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Infancias: La narrativa argentina de HIJOS
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Infancias: La narrativa argentina de HIJOS

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Infancias propone una exploración por la producción literaria de los hijos e hijas de las víctimas de la última dictadura argentina. Dos peculiaridades vuelven excepcional su aporte: la notable cantidad de obras en diversos formatos –fotografía, cine, narrativa, poesía, teatro, blogs–, y las inéditas experiencias consignadas, en especial las que remiten a la infancia bajo el terrorismo estatal. ¿En qué otras oportunidades la literatura argentina ha sido vehículo para explorar los avatares de los niños durante la dictadura, sus desafíos para vivir en la clandestinidad, los nacimientos en maternidades de centros de detención, los secuestros y apropiaciones por parte de miembros de los servicios, las búsquedas de sus padres o los procesos de recuperación de sus identidades sustraídas?
LanguageEspañol
Release dateApr 10, 2019
ISBN9789876995702
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    Infancias - Teresa Basile

    Filmografía

    Agradecimientos

    En primerísimo lugar, quiero agradecer a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, es decir, a la Universidad Pública Argentina (así, toda escrita con mayúsculas), por haberme brindado la posibilidad de estudiar durante tantos años (la vida entera). Los colegas del Departamento de Letras, del Centro de Teoría y Crítica Literaria y de las Cátedras de Literatura Latinoamericana fueron mis permanentes interlocutores en un clima de sinergia intelectual y mutua colaboración, que no suele abundar en otros espacios de trabajo. Con muchos de ellos he compartido el interés por la historia reciente y sus vínculos con la literatura, en especial con Miguel Dalmaroni y Raquel Macciuci (coequipers en el armado de algunos encuentros), con José Luis de Diego, Margarita Merbilhaá y Geraldine Rogers, cuyos textos han sido de permanente consulta. A Luciana Vázquez por su arte para desacomodarme. A la Maestría en Historia y Memoria, donde me permiten el lujo de dar seminarios sobre Literatura y Memoria; a mi constante invitada Samanta Salvatori y a los/as colegas Alejandra Oberti, Claudia Bacci, Guadalupe Godoy, Susana Kaufman y Emmanuel Kahan por los intercambios que hemos tenido en diversas oportunidades. A Florencia Basso por introducirme en los laberintos de los hijos en el exilio mexicano. A Sara Cánepa por la sorpresa de nuestro reencuentro y el descubrimiento de intereses compartidos.

    A Miriam Chiani, mi cómplice incansable en los trabajos sobre memoria, además de amiga entrañable, y a nuestro grupo Memo: Celeste Cabral, Laura Codaro, Bruno Crisorio, Rodrigo Montenegro, Ana Príncipi, Samanta Rodríguez, Silvina Sánchez, Paula Simón, Josefina Stancatti, Eugenia Straccali, Emiliano Tavernini. A los escritores HIJOS invitados a nuestra universidad, a Félix Bruzzone, Raquel Roles, Mariana Eva Pérez y Julián López, y al hijo de en nuestro equipo, Ramón Inama. A las colegas y amigas del GTI Katatay sobre Memoria y relatos, María Laura de Arriba, que viaja desde el Alto Perú, la rosarina Susana Rosano y Paula Aguilar desde Concepción del Uruguay, con cuyos grupos de investigación venimos celebrando encuentros en diferentes localidades, a los que se ha sumado el equipo de Rossana Nofal. Al resto de la Red Katatay que siempre nos sostiene: Enrique Foffani, Mónica Marinone, Roxana Patiño, Laura Pollastri y Graciela Salto.

