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Viuda de Papel
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Ebook350 pages5 hours

Viuda de Papel

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About this ebook

Una mimada socialité en el Boston inmediatamente posterior a la Guerra Civil busca romance y aventura, y encuentra peligro, angustia y tragedia. Respondiendo a un anuncio del Matrimonial News, se casa por poder en secreto pero enviuda antes de conocer a su esposo. El hecho de que es ingenua y carece de habilidades en cuanto a asuntos amorosos complica su situación cuando finalmente encuentra al hombre de sus sueños.

LanguageEspañol
Release dateAug 5, 2021
ISBN9781547566037
Viuda de Papel
Author

Ailene Frances

Ailene Frances lives in upstate New York. An avid reader of most genres, when she writes, she prefers to unleash the incurable romantic in her and create both historical and contemporary romance. She invariably has a love affair with at least one of her characters in every story she writes.

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    Viuda de Papel - Ailene Frances

    CONTENIDO

    Uno

    Dos

    Tres

    Cuatro

    Cinco

    Seis

    Siete

    Ocho

    Nueve

    Diez

    Once

    Doce

    Trece

    Catorce

    Quince

    Dieciséis

    Diecisiete

    Dieciocho

    Diecinueve

    Veinte

    Veintiuno

    Veintidós

    Veintitrés

    Veinticuatro

    Veinticinco

    Veintiséis

    Veintisiete

    Veintiocho

    Veintinueve

    Treinta

    Treintaiuno

    Treintaidós

    Treintaitrés

    Treintaicuatro

    Treintaicinco

    Treintaiséis

    Treintaisiete

    Treintaiocho

    Treintainueve

    Acerca de la autora

    Un adelanto de Malentendido de amor

    UNO

    Sólo había pasado una hora desde que el sol salió y ya brillaba sobre los pinos con una intensidad que denotaba la promesa de otro día abrasador. Las ardillas y las tamias correteaban inquietas, apresurándose a cumplir sus tareas antes de verse obligadas a refugiarse del abrasador sol  característico del veranillo de San Martín.

    Elise se agachó y cuidadosamente liberó sus hombros del pesado yugo que equilibraba los cubos llenos del agua que fielmente sacaba del arroyo cercano varias veces al día. Colocó sus manos desgastadas por el trabajo en sus esbeltas caderas, retorciéndose e inclinándose en diferentes direcciones para ayudar a aliviar su tensión corporal, resultado de otra noche de sueño inestable.

    Se lamentó, por millonésima vez, de haber respondido ciegamente al anuncio del Matrimonial News para ir al oeste en calidad de novia ordenada por correo. Estaba tan ansiosa por escapar a la existencia mundana de las familias de mayor abolengo dentro de la alta sociedad de Boston que, cuando el anuncio se cruzó en su camino, se apresuró a responder sin reflexionar ni investigar quién la estaría esperando en el otro extremo; tampoco pensó mucho en qué se estaría metiendo, o en lo que dejaría atrás. Tampoco se había preguntado cómo fue que una copia del Matrimonial News llegó a la sala de la familia Joselyn.

    Ahora que se encontraba sola, sin un centavo, viviendo en una barraca mal equipada para los meses que se avecinaban, y que ni siquiera calificaría como casa de huéspedes en su hogar, tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre los hechos; y sobre su insensatez.

    Hasta cierto punto, comprendía su insensatez. Era joven; tenía diecisiete, recién cumplidos. Las chicas privilegiadas de diecisiete años no tenían suficiente conocimiento del mundo para realmente entender los acontecimientos que sucedían más allá del capullo social en que sus padres las mantenían.

