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notas
Seguimos la numeración de Manuel Alvar en su edición de Poesías completas en ed. Espasa-Calpe, col.
Austral, nº 33.
abreviaturas
Sol: Soledades
SGOP: Soledades, galerías y otros poemas.
CC: Campos de Castilla.
NC: Nuevas canciones.
S: Poesías sueltas.
DCA: De un cancionero apócrifo [Abel Martín].
CA: Cancionero apócrifo [Juan de Mairena].
JM: Juan de Mairena.
LC: Los complementarios. PG: Poesías de guerra.
Es ya un tópico acudir a los versos de su poema Retrato [XCVII] para encabezar toda
biografía machadiana, porque estos versos no son sólo un apunte biográfico, sino también un
paradigma del que será el tema que vertebre toda su obra, y sobre el que volveremos más
adelante: el tiempo; no como abstracción, sino como fluir interior, personal, vital, que se
encarna en el hombre concreto ("de carne y hueso", que diría Miguel de Unamuno) y se
convierte en parte consustancial de él a través del recuerdo ("De toda la memoria sólo vale/el
don preclaro de evocar los sueños"). Así, en el momento de escribir aquellos versos, su historia
no es algo objetivo, fuera del tiempo, sino su propio ser-en-el-tiempo, por emplear el conocido
término de Martin Heidegger, el Dasein, el ser-ahí.
El mismo patio y el mismo limonero que en otro poema re-cordaría (volvería a traer al
corazón), porque ya forma parte de él: [VII]. La melancolía y el dolor que le acompaña desde
la infancia, “la vieja angustia que hace el corazón pesado” [XIII]: [LXVII]
Nació, pues, en Sevilla en 1875, dentro de una familia de intelectuales liberales y
progresistas por la rama paterna. Habitaban en la planta baja del célebre Palacio de las Dueñas,
propiedad de la casa de Alba, que compartían con otros inquilinos. Su hermano Manuel había
nacido el año anterior.
Sus padres, sus abuelos, que influyeron tan profundamente en su sensibilidad, apenas
son evocados en su obra: tan sólo algunas imágenes que recuerdan a la madre, Ana Ruiz y
Hernández; su tío-abuelo, Agustín Durán, miembro de la Real Academia Española y autor de
una gran compilación de romances; o su padre, don Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”
(1846-1893), considerado uno de los primeros folcloristas españoles, autor de una obra
importante y extensa que fue, ciertamente, uno de los primeros alimentos intelectuales del
futuro poeta y fuente de gran parte de su inspiración. Años más tarde lo evocaría en los unos
versos: [CLXV-IV]
A los cinco años, Antonio entró, junto con Manuel, en el colegio de don Antonio
Sánchez, en Sevilla. La silueta del viejo maestro revive quizá en el célebre poema Recuerdo
infantil: [V]
En 1883, la familia se traslada a Madrid. Su abuelo, Antonio Machado y Núñez acaba de
ser nombrado profesor de la Universidad Central en esa ciudad. Su hermano José recordaría:
“…tenía Antonio Machado ocho años. Pero, a pesar de sus pocos años, ya traía en su espíritu lo
esencial que constituiría, con el tiempo, su originalidad personal. Ya brillará inextinguida esa luz
de su tierra […], así como todas aquellas primeras impresiones de la infancia, que toda una
vida no logrará borrar en él”
Es ahora cuando interviene la segunda gran influencia que iba a marcar, también de
modo indeleble, la personalidad del poeta: la de la Institución Libre de Enseñanza, que había
fundado don Francisco Giner de los Ríos, desde tiempo atrás amigo personal de su padre. La
Institución desempeñará un papel fundamental en la vida del poeta. Podemos decir que su
formación ética y hasta ciertas modalidades de su inteligencia y sensibilidad son típicamente
institucionistas.
Además de los rudimentos de cultura intelectual y del profundo amor a la Naturaleza que
adquirió allí, la Institución inició a Antonio Machado en el aprendizaje de valores morales muy
característicos del espíritu institucionista: tolerancia, respeto al trabajo, gusto por cierta
austeridad en el modo de vida, ideal reformista y patriótico, rechazo de todo dogmatismo,
sentido del diálogo y de la igualdad entre los hombres, amor a la verdad... valores que serán
todos claves en la obra y en la vida del poeta.
En 1888 surge la afición al teatro en Antonio Machado. Desde ese año, los hermanos
Antonio y Manuel acuden a las representaciones del Teatro Español, cuyo director y primer
actor es Rafael Calvo, amigo del padre. Conocen allí a los hijos del actor, del mayor de los
cuales, Ricardo, se hacen inseparables amigos. Al grupo se une Antonio Zayas. Antonio
Machado llegará a intervenir, así como su hermano, en pequeños papeles. Frecuenta la vida
bohemia, los salones, los museos, las tertulias, los cafés… Pronto comenzarían a escribir versos.
Todos, excepto Antonio; o, al menos, no los mostraba. Solían reunirse en el Café Fornos a
hablar de teatro, literatura, política, toros... Allí tenía su tertulia el poeta Enrique Paradas, editor
de un semanario satírico, La Caricatura. En él, en 1893, publicará Antonio sus primeros escritos:
artículos costumbristas, escritos en una prosa coloquial y ligera. Antonio firmaba con el
seudónimo “Cabellera” y Manuel con “Polilla”; los escritos en colaboración los firmaban como
“Tablante de Ricamonte”. También acuden a la tertulia, más “seria” , que don Eduardo Benot
(lingüista, ministro de la Primera república, antiguo profesor de los hermanos en la Institución)
tenía en su casa. En la Biblioteca Nacional, también con su hermano Manuel, realiza
interminables sesiones de lectura. Los estudios... poco a poco.
Pero 1893 es también el año de la muerte del padre -muerte prematura, a los cuarenta
y seis años. Antonio Machado Álvarez había seguido publicando sus estudios de folclore y
artículos para el periódico La Justicia, que salía bajo la inspiración de don Nicolás Salmerón.
Pero, aunque esa actividad le otorgaba prestigio, no era suficiente para el sustento familiar.
Buscando mejor fortuna, consigue el puesto de registrador de la propiedad, que ha de ejercer
en Puerto Rico. Espera ganar el suficiente dinero como para poder regresar pronto a España.
Sin embargo, al poco de llegar a la isla enferma gravemente de tuberculosis. Uno de sus
cuñados, marino, acude para traerlo con la familia; pero, al llegar a Sevilla, su estado se
agrava. Su mujer, Ana Ruiz, acudirá a su lado, pero muere a los pocos días.
Dos años más tarde muere el abuelo, don Antonio Machado y Núñez. La abuela, doña
Cipriana, y la madre,deciden trasladarse, del número 98 de la calle Fuencarral pasan al más
modesto del 148 de la misma calle. La situación económica de la familia se ha hecho muy
delicada. En 1895, Antonio Machado tiene veinte años. Sus estudios sufren muchas
interrupciones: Antonio no terminará el Bachillerato hasta septiembre de 1900. Su hermano
Manuel, sin embargo, viajará ese año de 1895 a Sevilla a estudiar la carrera de Filosofía y
Letras, que culminará con brillantez. Allí se hace novio de su prima Eulalia Cáceres. Antonio
trabaja en tareas lexicográficas para don Eduardo Benot. Ayuda así a la maltrecha economía
familiar.
