Palonegro La batalla más sangrienta de la guerra de los mil días
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"Palonegro será siempre un yerro de estrategia y un pecado de táctica, un monumento de pavor para ejemplo de la esterilidad de las guerras civiles; más en este campo donde tantos estragos hicieron los cosacos de las bestias apocalípticas, quedó demostrada la masculinidad de los colombianos, llegados de todos los rincones del país". (Coronel Leonidas Flórez Álvarez, "Campañas de Santander", página 308).
La batalla de "Palonegro", la más prolija, con mucho, que se registra en nuestras tres guerras de tres años e innúmeras conmociones más o menos generales, duró exactamente quince días con sus noches; pues empezó el viernes 11 de mayo de 1900 y remató el viernes 25 del mismo mes.
Refiere el doctor Carlos Putnam, médico jefe de las fuerzas del gobierno, que en la mañana del 27 de mayo el campo de Palonegro, como una visión de Dante, ofrecía todos los horrores: "A pocos metros de un rancherío humeante nos detuvimos. Una mujer de esas que con heroísmo incomparable acompañan al soldado, entran al combate, defienden su hombre, le buscan refugio si cae herido, le consuelan y besan en las horas próximas a su muerte, yacía tendida entre un charco de sangre. A su lado, aún, viva, una criatura de pocos días sobre el cuerpo frío de la madre, cercada por los cuervos ávidos de esa carne frágil, con gesto torpe buscaba el seno exhausto". Eso fue Palonegro.
Henrique Arboleda Cortés
Nació poco antes de 1850 en Popayán y murió en el caserío de Flandes, frente a Girardot, el 18 de julio de 1922. Fue hijo de Julio Arboleda. Estudió en el Colegio Mayor del Cauca, donde dictó gramática española en el 69; hizo luego exploraciones en las cordilleras con fines científicos e industriales. En 1876 tomó parte en la revolución contra el gobierno liberal, y terminada ella se estableció en Bogotá.En 1885 formó en la división que comandaba el general Manuel Briceño, y muerto este jefe, le tocó sustituirlo y continuar la campaña pacificadora de los estados de la Costa Atlántica. Vuelto a la capital, estuvo frente a las divisiones 2a y 3a; dos años después de aquella guerra, fue jefe militar del Tolima y director de los trabajos de la carretera de Cambao.En 1895 se le encomendó la persecución de las guerrillas revolucionarias del sudoeste de Cundinamarca. En la última guerra civil marchó al Norte como jefe de la primera división del ejército que dirigía el general Isaías Luján. Triunfó en Zapatoca de un núcleo de revolucionarios, concurrió a la campaña de la frontera de Venezuela y se halló en seguida en la acción de Palonegro, en donde fue factor principalísimo en las cargas y resistencias de aquella célebre batalla.No aceptó el movimiento que el 31 de julio de 1900 derrocó a la fracción conservadora llamada nacionalista, cooperó en la organización de un golpe reaccionario que se frustró y hubo de salir desterrado a España (1901).
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Palonegro La batalla más sangrienta de la guerra de los mil días - Henrique Arboleda Cortés
Palonegro
La batalla más sangrienta de la guerra de los mil días
Henrique Arboleda Cortés
www.luisvillamarin.com
Cel 9082624010
New York City, USA
ISBN: 9780463269411
Smashwords Inc.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.
Palonegro
General Henrique Arboleda Cortés
A propósito de Palonegro
General Próspero Pinzón
Introducción
Antecedentes del combate
Día 12
Día 13
Día 14
Día 15
Día 16 al 26
Conclusión
Alocución del presidente de la república
El general Pinzón según un gallardo adversario
Palonegro
Nadie había triunfado
General Henrique Arboleda Cortés
Nació poco antes de 1850 en Popayán y murió en el caserío de Flandes, frente a Girardot, el 18 de julio de 1922. Fue hijo de Julio Arboleda. Estudió en el Colegio Mayor del Cauca, donde dictó gramática española en el 69; hizo luego exploraciones en las cordilleras con fines científicos e industriales. En 1876 tomó parte en la revolución contra el gobierno liberal, y terminada ella se estableció en Bogotá.
