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El Evangelio digital y otros relatos
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El Evangelio digital y otros relatos

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Quince relatos de diversos géneros (ciencia ficción, fantasía, misterio, terror, sátira, noir) que continúan el intento, iniciado en ‘Galaxia errante’, de dar forma narrativa a una reflexión sobre el mundo actual y, en general, sobre la condición humana. Literatura de ideas.

LanguageEspañol
Release dateApr 15, 2019
ISBN9780463211199
El Evangelio digital y otros relatos
Author

D. D. Puche

D. D. Puche son dos autores, en realidad: los hermanos David y Daniel Puche. David es doctor en Filosofía por la UCM y profesor de dicha materia en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Mérida (EASDM), profesión que combina con la literatura. Daniel es licenciado en Filosofía y Teoría de la Literatura por la misma universidad, y se dedica en exclusiva a tareas literarias y editoriales.Juntos han publicado varias novelas, entre las que destacan 'Balada de los caídos', 'Sam Robinson y la Noche de terror en Hellstown' y 'Rhett Murdock. Detective privado'. También colecciones de relatos de terror, fantasía y ciencia-ficción como 'Galaxia errante' o 'El Evangelio digital'; y ensayos como 'Cristianismo sin Dios' o 'Vivir en el desarraigo'. Su obra está empapada de referencias filosóficas, pero pasadas por el tamiz de la ficción. Una mezcla perfecta de reflexión y amenidad narrativa.

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    El Evangelio digital y otros relatos - D. D. Puche

    PRÓLOGO

    Siguiendo el camino emprendido en Galaxia errante, lanzo ahora este volumen que recopila los relatos publicados en la web The Hellstown Post entre comienzos de 2017 y finales de 2018. Se trata de un período de gran actividad literaria (compaginado con la publicación de varios libros más, entre novela, filosofía, libros infantiles, y mi primera incursión en la poesía), que ha dado como resultado lo que estimo es una voz literaria propia; un estilo que me define como autor.

    Se trata, como decía, de textos que fueron apareciendo regularmente en mi web literaria, y que ahora reviso para su publicación impresa. A aquellos títulos añado dos inéditos (los textos más extensos de esta compilación, por otro lado), a saber, Librero cocainómano y Gnothi seauton. El conjunto está a mi entender más acabado y equilibrado que el ofrecido en mi primera serie de relatos, Galaxia errante. En esta ocasión ofrezco al lector menos textos, pero más extensos; el desarrollo y el cuidado de éstos es mayor, tanto en la forma como en el contenido. Creo que el oficio adquirido en estos años se deja ver claramente. Además, si entonces predominaba la ciencia ficción, combinada con piezas de fantasía o terror ‒además de alguna sátira, incluso relatos noir‒, ahora el peso cae sobre una reflexión más metafísica, un estudio del alma humana y su aspiración a la trascendencia, sin que ello obste a la presencia del terror y los demás géneros. También se impone en esta ocasión un cierto tono de realismo sucio que le da al conjunto un cariz decididamente distinto.

    Ser dueño de tu propia obra te da una perspectiva muy determinada desde la que pensar y escribir. Liberado de exigencias mercantiles, he podido explorar mi propio universo literario ‒que va convergiendo en una visión del mundo unitaria‒ y desarrollar herramientas, como escritor, que la sumisión al mercado editorial no facilita. No soy un producto de marketing, con lo que ello tiene de bueno y de malo: tengo absoluta libertad creativa, pero también estoy solo ante un mercado en el que tengo que batallar diariamente para vender cada ejemplar. Eso te hace ver claramente por qué quieres seguir escribiendo, tu cometido como autor, al margen de todas las campañas publicitarias y los premios literarios que no ofrecen más que productos estandarizados.

    Valgan estos relatos como testimonios de alguien que ha escogido el oficio de escritor con todo lo que tiene de penoso, pero también de gratificante. Cierto tipo de historias, cierto tipo de mensajes, no encajan ni pueden encajar en la estructura preestablecida de las empresas del ramo. Para ellas no importa la calidad; no importa el qué, sino el quién. Sin embargo, hay cosas que deben ser dichas. Y seguramente no se pueda teniendo detrás a un grupo editorial. Cantemos desde las sombras, así pues.