    La participación en redes de investigación se fue convirtiendo en un espacio de cooperación académica y de nuevas (y ya perdurables) amistades, como las de Brigitte Adriaensen, Ana María Amar Sánchez, Lucero de Vivanco, Geneviève Fabry, Ilse Logie y Valeria Grinberg Pla de la Red Violencia y representación en América Latina (vyral - https://www.redvyral.com/). Sería imposible dar cuenta del fundamental estímulo que esta red me brindó, así como de las incontables reuniones, seminarios, mesas redondas, congresos y charlas de café a lo largo de más de una década, pero no puedo dejar de recordar algunos de sus aportes. Brigitte con la introducción del humor y la locura; Ana María en sus exploraciones sobre la derrota y los perdedores; Lucero en la compleja apertura hacia Perú; Geneviève y el titánico trabajo sobre la presencia de la Biblia en la literatura de América Latina; Ilse con sus lúcidas perspectivas sobre la literatura de HIJOS; y Valeria con el salto renovador hacia las Humanidades digitales. En muchas ocasiones contamos con la participación del imprescindible Fernando Reati. En Gante, Elsa Drucaroff nos introdujo en sus potentes percepciones sobre los prisioneros de la torre. Por su parte, el uruguayo Abril Trigo y la argentina Ana del Sarto nos abrieron generosamente el espacio de la revista Alter/nativas de la Ohio State University, que ya oficia como un punto de reunión y puesta en común de nuestros trabajos. Mi estancia en la Universidad de Estocolmo me permitió conocer la Red Memoria y narración a través de Juan Carlos Cruz Suárez, quien me contagió con su entusiasmo (y me comprometió en futuros proyectos). Con Cecilia González (y su inusual combinación entre serenidad e inteligencia, seriedad y disfrute) y en cooperación con la Universidad de Bordeaux Montaigne, iniciamos hace unos años un amplio y promisorio proyecto sobre Segundas Generaciones que puso en diálogo particulares vivencias a lo largo de Europa y América Latina. En la Universidad de Reims, Marta Waldegaray organizó un productivo espacio de propuestas y diálogo en torno a Fiction politique: littérature et temporalité historique. Con Marián Semilla Durán también estamos enredadas en discusiones sobre violencia y memoria.

    En Milán, con nuestras queridas e intensas colegas Emilia Perassi y Laura Scarabelli (y Sandra Lorenzano se suma desde México) vamos anudando intercambios transatlánticos entre las experiencias latinoamericanas y las italianas. Con Luz Souto, inagotable en su capacidad convocante desde la Universidad de Valencia, confrontamos con las perspectivas españolas en el Coloquio Transferencias de Memoria, Posmemoria, Memoria Contemporánea (2017), donde además tuve el gusto de conocer los trabajos de Pedro Ruiz y Joan Oleza. Victoria Torres, una platense empeñada en recuperar la memoria de Malvinas, nos sorprende y deslumbra con las reuniones que organiza en la universidad alemana de Colonia, y cada tanto nos visita con sus novedades. A Ewa Kobylecka-Piwonska por las invitaciones a la Universidad de Lodz y a la de Poznán, y en especial por las charlas sobre las complejísimas y trágicas tramas de la historia de Polonia. A Cara Levey por sus Frágiles memorias y nuestros diálogos en la Universidad de Cork. A Kirsten Kramer por las ideas desplegadas en los seminarios que dictamos en conjunto en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universität Bielefeld.

    Graciela Sapriza, Natalia Montealegre Alegría y Luciana Aznárez organizaron un estupendo Conversatorio sobre Segundas Generaciones en Uruguay y Argentina (2018), que me permitió tomar contacto con los fundamentales trabajos de ellas y de otros colegas uruguayos sobre HIJOS, como Mariana Achugar, Sonia Mosquera, Diego Sempol y Enrico Irrazabal. En Chile, son incontables los aportes imprescindibles sobre la narrativa de la segunda generación que he tenido oportunidad de escuchar y compartir, gracias a las generosas invitaciones al Coloquio Estéticas de la memoria en el Chile de posdictadura (2016), organizado por el equipo de Patricia Espinosa en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y al Coloquio Aproximación a las ‘narrativas de los hijos’ y memoria de Chile y Argentina (2017), convocado por Darcie Doll en la Universidad de Chile. Fue una oportunidad para interiorizarme en las líneas de investigación de Alicia Salomone, Andrea Jeftanovic, Milena Gallardo, entre otras.

