No Odies El Sol
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Book preview
No Odies El Sol - Monica Maratta e Aurora Stella
Epílogo
Índice
Capítulo I
Portland (Oregon, Junio 1870)
Capítulo II
Utah (territorio indio, Mayo 1870)
Capítulo III
Recuerdos dolorosos
Capítulo IV
El Padre Amos
Capítulo V
El salvaje
Capítulo VI
De regreso a la aldea
Capítulo VII
El encuentro nocturno
Capítulo VIII
Brígida
Capítulo IX
En el establo
Capítulo X
Todavía duele
Capítulo XI
El medallón
Capítulo XII
Sospechas
Capítulo XIII
La duda
Capítulo XIV
Cuarentena
Capítulo XV
La huida
Capítulo XVI
El nudo se desata
Capítulo XVII
Tribu a la vista
Capítulo XVIII
No odies al sol
Capítulo XIX
Epílogo
Comentarios finales
Anexos
(deAurora Stella)
Biografía
Agradecimientos
(deAurora Stella)
Agradecimientos
(de Monica Maratta)
Aurora Stella y Monica Maratta
NO ODIES EL SOL
Capítulo 1
Portland (Oregon, Junio 1870)
El vestido de novia extendido sobre la cama es de un blanco tan deslumbrante que me ciega con tan solo mirarlo. Mi madre no deja de admirarlo y tocarlo; eufórica, lo acaricia con sus manos un tanto temblorosas.
Entiendo su emoción, aunque no la comparta. Ella, a diferencia de mí, se casó por amor y luchó por mi padre. Una mujer irlandesa que se unió a un inglés, una cosa tan rara entonces como ahora.
Se voltea mirándome con sus ojos lúcidos.
–Anda, Ailin, póntelo. Veamos si necesitamos achicarlo aún más.
Asiento con la cabeza, sumisa y obediente. A mi alrededor las sirvientas se apresuran para ayudarme. Las observo y me parecen dos niñas emocionadas, de cierta manera envidiosas.
Me desvisto lentamente y le echo un vistazo al espejo. Mi cuerpo cándido y bastante demacrado como un fruto no maduro, demasiado verde para acoger en su vientre una nueva vida, sin embargo en un futuro muy cercano podría suceder. Como buena esposa, debería garantizarle la descendencia a Ethan Mills, el consentido de la casa Collins. Me pongo el vestido de novia y noto la expresión triste de mi madre.
-¡Oh Ailin, no lo puedo creer, adelgazaste aún más!
Me levanta las enaguas para mirar mis piernas. Encuentra mis pies apoyados uno sobre otro. Nerviosamente enredo un mechón de cabello alrededor de mis dedos. Es de un rojo vivo, típico de los irlandeses, pero últimamente estoy tan pálida que su color parece acentuar el odiado cutis de mi rostro.
Me baja el vestido y finge un regaño traicionado por una mirada dulce. –Deja de cruzar los pies de esa manera, te ves chistosa -me dice dándome un golpecito en la mejilla. -Trata de comportarte. Eres la hija de un baronet inglés y de ti se espera un porte señorial.
-Le prometo que empezaré a comer como un hombre. Recobraré mi peso para la boda.
Mi madre me acaricia el rostro, afectuosa como siempre.
-Hazlo también por el Sr. Mills. Sé siempre complaciente y afectuosa. Nunca des por sentado el amor de un hombre porque si lo decepcionas, no tardará mucho en fijarse en otra.
Instruye a las sirvientas para que se lleven el vestido. Se acerca, me observa y leyendo mi mirada como sólo una madre sabe hacerlo, me levanta la barbilla con sus dedos.
-Tesoro mío, sé bien por qué estás triste y me imagino que es la misma razón por la cual estás adelgazando tanto tan rápidamente.
Bajo la cabeza para esconder la lagrima que se me escapó. Hasta ahora me había esforzado por no preocuparla, por no agravar una situación de por sí complicada.
-La extraño tanto, mamá. Mi vida está vacía sin ella.
Me abraza, me besa en la nuca y por un momento me siento protegida y amada. He sido afortunada y esto me hace sentir culpable.