1.4.1.1. Visión objetiva e identificación simbólica de los elementos del paisaje con el
pasado histórico de Castilla [El tema de España I]
En 1908, publica Antonio Machado un artículo en una publicación conjunta de la prensa
soriana, del que entresacamos este fragmento:
Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra: que no basta vivir
sobre él, sino para él: que allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera
1.4.1.2. Identificación simbólica del alma con los elementos del paisaje
En la primera edición del libro (1912), el paisaje descrito es el castellano,
concretamente los alrededores de Soria. En la segunda edición (1917) aparece de nuevo el
paisaje andaluz, generalmente en contraposición al recuerdo del anterior.
Comentario:
A UN OLMO SECO[CXV] Soria, 1912
Este magnífico poema , escrito en una de las estrofas preferidas por el poeta, la silva consonante,
selecciona un solo elemento: el olmo, contemplado en el presente. La descripción se inicia con el epíteto
viejo, que califica al árbol y va preparando las connotaciones que permitirán más adelante identificar
simbólicamente a éste con el poeta. Tras el repentino rayo, los rasgos que acompañan al epíteto viejo
(podrido, musgo amarillento, corteza blanquecina, tronco carcomido y polvoriento) se ven acompañados
por los que hacen referencia a la acción destructora de la enfermedad del árbol (Ejército de hormigas en
hilera / va trepando por él, y en sus entrañas / urden sus telas grises las arañas). Estos elementos de la
descripción que anuncian la muerte entran en antítesis con otros que simbolizan la vida (los álamos
cantores / que guardan el camino y la ribera y que están habitados de pardos ruiseñores). Esta oposición
intensificada vida / muerte será la que centre el tema del poema.
Del presente descrito se pasa sin transición al futuro, con el uso del subjuntivo en verbos que
expresan una violenta destrucción: derribe, ardas, descuaje, tronche, empuje. Verbos cuyos sujetos son
armas o elementos meteóricos: hacha, torbellino, soplo de las sierras blancas, río […]que lo empujará
hasta la mar por valles y barrancas.
De este futuro inmediato que se presiente, el poeta quiere alejarse con una perífrasis volitiva
(quiero anotar), que pretende fijar en la memoria del poema (en mi cartera) el fugaz momento presente
que simboliza la esperanza de tu rama verdecida. El poema termina, como es habitual en tantos poemas
de Machado, con la expresión del tema central del texto: el que parecía ser el “término real” (el olmo) es
de hecho el “término imaginario”. El verdadero “término real” al que hace referencia el autor es el alma, el
corazón: Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera.
Obsérvese también cómo, después de los primeros versos en que se describe el estado del olmo,
los paralelismos sucesivos (antes que…) van incrementando la intensidad emotiva que anuncia la
esperanza final.
No le hace falta al poema, en principio, nuestro conocimiento previo de las
circunstancias personales del autor cuando lo escribió, para ser suficientemente valorado. Pero
no cabe duda de que ese conocimiento ayuda a la comprensión e incrementa su intensidad
emocional. Porque, de nuevo, el poeta nos ha ofrecido “el diálogo del hombre, de un hombre
con su tiempo”. Y, precisamente, es este mono-diálogo consigo mismo, esta expresión
exteriorizada de los más profundos sentimientos, de la intimidad de un hombre, lo que da al
Como hemos ido viendo, entre los elementos configuradores de los paisajes
machadianos, a los que el poeta da una especial significación simbólica referente a su alma,
destacan, por su variedad e importancia, los distintos árboles. El poema CIII (Las encinas) —
escrito ya en Baeza y publicado en “El Porvenir Castellano” en julio de 1914, “después de una
excursión a El Pardo”, según reza la dedicatoria— nos explica claramente las correspondencias
(recuérdese lo que este término representa en la poesía simbolista) entre cada árbol y su
significación: Las encinas [CIII]
El siguiente esquema podría servirnos para simplificar algunos de los rasgos que
acompañan las significaciones de los distintos árboles en Campos de Castilla y, en general, en
toda la obra poética de Machado:
viejo (en contraste con algunas hojas verdes) Identificación con el alma: árbol
OLMO --polvoriento – bueno… de los juegos en la infancia y de la
meditación en la madurez.
Pero el despertar del sueño es la vuelta a la soledad, la tristeza y esa tan suya vejez
espiritual:
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
1.4.3.1. El pueblo
Las tierras de Castilla descritas por Machado están frecuentemente pobladas de
presencias humanas. Desde sus primeros escritos, se ha mostrado atento a los seres humanos.
Sabe verlos y observarlos. Hay en él, hacia su prójimo, una actitud vigilante. El poeta que cantó
sus soledades no es insolidario con la gente que le rodea. En su “mono-diálogo” ha aprendido
“el secreto de la filantropía”
Esta expresión de la otredad del ser —en términos del propio Machado— revela un
ideal de humanismo laico, una inclinación de su alma: un amor fraternal a los seres humanos,
aunque este amor no tenga que eludir una crítica profunda a los vicios, especialmente a lo que
la generación del ’98 llamó el cainismo. Un ejemplo: Por tierras de España [XCIX]
A veces, el modelo se reduce a un detalle que refleja el espíritu del retratado. Así, estos
dos ejemplos opuestos: El hospicio [C] En el tren [CX]
Pero es a los ojos a los que presta especial atención: [Al maestro “Azorín” por su libro Castilla
[CXVII]
También le gusta trazar con rasgo más acentuado lo que constituye una marca
indeleble (que unas veces representa la marca de Caín y otras, simplemente, la huella de las
preocupaciones), casi siempre descrita como un golpe de hacha en el entrecejo: Campos de
Soria [CXIII-V]
Pero más que retratos aislados, Machado se eleva a una visión de conjunto. Toma
conciencia de una colectividad cuyos modos de vida trata de expresar: pueblo de ciudades o de
campos, aldeanos, labradores, arrieros, buhoneros, pastores, cazadores, venteros, hidalgos,
burgueses, beatas… E, incluso, más allá de la multitud de gente, se preocupa de descubrir el
alma que se encarna en los habitantes de Castilla.
Son, ante todo, los hombres del pueblo los que se complace en evocar. El poeta nos muestra
sus retratos, sus comportamientos; pero las más de las veces no son más que una multitud
anónima: Desde mi rincón [CXLIII]
O bien, perfilándose en el horizonte, vistas desde lo alto de una colina, formas
imprecisas: A orillas del Duero [XCVIII] Campos de Soria [CXIII-III- IV]
Frente a los negros ejemplos del alma cainita que veremos más adelante, presenta
Machado a los buenos campesinos, que son de la estirpe de Abel. Normalmente se limita a
1.4.3.6. Elogios
Se trata de un grupo de poemas que da colofón al libro y en el que Machado alaba la
figura de algunos de los españoles más significativos de su tiempo, además de otro dedicado a
Gonzalo de Berceo y dos más al tema de España, es decir, en elogio de una nueva España. Se
trata de textos de muy distinta fecha de composición y, en general, no alcanzan la altura del
resto del libro; pero no dejan de ser significativos para conocer algunos de los aspectos del
pensamiento machadiano.
