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Beautiful Sin - Part 01: DarkWatchers Saga, #1
Beautiful Sin - Part 01: DarkWatchers Saga, #1
Beautiful Sin - Part 01: DarkWatchers Saga, #1
Ebook210 pages2 hours

Beautiful Sin - Part 01: DarkWatchers Saga, #1

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BEAUTIFUL SIN - PARTE 01 RELOADED

La primera vez que Maximillian Cox, un acaudalado hombre de negocios de Manhattan, conoce a Chanel Smith, una joven y bellísima heredera, queda impregnado de ella; desde aquel preciso instante se dedica en cuerpo y alma para poseerla.

Pero justo cuando piensa de haber obtenido éxito en su intento, el mundo que lo rodea se derrumba y colapsa: La muerte de su mejor amigo, León, lo catapulta una vez más en un pasado hecho de guerras, sangre y criaturas inmortales.

Un complot  está minando el equilibrio político de su Madre Patria, Ithil, una dimensión paralela suspendida sobre el mundo Mortal.

Maximillian se reapropia de su antiguo nombre de guerrero, Thanatos, y se adentra entre los horrores de una inminente apocalipsis...

¡BEAUTIFUL SIN - PARTE 01 es el primer volumen de una CUADRILOGIA!

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateApr 6, 2019
ISBN9781547564842
Beautiful Sin - Part 01: DarkWatchers Saga, #1

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    Beautiful Sin - Part 01 - Violet Nightfall

    CAPITULO PRIMERO

    Solo es cuestión de negocios

    El sonido sordo de sus pasos hizo eco a través de los vastos pastillos de la villa. Pasando frente a un espejo se detuvo, a mirarse detenidamente. Desdibujó una sonrisa maliciosa, y pasó una mano sobre la cabellera: barba descuidada, cabellos cortos y oscuros, nariz erguida y orgullosa, rasgos rudos que revelaban una sonrisa irreverente que encajaba muy bien con sus ojos astutos, azules como el mar.  Llevaba puesta una chaqueta azul marino, una corbata oscura, una camisa gris y pantalones de corte elegante, combinados con finos zapatos italianos.

    Eh sí... ¡Maximillian Adam Cox era de verdad encantador!

    En aquel momento de dicha y auto contemplación, logra sentir a lo lejos la voz de la empleada que anunciaba al viejo Smith su llegada. El mismo quien fue acompañado a la gran habitación reservada a los invitados, donde  a  menudo se realizaban grandes banquetes.

    Entrando a la sala, Max realizó una ligera reverencia antes de acercarse: « ¡Señor Smith, es un placer volverlo a ver!» exclamó con tono fuerte pero amigable.

    « ¿Maximillian, por qué aún tanta formalidad? Pensaba que habíamos superado esta fase» responde el viejo Smith, rodeado de una vaporosa nube de humo. Como él, también el anciano era un fumador empedernido.

    «Oh sí, tiene toda la razón pero debe saber Señor  Smith, que una cosa es el respeto, y otra la confianza» subrayó Maximillian, abriendo el nudo de la corbata con su dedo índice.

    Del bolsillo interno de la chaqueta sustrajo una cigarrera hecha en oro blanco del cual resaltaba la cara de un león rugiente. Lo abrió mecánicamente, llevando un cigarrillo a los labios: «Después de años de conocernos es obvio que podría abusar de la confianza que usted me ha concedido, pero no me atrevería nunca faltarle el respeto quitando los honores que se merece. En tal caso, no probaré nunca tratarlo sin el uso de Usted.» termina, agitando una mano en el aire mientras fruncía el ceño en manera teatral.

    Levantando la ceja, Maximillian pidió permiso al viejo para encender también su cigarrillo y luego retornar al hilo de la conversación: «Es Usted un hombre inteligente, facultoso y capaz. ¡Vamos! No quiere que un pez pequeño como yo se permita considerarlo como un igual.» enfatizó con voz afable y dulzona, tejiendo una telaraña de cumplidos. Layton era un hombre que amaba los halagos y siempre eran bien recibidos. Max lo había aprendido con el tiempo y debía admitir que en aquello era ¡condenadamente bueno! Todas las palabras que salían de sus labios eran siempre bien estudiadas: nunca una de más o una de menos. Sabía cuándo y qué cosa decir a cada instante, en modo de sacar a relucir cual fuere útil a sus propósitos. Sin embargo, esta vez su objetivo no era de tipo banal, era además más puro y difícil de obtener: Maximillian quería el amor, aquel amor incondicional de una joven mujer que respondía al nombre de Chanel Smith.

    La había conocido en una de las numerosas fiestas en El Palace, uno de los Hoteles más prestigioso que poseía. Se trataba de una fiesta de disfraces y ella – vestida de evanescente luz, con cabellos claros y rizados sobre un rostro dulce y delicado – lo había hechizado.

