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Juego Patológico
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Juego Patológico

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La enfermedad de jugar y apostar deja millonarias pérdidas económicas y rompe centenares de familias.
¿Apostar se puede convertir en una enfermedad? Sin duda, y familias enteras pierden su patrimonio, su futuro e incluso a sus propios miembros como consecuencia de los juegos de azar. En este libro nos enfrentamos a la gravedad de una enfermedad soc
LanguageEspañol
PublisherEditorial Ink
Release dateJan 31, 2019
Juego Patológico
Author

Óscar Benassini

Óscar Benassini cursó la carrera de Medicina en la UNAM, y ahí mismo la especialidad en Psiquiatría. Semejante sesgo vocacional le permitía evadir su patológica necesidad de escribir. Ha ejercido con fortuna su profesión de médico, la misma que finalmente lo obligó a incursionar en las letras, al principio con inofensivos trabajos de edición de textos científicos y más adelante con la publicación de diversos libros de su autoría, todos ellos dirigidos a profesionales de la salud. Lector voraz pero selectivo, desde siempre, aprendió que leer resulta el camino más corto para saber escribir. Ha leído a los clásicos, lo que sea que se entienda por eso, y tiene especial interés por la literatura mexicana. Ha sido columnista en diversos diarios, y se considera uno de los iniciadores de columna editorial para página roja. Actualmente publica la columna semanal “Territorios Inciertos”, en el diario Excélsior. Contagiado ya del mal de la verborrea, ha escrito libros del género conocido como biblioterapia o autoayuda, convencido de su terapéutica utilidad para quienes padecen los problemas que trata, y ha pretendido que pueden incorporarse novedades de forma a este tipo de textos. Tempranamente seducido por un gran mentiroso, Emilio Salgari, le dedicó una novela a la truculenta vida y muerte del veronés. Ha iniciado y coordinado dos talleres literarios que dieron para un buen tiempo y una que otra buena pluma. Ha publicado cuentos en diversas antologías, ha editado libros de los más diversos géneros, y finalmente ha padecido la necesidad y consecuente necedad de escribir novela negra, amparado, claro, en que no habrá nadie que las lea. Si en algo ayuda, se considera una persona feliz siempre y cuando no esté escribiendo.

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    Juego Patológico - Óscar Benassini

    audio.

    1

    Principiando.

    Los casinos están prohibidos en México.

    Resulta muy importante saber eso, como resulta esencial saber acerca de todas y cada una de las cosas que prohíben las leyes de nuestro país. ¿Por qué? Bueno, porque en tanto prohibidas por la ley, con cierta frecuencia podemos dar por hecho que ocurrirán. Claro que las disposiciones jurídicas que consideran ilegal al juego habrán tenido fundamentos cuando fueron ideadas, discutidas y promulgadas. Se me ocurre por ejemplo que tales disposiciones se hayan basados en los perjuicios de diversa índole que pueden ocasionar las apuestas. El daño patrimonial que suelen sufrir quienes juegan, por ejemplo, o el abuso que cometen quienes mantienen y promueven casas de juego.

    ¿Seremos una nación de hipocresías a fin de cuentas? Los políticos pretenden que no han legalizado el juego en vista de que afecta al bienestar de los mexicanos; los empresarios quisieran que la actividad se legalizara, pretendiendo que beneficiaría al turismo y permitiría que el país obtuviera ingresos adicionales para financiar su desarrollo, mientras que con permiso o sin él, de todos modos operan sus casas de juego; y los ciudadanos suponemos sin fundamento alguno que no estamos en riesgo – personal o colectivo – de incurrir en semejante actividad, ilícita todavía y en principio perjudicial; la que no se permite, conste, no la que sÍ existe.

    ¿Hechos?: La ley no permite pero tolera, amparando tal tolerancia en situaciones jurídicamente consideradas de excepción; en México existen entonces casas de juego. Los empresarios siguen realizando cuantiosas inversiones para montar casinos disfrazados, obteniendo utilidades considerables que les hacen ir de manera reiterada sobre el tema de la legalización. Los ciudadanos estamos recurriendo cada vez más a los juegos de azar como entretenimiento, hecho que debe atribuirse a una serie de condiciones perversas que van encontrando arraigo en nuestro estilo de vida, y hoy día hay muchas personas que padecen las consecuencias del abuso de este hábito.

    ¿Alguien debiera escribir algo acerca de eso?

    Alguien, el eterno protagonista mexicano de tantas cosas que pudieran hacerse o decirse sencillamente porque son necesarias. Nadie sabe exactamente qué, pero que resultaría muy útil para esas situaciones o esos acontecimientos que entendemos como dañinos.

    Quien se encuentra sentado frente al teclado en este momento considera indispensable tejer una propuesta, por lo menos para que el tema brote y se comience a tratar. Hemos visto avanzar, inermes siempre, tantos y tantos males sociales perpetrados por el capital y amparados por nuestros políticos corruptos, que el destino final de éste en particular podría constituir una excepción si se logra poner en boca de los afectados: nosotros, los ciudadanos.

