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Dios nunca reza
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Dios nunca reza

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Un verano, el de 2008, desfila por las páginas de este diario de Patxi Irurzun, escrito con una fiereza solo equiparable a su ternura.

Contiene, en efecto, la fiera crónica cotidiana de un ser humano que desea y persigue la verdadera vida en todas y cada una de las rendijas de la existencia y de sus múltiples escenarios. Sus anotaciones son entonces afiladas, pero también empáticas. Contempla y relata, pero, al mismo tiempo, se implica y vive. He ahí la clave.

La ternura se cuela en las páginas de este diario tanto cuando Irurzun habla de su entorno afectivo, de su hijo nacido antes y de su hija, cuyo nacimiento nos relata en directo, de su compañera, de sus amigos, de su cosmos, como cuando nos habla de esos seres que lo que denominamos "sistema" expulsa de su interior como materia inservible, ya deglutida, digerida y amortizada…

Esta crónica cotidiana, que bien podría haberse titulado Diario de mudanzas, recorre un trayecto vital que se inicia, efectivamente, con la perspectiva de una mudanza de domicilio, y acaba en una mudanza mucho más agria: el despido.

Entre ambas mudanzas, Irurzun nos ofrece todo un mundo en sus múltiples y, a menudo, crueles manifestaciones.

Dios nunca reza trae, sin duda, un aire radicalmente nuevo a la escritura del yo y de la memoria.
LanguageEspañol
PublisherAlberdania
Release dateJan 1, 2011
ISBN9788498683417
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    Dios nunca reza - Patxi Irurzun

    Dios nunca reza

    DIOS NUNCA REZA

    © 2011, Francisco Javier Irurzun Ilundain

    © De la presente edición: 2011, ALBERDANIA,SL

    Portada: Antton Olariaga, a partir de una fotografía de Unai Pascual

    Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN

    Tf.: 943 63 28 14 Fax: 943 63 80 55

    alberdania@alberdania.net

    Digitalizado por Libenet, S.L.

    www.libenet.net

    ISBN edición impresa: 978-84-9868-319-6

    ISBN edición digital: 978-84-9868-341-7

    DIOS NUNCA REZA

    Patxi Irurzun

    A L B E R D A N I A

    ensayo

    Martes 17 de junio de 2008

    Suelo cruzarme con él algunas mañanas, al llevar a mi hijo a la ikastola. Es un hombre de unos cincuenta años –aunque quizás solo tenga treinta y cinco– con el cabello cubierto de ceniza y el rostro renegrido, quemado por las llamas de algún infierno del que ha conseguido huir a mordiscos, dejándose varios dientes en la refriega. Anda encorvado, con el lomo doblado por –imagino– cientos de noches durmiendo en portales, cajeros, parques, por todo el alcohol trasegado como un veneno, por el peso de demasiados errores y golpes en su vida. Pero también lleva agarrados, cada uno de una de sus manos, a sus dos hijos al colegio, y estos son, sin duda, los dos ángeles que le han traído de regreso.

    A su lado, parece un hombre redimido, un padre responsable y cariñoso. Pero, a la vez, todavía sigue pareciendo un vagabundo. Tal vez, por la expresión atormentada de su rostro o por su mirada, esos ojos desde cuyo fondo amarillo parece emerger un cadáver que se descompone lentamente.

    No sé por qué he decidido empezar este diario escribiendo sobre él. Supongo que de lo que se trata es simplemente del traje que lleva, ese traje que le viene grande y dentro del que aparenta sentirse extraño e incómodo. Igual que yo. La hipoteca que voy a firmar, la mudanza, mi trabajo que aborrezco, la compra en el centro comercial (y la cena del niño en el Burger King), los libros que se amontonan sin leer, los discos que ya no escucho, los seis meses que llevo sin hacer el amor con mi mujer embarazada… Ese es el traje que yo llevo puesto desde hace algún tiempo y con el que también me veo a mí mismo ridículo y derrotado. No sé si es lo que llaman la crisis de los cuarenta. Espero que no. Yo todavía solo tengo –dentro de unos días voy a cumplir– treinta y nueve.