    Va mi especial agradecimiento para los participantes del Simposio Las posmemorias de la segunda generación en América Latina, que organizamos para el xlii Congreso del iili (2018) en la Universidad Javeriana de Bogotá. Allí logramos confrontar propuestas de diversos países latinoamericanos, lo que supuso un notable enriquecimiento en el debate sobre las segundas generaciones, ya que se revisaron los casos de Argentina (Mariela Peller), Uruguay (las ya nombradas Natalia Montealegre Alegría y Luciana Aznárez), Chile (Sandra Navarrete Barría, Constanza Vergara, Lorena Amaro, Bernardita Llanos M.), Brasil (Carlos Augusto Carneiro Costa, Maria Amélia Dalvi, Samanta Rodríguez, Wilberth Salgueiro, Tânia Sarmento-Pantoja, Augusto Sarmento-Pantoja, Marcelo Paiva de Souza), Perú (Oswaldo Moisés Bolo Varela) y América Central (Magdalena Perkowska).

    En diversas ocasiones, encuentros, seminarios y congresos, se fueron gestando diálogos con colegas que me aportaron ideas; a ellos mi agradecimiento: a ​Maarten Geeroms y sus investigaciones sobre las implicancias del trauma en la literatura de HIJOS, a Silvana Mandolessi con su innovadora apertura a las memorias digitales, a Victoria Daona y sus múltiples trabajos sobre la literatura de HIJOS, a Lucas Saporosi y su focalización en la literatura de HIJOS desde el giro afectivo, a Belén Ciancio y sus debates sobre la posmemoria, a los uruguayos Hugo Achugar y Norah Dei Cas, y a la chilena Soledad Bianchi por sus trabajos pioneros sobre memoria. A los incontables alumnos que han asistido a clases y seminarios: por sus preguntas incómodas e incisivas, por ciertos datos que sólo ellos descubren en los intersticios de las redes sociales, y por correrme impiadosamente de mis certezas.

    Agradezco a Carlos Gazzera (con quien compartimos un encuentro allá por el año 2015 en Villa María con la organización de la flaca Mariana Barcellona) por la posibilidad de publicar en EDUVIM, una editorial universitaria increíble, que ha logrado conformar un catálogo de alta calidad con muy buenos diseños, con excelentes colecciones y distribución internacional. ¡Gracias Agustina Merro por la paciente edición del texto, y gracias Bruno Crisorio por tu atenta lectura!

    ¡Y, por sobre todo, gracias Gustavo, Germán y Flor!

    Algunos de los capítulos que integran este volumen fueron publicados, en versiones preliminares, en revistas de la especialidad: Basile, T., La orfandad suspendida: la narrativa de Félix Bruzzone, Celehis. Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas Nº 32, 2016, pág. 141-169 [en línea]; Basile, T., El cuerpo en la producción cultural de HIJOS e hijos, Saga. Revista de Letras, Nº 7, Primer semestre de 2017, Rosario [en línea]; Basile, T., Pequeños combatientes, de Raquel Robles. Proyecciones ficcionales: de la infancia clandestina a la militancia de H.I.J.O.S., HeLix 10 (2017), S. 154-168 [En línea]; Basile, T., "Infancia educada: el niño nuevo", Badebec. Revista del Centro de Estudios de teoría y crítica literaria, Volumen 7, Nº 13, septiembre 2017 [en línea]; Basile, T., "Infancias violentas. Los relatos de los otros HIJOS", en el dossier Transferts de mémoires, Passés Futurs - Revue Nº 3, 2018 [en línea]; Basile, T., Memorias perturbadoras. Las narrativas de los otros HIJOS, en De Vivanco, L. y Johansson, M. T. (eds.), Pasados contemporáneos. Acercamientos interdisciplinarios a los derechos humanos y las memorias en Perú y América Latina, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana Editorial Vervuert, 2019.

    I. Las narrativas de la memoria en H.I.J.O.S. e hijos/as

    Vuelvo a pensar en Dante, vuelvo a decirme que en su atroz infierno no hay ni un solo niño; pero el de los militares argentinos responsables de las desapariciones está lleno de pequeñas sombras, de siluetas cada vez más semejantes al humo y a las lágrimas...

