You are on page 1of 514
RUFINO BLANCO FOMBONA ENSAYOS HISTORICOS BLANCO FOMBONA Y EL PAIS SIN MEMORIA EL GOMECISMe constituye un bloque ctonolégico casi generacional: veintisiete afios; una unidad politica, expresada a través de Ja construccién pisamidal, caudillo sobre caudillo, hasta Ilegar a la cumbre con el Jefe Supremo, absoluti- zado y dhico; un tégimen econémico excepcional, pues, por primera vez, en forma coherente y con una fuerza de cambio tremenda, chocan y se entrelazan la produccién agtopecuatia y la explotacién minera —lo cual no habia sucedido con el aro, el carbén y el cobre—, monoexportadota de petrdleo y simbolo arrolladot de! impetialismo norteamericano. Antes que fenédmeno telirico, ef gomecismo fue un fenémenc global de Ja sociedad venezolana en transicién. Antes que un fenémeno de ambiente y ca- rdcter, con masas cadticas que pedian un gendarme necesario, y antes que un fenémeno azarfstico donde contaron Ia intuicién y lo providencial, el gomecis- mo fue lq respuesta nacional, paz y orden, garantia a Jos capitales invettidos, y gobierno fuerte y armado, al esquema continental disefiado por la Doctrina Monrce y por la emergencia de EE. UU. como gran potencia enfrentada a Inglaterra, no sélo con una diplomacia victoriosa a partir del bloqueo de 1902, sino también, y este seria decisivo, a través del control de las fuentes petroleras. Caracteristicas parecidas no las habia tenido ningan otro gobierno anterior. Los regimenes surgidos de la Guerra Federal reemplazaron el caudillismo de los hétoes de Ja independencia —los Pdez, Monagas, Soublette— por el de los generales y doctores del liberalismo, divididos entre si, luego de matrimonios de conveniencia, y lanzados a fundar facciones y corrientes adjetivas que mu- chas veces s6lo Iegaban a tener validez regional. La estructura agraria y la administracién descentralizada, la presencia del cacique y de los oficiales de montonera, el recurso de la peonada para levantar recluta, Ja inexistencia de un ejército institucionalizado, asi como la irrupcién de corrientes filosdficas, politi- cas y literarias, verbigracia el positivismo, el anarquismo y el naturalismo, determinaron la sucesién de gobiernos fragiles, de ridicula duracién algunos, TX entre los cuales apenas si despunté la autocracia del Ilustre Americano, pro- Tongada, por intervalos, a través de la férmula continuista. La oligarquia liberal encatnd la destruccién det partido que se crefa en el poder, y de su seno, alimento de disidencia y secta, salieton m4s opositores a los gobiernos de la treintena finisecular, que de Ja propia oligarquia goda. No pot casualidad he apuntado to de sreiutena, pues aparte de constituir una “unidad generacional” en el sentido cronolégico, marca a la perfeccién el pe- rledo que corre entre la revolucién de abril de 1870 y la victoria de la in- vasion castrista, en octubre de 1899, Bisquense en esos tres decenios una mano que lo controle todo, un hom- bre que haya sido ungido como el Unico, un aparato militar obediente hasta en la letrina del cuartel, un Congreso sumiso y elegido a dedo desde Maracay, un cuerpo de doctrina como el que salié de lcs editoriales de El Nuevo Diario y de los libros de Vallenilla Lanz, y nada de eso serd encontrado. Mientras tal perfodo fue de diversidad dentro de la oligarquia liberal, el de Gérmez lo fue de unidad en torno suyo, puesto que ni partidos existian. La fluidez del proceso politico entre 1870 y 1899, la aparicién de parti- dos dentto de los partidos —algo tan poco absurdo como el teatro dentro del teatro, 1a novela dentro de la novela— y la adhesin casi orgénica de los in- telectuales al aparato burocratico y al combate fandtico, convirticron al escri- tor y al artista, al pericdista, al poeta y aun al sacerdote, en milieantes de una causa casi siempre tan pasajera como el jefe politico que la encabezaba, como el régimen que la alimentaba desde la Casa Amarilla, 0 como el levantamiento atmado que la impulsaba. Bastarfa un tepaso a los periddicos de fa época, a la literatura panfletaria y a los manifiestos lanzados desde el campo de ba- talla o el lugar de exilio, Trinidad y Curazao por ejemplo, para comprobar [as pasiones mudadizas de los intelectuales, sus virajes bruscos, su destino marca- do por sucesos repentinos, su trdnsito de La Rotunda*® al palacio de gobierno y viceversa. En fin, su inestabilidad. Castro heredé el viento. Mientras Juan Vicente Gémez murié en el ejercicio del poder y pudo definir, a la altura de los afios veinte, a los intelectuales, en dos campos nitidamente delimitades, El Cabito** no pudo sostenerse en él mds que nueve afios, estremecido su mandato por la mayor revolucién que haya vencido gobierno alguno en Venezuela, por el mayor enfrentamiento que el pafs haya tenido con las potencias extranjeras y por el mayor acto de traicién que un politico haya consumado contra su protector, compadte y amigo. De este modo, si durante las tres décadas finales del siglo x1x, los intelectua- les reflejaron en sus obras y actos una conciencia pendular, casi inasible como *Cércel caraquefia demolida en 1936. **Cipriano Casiro, homogeneidad, a lo largo del castrismo, golpeados por aquella trinidad de conmociones, oscilaron todavia con mayor fuetza y rapidez. Ubicar los cam- bios de Bolet Peraza, Tomds Michelena, Potentini, O’Brien, Picdn Febres, Gil Fortoul, Pietri Daudet, Silva Obregén, Tosta Garcia, Arévala Gonzdlez, Eduardo Blanco, Romerogatefa, Fortoul Hurtado, Villegas Pulido, Racamon- de, Silva Gandolphi, Vicente Amengual, Calcafio Mathicu, Cabrera Malo, Ale- jandto Urbaneja, Odoarde Leén Ponte, Jacinto Lopez, Celestino Peraza, Mi- guel Eduardo Pardo, Pedro Vicente Mijares, Andrés J. Vigas, Luis Ramén Guzmén, Andrés Mata, Carlos Borges, Samuel Dario Maldonado, Lépez Ba- ralt, Lépez Fontainés, Pedro Manvel Ruiz, Carlos Benito Figueredo, Bruzual Serra y Blanco Fombona, entre otros y para no alatgar imprudentemente [a lista, resultaria una tarea dificil, por lo effmero de las posiciones y el flujo continuo de la politica, que reniega de periodificaciones y etiquetas durante esa treintena. Pero tratar de hacerlo en relaci6n con una etapa mds breve y mu- tante, de mds carga emocional y conflictividad politica, es practicamente impo- sible. Ni siquiera Picdén Salas, en su estudio de época, logré captar todas las ondas secretas de aquellas mudanzas, y eso que acudié a las fuentes escritas y al testimonio oral, a mds de darle trabajo a Ia imaginacién, que no era poca. El castrismo agudiza tales contradicciones, que envuelven no tan sélo lo ideolégico sino también lo humano. Fue una época gue concentré pasiones y las puso a jugar en todos los terrenas: libros de ataques panfletarios como Ei Cabito, de Morantes, y novelas de escenografia politico-social, como El bow- bre de bierro. Diarios {ntimos como Camino de imperfeccién y de terribilidad carcelaria como el de Antonio Patedes. Memorias (aqui también en singular: memoria}, como las que cursen en la primera parte de la obra de Pocaterra, o se explayan en un relato novelado al estilo de Pérez Hernandez. Catecismos de adulacié6n como el de Figueredo, Presidenciales, que duplican los halagos de Abigail Castilla, en las secciones sociales de los diatios de la Restauracicn. Documentos de archivero minucioso {a veces grandes, enormes minucias, al decir de Chesterton) como aquellos acerca de Jas invasiones colombianas a Venezuela, recopilados por Landaeta Rosales con olvido de Jas invasiones venezolanas a Colombia. Vitajes increfbles a la manera de Dominici, quien sal- ta de la prosa decadentista de La tristeza voluptuosa al libelo contra el sétrapa, del libelo contra el sétrapa a la evocacién griega en Dionysos, y de la evoca- cién griega a la pintura del wevo trdgico. Y mucha literatura sobre los bandi- dos alemanes de Guillermo II, y mucha hoja aclamacionista, y mucho telegra- ma laudatorio por la victoria sobre Matos, y mucha adhesién al Mocho* por su gesto patristico al salir de la fortaleza de San Carlos, y muchos juramentos, cumplidos 0 rotos, con motivo de la Aclamacién y Ia Conjura, y muchos men- sajes que luego figuraron en Los feticitadores, y mucha delacién desde Nueva York, y muchisimas confidencias desde Puerto Espafia y Bogotd. *General José Manuel Hernandez. XI Blanco Fombona no escapd de esta inestabilidad caracteristica del castris- moa. No fue, como Arévalo, rigida excepcién, sino, como la abrumadora ma- yorfa, figura oscilatoria. Podria afirmarse, sin el riesgo de un error condena- ble, que Blanco Fombona mantuvo una actitud de apoyo a Castro que cubre casi toda su gestidn, entre 1899 y junio o julio de 1908. Que de aqui en adelante, seis meses aproximadamente, objetd al dictador y hasta participé como lider en los sucesos postzeros de la Semana Trégica, y que en los ptimetos tiempos de Gémez impulsé al gobierno de fa reaccién. Conviene una revisién de ese periodo, porque hay sombras y luces defi- nidas. Nada de penumbra. No firma ja carta de apoyo a Castro aparecida en Ei Pregonero el 28 de oc- tubre de 1899, menos de una semana después de Ja entrada de sus ejércitos a Caracas. Alli estén, si, Pedro-Emilio Coll, Elfas Toro, Carlos Leén, Acosta Ortiz, Angel César Rivas, Razetti, Santos Dominici, . . ¢Explicacién probable? Todavia no ha regresado de Estados Unidos, en donde vivia voluntariamente expatriado tras breve prisién bajo el gobierno de Andrade. La ausencia debe también haber influido para que no se le mencionase en el intercambio epis- tolar sostenido por la prensa entre Romerogarcla y Atévalo Gonzélez. Para convencer a éste, el autor de Peonia invocaba los nombres de varios intelec. tuales, casi todos jdvenes, ya incorporados al castrismo naciente. Arévalo re- siste, no sin exigir la prueba del tiempo: “Déjame persistir en mi ereencia de que no basta derribar el idolo, si los sacerdotes quedan. El jefe de un pueblo que no quiere vivir en tinieblas debe pulsar perennemente la opinién publi. ca por medio de ja prensa libre: deja pues que mi ingenuidad sea 1a arteria donde pueda contar el general Castro las pulsaciones de esa querida enferma que se llama Venezuela”. La redaccién de las cartas puiblicas de Arévalo escondia, bajo su envoltura de paternal moralismo y de vocacién heroica, una inflexibilidad poco comin en el escritor venezolano de esos tiempos. Como antes, la persecucién y la c4rcel lo esperaban, y como a Ei Pregonero, se le acusarfa de gedo, en tan- to que a Blanco Fombona se le tenia como liberal. Pero los tres, sin saberlo, Ievaban la marca en la frente. Iban a cruzar el siglo y la vida politica venezo- lana como seres trdgicos, que no otra cosa son quienes comprometen la palabra, Cielo e infierno, he alli su matrimonio. Antes de finalizar el afio, el pais vive ese tramo de exaltaciones propio de Sas revoluciones triunfantes. A Paredes lo califican de loco que ha desatado una tormenta en Puerto Cabello; los Ducharne son sefialados como peligrasos hernandistas; Luis Bonafoux, colaborador de Ef Cojo Tlustrado, le confiesa su venezolanismo entrafiable a Castro (“Fue mi abuelo el doctor Angel Quin- tero”: jnada menos que el Angel malo!); alguien propone negociar un em- TE! Pregonero. 13.X1.1899. La carta de Romerogatcia es del 8.XI.1899, XII préstito con la Casa Morgan, ofreciéndole a ésta como garantia “los terrenos ganados a Inglaterra en la cuestién Guayana”; Luis F. Nava revela, desde Ma- tacaibo, que hay una conspiracién en marcha cuyo cabecilla es Helimenas Fi- nol; y finalmente Benjamin Ruiz, quien en los ejércitos de Castro, y con su conocimiento, se hacia pasar como Rafael Bolivar, esté encargado de la jefatuta militar de Carabobo.? Ninguno de estos datos, elegidos aparentemente al azar, serfan extrafios al fatum de Blanco Fombona. En efecto, el 17 de febrero de 1900 Benjamin Ruiz toma posesién de la Jefatura Civil y Militar del Zulia y lo nombra secretario general. El 27 se produce el atentado contra Castro; era martes de carnaval. Ya el 1? de mar- zo Blanco Fombena, desde Maracaibo, envia un mensaje a su “amigo de cora- z6n” y le participa que “los conservadores han querido suptimir con Ud. atros veinticinco afios de partido liberal en el poder”. Desde un diario de Valencia se clama, sin embargo, contra los anarquistas y se identifica el acto de terror con el socialismo que recorre el mundo. La prensa castrista de Caracas, tam- bién la del Zulia, muestra su indignacidn por el hecho de que el complotista Finol se ha refugiado en Ia casa del cénsul E. von Jess, lo cual interpretan Jos redactores como una intromisién extranjera. Mientras Pietri Daudet, por Europa, monta su epistolario idolatrico hacia el que ya empiezan a Hamar Héroe y comparar con Bonaparte, y en tanto Luis Valera, desde allé mismo, Mara- caibo, solicita ef fusilamiento de Anselmo Lépez —el frustrado magnicida—, Blanco Fombona se ve envuelto en una madeja de intrigas que lo conducirfan a su enemistad con Ruiz y finalmente al encuentro fatal con el jefe de guardia, el coronel Trurzaeta, a quien mata, no sin alegar ante Castro y Ja justicia, con ua cimulo de pruebas, “‘defensa propia”. El yo de Blanco Fombona, ya probado en 1898, cuando enfrenté a tiros al edecdn de Andrade, volvia a revelarse, asumiendo esa forma proyectiva que es el “riesgo fisico”, el desafio a la muerte, Ja afirmacién sangrienta. El ego, el concepto del honor espafiol y el machismo que el venezolano habia sobrevalorado a través de las aventuras armadas, tiraban nuevamente los dados. Claro estd, Blanco Fombona habia denunciado a Castro el mal camino de la gestién de Ruiz, aconsejado por el colombiano José I. Vargas Vila, y habfa pro- testado su lealtad a quien ocupaba “‘altisimo puesto en las paginas de oro de la historia”; peto Castro, al fin y al cabo, guardaba alguna gratitud para el falso Rafael Bolivar, contra quien su ex secretario, una vez liberado, en media, dice él, del contento popular, escribitfa un folleto demoledor: De cuerpo entero. Ei Negro Benjamin Ruiz. Este personaje todavia habria de aparecer en Ia vida de Blanco Fombona, y acerca de él Ramon J. Velasquez ba elaborado una setie de notas biograficas, parcialmente incorporadas en su libro La caida del 2Boletin del Archivo Histérico de Miraflores (BAHM). Nos. 11, 14, 33 y 70. XUI liberalismo amarillo que lo sefialan “como incendiario en Panama, monedeto falso en Nueva York y hombre de oscuras historias en Nicaragua y Costa Rica”. Antes de que Blanco Fombona fuese designado secretario en el Zulia, habla enviado a un diario restaurador un comentario que merecié tratamiento edito- tial. Blogiaba los nombramientos de Santos Dominici, Lépez Baralt y Lisandro Alvarado como rectores de las universidades de Caracas y el Zulia y del Colegio Federal de Barquisimeto. No era aquélla, noticula de elogio puro y simple, ne obstante Ios mésitos que éf acumuldé en cada uno de los jévenes escogidos para esos cargos, sino de advertencia en torno al estado de Ja educacién a finales de siglo, por él considerada excesivamente liberal y libresca, “semi- lero de intitiles con titulo de doctores”.? Creia firmemente, y en ocasiones postetiores insistisfa sobre el tema, en la necesidad de limitar las universida- des nacionales e invertir mds dinero en colegios de Agronomia y Mineralogia + pues le parecia un exabrupto que no existieran en un pais agricola y minero. Finalmente sale de la cércel y es enviado como cénsul en Amsterdam, Pietri Daudet y Dominici alaban més y mds al nuevo goberante, aunque ya el se- gundo estd a punto de romper con él. Gil Fortoul cruza por Trinidad, tam- bién en funciones consulares, antes de viajar a Londres: larga, ininterrumpida, sin rebeldia, la carrera de este sdlido historiador euya tinica excusa futura serd la de haber visto com honradez el pasado. También el poeta rebelde de Penté- licas —jah, cl del grito bohemio, el de la numerosa falange, audaz y fuerte!— emigra a Malaga, un cénsul més. Zumeta reside en Paris y edita la revista América, firme ain en su politica de “yo acuso” internacional, por lo cual aprovecha la ocasién para declararle la mds Jeal amistad al vencedor de Tocu- yito y denunciar las maniobras de Mz. Loomis, Es uno de esos ensayistas de telescopio, capaz de ver desde lejos [as leyes del desarrollo econdémico, los pro- cesas sociales, la diplomacia del dguila; de allf su Continente enfermo, publi- cado cuando al pais le seccionaban Ja Guayana Esequiba. Desde Puerto Espafia Francisco Jiménez Arrdiz informa a su gobierno la salida de Ducharne hacia el oriente, por el cafio Coporito. La pequefia obra Del vivac ha sido prolo- gada por Rufino quien entonces admiraba la descripcién del brillante caudillo, el General de la barba negra: “El libro deslumbra como un gran lienzo mili- tar de Messonier, Detaille 0 Neuville”. Miguel Eduardo Pardo, en Paris, que era una fiesta, mal aconseja; “Ahora falta, General, que Ud, haga un escarmiento, pero muy serio... sobre tedo con esos entes ridfculos que co- mo el sefior Matos creen que dirigir al pais es ditigir una casa comercial que vende papel de estraza y manteca en latas. Los traidores como Mendoza se fusilan; a los tontos como Lowstcky (sic) se les toca La Perica* en la Plaza Bolivar, como hizo Aledntara con Pulido”.* El hermano de Rufino, aptesado 3La Restausacién Liberal. 25.1.1900. *Baile popular venezolano. 4BAHM, N° 43, XIV afios mds tarde por oir el Hamado de Ja revolucién anticastrista, se siente fasci- nado ante el César. Cabrera Malo, a la sazén joven de 28 afios, se queda ef el pafs, pero como ministro, al Jado del sesentén y legendario autor de Venezuela beroiea. E] intelectual, huésped de las abstracciones, creador de universes ficticios, reconstructor del pasado procero, novelizador del “alma nacional’, habitante de la Grecia dionisiaca, cronista del anarquismo europeo, apasionado del su- perhombre nietzscheano, amigo de la bohemia y los amaneceres rojos, equé ha hecho en el afio I de la Restauracién? Construir su pedestal polftico. Salvo un atrabiliario como Rometogarcia, quien tuteaba desafiantemente a Cipriano, pasando de jefe revolucionario a preso politico en el Castillo de Puerto Cabello; 0 como Arévalo, enamorado de si mismo y cultor del gesto; 0 como Paredes, que poseia las fijaciones del guerrero abandonado y construia su torre de orgulla; © como los renuentes de primera hora que creyeton en un cobro préximo que al no Jegar los hizo transigir, los intelectuales traicionaban. Te- nian atin tres oportunidades: la Sacrada de 1901, la revolucién multicaudi- Hesca del general banquero* y el patriotisme declamatorio de los dias del blo- queo. Los que all{ estuvieron, aprendieron prontamente cémo en Venezuela la politica inundaba, arrasaba, y no dejaba piedra sobre piedra. Desde la lejania contempla la tierra madre de que hablé més tarde su bis- grafo Carmona Nenclares. Ha ido, él también, a Amsterdam, como cénsul. Tiempo de viajes, de vida mundana, de lecturas, de amor, pero no de luchas, Aqui sf las hay, El pais arde, y “la guerra de los mil dias” de Colombia atra- viesa la frontera, y la nuestra, en un mecanismo compensatorio, también la salta. Quienes ven con mirada clara, él y Zumeta entre los mejores, temen la mano imperialista y la mano consetvadora: juego de manos peligroso. El 21 de septiembre de 1901 se dirige a Castro para informarle cémo ha escrito largos articulos para tres periédicos en los que explica Ia invasidn colombiana y la tapifia de los Estados Unidos, de las que Ud. “ha salvado a Ja patria’, co- mo hombre de acero con “voluntad ¢ inteligencia previsora”,> no sin afiadir que el dominio militar de estos pueblos “no es tan facil como se lo imagi- nan los saladores de martanos de Chicago y New York”. Los oligarcas conspiran y son aplastados. Figueredo eleva Ja prosa confiden- cial y delatora hasta una altura informativa que provocaria la envidia del me- jor servicio secreto, y Ia hace descender hasta un nivel moral y politico que di- ficilmente podrian superarlo més tarde José Ignacio Cardenas, Yanes o Bar- celé, cuando Gémez convertirfa la red diplomética y consular en fos ojos y oidos del mundo. *Se refiere al general Manuel Antonio Matos. SBAHM, Ne? 39. Los periodistas, perras guardianes de las buenas concieticias, repletan las cdrceles, al lado de [os insutrectos, porque algunas veces ellos también [o son; con la critica de las armas o con las armas de la critica. Haciéndole com- pafifa al autor de Escombros, esa moralizante e hibrida novela antianduecista, estén Pedro Manuel Ruiz, los Pumares desde luego, por ser El Tiempo™ tinta y sangre conservadoras; y Rafael Golding, Espafia Nuiiez, Max Lores, Al- berto Gonzélez, Lesseur... La Linterna Mégica ha demostrado lo que es la prensa de nuevo tipo donde la caricatura, el texto y la agudeza suplen al dicterio. La Rotunda no se abre pata aquellos comprometides en empresas armadas, pero si para quienes han cometido los delitos de opinién, Se organiza mientras tanto la Juventud Restauradora y los ojos tiemblan de sorpresa al ver a Delfin Aurelio Aguilera —mds tarde uno de los Japidados por el panfle- to fombonista— al lado de Gabriel Mufioz, poeta parnasiano, y de los mejo- res, o de Pedro-Emilio Coll, entonces y después juzgado como hombre de pa- siones apagadas, en ceniza, sin el fuego de los politicos de ateneo. Pero Ve- nezuela guarda sorpresas y muchas de ellas estén como serpientes en cajas de juguete a la espera de que algiin critico, infantilmente, venga a curiosear. Entre esos intelectuales restanradores, jévenes de garra, podrian anotatse ade- mas a Jacinto Afiez, Gotrochotegui, Eloy G. Gonzdlez: cada uno en su mo- mento tendrd su parte. Blanco Fombona, en 1902 y 1903, vive atin en Amsterdam, con sus viajes de escape y su literatura de busqueda cuyos tetminales quedan en Paris, om- bligo del mundo. Hay un coronel, traido de Higuerote, Augusto Blanco Fom- bona, que oye cuentos prodigiosos de labios de un general cuya principal for- ma de guerrear es el periodismo: Romerogarcia, Con ellos el joven restaura- dor Aguilera, quien ird tomando notas para escribir una tipologia venezolana, con sus jefes civiles y militares, politicos corruptos, diaristas venales, y asf su- cesivamente. El consulado seguramente se tambalea o es costeado con fondos de la hacienda de los Blanco Fombona porque Rufino, desde Holanda, le ex- presa a Castro, con bastante dignidad, que él, como no ha pedido nada antes, tampoco le pedir nada ahora. Y al anunciarle el envio de un periddico francés donde seguira defendiendo el nombre de Venezuela y su gobernante, aclara que lo hace por patriotismo y por admiracién a quien no se dejé intimidar por los miserables europeos. En la postdata, sin embargo, hay una solicitud politi- ca: “Yo no of Jas invitaciones que se me hacian a menudo para la revolucién; desgraciadamente mis hermanos si la oyeron, En Ia cdrcel de Caracas hay un joven de nombre Augusto; yo no creo que si Ud. Jo pone en libertad peligra el gobierno’”’® Pardo, siempre en Parfs, manifiesta que sigue dando la batalla por fa defensa de los ideales politicos de Castro, tanto en la Reoue Americaine como en Le Vie Cosmopolite, lo cual no impide que cuando muera en 1905 Ja literatura panfletaria de Vargas Vila lo exhiba como un campedn antidicta- *Periédico caraquefio de fa época. 6BAHM, Nr 43. torial. Acd, mientras tanto, se retira del periodismo Max Lotes y el veterano Laureano Villanueva renuncia, ante prohibiciones polfticas, a continuar al frente de Ei Paériota. 1904 es un afio decisive en Blanco Fombona, primero porque sale el poe- mario Peguefia dpera lirica, con prélogo de Dario, y segundo porque torna al pais. En esos instantes los poetas cantan a Castro: al lado del viejo Hera- clio Martin de la Guardia, quien habia alabado las 4guilas caudales del cas- trismo, a su entrada en Caracas, Alejandro Romanace, con la mitificacién de] Siempre Vencedor Jamds Vencido.