En el poema dedicado a su maestro Francisco Giner de los Ríos[Baeza, 21 de
febrero de 1915. [CXXXIX] —en cuya Institución Libre de Enseñanza estudió el poeta en su
infancia, desde los seis a los catorce años, y que tan profundamente lo marcara—, recuerda al
maestro recién fallecido como encarnación del optimismo utópico, del amor profundo, lúcido y
apasionado a la patria. El poema bien vale como una declaración de principios éticos y estéticos
del propio Antonio Machado.
El poema destinado a don Miguel de Unamuno, nos presenta al escritor vasco bajo
los rasgos de un nuevo Quijote. Unamuno fue para Machado el modelo de un ideal intelectual a
seguir. Esta admiración, que fue mutua, se acrecentó con el tiempo, pero venía desde muy
atrás. De hecho, este poema, aunque insertado en Campos de Castilla, data de la época en que
Machado está escribiendo sus Soledades...; concretamente, está fechado en 1905. El poema
lleva como epígrafe “Por su libro Vida de Don Quijote y Sancho”, obra publicada en aquel año.
Político sin máscara, ni jefe de partido ni jefe de bando, sino hombre orgulloso de serlo, que
habla a los otros hombres en un lenguaje esencialmente humano.
De Unamuno escribió Antonio Machado en 1930:
“Es don Miguel de Unamuno la figura más alta de la actual política española. Él ha iniciado la fecunda
guerra civil de los espíritus, de la cual ha de surgir — acaso surja— una España nueva. Yo le llamaría el
vitalizador, mejor diré, el humanizador de nuestra vida política. […] ¿puede haber política fecunda sin
amor al pueblo? ¿y amor al pueblo sin amor al hombre, y, por ende, respeto a los valores del espíritu que
son sus únicos privilegiados? […] Pero Unamuno piensa que mal puede el hombre invocar sus derechos
sin una previa conciencia de su hombría. La ingente labor política de Unamuno consiste en alumbrar esta
conciencia con su palabra y con su ejemplo, en las entrañas del pueblo.”
En el poema, como decíamos, Unamuno aparece como nuevo Quijote. La comparación
recalca, ante todo, el contraste entre el grotesco arnés, al que ridiculizan las malas lenguas, y la
“locura” del entusiasmo que habita en su espíritu. Fuerza, valor… pero también soledad ante la
distancia que le separa del pueblo adormecido: a las “lecciones de caballería” del vasco se
oponen la mediocridad y la codicia que reinan en el entorno social español. Por último, en
Uno de los temas en que insiste Machado en estos breves poemas es el de Dios, no
como realidad afirmada, sino como necesidad de la imaginación del hombre, del deseo de que
lo imaginado sea realidad: [CXXXVI-XXI] [CXXXVI-XXVIII]
La conciencia que está despierta a la razón es la certeza de la muerte, del mar. La
conciencia, no dormida, sino soñadora desea a Dios, la eternidad. Es por esto que la vida, vista
como un camino que se recorre, es representada por el caminar sobre el mar: el vivir por
encima de, más allá de la muerte: “Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.”
[CXXXVI-XXIX]” Estelas que, como los momentos de la existencia, se borran, se pierden en la
nada del pasado, de lo muerto, del mar. Este “cantar” parece poetizar unas palabras del filósofo
francés Henri Bergson, al que en principio siguió Antonio Machado, y uno de cuyos cursos
siguió en París durante su estancia en la capital francesa junto con su mujer en 1911. la vida
como camino estaba ya en la tradición literaria europea y española. La idea de Bergson que
parece tomar Antonio Machado es la que hemos señalado arriba en negrita, equivalente al “se
hace camino al andar” del poeta. La metáfora genuinamente machadiana y más definidora de
su concepto del tiempo está en los dos últimos versos (“…no hay camino, / sino estelas en la
mar.”): el fluir vital es la estela del barco, que no está hecha, sino que se forma en el mismo
instante de su paso y que se borra, desaparece, también en ese mismo instante: la vida se va
creando sobre el inmenso mar de la muerte y muere continuamente en ella misma.
Estas preocupaciones vitales hallan también su expresión filosófica en otras
composiciones; [CXXXVI-XXXIX]
La filosofía, pues, “desplumada” por Kant con su sistematismo, habría caído a finales
del siglo XIX en el positivismo, o aún en pragmatismo (lo que Machado llamaría
despectivamente “filosofía de mercaderes”). Pero ahora —cree Machado— va a remontar el
vuelo para volver a pensar en lo esencial.
Para “conocer”, el hombre ha de luchar con “dos modos de conciencia”: el pensamiento
lógico y el pensamiento intuitivo: [CXXXVI-XXXV]
Un sentimiento de desamparo se mezcla con esta aspiración del alma a Dios, que si no
existe, sí puede ser “creado” por el hombre: PROFESIÓN DE FE[CXXXVII-V]
Fue en 1928, probablemente —la fecha es aproximada, dada la suma discreción que los
protagonistas mantuvieron durante sus relaciones—, cuando Antonio Machado conoció en
Segovia a quien en sus poemas llamaría Guiomar, nombre de hondas resonancias en nuestra
lírica y romancero medievales, nombre también de la esposa de Jorge Manrique, poeta
preferido de Machado.
Los poemas a Guiomar, publicados en 1929 y 1936, con la definitiva separación forzada
por la guerra, bastan para darse cuenta de la intensidad de la pasión que entonces sintió el
poeta y de cuán profunda fue la renovación de personalidad.
Guiomar era Pilar Valderrama, poeta que había publicado dos libros cuando la conoció Antonio
Machado en Segovia, donde ella, que tenía su residencia en Madrid, pasaba largas temporadas
por consejo médico —y no sabemos si por discrepancias familiares, como algunos han sugerido
—. Era mujer casada y madre de tres hijos, además de pertenecer a una familia de hondas
convicciones tradicionales, que ella compartía. Todo esto explica la extrema reserva del poeta.
Los encuentros entre ambos se hacían secretamente. La mayor parte de las veces en Madrid,
en un café al que él llama “nuestro rincón”. Otras, cuando ella pasaba alguna temporada en
Segovia, también en secreto. Todo esto explica, no sólo la discreción, sino también la intensa
idealización con que Machado alude a ella, a la que llamó siempre su “diosa”.
De hecho la identificación de Guiomar con Pilar Valderrama no llegó a establecerse
hasta 1950, con la publicación por Concha Espina de algunas de las cartas de amor de Antonio
Machado a Pilar Valderrama, en las que la nombra con su apelativo poético. El tono de las
cartas, publicadas fragmentariamente, es intenso, llegando, aunque en pocas ocasiones, a una
exaltación sentimental inhabitual en Machado.