    Disfrutó de un año de coqueteos después de su baile de presentación en sociedad antes de que su padre anunciara que tenía una excelente oferta para emparejarla con Judd Turnham; quien le llevaba quince años, apenas alcanzaba su estatura cuando ella usaba zapatillas sin tacón y tenía una sobresaliente barriga que hablaba de la vida de privilegios que llevaba. Cierto, formaba parte de la familia más rica de la élite bostoniana y estaba destinado a heredarlo todo en cuanto su enfermo padre falleciera, pero la idea de sus dedos demasiado blandos y rechonchos tocándola de la forma en que un hombre podía tocar a su esposa era más de lo que podía tolerar. Fue suficientemente desagradable cuando le robó un beso al acompañarla a través de los jardines; tuvo que esforzarse para contener la bilis que amenazaba con subir por su esófago. El recuerdo de su aguda halitosis y su abundante vello nasal probablemente la perseguirían para siempre. ¿Y qué si los vaqueros del oeste eran conocidos por su notable falta de etiqueta social? Preferiría a un vaquero duro, viril y socialmente inepto en lugar de un Judd barrigón y apestoso cualquier día.

    La fotografía y la descripción que la casamentera, Eliza Farnham, le mostró de Douglas Meacham y la información sobre la vida que le esperaba resultaban tan atractivos, que tomó la decisión de casarse con él esa misma tarde. Todo se hizo en secreto, únicamente asistieron los testigos proporcionados por Eliza para validar su autenticidad.

    Douglas tenía veintisiete años y era un veterano de la Guerra Civil, nacido en Pensilvania, que se dirigió al oeste para buscar oro. Excavó las minas el tiempo suficiente para acumular una pequeña red de seguridad financiera y adquirir un pedazo de tierra respetable para formar un rancho en el norte de Texas. Contaba con un pequeño rebaño de reses, un establo sólido que albergaba un cerdo robusto, una vaca lechera, algunas gallinas, un jardín abundante y el comienzo de una casa estratégicamente ubicada en el terreno para poder agregar cuartos cuando llegaran los niños. Sólo le faltaba una esposa para completarla.

    Lo que comenzó como una aventura de ensueño rápidamente se transformó en una pesadilla. Como nunca antes había tenido que viajar en el vagón público de un tren, Elise no estaba preparada para las incómodas y sucias instalaciones que se mantenían ocultas a la vista de los afortunados que podían procurarse un vagón privado. Los escasos fondos que logró reunir durante su precipitada partida fueron robados de su bolso de mano mientras dormía. Había guardado parte de su mejor joyería en su beliz, que desapareció en algún lugar de Oklahoma. Cuando por fin pudo desembarcar no tenía más ropa o joyas que las que traía encima. Rápidamente vendió las joyas para pagar el pasaje de la diligencia que la llevaría a Wichita Falls, en Texas, donde Douglas se encontraría con ella.

    Pasó todo el viaje en el camino polvoriento y lleno de baches hasta Wichita Falls preocupada por la mala impresión que le causaría a su nuevo esposo debido a las desafortunadas circunstancias ocurridas durante sus viajes. Había leído acerca de esposos que anularon sus matrimonios alegando  que sus mujeres habían hecho representaciones falsas y se preguntó si le sucedería lo mismo una vez que Douglas echara un vistazo a su desaliñada persona. No había nada que ella pudiera hacer al respecto. Su futuro estaba en manos del destino. Sólo esperaba que el destino fuera un poco más amable de lo que había sido hasta ahora.

    Pero no había de ser así.

    Se agachó para volver a colocar el yugo sobre sus hombros y se incorporó lentamente, teniendo cuidado de no derramar el líquido vital en el ínterin. Sus muslos se habían fortalecido desde su llegada, tres meses antes, haciendo que sus movimientos se vieran fáciles y fluidos.

    Al cruzar el terreno lo que constituía un pequeño patio para el humilde rancho, divisó un caballo y un jinete en la distancia. No necesitaba esforzarse para saber quién era. Sabía que era Nellie Wilson realizando su control semanal.

    Elise no sabía que hubiera sido de ella, de no ser por la amabilidad de Nellie. Se encontraron por casualidad en la estación. Elise buscaba en las calles a su esposo, Douglas, y Nellie examinaba a los viajeros en busca de su sobrina, Anna.

