    En casa de Kelly todo transcurre como debe. Mamá Sullivan sonríe mientras cocina un plato de brócoli orgánico y prepara una ensalada de huerto ecológico. Polly llega con la cabeza llena de quejas. Habla sobre sus nuevas compañeras de clase. Odia a la mitad sin haber entablado conversación alguna. Así funciona todo hoy, desde pequeños. Kelly repasa con su familia las opciones más favorables para su futuro. Organizan el banquete de graduación. Sueñan con el baile de fin de curso. Se abstraen de la realidad más acuciante.

    A las tres y media de la tarde, Kelly se despide para acudir a la Corte, ese lugar en el bosque donde puede ser alguien importante. Para llegar tiene que conducir hasta el final de la calle, girar hacia la derecha en la barbería —a la que su padre acude todos los sábados— y seguir recto hasta el parque Kids Choice, un monumento a la infancia y a la diversión que los jóvenes han ocupado para hacer de las suyas. Allí aparca y continúa a pie mientras todos la saludan. «Guárdese del terror de la Corte el que no lo hiciera», así tiene amenazados a todos el imbécil de Steve Calberg. A Kelly eso le da igual. Solo quiere acabar el curso y salir de Greenwood quemando ruedas al tirar falsos recuerdos por la ventanilla de su Spark rojo.

    El tramo de bosque es el más llevadero del trayecto para Kelly. La naturaleza siempre la ha reconfortado. Sus sonidos la relajan. Los pájaros, el arroyo que discurre hasta el río Missouri, el crepitar de las hojas al pisarlas… Son lo único que podría echar de menos de este lugar. Todo lo demás es prescindible.

    La Corte está oculta por una línea de árboles amarillentos y anaranjados a unos metros de la orilla del río. Las piedras de la antigua River House están cubiertas con hiedra y musgo, lo que le da al sitio un aire más señorial si cabe. El gran salón se conserva bien, aunque sin techo alguno. Todo son muros y ventanales. El trono de Michael está sobre un pedestal que los primeros idiotas que jugaron a reyes y súbditos con sus semejantes construyeron a finales de los ochenta, cuando hicieron de las ruinas un lugar deseado por todos. Desde entonces, unos jóvenes descerebrados han ido cediendo el testigo a otros para dejar claro que el instituto es y será una etapa difícil para la mayoría y gloriosa para pocos. Michael espera sentado en su asiento real. Siempre es el primero en acudir.

    —¿Qué tal, Mike?

    El rey no contesta. Está perdido en alguna parte de los olmos.

    —Michael —insiste Kelly.

    —Disculpa, estaba pensando en…

    —Tetas —dice Steve desde la entrada.

    Kelly pone los ojos en blanco al oír el comentario. No considera a nadie más insoportable que Becca, pero Steve tiene sus días.

    —Y cervezas —añade, con un pack de latas en la mano.

    Armie, Becca y Billy no tardan en llegar. Vienen juntos. Viven cerca unos de otros y casi siempre aparecen al mismo tiempo.

    —¿Cuál es el orden del día? —pregunta Becca.

    —El partido del sábado y la fiesta de la primera victoria —les informa Michael.

    —Así me gusta —comenta Armie—. Con confianza, joder.

    —Podríamos hacer un desfile tipo marcha real para que los nuevos sepan quiénes somos —propone Billy.

    —Todos saben quiénes somos, idiota —suelta Steve—. Y si no, que se atengan a las consecuencias.

    Steve levanta el brazo para contraer el bíceps como amenaza, el gesto más pueril al que puede recurrir un chico cuando no tiene argumentos.

    —¿Qué os parece si vamos en marcha desde el campo hasta el río? —sugiere Kelly.

    —Sí, con todo el equipo a nuestro lado y la banda detrás —añade Michael.

    —Perfecto.

    Steve saca una pitillera de metal con el símbolo del equipo grabado. El mismo artilugio donde escondía las pastillas que le metieron en problemas el curso anterior.

    —¿Un cigarro de la risa? —ofrece.

    —Algunos seguimos en el equipo —responde Armie.

    —Estoy servido —dice Michael, quien saca un paquete de cigarrillos de la chaqueta.

    —Eh, tío, fumar es cosa de hombres —le espeta Steve.

    —Entonces, tira eso al suelo. —Becca le rodea por detrás y lo besa cuando Steve aún tiene el humo de la primera calada en la boca.

    —Eso es asqueroso —comenta Billy.

    —Decidido, pues. Haremos la marcha de la victoria —concluye Michael—. Dame una de esas cervezas. Necesito relajarme.

    Steve le lanza una lata cuando Armie se acerca a coger una.

    —Quita tus manos de niño rico de la birra. Esto es para el rey y su mano derecha —gruñe Steve.

    Billy lo mira con el brillo del rencor en los ojos y Armie lo manda a paseo, aunque puede que haya dicho «a la mierda».

    Unos minutos más tarde, mientras cada uno está a lo suyo, Michael comienza a sudar.

    Kelly, que buscaba referencias sobre las hermandades de la universidad de Drury en el teléfono móvil, se asusta cuando Billy menciona que a Michael le ocurre algo. La chica corre hasta su amigo en el suelo y comprueba que la piel le arde y se amorata por segundos.

    —¿Qué te ocurre, Mike?

    A una chica con todo planeado, una situación imprevista o no calculada le hace estallar la personalidad por todo lo alto. Y eso le ocurre a Kelly en estos momentos.

    —¡Ayudadle, joder, se está ahogando! —grita, desesperada.

