[Tomado de la Historia de la Música, Editorial Turner, Madrid, 1986, volumen 10]
Yo me dirijo a los jóvenes. Sólo ellos deberán escucharme y podrán comprenderme.
Hay quien nace viejo, espectro baboso del pasado, criptograma hinchado de veneno: a ellos ni palabras, ni ideas, sino una única imposición: fin. Yo me dirijo a los jóvenes sedientos necesariamente de cosas nuevas, presentes y vivas. Que me sigan ellos, confiados y ardientes, por los caminos del futuro… Insidia para los jóvenes, vegetan los liceos, los conservatorios y academias musicales. En estos viveros de la impotencia, maestros y profesores, ilustres mediocridades, perpetúan el tradicionalismo y combaten todo esfuerzo por ensanchar el campo musical. Ello causa: represión prudente y contención de toda tendencia libre y audaz; mortificación constante de la inteligencia impetuosa; apoyo incondicional a la mediocridad que sabe copiar o incensar; prostitución de las grandes glorias musicales del pasado, como armas insidiosas de ofensa contra el genio naciente; limitación del estudio a un vano acrobatismo que se debate en la perpetua agonía de una cultura atrasada y ya muerta. Los jóvenes ingenios musicales que dormitan en los conservatorios tienen fija la mirada en el fascinante espejismo de la ópera bajo la tutela de los grandes editores. la mayor parte la lleva a término de mala forma, por falta de bases ideales y técnicas: muy pocos llegan a verla representada, y de ellos, los más desembolsan dinero para conseguir éxitos pagados y efímeros o tolerancia amable. La sinfonía pura, último refugio, acoge a los compositores de ópera fracasados los cuales, en su disculpa, predican la muerte del melodrama como forma absurda y antimusical. Por otra parte, ellos confirman la tradicional acusación de que los italianos no han nacido para la sinfonía, demostrándose ineptos incluso en este noble y vital género de composición. La causa de su doble fracaso es una y no debe buscarse en las inocentes y nunca suficientemente calumniadas formas melodramáticas y sinfóncas, sino en su impotencia. Ellos se valen para ir ascendiendo del solemne engaño llamado música bien hecha, falsificación de la otra, auténtica y grande, copia sin valor vendida a un público que se deja engañar por propia voluntad. Pero los escasos afortunados que a través de todas las renuncias logran obtener protección de los grandes editores, a los que quedan vinculados con contratos-dogal ilusorios y humillantes, representan la clase de los siervos, de los cobardes, de los voluntariamente vendidos. Los grandes editores-comerciantes imperan; asignan límites comerciales a las formas melodramáticas, proclamando, como modelos que no deban superarse y son insuperables, las óperas bajas, raquíticas y vulgares de Giacomo Puccini y Humberto Giordano. Los editores pagan a poetas para que pierdan el tiempo y la inteligencia fabricando y disponiendo (según las recetas de este grotesco pastelero llamado Lage Illica) la fétida tarta a la que se da el nombre de libreto de ópera. Los editores descartan cualquier ópera que por casualidad sobrepase la mediocridad; con su monopolio difunden y explotan su mercancía y defienden su campo de acción de los temidos intentos de rebelión. Los editores asumen la tutela y el privilegio de los gustos del público y con la complicidad de la crítica evocan, como ejemplo o advertencia, entre las lágrimas y la conmoción general, el pretendido monopolio nuestro de la melodía y del bel canto y el nunca suficientemente exaltado melodrama italiano, pesado y sofocante buche de la nación. Pietro Mascagni, criatura de editor, ha sido el único en tener el valor y el poder de rebelarse a tradiciones de arte, a editores, a público viciado y engañado. Él, con su ejemplo personal, primero y único en Italia, ha desvelado la vergüenza de los monopolios editoriales y la banalidad de la crítica y ha preparado la hora de nuestra liberación del zarismo mercantil y diletantístico en la música. Con gran genio, Pietro Mascagni ha tenido varios intentos de innovación en las partes armónica y lírica del melodrama, aunque aún no ha logrado liberarse de las formas tradicionales. La vergüenza y el fango que he denunciado en síntesis representan fielmente el pasado de Italia en sus relaciones con el arte o con las costumbres de hoy: industria de los muertos, culto de los cementerios, agotamiento de los manantiales vitales.