Sea como fuere, el amor había llegado de nuevo al poeta… pero para dejarlo otra vez
solo. Esta vez es la guerra: Guiomar partirá con su familia a Estoril en 1935 y el estallido de la
guerra en julio de 1936 le impedirá volver a Madrid. Antonio Machado le escribirá poemas
desde la capital de España y, más tarde, al ser evacuado, desde Valencia. Desde allí, desde la
orilla del Mediterráneo, le escribe este soneto a la amada, que se encuentra a orillas del
Atlántico, en Lisboa: De mar a mar entre los dos la guerra
El recuerdo de Guiomar lo acompañó hasta su muerte. Cuando la conoció, el recuerdo
de Leonor, amada también con gran pasión, no fue, sin embargo, traicionado: “A ti y nadie más
que a ti, en todos los sentidos —¡todos!– del amor, puedo yo querer. El secreto es sencillamente que yo
no he tenido más amor que éste. Ya hace tiempo que lo he visto claro. Mis otros amores sólo han sido
sueños, a través de los cuales vislumbraba yo la mujer real, la diosa. Cuando ésta llegó, todo lo demás se
ha borrado. Solamente el recuerdo de mi mujer queda en mí, porque la muerte y la piedad lo han
consagrado...”
1.5.3. NUEVAS CANCIONES (1917-1930)
El libro contiene, por supuesto, la continuación del “diario íntimo” cuyas primeras
páginas llevaban el título Soledades y que Machado no cesó de escribir hasta el fin de su vida.
Recuerdos obsesivos de un pasado reciente y doloroso vuelven y se purifican en estrofas
lacónicas, cargadas de pasión (Canciones de Tierras Altas). Anotaciones, casi siempre rápidas,
otras veces detalladas, del escenario de la vida cotidiana (Viejas canciones).
La figura del poeta, sombra solitaria entre las paredes de la habitación(La luna, la
sombra y el bufón). La desesperanza es la que da el tono dominante en las amargas páginas de
este diario íntimo (Apuntes)
Contra la desesperanza, el regreso a la niñez. Un hermoso soneto [CLXV] evoca al
padre en el marco habitual d su despacho en la casa familiar de Sevilla. Cuando la vida y la
muerte han pasado, las miradas del niño y del padre se unen, fuera del tiempo.
Estas confesiones íntimas toman, en el siguiente soneto, [CLXV-I]forma de meditación,
de serena amargura. Imágenes del viaje interior al que parece condenado (“encrucijada”,
“caminos”, “andén ruidoso de viajeros”, “jornada”, “senderos”, “el mar”, “cien veleros”); e
imágenes que simbolizan en Machado el acto creador (“enjambre”, “colmena”, “faena”,
“néctares del campo”). Así, una doble tonalidad de búsqueda delirante y de paz recobrada
caracteriza a esta composición.
Pero la soledad es un tormento. Quien no conoce sus “ojos de diamante”, no puede
saber qué agudo dolor produce su compañía: (CLXV-LOS SUEÑOS DIALOGADOS–IV]. El soneto
es bellísimo. La intuición de que la soledad, fiel compañera, es fuente de inspiración, de
creación poética, podría extrapolarse a toda la lírica de Machado. Se repite la misma pregunta
que en sus poemas de juventud: ¿con quién hablo? Esta interrogación no es meramente
retórica. Es la pregunta esencialmente vital (de nuevo los dos términos “contradictorios”).
Otra de las obsesiones machadianas se manifiesta en el siguiente soneto: la turbiedad e
impureza de la vida, expresadas con imágenes simbólicas de un paisaje en el que no pueden
faltar los símbolos referentes al paso del tiempo (“ancho río”, “agua de fuente”, “penacho de
torrente”) y de la muerte (“la mar ignota”). El tono del poema es de confesión por haber
empañado la memoria de Leonor —no se explicita en qué haya consistido esa “traición”—. Pero
la experiencia ha demostrado que, si bien la vida contiene aguas turbias, también es agua clara
de fuente, y la memoria,recuerdo de Leonor, es esa misma agua transparente que suena en el
corazón de su amante (Sonetos [CLXV-III])
El libro se inicia con un largo poema titulado “Olivo del camino”, una descripción del
paisaje andaluz que se puebla de visiones mitológicas. Tras esta apertura, menos lograda que
otras composiciones, hallamos en la primera edición del libro (1924) dos grupos de
composiciones breves: Apuntes [CLIV] y Hacia tierra baja [CLV].
El primer grupo nos ofrece una visión rápida y estilizada del campo que rodea a Baeza
—montes de Cazorla y Sierra Morena, la carretera hacia Úbeda—, de Córdoba y del
Guadalquivir; todo contenido en breves versos elípticos y elegantes, descritos con delicadeza en
ritmo de coplas, de soleares y de romancillo. Predomina el tono tierno y casi humorístico, pero
al final está presente de nuevo la figura de Leonor, que todavía le atormenta.
Las composiciones agrupadas bajo el título Hacia tierra baja [CLV] tienen su inspiración
en una Andalucía más convencional, pero renovada por el humor: la Andalucía del tópico
romántico a lo Mérimée tan pronto es negada com cantada irónicamente. La serie Viejas
canciones [CLXVI], que cierra el libro, se publicó en la revista “Alfar” entre 1925 1926, y no se
incorporó, por tanto, al libro hasta la edición de 1928. Tiene forma de canción —dos coplas y
dos soleare— y, con tono ligero pero no exento de emoción, describe la belleza de un paisaje
sencillo, en el que los tipos folklóricos tienen también cabida.
En los breves poemas de estas series, la visión de Andalucía queda resumida en
algunos detalles: la luna, una pared blanca, olivos, cortijos y caseríos dispersos por las sierras,
un pico nevado, el sol, una reja, la figura de un hombre a caballo, de unos bandoleros… Se
trata de captar algo así como la “quintaesencia” —por no emplear la palabra “tópico”— de una
región, más que su alma.
Bajo el título Canciones de las tierras altas [CLVIII], se agrupan diez pequeños
poemas que son imágenes en el recuerdo de Soria desde su “exilio” en Baeza; en las estrofas V
y VI los paisajes castellano —en el recuerdo— y andaluz —en el presente— se han fundido en
un solo momento psicológico, siendo el primero el que se superpone y borra al segundo. Es
decir, el recuerdo es más real que el presente vivido. En las estrofas VII y VIII, el recuerdo se
centra en Leonor, como otras tantas veces, en el último verso (“su tierra” y “el alto Espino”,
respectivamente).
El siguiente soneto está inspirado por esa querencia dolorosa hacia Soria. El poema
está escrito en Sevilla y desde Sevilla. El terceto final es bien conocido: su corazón está donde
ha nacido al amor, no donde ha nacido a la vida: (¿Por qué, decidme, hacia los altos llanos..)
[CLXIV-LOS SUEÑOS DIALOGADOS-II-]
Bajo el título Canciones a Guiomar se recogen tres poemas que, aunque figuran fuera
del libro que estamos comentando no cabe duda de que pertenecen al mismo ciclo poético del
autor. Se publicaron por primera vez, aunque parcialmente —canciones II y III— en 1929 en
“Revista de Occidente”, y se incorporaron íntegras a la edición de Poesías completas d 1933. Ya
antes había publicado algunos sonetos, atribuyéndolos a su apócrifo Abel Martín, en De un
cancionero apócrifo [CLXVII], editado en 1926. Los versos están inspirados sin duda alguna
por Guiomar, pero la manifestación del amor está muy velada: la mujer amada aparece de
forma fugaz, sus rasgos físicos apenas si se esbozan.