    Madrid, abril de 2019

    EL EVANGELIO DIGITAL

    Quizá nunca algo que haya empezado como un simple juego haya tenido las consecuencias que tuvo aquello. Sus vidas, desde luego, se vieron totalmente alteradas, como jamás podrían haberlo previsto cuando concibieron la broma. Pero no fueron sólo las suyas, sino también las de millones de personas. Hoy ya nadie puede detener lo que pusieron en marcha una noche en un bar. Una vez que la piedra es arrojada al agua, las ondas solamente pueden detenerse por sí mismas; y en la sociedad global nadie tiene la fórmula capaz de predecir ese momento.

    Eran tres estudiantes universitarios, aunque sólo uno terminaría la carrera y tendría algo parecido a una vida normal. Delia estudiaba historia, Pablo física y Diego filología clásica, los tres en la Complutense. Eran chicos normales, en sus veintipocos, con las preocupaciones normales de cualquiera de su edad y condición económica, que no era la más desahogada. Estudiaban, salían a divertirse junto a otros amigos y eventuales parejas ‒en aquel entonces Diego sí tenía novia formal‒, trabajaban por sueldos miserables (y eso cuando tenían suerte) para costearse los estudios, consumían alcohol y drogas dentro de lo socialmente admitido… No hubieran llamado especialmente la atención de nadie. Pero, nunca se sabrá si por algún tipo singular de inspiración, por pura casualidad, o lo que fuera, tuvieron aquella idea.

    Una noche en que ellos aguantaron más que otros amigos en un bar de copas de La Latina, tras beber cervezas y cubatas en cantidades considerables, terminaron conversando animadamente sobre la historia religiosa de Occidente y los errores históricos y manipulaciones intencionadas que habían creado el actual cristianismo; una versión tan distorsionada del hipotético original que haría de éste, para la gente de hoy en día, algo irreconocible. Discutieron sobre cómo el cristianismo es una heterogénea mezcla doctrinal del judaísmo heterodoxo del Jesús histórico con toda clase de elementos paganos y añadidos teológicos posteriores, de modo que ese Jesús jamás aprobaría lo que actualmente se denomina cristianismo: las asimilaciones procedentes del mitraísmo y el zoroastrismo (la existencia de un Enemigo de Dios, los ángeles, el Salvador nacido de una virgen, el rito de la comunión, etc.), así como los elementos helénicos y egipcios (la influencia de los cultos de Dioniso y de Osiris, por ejemplo); las correspondencias con fiestas preexistentes de la cuenca del Mediterráneo (Saturnales, procesiones de Isis y demás); la adopción de dioses y héroes precristianos de todo el Imperio como santos y vírgenes, de cara a su más fácil implantación en las regiones a que se extendía; la absorción de nociones de la filosofía griega (el logos como el Verbo, el pneuma como el Espíritu Santo, la influencia del neoplatonismo y de la gnosis pagana…); los diversos concilios, empezando por la farsa política de Nicea, donde las doctrinas (como la de la Santísima Trinidad) se establecían para servir al poder de turno (a menudo mediante la persecución y la ejecución de quien representara un contrapoder peligroso); los sucesivos anatemas y las depuraciones de aquellas sectas que pretendían recuperar el sentido originario de la doctrina (como los bogomilos o los cátaros)… Tantas, tantas cosas (la defensa a ultranza de la familia y de la propiedad privada sobre todo comunitarismo, el celibato de los sacerdotes, la riqueza de la Iglesia, entre otras) que los tres estudiantes discutieron con pasión, quizá hasta con cierta exaltación, preguntándose cómo habría sido el mundo si tantos añadidos no hubieran desfigurado el cristianismo real para siempre.