    Julio Cortázar, Nueva York, 1983

    1. Los comienzos

    La producción literaria de HIJOS/AS1 en Argentina, que aquí proponemos explorar (en especial su narrativa) constituye una rara avis: estamos ante un corpus elaborado por un grupo que pertenece a una segunda generación, formado por quienes fueron los hijos de las víctimas de la última dictadura argentina (1976-1983). Dos peculiaridades vuelven excepcional el aporte de esta comunidad cultural: la notable y fecunda cantidad de obras en diversos formatos artísticos, y las inéditas experiencias que allí se examinan, en especial las que remiten a la infancia bajo el terrorismo estatal, percibidas en muchos casos a través de la configuración de una voz o una mirada infantil, como señala, entre otros, Mariela Peller (2009). Si Walter Benjamin (1988) señaló la declinación tanto de la experiencia como de la posibilidad de narrarla por parte de quienes venían de la Primera Guerra Mundial, la voz de esta segunda generación argentina muestra obstinadamente lo contrario. ¿En qué otras oportunidades la literatura argentina ha sido vehículo para explorar los avatares de los niños durante la dictadura, sus desafíos para vivir en la clandestinidad política, los nacimientos en maternidades de centros de detención, los secuestros y apropiaciones por parte de miembros de los servicios, las búsquedas de sus padres emprendidas en los inicios de su juventud o los procesos de recuperación de sus identidades sustraídas?

    Para abordar este corpus resulta imprescindible considerar dos modos de institucionalización de esta segunda generación. Por un lado, los procesos de creación de la agrupación de derechos humanos H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio); por el otro, la formación de un campo cultural.2 Si bien ambos gozan de lógicas propias, están íntimamente conectados: algunos miembros de la agrupación, además de militar, han proyectado sus inquietudes en el terreno del arte, mientras que otros han hecho lo propio por fuera de la institución. Incluso ciertos eventos dentro de H.I.J.O.S. combinan la protesta política con el arte, dando lugar a prácticas político-artísticas como las que pueden verse en los escraches. Más allá de la autonomía del campo cultural, el lugar protagónico de la agrupación –que logró instalarse rápidamente en la esfera pública y hacerse visible con una fuerte presencia– impactó en la esfera cultural. De uno u otro modo, los miembros de la segunda generación sienten la necesidad de definir su posición en relación con la institución H.I.J.O.S., ya sea para sentirse parte como para mostrar sus diferencias o desacuerdos –una peculiaridad que no se advierte en otros escenarios, como por ejemplo Chile o Uruguay–.

    Para rastrear la arquitectura de esta segunda generación argentina, estimamos productivo pensar en tres anillos: en el centro se encuentra H.I.J.O.S. porque efectivamente ocupó un lugar medular desde el cual irradió, como veremos, saberes, normas y prácticas; rodeándolos están aquellos hijos de padres desaparecidos, fusilados, caídos en enfrentamientos, presos, exiliados que no necesariamente se encuadran en la militancia del organismo de derechos humanos; y finalmente, quienes no han tenido padres víctimas de la dictadura pero que, sin embrago, sienten una pertenencia generacional desde la cual se manifiestan –son los coetáneos o los hijos afiliativos (Logie, 2016).3 ¿Cuáles son, entonces, las relaciones entre el organismo de derechos humanos y la comunidad cultural?

    La agrupación H.I.J.O.S. nació hacia mediados de la década de los noventa, a partir de reuniones y homenajes a los padres desaparecidos que se hicieron en algunas universidades en las que los hijos de las víctimas se conocieron, contactaron y fueron programando diversas alternativas de congregación y militancia. Una de las primeras decisiones consistió en definir la población que la integraría. El debate desplegó tres posibilidades: reconocer sólo a los hijos de desaparecidos y asesinados (dos orígenes), sumar a los hijos de exiliados y de presos políticos (cuatro orígenes), o considerar una población abierta y sin restricciones al ingreso. En muchos casos triunfó la primera opción bajo el argumento de que se trataba de una experiencia, la de hijos de padres desaparecidos, muy diferente a la de los hijos de padres presos o exiliados; en otros casos, se abrió a los cuatro orígenes. Ambas opciones suponen definir la identidad y pertenencia sobre la base de los lazos de sangre, siguiendo en este punto los modelos –acuñados ya durante la dictadura– de los organismos de derechos humanos las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas y los Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, entre otros (Cueto Rúa, 2008). En el campo cultural, en cambio, las producciones van más allá de este límite trazado por la genética, pues es posible integrar a los coetáneos desde un concepto no biologicista sino cultural de la identidad.