* Fue este paso de Blanco Fombona por Europa algo asi como un extrafio in- terludie. Sobre él, la sombra de un homicidio involuntario 0, por lo menos, promovido por la arrogancia de un hombre que, efectivamente, dejé una estela de negocios sucios en el Zulia, probatorios de su mala fama continental. Arras, una obra que habia iniciado con Trovadores y frovas, continuado con Cuentos de poetas y Cueutos americanos, para culminar en un libro de poemas sorpren- dente. Frente a él, sin saberlo, el aletazo de otro suceso sangriento y el signo fatal de la controversia interna. Ya ni escoger podria. ¢Por qué? Porque en- tre los varios caminos que se le abrian, su decisidn estaba determinada, no por una opcidén, sino por la plenitud vital de que tanto habia hecho alarde, incluso en su poesia. Por lo tanto, seguird en la politica menor; escribird bre- ves cantos para periddicos y revistas; insistird —y no imaginaba entonces en qué medida— en el articulo polémico y el libelo lapidario; intentara la critica, ya en un plano mds denso, menos poetizado y modernista; y, por fin, se ird a fo que para él es ferra incognita y reto a su individualismo desafotado, su aa- sia de vigor desparramacdo, de potencia en diaria actualizacién. A Rio Negro. Comparades Ios textos piblicos, esto es, los que él dio a conocer en- tonces y después en fa vasta obra donde la hemerobiblicgrafia es una torre de Babel, con los que eran calificables de secretos, revelados hoy por el Bole- tin del Archivo de Miraflores, la actuacién polftica de Blanco Fombona queda libre de suspicacias, en algtin tiempo alimentadas por lo rumultuoso de su tio vital, con encuentros homicidas, algarabias carcelarias, denuestos a todo pul- mén, inculpaciones desbordadas y autojustificaciones de un yoismo apabullan- te. Puede uno revisar sus diarios, los retrocesos evocativos de algunos de sus trabajos, las notas a pie de pagina, las intercalaciones en negritas de sus tex- tos acusatorios, los apéndices con fechas postergadas y hasta sus desafios sobre las manchas de su pasado, y cotejarlos con las notas confidenciales que ahora y sdlo ahora pueden conocerse, y en verdad encontraré un temple de sinceri- dad: no delaté, como la vergonzante mayoria de Jos cénsules; no pidié de rodillas, sino con elegancia de sefior de Ia literatura; no adulé, tampoco glo- rificd. *Cipriano Castro. XVIT Los testimonios durante ¢l periodo 1899-1904 indican que estuvo al ser- vicio de Castro y lo admiré hasta llegar al elogio por las actitudes de El Ca- bito a Jo largo de la revolucidén matista, el bloqueo de las grandes potencias, la Doctrina Monroe y ed conflicto con Colombia. Era, desde luego, una subor- dinacién, pero no un servilismo. Entre Trovadores y trovas y el poemario pro- logado por Dario discutre una obta germinal donde el panfleto y el articulo de combate estén inflamados por el odio a la dictadura, la fobia al imperialismo, la defensa de lo americano y lo nacional, el repudio visceral a ta vileza y la per- versién, Esto hay que grabarselo. Leer linealmente a Blanco Fombona es sind- nimo de fracaso. Para acosarlo, es preciso simultaneamente acudir a la iater- linea, los prdlogos, los falsos epilogos, las Hamadas, el piso emocional, Jas rupturas y acercamientos, y [a enfermiza variacién polipratica. Hasta aqui, y mientras regreso a otra jornada del casirismo, he querido demostrar cémo este régimen, al heredar las contradicciones del periodo de la cligarquia liberal, y al concentrar el conflicto entre la diplomacia europea y la monrojsta, desarrollé al maximo la dispersidn ético-politica de los intelec- tuales. Al terminar el “‘periode cipriano”, el porcentaje deescritores y periodis- tas que no se contaminé, o que mantuvo un trazo recto en sus actos, resulta minimo, si no risible. sAcaso Arévalo? Es posible. Todos los demds tuvieton sus dfas y afios de respaldo a Castro, y métanse allf al inclemente Pio Gil,* al martiano Zumeta, al olvidadizo Gil Fortoul, al alzado Santos Dominici y a su hermano, converso decadenrista, al novelista Carnevali Monreal y al so- cidloge Carlos Leén, uno muerto en La Rotunda benemérita y otto, jefe de una porcién del destierto; y, por supuesto, al mismo Blanco Fombona. El gomecismo, por su extensién en el tiemmpo y por los elementes unitivos de Ios que carecié ef régimen antecedenie, ofrece més claridad para el andlisis. Los diez afios que van de 1909 a 1919, momento de un singular complot cf- vico-militar, definieron las lineas de batalla. Las ilusiones de los caudillos, amigos de Gdémez en el trama del ascenso, o enemigos de Castro en el de Ja caida, quedaron decepcionados (la mayorfa) o afiliados al nuevo régimen, aun a sabiendas de todas sus aberraciones, de tal manera que cuando adviene la década del whisky and soda, del fox y de los ismos, de la generacién estu- diantil y de las dltimas invasiones, ya todos estan definidos. Excepciones co- mo las de Gil Borges y Santos Dominici, cuya desercién del régimen se pto- duce en 1921-22, son especificamente eso: excepciones. Ahora bien, uno de los pocos que tempranamente desacomoda e incomoda es Blanco Fombona; y no deja de ser curioso, como después se vera, que los periodistas y escritores formaran el primet grupo critico del gomecismo eaton- ces inobjetado, *Seuddnimo del escritor tachirense Pedro Maria Morantes. XVHOL Mariano Picén Salas, en un conmovedor texto otofial, confesé que de no haber emigrado de Venezuela su destino habria sido el del alcohol y la sffilis, el de la carcel o el de la politica de segunda, como secretario o consul. ¥ que, come no tenia vocacidn de héroe, escogid Ja huida. En otro sentido y en otro pais latinoamericano, la huida fue la opcién. Matidtegui se va de América para hacer su “mejor aprendizaje”, y cuande vuelve arroja sobre el Pert y el continente la palabra sabia y el proyecto revolucionario. Picén Salas se ali- menta en Chile de vastos conocimientos, pero la Revolucién con maytisculas —dice dl— no lo obsedia. En Blanco Fombona, viajes y fugas adquieren un color existencial especifico, yoizado, pero en el fondo expresan el drama de esta tierra que destierra, Pareciera que las figuras de Bello y de Baralt fuesen entonces el paradigma. Pero hay quienes optan, como ellos y Picén Salas, y hay quienes sufren por no ejercer el don de la escogencia. Los viajes de Blanco Fombona han tenido diferentes temples emocionales: el de 1893 a Filadelfia es consular y forma- tivo, pues no ha legade a los veinte afios y busca abtirse paso, ver horizontes, abastecer lo que seté fa vida de su poética; el de 1900 y el de 1907 son ex- piaciones, interregnos éticos, no obstante que su teorfia acerca del “hombre de accién’’ se lo impidiera; y los de 1898, tras la breve prisién en La Rotun- da andradista, y 1910, tras [a prisién en La Rotunda gomecista, serfan de exilio. El pafs lo vomitaba, Sabido es cémo reacciond Pérez Bonalde al enfrentarse al ambiente politi- co y moral de la Venezuela de entonces. No soportaba aquel submundo de pe- leas, bohemia, guerras intestinas, y como “cazador de certera punterfa y gh révago infatigable’” —asi lo dibujé en una vitieta de srovador Blanco Fom- bona—, pensé en una nueva huida: “Que quiero irme —le dijo a Pimentel Coronel—, que la parodia de lo grande me corre; que el ridfoulo me acecha’’? A poco triunfaba Ia revolucién legalista de Crespo, a cuyos ejércitos se habia sumado, con dieciocho afios apenas, Blanco Fombona. La victoria coincidié con la muerte de Pérez Bonalde en La Guaira, rodeado de miseria econémica y bumana. Y ahora los expatriados eran los trivnfalistas de ayer, a quienes en Paris el Ilustre Americano mira pasear en sus calesas rastdguoueres en el Bois de Boulogne: Andueza Palacio, Level de Goda, Villegas, Urdaneta. Las suertes trocadas no son en Venezuela otra cosa que el pan de cada dia. En 1899 aquel gozoso, prepotente, megalémano Guzmdn Blanco moriria en Paris, ya sin poder, practicamente solo, en tanto el beodo Andueza se preparaba para en- cargarse de la cancillerfa castrista. Es posible que tanto en Picén Salas como en Blanco Fombona® Ja profecia sobre el acecho de los tres mundos y el peligro de las tres tentaciones se haya ‘Eduardo Cartefio. Vide anecdética de venezolanos, 1941, p. 93. 8Una y otra son explicaciones tardias. Véase mas adelante, XIX cumplido al revés. Concretamente, Blanco Fombona iba cayendo, a raiz de los sucesos de 1908, en la politica subaltetna que, de continuar asi y no haber sido cortado en seco su desarrollo, lo habria convertido en cumplido secretario de la Cémara de Diputados, con la posibilidad de ascender alguna vez a un minis- terio, como el bueno de Pedro-Emilio Coll, a una senadurfa, como el inconmo- vible Didgenes Escalante, a una diputacién como Delfin Aurelio Aguilera, a un Congreso de Plenipotenciarios como Andrés Mata, a una presidencia de Esta- do como Diaz Rodriguez, o a la de la Republica —asf el mandato fuese fic ticlo— como Gil Fortoul. Cuando Blanco Fombona se expatria en 1910, lejos de é] el pensamiento de que aquel drama duraria un cuarto de siglo y tomaria su vida en vilo para soltarlo aqui, cansado, senescente y combatido. De todas manetas, Vene- zuela mataba a quien no se rendia. No tenia piedad Ja que gobernéd Gémez: hombres que fueron suyos, con alta figuracién politica e intelectual, como An- gel Carnevali Monreal y Pablo Giuseppi Menagas, murieron en la cércel; poe- tas como Eliseo Lépez y Torres Abandero y periodistas y escritores como Do- minguez Acosta y Pedro Manuel Ruiz, también. Otros, como el joven estu- diante Armando Zuloaga Blanco, perteneciente a su rama familiar, perecieron en invasiones. Los dems, a las carreteras, a los castillos salinos 0, como él, al destierro. Claro, quedaban Jas alternativas diabdlicas: el aleohol, la enferme- dad secreta, la oficina secretarial, la soledad y el aislamiento. Se diré que el cuento estd mal contado. Que Cecilio Acosta, de tempera- mento austero, y Juan Vicente Gonzalez, colérico y cambiadizo, no frustraron su obra y que ella es testimonio de ta complicidad con su época, ese saber gozatla suftiéndola, y del debate encarnizado y temporal. Es verdad, pero también fo es su reverso. Todavia Acosta y Gonzalez vivieron una Venezuela que alternaba la represién con Ja expresién, la guerra con las elecciones, las bévedas con “el cuarto poder”. Todo lo que divulgaron en diatios y revistas esos dos pensadores, ¢hubiese podido esctibirlo Blanco Fombona en Ef Nzevo Diario de 1915, en El Universal de 1925, en La Esfera de 1935, 0 en El Pre- gonero de los primeros afios del gomecismo? La historia, inclemente, ha dicho que no. Y ha dicho asimismo que Gémez no permitia érganos de expresién anténomos donde asomara la menor divergencia, Pocaterra, en ese sentido, conocié, por lo menos, dos experiencias en menos de un afio: la de Ed Fond- grafo y la de Pitorreos. Y Blanco Fombona, en 1909, a partir del asesinato de Chaumer, pudo darse cuenta de cémo y por dénde venia la tormenta. La frase de Picdn Salas se encuentra ya en el Diario de Blanco Fombona, quien a las alturas de 1932 confiesa: “De haber permanecido en mi pais de origen, la politica, Ia sifilis y el aguardiente me hubieran liquidado”.’ La valo- 9Las frases de uno y otto son casi idénticas, La de Blanco Fombona fue escrita en 1932. Ver: Angel Rama. Rufino Blanco Fombona intimo, 1975, p. 180. aX racién, pues, del éxodo como elemento de salvacién y de Venezuela coma hidra de tres cabezas (“Madre de extratios y madtastra de sus propies hijos”, segin Andrés Eloy Blanco}, no constitufa una impostura en ambos escritores. Ademas tuvieron el evidado de robarle al futuro las posibilidades de fruto que aquf eran semilla estéril. Picén Salas, que no era politico, se metié de cabeza en una biblio- teca chilena para ofrecer después una prosa alimentaria, multiple, de dilatada visién del hombre y las cosas, todo to cual no le impididé contactos con jévenes desterrados y el ejercicio de alguna corresponsalfa de vocero propagandistico antigomecista. Blanco Fombona, cuyos idolos eran muchos, no tenfa como altar mayor el de la politica, aunque la profesara en la accién, a escala media, y en la teoria con gran ardor panfletatio. A falta de la militancia en los partidos del exilio y de la intromisién en las polémicas intercaudillescas, Blanco Fom- bona se dedicé al insulto proteico, a la demolicién de las estatuas de la dictadura a ttavés del articulo, el verso, la confidencia, los procesos, las epfstolas, la novela, [os cuentos, la conversacién, la vigilia y el suefio. Picén Salas, Pocaterra y Blanco Fombona podrian tomarse como tres mode- los de una misma linea intelectual, En Picdn Salas encuentra el estudioso de la época del gomecismo al que huye, sin ser Iuchador politico, para hacerse en el exterior, agarrando por la punta el duro oficio del aprendizaje, como lo hizo Maridtegui en Europa. Hombre nacido con el siglo, Picén Salas no vivid Ta espectacularidad hist6rica que fue el castrismo, y apenas despuntaba a la vida literatia cuando optd: su decisién, por lo demds, fue solitaria, no grupal, tampoco generacional. Los muchachos de las jornadas tranviarias y de la FEV* habjan salido de la cércel, y esa cdrcel —la de rejas, cuatro paredes, espera enigmética— no formaba parte de su plan existencial. Pocaterra, mayor que él y menor que Rufino, habia visto de nifio la entrada de las tropas castristas a Valencia, lo que cuenta en una estremecedora jornada de sus Memorias, tanto como sus experiencias periodisticas en Cain y su inicia- cién carcelaria, también bajo el régimen, ya en extincién, de El Cabito. Por Jo tanto, en Pocaterra la dictadura Je habia entrado por los ojos, y sts libros cotmienzan a nutrirse de aquellos ambientes asfixiantes y corrompidos, Todo lo que esctibe antes del destierro est nutrido de fealdades y caricaturas, desde Politica feminista hasta Tierra det sol amadd, pasando por Vidas oseuras. Pero es el calabozo de La Rotunda, esa universidad y ese cementerio, el que le ensefia la distancia que hay entre la vida y la muerte. La huida de Pocaterra, pues, no es para formarse —ya ha hecho lo fundamental, incluso de las Memo- nias—, sino pata no yacer con porvenir y todo en una celda, aislado de los grupos literarios a los que negaba, obturadas las empresas editoriales, prohi- bidas las expresiones politicas en los diarios. Un sactificio tal, sin apelar a ios tefugios demorifacos del ron malo y el contagio venéreo, equivalia a la castra- *Federacidn de Estudiantes de Venezuela. XXI cién. Escritores de textura sicopatolégica tuvieron el don de la espera, verbi- gracia Pio Gil, pero no precisamente en una carcel ni tampoco por largo tiempo. Otros como Gallegos, exclamaron pecho adentro el jno aguanto mds! y fueron al exterior, para no caer en las redes de la Dofia Barbara que era el pais. Y alguien que observaba desde su Torre de Timén, tomé sus obras completas, sus textos gtiegos y su insomnio y fue a matarse en Ginebra, lejos del sol ardiente de Cumand.* Blanco Fombona, cuando decide, cuenta 36 afios, poco més de la mitad del camino de la vida, aunque en esa media vida lo hubiese probado todo: Benve- nuto y Don Juan, Byron y Casanova, como dirfa de él su admitador y admirado Jorge Schmidke. El se va con la esperanza de volver y hasta se implica, fami- liarmente, en una conspiracién para detrocar al primer Gémez, todavia, aunque en apariencia, corcho flotante en medio del océano de caudillos. Pero el destietro se ptolonga tanto como la dictadura, y ef odio crece a medida que la impoten- cia avanza, y Ia edad aburguesa, envejece, tritura, y cuando la hota Ilega, ya es otro siendo el mismo, y el pais no lo reconoce. Quien diga que un destierro, con dinero como fue el caso de muchos caudillos, y con empresas polifacéticas como fue el de Blanco Fombona, es un escape, miente. No hay mayor dolor que ése, habfa escrito Bolivar. Uno para formatse, otro para no morit acd (conviene recordar el poema de Andrés Eloy Blanco, temblor de existencia venezolana que algunos maligni- zan como cursi), y el tercero en la creencia de que el “‘mejoz poema es el de la vida”, se marcharon del pais. Siende verdad lo que afirma Angel Rama, en los viajes de Blanco Fombona hay, sin embargo, un toque vital que no es propio de itinerantes modernistas como Darfo, Gémez Carrillo, las Garcia Calderén y el mismisimo Vargas Vila. No repetiré lo que ya ha sido relato en este prélogo, pero en cambio buscaré en el retorno fa explicacién de una trama destinista. El desenlace es anagndrisis. Sus viajes, gran viaje hacia la muerte. A Blanco Fombona Io marcé Ja impronea de Jacinto Lépez, de Félix Montes, de Nogales Méndez y de otros magnificos errabundos que a la hora de “la vuelta a la patria’, la encontraron ocupada por el olvido. Se fueron yendo, gota a gota, tal como se les iba cl aliento vital, y murieron lejos de la tierra nativa. Hasta el cadaver de uno de ellos permanecié, en una aduana, sin identi- ficacién, acaso porque para Venezuela nombtes como los de Montes, Nogales y Lépez ya habian perdido la identidad. jEstaban tan desterrados que quienes los conocfan no los reconocian! Eran —y en parte Blanco Fombona— dioses sin masas creyentes en aquel 1936 de levadura y espasmo, cuando Venezuela desperté con el siglo x1x a *José Antonio Ramos Sucre. XXIL Jas espaldas y con una legién de jdvenes del 28, de incendiarios bolcheviques y de tedricos dgiles, duefics de las tribunas, los sindicatos, las universidades populares, las calles torrenciales. Eran maestros sin discipulos; iconoclastas de ayer; seres fantasmales; prestigios que si llegaban al pueblo, llegaban por una via oral, retumbando de ofdo en cido como el cuento de algo que sucedié en tiempos muy lejanos. Estaban destituidos de todo liderazgo, ellos los enfants terribles de la época de Andueza, los de las bocanadas de orgullo en las prisio- hes castristas, los autores de Judas Capitolino, los redactores de Reforma So- cial, los candidatos subversivos a la presidencia que Gémez no abandonaria jamas. El choque de Blanco Fombona con la Venezuela de 1936 tuvo el sentido de una abolicién y la categoria de una paranoia. Recibié cartas de ex compafieros de cdrcel o de Ja Jiteratura, de quienes pocos se acordaban —jni é1 mismo!— al tiempo que [os ataques de los nuevos, és0s que tenfan la dinamita en la mano, el discurse a flor de labios, la juventud estudiantil en Miracielos,* la huelga poli. tica en las decisiones de comando. Alguien, ante su viraje conservadar, su acceso a la respetabilidad administrativa y su acercamiento a Lépez Contreras, el gran recolector de estas sombras, le recordé que seguia siendo el de Rio Negro, y aquello lo estremecié. La pasién de la derecha, en él que hasta las visperas, y atin después, proclamaba ser ultraliberal y sacaba al aire su filiacién al partido radical del viejo lider Leroux, lo desbordd. Vela comunistas por todas partes, aun entre aquellos que hacian cura de salud en Los Teques, capital del estado que él presidia. Ni los nuevos comprendieron a Blanco Fombona, desentonados con sus pré dicas ¢ hijos de una era inflamada por la Revolucidn Rusa, el experimento mexi- cano y, en ese mismo afio 36, fa Guerra Civil espariola; ni Blanco Fombona quiso comprenderlos. El se autoabastecia de su obra, que era ciclépea aunque dispersa, heterogénea y despistadora; ellos se habfan extendido a si mismos certificada de suficiencia en la obra que estaban realizando y que, por supuesto, no necesitaba tutorias de antafio. Por la memoria de él debieron cruzar los lances de Maracaibo y Rfo Negro, fos duelos, el mitin en la Plaza Bolivar en 1908, las prisiones en La Rotunda, las atdientes polémicas en favor del genio de Ja libertad, las cargas de caballerfa ligera contra el gomecismo, la fama continental coma editor, la candidatura al Premio Nobel, los elogios de Datio y Gémez Carrillo y |Barbusse!, cl proceso por la publicacién de La madseara heroica, la prisién del hermano ante ef descubrimiento de un complot que pronto seria un éxito, el inicio de otro plan para el derrocamiento, ahora de Gomez, en 1911-12, y la participacién en la junta directora de la expedicién del Falke, y las gobernaciones en provincias espafiolas durante el ctuce mds duro de la Re- piiblica, antesala de Ia catastrofe del 39, Pot la memoria de ellos —todavia “Esquina cataquefia donde tuvo su sede Ja Federacién de Estudiantes de Venezuela, XXO1 sin tantos fardos, porque la verdad es que el pasado pesa e impide—, debieron a su vez cruzar los sucesos de la Semana del Estudiante, el complot de abril, los trabajos forzados en Araira y Palenque, el Castillo Libertador, la toma de Curazao, el Plan de Barranquilla, jas figuras de Haya de Ja Torre y Mella, el Congreso Antiimperialista que presidid jotro Barbusse, rojo por el fuego!, y finalmente las discusiones sobre matxismo. No hay mejor medio probatorio de estas hipdtesis que acudir a los perid- dicos y revistas de la época. Los nuevos estan en El Obispo,* en la huelga de junio —por él condenada—, en los estremecimientos petroleros, en el Bloque de Abril, en el Metropolitano, el Nuevo Circo, el Parque Carabobo, Son rios fuera de madre, El gen dénde? Como a Pocaterra, como a Nogales, como a Régulo Olivares, como a Néstor Luis Pérez, como a esa fantasmagérica exposi- cién de santones antigomecistas, Lépez Contreras lo ha llamado para la colabo- tacién con un gobierno de paz y orden. Muerta la dictadura, cada quien tiene una férmula de cémo hacer nacer la democracia, sdlo que esta vez 1a pelea es a dos: izquierda y derecha. Blanco Fombona resiste a la izquierda, ergo esté ubi- cado en Ja detecha. Y esto no lo afirmo yo cémodamente, casi medio siglo des- pués, no. Fue la conciencia de época, especie de estailido cristalizado, la que deslindé al pais en dos campos. En definitiva, pero parcialmente, aquello no era sino un reflejo del drama de la Guerra Espaficla y un anticipo de la con- frontacién entre fascismo y antifascismo. Hay una pdgina en el Camino de imperfeccién cuya cita adquiere forma argu- mental corpdrea, sdlida, a la hora de demostrar lo que son estas particiones histéricas. Es como si Blanco Fombona, en el manejo de la segunda persona, dijera Tua res dgitur: “lo que se representaba en 1908 y donde ti eras actor y testigo, a ti también te atafie en 1936”. Anotaba entonces él (19 de enero de 1909): “gCdémo puede ser que habiendo ya derrocado la tiranfa, permanezcan en pie el sistema y sus elementos? Los Estados atin permanecen en manos de los cémplices y esbitres del Dictador, éSe tiene el horror de infringir la Constitucién, por miedo de caer en nueva dictadura?... 2O es simplemente que no se quiere salir de los rieles constitucionales pen- sando que entonces Gémez —Vicepresidente— no tendria derecho para recibir la herencia de Castro y gobernar?”, Y parrafos mas abajo: “*¢Creo que lo natural setia dar por terminada la anterior dictadura y su organizacién y Wamar al pais a elecciones?’”.1° Exi aquella oportunidad, precisamente, Ja “‘purulenta legalidad” del gomecis- mo naciente sirvid para apuntalarlo y, por supuesto, no se convecd al proceso *Carcel caraquefia. MWibid, p. 171. XXIV eleccionario solicitada por Blanco Fombona. Tal la dilemdtica tragica de 1936. Ante la tesis de la disolucién de! Congreso gomecista, surgié la de su perpe- tuacion. ¥ asi como en 1909 Gémez suprimi las libertades de expresién —aun- que limitadamente, como Lépez Contreras— y fue preparando la negacién abso- luta de los ideales reaccionarios que sacudieron a! pais durante la Semana TrA- gica, ast el gcbierno lopecista golped dura y sostenidamente a las Ilamadas izquierdas. Eso era el antagonismo. Una anticipacién de l se vio en el Castillo de Puerto Cabello cuando, una vez preso Atévalo Gonzalez por haberse solidartzado con los estudiantes de la boina azul, hubo de plantearse jen los calabozos! la divisién de aguas. El tiem- po, en su fluidez, es terrible. Los jévenes admiraban la gallardfa de aquel patriarca para quien los grillos eran ‘“‘hierro dulce” y las cdrceles, habitacién familiar, pero en asuntos ideoldgicos el apdstol se llamaba Pio Tamayo. Cuando Blanco Fombona era joven, al pais llegaban los calogratnas con informaciones sobre los atentados anarquistas. Un dia mataron al presidente de EE. UU. McKinley, y en un articulo feroz y brillante, Blanco Fombona proclams su odio contra la victima y ademds, como sobremesa, colocé una frase que alguien repitid en Venezuela, Ramdén David Leén (a quien fe prologd él su libro Por donde vamos) para referirse a la que dio muerte a Ezequiel Zamora: ‘“‘Nunca bala fue mejor dirigida”. Y en otra frase, el brindis: “El anarquismo hard carrera... La dignidad desterrada hoy en el munde se ha refugiado en el corazén de los anarquistas”. Y en otra, la despedida: “Yo estoy orgulloso de ser contem- pordneo de tales hombres’! Otra prefiguracién de Ja lucha emblematica entablada en 1936 fue la polé- mica entre Pocaterra, en nombre de la federacién de caudillos que preparaba Ja aventura del Falke, y los dirigentes del PRV,* algunos curtidos ya en el movimiento comunista cubano y mexicano. Por cierto que algo le iced a Blanco Fombona en este episodio, pero resultarfa cuento de nunca acabar concentrar en estas paginas la inmensa ola de desconcierto levantada por la expedicién de Roman Delgado Chalbaud, y de asembro por la invasién de Faleén, donde la nota idevidgica Ja impusieron Gustavo Machado y algunos del 28 como Miguel Otero Silva. Este, con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de Blanco Fombona, resumid, un tanto distanciado ya de les dias tormentosos, la visién que de Blanco Fombona tenia el intelectual izquietdista de 1936: “Editor, panfletario, historia- dor, ensayista, poeta, preso, desterrado, gobernador, diplomdtico, condotiero, duelista. Todo, menos maestro””!2 M“Las anatquistas”. En: La ldmpara de Aladino, 1915, p. 403. *Partida Revolucionaria Venezolano. 12Et Nacional. 15.X.64. xXXxXV Entre 1936 y 1944 la muralla no se derriba, a pesar de que el temible lucha- dor de otros tiempos mantiene amables tertulias con los de los nuevos, en la libreria La Torre, de Pedredfiez y Diamante: Pedro Beroes, Aquifes Nazoa... Y de que Agui estd.../, érgano de los comunistas, intentase una critica mds acertada y justiciera, debidamente alejada de la rafaga sectaria. No olvida Blan- co Fombona que en 1937 promovié demanda contra Fanteches, entre otras cosas por haber insertado una caricatura, “La Bella y la Fiera”, estimada por él y su abogado como maliciosa, con intencién de burla y desprecio. En el prdlogo de Mezorcas de ore asomé, sin dejar de acudir a buidas ironias, una conciliacién, ya que no reconciliacidn. Después de atacar a Julio Planchart, nada comunista por cierto, y antes de meterse con el “denodado matadioses de Mérida” (Picdn Salas, mucho menos marxista que él), apunta: “Yo en cambio —y eso prueba mi superioridad respecto a ellos, mi honradez y mi vetacidad— confieso que veo y saludo en el bolchevique de buena fe Pablo Neruda al mayor poeta actual de América”... ‘‘y hasta un joven Aquiles, de nombre medio portugués, complicado y, en este momento irrecordable, me parece que ha incensado a José Marti en un soneto digno de Marti y digno de Apolo”. Y asi como inculpé a los comunistas de todos los males y de {a erftica adversa, con titulos parddicas como los de La tortuga colorada y Alli estén, alusivos al semanario humoristico E! Morrocoy Azul y el “reseco hebdomada- tio” Agui Esté...!, 0 como se ditigié a Silva Telleria y Otero Silva con expre- siones eufemisticas, pero satiricas, en un alarde de su prosapia libelista, asi, en una nota de uno de sus diarios, elogid a Gustavo Machado. De todas maneras, el Blanco Fombona del retotao es el ejemplo, ef modelo referencial de quienes construyen una personalidad por encima de escuelas y pattidos y a la postre sélo tienen ese yo para defenderse. El, en sus apuntes de los afios treinta, fechados en Espafia, habfa ido anotando con una contratie- dad entre casera y sicopdtica la resistencia de Ia inspiracién, el esfuerzo para la escritura diaria, la pérdida de voluntad y chispa cn el trabajo creador. La figuracién en la polftica espafiola no es consecuencia de sus antiguos arranques de hétoe tragico, de Ia praxis elemental y desplegada, o de su alma de con- quistador del siglo xvi. Parece mds bien la cesién de un titulo honorable, pago generoso de Espafia radical a lo Lerroux, como antes los escritores de fila, y aun quienes no lo etan, habfan trabajado para el novelista xobefizable: Una- muno, Valle Inclén, Gomez de Baquero, Manuel Machado, América Castro, Menéndez Pidal, el Conde de Romanones. Habia conseguido, a fuerza de una labor renaz y de una inteligencia sin tregua, el respeto de Ja Espafia liberal y aun, parcialmente, de Ia oficial. Todo lo contrario, o al menos desemejante, de lo que le sucedié en Venezuela, Uno de los dones que mds repartidé en la tierra de exilio fue el del periodis- mo; en extensién, y tal vez en profundidad, sdlo lo superé el trajin editorial, Bianco Fombona. Mazorces de oro, 1943. “A Jorge Schmidke”, XXXVI oficio que lo colocé entre Ia gerencia y la promocién cultural, y que repartié su nombre por ef continente, con exclusidn de Venezuela, hundida en el silencio. E] sabia esto y lo habia denunciado cinco, diez, infinitas veces: mis libros Ho se permiten en Venezuela; lox diarios no comentan mis obras; mi lebor editortal es ocultada; mi nombre, mi solo nombre, esta probibido. Asi se expresaba en libros de apuntes, en cartas a amigos, en articulos de combate. En efecto, sobre su obra ## crescendo nada se decia en los textos criticos y periddicos, y también en torno a la que ya tenfa hecha, dentro y fuera del pafs, empez6 a tenderse Ia trampa de la “no existencia”. Ain mds, desde acd se armé un libro panfletario que causaria uno de sus mayores —casi antold- gico por su vehemencia, agresividad, estilo— arranques polémicos: el prdlogo a Cantos de la prisién y det destierro, complementado con una obra maestra de la denuncia, Judas Capitolino. Mas, Blanco Fombona no podia esperar sino exclusién de parte de quienes habianse convertido en feroces adversarics y controlaban la prensa oficial, como Andrés Mata, Delffn Aurelio Aguilera, mds tarde Laureano Vallenilla Lanz y, en los intersticios de una historia de rupturas, como sospechoso de ser fautor de la conspiracién folletinesca, Zometa. El enemigo verdadero, sin embargo, era Gémez, quien ya en 1915, seguro de Ja continuidad del régimen y de la “legalidad purulenta” surgida de la farsa electoral, decretaria fa instavracién de las aduanas ideoldégicas, cuya filosofia est4 expresada en las medidas contra el periddico Ef Obrero y en la no mencida, ni para bien ni para mal, de la pala- bra corunisme, aunque le doliera a Arcaya. El destierro de Blanco Fombona, en este sentido, fue también intelectual. Habia que desaparecerlo de la faz de la tierra. EI, he alli su equivocacidn, siempre pensd que advenida la libertad a Venezuela, seria Ia estrella que brillaria esa mafiana, Yo he hecho un esfuerzo para localizar comentarios sobre los libros de Blanco Tombona, alusiones a su vida, o articulos reproducidos, y casi he fra- casado. Por casualidad, en diario de provincia,!4 topé con el ensayo “Algo que deber saber Espafia de América. Algo que debe saber Amética de Espafia”, aparecidos antes en Hispania, de Londres, y La Discusién, de Madrid. La pro- digiosa labor investigativa de Rafael Ramén Castellanos me ha permitido ubicar algunos otros materiales: “Bolivar y el general San Martin”, “Bolivar y la emancipacién de las colonias”, “Frases hechas. La holgazanerfa espajfiola. La loca Francia”, publicados los dos primeros por Ef Cojo Hustrado, en 1913, y el tercero por La Revista, en 1915. Habrd, tal vez, algunos otros, por aqui y por alld, pero en cualquier caso puedo adelantar opinién: las reproduccio- nes diffciimente serdn posteriores a 1915; los articulos se referiran al tema WE! Luchador (Ciudad Bolfvar). 