    Elise conoció a Anna en el tren que la condujo al oeste. Tenían aproximadamente la misma edad y antecedentes familiares similares pero hasta ahí llegaba el parecido. El padre de Anna había muerto el año anterior y su madre la enviaba a vivir con su tía abuela, Nellie, mientras se dedicaba a buscar un remplazo para su difunto esposo. Anna no sólo pensaba que encontrar marido entre los pocos que sobrevivieron a la guerra entre los estados sería una tarea desalentadora, sino que le parecía repulsiva la idea de ser empujada fuera del camino para que su madre tuviera una mayor ventaja al atrapar a un hombre. Consideraba que su madre era demasiado vieja para esos chanchullos. Puesto que además gozaban de una posición económica, no lograba comprender la urgencia de su madre.

    Renuente a abandonar los lujos y la avanzada sociedad del este, Anna observó atentamente su entorno durante el recorrido del tren hacia el oeste. Al llegar a Kansas había visto lo suficiente como para que decidiera tomar el asunto en sus propias manos. Se despidió de Elise, le deseó lo mejor y le pidió que dijera a su tía Nellie que lo sentía, pero que no se reuniría con ella después de todo y adquirió un boleto de regreso al este.

    Nellie correspondió a las decepcionantes noticias que Elise traía con su propia dosis de noticias devastadoras. Habían encontrado a Douglas muerto en el camino que llevaba a la ciudad esa misma mañana. Algunos opinaban que se cayó de su caballo y se golpeó la cabeza contra una roca, otros decían que había sido víctima de un robo. Nellie pensaba que podían ser ambas cosas.

    Hasta ahora, Elise estaba casada sólo en papel. Ahora, la esposa de papel se había convertido en una viuda de papel.

    ―¡Hola! ―gritó Nellie deteniendo a su yegua junto al poste de enganche cerca del porche delantero.

    ―Hice pastel de manzana ―dijo Elise, al tiempo que vertía el contenido de sus cubos en un gran barril―. Todavía está caliente.

    ―¿A qué hora te levantaste a hacer todo eso? ―preguntó Nellie sacudiendo la cabeza.

    ―Necesito un lecho más adecuado y mejor ropa de cama―se quejó Elise, sosteniendo la parte baja de su espalda e hizo un gesto a Nellie para que la siguiera adentro.

    ―Esa tal Eliza Farnham merece que le disparen por su engaño ―resopló Nellie. Raspó la suciedad de las suelas de sus botas en el borde del pórtico antes de seguir a Elise a la pequeña cabaña.

    ―Me conformaría con que me rembolsara mi dinero para poder pagar el pasaje de regreso a casa ―suspiró Elise―. He estado buscando y buscando algo de dinero u oro que Douglas pudiera haber escondido sin suerte.

    ―¿Estás segura de que tenía algo? ―preguntó Nellie sirviéndose un trozo de pastel―. Te mintieron sobre las condiciones de este lugar. Tal vez él tampoco era un minero.

    ―Hay agua en la palangana para que te laves las manos ―dijo Elise en un tono plano.

    ―Eres una chica muy elegante, ¿verdad? ―Nellie rió entre dientes, se dirigió a la jofaina y sumergió sus manos arrugadas y nudosas en el recipiente poco profundo. Retorció y giró la cabeza como si estuviera buscando algo―. Pensé que había un pequeño manantial atrás.

    ―Nunca lo canalizó dentro de la casa ―dijo Elise con nostalgia.

    ―Eso seguramente facilitaría la vida ―dijo juntando las cejas.

    ―Hago dos viajes diarios al arroyo. A veces tres.

    ―Dios mío, muchacha. ¿Qué haces con tanta agua?

    ―Hacer té, por ejemplo ―dijo Elise. Alcanzó la lata donde guardaba sus hojas de té y levantó la tapa―. Encontré esto en la parte posterior del estante superior ―dijo, señalando un estante de madera colocado en la pared sobre la estufa, tan alto que necesitaba un taburete para alcanzar las cosas guardadas en él―. Douglas tenía un suministro decente de té y café. Éste huele a mi hogar.

    ―Nunca adquirí el gusto por el té ―dijo Nellie con la nariz arrugada y luego se metió un dedo lleno de pastel en la boca―. Eso no te llenará la barriga en invierno ―la regañó―. ¿Qué piensas hacer cuando llegue la nieve?