    Estamos frente a una producción distintiva, que se desmarca de las configuraciones tradicionales del campo literario, se corre de las figuras y los roles consabidos del escritor, escapa a los modos acostumbrados de escandir las periodizaciones, se ordena en determinadas series (serie literaria, fílmica, documental, fotográfica, teatral, etc.), prefiere ciertas apuestas estéticas (el testimonio y sus desvíos, las escrituras del yo y sus derivas, entre otras). Nos preguntamos, además, por la índole particular de la memoria de esta segunda generación, tensada entre la memoria de los padres y la memoria de los hijos, y que dará lugar a diversos posicionamientos y políticas: memoria doble, dual, crispada entre estos dos polos que buscan acomodarse entre sí.

    2. El gueto

    El concepto de campo literario no parece adecuarse a los regímenes que instaura la literatura de HIJOS, ya que sus escritores establecen continuos e intensos diálogos, intercambios, préstamos e influencias con obras de otras ramas del arte, desbordando continuamente los límites de la escritura literaria en su proceso creativo.4 En cambio, la idea más amplia de un campo cultural permite comprender la lógica que rige la producción artística (y literaria) de HIJOS: en su interior se destacan ciertas series –algunas con más peso que otras– como la fotografía, el cine, la narrativa, la poesía, el Teatro por la identidad, el testimonio, la performance, la plástica, las instalaciones, los discursos críticos, los blogs.5 Se trata de un quehacer que, en gran medida, se mira a sí mismo, y se recorta del amplio espacio de la cultura a partir de intereses, temas, tópicos, modos de elaboración, géneros discursivos y marcas que les son propios más allá de las diferencias específicas de cada serie. Resulta notable la insistencia con que los HIJOS se leen, miran y comparten sus producciones: así, por ejemplo, varios describen el impacto que provocó el film Los rubios (2003) de Albertina Carri. Por su parte, el cineasta y escritor Nicolás Prividera presenta en 2008 la novela Los topos de Félix Bruzzone a través de un artículo, Plan de evasión, que le sirve para analizar con perspicacia las diversas posiciones y perfiles de los HIJOS. Lucila Quieto ofrece a sus compañeros sacarles una foto con sus padres desaparecidos, y con el resultado arma luego Arqueología de la ausencia. 1999-2001, una muestra de impronta colectiva. Ciertos rituales, como las ceremonias de entierro que se hacen al recuperar los huesos de alguno de los progenitores, suelen también ser colectivos y ponen en escena lo que Ana Amado denomina la mística del sentido de pertenencia (2009: 156).

    Podemos hablar de una voluntad de comunidad, de un sentido de pertenencia que marcó a HIJOS desde los inicios de su institucionalización como agrupación de derechos humanos, y que se ajusta a partir de una historia compartida por ser hijo de padres desaparecidos, asesinados, encarcelados o exiliados, por reconocerse finalmente entre ellos y dejar de sentirse desubicados, por poder intercambiar sus historias y hallar contención entre ellos. Es la matriz filiatoria la que los reúne a través de un lazo sanguíneo y de una historia similar, convirtiéndose en un sólido dispositivo identitario. Las Madres y las Abuelas también insisten en conformar una gran familia en la que ellas buscan a todos los hijos/nietos y no sólo a los propios.