    Para algunos escribir es el único recurso, el último. Más allá de opinar al hablar con tantas y tantas personas de este asunto, como cualquier otro que suene escabroso cuando emerge a la conciencia pública, preferimos que quede plasmado lo que se puede decir del juego y sus peligros. Este libro no arranca con un guión, no sigue un formato ni una secuencia. Nace por el contrario con cada texto de los que aquí irán apareciendo, y éstos irán recorriendo cuatro diferentes líneas, buscando entrelazarse, trenzarse para conseguir – espero – un final trascendente, a la medida del tema. El lector encontrará, distribuidos entre los diferentes párrafos, cuatro símbolos: corazones, espadas, diamantes y tréboles, mediante los cuales podrá distinguir el sentido de cada párrafo. Hilvanarlos es el reto, una especie de técnica libre que pretende informar para crear conciencia.

    Más allá de todo lo previsibles que pueda uno considerar estas premisas, el buen lector se hará sin duda preguntas como estas: ¿Es posible seguir leyendo acerca de otro mal, con ese ánimo producto de tantas y tantas desgracias que hoy día nos aquejan? ¿Existe la pretendida autoayuda y puede generarse acumulando renglones uno debajo de otro para justificar al texto? ¿De verdad hay tantas cosas qué decir de las apuestas? ¿Va usted a seguir leyendo porque considera que las páginas que siguen son virtuosas, porque contienen alguna solución?

    ¿Y las respuestas? Vaya a saberse, nadie escribiría con semejantes dudas.

    Iniciemos aseverando: el juego es una seria amenaza para todos. Enseguida sostengamos semejante dicho.


    Las plazas comerciales, los malls, dijo alguna vez José Saramago, son al siglo XXI lo que los parques eran al siglo XX, porque el dios del nuevo siglo es el mercado. Aquellos lugares para el esparcimiento y la convivencia, para el juego de los niños sobre el pasto bien cuidado, entre árboles que parecían formar bosques pequeños surcados por veredas, con las inefables bancas para sentarse a ver pasar la vida, han sido drásticamente sustituidos por masas de concreto, vidrio y acero, con tres, a veces cuatro niveles de profundidad que convierten al estacionamiento en el primer negocio; con dos, con tres niveles de construcción hacia arriba organizados en locales, espacios todos para más negocios. Elevadores y escaleras eléctricas que de ridículas cuando aparecieron en los primeros almacenes hace cincuenta años se han vuelto indispensables, empeñadas en condenarnos al sedentarismo, a la gordura y a todos los demás excesos que de ahí arrancan. Plazas centrales, andadores exteriores o interiores, y listo; esencial, eso sí, que el acceso a cada establecimiento comercial resulte cómodo.

    El asueto, el esparcimiento como le dicen muchos, requiere en México de ésta o aquella plaza.

    Dos verbos constituyeron en principio el inventario de diversiones que las tales plazas ofrecían: comprar y comer. Ya no es divertido seguir a los hijos en sus carreras locas sobre el triciclo, la bicicleta o los patines. La roña, los quemados o los encantados son palabras incomprensibles para los niños del presente siglo, y las parejas ya no consideran a las bancas del parque para besarse y acariciarse gratis.

    Pasarla bien es comer porquerías, en principio. Los chicharrones, los algodones de dulce, las nieves y las paletas heladas, que tampoco eran cosa buena, han sido suplidas por basura pseudoalimenticia a gran escala, organizada en franquicias transnacionales que ofrecen hamburguesas, papas fritas, pollos, pizzas, refrescos, y más recientemente tacos, tortas y fritangas, derrotadas de cualquier modo por los productos extranjeros. Somos los campeones mundiales de la obesidad y las enfermedades que entraña, pero que nadie dude que la diversión comienza cuando comemos chatarra.

    Comprar complementa la fórmula. Somos pobres, ni duda quepa, pero quienes nos venden han descubierto que comprarles lo que nos ofrecen nos engaña para creernos no tan pobres. De repente habrá habido quien haya descubierto que curiosamente son las épocas de crisis económica y de enorme inseguridad para personas y familias las de mayor consumo.

    Íbamos bien hasta ahí. Habíamos pagado cantidades desproporcionadas por ocupar un lugar en el estacionamiento, habíamos consumido chatarra insana, y por escaleras mecánicas o elevadores habíamos llegado a las tiendas a comprar lo que no podíamos pagar. Estábamos gastando, dicho en dos palabras. ¿Qué nos faltaba? Elemental para nuestros mercadólogos, sustitutos de los sacerdotes en eso de hablar con nuestro dios mercado: creernos ricos.

    Millonarios, se decía en México, mejor que ricos, hasta los años ochenta con su hiperinflación. Nada valía ya el dinero y todos teníamos millones. Mejor ricos que millonarios, supimos entonces. Ricos como en los cuentos en los que los genios prometen riquezas, ricos como sinónimo de poderosos, sueño de todos, especialmente de los que en el fondo se saben débiles. Anhelo de riqueza, mal nacional de pobres que nos hizo transcurrir de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública, hipócritas desde entonces para apostar requiriendo de tal justificación, a los establecimientos que estamos a punto de conocer.

    Juan, cualquier Juan, nuestro Juan si se quiere, Juan Clasemedia, Juan Soñador, Juan Pueblo como algunos le dicen, pagó por estacionarse, comió hamburguesas con pan rancio y váyase a saber que aleación de carne de qué animal con qué polímero seguramente tóxico, papas fritas en manteca saturada caduca de horas y días hirviendo, refresco light, no fuera a subir de peso,

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