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Literatura y compromiso *

Laura Giordani
* Ponencia presentada en La Piedra en el Charco, Teruel,
Septiembre de 2008.
Hablar de literatura y compromiso constituye en un tema tan vasto, con tantas
implicaciones teóricas y líneas de indagación posibles, que –como poeta- voy a
centrarme en el género poesía y desde allí trataré de lanzar algunos cabos para
que se sumen, disparadores de un diálogo entre ustedes y nosotros. Ante una
problemática sobre la que se ha debatido tanto –y no solo en el campo literario-
pretender arribar a alguna “definición” simple es, sencillamente, un acto
temerario. De ahí que no sólo sería enriquecedor que ese diálogo se produjera;
sino que es vital para que pueda surgir algo nuevo y nos desplacemos de la idea
de posiciones ensimismadas.

Asumiendo que tenemos más o menos claro lo que es literatura, aunque hay
quien en el último tiempo cuestiona que poesía sea literatura, me puse a
averiguar las distintas acepciones del término compromiso, y encontré varias:

1. Obligación contraída. (libremente)


2. Palabra dada (es en esta acepción donde he podido anclar más mi idea
de compromiso)
3. Dificultad, embarazo, empeño.

No voy a detenerme en las acepciones que siguen, pertenecientes al campo del


derecho y al campo eclesiástico: convenio entre litigantes, promesa de
matrimonio... por ser muy poco estimulantes para pensar la literatura y más
concretamente la poesía. Pero asumiré que la noción de “compromiso” remite a
una pluralidad de sentidos.

Me gustaría comenzar leyendo un poema del poeta gallego Luis Pimentel


(Lugo, 1895-1958) que puede ayudarnos a ensanchar las lindes del concepto por
su temática y su tratamiento. El poeta, sin mencionar palabras como fascismo,
guerra, dictadura, despliega un contenido crítico potente que a veces funciona
más eficazmente que la mera literalidad: nos está hablando –sin decirlo- de las
dos Españas, de la crueldad anunciada y la toma de partido por un bando u
otro. El poema se llama Juego Vil, Xogo ruin en gallego.

Aquel niño
le pinchaba los ojos
a los pájaros;
y le gustaba ver salir
esa gotita
de aire y de luz,
ese rocío limpio
de mañanitas frescas.

Luego los echaba


a volar

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y se reía al verlos
chocar contra el muro de su casa
con un ruido
muy triste.

Creció y fue de aquellos.

¿Por qué he traído este poema? Porque creo que desacartona el concepto que se
suele tener de una “poesía del compromiso”. Cuando hablamos de compromiso
posiblemente vengan imágenes de alguien sosteniendo una pancarta
polvorienta, versos panfletarios y una estética realista.

Partimos asumiendo que la escritura no es una estructura inocente, tal como


señaló Sartre décadas atrás y que, además, es imposible no comprometerse de
algún modo: lo quiera o no, el poeta está inmerso en una realidad histórico-
social, una lengua, un presente con su trepidación y sufrimiento; aún su silencio
ante determinadas injusticias de su tiempo es una manera de compromiso con
lo establecido, con las condiciones que posibilitan ese presente.

El punto de partida podría anunciarse del siguiente modo“es imposible no


comprometerse”. Sin embargo, existe un riesgo en una inclusión tan amplia, en
una comprensión tan abarcativa, ya que donde todo es compromiso puede
suceder que nada finalmente lo sea y lo que es aún peor: extirpar del concepto
de compromiso todo su potencial crítico y revulsivo. Tendré, entonces, que
señalar con qué estoy asumiendo un compromiso; no sólo estético, sino también
ético y político.

Considerar todas las poéticas como “comprometidas” en nombre de una


vocación ecléctica, podría llevarnos a desconocer el potencial crítico de algunas
poéticas surgidas tanto en América latina entre las que habría que nombrar a
Eduardo Milán, Eduardo Galeano, Raúl Zurita, Pedro Montealegre, Arturo
Borra, etc. como en la península. En el panorama de los últimos años de la
poesía española han florecido unas poéticas críticas o resistentes que se han
calificado como “escritura del conflicto”, “poesía en resistencia”, “nueva poesía
social”, poco importan los apelativos, -encarnadas en poetas como Enrique
Falcón, Jorge Riechman, Antonio Méndez Rubio, Víctor Gómez, Antonio
Martínez i Ferrer, Antonio Orihuela, David Eloy Rodríguez, David Franco
Monthiel, Angel Petisme, Olga Novo, Ana Pérez Cañamares... por nombrar
algunos, consciente que estoy omitiendo otros tantos nombres.

Hay muchas antologías...Algunas de estas poéticas están recogidas en la


antología Once poetas críticos de la poesía española reciente de la editorial Baile del
Sol. Otras, ni siquiera son incluidas por las industrias editoriales dando lugar a
poéticas más clandestinas.

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Tradicionalmente, se ha identificado la poesía del compromiso con ciertas
posturas políticas que implicaban compromiso con un partido o ideario.
Recordemos por ejemplo, la oda de Neruda a Stalin, con perspectiva histórica y
a la luz de lo que hoy sabemos acerca de los millones de víctimas de las
matanzas estalinistas:

Stalinianos. Llevamos este nombre con orgullo.


Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.
En sus últimos años la paloma,
la Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus hombros
y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.
Así vieron la paz pueblos distantes.

Mejor quedarse con el recuerdo de sus poemas de Residencia en la tierra. Pero


en cualquier caso, esos pasajes nos advierten de los riesgos de cierto modo de
concebir el compromiso.

Junto a Riechman, creo que la poesía debe comprometerse pero no aceptar


compromisos. ¿Con qué debe comprometerse la poesía?

Se trata de un doble compromiso:

1-Por un lado, con la palabra que es la piedra angular poética.

Buscar esa palabra que pueda mirar de frente la belleza, lo que hay de
celebratorio en la existencia sin quedar ensimismada en esa luz; palabra que no
dé la espalda al dolor del mundo sino que se agache, se abisme y tiemble. Hacer
visible lo invisibilizado. Y no se trata solamente de esos grandes males que
asolan a la humanidad; son también los pequeños holocaustos cotidianos, las
omisiones repetidas, lo minúsculo dañado por nuestro paso (la materia misma
del planeta está sufriendo), nuestras violencias diarias.

Compromiso, finalmente, con aquello que escapa al lenguaje normalizado, al


lenguaje de la consigna fácil, compromiso con una lengua del extrañamiento,
capaz de desnaturalizar las percepciones dominantes.

2- Con la vida: compromiso vital que incluye a los otros, al mundo, a la misma
biosfera en situación de emergencia donde hoy está en entredicho la posibilidad
misma de continuidad de la vida. Compromiso también con las minorías, con lo
pequeño, con la crítica a las injusticias históricas. Una poesía que no tema
mancharse los pies de barro.

¿Qué tipo de compromisos no debería aceptar la poesía? Esos compromisos


exteriores que constriñan, amordacen, repriman o regulen los procesos
creativos o pretendan dirigir discusivamente un lenguaje –el poético- que es
fundamentalmente insumiso. Jugando con una supuesta antinomia entre

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“compromiso” y “libertad creativa”, podría decir: comprometerse con una
libertad creativa que escape a las servidumbres dogmáticas, partidistas sin dejar
de tomar partido ante la penuria del mundo.

"El poeta es un cultivador de grietas: fractura la realidad aparente, o espera que se


agriete, para captar lo que está más allá del simulacro"

Roberto Juarroz.

El lenguaje poético, al poner en crisis el lenguaje normalizado, es capaz de


sacudir inercias, despabilar sensibilidades adormecidas, narcotizadas por un
aluvión incesante de estímulos, de conmover la costra de la indiferencia. Un
lenguaje que descoloca lo real, no solo por los temas que toca: un poema puede
legítimamente hablar de una experiencia amorosa, cotidiana, nada épica, pero si
nos invita a extrañarnos y a respirar de otra manera, estará elaborando un
sentido del compromiso que cuestiona incluso la sumisión –nada libertaria- a
estructuras ideológicas coaguladas en clichés de un cierto dogmatismo. En este
sentido, hablar de “miseria” o de “guerra” no es de por sí más comprometido
que poetizar sobre un pájaro –para volver al poema aludido- porque lo decisivo
aquí es la mirada, el modo de enfocar esas cuestiones.

Vivimos en lo que el sociólogo polaco Zigmunt Bauman llamó modernidad


líquida, en una sociedad uterina que parece protegernos de toda intemperie, en
la que sólo pensar la muerte, nuestra finitud, es incómodo, cuando no
intolerable. La poesía –palabra en la perspectiva de la muerte- puede -en este
sentido- contribuir a hacer posible un compromiso crítico que –como señalara
Raymond Williams- es toma de partido deliberado ante una realidad del
sacrificio.

Y cómo, preguntaron, cómo


escribir después de Auschwitz.

Y después de Auschwitz
Y después de Hiroshima, cómo no escribir.

¿No habría que escribir precisamente


después de Auschwitz o después
de Hiroshima, si ya fuésemos dioses
de un tiempo roto, en el después
para que al fin se torne
en nunca y nadie pueda
hacer morir aún más a los muertos?

José Valente, Material Memoria.

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Es precisamente esa realidad del genocidio la que nos compromete a seguir
poetizando, procurando articular “belleza y verdad”.

Para terminar, me gustaría leer un poema de Materia oscura, libro que terminé
hace poquito y que da cuenta de esa dificultad de articular belleza y verdad, de
poetizar sobre la herida ajena sin estetizar esa herida, ni caer en el mesianismo
de pretender “dar voz” a los olvidados. Encontrar esa palabra que acompañe y
arrope un “tiempo herido” a decir de Enrique Falcón.

Esta palabra deberá volverse contra sí misma,


malherirse en la aspereza
de las lenguas, hacerse topo,
niño, cobrar tu estatura,
volverse raquítica, lesa,
abrir aún más sus vocales para
para recibir de lleno la indigencia.

Esta palabra deberá aprender a desaparecer,


volverse transparente y
diáfana como vientre
para decir el desplome inaudible de tus bosques,
la alegría maltratada de los patios,
tu primavera que viene
con las rodillas lastimadas.

Decir cómo tiembla la hierba


antes de recibir tu sombra.

Decirte al menos con la misma


constancia del olvido
para que se escuche alto tu caída:
ese crujido terrible de todos los huesos
que se desploman para vertebrar este poema.

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