    ―El jardín está produciendo una cosecha abundante ―dijo Elise y siguió preparando el té―. También he recogido un buen número de manzanas y nueces. ¿Quieres que te prepare un poco de café?

    ―¿Tienes una bodega? ―preguntó; levantó la mano y negó con la cabeza para rechazar la oferta de Elise sobre el café.

    ―Hay un gran agujero excavado en el suelo que está cubierto con tablas de madera. Creo que Douglas lo usó como bodega porque encontré algunas papas, cebollas y calabacines viejos allí.

    ―Con un mínimo de nieve que caiga sobre los tablones y esos enclenques brazos que tienes no podrán levantarlos para llegar a la comida ―reflexionó Nellie―. ¿Y qué hay de la calefacción? ¿Has logrado manejar el hacha y cortar algo de madera para el invierno?

    ―El suministro que dejó Douglas se está agotando. Necesito encontrar los medios para salir de aquí antes de morir ―dijo Elise mientras vertía agua del hervidor que mantenía caliente en la estufa y dentro de la olla de hojalata que usaba para preparar té.

    ―Tal vez deberías pasar el invierno conmigo y con Jake ―le ofreció Nellie.

    ―¿Y quién va a ocuparse del cuidado diario de los animales? ―preguntó Elise.

    ―Pensé que ibas a venderlos para completar tu boleto de regreso a casa.

    ―Sólo hay un cerdo, una vaca lechera y algunas gallinas. Ayer salí a revisar el rebaño. Parece que se está reduciendo.

    ―Probablemente sean los ladrones. Se sabe que estás aquí sola. Si no vendes esas bestias pronto, con el tiempo no quedará nada.

    ―Si alguna vez consigo regresar a casa, nunca más volveré a quejarme de estar aburrida ―dijo Elise y empujó un mechón suelto de su espeso cabello castaño detrás de la oreja.

    DOS

    Nate ajustó el cuello de su largo abrigo de lana mientras salía del edificio estilo Filadelfia de ladrillo rojo descolorido y tres pisos de altura, al fresco aire de la tarde otoñal. Hubo un salto distintivo en sus pasos cuando colocó su bombín sobre su suave cabello negro. Acababa de recibir su primer gran trabajo como empleado de la Agencia Nacional de Detectives de Pinkerton. Hasta entonces, sus tareas habían sido pequeñas y aparentemente insignificantes. Quería tener la oportunidad de probarse ante la agencia y esta nueva encomienda era justamente esa oportunidad. Haría equipo con Joseph Kennedy y Oliver Sullivan; lo que le convenía muy bien.

    Joseph y Oliver habían servido con él bajo las órdenes del teniente coronel Alexander Biddle en la batalla de Gettysburg. Experiencias como esa unen a la gente. Eso prácticamente garantizaba que serían un equipo de trabajo eficiente. Al menos, eso fue lo que Alan Pinkerton pensó.

    ―¡Kimble, espera! ―lo llamó Joseph, bajando los escalones de piedra detrás de él.

    ―¿Puedes creer nuestra suerte? Parece ser que no puedo deshacerme de tu triste trasero―, se rió Nate.

    ―Formamos un excelente paquete, mi buen hombre ―dijo Joseph con una sonrisa.

    ―¿Dónde está Sullivan? ―preguntó Nate mirando hacia atrás, en la dirección de la que venían.

    ―Tiene una mujer que aplacar ―dijo Joseph―. Una maldita molestia, si me lo preguntas. No puedes hacer este trabajo con una mujer colgando de tu brazo.

    ―Al menos no se puede hacer bien, no lo creo ―dijo Nate con el ceño fruncido, pensativo.

    ―No irás a atarte con una tú también, ¿verdad? ―preguntó Joseph con seriedad.

    ―Lilith prácticamente arregló eso ―gruñó.

    ―Ella sí que era taimada.

    ―Claro que sí.

    ―Escuché que su esposo es un gran bebedor ―dijo Joseph en voz baja.

    ―Ella sólo quería su fortuna y su apellido ―se encogió de hombros Nate.

    ―Sí, claro, el nombre.