En 1885 formó en la división que comandaba el general Manuel Briceño, y muerto este jefe, le tocó sustituirlo y continuar la campaña pacificadora de los estados de la Costa Atlántica. Vuelto a la capital, estuvo frente a las divisiones 2ª y 3ª; dos años después de aquella guerra, fue jefe militar del Tolima y director de los trabajos de la carretera de Cambao.
En 1895 se le encomendó la persecución de las guerrillas revolucionarias del sudoeste de Cundinamarca. En la última guerra civil marchó al Norte como jefe de la primera división del ejército que dirigía el general Isaías Luján. Triunfó en Zapatoca de un núcleo de revolucionarios, concurrió a la campaña de la frontera de Venezuela y se halló en seguida en la acción de Palonegro, en donde fue factor principalísimo en las cargas y resistencias de aquella célebre batalla.
No aceptó el movimiento que el 31 de julio de 1900 derrocó a la fracción conservadora llamada nacionalista, cooperó en la organización de un golpe reaccionario que se frustró y hubo de salir desterrado a España (1901).
El general Reyes le confió la dirección de estadística nacional, en cuyo puesto hizo útiles publicaciones, entre ellas un libro de la división política y la población del país; el presidente Concha lo envió de cónsul a Curazao, y el presidente Suárez lo tuvo de procurador general de hacienda.
Fue, además, visitador de aduanas, revisor fiscal del ferrocarril del Pacífico y miembro de la Cámara de Representantes. Buen matemático, era también versadísimo en filología. Dejó inéditos varios trabajos sobre lenguas indígenas comparadas con las principales de Europa. Colaboró en la prensa política y publicó varios otros libros, entre ellos uno referente a Palonegro y un código de aduanas. En sus últimos años trabajó por impulsar la explotación del guano en islotes cercanos a la Guajira, para lo cual poseía concesión especial.
Gustavo Arboleda
A Propósito de Palonegro
Palonegro será siempre un yerro de estrategia y un pecado de táctica, un monumento de pavor para ejemplo de la esterilidad de las guerras civiles; más en este campo donde tantos estragos hicieron los cosacos de las bestias apocalípticas, quedó demostrada la masculinidad de los colombianos, llegados de todos los rincones del país
. (Coronel Leonidas Flórez Álvarez, Campañas de Santander
, página 308).
De fijo, cuando el joven Próspero Pinzón, calmudo y flemático muchacho de Hatoviejo estudiaba en Onzaga. con sus conterráneos los Peñuelas, Cayo Leonidas y Sotero, junto con el eminente jesuita padre Teódulo Vargas, en el colegio que regentaba el doctor Teófilo Forero en unión de don Antonio Barrera Forero, no pensaba nunca el mozuelo aquel en que con el tiempo había de volver a estas breñas santandereanas en faenas bélicas, tan ajenas a su temperamento, y teniendo pendiente de su buen consejo y pericia la suerte de su partido, del gobierno y aun la de la patria misma.
Lejos estaba el por antonomasia Bobo Pinzón
de imaginar que con el tiempo había de agregar a las borlas del doctorado en derecho las preseas del periodista, los lauros de la guerra y las ponderosas prerrogativas de generalísimo.
En la feria de apetitos que andaba en Bogotá, los ministros de guerra se sucedían a corto plazo y las jefaturas del ejército pasaban de mano en mano, antes según las conveniencias políticas que por consideraciones más atendibles; y aunque Pinzón se tenía bien ganadas las charreteras de general, en realidad le sirvieron menos sus condiciones de soldado nato —boyacense al fin y al cabo— que su bonhomía y su total incapacidad para la intriga y la ambición.
Claro que a su vera descollaban figuras de más viso y, sin duda alguna, de más merecimientos militares, como el general Casabianca. Al lado de Pinzón y en las condiciones subalternas de jefe de Estado Mayor, venía un hijo del gran Julio Arboleda —inteligencia, acción y patriotismo egregios—, segundo y luego sucesor del intrépido Briceño en el 85, y que había heredado de su progenitor las impares dotes de inteligencia y de hombría, el general Henrique Arboleda Cortés, héroe de Romancero, y autor de la tan interesante cuanto desconocida obra que ahora sale nuevamente de los tórculos para solaz y adoctrinamiento de las generaciones nuevas, desaprensivas y desconocedoras del ayer hazañoso.