    Pero Michael se muere, fallece, deja de existir delante de su séquito sin que nadie haga nada por evitarlo. Todo ocurre demasiado rápido. Sin que sean del todo conscientes de ello, el joven más popular del instituto yace frente a sus amigos, y ninguno ha intentado hacer algo para salvarle que no fuese lamentarse. Allí, en la Corte, solo queda un grupo de jóvenes asustados alrededor de un chico sin vida. Todos reaccionan de manera diferente ante un hecho que acaba de dinamitar sus vidas. Algunos, incluso creen que Michael está gastándoles una broma pesada.

    Pero Michael está muerto.

    Kelly se deshace en lágrimas con el teléfono en la mano mientras que Becca y Steve se abrazan sin dejar de mirar el cuerpo de Michael. Armie se arrodilla, temblando. Billy se da la vuelta y enfrenta el trono vacío con lágrimas en los ojos.

    Hay momentos en los que una decisión puede salvar vidas o destrozarlas. Este es uno de ellos. Y Kelly toma una decisión que ni ella sabía que tenía entre las posibles. Deja de lado su futuro, el cual ve evaporándose entre el humo de los cigarrillos y la peste a cannabis que les rodea. Michael no tiene pulso, se ha ido, y puede que se haya llevado los sueños de su amiga con él, pero la muerte es algo muy serio para jugar con ella.

    —¿Sheriff? —oyen decir a Kelly al teléfono.

    Steve corre hasta ella y lanza el teléfono al suelo.

    —¿Qué coño haces? —le grita—. No sabemos lo que ha ocurrido. Tenemos alcohol y hierba. ¿Qué crees que va a ocurrir si aparece el sheriff y seguimos aquí?

    —¿De qué estás hablando? —le replica ella—. Michael acaba de morir delante de nosotros, imbécil. Debemos llamar al sheriff.

    Becca, con llanto mudo, mira a su chico cuando él busca su apoyo.

    —Steve tiene razón, Kelly —opina Becca—. Nos puede caer una buena por esto.

    —Deberíamos irnos del bosque —sugiere Armie, con la mirada sobre Michael y sin pestañear. No puede creer lo que ha ocurrido en segundos—. Nunca hemos estado aquí. Mi padre…

    —¿Tu padre? —Kelly se encuentra fuera de sí con las palabras de sus amigos—. Michael Foley está muerto, joder. ¡Muerto!

    —Sí, chicos —interviene Billy—. Deberíamos llamar a alguien. Puede que aún no sea demasiado tarde.

    —Está morado, maldita sea —grita Steve, nervioso y asustado—. Michael está muerto.

    —Yo me voy de aquí —resuelve Becca.

    —Y yo —dice Armie.

    —Os quedáis solos. Me da igual lo que hagáis, pero os conviene no decir que hemos estado aquí con vosotros.

    La amenaza de Steve resuena entre los árboles y cae al suelo hasta llegar al río cuando se marcha con Becca y Armie.

    Kelly coge el teléfono del suelo y comprueba, para su sorpresa, que la llamada sigue abierta. La oficina del sheriff lo ha oído todo. Las sirenas no tardan en irrumpir al otro lado del bosque. Billy espera sentado en el trono, lo que siempre había soñado, aunque no de esta manera. O puede que sí. Ella, por el contrario, no se separa de Michael, a quien cubre la cara con la chaqueta que su madre le ha obligado a llevar.

    El sheriff Owen aparece con dos de sus ayudantes en la línea de árboles. Steve, Becca y Armie los acompañan. Se han topado con ellos antes de dejar el bosque. Steve mira a sus amigos con un odio que le oscurece el rostro. Kelly se acerca al sheriff temblando, consumida por el llanto.

    Owen se acerca al cuerpo sin vida del suelo y retira la chaqueta.

    —Por el amor de Dios, chicos. Esta vez os habéis pasado —dice.

    Entonces, mira a Monica Carlyle, su ayudante más veterana, y ordena:

    —Detenedlos. Detenedlos a todos.

    M

    ¿No os ha pasado alguna vez que os levantáis de la cama con la sensación de que el día va a ser increíble? No puede ser de otra manera. Hoy, el primer día de curso, me estreno en el cargo delante de todo el instituto. Sí, pardillos, Michael Foley es el nuevo rey de la Corte. El cabronazo de Jack Prentys me cedió en el cargo y los míos lo refrendaron este verano. ¡De manera unánime! ¿Qué te parece? Aún no me lo creo. Ha llegado mi momento de reinar, de demostrarles a todos que Michael, el chico más humilde que ha entrado en la Corte, puede ser un rey cojonudo. Hay mucho trabajo por delante, para qué negarlo. Jack no lo hacía mal, pero todo puede mejorarse.

    Mi madre se sorprende al verme bajar con una sonrisa.

    —Vaya, vaya. Alguien se alegra de empezar las clases —me dice—. Ya podías contagiarle algo de ánimo a tu hermano.

    —¿Dónde está?

    —No ha pasado una de sus mejores noches. Sigue en el baño.

    —¿Otra vez con los mareos? Así no podré convertirle en el próximo quaterback del equipo. Me gustaría que ocupase mi puesto cuando me marche a la universidad.

    Los desayunos de mi madre son los mejores del mundo, aunque no me importaría probar el menú que le preparan a Armie por las mañanas. No todos podemos permitirnos un chef en casa.

    —Buenos días, mamá —saluda Ryan—. Hola, capullo.

    —Vamos, enclenque, coge fuerzas para las pruebas del equipo —le digo a mi hermano.

    Solo es dos años más joven que yo, pero somos igual de altos, aunque él es el favorito de mis padres. Ryan es todo besos y abrazos

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