    ―Se merece lo que obtuvo ―dijo Nate con un tono que insinuaba amargura.

    ―Todavía no puedo creer que te haya escrito tanto tiempo después de que se casó con ese imbécil ―dijo Joseph.

    ―Él me salvó ―reflexionó Nate en voz alta―. Debería estarle agradecido.

    ―Sí. Aunque me siento un poco mal por él. Lo único que hice fue presenciar el engaño y estoy curado para siempre de alguna vez querer a una mujer.

    ―Cuando menos por un buen tiempo.

    ―Para siempre ―reiteró Joseph.

    Regresaron al hotel en silencio mientras sus mentes se ocupaban de hacer listas de lo que había que hacer antes de abordar el tren a Oklahoma la tarde siguiente.

    Puesto que el repentino anuncio representaba un inconveniente para Nate y Joseph, sólo podían imaginar el impacto que tuvo en Oliver Sullivan. Nate se estremeció ante la idea de cómo respondería a las noticias Alice Smyth, la novia, y quizá próximamente prometida, de Oliver. Le había dejado perfectamente claro a Oliver que esperaba una propuesta, seguida de una boda, antes del Año Nuevo. Esta tarea seguramente iba a torcer sus planes. Oliver no quiso consultar a la mimada socialité para no tener que confrontar al viejo Pinkerton sobre el asunto.

    Nate pensaba que la situación de Oliver era otra razón ejemplar para sentirse agradecido por ser soltero y libre.

    ―Este encargo cambiará nuestras carreras. Vamos a tomar un trago para celebrar ―sugirió Joseph.

    ―Tengo que ocuparme de algunas cosas antes de partir. Un año es mucho tiempo ―dijo Nate―. ¿Qué tal si nos reunimos para cenar y celebramos entonces?

    ―Probablemente sea una buena idea ―dijo Joseph con clara decepción―. También debo arreglar algunas cosas.

    Nate estudió a su amigo antes de preguntar:

    ―¿Ya te tomaron las medidas para el traje?

    ―¿Tú cuándo hiciste eso? ―Joseph preguntó con las cejas levantadas.

    ―Ayer ―respondió Nate.

    ―Demonios, pero si apenas hoy te designaron ―se quejó Joseph.

    ―Mantengo mis oídos atentos ―dijo Nate con una sonrisa―. Dile al  señor Simon que ponga el traje en mi cuenta.

    ―Puedo pagarlo yo mismo ―dijo Joseph enderezando los hombros.

    ―Espero que me pagues en cuanto recibas el primer cheque ―dijo Nate con fingida seriedad.

    Realmente no esperaba que Joseph le pagara, y no tenía problema con eso. Apenas unos meses antes Nate se convirtió en el más afortunado, financieramente hablando, de los tres amigos, Oliver era el segundo en la fila.

    Nate había crecido en lo que se consideraría un entorno de calidad a los ojos de la sociedad de Filadelfia. Aunque se paseaba en el círculo de la élite social, no podría decirse que estaba en el centro de ese círculo; quizá eso fue una de las cosas que incitó a Lilith. Cuando recibió la visita de la firma legal Miller informándole de la herencia que recibiría de uno de sus tíos maternos, todo eso cambió; o lo habría hecho, si Nate hubiera decidido hacer pública la verdadera cifra de su herencia.

    El hermano de Margaret Kimble, Richard Kincaid, era un ranchero rico y viudo que no tenía hijos. Dado que Nate era su pariente más próximo, la fortuna amasada por Richard (que incluía una cantidad impresionante de dinero junto con un rancho ganadero igualmente impresionante en la frontera de Oklahoma y Texas) pasó a sus manos.

    Oliver, cuya familia de antecedentes igualmente privilegiados operaba una droguería porque querían y no porque tuvieran que hacerlo, se movía en el mismo círculo de la sociedad de Filadelfia que Nate. Su fortuna hubiera sido comparable a lo que el padre de Nate le había dejado, antes de que recibiera la herencia de su tío.