26.¥.1915. Resulta irénico que en la misma ciudad donde estuyo preso un decenio antes y donde esctibié El hombre de bierro hayan publicado su cronica. KXVIE patristico, particularmente a Bolivar; y la prensa oficial no serviré, a buen seguro, como vehiculo de esas excepcionales muestras. Aunque no estoy de acuerdo con la afirmacién de Luis Beltrén Guerrero acetca de que todavia en 1915 existia libertad en el Parlamento y la prensa, acepto que habja una relativa libertad en ambas dreas, liquidada por legiti- macién canallesca de la fuerza. No por casualidad muere Ei Cojo Ifustrado en visperas de ese vuelco. Tampoco son fortuitas la prisi6n de Delgado Chal- baud, Ia invasidn castrista (?) por Falcén, la clausura de Ef Pregonero, \a prisidn de Atévalo y la fuga hacia el exilio de Félix Montes. Ademés, el ejemplo que da Guerrero, esto es, la critica por parte de Lisandro Alvarado al libro Cesarismo democrdtico es acogida por una revista, Cultura Venezo- lana, y no por la prensa diaria. Adn, he alli otro dato, no se habfa extendido la persecucién ideoldgica a estas islas de la libertad de expresidn, si es que Je absoluto se define por lo relativo, fa plenitud por lo precario. Merece destacarse la posicién de Jestis Semprum, quien envié a E/ Cojo Hustrado, pot 1909, creo que a los dos meses de !a prisién de Blanco Fom- bona, un estudio ‘‘sobre su obra poética”. jCuriosisimo enfoque critica y mds todavia el destino que io esperaba, a vuelta de esquina! Porque por encima de algunas criticas, atribuibles segin Julio Planchart al disimulado descontento y a la aficién por la ironta, propios de Semprum, el poeta de Pegueita dpera lirica lo estimd tan valioso y valiente que lo in- corporé (algo muy del genio caprichoso de este autor-laberinto) a sus Cantos de la prisién y del destierro, “porque me place la grande independencia y la no menos probidad literaria del doctor Semprum, porque Semprum tuvo el valor de hablar de mi cuando de mf no se podfa hablar en Venezuela. Es, quiz, la Ultima vez que en la prensa de Caracas se ha publicado mi nombre”. En el aspecto valorativo, no se equivocaba Blanco Fombona, y esto sera verdad hasta que se demuestre lo contrario. La elocuencia de la historia del gomecismo era algo que se revelaria por su contrario, la mudez. Afortunada- mente no fue este vicio el de Semprum. Desde Estados Unidos le escribié al autor de La mdscara heroica, para inquirir sobre la verdad de la “recogida’”” de esa novela que yo llamaria de politica-ficcién, y para comunicarle que tra- bajaba afanosamente en un estudio critico, por cierto nunca publicado y quién sabe si concluido. Ejemplos hay més: Picdén Salas, Cedillo, José Rami- rez... La respuesta no se hizo esperar. Gémez crefa que a él lo podian sa- crificar con el silencio, como a las victimas de Puerto Cabello y La Rotunda, pero debfa saber, también los ctros tiranos, que a los escritores no se les podia perseguir impunemente: ‘“‘Debemos crear una unién sagrada de los es- critores contra los tiranos’’, 15En el apéndice de Jess Serprum. Critica literaria, 1956, p. 387. XXVIIL Ademds, al respaldar una frase de Semprum, juzgaba que Gémez era un sintoma de una enfermedad nacional: “No por eso soy menos partidario del tiranicidio... Afiado esto: al mismo tiempo que a los déspotas, debe casti- garse con la muerte a los esclavos; principalmente a los tedricos del servi- lismo, como Gumersindo Rivas, Mata, Vallenilla Lanz. gQue es mucha la sangre vertida? Error: hay que gastar a veces por econornia. Coja un lapiz y saque cuentas” .!6 Esta transcripcidén no obedece al deseo de exhibir cémo, cudnto y con qué fuerza arremetia el polemista en contra de Gémez, de las mentiras sactaliza- das, de los “‘lacayos intelectuales”; tampoco al de desnudar su estilo en la diatriba, que tenia la fogosidad de los antecesores —Vargas Vila— y de los coeténeos —Pio GilH—, m4s una dosis de examen objetivo, ausente en éstos; mucho menos al de reiterar su mania tiranicida, a la que siempre he sentido como verbalista y ritual. Nada de eso. La intencién es sacar de lo més hondo de aquellas aguas, como buque abandonado, el rencor que en Rufino produjo Ja dura soledad 2 que la condenaron los suyos. Aquel hombre mitnado por las redacciones de Ef Sol y La Voz, cuyas colaboraciones solicitaban Jas revistas de América Latina —y hasta de Francia— gqué recibia de ja Venezuela de tortol y rifias de gallos, de prensa amordazada y pobreza ética, come no fuera la ignorancia respecto a su existencia? El, un egotista al ciento por ciento, co- mo en estudio penetrante lo ha expuesto Angel Rama, debié dolerse hasta los huesos ante esa tactica del desprecio, en tal tiempo de ratas. Y asi como transfirid enrevesados complejos, productos palpitantes del desarraigo, cuan- do torné a Venezuela para batirse ideoldgica y hasta comisarialmente con los comunistas, en apelacién de un socialismo radical que en él era ya flor mar- chita, asf tendria Ja bella obsesién de que aqui lo negaban como hombre cuando era puro, como poeta cuando Dario fo bendijo, como novelista cuan- do Pocaterra lo Ilamé maestro, como historiador cuando por él Bolivar resu- citd, como cuentista cuando anuncié realismos. Ofendido con todos, llegd a ex- clamar: “|Qué mar de confusiones! Esa piltrafa que flota sobre el mar es un cadaver, mi caddver, yo, lo que ven de mi mis paisanos... Desgraciada- mente y aun contra mi voluntad, yo existo fuera de Venezuela”.!7 Pocaterra, ese venezolano que abrid con violencia fisica la Casa de los Muertos, intuy6 asimismo Ja tragedia maxima del autor de Drawas minimos. Desde Maracaibo, donde esctibfa utticantes articulos sin firma, y no por miedo, ya que una finea de é no se confunde, huella digital del espiritu, con la de nadie, se ditigid a Blanco Fombona para confesarle su admiracién: “Lef, casi de lance, El hombre de oro. Yo no puedo decitle otra cosa: sélo aspiro a seguir los claros rumbos que desde El hambre de hierro, modestamente Ila- mado novelin por su autor, viene tomando nuestra literatura, a pesar de las 16"Carta de Blanco Fombona a Semprum”. E/ Nacional. 3.1.1965. 17Blanco Fombona. “A Jorge Schmidke”. XXIX trescientas ocas americanas que nos son ya familiares y hasta indispensables para vivir...”.8 Ya en Montreal, ciudad no tan amada por el sol, pero si por él, el autor de El Doctor Bebé (reedicién de Polftica feminista, hecha por Blanco Fombona) le anuncia que esté preparando algo en torno “a Ia ridiculez del gobierno es- patiol con La msdscara heroica”. Pocaterra le incluye un recorte de periddico, suerte de comunicacién espiritista utilizada por estos profetas del destierro, con el fin de que se entere “cémo escribimos en Nueva York’, entonces un centro de agitacién y propaganda verdaderamente tentacular; “Verd también que el terror bizantino (sic) pasa el Atldntico y pone calores terribles en el nalgatorio de Arcaya’”.? Pocaterra se referia a Ja acusacién “ante el mundo” del tirano Gomez, formulada por la Federaci6n Americana del Trabajo, don- de los emperadores eran Gompers y Mujfioz Marin. Hoy tenemos abundante informacién sobre aquel documento y algunos mds de la AFL, vista como co- munista por Atcaya y Yanes; pero entonces, gracias a los cordones profiléc- ticos, s6lo una minoria estaba enterada de cuanto acaecia en ese misterioso supramundo de comunicados y reuniones, confidencias consulares e infiden- cias revolucionarias. Es mds, la confianza que Pocatetra y los grupos de ilusos newyorkinos tenfan depositada en la Federacién de Trabajo no era compar- tida per Blanco Fombona, quien juzgaba al obretismo yanqui y aun a sus vanguardias socialistas como cémplices —o en el mejor de los casos, tibics objetores— de fa polftica imperialista. Pero cada quien con su juego: para Pocaterra el meridiano pasaba por New York, para Blanco Fombona por Ma- drid —donde se le segufa proceso a €f, a su libro— y para Gémez por Ma- racay, Otro que sf leyd, porque leia de todo, a Blanco Fombona, fue Picdén Salas. Su misiva, en la hipétesis de que no haya otras, es bastante tardia, por 1934. Revela algunos actos penumbrosos, Su fuga a Chile se debid, fundamental- mente, a la caida politica del canciller Gil Borges, a cuyo servicio estuvo. En aquel pats dijo todo lo que podia decir sobre el régimen de Gomez y pudo constatar cémo Blanco Fombona era el primer venezolano por quien pregunta- ban los latincamericanos. Acusa recibo de El secreto de Ia felicidad, libro que Je parece diferente a sus otras obras literarias, por el tono y la forma, acaso porque siendo novela el autor introduce capitulos al estilo de teatro para leer e intercala algunos poemas, y mo porque sea superior, pot ejemplo, a El hombre de bierro, Picén Salas se cuida de ensalzar una novela para mi mediocre, producto de la involucién de Rufino dentro de ese género para ef cual patecia extraordinariamente dotado. Mariano Picén Salas, a quien por acto de venganza literaria, Rufino, veinte afios después, calificard como “el israelita P. Salas de Mérida”, no recuerda entonces qué fue lo que pudo escribir sobre 18Pocaterra a Blanco Fombona, 12.X1.1923. En: Rafael Ramén Castellanos. Rejino Blan- co Fombona y sus coterraneos, 1970, p. 238. 19Pocaterra a Blanco Fombona. 1,VJJI.1923. En: Castelianos, p. 241. XXX él en un trabajo de 1919 (se trataba de la conferencia “La finalidad poco ame- ricana de una literatura’, de la que recogié fragmentos en Buscando el camsi- xo), pero en cualquier caso “en ese tiempo —como ahora—, el sombre su- yo era un nombre ‘tabti’, prohibido dentro de nuestra prensa y letras. Segu- ramente alguno fue a Ia cdtcel porque lo nombrd a Ud. (Libros como El Hem- bre de oro y Judas Capitolina eran metcaderias rarisimas y de contrabando, que sélo se podian leer en medio de grandes precauciones)”... “Después hablé de Ud. con Ia holgura y fervor necesarios en otro trabajillo rapido sobre nuestras Letras que publicé la revista Atenea de Chile, en julio o agosto de 1924; alguna nota publiqué sobre Ud., su vida y su trabajo a propdsito del libro biografico que le dedicé Carmona N.”.% El crace epistolar evidencié lo ya tantas veces reiterado: la aduana ideo- légica levantada por el gomecismo e, incluso, Ja distancia generada en el exi- lio, de lo que seria muestra deprimente la confesién de un periodista como Lopez Bustamante, emigrado de Venezuela tras el desplome de E! Fondgra- fo! Pero el mismo Picén, en aquella carta, explica cémo su Odisea de Tierra Firme cortié con mala suerte, pues salié en los mismos dfas en que cafa el Rey —¢quién lo leeria entonces en Espafia?— y llegd a Chile “en los dias en que se iniciaba la revuelta contra Ibdiiez; tenia el libro como portada una tremenda bota militar y to decomisaron en las librerias de Santiago... En Venezuela quematon algunos ejemplares que Ilegaron subrepticiamente” 2 Ciertamente, en Venezuela la prensa, si bien exaltaba libros de poemas tan excelentes como La wox de los cuatro vientos, estaba ocupada entonces en co- mentar los dos problemas fundamentales del gomecismo en materia econémi- ca y politica: el petrdleo, con el papel cada vez mds relevanie de nuestro pais, al punto que D. Walter informaba, como algo insdlito, que tres venezolanos habian viajado a Oldahoma para especializarse en la explotacién de hidrocar- buros; y Ios levantamicntos ¢ inwasiones, que consideraban los idedlogos del régimen declinantes, con la captura del general Pefaloza. Lo dems, fuera de Venezuela: un capitulo de Vallejo sobre su viaje a la Rusia soviética —gex- trafio, no?—, un trabajo de Teodoro Wolf sobre las ideas de Mussolini, quien se proclamaba demécrata pero demdcrata autoritario {otra extranjero habia comparado a Gémez con el Duce, uno de los polfticos més publicitadas por la propaganda oficial) o algunas de esas crénicas peregrinas que se co- laban en el bosque de los Gémez Carrillo o los Salaverria, para disputarle el teino, y que hablaban de la posibilidad de gue al principe Hamlet lo acu- saran de asesino, falsificador y ladrén. Més o menos, dirfa yo, y mds que me- 28Picén Salas a Blanco Fombona. 21.1X.1934. En; Castellanos, p. 227. 2iLa carta de Lopez Bustamante revela cémo ésre, en enero de 1936, todavia no habia lefde Judas Capitolino, La mitra en fa mano, La mascara heroica, no obstante set él un activista de la propaganda del destierro con publicaciones como Venezuela Futura y Auré- rica Futura. Ver: Castellanos, pp. 169-173. 2Picén Salas. Carta citada. XXXI nos, de lo que acusaron a ese hombre de carne y hueso, Rufino Blanco Fom- bona, en aquella antologia del insulto, apécrifa, anénima o seuddénima, intitu- lada Leproseria waral. Y la mala suerte no era sino imperio de la historia politica de nuestros paises, Venezuela a Ia cabeza. Una seleccién de natraciones testimoniales co- mo Presidios de Venezuela, donde hay trabajos de Kotepa Delgado y Jévito Villalba, pas6 como libro inencontrable durante cuarenta afics, hasta que Catala lo reedité: sencillamente habia salide de los talleres bogotanos en los mismos momentos en que moria Gémez. Algo parecido sucedid con la no- vela Mancha de aceite, escrita pot colombiano y en rigor la primera en tratar homogéneamente el tema petrolero. Pio Gil hubo de editar en Paris El Ca- dito, 2 pesar de que su compafiero de viaje, tanto en politica como en el Gua- daloupe, andaba pot los caminos del mundo como ‘‘el hombre sin patria”. Los libres de José Heriberto Lépez fueron denunciades por Ja red consular como subversivos y hasta se le pidié al gobierno de Trinidad que incautara uno de ellos, Cuentos de acero, por ser libelo infame, Ileno de insultos y calumnias. Otro delator de las Antillas informaba a Castro de las corretias propagan- disticas de Luis Ramén Guzman. El conjunto de documentos inapreciables que figuran en El peligro de la intervencién en Venezuela, impreso en Nueva York, fue tesoro de bibliéfilos hasta que en Miraflores decidieran su reedi- cién, El relato, no hay duda que panfletario, y ademds imitative de Pocaterra, publicado por Betancourt en Santo Domingo (en un capitulo hay Ja mano de Otero Silva) sdlo se conoce por fotocopias, y en cuanto al folleto Can quién estamos y contra quiéa estamos darmid medio siglo hasta que el sacerdote Arturo Sosa deciclié incluirlo en un largo ensayo de interpretacién histérica, en tone al nacimiento de la socialdemocracia en las postrimerias del régimen del Benemérito. Y asi hasta el infierno. Pero, por encima de todos, el gran excluido, el sistemdticamente vigilado, el que veia acumular una obra heterdclita de apasionade nacionalisine y de lucha antidictatorial, con la amargura de que en su pafs no la Jeyeran, no Ia conocieran, no la hubiesen siquiera ofdo nombrar, fue Blanco Fombona. Sus adversatios en el poder, en cuye centro intelectual habitaban antiguos com- pafieros de letras con la misma comodidad que los cientificos en el seno del porfirismo, no sdlo defendian al régimen cuando imponfa el silencio de las turnbas en torno a la obra de Blanco Fombona, sino, y con més temeroso empefio, se defendian ellos mismos, Lo que estampaba aquel hombre no era en tinta, sino en sangre. Con él la literatura digestiva, escatolégica, insultante, homicida, mezcla del memorial de agravios y la palabra purificadora, se pased por todos los géneros y borré sus limites. ¢Son cartas o son panfletos los matetiales que tecoge en Judas Capifolino? gEs poema civil, poema dramiatico, alego- ria versificada o qué, “El castigo del Avila”, incluido en Cantos de la prisién y del destierro? zPuede tomarse como una audacia moderna la inclusién casi textual de fragmentos de las Mewrorias de Pocaterra en [a sexta parte de La XXXII bella y la fiera, 0 como un recurso polémico para hacer de Ja novela un docu- mento de denuncia? Prélogos-dedicatoria como el de Mazorcas de oro écons- tituyen una introduccién a su poesia, a través de la confesién al viejo amigo, © una justificacién de sus cambios politicos, de su yo vulnerado, de su obra negada por la Venezuela tiltima? El titulo de Léwpara de Aladino ¢lo esco- gid porque era un reto de la Imaginacién y la Insaciabilidad, o porque le resultaba prosaico el de Cajén de sastre para calificar una recopilacién exuberante y tentadora, distribuida parcialmente en sus diatios intimos? gImporta pata la unidad de un poemario que alternen las estancias [i- ricas con Jos delirios y las increpaciones y que, ademds, tenga la compafia de una prosa de diatribas? En alguna oportunided atacé al periodismo como liquidador. Vargas Vila, entonces gran maesito acantonado en Casamicciola estimaba que quien ejer- ciera el diarismo en la América inevitablemente se enfangaba. Y Bolivar ca- lificd a la prensa como artilierfa del pensamiento. Los tres combatieron, cada uno segtin su genio y su campo de accidn, valiéndose del periodismo: el es- ctitor polifacético, porque entendia que no habia trabajo creador en estado puro; el libelista porque en el fondo estaba convencido de que sin el diarismo que Ilegaba a las masas y sin la cuantia vituperante de la prosa que enfan- gaba, él no habtia guiado “millones de conciencias en América”; y el Liber- tador porque dentro de su visidn universal, no limitada a los hechos de ar- mas, sabia que las batallas debian ganarse también en el campo de las ideas. Légicamente, no fue sélo el periodismo lo que pudo apartar a Blanco Fombona de ja creacidén literaria, puesto que ni él cteia en ésta como fuerza inmanente del espiritu, ni podia afrontarla en soledad y calma, zetirado a la meditacién y al oficio claustral, desde que en 1892 se precipité por el camino de Ia contienda armada y desde que en “Explicacién” afirmé que el mejor poema es el de Ja vida. Su filosofia de vivir peligrosamente, suya y no alemana, suya por ratificacién diatia y vehemente, implicaba la no gra- tuidad de los actos: el compromiso surgia asf como una fluencia vital mds que como una premisa tedrica, y respondia a su primaria ereencia de que to- do hombre que no se prestara, con su vida, a la leyenda y al poema, era hombre secundaric, Exageracién temperamental, sin duda, que lo Hevé a ex- tremos como el de decir que habia més poesia en Benvenuto Cellini que en Hugo Féscolo y en Herndn Cortés que en Nufiez de Arce. Ademés, vivic en estas tierras y en aquellos tiempos no representaba cier- tamente wna donacién de Dios, disfrutable en prados celestiales. Vivir agut y entonces era wn pacto diabélico mediante ¢l cual el escritor pretendia ceder la mitad de su tiempo a Ja accién con tal de que e! Tentadot le dejase la otra mitad para la meditacién. A la postre cada uno de Jos balances fue terrible, pues la accién lo envolvia todo, con pequefias y grandes batallas, y el escritor debfa echarse encima un fusil e ir a pelear por nada, por nadie, en medio de una inutilidad ideal ¢ ideolégica frustrante, pues cl jefe por quien se fue XAXXMIEL a la montonera, una vez triunfante, lo apresé y lo desterré y lo olvidd, e igual hizo aquel contra quien combatié. éQué no? Habrla que mentar en. fences a Blanco Fombona en 1892, a Lazo Marti, Potentini, Santos Domi- nici, en la Libertadora, a Romerogarcia con Castro, contra Castro y por Cas- tro, en ese casi interminable periplo que al fin acabé en el pueblo de Garefa Marquez; a Pocaterra y sus armas lanzadas al mar; a Otero Silva y aquella montonera que luego él recordarfa en Fiebre; a Antonio Arrdiz, torturado por su participacién en el complot de abril de 1928; 0 a Eduardo Blanco, ede- can de Péez. Stimense a ésos, que son més, aquellos que pasaton afios en las cérceles 9 viviendo el poema de Ia vida a dentelladas, miseros y proscritos en su pro- pio pais, Y agréguense los que sin Participar en guerras civiles, ai ser asiduos residentes de los calabozos de Tintorera y Neteo Pacheco, Sparafucil Padrén y Camero, sintieron el cardcter apocaliptico de la accién barbara, convertida en el océazo de la Guerra Federal en Pobre Negro o en el fracaso redentor de Reinaldo Solar; temblaron de miedo seforial ante Ia irrupcién plebeya, como el artista Soria de Diaz Rodriguez, 0 escapaton, para hundirse en el suefo, como Tulio Atcos; y dibujaron la recluta, el alzamiento de Matias Sa. lazar, Ja revolucién crespista, la entrada trepidante de Ios andinos... Desde el semiculto Arévalo Cedefio hasta ese fantastico viajero que fue Nogales Mén- dez, corre asimismo una linea de accién donde el personaje salta de la ficcién y se convierte en biografia de si mismo. Pero la accién en Blanco Fombona pretende ser, y lo es, total, y no se trata de ir a la guerra o a la cdrcel y escribir un libro, sino de profundizar en el amor, arriesgarse en el duelo, probar el machisma y el alma antigua del conquistador, viajar por los Paises Bajos y a Ia vez por las selvas orinoquen- Ses, Matar para no ser matado, odiar, cambiar de opiniones “como de tra- jes” y defenderlas cuando no se las quiere cambiat. Entendido, pues, el plan- teamiento de Blanco Fombona, no como una particién de compromisos asumi- dos —la imprenta del editor, el catgo secretarial, el libro de refutacién, el poema de celda—, sino como una totalidad, ni tiene él por qué quejarse en la madu- tez vital de que el periodismo y Ia politica lo han cercado, ni deben los crt- ticos ir a tajadas seccionando la globalidad de wna obra donde accidn y crea- cién se confunden en Ia unidad del acto creador. La palabra en él, y en otros, no se tecogid en sf misma pata brillar en la potencialidad significativa, como en ef Diaz Rodriguez de Sensaciones de viaje o en cl Dominici de Dionysos. El tas puebla, las insemina, las degrada, y resulta allé una descripeién terrible, impresionante, limpia y¥ sucia, del rio, de las cacerias, del asalto y del ctimen en el reino de Amazonas, y acd, so una fiesta griega, sino la amarga, castigante escenogtafia de la Caracas castrista de El hombre de bierro. La palabra sali en ¢] del joyel a la armerfa, de fos collares de rimas al des- pojo total, contaminada por otros usos y significaciones, sonoridades y aso- XXXIV ciaciones. Fue grito carcelario, insinuacién sexual, prueba fisica, alguna vez estado depresivo (“no he hecho nada”), otra vez egotismo (“Yo soy yo”), y siempre instrumento de guerra. El periodismo, no come oficio para aver mantenencia, sino como gimnasia expresiva y rapidez, soltura y variedad en ef manejo de Jas ideas, le dio en vez de quitarle, Casi toda su obra critica son articulos de diarios y revistas, fundamentalmente espatioles. Judas Capitolino es el montaje de una serie de cartas dirigidas a Pietri Daudet, director de La Revue Ameéricaine, a quien por cietto Gémez habia destituido por creerse vitalicio en un puesto consular de veinte afios que le “cerraba el camino” a los mds jévenes. A mi modo de ver, ef destinatario le resta fuerza a la argumentacidn de Blanco Fombona —diré: eficiencia polftica, moral—, una de las més contundentes que haya lefdo yo en el proceso periodistico venezolano, que en aquella épo- ca recurtia a menudo al género epistolar, con la carta abierta, la carta piblica, Ja carta al director. La obra, asimismo, incluye dos célebres documentos del Mocho Hernandez, dirigidos a Gémez, pues era el periodo de la ruptura (1911-1912), asi como el manifiesto de aquel personaje fabuloso cuya bio- grafia resultaria algo més que una novela. Por supuesto, para martirio de los bibliotecédlogos e investigadores, afade el prefacio a sus Cantos de preso y desterrado, uso y abuso que no abandonard —y que no era nuevo en él— en sus futuros libros, especie de rompecabezas donde las piezas se mueven a gusto y capricho del autor. Si Pedro-Emilio Coll habia utilizado el mismo método de ensamble y mévil textual, nada habria que reprocharle a Blanco Fombona como no sea que mientras Ia obra de Coll —cl renanista, el con- versador de itonias— cabe en an bolsillo, como pocket book de excelencias, la de Rufino exige estantes. Debo advertir a Ios lectores acerca del vocabulario particular de Blanco Fombona, que no es mds que Ia personalizacién estilistica del Victor Hugo de los panfletos, aquel que demolié a Napoledn el Pequefio, y de nuestro Juan Vicente Gonzilez en sus Catilinarias. Bajando por tios de sangre y cataratas de polémicas periodisticas, que en América Latina encontraron dinamiteros como Montalvo y Vargas Vila, el panfleto, ese folleto 0 brochure que, bur- landose de los tipégrafos del siglo xrx, se convirtié en una técnica de Ja dia- triba y en un género reconocible tanta en una frase como la de Romerogarcia —‘Venezuela es el pais de las nulidades engrefdas y de las reputaciones con- sagradas”-— como en un libelo al estilo de Barceld el joven, y hasta en libros sin unidad selectiva como algunos de Blanco Fombona. El panfleto, con la he- catombe lingiistica que provoca, desata de inmediato un sismo emocional, abriendo en la corteza de la racionalidad esa herida, pus y sangre del insulto, gue tanto gusta (o gustaba) en las batallas campales del periodisme. En Ve- nezuela hubo expatriados que creyeron realmente que con un manifiesto pan- fletario lanzado desde el Gibraltar holandés podian derrocar al tirano. Y que la diatriba era casi siempre algo asi como el desquite del hombte sin armas, XXXV impotente por fo tanto, frente al hombre armado, prepotente desde luego, lo que parece confirmat el elogio que de ella hizo Nucete Sardi en Elite, en pleno gomecismo y centenario bolivariano; “El espirita de la diatriba es siempre justiciero”, De modo tal que, para de una vez por todas recorrer el diccionario fom- bonista, repetido en casi todas sus obras, mayores y menores, haré una so- mera enumetacién que sitva de gufa a quienes alguna vez se adentren en esa selva adjetival, imprecatoria y burlesca, aunque sdlo sea en el enojoso plano de las identificaciones: Juan Vicente Gémez es Juan Bisonte, Judas en el Capitolio, Judas Capito- lino, Tiberio, Claudio, el caballo de Caliguia, la Bestia, ef Monstruo ye Monstruo de Maracay, Boves redivivo, el pedn de la Mulera, Gomecillo de Pasamonte. Marquez Bustillos, ef divertide enano, el doctor Bigotes. José Ignacio Cérdenas, el superespia, Gumersindo Rivas, ef negro puertorriquefio. Vallenilla Lanz, el turiferario. Antonio Pimentel, muiato de Valencia, rey del café, agricultor sin letras, ladronzuelo sin pudor, payaso moraduzco. Delfin Aurelio Aguilera, espia a sueldo de Tello Mendoza. Marcial Padton, indio pe- derasta, Sparafucil Padrén. Andrés Mata, Andrés Cornelio Mata, Andrés Rata. Colmenares Pacheco, ef borrachin Pancha Bragueta, ef botocudo salteador. Antonio Reyes, mfsera ladilla parlante. Victor Aldana, viejo tigre sanguinario. Delgado Chalbaud y Manuel Corao, Rinconete y Cortadillo. Zumeta, Zaleta, complaciente lamepatas, hijo del cura de la Villa. Urbaneja, ef pozo negra. Juancho Gémez, la pequetia bestia llamado Juanchito, Esa manfa calificativa, si conmovia al oposicionista de Castro y Gémez, y si exasperaba a éstos, no dejando de tener su validez como despliegue con- troversial en el panfleto, cae mal, por inauténtico método de la elaboracién del personaje, en las novelas y novelines. Rufino habia utilizado la técnica del cauterio verbal en sus folletes sobre Andrade y el Negro Ruiz, pero en sus libros de 1911-12 es donde la convierte en férmuta de esctituta, Su reaccién ptovenia de la publicacién del kbelo de un inexistente José Maria Peinado, en quien supuso cuddtuple autoria, Andrés Mata uno de ellos y a quien luego descart, y Aguilera y Zumeta y otro més a quien calificd de delincuente co- mun, Leproseria moral tiene el valor de una abyeccién. La cobardia del seud6- time escondia la vileza del ataque al preso, al perseguido, al caido en despra- cia. En el articulo intitulado “El Doctor Cipriano Cook”, indudable referencia a los viajes del ex presidente, acosado por Gémez y por maves extranjeras, dicen los del folleto: “El hombre de hierro, el hombre de yeso y algunas otras hembras de bronce como Rufino Blanco y Ramén Fello se empefian en presentar a Castro como el hombre que mejor representa los intereses de la América de origen espafiol..., presa codiciada por europeas y yanquis”’ 23 José Maria Peinado (seud). Leproseria moral. 