-Verás que todo saldrá bien, hija mía. Ethan está haciendo todo lo posible por encontrarla. Ese muchacho ha sido como un regalo del cielo para nuestra familia. No podrías pedir más.
Me dá una última caricia en el rostro y se va, dejándome a solas con mis pensamientos.
Me dejo caer sobre la cama, apoyando la nuca sobre mis manos. Una sonrisa se dibuja por un instante en mis labios.
Vuelvo a pensar en mi amada Irlanda, en cuando, por la mañana recién despertada, me asomaba por la ventana de mi recámara para respirar, a pleno pulmón, el aire fresco. Las praderas parecían una extensión infinita cuyos límites no podían distinguirse a simple vista. Ahora, si extiendo la mano, me parece casi poder tocar aquel tapete de terciopelo verde, me imagino la sensación de aquella suavidad entre mis dedos.
A lo lejos, las cumbres rocosas de los montes eran tan puntiagudas que de niña las observaba con temor, como si hubieran sido los dientes afilados de una feroz bestia. Cerca de la casa fluía un río, cuya agua reflejaba el color del cielo. Escurría plácido, engañoso y a sus orillas se elevaban hileras de imponentes cipreses.
Mis ojos no volverán a admirar nunca más aquella armoniosa naturaleza o tal vez simplemente se han vueltos ciegos y ya no pueden percibir la hermosura existente también aquí. Después de todo, ¿cómo podrían? Si justo aquí, en América, fue donde perdí a mi prima.
Todo empeoró el día que mi padre, sofocado por las deudas, estuvo a punto de perder su casa y los pocos terrenos que le quedaban. Fue Ethan quien le aconsejó venderlo todo y seguirlo a América, La Tierra Prometida
. Lo había conocido en uno de los numerosos bailes a los cuales mi padre me arrastraba con la esperanza de encontrarme un novio que resolviera la desastrosa situación económica de mi familia.
Aquella noche, en el baile, todas las mujeres suspiraban por Ethan Mills, tan es así que por el gran salón resonaban sus ridículas risitas.
Era realmente guapo. A lado de los demás hombres, tanto su estatura, como su físico atlético y sus modales educados resaltaban, poniéndolo por encima de todos.
Se acercó mirándome con sus ojos de un azul tan claro como el hielo, se acomodó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja guiñándome un ojo. Apenada, desvié inmediatamente la mirada concentrándome en la pista de baile.
-¿Señorita, me permite? –volvió a atraer mi atención con una sonrisa impertinente que ponía en evidencia una hilera de dientes blancos y regulares, cubiertos ligeramente por unos labios tan carnosos que parecían de mujer. Acepté por educación y en cuanto empezamos a girar al compás, me di cuenta de la elegancia de su porte y de sus dotes de bailarín. Aún recuerdo la frase que me dirigió, impactándome al punto de quedar impresa en mi memoria:
-Creo que una mujer tan fascinante como usted merecería un mejor vestido.
Con esas palabras me recordó la triste razón por la cual me encontraba ahí; encontrarle remedio a la pobreza que de ahí a poco habría golpeado mi familia.
Me molesté mucho por tal irreverencia, tal vez odiaba el simple hecho de necesitar la ayuda de hombres ricos, precisamente como él.
Brigida, mi prima, no lo soportaba y se enfurió cuando se presentó en mi casa. Mi padre lo había invitado en el momento en que se dio cuenta de su interés por mí.
Me encontraba librando una batalla conmigo misma. Aún lo hago. Pero finalmente y muy a mi pesar, tuve que ceder ante su encanto, justo como las ridículas chicas del baile. Me halagaba que un hombre como él me encontrara hermosa y me quisiera para sí. Sin embargo aún me atemoriza lo que Brigida pensaba al respecto. Ella siempre estuvo convencida de que Ethan no era el hombre correcto para mí, ya que siempre lo había considerado ambiguo.
Mi padre, inamovible, se encargó de formalizar la relación en un santiamén: saboreaba el fin de las deudas, mientras que Ethan Mills obtendría un título nobiliario para así, enaltecer a su rica familia americana.