    Amor a primera vista,  se había dicho y desde aquel día jamás logró olvidarla. Luego de algunas indagaciones, habría descubierto que aquella su nueva obsesión no era otra que la hija del viejo Layton Smith, uno de sus clientes más fieles. Tentando la vía más honesta, Max había confiado al hombre el propio interés que tenía hacia su hija y si al inicio este parecía reacio a la idea, fue suficiente que Maximillian moviera las aguas en torno a él para hacerle cambiar de idea: cuando la Sociedad de los Smith termina casualmente en bancarrota, fue él a ofrecerse como rescatador de la gran deuda adquirida. En cambio, de la mano de la bellísima Chanel, propuesta que Layton, con sus grandes problemas, no podría refutar. Naturalmente, ese oscuro secreto debía mantenerse oculto. A los ojos de todos, Maximillian debía ser libre de todo pecado: un perfecto caballero con ropa de diseñador,  modos cordiales, filántropo y dedicado a su trabajo listo para ayudar a sus clientes. A menudo se reía de la situación de los mismos, era el peor de los villanos, ¡y sin embargo ninguno lo habría mínimamente sospechado!

    Cesadas las bromas, los dos hombres cruzaron las miradas.

    «Imagino que tú sabes el motivo por el cual te he llamado, Maximillian.» inició Layton, llenando de tabaco la pipa de leño.

    Layton Smith era uno de aquellos hombres que se podría definir como un lobo en los negocios: no  parecía particularmente peligroso con sus diez o quince kilos de más, la barba blanca y la sonrisa estampada sobre sus labios arrugados. Pero ciertamente, el anciano emprendedor tenía un buen olfato para los negocios y percibía el posible noviazgo entre Max y su hija como una gran oportunidad financiera.

    Max asentía, inhalando la última bocanada del cigarrillo que estaba por terminar para luego ser sofocado en el cenicero más cercano: « ¿Chanel, correcto?» pregunta, alzando una ceja.

    «Exactamente.» sentenció Layton, encendiendo el tabaco con uno de los cerillos marcados con el nombre Hotel Palace «Quisiera cerrar nuestro acuerdo.» continuó.

    Maximillian estaba lleno gozo y dentro de sí una estocada con estilo anunciaba su última victoria.

    «De acuerdo, ponga sus condiciones y yo haré lo mismo en relación con sus peticiones, Míster.»

    Que así sea, dice Max complacido. Dejar un poco de espacio al viejo podía ser algo productivo para su objetivo. Que aunque pidiese lo que quisiera, al final, habría siempre tenido él la última palabra en el negocio.

    Layton se aclaró la voz tosiendo: «Estarás a cargo de la compañía mientras que se recupera de los débitos adquiridos, al menos de aquellos principales y más consistentes.» inició.

    «Se puede hacer.» Max alzó la mano derecha invitándolo a continuar.

    «Bien. Luego, cuando la compañía esté de nuevo en pie, continuarás a apoyarla en caso de  problemas de cualquier género.»

    Layton humedeció los labios. Sus ojos se habían reducido a dos fisuras. Estaba tenso, se lo podía intuir por las señales que lanzaba: sus pupilas se movían de un lado al otro como peces enloquecidos, así como las manos sudadas que rasgaban los brazos del sofá y parecía imposibles de detener.

    «Esto, más que un acuerdo, parece un chantaje.» hizo notar Maximillian endureciendo la mandíbula. A quien le gustaba tener siempre el control de todo «Pero hoy me siento particularmente magnánimo. Está bien Señor Smith, acepto esa condición, pero le costará algo más.» concluye, dejando el discurso en suspenso.

    Por la expresión de Layton, Max había intuido cuanto el hombre esperase una respuesta positiva, al igual que no habría podido rechazar nuevas condiciones que él indicara si quería mantener su estatus. Poco después Layton asintió, colocándose en la silla con cara de descontento.

    «Perfecto, Señor Smith.» dijo Maximillian, haciendo una sonrisa un tanto amable como inquietante, mientras ponía las manos sobre la nuca «Noto con placer que estamos llegando a un punto de acuerdo.» sonrió «Vea, fuentes confiables me han informado que Chanel trabaja en su oficina como secretaria. Beh, hablando de manera clara, quisiera que la cediera a mí. Es tan difícil hacer negocios sin al menos una secretaria.» en realidad todo era mentira. Max tenía  un secretario muy preparado pero no habría dudado ni un segundo en despedirlo si hubiese significado poder tener a Chanel caminando de un lado al otro por toda la oficina.

    Layton apoyó la pipa en el cenicero y gruño como signo de aprobación sin mirarlo a la cara, invitándolo a proseguir.

    « ¡Otro punto fundamental! Desearía mantener en reserva este asunto. ¿No querrá aburrir a Chanel con cuestiones tediosas de negocios entre empresarios o pequeñeces sobre matrimonios arreglados, no es verdad?»

    Aquella era su última petición – para alegría de Max – Layton permaneció literalmente con la boca abierta. El hombre lo miró intensamente y al final todo deseo de responder pareció desvanecerse como la nieve al sol.

    « ¿Debo entonces callar todo?» Pregunta.