1911, p. 7. XXXVI pero fos tales defensores del prdfugo no son més que “contrabandistas, ho- mosexuales, gumersindes”. Romerogarcfa, para ef apdcrifo Peinado, es un espiritu sombrio y un ce- rebro desequilibrado; Pietri Daudet, un diletanéi en_chantajes y raterfas al por menor, ademds de sablista sobresaliente; Torres Cardenas, un Aabitué de los garitos valencianes que Ilevaba dos quesos limburgueses en los zapatos; Tello, alguien que debfa prestar su apellido a fos diccionarios para definir —tello, tellear, tellero, telludo, tellecitra— a las mas corrompidas formas de tufianerfa moral; Rivas Vasquez, el Alejandro de Ja traicién; y finalmente Blanco Fombona, sefiot de manta homicida y cleptémana quien no tiene sino “la curiosidad de todas Jas prostituctones”. A Rufino, Ia inclemencia soez le dio pretexto pata las respuestas sucesivas de los Cantos y Judas, porque suponia a aquélla proveniente de amigos ¢o- mo Zumeta. En el dicterio oficial lo Ylaman mitad hembra y mitad bandido, definicién que tomaron de Benjamin Ruiz. Le dicen que dirigié el asalto a la casa Thielen “con el unico fin de robar, como lo hizo, drogas y mercaderias que ef poco tiempo vendié en clandestino detal’. Le achacan un pecaminoso balanceo al caminar, asi como lindos ojos de profundas ojeras. Para Rufino Blanco Fombona aquello era un reto que jamds le habfan plan- teado: Andrade no pasaba de pobre diablo y Ruiz de aventureto internacio- nal, pero a este Peinado, a este Peinado con antifaz, él lo desenmascarara “‘por- que yo puedo, sin vergonzarme decir quién son”, esto es, quiénes som: “El primero, hijo no de Ja Villa del cura sino del Cura de la villa, pasé la vida en las enaguas de lasciva Megera, cuyo pan comia...” (Ese es Zumeta}. “EI otro es uno de aquellos sabuesos marrulleros que olfatean en el pro- pio campo y van a fatit en el campo ajeno, a quien pagaba Tello Mendoza...” (Ese es Aguilera). “E] otro es un preso criminal” (¢Quién?) “El otte es Andrés Cornelio Mata’’.4 Deliberadamente he escogide pdrrafos sucios, agresiones donde Ja ironia queda sepultada por ta ofensa, patadas verbales, y frases que merecerfan fi- purat en la Antologta del insulto. Y digo que no hay gratuidad en mi seleccién por razones obvias: quiero que el lector de hoy, tan aislado de la obra de Blanco Fombona come lo estuvo el del periodo gomecista, sepa que a este escritor todavia lo persiguen policias intelectuales, expertos en poner alca- balas al léxico y en purificar al pecaminoso autor, dividiéndolo en dos, el de la parte mala que se envia al basurero o a un Index muy sutil, y el de la parte buena que se reedita. Eso por un lado. Por el otro, deseo, aunque sea 2BBlanco Fombona. Judas Capitotino, 1912, p. 128. XXXVIL en la brevedad sumaria de un prélogo que se alarga en busqueda del desblo- queo crftico, desaudar la situacidn intelectual de la que Blanco Fombona fue un paradigma, en triste, dramatica, y ojald que irrepetible condicién so- ciolégica, En torno a la primeta razén no diré nada mds. El lenguaje literatio actual avanza hacia la desmitificacién, como sucede ya en el sexo, de modo que los vocablos panfletarios de Rufino ( cabrones, putas, asesinos, espias, clitoris, cor- nudo, semental...) han ido asumiendo, en estructuras sociales superiores, va- lidez hasta inacente. Respecto a la segunda, si. Ef intelectual de hoy tiende a ocupar su puesto en la sociedad con la perfeccién de una pieza de maquinaria, La eclosién de las clases medias, acd en Venezuela, desmonté fa sociedad de hace cin- cuenta y mds afios, como Ia fotografiada en El hombre de bierro y El hombre de oro con una eficiencia critica asombrosa. El luchador individual, el del grito bohemmio, el de la hombria a toda prueba que finalmente debfa transipir —se- cretario, cénsul, lamepatas— o morir en la cdrcel o en el destierro, ha sido suplantado por el militante intelectual de izquierda (o de centro) que im: pugna al sistema, al gobierno y a Dios mismo si bajara del cielo, pero que marcha acompasadamente dentro de los mecanismos institucionales: pro- fesor de universidad, asesor de ministerio, jefe de planificacidn, ficha ejecutiva y gerencial, hombre de TV, burdcrata con garantia de futuro, y lider politico con renta, vacaciones y homenajes. En la era de Blanco Fombona, quien coma Diaz Rodriguez tenfa hacienda, aunque podia dejar de tenerla, el intelectual enfrentaba el destino como un azar, jugaba a todo o nada, y se mantenfa con dignidad itreprochable, pero solitatia, o se vendfa cinicamente. La seguridad funcional de la economia petrolera ha eliminado el riesgo de ayer. Un Blan- co Fombona pegando gritos ultramatinos resulta, con democracia o dictadura, inimaginable. Incluso los engranajes de denuncia estén aceitados. El comité impera, nacional ¢ internacional. Ha desaparecido la personalidad, ef yo, el maestro. No existen los discipulos. Ni hay lectores de un solo libre. En parte, gno serfa sensacién parecida la que se apoderd de Blanco Fom- bona a su regreso? El fendmeno, incipiente entonces, es ahora general. Atras el panfleto, el escritor-pigil, el duelista del intelecto, Enfrente, el proyecto y el programa, el escritor-partido, el teendcrata cuya tragedia mayor sobreviene a la hora de “la toma de decisiones”, Visto asi, justifico plenamente libros como Judas Capitolina y Cantos de la brision y del destierra, alrededor de los cuales se puede decir muchisio més, ya en el plano de los contenidos. En el primero hay las denuncias acerea de la deseada y lograda, pot Gémez, hegemonfa de Estados Unidos: Ia impugna- cién del viaje de Mr. Knox; las caracteristicas de la penetracién imperialista; el papel de los intelectuales; los planes del nuevo dictador. En el segundo, en la seccidn prologal, wna descripcién memorable —y puede apartarse, por XXXVIEL repetida, la de los incidentes con el aleaide, con Ruiz y con delincuentes— de la vida en la cdrcel pandptica. Es la visién mds penetrante del mundo de la ptisién rozonda que se haya hecho antes de la aparicién de Memorias de un venezolano dé la decadencia. {Y era esto y los poemas lo que le cobran a Rufino! Uno y otro libro salen a la calle entre la publicacién de El hombre de bierro y la de El hombre de oro, y he aqui un detalle que ha llamado muy poco la atencién de los criticos literarios. A pesar de que su primera novela (jnovelin!) abre rumbos, porque redimensiona el enfoque social en momentos de una dic- tadura, y categotiza al lenguaje urbano, puede notarse que evita el desarrollo de un butdo roman a clé, como Jo intentatia mds tarde con El horsbre de oro, en petjuicio de un cuadro politico-social antes no logrado, pues en Idolos rotos s6lo hay Ia textura de un ghetto intelectual y en Todo wn pueblo la de un mutal satirico moralizante, pero no esa vasta comprension de la familia venida a me- nos, el artibismo politico, el eterno femenino, Ja felonia intelectual, la miseria bumana. Un eritico certero le habia teprochado ya a Arévalo Gonzdlez 1a inclusién de personas histéricas dentro de la fabula de Maldita juventud; y él mismo, en El hombre de bierro, habia procurado el facilismo tipolégico con Ja atribucién a dos personajes de las cualidades propias de Emma Bovary y Brum- mel, sin llegar al extremo de insertar, como en Ef hombre de ore, duplicaciones identificables, verbigracia la de Andrés Rata. Esa técnica retaliativa, fustigante, mala herencia del panfleto, pasaria a La mascara heroica, donde hace un doble juego con el nombre de Antonio Pimentel, ministro de Hacienda por un lado, delator por el otro, y petsona-personaje; y donde ademés se victima politica- mente a Gémez con el sobrenombre del Monsérto, asl como a los sota-Gémez, no attes que los secuaces de alta jerarquia. En La bella y ta fiera, ya ni siquiera se guarda el secteto: Ja fiera es Gémez y su ciudad es Mar-Cay (Maracay). Alli entran de cuerpo entero, y el dato verificable en las paginas de historia corre como ficticio en la novela. Asunto de no acabar: en las Co#fidencias ima- ginarias, de Ramén J. Velésquez, se descubte el truco malabar a propésito, al cen- trarse el cuento en un Juan Vicente Gémez que habla de si mismo y que remite su memoria a la del pais, mientras que Arturo Uslar Pietri, en Oficio de difnutos, apela a una narracién donde actos, personajes y ambientes pueden identificarse sin mayor esfuerzo. Pero quien mds se acerca entre los narradores actuales al mé- todo fombonista de Ef hombre de oro es Francisco Herrera Luque, quien al fin y al cabo, come siquiatra, adivina que entre realidad y ficcin bay menos dis- tancia que entre la vida y el suefio, el dfa y la noche. Semejantes procedimientos en la estructura, personajes y ambientes de la novela donde, por lo demés, todo est permitido, pudieran no ser peligrosos en otros paises, pero en Venezuela sf. Justamente por intentar la conversién de Io ficticio en real, de lo gratuito en comprometido, de lo fabuloso en histd- rico, de lo auténomo en dependiente —y a Ja inversa—, la narracién se sale de marco y adquiere significacién tragica. Una obra tan terrible como Memorias X¥RIX de un venezolana de la decadencia, de cuyo autor Carmona Nenclares tavo la gracia de decir que era ponderado, y en donde se va echando el cuento de Venezuela dia a dia, a veces afio a aiio, pero siempre con la intencidn de que no quede nada fuera de la historia —asonadas, traiciones, ctimenes, golpes de Estado, conspiraciones, torturas, ventas—, ne promavid proceso contra Poca- fetta, a pesar de que los cénsules y espfas disponian de los medios para hacerlo, ni tampoco produjo atentado alguno, no obstante que la mano gomecista se habia extendido hasta La Habana pata echar al mar a Laguado Jaime y hasta Curazao para matar a Hilario Montencgro. En cambio, a Blanco Fombona, por La mdscara hervica, novela o algo asi que é] califica de “escenas de la barbatocracia”’, se le siguié juicio en Madrid, a peticién de Cardenas y Urbaneja, ef superespia y el pozo negro, en tanto la obra era “recogida e incinerada”, siguiendo una tradicién que Alfonso x1 parecia dispuesto a cumplir. Uno lee aquel libro y se asombra, no sdlo de los peregrinos cargos, sino de que la novela haya resultado més hiriente para el dictador que el texto de las memorias, verdadero expediente levantado contra Gomezuela, a escata mundial. Las alusiones al Benemérito, sefialadas por los sefiores de la diplomacia y fa adulacién con el mimeto de las paginas de la edicidn de Mundo Latino, no son precisamente las mas urticantes entre las de Blanco Fombona: monstruo, bestia, patda. Lo narrado, nada tenfa que sobre- Pasara a una conspiracidn antidictatorial, por ejemplo el complot ctvico militar de 1919, que parece ser punto de inspiracién. Y en fin la presuncién de uno de los confidentes internacionales ~—que Blanco Fombona estaba enterado del asesinato de Juancho Gémez, cometido cuando Ia novela salig de imprenta—, obedecia al sombrio servilismo de contrarrestar la campaiia propagandistica del destierro —que era un crimen griego, familiar y dindstico, urdido por Gémez o por su hijo José Vicente—- y arrastraba Ia enorme falla, perdonable en el submundo del espionaje, de olvidar que Blanco Fombona, y muchos més, como Jacinto Lépez y Pio Gil, venfan pregonando el tiranicidio desde tiempos atrés, y no cejarian de pregonarlo en fos venideros. Se quiere otra leccidn en este sentido? A Laguado lo secuestran en La Habana y lo lanzan al agua, pasto de tiburones, por haber predicado el terror individual; en este caso el abyecto era el cénsul Rafael Angel Arrdiz, y en todos los casos las victimas resultaban los profetas del anarquismo, los tiranicidas verbales, Gémez y los suyos jamés dijeron que mataban. Los malos hijos de la patria morian, en cambio, en las cérceles y ef exilio, {Y eran los terroristas! Ni més ni menos {a historia de Machado y Morales y Julio Antonio Mella. Publicaba en E! Set, de Madtid, su trabajo “Veintiséis afios después”? cuan- do terminaba Arcaya el libro Venezuela y su gobernante. Ojala alguna vez cada venezolano pudiera tener frente a frente ambos testimonios porque sélo asf podrd comprender la magnitud y el absurde de Jo que he buscado recoger *>Blanco Fombona. El espejo de tres faces. 1927, pp. 11-119, xL en esta introduccién. A propésito, siguiendo un consejo de Blanco Fombona, he eludido lo mitico, desaprobado lo consagratorio, y rebuscado, como cierta literatura norteamericana de comienzos de siglo, en los basureros de la historia. Para Arcaya, la Venezuela gomecista era el paraiso, Edén demostrable con jas estadisticas que, como se sabe, sirven para todo. Para Blanco Fombona, era la barbarocracia regida por un patriarca otofial que habia perdido hasta la memo- ria y vivia “en una especie de idiotismo, juguete de quienes Jo rodean”. He intentado resumir cl ciclo terrible del escritor venezolano formado en el clima asfixiante de las dictaduras, En este caso, Blanco Fombona como figura modélica de la literatuta bélica, y Castro y Gémez como los legendarios hom- bres fuettes. En el fonda, el pais sin memoria. Lamentablemente quedaron fuera los andlisis literarios y sociolégicos, poli- ticos ¢ Ristéricos, de su dilatada obra, porque 4] fue proteico, pluriforme y controversial. Ha sido imposible enfocar sus estudios de mas aliento como El conguistador espaol del siglo XVI 0 la Evotucién politica y social de Hispano- américa, cuyo valor nadie ha discutido, y conste que a Blanco Fombona se le discutié prdcticamente todo. La pasmosa reubicacidn de Bolfvar, en ensayos, volimenes gruesos, ediciones corregidas muy a su manera como Ja de Larra- zébal, cruces polémicos con historiadores argentinos, poemas y discursos, tam- poco han merecido una linea, tal vez porque merezcan libros sin epflogos. La evaluacién de su devastadota campafia antiyanqui, que va desde la diferencia- cién entre Estados Unidos y ia América espafiola, hasta el examen del “timo de Monroe”, la segregacién de Panamé, la epopeya de Sandino, la ocupacién de Cuba y el folleto de Stead, ha sido asimismo pospuesta. Los ensayos como La espada del Samuray, incluida la entrevista definitoria de Alberto Guillén, o los de El espejo de tres faces, en donde responde a Alberto Hidalgo para defender su novela La mitra en la mano —-cuestionable a mi modo de ver— y hacer consideraciones en torno a la novelistica moderna, seran tema de tra- bajos préximos, La cuentistica, elogiada por Barbusse o criticada por Fabbiani, y la poesia, centro de dispuras acerca del todetnismo —también estudiado por él en textos apasionatites y sectarios—, apenas si han sido mencionadas. ¥ finalmente, sin afusién alguna, lo cual luce doblemente condenable en un prdlogo para Ia ‘Biblioteca Ayacucho”, su labor editorial: primero porque fue gigantesca y a escala continental, como ésta, y segundo porque una de las colec- ciones de su empresa se lamaba ‘‘Biblioteca Ayacucho”, como ésta. La culpa no ha sido del todo mia. En mucho le pertenece a Blanco Fombona, “alma del siglo xvi y hombre del siglo xx”, quien pidié castigo para el pafs sin memoria. Jesis Sanoja HernAnpez XLI CRITERIO DE ESTA EDICION Los MATERIALES seleccionados para este volumen aspitan a representar 1a obra ensayistica de Rutino Blanco Fombona como historiador, atendiendo en especial, dentro de las limi- taciones de espacio, a aquellos trabajos consagtadas a Jos temas generales del continente por los que nuestro escritor mostré particular interés. Varios de ellos no tuvieron reedicién lucgo de sv publicacién original, ni han sido recogidos en las compilaciones de su obra, por Jo cual resultan inaccesibles pata el lector actual. 1. Ef conquistador espanol del sighs XVI. Fue esctito entte 1920 y 1921, en Madrid y en Oise (Chateau de Catillon) y publicado por Editorial Mundo Latino, Madrid, sin fecha, presumiblemente en el aio en que se concluyd el texto. La segunda edicién es de 1927, Ediciones Nuestra Raza, Madrid, a la que ocho afios después seguirla Ja tercera y Ultima hecka en vida del autor, como reproduccidn fiel de {a anterior. La primera edicién venezolana, con selecto prdloga de Joaquin Gabaldén Marquez y estudio bibliogtéfico de Edgar Gabaldén Marquez, fue publicada en 1956 por Ediciones Fdime iniciando su serie “Grandes Libros Venezolanos” © imptesa en Madrid por Edisorial Meditetraneo, Es esta la edicién que seguimos para ¢l volumen de {a Biblioteca Ayacucho. La obra fue incorporada a fa edicidn de Obras selectas de Rufino Blanco Fombona, seleccién, prélogo y estudio bibliogtdfico de Edgar Gabaldén Mirquez, aparecida en 1958 con prélogo de Joaquin Gabaldén Mérquez “Blanco Fombona historiador™. 2. La evolucién polttica y social de Hispanoamérica. Se public originariamente en Madrid, Imprenta de Bernardo Rodriguez, 1911 y luego fue recogida en las Obras selectas mencionadas. El historiégtafo colombiano Javier Ocampo Lépez, en su Historiografia Bibliografia de la Emancipacién del Nuevo Reino de Granada (Tunja, Universidad Peda- pégica y Tecnolégica de Granada, 1969) cita una edicién mexicana de esta obra realizada en México en 1945, Pese 2 multiples investigaciones, no hemos podido encontrar ninguna otra teferencia al respecto. Seguimos el texto de Ia primera edicién, modernizando ortogra- fia y acentuacion. En La lémpara de Aladino, Rufino Blanco Fombona explica la génesis de su obra: “M. Jean Finot, director de la Revue des Revues, con quien hablaba un dia, me insinud que escribiese algo para su revista sobre la evolucién politica y social de Hispanoamética, Lo XLII hice. Quiso luego recortarme el trabajo pata amoldarlo a su periddico. Mandé a paseo a Don Juan y le quité mis cuartillas. Después, en vez de reducirlas, las aumenté. ¥ sitvis ese trabajito, ya mejorado, para las conferencias que s¢ me inviié a dar en Madrid ef mes de junio de 19f1. Con las conferencias, como as di, sin afiadir ni quitar una coma, se hizo el volumen, “Et cardcter de la obra se descubre en el titulo. Alli se discucre, en primer término, sobre ta semejanza de poblacién y colanizacién en la América espafiola, formacién de cas- tas, ideas y procedimientos econémicos, carécter de Ia revolucién emancipadora, proceso de las ideas liberales y fin de la guerra. Después se estudian otros temas: plan de Repti- blica 0 Monarquia al empezar a organizarse los nuevos estados, el aspecto social de America en aquella época, el Congreso Internacional de Panama y la unidad politica de Amética, la desaparicién de Bolivar, los contrapuestos principios de centralismo y federacién, las suezras civiles ameticanas durante cl siglo x1x, las relaciones exteriores, Ja solidaridad de Jas RepGblicas ante el extranjero. Se termina por el balance de aquellas naciones al cerrarse Ja primera centuria de su establecimiento”, 3. La espade det Samuray. El libto tue publicado en Madrid, por la Editorial Mundo Latino, en 1924, tecogiendo ia produccién ensayistica dispersa de Rufino Blanco Fombona. Vatios capitulos cortesponden a escritos sobte Jas relaciones entre Espafia y la Amética espafiola, revisando las afinidades y las discrepancias, dentro de la preocupacién dominante de Blanco Fombona por fas taices raciales de las nuevas naciones hispanoamericanas y su voluntad de independencia. Reunimos aquf los siguientes ensayos; “Espafia, América, Boli- vat y los espafioles liberales de 1820” (cap. X): “La América de origen inglés concra la Amética de origen espafiol’” (cap. XX); “Alga que debe saber Espaiia de América. Algo que debe saber América de Espafia” (cap. XVII} y “Carta abierta” a Entique José Varona y D. Manuel Sanguily (cap. XVIII). 4. La espada del Samuray, “Bolivar y el general San Martin” es uno de los temas polé. micamente tratados por Rufino Blanco Fombona, especialmente ¢t sus escritos del afio 1913, aparecidos en diversas publicaciones (Ef Cojo Hustrado, Gaceta de los Museos Nacionales, la inglesa Hispania) y que fueron recogidos por primera vez en La espada dei Samuray. Reunimos para este volumen los capftulos XX, XXI, XXII y XXIII y seguimos el texto de la edicién de Mondo Latino de 1924. Este libro no volvid a editarse. 5. La inteligencia en Bolivar. Rufino Blanco Fombona se incorporé como individuo de niimero a la Academia Nacional de la Historia ¢l 27 de setiembre de 1939, con este ensayo de primer orden en el andlisis de la vida y la obra del Libertador. En el mismo afio se publicd en Caracas (Tipogratia Americana) con el “Elogio de Rufino Blanco Fombona” de Luis Cotrea, que corresponde a las palabras de bienvenida que a nombre de Ja Insti- tucidn pronuncié en el acto de recepcién. El texto que utilizamos registra las correcciones manuscritas que el autor inttodyjo en su ensayo, aditindolo con algunos parcafos y elimi- nando otros. 6. La ldmpara de Aladino. (Noticulas). El libro fue publicado en Madrid, por la Edito- tial Renacimiento, en 1915, De é tecogemos les siguientes ensayos: “F. Loraine Petre”, “Juan Vicente Gonzdlez”, “Cecilio Acosta”, “Felipe Larrazébal” y “Los Libertadores’. Seguimos el texto de esa edicién, 7. Motivos y letras de Espafia. Publicado en Madrid, por la Compaiifa Ibero Americana de Publicaciones en 1930. De este libro recogemos los ensayos: “La epopeya bizantina de los almogavetes” y “América en Sevilla”. XLIV 8. El espejo de tres faces. Libro publicado en Santiago de Chile, por la Editorial Ercilla, en 1937, dentro de su Biblioteca América, con prélogo de Juan de O'Leary. Seleccionamos zres ensayos; “Rafael Maria Baralt”, “Bolivar y Espafia” ¢ ‘‘Historiadores y memorialistas”. Ei libro no fue reeditado. Seguimos su texto. 9. La americanizacién del mundo. Publicado en folleto en Amsterdam, Imprimerie Hléctrique, 1902, 26 pags. habiendo sido reproducido en E! Cojo Husirede, Afio XI, Ne 262, Caracas, 15 de noviembre de 1902. El ensayista Edgar Gabaldén Marquez, en las Obras selectes mencionadas, dice: “En refacién con este folleto, nos parece Util dar la ficha de la obra original que movié al autor a esctibir sobre tan sugestivo tema, a sabet: Stead, William Thomas: The Americanization of the World or ibe Trend of the Twentieth Century, New York, H. Markley, 1901, 241 (1) pdgs. El autor es un periodista inglés. La tesis que sosticne en este libro es Ja de que el mundo anglosajén, Inglaterra y su imperio junto con US.A., deben formar una alianza bajo la direccién del segundo a fin de esta- blecer una hegemonfa racial en el globo”. Seguimos el texte de Ja cdicién original, moder- nizando la ortografia y corrigiendo Jas erratas notorias. XLV ENSAYOS HISTORICOS EL CONQUISTADOR ESPANOL DEL SIGLO XVI PRIMERA PARTE CARACTERES DE ESPANA INTRODUCCION EL Grupo de espaficles, relativamente minimo, que descubrié, exploré y conquisté la mayor parte del Nuevo Mundo ha sido considerado hasta ahora, con casi undénime injusticia, como una serie de monstruos. Los amigos de la libertad, principalmente, los han aborrecida: los héroes de Ja conquista aparecen como esclavizadores y expoliadores, como persona- jes que inician un cruento y luctuoso drama de esclavitud, drama en tres ac- tos, cada uno de los cuales dura un siglo. Son caras de bandidos, cubiertas con antifaz de guerreros. Enrique Heine, espiritu desligado de toda preacu- pacién gregaria, llama pequefio a Cortés, el mayor de aquellos conquistado- res; y lamenta como injuria inferida a la gloria de Colén, y lo lamenta mara- villosamente en aquel maravilloso poema que Neva por titulo el nombre del sanguinario idolo azteca, Vitzlipwtali, el que Hernan Cortés figure en la His- toria junto al Descubridor. “Te hubiera valido més —exclama dirigiendo su lirico apdstrofe a la sombra del Almirante—, te hubiera valido més no nacer, © permanecer andénimo en medio de la multitud, primero de que tu nombre, tan puro y grande, sufra el contacto infame de aquel nombre de bandido”. En los ultimos afios se inicia reaccién favorable a los héroes de la Conquis- ta, por obra exclusiva de escritores y entidades de América; esto es, del con- glomerado de pueblos del Nuevo Mundo que hemos convenido en amar también Hispanoamérica, Esta reaccién coincide con el acercamiento de América a Espafia y no coincide por capricho del azar: el estudio desprevenido de Ja actuacién his- tética de Espafia en el Nuevo Mundo viene a culminar en homenaje indeli- berado, pero evidente, de aquellos pueblos al pueblo fundador. No faltan, como en toda reaccién, las exageraciones; ni en los extravios de un sentimiento tan gaseoso y expansive como el amor, quien pretenda descaracterizar a los duros conquistadores pintdndolos poco menos que como 3 a hermanos de San Francisco de Asis. “Un jacobinismo reacio e incompren- sivo —escribe un eminente hijo de Colombia— sigue negando pleitesia a nuestros mayores coloniales, clvidando cudnto costdrales plantar el 4rbol en que se mecen nuesttos nidos y cuyos frutos nos sustentan’! En Espaiia no falta, por de contado, quien se deje arrullar, en este punto, por muy dulces quimeras. Don J. M. Salaverria, redactor de A BC, no va- cila en presentarnos unos conquistadores idflicos, grandes sefiores desintere- sados, magnanimos, 0 excelentes muchachos generosos, incapaces de una ex- presién vulgar ni de un sentimiento grosero, “Concurso de brillantes guerre- ros”, los Hama: ‘“‘pobres y esforzados aventureros”, “aventurados y corajudos hidalgos”, “‘imaginativos conquistadores”. “Como ellos —es decir, como los hermanos de Santa Teresa— marchan innumerables hidalgos y caballeros y ya hemos visto de qué manera estaban criados los hermanos de Ja Santa. Los que marchaban a la aventura con el alma menos limpia, los intemperantes y los ctucles, ¢pueden romarse como ejemplos tipicos del conquistador? En toda empresa fevantada no es el malo quien da el tono, sine el bueno’? iMagnifica filosofia! Los conquistadores no pueden quedat mejor des- caracterizados. Son hombres buenos, hermanos de santas, quizés santos ellos mismos. Y se censura a sus censores. Ahi hemos Ilegado. A este fratetno instinto de una raza dispersa que se est4 buscando a sf propia, hasta en sus personalidades mds discutidas, unense voces extranjeras, menos desinteresadas e idealistas. Los yanquis, por ejemplo, estudian ahora con ahinco, y a veces con fot- tuna, la historia, Ja literatura, la lengua y, hasta donde pueden, la psicologia de los paises de Hispanoamérica, the other americans? ‘Guritermo Varencia: Angles del Distrito, Popayén, octubre 30 de 1920.