    En los testimonios recopilados por Juan Gelman y Mara La Madrid en Ni el flaco perdón de Dios: hijos de desaparecidos (1997), varios H.I.J.O.S. dejan constancia del primer y sorpresivo reconocimiento mutuo con sus pares en las primeras reuniones y en los campamentos que fueron organizando a mediados de los 90. Allí se sienten parte por primera vez de un mundo de historias compartidas, y entre ellos van a formar un espacio familiar: Hacía media hora que nos conocíamos y ya estábamos todos pegados, abrazados como si fuéramos hermanos y llorando todos juntos, dice Patricia (184-185). Tienen un lenguaje e historias afines: Hablamos con códigos y nos entendemos entre nosotros, sostiene Mariano (212). Dejan atrás su condición de extraños, que los condenaba al silencio, al retraimiento y a la soledad, para formar un nosotros: Me cambió la vida el solo hecho de estar con otros hijos y saber que no soy la única, comenta Paula (303).6 Continuamente marcan la peculiaridad de H.I.J.O.S. como un lugar de reunión y contención, menos institucionalizado que el resto de los organismos de derechos humanos: A mí me da la impresión de que el resto de los organismos de derechos humanos se institucionalizó [...] Nosotros somos más un agrupamiento, un estar juntos, no somos una institución. H.I.J.O.S. es una red. No tenemos presidente, secretario, tesorero ni local, nada, continúa Mariano (213). Se trata de un espacio regido por los afectos, el amor y el cuidado: A los chicos les agarró de verse todo el tiempo y todos los días. Llamarse, cuidarse, ocuparse cada uno de la vida del resto como si fuera propia y de quererse frenéticamente [...] recibir al que recién llega como si fuera un hermano [...] Nos enamoramos entre nosotros, agrega (214).

    Mariana Eva Pérez, en su Diario de una princesa montonera -110% Verdad- (2012), percibe con ironía y ácida burla el carácter endogámico de esta comunidad a partir de la idea de formar parte de HIJIS, de ser una militonta, de estar siempre con el temita, de pertenecer o no al vip del guetto porteño –más allá de las críticas que formula y de los conflictos por los que ella ha pasado–. Esta condición da cuenta tanto de los procesos identificatorios al interior de HIJOS como de la ajenidad que sienten –y han sentido desde niños– frente a sus compañeros de escuela, a los amigos del barrio, a sus pares. La niña protagonista de Pequeños combatientes, la novela de  Raquel Robles, expresa este sentimiento de dislocación respecto a sus compañeros que, sin embargo, la convierte en un ser especial: Podríamos parecer niños cualquiera, o incluso niños perturbados, pero nosotros éramos pequeños combatientes (2013: 16).

    ¿Cómo se traduce este sentido de comunidad en el interior del campo cultural o de la esfera literaria? Sin desconocer las diferencias que los separan e incluso enfrentan, los HIJOS comparten una historia similar durante la infancia y adolescencia, enfrentan búsquedas y desafíos afines, integran un universo simbólico particular con sus propias metáforas y tópicos en gran medida exclusivos. ¿Cuáles son, entonces, las claves compartidas y los intereses comunes? ¿Qué problemas acarrea esta fuerte pertenencia generacional? ¿Cuáles son los alcances y límites de la etiqueta literatura de hijos?