Pero ahora, se cierne sobre nosotros la sombra de aquel maldito día, cuando mi padre me convocó a su estudio. Recuerdo todavía como se me encogió el corazón al ver a su lado a mi dulce madre llorando. Tenía los ojos rojos e hinchados.
Permanecí paralizada, con un nudo en la garganta que no me permitió hacer pregunta alguna. No lograba respirar.
Mi padre, quién parecía ser el único en mantener el control, fue el primero en hablar:
-Hija mía, debemos dejar Irlanda. Esta noche tus tíos fueron asesinados durante una represalia. Pagaron con sus vidas el haberse rebelado en contra del hambre a la cual el señor de sus tierras los sometía. Nosotros también corremos peligro, tú sabes que yo mismo he apoyado las rebeliones. Ethan nos llevará consigo a América.
Temblando me desplomé sobre una silla cercana, quedándome sin fuerzas. Sin embargo me armé de valor y pregunté –¿Brígida está muerta?
-No. Ella logró esconderse y ponerse a salvo. Ahora se encuentra aquí, descansando. Está traumatizada, tiene los nervios de punta.
Mi madre empezó a sollozar aún más fuerte.
-He perdido a mi amado hermano. Dios mío, ¿por qué sucede esto?
Me acerqué a ella y la abracé.
-Querida madre, tranquila. Siempre seremos una familia unida y ahora también el Sr. Mills está con nosotros.
Ahí estaba, lo había dicho y al hacerlo me sorprendí bastante de mi misma. Lo único que sabía era que no tenía la intención de darles más disgustos a mis padres. Ethan Mills era nuestra última esperanza y él nos ayudaría.
***
Con estos recuerdos atiborrando mis pensamientos y con un nudo en la garganta, lentamente me voy quedando dormida.
Capítulo II
Utah (territorio Indio, mayo 1870)
No confio en los caras pálidas. No pueden ser verdaderos hombres. Son seguramente espíritus malvados que vinieron aquí para atormentarnos. Y lo hacen con el agua de fuego, con las armas, la traición y la deslealtad.
Los llamamos injustamente serpientes
, debido a su lengua bífida, pero mientras los reptiles viven de acuerdo con su naturaleza, ¿qué naturaleza domina a estos hombres? Caminan y respiran como nosotros, pero las similitudes terminan ahí. Ellos lo toman todo y no devuelven nada, al mismo tiempo que tanto la Madre Tierra como nuestra gente gritan un dolor que permanece sin ser escuchado.
Asesinan a la Madre Tierra por cosas tan banales como el dinero. -¿Qué sucederá cuando habrán comido el último bisonte? ¿Pescado el último pez? ¿Podrán a caso comerse el dinero?
Permanecemos en absoluto silencio mientras Kohan, con su oreja apoyada sobre las rocas que hablan, las interpreta. Debemos saber que tan lejos se encuentra el convoy. Tampoco esta vez se nos escapará y no lo dejaremos llegar a su destino. Tomaremos sus armas, todo aquello que consideran precioso y lo usaremos en su contra.
Combatiremos fuego con fuego. Claro, no somos los únicos que asaltan las cargas de los caras pálidas, pero nosotros evitamos atacar las caravanas con mujeres y niños. Nos interesan las armas, no las cabelleras.
-Ésas representan los premios para las bandas asesinas de blancos que no titubean en matar a los de su misma raza para luego culparnos a nosotros. No son más que buitres.
Kohan me hace una seña con las manos. Nuestros compañeros ya se encuentran esperando detrás de las rocas.
En este punto, el paso entre los desfiladeros se reduce creando el punto ideal para un ataque. Después de los últimos asaltos, habrá que esperarse una discreta escolta de casacas azules.
Lo contrario sería extraño: significaríao que son realmente tontos o que nos estan subestimando. ¿O acaso estamos haciéndoles un favor eliminando a esta escoria? De hecho ellos mismos ofrecen una recompensa por la cabeza de estos contrabandistas.
La expresión en la cara de mi hermano habla claro. Con señas nos comunica que en el convoy, además de la carreta, vienen solo seis caballos.