Las Canciones a Guiomar ocupan un lugar aparte por la emoción de alegría plena e
inquietante, por la novedad de sus imágenes, por el insólito brillo de un poeta normalmente
más contenido ante las efusiones del sentimiento.
La canción I evoca un aire de ensoñación, un sentimiento difuso de irrealidad e ilusión
que se expresa mediante alguna de las imágenes preferidas de Machado: el limón —que trae
recuerdos de infancia a la vez que es visto como el resultado (fruto) de un proceso temporal—,
la tarde, el agua, los espejos… todo se funde en una imagen impresionista que gira alrededor
del tiempo (Canciones a Guiomar [CLXXIII-I])
La canción II, tras una descripción del jardín soñado, presenta al amor como fuerza
que personifica y da sentido a la Naturaleza, a la manera neoplatónica. El conocimiento es el
fruto del amor: los ojos del ave de Minerva, diosa de la Inteligencia, se agrandan también para
más luz, como el espíritu del poeta (Canciones a Guiomar [CLXXIII-II]. El poema, en su
conjunto, mezcla los tonos evocadores y nostálgicos con los sentimientos de exaltación
amorosa. Esto versos suponen, además, un “rejuvenecimiento”: imágenes nuevas, colores más
claros, un tono de ardiente alegría, de descubrimiento casi adolescente del amor. Pero es el
poema de un hombre en el declinar de su vida, que se muestra también grave y melancólico.
Exaltación y gravedad, alegría y melancolía se mezclan en estos poemas sorprendentes en su
trayectoria.
Otro grupo de poemas, publicados por vez primera en la edición de Poesías completas
de 1936, Otras canciones a Guiomar llevan el subtítulo “A la manera de Abel Martín y Juan de
Mairena”. El tono es mucho más angustiado y sombrío. Cantan la ausencia de la amada: están
escritos después de la partida de Guiomar con su familia hacia Estoril, a finales de 1935, y
antes del alejamiento causado por el inicio de la guerra civil. Ya vimos que el poeta presentía
esta separación como definitiva. Se trata, en conjunto, de variaciones sobre el tema del olvido.
Toda la teoría machadiana del olvido, tan profunda desde un punto de vista psicológico, parece
alzarse aquí desde la angustia de lo efímero, de lo transitorio y perecedero en la experiencia
amorosa.
La ironía amarga del siguiente fragmento se explica mejor si sentimos hasta qué punto
también se intenta disipar la angustia dolorosa mediante el humor absurdo:
Y te enviaré mi canción:
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón. Otras canciones a Guiomar [CLXXIV-VI]
Esta estrofa, con una ligerísima variante, serán las últimas palabras que Antonio
Machado trasladó a un papel antes de su muerte.
Algunos relatos son meras anécdotas o juegos de palabras sobre, por ejemplo, el
cuidado que hay que tener con el recto sentido de las palabras.
El lenguaje poético ha de depurarse del lenguaje meramente retórico y muerto para
acercarse al vivo y natural. También aparecen reflexiones morales aplicadas a la política:
—En una república cristiana —habla Rodríguez en ejercicio de oratoria— democrática y liberal conviene
otorgar al Demonio carta de naturaleza y de ciudadanía, prescribirle deberes a cambio de concederle sus
derechos, sobre todo el específicamente demoníaco: el derecho a la emisión del pensamiento. Que como
tal Demonio nos hable, que ponga cátedra, señores. No os asustéis. El Demonio, a última hora, no tiene
razón; pero tiene razones. Hay que escucharlas todas.
Pero otras expresan lo más esencial y profundo del pensamiento machadiano, como
ésta en que Mairena habla de la otredad del ser partiendo de la metafísica:
De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica. Todo el trabajo de la razón humana tiende a
la eliminación del segundo término. Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la
razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y
necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar: subsiste, persiste; es el hueso duro de
roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe profética, no menos humana que la fe
racional, creía en lo otro, en “La esencial Heterogeneidad del ser”, como si dijéramos en la incurable
otredad que padece lo uno. Juan de Mairena [II]
1.6.4. LA MUERTE
En abril de 1938 lo trasladan, junto a su madre, su hermano José y la familia de éste, a
Barcelona. Allí, en la “Torre Castañar”, muy enfermo ya, pero rodeado de la cariñosa atención
de amigos como Tomás Navarro Tomás, siguió trabajando para “Hora de España” y “La
Vanguardia”. El invierno es especialmente crudo; apenas hay alimentos. Barcelona está a punto
de caer, y el 22 de enero de 1939 son evacuados de la ciudad. Viajan hacia Gerona en un
coche que ha puesto a su disposición el doctor Puche, amigo y médico que ha estado tratando
al poeta. El 26 de enero cae Barcelona; el 27, llegan a una casa cerca de Figueras, donde se les
une un grupo en el que figuran diversas personalidades del mundo universitario y escritores
como Corpus Barga. Al día siguiente, son trasladados hacia Francia en unas ambulancias, pero
los chóferes deben dejarlos a mitad del camino. El tramo final hacia la frontera hubieron de
hacerlo a pie ese mismo día, bajo la lluvia. Antonio Machado perdió la maleta en la que iban sus
únicas pertenencias y, sin duda ninguna, sus últimos escritos — había trabajado mucho en los
últimos tiempos, a pesar de la enfermedad, para atender las numerosas solicitudes de
colaboración que se le hacían—. Corpus Barga hubo de llevar en sus brazos a la madre de
Machado durante gran parte del trayecto. Tras pasar la frontera el 28 de enero, pasaron la
primera noche en un vagón vacío de ferrocarril. El día 29, el “Comité d’accueil aux intellectuels
espagnols”, algunas autoridades francesas y miembros del gobierno republicano que se
hallaban en Perpiñán se ocuparon de ellos. Les ofrecieron ir a París, pero Antonio Machado
declinó ante el penoso estado en que se encontraban tanto él como su madre. Por fin, se les
pudo alojar en un pequeño hotel del pueblecito pesquero de Collioure.
El 9 de febrero escribe su última carta, al poeta José Bergamín, en la que agradece la
ayuda que le brinda: “bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para
trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las
condiciones más modestas”, y expresa su deseo de “resistir en Francia hasta encontrar recursos
para vivir en ella de mi trabajo o trasladarme a la U.R.S.S.” Aquellos fueron sus últimos días:
Realmente —cuenta su hermano José[18]— venía herido de muerte del fatal éxodo, que los
demás logramos sobrellevar a duras penas […]. En sus últimos días dos veces salió a ver conmigo el mar
que tanto anhelaba. La última, sentados en una barca de la playa, me dijo: ¡Quién pudiera quedarse aquí,
en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, ya sin más preocupaciones que trabajar
en el arte! Al día siguiente, sábado, empezó a sentir una gran angustia del corazón. Al llegar el miércoles
de ceniza, cinco días después, amaneció mortal. A las cuatro de la tarde de este día murió.
Su cabeza se mantuvo firme hasta pocas horas antes de su fin, que perdido ya el conocimiento se nos fue
para siempre.