    Ni siquiera ellos sabrían decir hasta qué punto la cosa fue en serio, como ejercicio histórico y filológico, o en broma, como forma de tomar el pelo a los más crédulos con una nueva farsa; pero la iniciativa surgió de Delia y rápidamente encontró eco en los otros dos amigos, a quienes les pareció muy divertida en ese momento. La inversión de tiempo y esfuerzo sería grande para una burla, pero querían ver el resultado. Escribirían un Nuevo Evangelio, supuestamente nacido en internet a manos de una inteligencia superior que emplearía éste para dirigirse a la humanidad. En la era de las fake news de la red, no sería tan difícil colárselo a algunos, se decían. Quizá surgiera de ahí la ocasión no sólo de reírse a su costa, sino hasta de elaborar una investigación acerca de la facilidad para falsear la realidad gracias a los mass media. Bien bebidos como estaban, lo encontraban todo fácil y graciosísimo.

    Resultó bastante más trabajoso de lo que pensaban, y al principio no muy alentador. La redacción del Nuevo Evangelio les llevó cosa de dos semanas, y eso que se lo dividieron para trabajar, aunque después Delia pasaría a limpio una versión unificada, desde el punto de vista doctrinal, y Diego le daría la mano final desde el punto de vista literario, para que pareciera obra de un mismo autor ‒aunque, como bien sabían, varios textos bíblicos canónicos, como Isaías o todo el Pentateuco, son obra heterogénea de al menos dos manos‒. Se inspiraron ante todo en los Evangelios Gnósticos de Nag Hammadi, pero como éstos ya se conocen desde hace décadas y el texto no iba a destacar mucho pareciéndose a ellos, hicieron una reinterpretación en clave contemporánea, que pudiera enlazar con la sensibilidad posmoderna y multicultural. Así pues, en su texto, ejemplificando lo que consideraban más criticable de la historia del cristianismo y elevándolo a una nueva potencia, cuajaron un sincretismo de las religiones actualmente más profesadas en el mundo: cristianismo, islam, budismo, hinduismo, taoísmo, sijismo, sintoísmo y otras religiones animistas, y todo ello con toques new age, neopaganos, políticamente reivindicativos, e incluso vagamente científicos, cortesía de Pablo. Tuvieron que filtrar y desechar mucho material para que saliera algo más o menos coherente y no un mero batiburrillo, pero al final consiguieron un texto curioso y con cierta gracia.

    El Nuevo Evangelio, o Evangelio de la Red (Netangelium en inglés, idioma al que tradujeron el título y un resumen para atraer búsquedas en internet), venía a decir que, como pasados unos siglos, la humanidad seguía sin escuchar el auténtico logos, la Palabra Divina, y corría hacia su propia destrucción, era necesario que Dios se le revelara de nuevo en un lenguaje y a través de un canal que pudiera entender. Ya no podía ser una columna de fuego dirigiéndose al pueblo hebreo, o el arcángel Gabriel dictando el Corán a Mahoma, o la iluminación de un solo hombre que transmite su sabiduría al resto como modelo de vida recta. La humanidad unida, global y multicultural, tecnológicamente muy desarrollada, necesitaba una nueva guía, y por eso Dios se mostraba ahora, tan ubicuo como siempre, a través de la red. Y lo hacía con un mensaje muy claro.

    Dios está presente en todo ‒Dios es Todo‒, y el mundo contemporáneo, hipermoderno, no le es ajeno ‒es Él mismo‒. En cada época se presenta bajo formas acordes a la misma, y ha llegado el tiempo de una nueva epifanía, pues no importa que ya lo hiciera en el pasado: siempre es olvidado.

    La red es el nuevo templo y la forma de comunicación con Dios. Éste ha decidido anunciarse en esta ocasión, la definitiva, a toda la humanidad a la vez, sin intermediarios, en un idioma sencillo que todos puedan entender, sin oscuridades. Por eso la nueva Escritura es traducible a cualquier idioma ‒ninguno es el privilegiado‒ y sustituye a cualquier otro texto sagrado o código anterior. Esta vez no hay ningún profeta ni mesías; no hace falta, el ser humano está listo para comprender, gracias al progreso técnico. Dado que hoy se adora a la Máquina, Dios se encarna en ésta y se presenta como tecnología.