    «Sea sobre el matrimonio, como de mi pequeño financiamiento. Invente cualquier cosa.» Max movió sus ojos, torciendo los labios de forma pensativa «Puede decirle que, por motivo de sus problemas financieros, no pueden permitirse su salario pero que conoce a alguien. – ¡en este caso yo! – que podría contratarla a tiempo completo. ¡Ah! Y no se olvide de elogiar mi gran generosidad.»

    Era un astuto demonio, Maximillian, ¡un malvado compra almas!

    El viejo Smith suspiró y se masajeo los ojos con los dedos olorosos de tabaco. Probablemente sabía de no tener otra alternativa.

    «Ok, Maximillian, haré como desea.» accedió.

    Max sonrió radiante: «Y yo respetaré mi parte del pacto. Mañana verá la cifra que habíamos acordado, aparecer sobre su cuenta en el banco suizo.»

    Max se puso en pie como un líder victorioso que se alza sobre una masa de cadáveres a sus pies, peinó sus cabellos hacia atrás antes de despedirse con una sonrisa.

    Estaba por salir de la habitación cuando de nuevo se vuelve hacia Layton: «Quiero que su hija se presente mañana a primera hora en mi oficina. No admito retrasos y tampoco dudas, Señor Smith.» Aclara, cerrando la puerta detrás de él.

    Cuando Layton sintió los pasos de Maximillian alejarse, lanzó un suspiro de alivio.

    Llena por última vez la pipa de tabaco y encendiéndola se acomodó en el sofá, alzando los ojos al gran candelabro de cristal colgado en la habitación. Ahora debía solo encontrar un modo para convencer a su necia hija en aceptar.

    CAPITULO SEGUNDO

    Stone Giant

    Eran casi las ocho de la mañana cuando Chanel Smith – elegantísima con su vestido de sastre color humo de Londres – baja de su Porsche Carrera GT gris metalizado. Velozmente, cierra las puertas y activa la alarma colocándose las gafas de sol al estilo años sesenta: delante de ella se apreciaba el imperio financiero de Maximillian Adam Cox. Conocido como Stone Giant, se trataba de un enorme rascacielos que parecía perderse entre el humo y las nubes de Manhattan.

    Con un suspiro de resignación, Chanel enfiló las llaves de la Porsche en su cartera.

    La noche anterior, cuando su padre la había invitado a cenar para informarle que la había despedido de su trabajo por falta de liquidez, sintió el mundo caer encima. Para luego, al final de la conversación, llegar al punto de una contratación en otra oficina, por unos minutos extrañamente se había sentido aliviada pero cuando se enteró que debía trabajar junto a Maximillian Cox, habría arriesgado en destruir casi la mitad de su casa por un instante de furia: « ¡Con gente como esa no quiero tener nada que ver!» se encontró gritando frente a la cara inmutable de Layton. Desafortunadamente, no servía de nada rebelarse y se encontraba allí, lista, para afrontar ese muro gigante de piedra y sumergirse en ese mundo que odiaba desde siempre.

    Corrían varios rumores sobre Maximillian, el hombre del año: aquellos más veraces, circulaban en el medio o internet. Se decía que poseía una cadena de hoteles distribuidos en las mayores capitales del mundo; que controlaba una serie de locales de lujo donde ricos empresarios estresados de la rutina diaria, llegaban para entretenerse con provocativas bailarinas y por último, que administraba un casino frecuentado de la cremé del mundo del juego de azar.

    Ciertamente corrían también otro tipo de rumores, quizás igual de confiables, sobre el hecho que estuviese metido en negocios turbios, como tráfico de droga con las mayores familias mafiosas ítalo - americanas, a las cuales transfería dinero e información para mantener inalterable su prestigio dentro de las grandes distribuciones. Otros rumores se referían a su vida privada, dedicada a los excesos más desenfrenados, al cambio de mujeres cada día y fiestas en las cuales el alcohol descendía como ríos a las copas enormes de champagne en las cuales espléndidas bailarinas se deslizaban como carpas Koi en un lago japonés.

    Aunque Chanel formaba parte de ese lujoso mundo – siendo única heredera del Imperio Smith – había siempre tentado de tomar distancias evitando, cuanto le fuera posible, eventos mundanos y fiestas de ese género.

    Suspirando preocupada, Chanel se encaminó, deteniéndose bruscamente en la acera donde se  encontró rodeada de gigantescos vasos de los cuales despuntaban graciosos arbustos con bayas coloradas.  De frente a ella un imponente guardia hizo vibrar el labio superior como un sabueso feroz pronto para atacar. Chanel abrió bien los ojos en expresión incierta y un poco asustada. Deglutiendo se armó de valor, respiró profundamente y de la cartera sacó su identificación: «Soy la nueva secretaria de Maximillian Adam Cox.» pronunció en tono seco, tratando de mantener la voz firme.

    Retornado el documento, cruzó los brazos, estaba congelada. Era invierno y pasear sin abrigo no era recomendable, dada la rigidez del aire. Debía absolutamente

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