Al día siguiente fue enterrado en el cementerio de Collioure. Su féretro, cubierto con la
bandera republicana, fue llevado a hombros por seis soldados de la República. Su madre, Ana
Ruiz, murió el día 24, tras enterarse de la muerte de su hijo, en uno de esos extraños
momentos de lucidez que a veces preceden a la agonía.
Algunos días después, José Machado encontró en un bolsillo del gabán de su hermano
un arrugado trozo de papel. En él había escrito el poeta tres anotaciones con un lápiz que le
había pedido días antes. La primera, del monólogo de Hamlet: “Ser o no ser”, es decir, las
angustias del tiempo y la muerte. La segunda, un solo verso con el tema del recuerdo de la
infancia Estos días azules y este sol de la infancia. [XCII S].La tercera, que trata del amor que
se vive y se pierde, la canción del poeta…es una de las Otras canciones a Guiomar, con una
ligera variante: Y te daré mi canción:/“Se canta lo que se pierde”,/ con un papagayo verde/ que la diga
en tu balcón.
II Antonio Machado: Temas, Lenguaje y
Métrica. La Obra Poética de Antonio Machado
II. LOS TEMAS Y EL LENGUAJE POÉTICO. TEMAS Y SÍMBOLOS.
EL LÉXICO Y EL ESTILO. MÉTRICA
Aunque Machado no era partidario de “eludir el nombre de las cosas”, ni del “inútil
juego de las metáforas” por sí mismas, sin más afán que el ingenio, él mismo afirma que
existen hondas palpitaciones del espíritu que no pueden expresarse con el lenguaje corriente. El
poeta, como el místico, para comunicar su experiencia, a veces inefable, debe recurrir al
lenguaje figurado (símbolos, imágenes, metáforas…) que nos permitan entrever su mundo.
Recordemos aquí, de nuevo, lo que escribe en 1917: Pensaba yo que el elemento poético
no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una
honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice,
en respuesta al contacto con el mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras
de un íntimo diálogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia
dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los universales del sentimiento.
No debe olvidarse que el análisis de cada poema debe ajustarse, en principio, a lo
expresado en el texto; es decir, debe describir cómo alguno o algunos de esos temas alcanzan
en ese poema una configuración expresiva concreta. Esto no obsta, sino todo lo contrario, para
que podamos poner en relación lo expresado en el texto con otros momentos de la producción
poética —e, incluso, prosística— del escritor, así como con otras actitudes, ideas o temas
generacionales. Lo que a continuación sigue no es más que una síntesis de dichos temas y de
los recursos expresivos —especialmente los símbolos— de que se vale el poeta para
comunicarlos.
2.1. EL TIEMPO
Antonio Machado se llamaría a sí mismo, por boca de Juan de Mairena, “poeta del
tiempo”. Es significativo que este tema aparezca ya en el primer poema de su primer libro: (El
viajero [SGOP - - I])
Machado entiende el tiempo como algo vivo, personal, no como concepto o abstracción.
Es la duración ilimitada, la historia individual de cada ser —de su propio ser—, que se hace, que
pasa, pero que permanece en el recuerdo, donde se borran los límites personales. Esta
sensibilidad exacerbada para el devenir de las cosas, esta ansiedad perpetua ante el curso fatal
de las horas y los días, la conciencia de ser-en-el-tiempo, que diría Heidegger… tienen en la
lírica machadiana un puesto predominante.
De ahí, según Ricardo Gullón, “esa lucha, esa agonía resultante de la contradicción
entre no poder ser sino en el tiempo y de ser devorado por éste según uno va insertándose en
él”. Pero también la esperanza de que el poema pueda, mediante intuiciones creadoras,
intemporalizar, eternizar en la memoria del poema esos instantes fugaces de su propia historia.
2.1.2. EL AGUA
El agua del río, de la fuente, de la lluvia… su fluir —que a veces se hace cantar— casi
imperceptible, constante, se hace símbolo del fluir temporal y, por ello, de la vida interior:
Proverbios y cantares [Nuevas Canciones – - CLXI-XI]
Sin embargo, el agua puede representar la muerte, quieta en la taza de la fuente o,
manriqueñamente, en la inmensidad del mar al que confluyen todas las aguas [Soledades,
Galerías... – XIII]
Este símbolo, que está ya plenamente desarrollado desde el principio de su obra, es
quizá el que con mayor insistencia y también con mayor hondura vivencial re reitera a lo largo
de su obra. Un ejemplo suficientemente significativo, unos versos en los que el agua une vida y
muerte en la angustia de la existencia: Poema de un día – Meditaciones rurales [Campos de
Castilla – CXXVIII]
2.1.3. LA TARDE
Suele expresar el sentimiento melancólico de la vejez espiritual. Por esto, la hora
vespertina se acompaña frecuentemente de adjetivos que connotan un estado de ánimo de
depresión espiritual (cenicienta, mustia, destartalada, triste… otras veces clara) y que
contribuyen a personificarla, identificándola con su estado de ánimo: [Soledades, Galerías...– V–
XLIX - LXXVII]
A su vez, los adjetivos referidos a colores que acompañan a la tarde y a los elementos
del paisaje en esa hora (rojos, cárdenos, rosados, violetas…) se cargan por contagio semántico
de estas connotaciones de melancolía y tristeza, llegando a constituirse el conjunto en una clara
personificación. Véase, por ejemplo, el poema Caminos. En él, la melancolía interior, incluso la
angustia, parecen apoderarse también de toda la Naturaleza: Caminos [Campos de Castilla –
CXVIII]
Los caminos están presentes en la poesía de Antonio Machado desde sus primeras
composiciones. El caminar errante, sin meta prefijada, es ante todo un sentimiento de pesar sin
consuelo, una nostalgia de la vida que se va dejando y que también anticipa el horror de llegar:
¡Ay del pobre peregrino
que se para a meditar,
después de largo camino,
en el horror de llegar! […]
La sed del caminante, que no puede calmar agua ninguna, es su ansia siempre
insatisfecha de conocer su propio destino:
¡Ay del que llega sediento
a ver el agua correr,
y dice: la sed que siento
no me la calma el beber!