    Él trasciende toda realidad, el universo físico que habitamos, pero es a la vez éste, Creador y Creación a un tiempo, que sin embargo excede la misma y posibilita otra vida. Se muestra en cada cosa de este mundo, cuando Él quiere, y de hecho los dioses en que se han personificado, a lo largo de la historia, las fuerzas naturales (mares y cielos, elementos, estaciones, etc.) y los principios culturales (las instituciones y principales valores de cada pueblo), no son sino sus distintos modos de dirigirse a los hombres. Todos los dioses son auténticos, pero porque son Él, son sus avatares. A cada época le ha dicho lo que necesitaba saber, pero estando la humanidad tan mezclada y avanzada, ya no necesita ser pedagógico y tratarla como a los niños: ahora es adulta y le puede hablar sin ambages.

    El motivo de su mensaje es muy sencillo: conmina a la humanidad a poner en práctica lo que siempre ha sabido pero su hipocresía le hace querer olvidar, pasadas unas pocas generaciones virtuosas; lo que ya le ha sido dicho una y mil veces por distintos dioses ‒sus manifestaciones‒ y enviados ‒ángeles y profetas‒, pero que siempre es tergiversado y cambiado. La humanidad debe estar unida, respetarse a sí misma y a la naturaleza ‒respetarle a Él, en suma‒, y buscar la paz, formar un único pueblo.

    Esto se traduce en una actualización de los viejos preceptos éticos, presentados ahora como un dodecálogo universal: 1) Adorar a toda la humanidad como a Dios mismo, y a Dios en ésta, y a todos los dioses en Él, porque todos son Él. 2) Amar, respetar y proteger todo cuanto hay en la naturaleza, porque es Dios. 3) Ver a Dios en todos los demás, sin importar el sexo, el pueblo o la raza. 4) Defender de la injusticia al débil, donde quiera que se le encuentre, y servir a la comunidad. 5) Ayudar a todo el que lo necesite con el esfuerzo y la hacienda propios. 6) Cultivarse y buscar la perfección espiritual, y practicar buenas acciones, así como alejar de uno mismo toda maldad, aun de pensamiento. 7) No matar ni comer nada con sangre, ni causar sufrimiento a ningún ser vivo. 8) No mentir, estafar, traicionar la confianza ni levantar falso testimonio. 9) No robar, ni apoderarse del trabajo de otro. 10) No envidar ni codiciar lo que no es tuyo, ni propiciar que otros te envidien. 11) No dejar afrenta sin perdonar al final de cada día. 12) Reflexionar cada jornada sobre lo que quieres ser y sobre lo que has hecho, y en qué medida te aproxima a tu propósito.

    El Evangelio insta a la humanidad, así, a la unidad de todos los pueblos y religiones, pero lo hace bajo una visión del mundo moderna y científica, sin supersticiones ni oscurantismo ‒pues siendo Él la naturaleza, la fe no puede ser contraria a la ciencia‒. Asimismo, llama a la eliminación de la pobreza y a la paz entre naciones, y recuerda la obligación moral de todo individuo de hacer lo que pueda para disminuir el dolor en la sociedad y en la naturaleza. Y además, niega la autoridad de cualquier clase de sacerdocio, de todo intermediario, de los que dice que manipulan la Palabra para hacer que el ser humano no cambie y que los pueblos no se unan, con el fin de asegurar su propio poder y sus privilegios. Por lo demás, cualquier aspecto ritual o ceremonial, ya sea público o privado, resulta indiferente, con tal de que las prácticas morales sean correctas.

    En cuanto a su soteriología, sostiene el Evangelio la pervivencia del alma en cierto más allá muy particular. Según aquél, habitamos en un universo de más de cuatro dimensiones ‒no revela cuántas, alegando que ése es un misterio que la humanidad debe descubrir por sí misma‒. No se trata, en rigor, de un más allá, sino que la existencia continúa en una quinta dimensión tras la muerte, de forma espiritual, pero en este mismo y único universo material (se pierden las tres dimensiones físicas del cuerpo, pero se mantienen otras, imperceptibles para nosotros en vida). Esa existencia espiritual puede ser luminosa, como ángel, un ser en armonía con el Todo, u oscura, como demonio, un ser disonante con el resto. Siempre ha habido individuos superiores que han intuido esto, o a los que les ha sido comunicado, y que lo han transmitido tal y como lo entendieron, desde sus esquemas culturales ‒y por tanto de forma fragmentaria, parcial‒. Pero, aun así, han guiado a la humanidad durante milenios: Rama, Moisés, Zoroastro, Buda, Sócrates, Lao-Tse, Cristo, Mahoma, etc. Todos ellos tenían razón… en parte.