Raras veces se habrán encontrado juntos dos caracteres tan disímiles como Pinzón y Arboleda: éste era el brío corajudo, el arresto temerario, con mucho de ciclón y de tromba, todo un poeta, en suma, de la acción guerrera; y el de allá, en cambio, cifraba la mesura, la continencia, la frialdad y la técnica reposada y sin apuros. Era el Quinto Fabio Cunctátor o contemporizador predestinado para hacer morder el polvo a la empenachada revolución, en una inverosímil faena de resistencia y de desgaste.
Cuando Arboleda se sentía acuciado por el estro bélico, él que estaba siempre en trance de entrevero y de heroísmo, echaba mano de copiosas libaciones de licor, quier señoril, quier plebeyo y hasta se vio, en los días cruciales de "Palonegro" que no le hizo el asco a un litro de alcohol impotable. Mas, cuando hechas sus libaciones a Baco se acordaba de que él era ante todo cultor de Belona, picando su mula, puesto su bayetón y tomando la del viento, era un torbellino de arrojo y temeridad.
Y fue en tanto grado que alguna vez se le vio atropellando respetos y peligros plantar firme su caballería en filo de una colina, en la propia línea de fuego del enemigo y, trágicamente destocado y desmelenado, no recordamos bien si en la Amarilla
o si en Palonegro
el desastrado día 13 de mayo, apostrofar a los artilleros pávidos:
¡Yo soy el general Henrique Arboleda! ¡Viva la legitimidad!
y recibir, con el abatir de los fusiles por primera vez inútiles e inofensivos, el homenaje de la nobleza al heroísmo desgobernado y avasallador. Pero matices políticos diferenciaban a los dos jefes y, de las memorias, inéditas del general Antonio Orduz, pudimos aprender un día cómo Pinzón hubo de desaprobar, acaso por prudencia y disciplina, en orden general, se obedeciera y siguiera al caucano campeador en sus fulminantes y desapoderadas cargas.
Quizás era, también, que de la cordillera trágica de Palonegro
se columbraba el vecino 31 de julio y el consiguiente eclipse de Arboleda, que tendría que ir a pagar con su destierro en España la "trágica expiación de la grandeza.
Nadie es grande impunemente" había dicho Bolívar.
Ello no sería, sin embargo, antes que el guerrero diera a la estampa su opúsculo "Palonegro", a guisa dé informe de jefe de Estado Mayor, obra en que este Aquiles tuvo la modestia de s'effacer para no arrebatar o eclipsar ajenos lauros.
Leyendo este folleto y barruntando la parte principalísima y decisiva que Arboleda tuvo en el triunfo de "Palonegro, no puede uno menos de rememorar el paso aquel en que el viejo Páez, reviviendo y reseñando sobre el terreno la batalla de Carabobo 2°, de que fue protagonista de excepción, como siempre, aunque el jefe hubiera sido Bolívar, en el punto mismo en que, evocándolo, sin nombrarlo, al inefable, al héroe por antonomasia, se le vinieron a la lengua estas palabras cargadas de epopeya y de sentido trascendental:
Por esta colina bajó... él! Y enmudeció ensoñador, porque las súbitas avenidas del llanto le impidieron seguir recontando su Ilíada...
Seguro está que airón alguno hubiese ondeado sobre el trágico cerro de "Palonegro" con la gallardía y epicidad que el del general Arboleda; pero tampoco hubo continencia y modestia tan conmovedoras como las de Pinzón cuando, viendo que la situación iba empeorando por momentos, empuñaba repentinamente el rosario, como si fuese el timón y la última tabla, y rompía a rezarlo públicamente con enfervorizante ejemplo, sobre todo ese día tremendo, el domingo 13 de mayo, la revolución, por ministerio y gracia del general Uribe Uribe. tuvo ganadas la batalla y la guerra y, si no pudo cobrar el triunfo para sí y para su causa, fue principalmente porque la ruindad, la envidia y la enemiga cundían también como verdolaga en su campo revolucionario.
Es increíble pero certísimo que cuando ese memorioso 13 de mayo de 1900 el vencedor Uribe Uribe daba parte a su superior de haber ocupado la casa del alto, y pedía los hombres, las municiones que había menester para conservar su conquista, el generalísimo Vargas Santos exclamó satírico y socarrón: "Si están triunfantes, ¿para que quieren refuerzos?