Coplas elegíacas [Soledades, Galerías... – XXXIX]
Por tanto, los caminos son frecuentemente símbolos de la vida o bien aparecen
asociados con ésta. Cuando esto ocurre en el poema, el camino real se difumina, se borra hacia
la lejanía, hacia el futuro, del que nada podemos decir; y, al mismo tiempo, se convierte en
motivo de melancolía, de ensueño que trae recuerdos del pasado: [Soledades, Galerías...- XI]
El poema Caminos, que acabamos de citar en el apartado anterior, nos ofrece otro claro
ejemplo. Tras la descripción del paisaje, cargada de connotaciones melancólicas, los últimos
elementos en aparecer son los caminos, que pasan de ser caminos reales de los campos a
caminos simbólicos de la vida: Caminos [Campos de Castilla – - CXVIII]
La idea de que el camino no está hecho, sino que se hace a la vez que el acto que lo
realiza (“se hace camino al andar”) se ve reforzada por otras imágenes, como la estela fugaz
que se deja sobre el mar y que, al tiempo que se hace, se borra de manera inaprensible, como
el devenir temporal del hombre:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más Proverbios y cantares [Campos de Castilla - CXXXVI-XXIX]
A la manera existencial, el camino ha dejado de serlo, porque el hombre no es dueño
de su propio destino, de su historia personal. Así, la vida se presenta como una corriente ciega,
cercana a la voluntad de Schopenhauer:
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?… Proverbios y cantares [Campos de Castilla - CXXXVI-II]
En ese proceso de identificación del alma con las cosas del mundo, adquieren especial
relevancia en la poesía de Antonio Machado los elementos que conforman el paisaje. En su
paso por el tiempo —decíamos — el poeta (el hombre) se relaciona con las cosas, y éstas —el
río, los árboles, el atardecer…— adquieren un sentido nuevo, personal, en relación con la
experiencia vivida en torno a ellas. Se transfiguran en espejo que refleja los estados del alma.
Recuérdese, por ejemplo, las distintas significaciones que pueden sugerir los árboles.
En este sentido, puede ser particularmente significativo el proceso que “sufre” uno de
estos elementos en su trayectoria poética. Nos referimos al olmo. Las primeras referencias que
hace a este árbol son meramente denotativas de su presencia en los parques. En el poema A un
olmo seco [CXV] se inicia el proceso de identificación de su alma con dicho árbol, que continuará
de forma más o menos implícita en otros poemas: Recuerdos [Campos de Castilla – CXVI] A
José María Palacio – CXXVI]
2.1.6. EL RELOJ
No se trata en este caso de un símbolo. Machado se refiere siempre al reloj real, que
mide mecánicamente el tiempo cronológico, por oposición al tiempo psíquico del hombre, del
poeta, que se había expresado con los símbolos anteriores. (Poema de un día – Meditaciones
rurales[CC – CXXVIII]
Su apócrifo Juan de Mairena también parece preocupado por este artilugio: “De todas las
máquinas que ha construido el hombre, la más interesante es, a mi juicio, el reloj, artefacto
específicamente humano, que la mera animalidad no hubiera inventado nunca. […]Porque el hombre es el
animal que mide su tiempo. […] El llamado homo faber no sería realmente homo, si no hubiera fabricado
relojes. Y en verdad, tampoco importa mucho que los fabrique; basta con que los use; menos todavía:
basta con que los necesite. El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la creencia del hombre
en su mortalidad.”
Esto parece evidente. Nosotros, sin embargo, hemos de preguntarnos todavía para qué
mide el hombre el breve tiempo de que dispone. Porque sabemos que lo puede medir; pero
¿para qué lo mide? No digamos que lo mide para aprovecharlo, disponiendo en orden la
actividad que lo llena. Porque esto sería una explicación utilitarista que a nosotros, filósofos,
nada nos explica. Si lo mide, en efecto, para aprovecharlo, ¿para qué lo aprovecha? Pregunta
que lleva implícito el “¿Para qué lo mide?” incontestado. […]
Ya que la respuesta utilitarista no le convence, porque no ofrece una última razón,
acudirá al sofisma de Zenón de Elea sobre Aquiles y la tortuga:”A mi juicio, le guía una ilusión vieja
como el mundo: la creencia de Zenón de Elea en la infinitud de lo finito por su infinita divisibilidad: Ni
Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzará nunca a la tortuga, ni una hora bien contada se acabaría nunca
de contar. Desde nuestro punto de vista, siempre metafísico, el reloj es un instrumento de sofística como
otro cualquiera.” [Juan de Mairena - XL– XLII]
La respuesta era, por tanto, existencial: de nuevo, el ansia de eternidad y muestra el
concepto de tiempo psíquico por oposición al de tiempo mecánico.
2.2. LA MUERTE
Sus reflexiones sobre la muerte son la derivación lógica de sus inquietudes sobre el
tiempo, considerado éste como el gran exterminador, el gran homicida. La muerte se manifiesta
de continuo: la brevedad e inconsistencia de la vida, la decadencia de los hombres y de las
cosas, de los elementos de la naturaleza, los signos múltiples de la destrucción, de la
enfermedad, de la guerra, del crimen…
Su actitud vital ante ella es también diversa: desde la angustia personal expresada en
tantos poemas de Soledades…, hasta la melancolía e incluso la rebeldía por la muerte de su
esposa, pasando incluso por la identificación espiritual con el moribundo que manifiesta en la
Muerte de Abel Martín: [CA -–CLXXV-IV]
Los símbolos relacionados con la muerte son numerosos: el mar, el ocaso, el otoño, la
sombra, la luna… El mar simboliza con frecuencia la ciega inmensidad de la muerte, lugar al
que confluyen todos los ríos de la vida, siguiendo la alegoría de Jorge Manrique. Cada ser,
como una ínfima gota de agua, se pierde y desaparece en la inmensidad del mar-muerte:
Proverbios y cantares [Campos de Castilla – - CXXXVI-XLV]
Pero la pregunta sobre la trascendencia del hombre queda sin respuesta. En una carta
dirigida a Miguel de Unamuno, fechada en Baeza el 21 de marzo de 1915, muestra hasta qué
punto le inquieta el misterio de la muerte: ¿Qué es lo terrible de la muerte? ¿Morir o seguir viviendo
como hasta aquí, sin ver? Si no nos nacen otros ojos cuando éstos se nos cierren, que éstos se los lleve el
diablo, poco importa. Tal vez no sea esto lo humano. […] Cabe otra esperanza, que no es la de conservar
nuestra personalidad, sino la de ganarla. Que se nos quite la careta, que sepamos a qué vino esta
carnavalada que juega el universo en nosotros o nosotros en él, y esta inquietud del corazón para qué y
por qué y qué es. […] ¿Qué dormimos? Muy bien. ¿Qué soñamos? Conforme. Pero cabe despertar. Cabe
esperanza, dudar en fe.
Estas palabras podría haberlas firmado el propio Unamuno. Se diría, incluso, que
parecen haber sido escritas más para halagar el corazón del pensador vasco que para
manifestar un profundo convencimiento personal. Pero no hay duda de que la angustia de la
muerte en Machado se acentuó con la lectura de las obras de Unamuno.
Sin embargo, es precisamente en estos años que siguieron a la muerte de su esposa
cuando parece manifestar fugazmente una cierta esperanza:
¡Eran tu voz y tu mano
en sueños tan verdaderas!
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra! [Campos de Castilla – - CXXII]
Sin embargo, este tímido anhelo encubre una hondísima turbación del espíritu: la
angustia existencial ante la nada, ante el no ser, que está desde el principio en su obra y se va
acentuando con el paso de los años. En este sentido, se acerca más a Martin Heidegger que al
propio Unamuno. Él mismo lo explica:
Estos versos, escritos hace muchos años y recogidos en tomo hacia 1907, pueden tener
una inequívoca interpretación heideggeriana: Es una tarde cenicienta y mustia/ destartalada como el
alma mía,...La angustia, a la que tanto ha aludido nuestro Unamuno y, antes, Kierkegaard,
aparece en estos versos —y acaso en otros muchos— como un hecho psíquico de raíz, que no
se quiere, ni se puede, definir, mas sí afirmar como una nota humana persistente, como
inquietud existencial (Sorge), antes que verdadera angustia heideggeriana, pero que va a
transformarse en ella.