    3. Relaciones peligrosas: entre el escritor y el HIJO

    La figura del escritor se halla tensada conflictivamente entre la posición identitaria de ser hijo de y el rol del escritor. ¿Qué se encuentra primero, la condición de escritor o la del hijo? ¿Se escribe porque se es HIJO, y entonces el estatuto del escritor resulta secundario, putativo, sospechado de oportunismo, una ocasión para ingresar al mercado literario por la puerta trasera? ¿Hay que salvar al escritor del HIJO? Por otro lado, la producción literaria y cultural de HIJOS resulta altamente valorada por cierto público, tiene su propia legitimidad, ya que parece ofrecer garantías éticas y hasta se rodea de un aura peculiar. En una conferencia dictada en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, bajo el título de Literaturas de la memoria. Herederos y entenados (14 de septiembre de 2016), Raquel Robles se quejaba lúcidamente del mercado que etiquetaba apresuradamente su narrativa bajo la fórmula de literatura de HIJOS, y reclamaba ser leída simplemente como escritora. Es evidente que se trata de un vínculo problemático y equívoco, surcado por suspicacias y sospechas. Por momentos los HIJOS escritores ensayan otras narrativas que les permitan escapar al rótulo y concretar el deseo de ser escritor, sin más adjetivaciones. Lo cierto es que esta literatura viene a reponer la biografía del escritor como principio que reorganiza el campo cultural, una biografía protagonizada por el adn, por la biología, por el parentesco y la filiación. ¿En qué medida ser hijo autoriza la escritura literaria? El desenfado irreverente de algunas voces de los hijos de, que sobrepasan impunemente las vallas de lo políticamente tolerable, parece ser una de sus prerrogativas: ¿acaso el lector toleraría la burla sobre los desaparecidos en boca de cualquier otro escritor? ¿Alguien que no fuera Albertina Carri, Félix Bruzzone o Mariana Eva Pérez tendría la suficiente autoridad para hablar con una mordaz e irrespetuosa ironía de temas tan susceptibles? Ello se hace visible en lo que puede considerarse como el tabú de la literatura de hijos, una barrera a superar para todo escritor de la misma generación que aborde algunos de los temas y experiencias de los hijos. Este tabú funciona, por ejemplo, en la necesidad de justificarse de Julián López (un coetáneo) cuando escribe Una muchacha muy bella, como si no tuviera la suficiente autoridad para abordar ciertas temáticas. En una entrevista, se siente obligado a defender la apropiación que hace de ese lugar de HIJO a partir del derecho que le otorga haber pertenecido a esa generación (Páez, 2013). Todos éramos hijos es el título que elige María Rosa Lojo para señalar la impronta generacional en una de sus novelas.

    Desde otro lugar, este vínculo entre el carácter de víctima y el rol de escritor resulta central en ciertas escrituras de la Shoah, tal como se advierte en Si esto es un hombre (1947) de Primo Levi y en La escritura o la vida (1994) de Jorge Semprún, dos textos seminales que nos muestran el largo alcance de esta cuestión. En ambos hay una escena de iniciación literaria que se forja en la necesidad de testimoniar el horror vivido y dar a conocer lo acontecido en el Lager (campo de concentración) para contrarrestar la destrucción de las pruebas y las políticas negacionistas, ya que la víctima es detentora de secreto (Geheimnisträger), según afirma el escritor italiano. Cuando Levi, ya dentro del campo, ingresa a trabajar en el laboratorio químico del Doktor Pannwitz –un momento de tregua en la feroz lucha por sobrevivir– recupera la posibilidad de reflexionar y siente la desazón de sentirme hombre que lo lleva a intentar escribir: Entonces cojo el lápiz y el cuaderno y escribo aquello que no sabría decirle a nadie (153). Como se advierte en el Apéndice escrito en 1976, esta escena de iniciación en la escritura es un acto simbólico, una proyección hacia el futuro de su trabajo como escritor que decide y asume en el campo: tan fuertemente sentíamos la necesidad de relatar, que había comenzado a redactar el libro allí, en el laboratorio alemán [...] aun sabiendo que de ninguna manera habría podido conservar esos apuntes garabateados (191). Si, como en el caso de Primo Levi, es el campo de concentración el que hace nacer al escritor, esta escena es también central en La escritura o la vida. El vínculo de Semprún con Claude-Edmonde Magny a partir del texto que ella escribe, Lettre sur le pouvoir d´écrire (Carta sobre el poder de la escritura), va a dar cuenta de esta transformación en la trayectoria literaria del escritor español. Claude le señala que sus tempranas parodias de Mallarmé carecían de gravitación, les faltaba haber sido escritas por usted mismo (159), mientras que luego de su estancia en el campo de Buchenwald ella le reconoce que sus textos corren peligro de tener demasiada gravedad (178). Si Semprún ya era escritor antes de su estadía en el campo, es a partir del Lager que renace como escritor, dotando a su obra de gravidez.