Es como decir: Mándeme plata que estoy ganando
(General R. Uribe Uribe, Documentos militares y políticos
, 2a.edición, página 106). Allí, en la página anterior, recoge el telegrama enviado por Pinzón al gobierno nacional, en la noche del 13: La Providencia nos ha negado otra vez la victoria
. Y Arboleda escolia en su libro: La derrota se había hecho sentir,... pero se había detenido la persecución
.
Bien es verdad que los jefes revolucionarios se combatían entre sí más encarnizadamente que los de las filas gobiernistas entre ellos; los ministros de guerra se sucedían rápidamente y casi a días vista: Jorge Holguín, José Santos, Casabianca, Quintero Calderón, etc.; a los generales y jefes se les barajaba de lo lindo, con fines ulteriores, y todo un ministro de guerra se convertía en faccioso sacrificando al generalísimo Villamizar y a su causa ordenando la retirada de "Peralonso" a Pamplona, con el propósito de prolongar la guerra; también se había relegado al único técnico de preparación europea, el general Isaías Luján graduado en Saint-Cyr, donde fue condiscípulo de Joffre.
Con el general Uribe Uribe no hubo persecución que no se ensayara de parte de sus parciales, aunque no del todo inmerecidamente en ocasiones, y según cuentas. Él se había iniciado mal en Santander. Tras la baldía intentona revolucionaria de Piedecuesta, en octubre del 99 y como el general y doctor Rodolfo Rueda, en el curso del combate, hubiese ocupado las veredas y trochas que dan acceso a la Mesa de los Santos, para atajar a los desbandados, bizoños todos que allí recibían su bautismo de fuego, el general Uribe Uribe, que no era jefe, interpretó mal la actitud del doctor Rueda y, esa noche, en La Lajita
se propasó al quitarle las charreteras, pisoteárselas, darle de cintarazos y hasta intentó un consejo de guerra para juzgarlo.
Amargado el doctor Rueda, quien de su exclusivo peculio había organizado y armado un batallón, precisamente con fusiles que le había facilitado un jefe conservador de Barichara (!), lo estuvo toda la vida, y bien empleado le estuvo que a los contados días lo hubiesen tomado prisionero en "Buenos Aires", Norte de Santander.
En el combate de "Capitanes, reñidísima acción posterior a
Palonegro", un general revolucionario falsamente informado, creyendo que un cierto capitán oriundo de La Concepción, no se había portado como valiente, fue objeto de la más descomunal embestida: el general se le lanzó encima enfurecido, lo mordió repetidas veces, dio en tierra con él, se le montó encima, con zamarros y espuelas y todo y, allí, lo apuñaba energúmeno y le rastrillaba endemoniadamente las espuelas en los flancos.
Totalmente distinto fue el ejemplo dado por el Generalísimo Pinzón, de quien narra el mismo general Uribe Uribe, en carta citada por el general Justo L. Durán en La guerra del 99
, página 171: Cuentan que el general Pinzón en un momento en que vio perdida la batalla, montó a caballo y se dirigió al centro del fuego diciendo a sus ayudantes, y a cuantos se encontraba en su camino: ¡Vengan ustedes y acompáñenme a morir!, y que la firmeza de esa actitud restableció la lucha
.
La simple y nuda lectura de la historia como descarnada enumeración de hechos y vicisitudes, allá podrá tener mucho de apacible y gustoso para los que se contentan con el cascarón ázimo del mero acontecimiento, sin sentir la necesidad de penetrar en el meollo mismo de las cosas y de ahondar en las causas de ellas, causas frecuentemente soterradas como el curso subterráneo del Guadarrama, y de sus consecuencias ulteriores.
En todo negocio humano, dijo Cantú, hay dos causas: una que se ve, y otra que no se ve, y ésta suele ser la verdadera.
Objetiva y macroscópicamente considerada, una batalla que duró quince días y quince noches arreo, y en la cual los actos de heroísmo del día eran coronados nocturnamente por la pesadilla de medrosas e increíbles cargas a machete, especialmente de los negros caucanos que, desnudos de la cintura arriba, para así reconocerse entre ellos en la sombra, todo lo fiaban a los filos de su coraje feroz y de su machete, y hacían incontable riza en el campo enemigo; considerada sólo exteriormente, no parece sino un acto de locura colectiva; y mirada a la luz de ciertos antecedentes y de ciertos consiguientes, entonces viene a cobrar un sentido totalmente nuevo y casi ilógico.