    Después de enterarse de la buena fortuna de su amigo, Oliver se apresuró a señalar que, si tan solo Lilith hubiera cumplido su promesa de esperar a que volviera de la guerra, podría haber vivido en cualquier lugar y de la manera que deseara. Esta observación despertó el pánico en Nate sobre el peligro potencial de ser engañado por otra mujer deshonesta que sólo estaba en busca de su fortuna fingiendo amarlo. En ese momento hizo que sus amigos juraran guardar el secreto. Dado que no tenía mucha confianza en la capacidad de su madre y su hermana para abstenerse de cotillear por orgullo y por el deseo de elevar su estatus entre la elite social, también les ocultó la verdad. A excepción del señor Miller, de la firma legal, Joseph y Oliver eran los únicos que conocían el verdadero valor de su herencia. Tenía la intención de mantenerlo así hasta que llegara el momento en que sintiera la suficiente confianza como para divulgarlo. Las mentiras y engaños de Lilith le habían dejado profundas cicatrices.

    Los informes proporcionados a Nate sobre el rancho de su tío lo hicieron concluir que estaba en buenas manos con el supervisor actual. Eso resultaba tranquilizador ya que, por la forma en que se veían las cosas, pasaría un tiempo antes de que pudiera inspeccionar el lugar. Sin embargo, puesto que creía que cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta, como dice el dicho, Nate decidió que su abogado enviara a un empleado de confianza al racho para que les proporcionara informes regulares sobre los acontecimientos del lugar.

    Él y Joseph se separaron en la sastrería. Nate reiteró el hecho de que esperaba que Joseph le cargara su traje. Después de quejarse un poco más, Joseph accedió y entró.

    Nate sonrió, satisfecho ante la idea de poder ayudar a su compañero de guerra. Se conocían desde que eran pequeños y se habían mantenido en términos amistosos cada vez que sus caminos se habían cruzado, pero pertenecían a distintas clases sociales y eso los mantenía separados la mayor parte del tiempo. No fue hasta que lucharon juntos que se formó un verdadero vínculo.

    La guerra afectó a todos pero a nadie más que a los desfavorecidos. El padre de Joseph fue asesinado durante el segundo año de lucha. Menos de un año después su madre murió de tuberculosis; dejando a su hija de catorce años y a su hermano de diez a su suerte, tratando de mantener su pequeña granja a flote y operando lo suficiente para mantenerse hasta que Joseph regresara de los combates y trajera algo de normalidad a sus vidas. Cuidar de sus hermanos cuando apenas podía cuidar de sí mismo era una carga de la que el veinteañero amigo de Nate hablaba poco. No necesitaba hacerlo. Nate tenía ojos para ver y oídos para escuchar. Conocía a fondo las penurias que Joseph atravesó sin siquiera una queja.

    Nate llegó a la oficina de la firma legal Miller y permaneció afuera el tiempo suficiente para enfocar su mente en el tema en cuestión. Quería dejar sus asuntos en orden o lo mejor que se pudiera antes de embarcarse en una misión que exigiría toda su atención. Su familia dependía de él. Aunque su madre todavía estaba viva y con buena salud, también había enviudado durante la guerra y su hermana perdió a su prometido. Eso significaba que había dos mujeres solas y necesitadas que recurrían a él por consuelo y apoyo; tanto emocional como monetariamente. Quería organizar un fondo fiduciario para asegurar su bienestar, además de elaborar un testamento y última voluntad en caso de que no regresara vivo de esta tarea.

    TRES

    Elise aceptó el dinero que Jake obtuvo por vender su ganado a un ranchero vecino con genuina gratitud, él había logrado reunir un lote que le permitió obtener los fondos necesarios para pagar su pasaje al este. Ahora, sólo tenía que hacer los arreglos. Por qué no le había pedido ayuda desde el principio, era un misterio para ella.

    ―Entonces, señora Meacham, la perderemos pronto ―dijo Jake montando en su caballo―. Eso es una maldita lástima. Me había acostumbrado a mirar esa bonita cara suya mientras tomaba mi café de la mañana.

    ―Qué bromista ―rió Elise―. Quiero ir a la ciudad y comunicarme con mi padre antes de hacer otra cosa.