    Miércoles 18 de junio

    Creo que todavía hay algo que me irrita más que el que los bancos me roben mi dinero: que me roben mi tiempo. Como si este no valiera nada. Es igual que cuando iba a sacarme la tarjeta del paro, te volvían loco con los papeleos, recorrías la ciudad en busca de certificados, justificantes, recibos. Tú eras un desempleado, un desocupado y eso quería decir que tenías todo el tiempo del mundo para dedicarte a hacer colas, para acostumbrarte a que te trataran como a un fardo de carne.

    En los bancos sigues siendo ese fardo de carne, pero encima te hacen picadillo.

    Esta mañana mi mujer y yo hemos estado cancelando las cuentas vivienda, ordenando transferencias para pagar al constructor… En realidad ya estuvimos haciéndolo hace dos días, pero alguna de las operaciones nos puede perjudicar en la próxima declaración de Hacienda. Eso hoy, hace dos días no había ningún problema, fue lo que dijo la chica que nos atendió. Pero ayer por la noche llamó el director (supongo que habría revisado los movimientos al ver que nos llevamos la hipoteca a otra entidad) y esta mañana hemos tenido que volver a pasar por la oficina, antes de ir a trabajar (por supuesto, hemos llegado tarde). Nos ha atendido otra empleada que no sabía nada del tema y que en lugar de ponerse a solucionar el problema se ha dedicado a defender a sus compañeros. Las operaciones efectuadas ya no tienen vuelta atrás, ha dicho, da igual que su compañera no nos hubiera explicado sus consecuencias. Me he acordado de Las uvas de la ira, de Steinbeck: Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es un hombre. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aun así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.

    Al oír a la chica, Malen ha roto a llorar de pura rabia. Con el embarazo sus sentimientos son como burbujas que emergen y explotan sin control. Yo, al verla así, he tenido ganas de volcar la mesa, dar gritos, abofetear a esa empleada, pero no podía, seguramente ella también odia al monstruo, pero su obligación es alimentarlo con nuestro dinero, el monstruo no puede parar de crecer, porque si dejamos de hacerlo tal vez nos devore a todos…

    Aunque lo peor de todo no ha sido eso, lo peor de todo es que después he tenido que ir a la oficina. Trabajo en una agencia de comunicación (suena bien pero solo soy un ochocientoseurista). Escribo anuncios, cartas, discursos para el director de… el mismo banco que me roba mi dinero y mi tiempo. Me dedico a maquillar al monstruo, a disimular el hedor de sus tripas digiriendo carne humana, trato de taparlo con palabras como obra social, solidaridad, compromiso… Sí, mi trabajo apesta, más que cuando trabajaba como barrendero, entonces recogía basura, ahora la esparzo envuelta en papel de regalo (ecológico). Pero prefiero eso a volver a vaciar papeleras, a la fábrica o la cola del INEM… Y después de todo, yo no tengo la culpa, la culpa es del monstruo, intento justificarme. Pero no me lo creo ni yo.

    Jueves 19 de junio

    Hoy, por fin, después de varios meses de lluvia y frío ha salido el sol en esta la ciudad sin primavera. Así que esta mañana he vestido a Urko con la ropa de verano que le compramos hace unos días y con la que está tan guapo, y nos hemos ido los tres, su madre, él y yo a la ikastola. Normalmente suelo acompañarle yo, me gusta hacerlo, levantarlo por la mañana es uno de los mejores momentos del día, después lo llevo al baño, elijo su ropa, despierto a mi mujer… Es como si me correspondiera a mí arrancar el motor de la casa y eso me hace sentir importante. Pero hoy es el penúltimo día de colegio de Urko y Malen también quería venir, grabar en video, despedirse de la profesora, los otros padres… Dentro de unos días nos cambiamos de barrio. De la Rotxapea a Sarriguren, en las afueras de Pamplona, una ciudad nueva, de bloques de VPO. Nosotros ahora vivimos de alquiler. Me va a dar pena irme de aquí. Estamos a diez minutos de la plaza del Ayuntamiento. A Sarriguren solo se puede ir en coche, o en autobús… Es algo raro. El barrio en el que crecí estaba lleno de descampados, silletas, bajeras vacías que se convertían en videoclubs, que luego se convertían en centros de estética que luego se convertían en bares, eso nunca fallaba… Era un barrio de las afueras, y ahora, nos vamos a las afueras de las afueras, a un nuevo barrio de descampados, silletas, bajeras vacías… A eso le llaman progreso, pero nosotros cada vez estamos más lejos. Y hay algo que me inquieta en todo ello.