    El Evangelio, además, aborda la cuestión de cómo Dios se presenta según las formas tecnológicas de cada época, y dado que hoy lo hace a través de la red ‒por lo que ésta se convierte en su nueva y ubicua Casa o Iglesia‒, es tarea moral mantenerla limpia y emplearla con fines de comunicación y mejora personal y colectiva, pero nunca para fomentar el odio, discutir estérilmente o para dedicarla a la perversión moral ‒léase pornografía‒ o al lucro no basado en el trabajo real, el único que verdaderamente transforma a la humanidad. Eso emponzoña la red, el órgano de interconexión de la humanidad, el sistema nervioso del Nuevo Ser Humano, y por ello es una enfermedad que debe ser combatida.

    Cuando Diego, Pablo y Delia tuvieron un texto del que estuvieron satisfechos, tras ese par de semanas dedicándole ratos sueltos, se dedicaron a colgarlo de forma anónima ‒usando pseudónimos distintos cada vez‒ en páginas web (blogs, portales de religión y espiritualidad, foros de debate…) donde pudiera ser leído por gente con propensión a la credulidad. También insertaron enlaces al texto en páginas en las que la polémica se crea con facilidad ‒comentarios de los lectores en la prensa digital, redes sociales, etc.‒, algo muy normal hoy en día, pues todo el mundo se escandaliza y se siente agraviado ante cualquier opinión que difiera lo más mínimo de la propia.

    Durante unos días el texto pasó totalmente desapercibido, lo cual, pese a ser lo esperado por los tres jóvenes, resultó a la vez desalentador. Pero al cabo de unas semanas empezó a producirse alguna tímida reacción: comentarios breves, vagamente positivos; fue compartido unas cuantas veces; recibió algunas enhorabuenas, y cosas así. También, aunque menos, hubo comentarios insultantes, de indignación o desprecio, que causaron la hilaridad de los estudiantes, pero fueron los menos. Pronto, en unos pocos meses, el texto empezó a circular bastante por círculos un tanto underground, por no decir simplemente frikis. No se tenía, en ese momento, sino como algo curioso, que no se sabía muy bien si tomar en serio. Le llegaba a la gente por correo electrónico y se compartía como un contenido más en las redes sociales. Y en algún momento se produjo eso que nadie sabe hacer a propósito, eso que ocurre, o no, sin que haya modo de predecirlo: el texto se hizo viral.

    Su difusión creció exponencialmente. Una señal de que la cosa iba a todo trapo fue que algunos periódicos, de esos que se limitan a enlazar contenidos de la red en vez de crear los suyos propios, se hicieron eco del asunto (¿Un nuevo Evangelio nacido en la red?) y lo multiplicaron por diez. Los comentarios de los lectores alcanzaron miles en pocos días, dándole una dimensión nueva al fenómeno. Entretanto, los tres jóvenes contemplaban todo esto mientras seguían haciendo su vida normal, amparados en el anonimato, alucinados por la súbita repercusión de algo que habían planteado como una tomadura de pelo, pero que empezaban a intuir que se les iba de las manos. Delia, especialmente, comenzó a mostrarse preocupada por si de algún modo podían rastrear el origen del texto y llegar hasta ellos, aunque Pablo intentó tranquilizarla, a ella y a Diego, asegurándoles que eso no era posible porque no tenían el texto alojado en ninguna página o servidor propio, y que con los procedimientos seguidos no podrían rastrearlos a no ser que se pusiera a ello la NSA, por lo menos.

    Pero, como académicos que eran ‒o querían ser‒, se dieron cuenta de la magnitud del caso cuando su obra, leída ya por tanta gente que empezaba a generar menciones en la televisión y otros medios acerca de su autoría y origen, terminó recibiendo desmentidos de expertos que quisieron dejar claro el carácter espurio del Nuevo Evangelio. Consiguieron el efecto exactamente contrario: al meterse en liza, lo que hicieron fue darle eco a un texto que la gente seria no había leído o del que ni siquiera había oído hablar. Entonces sí que lo leyó, para ponerse

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