    De este modo, la misión del testigo y la tarea del escritor asumidas por Primo Levi y Jorge Semprún, aun con sus diferencias, resultan comparables: es la experiencia del Lager la que constituye al escritor, lo crea, lo hace nacer, lo da a luz. En HIJOS también suele emerger el inevitable impulso de narrar aquellas experiencias en torno al horror que los configuran como sujetos y los convierten en escritores. En el libro ya citado, Mariana Eva Pérez coloca una escena de iniciación literaria en la que la escritora se deja ganar por las demandas de la hiji: "El temita éste de los desaparecidos et tout ça viajó de polizón en las crónicas europeas, me boicoteó el plan de escribir sobre la escritura y hasta logró colarse entre los dichos de mi abuelo, al que no le gustaba hablar de esto. Me cansé de luchar: hay cosas que quieren ser contadas, como mis escalofriantes entrevistas con el penitenciario Fragote o el almuerzo con Mirtha Legrand. El deber testimonial me llama. Primo Levi, ¡allá vamos!" (12).

    4. Las tres matrices

    En la literatura de HIJOS pueden advertirse tres matrices significativas que, sin agotar las múltiples y diversas derivas, nos pueden orientar en su universo de intereses, en los conflictos que abordan y en los tópicos y símbolos que eligen: la narrativa humanitaria, el relato político-revolucionario y la narrativa familiar.7

    En tanto organismo de derechos humanos, H.I.J.O.S. se forma, como adelantamos, siguiendo el modelo de aquellos movimientos que, nacidos durante la dictadura, se nuclean en torno a los vínculos de sangre: Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, Madres de Plaza de Mayo, Abuelas de Plaza de Mayo, etc. Por otro lado, se encuentran aquellos organismos que se reúnen en torno a los valores universales de los derechos humanos, como la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (apdh), el Servicio de Paz y Justicia (serpaj), el Centro de Estudios Legales y Sociales (cels), etc. En ambos casos, sin embargo, se esgrime una narrativa humanitaria, articulada sobre la violación de los derechos humanos por parte de los militares y que sirve de base a un reclamo de tipo ético y jurídico, pero no político. De este modo se evitaba apelar a las fuerzas enfrentadas en la década de los 70 y a la retórica revolucionaria, distanciándose tanto de los argumentos del Estado terrorista como de la izquierda armada. En esta narrativa se sustituyeron las categorías de pueblo/oligarquía o de proletariado/burguesía por la de víctimas/victimarios, consolidando una estrategia que fue empleada en los Juicios a las Juntas Militares. Todo ello implicó un notable giro cultural en los inicios de la democracia, ya que se quebraban las tradiciones políticas previas al sustituirlas por los nuevos valores de memoria, verdad y justicia, y al mismo tiempo se ejercía una despolitización de lo ocurrido en los 70, visible en la figura de la víctima inocente. Fueron los militares quienes intentaron politizar a las víctimas, hablar de la militancia guerrillera y apelar a la guerra para justificar el empleo del terrorismo de Estado. En las obras de HIJOS, la narrativa humanitaria se hace evidente en la búsqueda de los padres a través del protocolo usual de los organismos de derechos humanos, en la apelación al Estado para que haga justicia y en el ejercicio de la militancia que ellos emprenden siguiendo este modelo de los organismos –y en especial en la toma de distancia, reformulación e incluso burla hacia aspectos de esta narrativa–.

    En segundo lugar, H.I.J.O.S. va a reivindicar la lucha revolucionaria emprendida por los padres en la década de los setenta.8 Frente a las calificaciones de subversivos, extremistas y terroristas que los militares supieron atribuir a sus padres, y de víctimas inocentes dadas por los organismos de derechos humanos, los hijos van a recuperarlos como militantes. En este sentido, se consideraron diversos modos de recuperar el legado paterno o materno, desde los hijos que defendieron la lucha armada y la revolución (los más radicales) hasta los que eligieron los ideales de esa juventud maravillosa cuya voluntad era cambiar el mundo (los moderados). Finalmente, en sus primeras reuniones acordaron una fórmula que proponía reivindicar el espíritu de lucha de sus padres para no contradecir el carácter de organismo de derechos humanos.9 Esta perspectiva indudablemente colisiona con la narrativa humanitaria, ya que, entre otras cuestiones, la izquierda revolucionaria procuraba derrocar la democracia –a la que consideraba una máscara

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