    Por la tarde, después de trabajar he ido a una charla sobre los obreros de Zanon, una fábrica de porcelana en Argentina ocupada por sus propios trabajadores y gestionada ahora por ellos mismos. El sindicalista que ha hablado ha dicho que tuvieron que hacerlo porque el capitalismo –ese monstruo, ha dicho, qué curioso– no tiene reparos en sacrificar a los más débiles cuando hace falta. Y también que quizás nosotros no lo percibimos todavía, pero intuye que se nos avecina una crisis parecida a la que ha sufrido su país. Bueno, ellos al menos han salido adelante. Aunque han tenido que pelear duro. Se pasaron varios meses acampados frente a la fábrica, sobreviviendo gracias a la solidaridad de obreros de otras fábricas, los maestros de sus hijos… Por ejemplo, cerca de la fábrica ocupada había una cárcel para presos peligrosos. En una ocasión estos dejaron de comer dos días para dar sus raciones a los trabajadores de Zanon. A cambio los obreros de Zanon les ofrecieron material necesario para construir un lugar cubierto en el que recibir a los familiares durante las comunicaciones (hasta entonces debían hacerlo en el patio). Desde ese día cooperativistas y presos se han convertido en uña y carne. Cuando la policía intenta desalojar a los obreros, los presos hacen un motín en la cárcel; o si hay un motín en la cárcel, los obreros de Zanon disparan con tirachinas bolas de porcelana a los antidisturbios desde su fábrica. A la policía últimamente se la ve menos por allí…

    He vuelto a casa algo más animado. Cuando he llegado, Urko y Malen estaban en la bañera. La tripa de mi mujer asomaba entre un mar de espuma y Urko estaba recostado sobre ella. Y en el pasillo, los últimos rayos de luz del día se derramaban dorados y cálidos, iluminándolo todo.

    Lunes 23 de junio

    Llevo tres días de resaca. El viernes por la noche estuve presentando en Logroño un libro que se llama, precisamente, así: Resaca/Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski. Es una selección de treinta y siete autores y yo soy uno de los dos antólogos. Me he pegado dos meses de ciudad en ciudad con el libro: Madrid, Zaragoza, Bilbao… Y cada presentación viene acompañada de una borrachera monumental, como si tratáramos de hacer honor al homenajeado.

    En Logroño bebí más de lo habitual (y mi cuerpo de casi treinta y nueve años ya no aguanta como antes). Pero creo que será la última presentación y quería despedirme a lo grande de esta especie de sueño: el libro lo ha sacado una editorial grande, hemos tenido reseñas en periódicos importantes. También llevamos varios meses administrando un blog, con miles de visitas, entradas cada día… Ha sido como jugar, por una vez, en primera división, como colarnos en una fiesta, aunque ha resultado agotador, y ruinoso. En Logroño al menos nos pagaron la gasolina, un hotel de tres estrellas y una cena con entrecot y gin tonic incluidos, pero lo habitual suele ser correr uno mismo con los gastos, alojarse en hostales de mala muerte, comer en restaurantes turcos, vender media docena de libros (normalmente a otros escritores que a su vez te venden sus libros) y gastarse lo que costarían otra media docena en tabaco, cerveza…

    Y después volver a casa con esa sensación extraña y frustrante: ¿Pero a alguien le interesa lo que yo escribo?.

    Dentro de unos meses, además, aún será peor, habrá que volver a publicar con editoriales pequeñas, ser ignorado por los suplementos culturales, presentar el libro ante ocho o nueve personas (contando a tu madre, a tu mujer y a un par de amigos)…

    Ante ese panorama ¿qué puede hacer uno sino emborracharse como una rata?

    Hoy ya me encuentro algo mejor, de todos modos. Incluso me he podido tomar un vaso de vino abajo, en la txistorrada que han organizado los vecinos para la noche de San Juan. Junto a nuestro bloque hay un descampado, y en él varios grupos de chavales han encendido hogueras. Algunas alcanzaban varios metros de altura, mientras a lo lejos, deformados por las lenguas de fuego, se veían resplandecer en el cielo relámpagos. Al final la tormenta ha descargado con fuerza y las hogueras se han apagado. Los vecinos, entonces, han trasladado las mesas a los

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