    ―¿Quieres hacerle saber tu llegada? ―preguntó Jake.

    ―Quiero saber si soy bienvenida ―confesó Elise.

    ―No puedo imaginar a un padre oponiéndose a que su pequeña vuelva a casa ―reflexionó Jake.

    ―Mi padre tiene ideas muy firmes sobre cómo deben hacerse las cosas ―explicó―. No sólo fui en contra de sus deseos al casarme en secreto con Douglas, también lo avergoncé ante nuestro círculo social. Judd Turnham es parte de la familia más prominente de Boston. Mi padre quería que me casara con él, no con Douglas.

    ―Eso sólo demuestra que no eres una cazadora de fortunas ―dijo Jake con un gesto de asentimiento, levantó las riendas y azuzó a su caballo de una forma que mostraba la facilidad y confianza que sólo podía otorgar una vida sobre la silla de montar―. Dile a la señora que estaré en casa para la cena.

    Elise se protegió los ojos del penetrante sol de la mañana para observar a su rudo aunque gentil anfitrión salir a reunirse con los otros jinetes que lo esperaban cerca de la entrada del rancho. El sol y calor intensos de Texas era algo que seguramente no extrañaría. Jake decía que era un cambio parejo: el calor de Texas por los inviernos de Boston. En ese momento, Elise no estaba segura de qué era peor.

    ―Entonces, ¿se ha ido? ―preguntó Nellie parándose junto a Elise.

    ―Justo ahora ―respondió Elise con un suspiro.

    ―No te preocupes, chica ―le aseguró Nellie―. Mi Jake es un buitre viejo pero duro. Se necesitará más que unos pocos indios renegados para mandarlo a la tumba.

    ―No estoy acostumbrada a esto ―se quejó Elise.

    ―Has estado aquí medio año, chica ―reflexionó Nellie―. Te haría bien endurecer un poco.

    ―Tengo el dinero para volver a casa ―dijo Elise con satisfacción.

    ―Eso estás muy bien― dijo Nellie con una sonrisa―. Seguro que te extrañaré.

    ―No estoy segura de qué hacer ―confesó Elise.

    ―¿De qué hablas? ―dijo Nellie con sorpresa―. Vas a ir a la ciudad y comprarás un boleto de vuelta a casa. Eso es lo que vas a hacer.

    ―¿Qué pasa si no soy bienvenida? ―preguntó Elise con temor.

    ―No puedo imaginar a un padre que no permita a su pequeña niña volver a casa. No importa lo que ella haya hecho ―dijo Nellie.

    ―Jake dijo lo mismo ―reflexionó Elise.

    ―Somos muy parecidos ―Nellie rió entre dientes―. Pasa después de vivir juntos durante tanto tiempo.

    ―¿Cuánto tiempo llevas casada? ―preguntó Elise.

    ―Cerca de veinte años ―respondió Nellie con un suspiro melancólico―. Sólo hemos sido Jake y yo durante casi veinte años.

    ―Lamento que no hayas tenido los hijos que deseabas ―dijo Elise con genuino afecto.

    ―Eso no es algo que tú debas lamentar ―dijo Nellie girándose hacia la casa―. Herví agua para el té. Ahora que estás a punto de irte, finalmente me estoy acostumbrando a beberlo. Se veía venir.

    ―No me iré de inmediato ― dijo Elise apresurándose para alcanzar a su avejentada amiga―. Quiero enviar un telegrama a mi padre para asegurarme de que me aceptará de regreso antes de comprar el pasaje.

    ―Eso es algo que nunca entenderé―, dijo Nellie sacudiendo lentamente la cabeza.

    ―No es tanto mi padre como la sociedad en que vivimos ―explicó Elise―. Él hizo arreglos para que me casara con el heredero de la familia más rica de Boston. Fue toda una bendición para nuestra familia. Formamos parte del percentil superior de la riqueza en Boston. En circunstancias normales, sería difícil encontrar una pareja que igualara nuestro estatus sin tener que salir de Boston; tal vez fuera necesario ir a Europa. Para aumentar los problemas, la guerra era implacable y no le importaba si el

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