—Un argen- tno, Robereo Levillier, exalta Ia memoria de algunos conquistadores; un venezolano, Angel César Rivas, en sus Ensayos de historia politica y diplamélica (Editorial-América, Madrid) , reivindica la obra de Espafia, el brasilefio Oliveira Lima justifica la accién de [as dos potencias ibéticas sobre ios pueblos del Nuevo Mundo, en sy magnifico trabajo La evo- lucién bistérica de la América Latina (Editorial América, Madrid); el ultimo libro del mexicano Carlos Pereyra es un estudio, francamente apologético, sobre La Obra de Espaiia en América (Madtid, 1929). *Vdase Santa Teresa, por J. M, Sataverria, cap. IV. 3Serfa injusticia y torpeza no pagar nuestra deuda de gratitud a quienes, cualquiera que sea el fin que se propongan, nos han estudiado a conciencia y aplauden nuestros esfuerzos por contribuir en la medida que podemos a la civilizacién universal; no todo el mundo, adetnds, estd tocado de Ja locura imperialista. Entre las obras de autores anglo- americanos que estudian Ja literatura de America Latina, conviene destacar las del profesor Acrrep Corster: The literary history of Spanish America (The Macmillan Company, New- York, 1916}, excelente obra de conjunto, a pesar de sus inevitables deficiencias; y otto libro de mas alto mérita, trabajo paciente y magnifico, de un magnifico y sagaz critico, Studies in Spanish-American literature, by Issac Gouppers, New-York, Bretano’s (1920). Cuanto elogio se haga de Mr. Geldberg por éste y otros esfuerzos suyos para presentar a sus compaiciotas la cultura intelectual de nuestra América, resultatia mezquino. Se trata de un hombre y un eseritor que valen mucho. La América Latina toda tiene contrafda con este generoso amigo suyo una deuda inmensa. ulminan dos autores anglo-americanos, asimismo, entre los que, en los tres o cuatro Ultimos afios. han escrito sobre historia de la América Latina: uno es Wituiam SPENCE ROBERTSON, auror de la interesantisima y bien documentada obra Rise of the Spanish-Ame- 4 Remontindese a los otigenes de aquellos pueblos curiosean, y aplauden con frecuencia, la epopeya, mitad odisea, mitad ilfada, de los homéricos con- quistadores. Nada de extrafio que Yanquilandia los aplauda. ¢No descubren en ellos, aunque empleada en otta forma, aquella energia dindmica que caracterizara a los sobrinos del Uncle? Ademés, si Espafia tiene a los conquistadores, Yan- quilandia tiene a los bueaneros. Desacreditar a los anos —como venia hacién- dolo hasta ahora—, resulta de rechazo atentar contra Ios otros. La conve- niencia indica més diplométicos procedimientos, Ya insinda el Uncle Sam, por medio de libros adecuados, que Ios polluelos del dguila boreal debieran volar sobre los pasos de aquellos adalides que, desde los tios Arkansas y Colorado hasta el Estrecho del Portugués y [os hielos de Patagonia, se adue- fiaron, por derecho bismarckiano, de las tierras del hombre rojo* Mera equivocacién de tiempo y de raza. F] siglo xx, con su enredijo de intereses internacionales, capaz de produ- cir —como en el caso de Setvia, en 1914— una conflagracién de continentes con motive de un paisesito microscdpico, no se parece en nada, en punto a derecho e intereses politicos y en punto a cuestiones econdmicas, al remeto siglo xvI. Ademds, el hombre rojo no existe como elemento rector, sino como ele- mento integrante de Ja masa popular cn las nuevas sociedades de América, ricdn républics, historia completa de la emancipacién, por medio de excelentes biografias de nuestros heroes reptesentativos. Este libto fue publicado por Appleton and Co. (New York-London, 1918}. El atto es Mr. Joseph Byrne Lockey. Entre las obras de cardcter his- térico merece puesto aparte la de este pensador americano, de gran serenidad espixitual y de evidente sabidurfa. Su obra —de !a que no se puede hablar sin el mayor respeto— se titula, quizds inadecuadamente Pan Americanism. Is Beginning. Es largo, concienzudo y brillantisimo estudio (503 pdginas en 49) de las ideas politicas de Bolivar, Canning, Hen- ry Clay y Adams. También estudia el primer proyecto de una Liga o Sociedad de Nacio- nes ideado por Bolivar desde 1813, tratado ya por é! con mds detencién en 1815 y rea- izado en parte en 1826, en Panamé, por el propio estadista y Libertador. La obra de Mr. Lockey fue publicada por Macmillan Company, New-York, 1920. Respecto a las teo- rfas polftieas em boga, en Ios dfas de la revolucién de Hispanoamética, no conozca, en lengua extranjera, cbra de tanta imporcancia; y no conozco, ni en lengua extraniera ni en lengua de Castilla, obra que, respecto a las materias y la época a que se contrae, la supere. Los anglo-americanos, en el propdsito de conccer nuestra historia, nuestra cultura, nuestro espitita —cualquiera que sea, repito, el mdvil que los guie—, estudian nuestra lengua, traducen nuestras obras, fundan revistas como la dirigida con tanto acierto por Mr, Peter H. Goldsmizh, que publica, en espafiol, trabajos de autores anglo-americanos y, en inglés, escritos de américo-latinos, Aigunos universitarios, pot Ultimo, escogen el notabte y la cbta de autores latino-atericanos como objeto de temas para optar a los altos grados académices: esto es lo que ha hecho tecientemente, por cjemplo, Miss Cecilia Gillmore, de Texas, con um autor a quien no quiero citar porque me unen a & los mistnos nexos que unfan a Carlyle con el autor de Sartor Resarfus. Los angle americanos terminarén por conocernos mejor que los francescs y los espafioles, aunque con los primetos nos una simpatia enorme a su cultura y con los segundos Ja comu- nidad de lengua. SE] mero titulo de algunos de estos libros resulta significativo, si ya no fuera con- vincente su iectura, The past of tbe comguistadores bautiza su volumen Mr. Lindon Bates, Jr. (New-York, Hontongh Mifflin C.*, 1912). ¥ el Rev. J. A. Zahm bautiza otra libto, Following the conguistadores (Appleton, New-York). 3 hijas, herederas y prolongacién de la Europa latina. El elemento dirigente en América es de raza, cultura y aspitaciones caucdsicas. Las ambiciones imperialistas de los Estados Unidos no irian a arrancar tierras al indio barbaro pata difundir en ellas la civilizacién que decimos cris- tiana. El aspecto del conflicto entre las dos Américas no es tampoco el que la pedantesca sufictencia del francés Gustavo Lebon imagina: de un lado todos los vicios polfticos; del otro, todas las virtudes. Es decir, los siete pecados capitales y las siete virtudes teologales que se disputan, no ya como en el poema de Rubén Dario, el alma del hombte, sino las tierras y la riqueza de un continente, EI aspecto del conflicto entre las dos Américas es otro. Es una lucha de razas y de civilizaciones. Es, transportada al Nuevo Mundo, la vieja lucha histérica entre fa raza inglesa y la raza espafiola, entre la religién luterana y la fe catélica, entre el sentido practico de asociacién y Ja tendencia andtqui- ca del individualismo, entre el espiritu utilitatio y el espfritu idealista, entre Sancho y Don Quijote, entre Caliban y Ariel? Y dada la atomizacién del conglomerado Hispanoamérica en miiltiples y mictoscdpicas reptblicas, por obra del petsistente y disociador espirite de individualismo de la taza espafiola, la unidad anglo-sajona, que actha como ariete formidable, resulta peligro evidente. Se consuman y suceden en América actos brutales, de agresive e invasor imperialismo yanqui. Estos hechos no pueden cohonestarse con palabrerias de carnaval en donde salen a relucir la “democracia”, “la justicia’, “la li- bertad”, “la civilizacién”, ‘la necesidad econdémica”, “la tazén de Estado”, “la fatalidad sociolégica”, y otras lentejuelas retdricas. Esas palabras, hoy vacias, tuvieron un tiempo contenido espiritual, de que Inglaterra, Alemania, Aus- tria, Francia, Italia, la Rusia de les zares y la Yanquilandia de los ptesiden- tes las han desposeido. Esas palabras, en boca de esos pueblos, son manidas y viejas prostitutas disfrazadas de virgenes intactas. Existen en los Estados Unidos apdsroles del big stick, teorizantes de la ca- chiporra; y algunos yanquis manifiestan con explicita franqueza la ambicién imperialista. Baste recordar las teorias, ya que no las acciones, de aquel di- vertidisimo presidente Roosevelt, Charlot malgre Iai, caricature transatlin- SEsta ‘“Introduccién” se publics en la revista Esoafa, de Luis Araquistain. Poco después, y como indirecta pero evidente contestacién a opiniones aqui expuestas, publi- caba en Ei Liberal, de Madrid, uno de sus cedactores, don César Faledn, un editorial donde se decia, en resumen —cito de memoria—, que un pensador de Sur-América se sentia, de seguro, mds cetca de un pensador de los Estados Unidos con quien concorda- ra, que de un espafiol ignato o de ideas opuestas a las suyas. Esto es reducir cuestiones de trascendencia social a casos concretos, que, sin embargo, no las invalidan. Dentre de un mismo pais Ios que sienten o piensan de vn modo anslogo simpatizan y se eponen en grupo a los que sientan o piensan de otro modo: no por ello dejan de tener el vineulo comtin de la nacionalidad, mas fuerte y unificador que divergencias de menor cuantia, Hace mucho tiempo hizo hincapié Gumplowicz sobre el hecho de que un campesine austrfaco o alemdn podfa entendetse mejor con un campesino italiane o francés que con compatriotas de otras capas sociales y distinta educacién. No por cso son menos evidentcs las oposiciones entre culturas, nacionalidades y razas. 6 tica, recuerdo simiesco de Guillermo II, Baste recordar el nombre del socié- loge Gidding, que, cubierto de un gorrito cientifico de sabio, predica impe- rialismo a costa nuestra; y no mencionamos a la andnima ¢ innumerable tur- ba de oradotes, publicistas, ensayistas, politicos, diplomdticos, diaristas de todo pelaje, sefioras que no dan a luz nifios sino novelitas sietemesinas, ve- nerables pastores de sexo indefinido, picarescos grafémanos, empresarios de cinematdégrafos que preconizan nuestra barbarie con el films y hasta contra- tistas y especuladores inds o menos fracasados como el simpdtico agiotista George W. Crichfield, autor de una obra titulada, con laconisme: American Supremacy, The rise and progress of the Latin American republics and their relations to the United States under the Monroe doctrine® Los yanquis, pues, como los hechos y las doctrinas lo demuestran, aspiran, de algtin tiempo a esta parte, a imponerse en el Nuevo Mundo en aquella extensién y grado que nucstta imprevisiOn les permita. ¢Cémo extraflar que ahora celebren a los conquistadores cuyos pasos, con cuatto siglos de retardo, aspiran a seguir? Asi, un sefior Lummis, pésimo como escritor, infimo como pensador, des- posefdo de cualquier prenda que pueda avalorar el m4s modesto espititu, pone sobre los cuernos de la luna, aureolades de pureza y bondad, a los més siniestros aventureros de la conquista. Este mediocre y vil adulador de bajas pasiones ha encontrado traductores y aplauso en la ignorancia, la vanidad y fa buena fe espaiiclas, ajenas a los mé- viles de aquel escribidor, Estos candidos espaiioles, satisfechos hoy con el aplauso extranjero —ellos, antes tan altivos y despectivos con todo lo que no fue indigena—, parecen no alcanzar que, en ultimo andlisis, ese aplauso desbordante, cegador y ama- fiado, disimula un golpe que se quicre asestar a fo que Espafia tiene de més culminadot: su espiritu hecho carne de pueblos, Los conquistadores, vistos con ojos ecudnimes, no resultan ni el bandolero de Heine ni menos el hermano de San Francisco. Tampoco sepresentan al héroe patadigmatico cuyos pasos y ejemplos deban seguir los soldados de una gtan potencia industrial y democrdtica en el siglo xx. ¢Qué son, pues? Son simplemente espafioles, aventureros espafioles del siglo xvt, En ellos vemos tesplandecer virtudes del pais y de la época a que pertenecen. Tam- bién advertimos en ellos defectos nacionales contempordneos, agravados tal vez por el teatro batbaro y distante en que actéan y por la casi completa irres- ponsabilidad con que manifiestan y expanden su petsonalidad. Para saber qué son, en puridad, los conquistadores, es necesatio conocer 5Ia two volumes. New-York, Brentano's, 1908, 7 antes, aunque sea de modo somero, el pueblo de donde salen y Ia época en que aparecen. I LA MEDULA ESPANOLA Ef cardcter de un pueblo, en lo que tiene de esencial, se refleja en los grupos sociales que lo integran: clero, ejército, literatos, etc., y se refleja por consiguiente, en la accién de estos grupos: modo de ser religioso, ma- nera de conducirse en fa guerra, literatura, etc. Muchas de estas manifestaciones psicoldégicas se condicionan a agentes ex- ternos variables, adventicios, pero es facil descubrir el terreno firme, bajo las hojas secas que esteran el suelo del bosque. Existen, en cada pueblo, caracteres permanentes que lo individualizan. O con otras palabras: la continuidad de un pueblo o de una raza en su manera especial de desenvolverse en la vida le imprime sello, constituye caracter. Para conocer el modo de ser espafiol, en algunos de sus rasgos esenciales, se empleard aqui la palabra raza, no en sentido antropolégico, sino como gru- po de gentes con determinades caracteres fisicos y psiquicos —preferentemente psiquicos— gue durante largos periodos de tiempo se han desenvuelto en citcunstancias que les permiten tener y conservar ciertas caracteristicas. ¥ se tomard en bloque lo denominado espafiol, aunque, en rigor étnico y geografico, este espafiol no exista; o exista coi pronunciados matices dife- renciales. EI vizcafno, en cuanto a taza, parece distinto del resto de los hispanos, aanque pueda tener una raiz africana comin con casi todos elles. El portugués —variedad espafiola— posee una sensibilidad y una capaci- dad Jiteratia, ptincipalmente para la poesfa lirica, superiores a los demés ibéricos. La mayorfa de Jas provincias habla en Jenguas verndculas. Portugal ha logrado Ja independencia politica; Catalufia aspira a lograrla. La geologia parece que aleja y enemista a las regiones de la Peninsula Ibé- rica. Los montes se interponen, aisladores, entre algunas de ellas, Diversos climas obran de diverse modo y favorecen caracteres, costumbres y produc- ciones diversos. Los valles hiimedos, bajos —en muchas partes maritimos— de Galicia, Vasconia y Asturias envuelven al hombre y al pafs en atmésfera antipoda de la que al castellano rodea en su meseta alta, seca, mediterranea, Les cultivos, los medios de produccién, la economia de unas a otras regiones es distinta; a veces el bienestar de alguna pugna con el de otras. Catalufia es industrial; Valencia, agricola; Sevilla, pecuaria” TLas diferencias de todo otden entre algunas provincias de Espafia son grandes; no 8 Pero todas estas diversidades han tenido un cerco de hierro que las uni- fica en haz: han tenido a Castilla. Castilla les dio lengua, las adiciond, las gobernd. Castilla —no puede negarse— tiene grandes limitaciones. Muchas de las dems provincias ibéricas Ja superan en tales o cuales calidades. En conjunto, no. En conjunto, Castilla ha sido superior a todas, aquilata mds personalidad que todas. A pesar de cuantas deficiencias supongamos —y algunas més—, Castilla se ha impuesto a todas las regiones y a todas ha impreso, con la complicidad de los siglos y con otras complicidades, ciertos rasgos communes, No existen ragones, por ejemplo, para que un pintor de Vasconia, hijo de la bruma y la humedad, se parezca a un pintor de fa ra- diante Castilla. Zuloaga, sin embargo, parece tan castellano como Velazquez, que tampoco era de Castilla, gPor qué? Por la potencia irradiante, imdnica, de la enorme personalidad castellana. Ignacio de Loyola, en el siglo xvl, y Miguel de Unamuno, en nuestros dias, también son vizcainos: ambos se sien- ten movides por una inquictud espiritual, noble, desinteresada y, en el mds alto sentido, religiosa. Ambos, aunque diversamente, sienten y proceden a la castellana. San Ignacio como energético; Unamuno, aunque fuera de los credos o iglesias, con una religiosidad trdgica, con un misticismo desgarra- dor, violento, actuante, muy dentro de la tradicién castiza de Santa Teresa, con cuyo espiritu queda emparentado. Gracias a Castilla, podemos hablar de Espafia; y pot lo que de castellano desevbrimas en todos los espafioles podemos considerar al hombre de Ja Pe- ninsula Ibérica como tipo diferenciado del testo de Europa, tipo Gnico en medio de vaticdades de menor cuantia, que no pueden negarse ni deben des- conocerse. Gracias a Castilla, podernos hablar y hablamos del espaiiol y de lo espafiol, No parece diffcil indagar aquellos comunes aspectos esenciales que permi- tan advertir, en el conglomerado espafiol, a pesar de relativas divergencias, una psicologia colectiva. ¢En qué consiste el cardcter espaiiol? ¢Cudles son sus rasgos dominantes © permanentes? En un libro entero no cabria la respuesta, documentdndola. Como nuestro propdsito es més modesto, como nuestto propésito se reduce a observar a las volandas, es decir, en breves paginas, hasta dénde fueron espafioles y de su época los conquistadores iheros del Nuevo Mundo, pode- mos modificar aquella ambiciosa pregunta, por otra mds adecuada. tanto, sin embargo, como se cteyera. Ni Espafia, en este punto, es exce cién eutopea. Austria-Hungria si fue mosaico irteductible, que la catdstrofe disgregs. 1 italiano de Népoles tiene poco de comén con el de Turin, En la reciente guerra (1914-1918) fusi- Jaron en Francia a muchos soldados del litoral mediterrénee: éstos demostraban la mds ptofunda antipatia por sus compatriotas macidos de Paris hacia el Norte; no quetian batirse para defenderlos, y decfan que esos compatriotas suyos —nicardes, flamencos, etc, — eran los alemanes de Francia. Esto no lo he lefdo en libros ai en revistas: lo he sabido sar place de boca de les campesinos picardos. Los ingleses integran su nacionali- dad con islas y tazas opuestas, que se han deciarado ultimamente en guerra civil. Hasta en paises tan pequefios, en poblacién y en terzitorio, como Beélgica, existe opo- siciones étnicas y aun linglfsticas entre las provincias que componen el Estado, No vale la pena insistir. ¢Tuvieron los conquistadores, personalmente y em cuanto agrupacién, ca- racteres que les sean comunes con el pais otiginario? ¢Se puede reconocer en ellos la médula de Espafia? Desde ahora puede afirmarse que Poseyeron, en gtado mdximo, la virtud, muy espafiola, del herofsmo. Fueron individualistas, espafioles del siglo xvi, fueron de estricto fanatismo religioso, de una religiosidad camiceta, y tu- vieron la dureza —may racial pero también muy de época— que los paran- gona a los guerreros contra el Islam y, buscando la comparacién fuera de Es- paiia, a los tiranos de las reptiblicas de Italia. Fatalistas, dieron al azar en sus empresas mds cabida que al cdleulo. Carecieron de curiosidad intelectual an. te el espectdculo tinico de civilizaciones interesantisimas que vefan desmoro- narse. El anhelo de obtener fortuna con poco esfuerzo, que hace de los es- paftoles desaforados jugadores y de la loteria arbitrio rentistico, degeneré en ellos en feroz codicia, ante el espectaculo de riquezas insospechadas y Jes des- perté auri rabida sitis. Sintieron un anhelo de aventuras remotas que fos vincula a catalanes y aragoneses de las expediciones a Sicilia, Bizancio y Ate- nas; sintieron el dinamismo de aquella época de enotmes descubrimientos: Amética y, poco después, los Archipidlagos de Asia; de enormes viajes, coma los de portugueses, italianos y espafioles; de grandes guerras y decisiones vio- lentas, hasta para cosas del espititu como la religién, Tuvieron un orgullo de emperadores. Fueron, por ultimo, incapaces de fundar estados pacificos y ad- ministraciones regulares en aquellos tertitorios que con tan insdlito denuedo conquistaron. éNo es todo ello caracteristico de los hombres de Espaiia y del siglo xvi espafiol de cuyo primer tercio iban a ser los conquistadores de América ca- ridtides herctileas? Vamos a saberlo, Y, para saberlo, trataremos de descubrir si, en efecto, ciertas condiciones gue hemos presupuesto a Espafia le son peculiares. Y si ellos tesultan, en consecuencia, como lo imaginamos, arque- tipos de su raza, la médufa espafiola, IE ENERGIA DE LA RAZA: LOS SANTOS ESPANOLES El espaiiol —demasiado lo sabemos— es, ante todo, un pasional, un impul sivo pronto a la accién. La energia es una de sus caracteristicas. Y¥ esta pie- dra angular del cardcter hispdnico sitve de base a su espiritu de combatividad, a su inclinacién a fa guerra. Sirve también de base a su incapacidad para ceder que, en el orden moral, se [lama intransigencia, Batallador e intransigente, carece de tolerancia, fo que vale decir que tam- bién carece de capacidad critica, ya que comprender equivale a tolerar. Como 10 tiene exceso de personalidad Je cuesta al espafiol mucho trabajo deshacerse de ella, aunque sea de fingimiento: de ahf que no abunden actores de primer orden, a pesar de poseer un teatro como pocas naciones de Europa; de ahi la parvedad mediocre de los criticos literarios, a pesar de existir en Espaila una literatura tan rica, que ha dado a las letras universales formulas nativas como la novela picatesca. La carencia de espiritu ctitico es uno de los defectos maximos del pueblo espafiol. zQué es su religiosidad exaltada? Carencia de espiritu critico. El lealismo a reyes viles y degenerados, de que se le ha hecho cargo severo: ca- rencia de espiritu critico; su incapacidad manifiesta pata sacar lecciones de la experiencia: carencia de espfritu ctftico; su nulidad en filosofia: carencia de espiritu critico; la falta de buenos historiadores: carencia de espiritu critico; la confusién de sus propios valores artisticos —ye pintores, ya escultotes, ya arquitectos, ya literatos, ya de antaiio, ya de hogafio——: carencia de espiritu erftico. Pueblo de afirmaciones y negaciones rotundas, el espafiol pensara con cri- terio semitico y africano —lleva torrentes de sangre semitica en las venas— que sus creencias son las nicas verdaderas. Lo pensard sobre todo a pattit de su lucha de siglos contra el drabe invasor. Esa lucha no era sdlo una lucha politica por la reconguista del territorio, sino lucha de raza a raza y de re- ligién a religién. La fe catélica iba exalténdose a medida de la obtencidén de triunfos y el logro de conquistas en la guetrera y apasionada Espafia. Y cuimind con el triunfo definitive, después de la toma de Granada. “Ta lucha con los sarracenos fortified las creencias, pero disminuyd la in- teligencia, A medida que avanzaban los cristianos del Norte hacia el Centro, mas crelan en la proteccién divina, mds respeto tenian a los sacerdotes, Esa reconquista lenta, debida a su propio esfuerzo, les parecia un milagro perma- nente”.* Con aquella vida némada y guerrera, “el espiritu de observacién y de investigacién desaparecié por completo’? Desde entonces abrié Espafia un sitio muy amplio en su existencia a las cuestiones religiosas. Representa, no la teocracia, pero si un combativo es- pirim ceolégica. Serd la Teologfa a caballo. Seré dogmdtico. No se complacera en desinteresadas cuestiones filosdficas o metaftsicas. ‘La Espafia mistica de- muestra repugnancia por la filosoffa’”” Carece Espafia, en todo caso, de fi- losofia y hasta su metafisica es tildada de teoldgica y combativa.” 