La batalla de "Palonegro", la más prolija, con mucho, que se registra en nuestras tres guerras de tres años e innúmeras conmociones más o menos generales, duró exactamente quince días con sus noches; pues empezó el viernes 11 de mayo de 1900 y remató el viernes 25 del mismo mes.
En cuanto a sangrienta, con haberlo sido tanto, nos parece que cede la palma a la de La Concepción, en la cual un sesenta por ciento de la oficialidad quedó herida; y en cuanto a resistencia bizarra, ahí está para superarla el sitio que sostuvo la plana mayor del liberalismo en los cuarteles de San Agustín, de Bogotá, en la guerra del 60, acción defensiva que robaba la admiración del León de Apure, general J. A. Páez.
Cuanto a estéril, allá corre parejas en la realidad con la de Garrapata en la cual al parecer cayó postrado el partido conservador, pero para renacer triunfante dos lustros más tarde. "Palonegro", por fas o por nefas, fue estéril como vientre de mula, y maldita como la higuera del Evangelio; y lo peor es que, habiendo debido ser colofón de una revuelta, vino a trocarse por arte de magia política en antesala de una guerra de mil días.
Tamaño esfuerzo, tan colosal hecho de armas, nada tuvo que ver desgraciadamente, como resultado pacificador, con la batalla de Enciso, cinco años antes, cuando en obra de dos meses y medio el general Reyes recorrió campeador con sus huestes media república y en un solo encuentro acogotó al enemigo. En la conflagración del 99 hizo falta ese bizarro e invicto jefe que, desde París, donde estaba rumiando desabrimientos políticos, hubo de responder despreciativamente al gobierno que lo convocaba para su defensa: Yo no soy máquina de extinguir incendios
Y el gobierno, como el paralítico aquél del Evangelio, no tuvo esta vez su hombre que lo arrojara en la piscina salvadora.
Palonegro
fue una lidia gigantesca pero infecunda, como lo fue la victoria liberal de Los Chancos
, que sacó a flote a un general oscuro, lo aupó a la presidencia, e hizo que su gobierno fuera antesala de la pérdida del poder.
Genial fue la intuición de don Carlos Holguín, jefe conservador, cuando viendo perdida su casa y que el inmediato presidente sería el vencedor, o el general Salgar, el presidente caballero
, como lo apodaron sus adversarios, o el bozal generalote Julián Trujillo, ordenó que los aun intactos batallones conservadores estantes en Manizales entregaran las armas a este último, que habría de abusar de la victoria; jugando así, a largo plazo, la previsión no le falló. Cedamos la palabra a quien mordió cartuchos la primera vez en Los Chancos
y allí recibió su bautismo de sangre, Uribe Uribe:
No hay nada tan engañoso como el juego de los triunfos y de las derrotas. Más que a ningún otro le es aplicable la distinción entre lo que se ve y lo que no se ve. Cuando recuerdo
Los Chancos"... no puedo menos de pensar en la burlas de la guerra y en su inestabilidad. Parece que allí hubiera triunfado el gobierno liberal. Pero allí padeció su mayor derrota.
Cuando las huestes conservadoras huían por los llanos de La Polonia, era la bandera liberal la que comenzaba a arriarse en el mismo campo donde parecía alzarse vencedora... En "Los Chancos sacó el general Trujillo la presidencia de la república, según se apresuró a proclamarlo el doctor Núñez; y con Trujillo vino él, y con él, los conservadores. Luego no fueron ellos sino nosotros los vencidos en
Los Chancos"... (General R. Uribe Uribe, en carta desde Río de Janeiro, en diciembre de 1906, al doctor Leovigildo Hernández a Bucaramanga).
"Palonegro" fue, otrosí, el campo de cita que se dieron los colombianos todos para partir el sol en una tremenda fraternidad a lo Eteocles y Polinice: colosal duelo fratricida en que los departamentos todos estuvieron representados, para desartir baldíamente gigantesca lite.
Pero Palonegro