2.3. DIOS
La presencia de Dios en la obra de Antonio Machado es imprecisa y variable en el
tiempo y, sin embargo, ocupa en su pensamiento un lugar significativo.
2.3.2. CRISTO
La figura de Cristo es mucho más cercana a Machado que ese “Dios entre la niebla” que
busca sin alcanzar. Jesucristo es en él el paradigma del hombre, lo que éste tiene de humano y
divino, de carne mortal que sueña la inmortalidad, el triunfo sobre la muerte: “el que anduvo en
la mar”: Proverbios y cantares [Campos de Castilla – CXXXVI-II]
Por esto, rechaza la figura mortal del Cristo crucificado de la devoción popular, para
cantar al que vence a la muerte, representación de nuestra ansia de eternidad: La saeta
[Campos de Castilla – - CXXX]
Además, la imagen muchas veces escogida por Machado es la de Cristo como maestro
del amor y del diálogo, del hombre que predica ante todo la dignidad humana.
2.5. EL AMOR
A lo largo de la obra de Antonio Machado se advierte o se intuye el deseo de amar, la
necesidad del amor. Es una presencia constante y, sin embargo, difícil de precisar en muchos
de sus poemas. Esta afirmación es especialmente válida para su primer libro, en el que,
además, no es posible individualizar este amor en una mujer concreta. Indudablemente es un
sentimiento expreso en muchos poemas de Soledades..., pero la nota predominante en ellos es
la del desengaño o el olvido. Algo parece siempre alejar, en la imaginación del poeta, el objeto
de su amor: Elegía de un madrigal [SGOP –XLIX]
No obstante, esas alusiones a amores juveniles ya pasados no parecen haber dejado en
él una huella profunda. Los poemas referidos a las dos pasiones de su vida ocupan un lugar
más importante en su producción: el de su esposa Leonor, cuya muerte provocaría los más
doloridos acentos del poeta, y el amor otoñal, pero apasionado, a Guiomar.
En cualquier caso, el amor es para Machado un sentimiento ennoblecedor que dignifica
al amante, quien poseído de esa exaltación espiritual comprende mejor la belleza del mundo y
rescata las cosas del olvido, del tiempo y de la muerte.
El tema amoroso referido a Leonor en Campos de Castilla se concreta en una serie
relativamente breve de poemas en los que el tema del amor se halla indisolublemente unido al
de la muerte, el recuerdo y el sueño además del que es su inmediato precedente: A un olmo
seco [Campos de Castilla – CXV]. En estos poemas, el recuerdo de su mujer se asocia al
paisaje de Soria, evocado desde una lejanía espacial y temporal que contribuye a vivificarlo.
Esta espiritualización del paisaje implica a su vez la revivificación de Leonor, “en sueños tan
verdadera”. En esta serie, es frecuente que Antonio Machado dedique un poema entero a lo
que, en apariencia, es sólo una evocación del paisaje, para introducir al final una referencia
amorosa de ausencia, recuerdo, soledad… incluso, esperanza. Sin embargo, este final
encuentra su atmósfera poética en los versos precedentes, a través de una carga de
connotaciones que lo preparan y hasta lo exigen.
El tema del amor en Campos de Castilla, referido a su esposa, ofrece modulaciones
diversas que van desde la expresión desesperada del dolor hasta la esperanza de una posible
salvación trascendente a través del amor. Cuando vuelve a aparecer en Nuevas canciones, es
de nuevo la incurable melancolía incurable del recuerdo:
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero…
¡El muro blanco y el ciprés erguido!
Glosando a Ronsard y otras rimas [Nuevas canciones CLXIV-LOS SUEÑOS DIALOGADOS-I-]
3. EL LÉXICO
Además de los símbolos examinados en el apartado anterior (el agua, el mar, el
camino, los árboles…), hay en Machado, como en todo escritor, un lenguaje predilecto.
Los adverbios de lugar (aquí, allá…) y los demostrativos (estos, aquellos…) tienen
también este valor deíctico; y sus antítesis espacio-temporales señalan también antítesis
correspondientes a estados de ánimo: [Campos de Castilla – CXXI]
En oposición a estos signos del tiempo, el poeta utiliza un vocabulario abstracto para
referirse a lo que define como “revelaciones del ser en la conciencia humana” relacionados con
los universales del sentimiento: sueño, mágico, alma, ilusión, encanto, armonía…
Una de las características más señaladas entre los escritores de la llamada generación del ’98
es el uso — incluso la recuperación— del léxico arcaico y/o rural: tahúr, albur, sayal, juglar…
arcadores, perailes, chicarreros…
En Campos de Castilla es frecuente el uso de sustantivos y adjetivos que evocan la
rudeza o la pobreza de esas tierras, junto con nombres seguidos de complementos nominales
formados con la preposición sin, indicando dicha pobreza. Recordemos algunos ejemplos en un
solo poema: A orillas del Duero [Campos de Castilla - - XCVIII]
Otros rasgos estilísticos pueden encontrarse en el apartado anterior [2. LOS TEMAS Y
LOS SÍMBOLOS], ya que el lenguaje figurado se encuentra plenamente integrado en el
mundo conceptual de sus símbolos personales.
4. LA MÉTRICA
4.1. VERSOS
Los versos preferidos son los clásicos de la tradición española: el octosílabo, de
tradición popular, en todas sus variantes rítmicas; y el endecasílabo, de tradición culta. Éste
último es frecuente en ritmo enfático (acento en la primera sílaba) y heroico (primer acento en
la segunda sílaba). En numerosas ocasiones, el endecasílabo aparece combinado con el
heptasílabo.
Les sigue el alejandrino, verso característico del Modernismo —por influencia del
Parnasianismo francés —, que apenas se había empleado desde la Edad Media. Otro verso de
tradición medieval —se le llamó en el siglo XV verso de arte mayor castellano por oposición al
alejandrino, de origen francés, y al endecasílabo, de origen italiano— es el dodecasílabo, del
que Machado se valió especialmente en su primera época. Se trata de otro de los versos
rescatados por el Modernismo y que también había utilizado Bécquer.
Otros versos manejados por Machado son: el hexadecasílabo, combinado con el
octosílabo; el heptasílabo y el hexasílabo. En una sola ocasión utiliza el decasílabo y, en otra, el
eneasílabo (a pesar de ser éste uno de los más empleados por los poetas modernistas).
4.2. ESTROFAS
notas
Seguimos la numeración de Manuel Alvar en su edición de Poesías completas en ed. Espasa-Calpe, col.
Austral, nº 33.
abreviaturas
Sol: Soledades
SGOP: Soledades, galerías y otros poemas.
CC: Campos de Castilla.
NC: Nuevas canciones.
S: Poesías sueltas.
DCA: De un cancionero apócrifo [Abel Martín].
CA: Cancionero apócrifo [Juan de Mairena].
JM: Juan de Mairena.
LC: Los complementarios. PG: Poesías de guerra.