8Pompevo Gener: Herejias, pég. 185. Barcelona, 1888. Fbidem, pdg. 186. "A Hespanha mystica tem repugnancia pela philosophia; e por ipsse, nem as inves- tigacoes da sctencia, nem as lucubracoes da metafisica iluminam as paginas da sua bis- tora’. J. P. Ouivera Martins: Historia da civilisagan ibérica, terceita edigao emen- dada, pag. 199. Lisboa, 1885. "In Spain metaphysics bas been one with theolagy”: THE SOUL OF Spain, by Have- ovk Ellis, pig. 47, Ed. Archibald Constable t. C2 Ltd. London, 1908. il Mas bien que en difundir su espftita, por medio de Ia petsuasidn, se com- placerd en catequizar infieles, en quemar hetejes, en destruiz documentos y monumentos que testimonien otra fe; combatird voluntario en las guerras de religién; serd campeén de Cristo en las tietras barbaras de América y campeén del catolicismo en Europa contra la Reforma. Sus monarcas levarén con orgullo el titulo de Majestad Catélica. Aun esta actitud, tal vez excesiva y errénea, pero que nace de un impe- rativo de la conciencia, infunde respeto: prueba la generosidad y la bravura de Espajia, siempre dispuesta a dar la sangre y la vida por sus ideas y hasta por sus errores. A través de toda Ia historia espatiola persiste el tasgo combative como ca- racter fundamental, y persiste, desde la brega contra la dominacién drabe, co- mo tasgo tipico adquirido, la exaltacién del espfritu religioso que en nues- tros dias empieza a declinar. La alianza de ambos espiritus —el de pugnaci- dad y el de religidn— la enconttamos de fines de la Edad Media en adelante donde menos se piensa: entre los escritores y entre los santos. Algunos de los escritores més ilustres de Espajia serdn soldados o clérigos: a veces clétigos y soldados en una pieza: Caldetén, por ejemplo, que dejé las armas por fa Iglesia, Soldados fueron Cervantes, Garcilaso, Ercilla: clérigos, Lope de Vega, Tirso de Molina, Géngora, Gracidn. Dos de los mayores tacs- tros de Ja lengua serdn frailes: Fray Luis de Leén y Fray Luis de Granada. La setic de militares eclesidsticos o de eclesidsticos militares puede empezar en los obispos guerreros de la Edad Medig y concluir, por ahora, en los curas guerrilleros de fa guerra carlista. Algunos de sus mds representativos esctito- res y predicadores aleanzan la aureola de Ia beatitud o de la santidad: Santa Teresa, San Juan de la Cruz y el elocuente beato Juan de Avifa. ¥ ningtin santo espatiol es facil que se confunda con los santos de otra raza: el santo espafiol no serd, por lo comin, manso, humilde, bueno, coma el italiano Francisco de Asis o el francés Vicente de Patil, sino enérgico, ba- tallador, dindmico, gente de accién. El santo espafiol serd un santo heroico. Lo mismo actuard Santa Domingo de Guzmdn en ef siglo x11 que San Igna- cio de Loyola, San Francisco Javier y Santa Teresa de Jestis, en el siglo xvi. Santo Domingo de Guzmén, castellano viejo (1170-1221), es uno de es- tos santos inquietos, viajeros, batalladores, predicadores, fundadores de Or. denes catdlico-militares y enérgico destructor de herejfas. En 1204 acompaiia al obispo de Osma en una misién a Francia. Al viajar por el Mediodia fran- cés observa los progresos de Ia herejfa albigense y tesuclve quedarse allf pa- ra combatitla, Durante un afio 0 poco mas predica, exhorta, convence, opeta 2A declinar con lentitud, en las costumbres yen las leyes. Ef catolicismo es religign del Estado. La libertad de cuitos apenas se petmite como una concesion constitucional, obtenida por fa energfa de Cénovas del Castillo, contra la valuntad de casi todo el mundo, para que Espafia no fuera una exccpcién de intolerancia en el mundo moderna. Sinagogas, capillas protestantes, no existen. El Liberal es el Unico diario de Madrid gue conviene en anunciar ies oficios que unos cuantos metodistas, celebtan en un_pisito particular. El articulo 75 del Cédigo civil vigente admite las disposiciones de la Iglesia Catdlica y del Concilio de Trento, respecto al matrimonio, coma leyes del Estado. 12 milagros. En 1206 resuelve crear una sociedad de mujeres y luego otra de hombres para practicar la ensefianza de menores y captar, desde los primeros afios, el alma de los nifios. No contento con lo lento de aquel procedimiento. funda la Orden Tercera, que es una Orden militar cuyos miembros se com- prometen a tomar las armas contra la herejia. La historia de esta Orden es célebre en los fastos de la erueldad fandtica. Le parece poco, le parece que anda con lentitud la difusidn de la verdad. Lo que escapa a la escuela, fo que escapa a la espada de los terciarios, ¢a dénde ira? Es menester que ven- ga al seno de Ja Iglesia: funda Ja Orden de los Predicadores. No le basta. Para mantener fija en Dios, durante horas y horas, la conciencia de los hom- bres, ctea la institucidn del Rosario, que obliga a tezo interminable, Pero el mundo es ancho y hay que hacer en todo el mundo. Domingo de Guzman parte para Roma y en Roma profesa teologia. Escribe, adem4s, comentarios teoldgicos, Los conventos de su Orden se miultiplican, Domingo, en ansia de holocausto y de accidn, renuncia al generalato de su Orden y se dispone a partir para Hungria, a someter por la espada o catequizar por la doctrina nuevos infieles. A punto de realizar su proyecto la muerte lo sorprende en Bolonia, el 26 de abril de 1221, Habfa vivido cincuenta y un afios de una vida heroica; de una vida de guerras, viajes, prédicas; fundando Ordenes, catequizando infieles, destruyendo herejes, sirviendo a Dios. Espafia, pues, y sus tipos representantivos proceden a la manera semita, clasica desde los judios del Antigue Testamento hasta los arabes de Maho- ma: convence por la espada. Proceder Idgico. Espafia es el pafs mds semita de Europa. En ello no paran mientes sus detractores; tampoco patecen sos- pecharlo sus apologistas. Otros santos, siglos mds tarde, procederan cotno Santo Domingo: lo que prueba la persistencia del espiritu semitico que en- ciende su alma y mueve su brazo. San Francisco Javier es otro de estos santos espafioles, hombres de fe y de accidn. Los observadores lo han presentado ya, lo mismo que a Raimundo Lulio, como tipo caracteristico de espafiol. Nace este santo navarro cerca de Pamplona en 1506, Siente el ansia de proselitismo y parte a conquistar el mundo, en la medida herctilea de sus fuerzas, para el catolicisme. En 1534, esta en Paris, donde profesa filosofia. En 1537 estd en Venecia con Inigo de Loyola. Va a Roma; va a Bolonia, en cuya célebre Universidad ensefia la verdad teolégica. En 1540 se le encuentra en Lisboa. En 1541 parte para las Indias portuguesas. De 1542 a 1544 instruye a los paganos del cabo Co- morin en Jas doctrinas del Crucificado. En el bajalato de Travancor bautiza a 10.000 bdrbaros en un mes, De 1545 a 1548 recorre las islas Molucas. En 1549 se dirige al Japdn: es el primer misionero cristiano que pisa las islas del Sol Naciente. No le basta: en 1552 parte para la China ignota. Una fie- bre lo mata en la bahfa de Cantén, el 2 de diciembre de 1552. San Ignacio de Loyola —el anti-Lutero— es de sobra conocido. Soldado del Rey, se convierte en Soldado de Cristo, y funda la formidable milicia de Jestis, la famosa Compafifa, de rigida regla, que tanta influencia, en el trans- curso de los dltimos siglos, ha tenido en el mundo. El plan de este ambi- 13 cioso —ambicioso para sus ideas, desintetesado para si— fue nada menos que modelar segtin sus propias ideas el espfrita humano. Para ello organizé sus graves y sinuosas milicias. La captacién del espfritu, gno es obra méxima de acci6n? Que lo diga Ifiigo de Loyola. Estos santos de Espafia, o son personalmente dindmicos y combativos o bien, cuando deciden asociarse, gustan de organizarse al modo militar. Per- sonal o colectivamente siempre estén prontos a luchar e imponerse. Son de veras espafioles. Son conquistadores. Son hermanos gemelos de Roger de Flor y de Hernan Cortés. Las mujeres de religién suelen no ser menos activas, dindmicas y enétgicas que Ios hombres. La enorme santa de Avila sirve de prototipo. Espfrita in- quieto, mujer activa, energia inquebrantable, fe ardorosa, recorre en su bue- na mula las carreteras, pueblucos y ciudades de Castilla, lucha contra Ja hos- tilidad de Ordenes y conventos, enciende en Ilamas de amor celeste a los espititus mds gélidos, penetra en los corazones més impermeables, escribe cattas maravillosas, escribe pdginas abrasadas de fe, Jlenas de transportes, de efusién, de pasiones, donde resplandece doble hetmosura: la hermosura de un selecto espiritu y la de una docta pluma. No es todo: funda dieciséis mo- nasterios. Mas que contemplativa, su vida es de accién. Es una mozuela apenas y ya seduce a su hermano Rodrigo y ambos parten con iniencién de irse a fa lucha contra los infieles moros, y conseguir el martirio, tal vez la muerte. As{ pasé la vida: poniendo por obra su voluntad. Asi la sor- prende la muerte, “Extenuada de inanicién y de cansancio Iega un dia a Alba de Torres, Pénese en cama; pero a la mafiana siguiente, a pesar de todo, se levanta, comulga y practica todos los actos de comunidad durante nueve dias. Por fin no puede m4s y cae abatida... A las cinco de Ia tarde, vispera de San Francisco —dice una de sus compajieras—, pidié el Santfsimo Sacra- mento. Estaba tan postrada que no se podia mover; dos religiosas la ayuda- ban... El Vidtico llega; Teresa de Jesiis, con estar tan rendida, arrodillase en Ja cama y aun intenta arrojarse de ella... Dijo ef Seftor cosas tan alfas y di- vinas, que a todos pania gran devocién. Al otro dia expira”.”? “Parece que el continuo batallar acrece el subido temple de este portentoso espiritu”’.!* Quedamos, pues, en que hasta los santos espafioles respitan energfa. La energia es fundamental en Ja raza: se observa a través de toda su historia y, a pesar de todas las mezcolanzas étnicas, desde los tiempos del ibero primitive hasta nuestros dias. Esa energia ha convertido a la espafiola en una taza gue- rrera, WAzorin: El alwa casteliana, pag. 126. Madrid, 1919, “Ibidem, pags. 124-125, i4¢ iI PERSONALIDAD DE LA RAZA No existe raza menos gregaria que la espafiola, Pocas tienen tanta perso- nalidad. Es individualista en sumo grado. Lo fue siempre. El mismo hecho de acogerse a vivir en Comunidades, en conventos, no es pata comunizar la vida, sino para individualizarla. A lo sumo se llega, pot obediencia, por es- piritu de sactificio, para ser grato a Dios, a confundir la vida propia con la del monastetio o Comunidad en cuyo seno se habita; entonces el convento es “mi convento”; la Orden es “mi Orden”. Hubo un tiempo en que a fas Ordenes se fas Ilamaba religiones. “Mi reli- gidn, nuestra teligién”, decian, por ejemplo, los dominicos, como si los je- suitas, los benedictinos pertenecieran a otra fe. En el extranjero deciase otro tanto; pero es muy probable que la expresién se haya formado en Espaha cuya voz, entonces, repercutia en el mundo; y el mundo solia devolverla como un eco. Es muy frecuente que unas a otras Comunidades se odien y declaren gue- tra sin cuattel. También surgen a veces en los conventos de Espajia indivi- dualistas, a prueba de reglas. San Pedro de Alcantara estuvo treinta y seis meses en un monastetio sin hablar con nadie, sin mirar siquiera la cara a sus compafieros de reclusidn. Luego vivid treinta afios en el yermo, de rodillas. Los trapistas, fendmenos de antisociabilidad, que han desapatecido de casi todo el mando, ain perduran y florecen en algunos rincones de Espafia. E! bravio individualismo espaiicl lo induce a desamar la accién asociada. En nuestros dias, desde el juicio por jurados hasta el parlamentatismo han hecho bancarrota en Espafia. En cambio han fiorecido esponténeamente, siempre que 1a ocasién fue propicia: en politica, cl cacique; en religién, el cenobita, y como una morbosidad social, el bandolero. EI bandido fue tipo muy popular y muy prestigioso en Andalucia, donde el carécter regional y el terreno lo favorecieron mientras no hubo telégrafos, ferrocarriles y Guardia civil. Ahora la Guatdia civil, ayudada por la prensa, el telégrafo, el ferrocarril y los fusiles de repeticién, ha exterminado a los bandoleros. Los mismos ideales sociales de nuestro tiempo se tifien en Espafia de un color especial. Espafia es mds anarquista que socialista. Muchos de los epi- logos sangrientos que estén haciendo verter lagrimas en los hogates espaiioles, con motivo de la presente lucha de clases, resultan ajenos a toda presién de sindicatos y parecen la obra espontdnea y personal de individnalidades que juzgan, condenan y ejecutan por sf y ante si." 'SUn testimonio reciente lo corrcbora. Léase en La Voz, de Madrid, 17 de diciembre de 1921, la entrevista de un tedactor_de ese periddico con dos jefes sindicalistas de Parcelona: Pestafia y Noy def Sucre. El reporter, refiriéndose a la serie de atentados de cardcter social --o tenidos por tales— que se cometieron en Barcelona ininterrum- 15 Los franceses estén, por ciertos segmentos de su espiritu, como el sentido de otganizacién, si no el de jerarqufa, mucho més cerca de los alemanes que de los espafioles. Es verdad que Mevan en las venas bastante sangre germa- nica. En un pais de individuatismo tan exaltado y tan andrquico como Espafia es dificil que nadie hubiera intentado nunca, como Augusto Comte en Fran- cla, organizar, disciplinar, cosa tan intima, arbitratia y discorde como los sentimientos. Cuando a Simén Bolivar se le ocurrié practicamente, antes que a Comte se le ocurtiera en teoria, la idea de legislar sobre los sentimientos —amor de la Patria, moralidad publica, respeto a los ancianos, etc— la repulsa a su proyecto de una Camara de Censores y a la institucién de un Poder Moral, fue undnime. América, hija de Espaiia, rechazé el proyecto con toda la in- dignacidn de su individualismo amenazado. En Espaiia nadie estd de acuerdo con nadie.¥ Enemiga de sumisién a pragmédticas, cénones y coacciones disciplinarias, Espafia es un pais un poco behemio, Se prefiere la estrechez en libertad a la jaula llena de cafiamones. A los mendigos que pululan en ciudades, villorrios y carreteras, es casi impostble reducirlos a habitar en asilos. Uno de [os ingenios espafioles que con més sagacidad ha buceado en los Giltimos tiempos el alma de su pafs, observa: pidamente, pregunta a Pestaiia cémo los jefes sindicalistas no pudieton jmpedir aque- Iles agresiones de que se acusa al sindicalismo catalén, y Pestafia responde textualmente: —Era muy ‘dificil, pot no decir imposible. Obraban por iniciativa particular y con absoluta independencia. ‘No hace mucho pudo leerse en la Prensa que los petiddicos de Madrid, después de inowmeras reuniones, no logran ponerse de acuerdo para encontrar una férmula que los salve de fa ruina; es decir, de Jas fauces de la Papelera Espafiola. Es necesario saber que la Papelera Espafiola cs un dvido monopolio que 2 la sombra de un Arancel protec cionista succiona y aniquila con cinico descaro y manifiesta injusticia el vigor y la sus- tancia de las Empresas editoriales y periodisticas. La Papelera aspira —y con razén, puesto que la dejan— no sdlo a continuar con el monopolio del papel, sinc a implantar el monopolio editorial: la Empresa Calpe es suya; al monopotio el diarismo: uno de Jos. mejores periddicos de la mafiana y el mejor petiddico de la noche son suyos; y suyos, inditectamente, los periddicos a quienes obliga con favores, a quienes pucde hacer fracasat por medio de habiles hostilidades. Ef clamor fue tanto, que cl Gobierno se vio precisado a perinitir la entrada libre del papel extranjero para salvar a los editores de libros y de petiddicos. La papelera pone en juego sus influencias, Mama antipatriética a la medida gubernamental que tiende a salvar jas industrias espafiolas del libro y de! diario, no sélo permitir la libre importacién del papel, que en la Europa deshecha y arruinada por Ja guerra, se adquiere mas barato que en Ja Espaiia pacffica y enriquecida. Pues bien, ni duetios de casas editoras, ni duefos de Empresas periodisticas, Negan a ponerse de acuerdo para salvarse de la Papelera y de la ruina. Los diacios ni siquiera se conciertan para fijar el precio y tamafio de los periédicos. En el A BC, diario madrilefic, puede leetse (15 de febrero de 1921): “El acuerdo que en la Redaccién de El Imparcial adoptaron varios directores de periddicos, quedé roto por falta de unanimidad en su cumplimiento”. étro petiddico de Madrid rompe por lo sano y dice: “Eu vista de que es impo sible tratar de nada serio con algunos periddicos, pues jamés cumplen aquello a que Se conprometen y sdlo se preocupan de su particular conveniencia, se desliga en abso- duto La Cotrespondencia de Espaiia de todo contpromiso colectivo y recaba su completa isbertad de accién”, 16 “En Ia Edad Media nuestras regiones querian reyes propios, no para estar mejor gobernadas, sino para destruir el Poder real; las ciudades querian fue- ros que las eximieran de la antoridad de los reyes ya achicados; » todas las clases sociales querian fueros y privilegios a montanes. Entonces estuvo nues- tra Patria a dos pasos de realizar su ideal juridico, que todos los espafioles Hevasen en el bolsilla una carta foral con un solo articulo, redactado en estos términos breves, cldros y contundentes: este espafiol esté autorizado para hacer to que le dé ta gana’. eQué es ello sino superabundancia de personalidad, individvalismo; un individualismo que desborda por su mismo exceso de las personas a las enti- dades de geografia politica? El individualismo espafiol lo patentiza, entre otras cosas, su manera de guerrear, desde los tiempos de Viriato y Sertorio hasta Espoz y Mina, el Empecinado y demés guerrilleros de Ja lucha contra Napoleén. En Espaiia nace la guerra de guettillas, unico medio de que cada localidad posea su cau- dillo y su hueste; nico medio de que cada jefecito, es decir, cada jefe de guerrilleros se imagine jefe de ejércitos, factor de primer orden en todo momento de peligro. En esta forma de combatir cada soldado, en vez de reducirse a niimero de tropa sin voz ni voto, cuya personalidad desaparece en Ia del Cuerpo que integta, tiene intciativas personales, combate como ser humano, no como meta maquina, y puede, en algin momento decisivo, sig- nificarse con las propotciones de héroe. Los conquistadores de América no son sino guertilleros, algunos de gran talento militar, como Cortés, o de vastos planes, como Balboa. ¥ fuera de Bolivar, Miranda, Sucre, San Martin y Piar, gqué fueron los caudillos de nuestra emancipacién sino guerrilleros, algunos estupendos y casi fabulosos como Paez? Los americanos heredaron de Espafia la aptitud guerrera y la forma de combatir. gSe quiere algo més individualista que estos mismos hombres que reali- zaron la epopeya de América en el siglo xv? Ellos que miraton, como Nietzs- che, mds alli del Bien y def Mal, practicaton en carne viva, lo que siglos mas tarde Nietzsche preconizé sobre el papel: tuvieron, no la moral de los esclavas, sino Ja moral de los amos. La moral de los amos ¢no consiste en la exaltacién del individualismo, en desarrollar al méximum la voluntad de potencia del individuo? ¢Qué otra cosa hicieron aquellos inclitos guetrille- ros de la conquista? Este sentimiento de exagerado individualismo se extiende a Ja regi6n, puede lamarse regionalismo, Este sentimiento, que también heredé América, ha sido perjudicial en América y en Espaiia. La raza espafiola, aunque imperialista, es enemiga del imperio. Rechaza la unidad y tiende a la independencia provincial y de comunas. La unidad im- WANCEL Ganivet: Idearizmt espaol, pig. 57, edicién de Granada, MDCCCXCVII. VV perial la realizan en Espafia monarcas extranjeros y absolutistas. Lo castellano és el municipio libre, dentro del Estado; as provincias independientes con fueros propios; 1a libertad federativa, no la unidad autocrética.® En Espafia, desde los tiempos de las invasiones histéricas, que se llevan a cabo con incretble facilidad, hasta los actuales gérmenes de separatismo en Caralufia y Vasconia, el espfritu de localidad o regionalismo es talén de Aquiles. Ese mismo espiritu la ha salvado o dignificado, con todo, en més de una ocasién. Los invasores se estrellan, a menudo, contta la tenacidad defensiva de alguna ciudad heroica; los cartagineses, contra Sagunto; los romances, tiempo adelante, contra Numancia; los franceses, en nuestros dias, contra Zaragoza y Gerona. Porque estas defensas no son como la defensa de Verdin contra los alemanes: un pais entero y aun varios paises representados por sus ejércitos, salvaguardando una ciudad fortificada; son las mismas ciudades, a veces casi inermes, entregadas a su propio esfuerzo, que luchan contta los invasotes. La isla de Margarita, en las guerras ameticanas de emancipacién, defendié sus pueblos hasta a pedradas, en la misma forma local e inttansi- gente que Gerona, Zaragoza y Sagunto, Hubo entonces otros ejemplos andlogos. América, junto con el exagerado individualismo, heredé la tendencia lo- calista, el amor desenfrenado de Ia independencia y Ja ineptitud para cons- tituir grandes unidades politicas. A ello se debe el que hoy no forme uno, dos o tres Estados fuertes, sino caterya de microsedpicas republiquitas. El Libertador de América, Simén Bolivar, cuyo genio politico fue tan gran- de, por lo menos, como su genio militar, sofié desde la iniciacién de su ca- frera con formar un Estado americano de primer orden, que Ilevase la batuta en los negocios de nuestro planeta. Ya en 1813 un ministro suyo inspirado visiblemente por el Libertador, habla de un Poder que pueda servic de con- teapeso a Europa y establecer, dice “el eguilibrio del Universo”. En 1815, en la célebre carta que —vencido por [us espafioles, desterrado por la anat- quia criolla— dirige en Kingston a un caballero inglés, trata Bolivar de la posible creacién de dos o tres grandes Estados americanos, En 1818 esctibe a Pueyrredén, director de las provincias argentinas, que la América espafiola, unida, debe formar un gran Poder; debe constimuirse “el Pacto Americano que, formando de todas nuestras repiblicas un Cuerpo politico, presente ta Avérica al mundo com un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las América tuvo, aun en lo mas credo del Poder espafiol, una relativa independencia municipal de que no siempre ha gozado después en tiempos de la Repttblica, La fede- tacién entre nosotros, ya que s¢ queria implantar, no necesité ser, como ha sido y es, en Argentina, Venezuela, México, etc., caricatura servil de los yanquis; pudo tomar por base la antigua independencia comunal de Castilla y nuestra propia tradicida de municipios auténomos. Los comuneros del Socorro, en el Virreinato de Nueva Granada, son tan heroicos defensores y mirtires de la libertad coma los victimados por la aute- cracia austriaca en Villalar. 18 naciones antiguas. La América, ast unida, podré Ilamarse la reina de las na- ciones, la madre de las Reptblicas”. En 1819 apenas independiza con Ja victoria de Boyacd, en el cotazén de los Andes, el virreinato de Nueva Granada, funda una fuerte Republica mili- tar, Colombia, englobando tres Estados: el antiguo vitreinato de Nueva Gra- nada, la Capitania General de Caracas y la Presidencia de Quito. En 1822 invita, en nombre de Colombia, a todas Jas reptiblicas hispdnicas de América a celebrar una Unidn que haga frente no sélo a Espaiia, sino a toda Europa, tecién organizada en agresiva Alianza de tronos, Tlamada Santa. En 1825 suefia en formar el imperio republicano de los Andes, con casi toda la Amé- tica del Sur, desde la mitad norte def antiguo virreinato del Plata hasta los pueblos del mar Caribe y el golfo mexicano. En 1826 convoca a todos los Estados recién emancipados de Espafia al Congreso Internacional de Pana- md, con el fin de echar las bases del detecho ptiblico americano y etigir, a pesar de los celos locales, el gran Poder Interamericano, la Sociedad de Na- ciones, pot encima de las soberanfas parciales, un Estado Taternacional que constituyese a nuestra América, de facio, en “la madre de las repdblicas’’, en “la mds grande nacién de fa tierra”. Este gran suefio de Bolivar, que fue el mas alto honor de su vida, salvo el de haber realizado la emancipacién del continente, no pudo cumplirse. El no podia hacerlo todo, Era necesario el contingente de los pueblos. Y contra sui ideal unificador alzdse el ideal de patrias chicas, el espititu localista, que convirtié a la América en un haz de reptblicas microscépicas, carentes de influencia internacional y f4cil presa de ambiciosos caudillos sin més herizon- te ni mds prestigio que el de sus campanarios natales. El individualismo y el localismo hereditarios triunfaban dei hombre de genio. El hombre de genio veia entorpecidos sus planes por microbios a quienes despreciaba; Santander en Cundinamarca, Rivadavia en Argentina, P4ex en Venezuela, Freyre en Chile, Pero aquellos microbios eran una gran fuerza; tepresentaban, sin saberlo, el espirire de la raza. Iv LA ARROGANCIA ESPANOLA Acostumbtado por su cardcter enérgico y de combate a las decisiones de la fuerza, el espajicl es orgulloso. No cuenta en las grandes ocasiones sino con- sigo mismo, lo que le infunde conciencia, a menudo exagerada, del propio valer y de la propia personalidad. El orgullo espafiol, que también puede Hamarse arrogancia, porque no ¢s 19 callado, sino expresivo y visual, tiene su culminacién en el siglo xvi. ¥ es natural, porque todo pueblo en sus épocas de esplendor se ensoberbece. Los romanos de Augusto, los franceses de Napoleén, los ingleses de Victoria, fos alemanes de Guillermo I, y hasta los yanquis de Wilson, gno han sido de un orgullo insuftible? Los espagoles del tiempo de Carlos V y Felipe II también lo fueron. Se ha dicho que, en aquella época, se trefan, como pueblo, superiores a todas las demds naciones. Brantéme ve desfilat a los soldaditos de los tercios castellanos, y admirado prorrumpe; “Los Iamariais principes por su arro- gancia”. Esa misma arrogancia la descubren, mds tarde, los tipos de soldados que inmortalizé el pincel de Velazquez en La rendicién de Breda. Observa- cién_ magnifica es la de que, por arrogante, os Espafia acometer empresas mdximas con medios deficientes; aunque [a arrogancia puede, en este caso, no ser considerada como factor exclusivo, sino que debe datsele parte a la imprevisién y a Ja tendencia a conceder pnesto al azar en toda empresa, Pero Ja arrogancia luce patente.'* Individualista y otgulloso, cada espafiol se cice el centro del Universo. Imagina que de él brota no se sabe qué fuente de autoridad, superior a la autoridad reconocida, Hoy mismo puede advertirse cémo le cuesta trabajo obedecer al policfa en fa calle, al cobradot en el tranvfa, al juez en el Juz- gado, al presidente de la Cémata en el Parlamento. Lo tipico de esta arvogancia, ya personal, ya colectiva, no es que dé al aire penacho altivo y frondoso en épocas de fortuna y excelsitud nacional —que nunea se debicron en Espafia sino a la espada—, sino que jamds declina. Perdura a través de todas las edades y de todas las circunstancias. —Yo soy Alvar Nifiez, para toda ef mejor— exclama, desafiador, en pre- sencia del Rey Alfonso, un héroe del afejo poema del Cid. Ya el otgullo ahoga a los hérces. Los espafioles del siglo xv1 crefan una superioridad ef haber visto la luz en la Peninsula Ibérica, Con claro sentido de la época, del cardcter nacional y del personaje, pone un poeta en boca del conde de Benavente, general de Carlos V y enemigo del condestable de Borbén, también soldado imperial, esta jactanela: ... Que si él es primo de reyes, primo de reyes soy yo... levandole de ventaja que nunca jamads manché lq traicién wi noble nombre, i¥ HABER NACIDO ESPANOL! Es realmente portentoso cémo, con los escasas medios de que disponfa, realizase hechos tan grandes, pues fueran cuales fuesen los dominios imperiales de Carlos V, Espaiia sola llevé a cabo sus guerras de religién y la _conquista y colonizacién de Amé. tica. Fue fa_arrogancia cspadiola la que todo Ie desafid”. C, O. Bunce: Nuestra Aimeé- rica, pag. 47, edicién de Bucnos Aires. 20 Ni la propia majestad del Rey les hace doblegar el orgullo. La antigua ceremonia de los Grandes de Espafia, que se cubren ante el Rey, quizds no tenga otro fundamento psicoldgico. “Cada uno de nosotros vale tanto como yos y todos juntos mds que vos —decian, como sabemos, los nobles aragone- ses al Monarca—. Somos iguales al Rey, dineros menos”, decian los castella- nos. Los refranes populares confirman esta altivez, que se extiende a todas las clases. Los bienes materiales suelen sacrificarse de buen grado a una satisfaccién de amor ptopio. No prende fuego a su palacio toledano ese mismo conde de Benavente, porque el Emperador le obliga a ceder aquella mansién para morada_ ptovi- soria del condestable? Ni ante la muerte declina la arrogancia de aquellos espaiioles del siglo vt. Cuando iban a morit, a manos del verdugo, los dltimos defensores y mar- tires de las antiguas [ibertades comunales de Castilla: Padilla, caudillo de los comunetos de Toledo; Maldonado, de los de Salamanca y Juan Bravo de los de Segovia, asesinados por la autocracia de los principes austrfacos, un prego- hero precedfa la finebre comitiva. El pregonero pregonaba: “Esta es la jus- ticia que manda a bacer Su Magestad a estos cabaileros, mandandolos degollar por fraidores...”’. Como Jo escuchata Juan Bravo, escupid, futioso, a la cara del pregonero y a la del Rey, enérgico mentis: “Mientes th y quien te lo mand6 decir. Traidores, no; defensores de la libertad del reino”. Ya en el patibulo, frente a frente de la muerte, Juan Bravo, tan digno de su nombre, se encaré con el verdugo y, pensando en Padilla, le dijo: “Degiéllame a mi el primero para que no vea la muerte del mejor caballera que queda en Cas- tila’ ™ En el siglo xvii, ya en carrera tendida hacia una irremediable decadencia, la arrogancia espaiiola, que no es ocasional, sino ingénita, asombta a los via- jeros. Con una particularidad: esa orgullosa arrogancia no se descubre sélo en las clases favorecidas por el nacimiento, o la politica, o la riqueza; ex- tiéndese a todas. Se descubre lo mismo en la insolencia de un favorito poderoso como el conde-duque de Olivares o de un cortesano que se enamo- ra de la Reina, como Villamediana, y que a trueque de perderse, manifiesta con jactancia, haciendo un equivoco: mis amores son reales; pero también se vislumbra en la aposturs del labriego y bajo los harapos del mendigo. En el siglo xvi, la condesa D’Aulnoy deja, lo mismo que otros muchos viajeros, imptesiones de cardcter interesante y pintoresco. Refiere la viajera que en un pueblo de Castilla rifé cierto caballero espafiol que Ja acompafiaba al cocinero de la fonda. La seiiora ofa las voces desde su habitacién. A los Hoy esucede algo diferente? El 16 de marzo de 1921 han fusilado en Valencia a un soldado que hirié a un capitan. El soldado, condenady a muerte, escribe con la mayor serenidad a su padre, a su madre y —probablemente inducide por los jefes— al capitdn ofendido, a quien pide perdén; pero ruega al confesot que no entreguc la carta al capitén sina después de que se cumpla la ejecucién. Eso se Tama orgullo. 21 cargos del caballero escuché, sorprendida, esta tespuesta del famulo: “Ne puedo sufrir querella, siendo cristiano viejo, tan bidalgo como el Rey » un poco més”. “Asi se alaban los espafioles —comenta la dama exttanjera— cuando se juzgan obligados a defender su orgullo”?! “Los espaiioles —observa poco mds adelante— arrastran su indigencia con aire de gravedad que impone; hasta los labriegos parece que al andar cuentan los pasos’. Esta observacién la repiten, en una u otra forma, do- rante el siglo x1x, viajcros de diversas nacionalidades, lo que prueba que a todos les Ilama Ia atencién: un yanqui, Washington Irwing; un francés, Ted- filo Gautier; una rusa, Marfa Bashkirtseff. Las mujeres de Espafia suelen no ser mi menos attogantes ni menos cora- judas que los hombres. Los ejemplos abundan en todas las épocas. Podtfan Citarse desde Isabel la Catdlica, siempre a caballo en su jaca y en su energia, hasta la monja Alférez; desde dofia Maria de Padilla hasta Agustina de Aragén, y desde las mujeres de Medina del Campo y Tordesillas, ciudades que preferian ser abtasadas a renditse, en la guerra civil de las Comunidades, hasta las manolas del 2 de mayo, en Madrid. Tirso de Molina pone en boca de una infanta espafiola esta viril jactancia: Veréls sien vez de la aguja sabré ejercitar la espada; y abatir lienzos de muro quien labra lienzos de Holanda. En la decadencia personal o de patria se mantiene erguido este arrogante y fiero orguilo. Y el contraste entre la persona o la Patria venida a menos y la altivez altisonante ¢ intempestiva produce honda impresién gue a un tiempo lastima y mueve a risa. Ese es precisamente uno de los tesoros que exploté cl genio de Cervantes; Don Quijote, desarmado, caido, vapuleado, sin poderse mover, en e] colmo de fa impotencia, discurre como Hércules y ofrece castigar o perdonar con absaluto desconocimiento de su triste estado. “aLeoncitos a mi?”, exclama en cierta ocasién, desdefioso de la fiera y més leén que los leones. Esta su- blime ceguera, esta heroica y absurda actitud ha sido en ocasiones la de Es- Pafa en cuanto nacién. A promedios del siglo xtx estaba Espafia, como todos sabemos, bien de- caida, y de pronunciamiento en pronunciamiento acrecentaba su desprestigio, El arrogante patriotismo nada percibfa, sino majestad, poderfo en la Naciéa —y envidia de Ja grandeza espafiola en los demas pueblos—. Los poetas lean a su pals como ut romano del siglo de Augusto pudiera cantar a Roma. 4ARelacién que hizo de su viaje por Espatia la seftora condesa D’Aulnoy en 1679 (primera versién castellanal, pdg. 81. Madrid. 1891. ®Relacid#, ob. cit., pag, 82. 22 EI pueblo que al mundo aterra, 10 \lama, en brioso apéstrofe, unc de los més celebrados poetas de entonces, en canto Al Dos de Mayo. Y¥ no se trata de poetas: esto es, de exaltados ¢ imaginativos: el pais entero, y aut ya a fines del siglo, compartia Ja creencia en wna prandeza nacional indeclinable. Eminente sociélogo de Espafia lo confirma: “Por cierto tenfa- mos el dicho de gue cvando el edn espaftol sacudia la melena, el mundo se echaba a temblar?® Muy adelantada la guerra de emancipacién de América, establecidas ya reptblicas que funcionaban como entidades internacionales; después de ocho o diez afios de incesante combatir, después de haber perecido en los campos del Nuevo Mundo, a manos de fos soldados de Bolivar, multiples expedicio- nes europeas, una de las cuales —la conducida por el general D. Pablo Mo- rillo— ha sido considerada por el propio Morillo como la expedicién militar mds completa, aguetrida y numerosa que en cualquier tempo hubiera salido a combatir fuera del territorio espafiol, todavia en aquellas circunstancias ordena el Gobierno de Madrid o permite que a jos caudillos libertadores se les siga juicio personal como a vasallos rebeldes —es decir, como a traido- res— aplicdndoles el Cédigo medioeval de las Siete Partidas, y no se les considere como a beligerantes, segdn ef Derecho de gentes. Un fiscal del Rey, en la Real Audiencia de Caracas, don Andrés Level de Goda, hombre donoso, de agudisima intencién y abierto al espiritu de los tiempos nuevos, escribe a S. M. que no se pueden seguit juicios en rebeldia contra aquellos triunfadores candillos de ejércitos y contra jefes de Estado. “Esto no es tumulto ni cofradia —expone—, es guetta en toda forma, y los que nos la hacen son nuestros enemigos”.™ Respecto de los juicios demuestra con humor de buena ley lo ridiculo del procedimiento. Se pregona en algunas de Jas escasas poblaciones avin sin tomar por los patriotas, que tal o cual de aquellos caudillos debe comparecet ante la justicia “bajo el apercibimiento de incurrir en las penas de la ley”. Como factor de alguna operacién militar, preséntase algiin dia ante la ciudad del pregén ese candillo u otro y gqué ocurte? “Todos corremos —dice Level— y el pueblo con nosotros”. “Lamar a na reo —comenta ef fiscal en su do- cumento al Monarca— Hamar a us reo por edictos y pregones, venir cl reo 3 buir el juez, escribano » preganero porque no le quieren aguardar ni aun ver st cara, la penetracién de V. M. no solamente lo encontraraé indecoroso ale Real Audiencia, que es viva imagen de V. M., sino también may comico y ua objeto adectado a las paginas del fantoso romance de Cervantes’ ®* Por boca y pluma de aquel magistrado del antiguo régimen, de aquel fun- cionario del Rey, salfan las ideas modernas de la revolucién de Hispanoamé- BM. oe Sates ¥ Ferré: Problemas sociales, pag, 12. Madrid, 1911. Documentos para la historia de la vida pdblica del Libertador, volamen VII, pag. 137; edicidn oficial. Caracas, 1876. Documentos, vol. VII, pags. 137-138. 23 tica: eta la filtracién de las ideas ambientes en uno de sus opositores. La conmocién revolucionatia habfa provocado un cambio en aquella conciencia que, a su turno, reaccionaba contra ja antigua sociedad. En Madrid, por aquel tiempo, 1819, la reaccién triunfante asume Ia acti- tud de Don Quijote, molido a palos y hablando de exterminar. En visperas de la guerra de Espafia con Yanquilandia, ¢qué decfan algunos de los mas importante periddicos de Madrid, diarios series, rectores de opi- nin? Les parecia pesadilla irrealizable —y asi lo preconizaban— que adve- nedizos mercachifles de Nueva York y sudados tocineras de Chicago, pudiesen encorvar la cerviz del soberbio feén ibero. Casi nadie echdé cuentas; casi na- die titubed. A Pi y Margall y a algtin otro espiritu clarividente que aconse- jaban un poco de liberalismo con Ja isla de Cuba, alzada en armas por sus libertades y motivo de la guerra, se les desoyd y se les desprecid, En cuanto a los yanquis, nadie pensd en su tiqueza, ni en su marina, ni en sus tropas, ni en sus recursos multiples de defensa y ataque. El oro sélo no obtendria victorias. Los barcos debian ser de madera; Las tropas ni la taza sentirian el sentimiento patridtico: ¢no es un pueblo de aluvidn, retorta de razas diversas, producto de pueblos miltiples? Con ideas tan arrogantes como erréneas, Espafia, clega de edlera y de ot- gullo, se lanzé a la guerra. ¢Fracasar? ;Cémo seria posible! El viejo y bravo le6n de Espafia ¢no era un bravo y viejo amigo de la tragedia? ¢No habla visto y desafiado las naves de Fenicia, los caballos mimidas de Cartago, las aguilas de Roma? gNo movié zarpas y dientes contra los invasores de todo tiempo y toda raza? Contra visigodos de Suecia, vindalos del Bdltico, suevos del centro de Germania, alanos de la Escitia, claros drabes del Asia y tostados berberiscos del Aftica? Por tiltimo, eno rechazé, triunfante, al corso sojuz- gador de media Europa? La ignorancia de Jas condiciones propias y de las condiciones del adversa- tio sorprende. E] orgullo impidié enterarse. No faltaron clérigos o clericales que apabullasen a los yanquis, tildéndolos de hetejes. eIba a imponerse y a triunfar la herejfa contra las milicias de Cristo? Al fin de las cuentas pudieron recordar los milicianos del Sagrado Corazén aquellos antiguos versitos po- pulares: Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios protege a los malos cuando son nds que los buenos. No los recordaron antes de la molienda, sino después, porque otra de las deficiencias del cardcter espafiol consiste precisamente en la incapacidad que Io aqueja para ver la verdad, maxime si la verdad to ofende, lo mismo que para sacar leccioncs provechosas de la experiencia de los demés y de la propia experiencia. 24 Un pensador hispano de altura y autoridad, expone: Espafia entrd en la guerra con los Estados Unidos, “por un desconocimiento de las ciscunstancias sin precedente cn la Historia”.” EI desconocimiento del adversatio era completo. El desconocimiento pro- pio no era menor. El orgullo, esa venda impenetrable, impedia ver. El mismo pensador analiza el estado psicolégico del pats en visperas de la guerra. Sus palabras tienen la tiple autoridad, del hombre observador, del hombre ve- tidico y del hombre patriota. “Todavia en las postrimerias del siglo xix —dice— brillaba esplendorosa en la cima de nuestra conciencia Ja representacién de aquel glotioso pasado, Ilendéndonos de fatua presuncién; todavia seguiames creyendo que nuestro Ejército era invencible; nuestros Gobiernos previsores; nuestra magistrarura incorruptible; portento de saber nuestro profesorado; modelo de mansedum- bre y caridad nuestro clero. Esparia seguia siendo para nosotros la primera de las naciones; su suelo el més rico, sus habitantes, los mejor dotades. Por cierto teniamos atin el dicho de que c#tando el ledn espattol sacudia la mele- na, la terra se echaba a temblar’™ Era la gota serena del orgullo que impedia ver claro. Heroica y lamentable ceguera, Fue la de Espaiia, también en aquelia ocasién, la actitud de Don Quijote: “sLeoncitos a mf?” Pero su quijotismo, aunque tenia por fundamento, como el de ta novela, el desconocimiento 0 ef desprecio de la realidad —ademas del orgullo y sobreestimacidn de sf—, eta de otra naturaleza que el quijotis- mo de] hétoe de Cervantes. El héroe de Cervantes lucha por el bien de los demés; su locura, como fa del Cristo, consiste en darse en bolocausto, en redimir. Don Quijote es un libertador. E hizo bien el Don Quijote en carne y hueso —Bollvar— cuando, en el lecho de muerte, comenté su trégico destino de tedentor inmolado, di- ciendo: “Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido tres grandes majaderos”’. Majaderos dijo para no decir redentores.” El quijotismo de Espajia en 1898 fue may otto: luché por esclavizar a una isla remota gue merecia la libertad a que aspitaba: luché por encadenar. Y cuando se tropezd con los Estados Unidos, cuya codicia asumia, con suma discrecién, un papel de abnegado paladin de la justicia, Espafia no supo, por exceso de otgullo, entenderse directa, generosa y habilmente con Cuba. Fue a la guerra con los yanquis, sin saber a lo que jba, ¥ ta Jucha hispano-yanqui se convirtié en rebatifia de apetitos coloniales. Espafia no supo salir de América. 26M. pe Sates ¥ Ferré, obra citada, p4g. 12. 2M, pe Saves v Ferré, obra citada, pdg. 12. 28Sobre esta frase ha bordado Unamuno su magnifica ensayo Don Quijote Bolivar —Michelet hablé de un “Quijote de la libertad”, Jo que es redundante. Mas_penetra- cién alcanzS Unamuno Hamando simplemente al héroe de la libertad, al Libertador, Don Quijote Bolivar. 25 Su ultimo yerro, antipolitico hasta un gtado inimaginable, y obra de su orgullo metropolitano arrastrado pet los suelos, fue el de queter negeciar a Cuba, en el Tratado de Patis, como una mercancla y oft la respuesta nega- tiva del yanqui, mds dura que un bofetén: no se le reconoefan a Espafia de- rechos sobre Cuba; no podia cederla ni enajenarla, ni negociatla en ninguna forma. Cuba era un pueblo libre que habia conquistado con Ias armas en la mano su soberania. Vv EL ESPIRITU FILOSOFICO Apenas diferenciada del instituto biolégico que induce a los hombres a huir del dolor y de [a muerte, a crecet y multiplicatse, existe una filosoffa instin- tiva, indeliberada, que podrfamos amar de raza o racial. Merced a esta de- liberada filosoffa, cada pueblo, cada taza, busca su camino, de acuerdo con sus Ptopios medios y con las circunstancias que Jo rodean, expansfona su_per- sonalidad, desempefia el papel que le toca representat en el mundo. ¢Hacia qué filosofia se orientard por instinto el espirito de este recio pue- blo cspaficl? Este pueblo valiente, suftido, fatalista v tan lleno de orgullo, se inclinaré hacia el estoicismo. El estoicismo es, se ha escrito: “The funda- menial philosophy and almost the religion of Spain’? ® “Lo mismo da”, es una expresién estoica digna de estas almas sombefas y enérgicas. No en vano Seneca fue hijo de la tierra espafiola. Muchos espaiioles, en todas las épocas, han sido vivientes ejemplares de senequismo, sin saberlo. ¢Qué es, en suma, el senequismo? Una moral fundada en el orgullo. Obra por propio decoro, bien y con entereza. Ante la adversidad, ante Ja fortuna, sé siempre un hombre. Pueblo de tan potente energia ha podido vivir, en sus mejores horas y en sus mejores tipos ese altanero ideal. Lo ha vivide2* Restemos, con todo, lo que haya que restar de cualquier generalizacién. Siempre quedaré, después de lavar Ia tierra y cernitla por el cedazo, en Jos tertenos auriferos, una fina y luminosa arenilla de oro. Con el estoicismo confindese en cl espafiol el fatalismo, heredado con Ja sangre del drabe, Luce constante y patente en el hijo de Espafia esa filosofia de la tesignacién a fuerzas supetiores que tigen el destino del hombre. “Sera lo que Dios quiera”, exclama el pueblo en los mayores aprietos, ante la MHAVELLocK Exnts, ob. cit., pag, 46. *Véase GANIveT, ob. cit, pag. 96. 26 miseria o en las declinaciones de la salud. “Vida que Dios guatda, nadie la quita”, prorrumpe el soldado ante e! peligto. Hasta en los mds soberbios y empingorotados, este fatalismo es undnime. Al conocer Ja ruina de la Arma- da Invencible, que tantos esfuerzos del pafs, tantas esperanzas del Monarca y tanto porvenir de Espafia convertia en espuma, equé se Je ocurre a Feli- pe II? Pues musita, resignado: “Yo no mandé mi Armada a Iuchar contra los elementos”. Este fatalismo hispdnico se agrava en aquellas republicas de América més ticas en coeficiente aborigen con ¢l fatalismo del indio. La conjuncién de ese doble fatalismo suele producir en México, Paraguay y Alto Peri una sombria indiferencia ante la vida y ante la muerte. El indio parece ser cristiano, en el sentido de la conformidad, de Ja resig- nacién; el espafiol, estoico, Son distintos. Sus fatalismos tienen diferente otigen, diferente grado, diferente finalidad: el uno es pasivo y higubre; el otro, altanera, agresivo. Existe en el espaiiol, ademds en medida excelsa, consciente voluntad heroica. El espfritu espaiiol tiene dos caras, como ef Jano del mito griego. Por una cara, lo soporta todo con entereza: es el lado estoico y fatalista; por el otro, lo desprecia toda: es el lado mistieo. A los que esperan la vida eterna, equé va a importarles esta vida transito- tia? A los que van a abismarse en Dios y vivir perdurablemente entre las dulzuras del Paraiso, zqué puede importarles la pasajera habitacién, el valle de ldgrimas? “Me figuro andar en un suefio y veo que en despettando serd todo nada”, exclama Santa Teresa en sv libro de las Relaciones (11). La fe en poderes sobrenaturales y la absoluta confianza en sus decisio- nes, aun las mds desfavorables en apariencia, suele infundir en hombre y pueblos una fesignacién y una temeridad sin Htnites. Los que tratan de di- fundir tales sentimientos no lo ignoran, tampaoco lo ignoran aquellos que los sienten en si, asi sea el mas dulce de los misticos: “Fortissima cosa es un coracdn determinado en querer a Dios —dice el beato Juan de Avila—. Por- que como entiende que puede alcancar a este que desea, no teme meterse por lengas, teniéndose par cumplidamente dichaso con sélo este bien que al- cance, aunque sea trueco de toda la que pueden pedir” ;| es decir, la vida misma. ¥ si desprecian la vida, gcémo no van a despteciar Jas cosas perecederas de la vida? Las desprecian de todo corazdn. Asi, la escasa curiosidad del espiritu espafiol, por las cosas de nuestro bajo mundo, toca a veces en fo increible. Los espafioles presencian los primeros las maravillas del Nuevo Mundo, 3IBgato Juan pe Ayita: Epistolurio espirituat. (Carta a un sefior de titulo, enfermo, animéndole al amor del padecer). Madrid. Edicién Garcia de Diego. 27 sin atribuirles importancia: ellos son superiotes a todas fas maravillas. Se comprende tal actitud: a quienes espera Dios con Jos brazos abiertos, a quie- nes la gloria y sus encantos van a servir de eterno tegocijo, ¢qué podrfan interesar razas, civilizaciones, climas, faunas distintos de los ya conocides, cualesquiera pequefieces de nuestro pobre planeta? Sin embargo, les interesé cl oro. Por lo demas, en vez de observar las nuevas tierras, las nuevas razas, las nuevas civilizaciones que en México, Peni y Nueva Granada tenfan ante los ojos, crearon leyendas. La curiosidad cientifica no es espajiola. Espafia descubrié el Nueva Mundo y fue, entre los pueblos de Europa, uno de los que menos se conmovid con el descubrimiento, A ella le bastaba con haber cumplido, sin darle mayor importancia, la insdélita empresa. Los europeos de entonces querian conocer Jas cosas de los indios, informar- se del Nuevo Mundo recién abierto a ta inquisitiva mirada de Europa. En vano encatgaban libros a Espafia: no los habia. Micer Andrés Navajero, el embaja- dot de Venecia, escribe desde Toledo, el 12 de septiembre de 1525, al gentil- hombre veneciano Juan Bautista Ramusio, y le dice: “Aqui no se encuentra impreso nada sobre las cosas de las Indias; pero con el tiempo os exviaré tanto’ gue os harte, pues tetigo medio de ente- rarme de todo, asi por Micer Pedro Martir;? que €5 mi gran amigo, como por el presidente del Consejo de las Indias y por otros consejeros. He visto en poder del presidente un pdjaro, la cosa més bella det mundo, venida de aquellas tierras, ya muerto, pera maravillosa de ver... Todos los dias se ven objetos unevos. Asimismo os escribiré acerca de lo que me pregun- tdis de Panamd; pero abora no io bago, aunque no dejaré de escribir dia- riamente sobre esta materia lo gue se vaya entendiendo”’ * EI espafiol tiene los ojos puestos en algo mds alto y distante. Su curio- sidad no es de este mundo. Limitado pata ver, estudiar y comprender las cosas humanas, es un Aguila pata las cosas ultraterrenas. Sus misticos ven a Dios. El misticismo espafiol, dado el cardcter de ta raza, no se contenté siem- pre con visiones celestes ni deliquios piadosos. La misma Santa Teresa reac- ciona contra eses instantes de ensofiacién estéril y se convierte en mistica practica, en santa ejecutiva, y parte a fundar conventos, a organizarlos, a regirlos. Este misticismo espafiol carece de vaporosidad, tebulosidad, abs- traccién; toca tierra. Es, como toda fa raza, realista, expresivo, concreto y, en cierto modo, algo burdo, materialista o antropomorfista. Dios se les aparece a los misticos espafioles, no como una entelequia, sino como ser tangible. Y si lo ven en carne y hueso, ¢cudnde Io ven? En las horas més prosaicas o en los menesteres més utiles de la vida. “Dios anda entre los pucheros”, llega a decir la Santa abulense; y confiesa que algunas veces, Vale decir tanto informe. *Ttaliano, autor de la primera historia de América. Decadas de orbe novo. Viajes por Bspatia, traducidos, anotados y con una introduceién por D. Antonio Maria Fapié, pags. 368-369, ed. MDCCCLY XIX, Madrid. 28 mientras lee junto a un crucificado, Dios se introduce en Ja habitacién.® 2 Ad- quiere por aquel transitorio nexo sensible con la divinidad nueva y mds alta inspiracién? No. Ella crea su vision; su visién no crea nada en ella. La religiosidad de Ja raza es de accién —lo hemos visto—, y preferente- mente guettera. Cuando Balboa entré acotazado en el Pacifico y con la espada desnuda exclamé que tomaba posesién de aquel océano en nombre del Rey de Espafia, un joven clérigo, abrasado de mistico fervor, entré en el agua, vestide con sus hdbitos y ‘blandiendo un Crucifijo sobre las ondas, ctucificanda al mar, cortigié, combativo, a Balboa: “Yo tomo posesién de este mar en nombre de Jesuctisto”. El misticismo espafiol tomé [a espada y concluyé la reconquista; se em- barcé y redujo a fos indios. Esta exaltacién mistica s¢ avenia con el indi- vidualismo del pueblo espafiol. Cada mistico se comunicaba personalmen- te con la divinidad: era un elegido de Dios. Su desprecio por todo, incluso la vida propia y Ja ajena, era comprensible. Qué cosa de este mundo iba a tener importancia para un hombre a quien espera la gloria? Las peores fechotlas Jas comete sin repugnancia, Todas las fechorfas alcanzan disculpa, si las purifica Ja religién. Se puede exterminar a los moras y a los indios: son paganos. Petseguirlos es obra de piedad. Se puede despojar a los incas de su tesoro y convertir en dinero la sangre y Jas lagrimas de una raza es- clavizada: no importa. Basta para purificar Ja conciencia contribuir para alguna Cofradia, erigir alguna ermita, hacer algtin legado a la Iglesia. En resumen: el espiritu espafiol, més religioso que filosdfico, posee pat- ticularidades y contrastes curiosos. Despreciador de la vida, en cuanto mis- tico; prefiere, sin embargo, las realidades concretas. Despteciador de! dolor, en cuanto estoico; vive, sin embargo, aterrado con la idea del infierno, Fa- talista, desprecia Ia vida; pero le preocupa la muerte. Es muy catdlico y muy poco cristiano. VI EL FACTOR RELIGIOSO Se cree que la intransigencia teligiosa no es nota fundamental, sino tem- poral, en el cardcter espafiol. Las tradicianes castellanas y atagonesas de la Edad Media prometian, cn efecto para el pueblo moderna que iba a BVida, cap. X. 29 tener en el pais leonds, en Aragén y en Castilla, so matriz, un espiritu am- plio con capacidad para todas las libertades. Religiones, razas distintas, dominaton en Espafia, campo de combate de diversas culturas, Espaiia vive en contacto telativo con elf mundo y Ios distintos ctedos e ideales que en cl mundo alientan. Hubo un tiempo en que la herejia arriana imperdé en Iberia. Més tarde se contrabalancean la tole- rancia y la intransigencia catdlica, que al fin triunfa. La intransigencia y la tolerancia no fueron sistemdticas, sino alternativas. Durante los tres pri- meros siglos de la reconquista, los motos de las provincias sometidas por los cristianos eran expulsados o extcrminados; pero cuando Alfonso VI toma a Toledo, inicia una politica inteligente, transigente, liberal. “El ilus- irado Rey, que se habia casado con una mujer arabe y admiraba Ia cultura ¢ industrias de los judfos y musuimanes, alenté a los pueblos conquistados a permanecer bajo su dominio, garantizdndoles una completa tolerancia y estimulando les matrimenios entre moros y cristianos”* Después ocurre lo propio: se contrabalancean el espirituy de intransigen- cia, acuciado por el clero, y el espirita de convivencia pacifica con Jas de- mds razas y las demés teligiones. Este ultimo provenia no sdlo de la politica de algunos reyes czistianos, sino de las costumbres del pueblo y de Jas mezclas y cruces que unas razas con otras, principalmente cristianos y motos, habfan realizado. Los espafioles de las clases serviles se convertian al islamismo y obtenian fa libertad. En las clases més empingorotadas ocu- tren idénticas filtraciones étnicas: si el Rey Alfonso VI tiene mujer drabe, algunos reyes drabes tienen mujeres cristianas. En una sola batalla morirén siete infantes espafioles de materna sangre mora. Ef Papado, cuya politica intromisora perturbé tantos Estados de la cris tiandad, no fue ajeno a las cosas de Espafia. Atizd el odic contra el infiel, Inocencio ITI concede privilegio de Cruzada a la campafia contra los al- mohades, que culmina con la victoria cristiana de las Navas de Tolosa. Con todo, ef fanatismo intransigente que se inicia desde el siglo XI y va luego decreciendo, tiene momentos en que cede, Pedro I] de Aragén mue- te a principios del siglo x11 combatiendo contra los catélicos, a fayor de la secta herética de los albigenses. Jaime I transige con Roma; pero no vacila en cortar la lengua a un principe de la Iglesia: el cbispo de Gerona. Pedro UI de Aragén, hijo de Jaime, inaugura sn politica exterior negin- dole vasallaje al Papa. Va mds alld, y arrebata Ja isla de Sicilia al Ponti- fice. Este declara a los vasallos de Pedro III desligados del juramento de fidetidad y apoya al Rey de Francia contra cl de Aragén. Todo esto, sin embatgo, es obra de politica mds que de fe. Lo cierto es que au fur ef d mesure que se va reconquistando ef territo- tio nacional, cl espiritu religioso va en aumento. Varias razones militan para que asi ocurra. Mientras mas débiles van siendo los 4rabes, menos se “Martin Hume: Historia det pueblo espafiol, versién castellana de José de Caso, Pag, 170. Edicién Espaiia Moderna. Madrid. 30 necesita de la diplomacia y la transigencia con ellos. Espafia, ademas, sin facilidades para cultivar su espiritu, en medio de continuo guerrero, llega poco a poco a creer, impulsada por el clero, que debe todas sus victorias a la proteccién divina, “Cierra, Santiago”, es voz de guerra; y en esa voz in- vécase camo teal el auxilio quimérico del Apdstol, patrén del pais. “‘La lu- cha con los sarracenos —vuelve la oportunidad de esta cita— fortificé las cteencias, pero disminuyé la inteligencia. A medida que avanzaban los ctis- tianos del Norte hacia el Centre, mds crefan cn la proteccién divina, mds respeto tenian a los sacerdotes. Esa reconquista, lenta, debida a su propio esfuerzo, les parecfa un milagre permanente.” Se diria que fos castellanos, en forzoso contacto estrecho com gentes de otra religigén —y tan tolerantes como se mostraron los drabes andaluces—, perderfan aspereza e intransigencia. No sucedié asi, a la postre. ¥ no su- cedié asf a la postre, porque cl Estado y la Iglesia tuvieton empefio en que asi no fuese. Se hizo de la intransigencia religiosa una virtud. El catolicis- mo fue considerado factor de patria. Sirvié de bandeta contra el infiel, confundi¢ndose las ideas de territo- tialidad —que hoy diriamos patriotismo—, de raza y de fe. Sirvid luego de vinculo a las regiones, a falta de vinculo politico. Fue creador de espi- itu nacional. En el siglo xv, la religién es sefora absoluta del espfritu es- pafiol. zPodia ser de otto modo? Es comprensible que en Espafia se exaltase el sentimiento religiose mds que en parte alguna de Europa, A ello contribufan causas externas o socia- les y causas internas 0 psicoldgicas. Entre las primeras, la lucha persistente contra el infiel, detentador del tetritorio nacional; cl servir la religién como instrumenta politico y vincu- to entre las diversas regiones de Espafia, que no tenian entonces vinculo més poderoso que las mancomunara y constituyese en haz; es decir, en uni- dad, en nacidn. Entre las causas internas o psicoldgicas pueden indicarse como primor- diales el inmanente dogmatisme del espfritu espafiol y su carencia de sen- tido ctitico. “Comparar opiniones diversas para averiguar lo que cada una contiene de verdad o de error, es operacién rara entre nosotros. Abrazar una sola doctrina y hacerla sefiora de nuestro pensamiento, rechazando por falsas todas las demés: he aqui nuestro procedimiento predilecto”.* Culmind este espiritu de intransigencia, aliado a un suefio uidpico de hegemonia universal, precisamente en los dias en que alboteaba para el resto de Europa el espiritu de los tiempos modernos. Y a Espafia le tocd 3p. Gener: Herejias, pig. 185. 3M Sars y Fexri: Problemas sociales, pig. 37. 31 luchar contra el Libre Examen, contra la Reforma, contra la Libertad o ase piracién de cada pueblo a gobernarse por sf ptopio, contra el andlisis y los descubrimientos cientificos, contra la propia libertad interior de Es- pafia; en una palabra: contra el espiritu moderno que en el Renacimiento se inicia. Fue el campedn del pasado. Representd lo que iba a moriz. ¥ la fidelidad a esas tradiciones ha sido el largo y silencioso drama de Espafia, pais leno de aptitudes y de energfas, frente al resto del mundo que se iba teformando ¢ iba creando nuevos tipos de civilizacién. Espafia no fue de las naciones reformadoras; se petrificé en una fér- mula pretérita. Cuando no pudo imponer su ctitetio al universo, el orgullo espafiol se plegd sobre s{ propio; y ctepéndose, con espititu judaico, un pueblo elegido de Dios, Espafia se aislé del mundo.” Se tecoge en sf mis- ma, levanta una barrera —méds alta que los Pirineos y mas aisladora— entre ella y el resto del universo, Los espafioles no deben estudiar la ciencia ex. tranjera. Sdlo deben mantener incdlume la fe catdlica, rompiendo nexos con pueblos incrédulos. EI mundo adelanté. Cuando Espafia quiso incorporarse al nuevo movi- miento universal de avance, ya sus pasos, entorpecidos por inaccién prolon- gada, no alcanzaron a seguir la carrera tendida de los demds pueblos, La ciencia contempordnes no habla espafiol* Ningin nombre espafiol se encuentra entre los cteadores de la quimica, ni entre los grandes astrénemos, ni entre los descubridores del mundo mi. croscdpico; ni la biologia, ni la sociologia, ni la economia, ni la medicina, ni la ciencia jurfdica, ni las ciencias naturales, ai las ciencias exactas, ni la critica histérica, siguen rumbes abiertos por un hijo de Espafia. Hasta Ra- mén y Cajal ningtn nombre castellano iba asociado al patrimonio cienti- fico de nuestra época. El aislamiento iniciase precisamente en la época en que Espafia, por sus intereses politicos y por su actuacién universal, mds y mejor necesitaba conocer el mundo y sus diversas cortientes de espiritu. Sin embargo, Felipe JI dicta en 1559 la pragmatica que establece una muralla de China entre Espafia y el testo de Europa. Y cuando Espafia abre un bequete en fa mutalla que la resguarda y aisla, no es para empaparse de ex- tranjerismo, sino para salirle al encuentro con la parte sana y el arcabuz. Un profesor espanol de nuestros dias asimila el aislamiento de los espafioles al de los chinos, habla “de la xenofoia y el aislamiento que tanto place a nuestros reaccionarios” (pdg. 193); y expone: “Lo que no cabe dudar es que en el fondo de la corriente exclusivista china y de la cspafola hay un mismo motivo psicolégico, que constituye precisamente el pe- ligto y la inferiotidad de ambas: hay el impulso natural de los yanidosos (que nunca son los vetdaderamente sabios) de creerse superiotes @ todos los demés., .” Véase Ra- FAEL ATAMIRA: Psicologia del pueblo espattol —demasiado t{tulo para aque] libro—, pags. 99-100. Editorial Minerva. Barcelona. Con marca extranjera estén sellados casi todos los elementos que integran nuestra civilizecién”, se ha dicho en Ia Peninsula. {Sacrrs ¥ Ferré, ob. cit, pag. 35}. Sin em- bargo, se crefa descastizar el pais por cl hecho de asimilarse la cultura extranjera. La lucha de los mejores espiritus del siglo x1x, como Joaquin Costa, por lo que & Uamé Ja_desafricanizacién, 1a europeizacién de Espafia, fue épica. La resistencia eta increible. “Toda inclinaci6n facia las culturas extranjeras’ ha parecido en Espafia herejia antipa- triética”, observa pensador tan eminente, hombre tan honorable y veridico como Gabriel Aiomar—GasrieL Atomar: La formacién de si mismo, pag. 167. Madrid, 1920. 32 Europa llegS un dia hasta a preguntatse, con manifiesta injusticia: “aQué debe la civilizacién a Espafia?” Y Ja respuesta fue ctuelmente negativa. Por fortuna, los mismos extranjeros, volviendo sobre el odioso estigma de aque- Ila negacidn, han respondido luego a la aviesa ptegnnta con mas sereno es- piritu y mayor equidad: “Los espatioles —confiesan—— han contribuido en grande escala a la civilizacién del mundo.” Un pueblo de espiritu teoldgico o que va siendo teoldgico, cbta teoldégica- mente, La reconquista espafiola fue obra de guetta y teligién. A la unidad, al engrandecimiento nacional de Espafia, alia su espiritu y sus inteteses el catolicismo. Cuando otra grande empresa como el descubrimiento, conquista y Civi- lizacién de América mueve el alma espaiiola, es égico que no se prescinda de tan eficaz fuerza nacional como Ja religién, sino que se le conceda una amplia participacién en la vasta obra que se emprende. Como la Espafia ardbiga debfa reconquistarse pata la fe de Cristo, a las Indias gentiles debia sometétselas pata catequizarlas y difundir por aquellas bérbaras tierras la palabra de Dios. El imponet la religién, el catolicismo, fue uno de los néimenes de la con- quista de América. El clero fue uno de los factores primotdiales de la re- duccién de indigenas. La Iglesia, ya obtenida la dominacién, una de las mayores piedras basicas de la colonia. Los conventos, Jos depésitos de sa- bet en la época colonial. Los misionetos, los trasmisores de rudimentos de cultura evropea al indigena americano. La religién, el principal aliado del Rey. ‘Asi, pues, el catolicismo es factor principalisimo en la creacién y espa- folizacién de América, Fue elemento civilizador. Es imposible prescindir no ya de considerar este factor, sino su influencia decisiva al estudiar los Es- tades modernos que han salido de las ruinas del antiguo imperio hispano- catélico, Muy gtande fue la accidén militar de Espafia en América, pero qui- 24 no fue superior a su obta religiosa. Dado el caracter dogmatica y guerrero de la civilizacién espafiola en aquel tiempo, la espada y Ja cruz fueron los medios que tuvo para imponer su brazo y su espiritu. La obra de su brazo ha desaparecido; la de su espiritu, perdura. 41M. Hume, ob. cit. pag. 6. 33 Durante largo periodo de su historia, Espaiia hizo de Ia religidn —lo hemos visto— un arma de combate. Esta arma, a la posire, se le clavé a la Na- cién en su propio pecho.® Para desarrollar su accién religioso-polftica, enecesité poseer o adquirir cierta aptitud espiritual, o bien, por haber adquirido o poseer cierta aptitud espiritual, pudo desartollar su accién politico-religiosa? Cuando los necesita, abundan en Espaiia agentes de su espiritualismo, milicias de la fe. Se producen toda suerte de obteros para la gran edifica- cidén nacional: apéstoles que prediquen, misioneros que catequicen, misti- cos que arrebaten, ascetas que ejemplaricen, hasta persecutores gue aterren. Los apdstoles y los misioneros surgen de la levadura combatiya del pue- blo: ambos son conquistadores, conquistadores de almas, El aparecer los misticos también tiene facil explicacién. “El rasgo fundamental del espiritu espafiol —se ha observado— es el predominio del sentir sobre el pensar, del afecto sobre la idea, de la intuicién sobre la reflexién” Nada mas propicio al misticismo, EI mistico precisamente no se distingue por el razonamiento y por la claridad de espiritu, sine por uma mezcla de sentimiento y de adivinacién. Su conciencia es nebulosa. Se roza con el misterio. Es m4s intuitivo que razonador, En su luz hay siempre niebla y en su miebla puede haber [uz.4 “Del fanatismo antiguo squé va quedande hoy? La consideracién del clero como casta privilegiada; privilegiada en los presupuestos del Estado, privilegiada por sus exen- ciones y fuero, privilegiada por las costumbres. Va quedando la influencia social, aun- que cada vez mds resttingida, de toda gente de cogulla; una testaruda resistencia a cualquier novedad cientifica en las clases altas; cietto casticismo que tiende a ver en jo extranjeto lo enemigo, mfxime en el terreno ideoldgico —aunque se viva de ideas importadas—; excesivos conventes en las poblacioncs, y, en el pueblo, el espfritu de supersticin. Hasta los inerédulos, en Espafia, parecen supersticiosos. ET pucble es uno de los mas blasfemes de! mundo: le que prueba que adn le queda el sedimento reli- gioso hereditario, Las auzoridades han querido influir, aunque en balde, para extirpar Ja mania blasfematoria. En una de Jas patedes del lujeso y cosmopolita Hore? Palace, de Madrid, en la pared occidental, amenaza el gobernador, en una placa metdlica, con el castigo de crecida tulta a quien blasfeme. El exceso mismo de la multa asignada —va- tios clentas de pesetas— demuestta que no se tuvo mucha fe en la eficacia y la aplica- cin del castigo, En El Escorial puede uno blasfemar pagando 10 pesetas: esa es la multa que sefialan Ios avisos de las esquinas. En Cercedilla se ptohibe, por medio de anuncios, la blasfemia; pero no existe sancién, por lo menos no se indica, para el que incurra en tan feo delito popular. En Valencia, un joven gobernador civil, conservador a tajatabla, pone su provecho antcs que el de Ja divinidad. Atmetaza —isiempre Ja amenaza!— a los blasfemos, entre ottas razones, porque el hombre que irrespeta a Dios puede faltar asimisma a las potestades terrestres; es decir, a la antoridad: es decir, al gobernador de Valencia y a su patrono cl Sr. Maura, jefe del partido, que re- parte_actas de diputado, gobernaciones civiles y otras prebendas. Toledo, en Ia puerta de Visagra, prohibe —sin amenazas, Toledo es Brande hasta en las pequefieces— Ja blasfemia y la mendicidad. Sates y Ferré, ob. cit., pags. 33-34. #El mfstico, se ha dicho, tiende "a substituer en tant que moyen de connaltre, l'énto- tion et de sentiment a ta pensée discursive; & recbercher, comme essentiellement révéta- teurs, des états purentent affectifs’—MAxIMR DE MONTMGRAND: Psychologie des Mys- Hiques, pig, 2. Paris, 1920. 34 eQué rato que semejantes estados de espfritu se produjeran con fre- cuencia en una raza intuitiva, de hondo sentir, poco razonadora y predis- puesta a la exaltacién religiosa por su semitismo y por su evolucién his- tdrica? En cuanto a los ascetas y a los torquemadas, los torquemadas son crue- les; los ascetas, individualistas. En un pais cruel ¢ individualista, ¢qué extrafio que aparezean? El asce- tismo, como el bandolerismo, es una exageracidén del individualismo, o ¢s el individualismo Hevado a extremo el més antisocial. Individualista como el bandolero, el egoismo del asceta es mucho mds grande y su crueldad a veces peor: esta ctueldad se ejerce en forma de indiferencia, contra los de- mds, cuyas penalidades —aislindose de la sociedad— ni comparte ni auxi- lia, y contra sf propio, en forma de renunciacién a los bienes y goces te- trenales y de mostificacién de los sentidos, con el interesado propdsito de sobornar a Dios, Su tinico fin es colarse en el cielo y disfrutar personal y exclusivamente la eterna dicha. La salvacién de los demds le tiene sin cui- dado. El torquemada obra al revés, Los torquemadas pierden a los demds para salvarlos, los atormentan para hacerlos gozat, los matan para hacerlos vivir. Misticos, ascetas y torquemadas son a menudo enfermos mentales y a menudo pertenecen a la enorme y difundida familia de los neurdépatas y semilocos. El erotismo verbal de Jos misticos es evidente y los emparenta con los eretémanos vulgares. Suelen scr como en el caso de dos misticos espatioles, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, amorosos sin objeto cor- poral del amor. Su misticismo, en cierto modo, es una desviacién del ins- tinto sexual, Santa Teresa exclama: Vivo ya fuera de mi después que muero de amor, porque vivo en el Sefior que me quiso para sf... Esta divina unién y el amor con que yo vive hace a Dios ser mi cautivo y libte mi corazén... San Juan de la Cruz, por su parte, se descoyunta en insufribles discre- teas almibarados. Ofd cémo se arrullan la Esposa y el Esposo del Canéico espirituals eAdénde te escondiste Amado, y me dejaste con gemido...? Descubre tu presencia y méteme tu vista y hermesura; 35 mita que la dolencia de amor que no se cura sino con la presencia y la figura... Gocémones, Amado, y vamonos a ver en tu hermosura al monte y al collado... Alli me mostrarias aquello que mi alma pretendia; y luego me darias alli, ti, vida mia, aguello que ne diste el otro dia. Esto en cuanto a los misticos, En cuanto al totquemada, su carencia de sensibilidad sobrepuja, en ocasiones, a la del criminal mds endurecido. ¥ el ascetismo, ¢no resulta, casi siempre, sintoma patolégico? Un autor que no cree en la morbosidad del asceta se ve, sin embargo, precisado a convenir en que no son Jos ascetas personas normales. “Les ascétes chrétiens—dice—sont presque tous des scatophages. Rien d'exceptionnel dans le cas d'une Agnés de Jésus avalant le vommissement dune cancérense et léchant fe pus d'une plaie qu'elle venait de panser; wi dans celui d’une Marguerite-Marie avalant, elle aussi, des vommissements, et pour se punir d'avoir eu un hautle-coeur en soignant une dyscniérique, en absorbant la déjection’.® Eniran, pues, quieras o no, en la amplia esfera de los netviosos, de los perturbados, de los semilocos. Por eso también difunden con tanta facili- dad su morbosismo. “Un loco hace ciento”, ensefia el refrén. La psiquiarria demuestra que fos andémalos se buscan, se comprenden, se allan, se conta- gian reciprocamente. Un anormal en potencia puede perder con facilidad [a chaveta —aungue en apariencta siga siendo sujeto perfectamente cuerda y responsable— en contacto con otra chiflado o si le toca vivir en petiodos de agitacién social. Les denifous sont facilement victimes de la contagion...” De abf que pululen en dpocas de exaltacién politica o exaltacién reli- fiosa; y que parezcan unas veces patriotas y otras veces santos. Es en mo- mentos de hiperestesia de los sentimientos de religiosidad, como en la épo- ca en que se establecid la Inquisicién en Espafia, cuando aparecen fanatis- mos que en todo pensamiento o accién ajeno descubren un ataque a Ia fe: la actuacidn del Santo Tribunal tal vez no reconozca otra méyil mds intimo, En épocas de exacerbacidn de la fe, suelen presentatse, ademds de misti- cismos y fanatismos otlodoxos, “turbaciones a enfermedades del sentimicn- to religioso, demonopatias, obsesiones sacrilegas, supersticiones”, SMaxIMB DE MONTMORAND: Psychologie des Mystiques, pag. 77, en nota. Parfs, 1920, “J, Grasset: Demifons ef demiresponsables, pig. 103 (troisitme ed.). Paris, 1914, 36 Quiz’s muchos de los quemados por la Santa Inquisicién fueron casos patolégicos, enfermos del mismo mal, pero en otro sentido, que sus ver- dugos, Y quizds Espafia, en vez de enorgullecerse de sus torquemadas, de sus ascetas y de sus misticos, debiera abrir una clinica histérica para es- tudiarlos. La fe espafiola en el siglo xv realiza milagros de paciente esfuerzo y corona con la toma de Granada, Ia reconquista; se embriaga de triunfo y, en el siglo xvI, es una amenaza pata Europa. Es agresiva, brillante contra la Protesta germanica, contra el turco; conquista la Amética y produce es- piritus abrasados en amor de Dios, por el estilo de San Ignacio y 5an Fran- cisco Javier. Pero su mania persecutoria la hace odiosa y ya en el siglo xvu, en plena decadencia nacional, se contenta con el espectd4culo del quemadero, con el formulismo rigido, con la persecucién cruel. La ignorancia y la supersticién ocupan el puesto de los soldades, campeo- nes del catolicismo; y de los misticos, Hlenos del espiritu de la divinidad. El estancamiento y la modorra imperan. Nada grandioso, nada osado, nada nue- vo, emprende la Fe. ¥ degenera en supersticién. Las cosas mds absurdas ad- miten crédito. En el coro de las monjas de Santa Clara, en Valladolid, existe la tumba milagrosa de un caballeto castellano. Segin el vulgo, este caballero muerto “solloza cada vez que fallece un pariente suyo”.” En un pueblo de Atagén, llamado Velilla, “una campana suena sin que nadie Ia toque ni el viento la mueva”.“ Cuando asf suena presagia desgra- clas. En el convento de los Hermanos Predicadores, en Cérdoba, otra cam- pana milagrosa anuncia, desde la vispera, la muerte de los religiosos de [a Comunidad.* Cerca de Madrid vio la sefiora D’Aulnoy un nifio cubierto con manecitas de yeso para librarlo del mal de ojo; y le hablaron de un sujeto que fewia tan- to veneno en la mirada que mataba una gallina con sdlo vetla. Los amigos le indicaban un ave, el hombre le disparaba un vistazo y el animal caia al suelo como herido de bala, muerto. Naturalmente s¢ cree en milagros y apari- ciones y no existe pueblo ni campo sin su aparicién o milagro. Madame D’Aulnoy recuerda una roca, en Castilla la Vieja, sobre la cual aparecid pin- tada milagrosamente una virgen. Ya no se piensa en conquistar almas para Ja fe, sino en salvar egoistica- mente la propia, y no siempre por medio de obras pfas o de excelsa virtud, sino hasta tratando de sobornar al clero, en la tierra, y aun a los poderes suprasensibles del mds all4. Todo el que muere deja una porcién de sus TMapame D’Autnoy: Relacién, pag. 35. ’8bidem, pag. 35. ®Mapame D'Aurnoy: Relacié#, pag. 35. 37 bienes a la Iglesia. Un personaje, creyendo cohechar con su dinero a los guardianes del Purgatorio, ordena al morir que le digan 15.000 misas. Feli- pe IV, que tenia mds dinero, quiso, naturalmente, permanecer menos tiempo en los sitios ulzraterrenos de expiacidn y ordendé que le dijesen 100.000 misas. La fortuna del clero es enorme y su influencia, apoyada en Ja ignorancia, el fanatismo y Ja riqueza, mdxima, ¢Empleé esa influencia en apuntalar el edificio nacional que se venta abajo? Nada hizo el clero por evitar o neutra- lizar la decadencia de [a Nacién. Al contrario, fue uno de los factores primor- diales de la decadencia. Mantuvo al pueblo en la ignorancia, castré al pais de toda audacia espiritual, manteniendo encendidas, durante siglos, hogueras in- quisitotiales, contra el pensamiento espafiol; excité la pereza abriendo Jos conventos a la holganza y arrancando brazos a la industria: resté fuerzas al pais impidiendo Ja procreacién; fomenté los conocides vicios sectetos de las Comunidades teligiosas; paralizé el movimiento de la riqueza piiblica acapa- rando Bienes sin cuento y esiancdndolos en las manos infructuosas de la Igle- sia. E] pliego de cargos seria tan extenso como inutil. En Amética ocurrird lo propio que en la Peninsula; quizds peor, Pero Amé- tica reacciond contra el espiritu mortal del catolicismo a la espafiola —o si se quiere, a Ja antigua espafiola, mucho mds radical y prontamente que la nacién descubridora. Darante cierto tiempo toda Europa fue devorada por el fanatismo, toda ella sostuvo guerras de religidn, encendié piras inquisttoriales y tuvo fandticos como Calving, que no Je van en zaga a Pedro de Arbués. Ei fanatismo espa- fol, con todo, muestra un cardcter undnime y persistente que lo caracteriza. La Inglaterra de Cromwell, la Francia de Ja Saint-Barthelemy y la revoca- cién del Edicto de Nantes, ta Suiza de Calvino, la Alemania de Lutero no parecen de menos fanatismo que la Espafia de Totquemada. Lo fueron, sin embargo. Todos esos paises sostenfan luchas religiosas, mds 0 menos calladas, en su propio senc, entre elementos indigenas que profesaban distintas creencias. Dentro de Espafia todos estaban de acuerdo en materia de fe. La expulsién de los hebreos, el extrafiamiento de los moriscos, no levanté protestas dentro del reino, Las guerras teligiosas iban a sostenerse fuera de Espafia, con hom- bres de otros paises. Dentro de Espafia todos estaban en un corazén con el Santo Oficio; todos, del Rey abajo, asistian encantados, como a una fiesta, a los autos de fe. Aparte los judios; aparte los brujos, los poseidos del demo- nio —que eran simples locos—, muchos de los quemados por la Inquisicién, équé fueron sino enfermos, como ya se apuntd, de la misma morbosidad teligiosa que aquejaba al pais? El vulgo los ctefa herejes. Pero etan a menudo de tan encendido espiritu religioso —aunque fuesen 38 victimas de obsesiones sacrilegas y de supersticiones absurdas— como sus ensotanados persecutores, jueces y victimarios. En vano se buscarian en Espafia nombres de heresiarcas que correspondan a los de Wicleff en Inglaterra, Juan Huss en Bohemia, Lutero en Alemania; pata no mencionar hombres de estudio que rompen, en favor de la ciencia, con las verdades catdlicas, y se convierten, por fe cientifica, en victimas de la Iglesia, como Galileo y Giordano Bruno.” Servet, caso excepcional, no sélo tuvo que vivir fuera de Espafia, sino que fuera de Espafia se formd intelectualmente: salié de su pais muy mozo, antes de los veinte afios, y no volvié —et por cause-— a poner los pies en su Patria. VH DUREZA DE LA RAZA EI espafiol, como hemos visto, se muestra fatalista; es decir, cree que sucede lo que deba suceder y, por tanto, desconfia de Ia eficacia del esfuerzo. Es, ademas, catélico sui generis; es decir, imagina como el héroe de La devo- cién de la Cruz, de Calderén, que se puede ser un bandolero y alcanzar la salvacién del alma si se tiene fe en dos palos puestos de través, uno encima de otro; o como el Don Juan Tenorio, de Zorrilla, aquel licencioso y ensan- grentado Don Juan cuya conciencia de libertino y acuchillador se tranquiliza pensande que un punto de contricién da ai alma la salvacién. Los bandidos andaluces se encomiendan, antes de dar el golpe, a Ja Virgen de la Macarena; y, con ms universalidad, si no con més fe, invocan los bandoleros de México a la Virgen de Guadalupe, Después de la implotacidn, ya se puede cometer la fechoria, contando con el] favor divino. Agréguese a este catolicismo sui generis y al fatalismo evidente, aquel fondo estoico, de que ya se hizo mérito; es decir, la dureza para consigo mismos, y respéndase: un pueblo semejante, que cree que sucede lo mejor o lo que deba Mientras en Espafia y cn Francia se quema gente a conciencia por cuestiones re- ligiosas, sin que a nadie en Espaiia le patezca aquello una enormidad; por lo menos sin que nadie censure ni ponga en tela de juicio el derecho a quemar gente, por lo que la gente piense, un buen sefior de Burdeos, manifiesta mentalidad bien diferente, una mentalidad crftica, filoséfica, moderna, cuande expone sus dudas: “Aprez foud, c'est mettre ses coniectures a bien hault prix que d'en faive cnire un hanune tout vif”. (Mon- ralcne, Essais. 11). 39 suceder; un pueblo que abriga absoluta confianza en su salvacién, ast cometa crimenes inntimetos, con tal de tener fe en Dios o en los santos, o siquiera en vanos y meros simbolos de la religién; un pueblo que sabe sufrir con en- tereza y estoicismo el propio dolor, ¢no serd indiferente al dolor ajeno? Lo ha sido; lo es. De abf la acusacién de crueldad contra la raza espafiola y que ciertamente merece. Y tan del fondo proviene esta dureza racial que se la encuentra lo mismo en los espafioles de Europa que en sus hijos de América, a pesat de las mez- clas étnicas que pudieran neuttalizar, en el Nuevo Mundo, la dureza hispana ancestral, Asi, la acusacién de crueldad la merecen tanto [os euro-hispanes como los américo-espafioles. Los unos han producido inquisidores como Torquemada y Pedto de Ar- bués, y reyes como Felipe II y Fernando VII; los ottos, feraces tiranos como Rosas y el doctor Francia, anacronismos de catne y hueso en el siglo xix. El primero lanza sobre fa aterrorizada sociedad bandas de asesinos; el otto mata calladamente y somete a un pais entero a reclusién ascética —supri- miendo todo nexo de comercio, de polftica, etc., con el mundo—. También queda reducida aquella Sociedad, pot imposicién del déspota, a silencio con- ventual en la vida intetna. La guerra civil y la tirania han sido los deportes politicos de América du- rante la centuria pasada, Crucldades inéditas, como la de los exchipados del Uruguay —que consiste en meter a las victimas dentro de pieles frescas de tes y dejar que estas pieles se vayan encogiendo al sol—- se han puesto en moda. Juan Vicente Gomez, el actual asesino de Venezuela, tan cobarde y rapaz como cruel, infecta adrede ciertos calabozos de sus prisiones, con virus de difteria, de tifus, de tuberculosis, para que las victimas, a quienes se priva de todo auxilio médico, mueran de tal o cual marbo, en tanto o cuanto tiempo. Nadie ha Hegado a donde ha llegado este menstruo, timido, soez, alevoso. Melgarejo y Belzd, dictadores de Bolivia, son dos figuras cubiertas de san- gre; Lilis, ‘la pantera negra de Santo Domingo”, llevaba en e} bolsillo, cnando fue asesinado, una larga lista de ciudadanos que, por su orden, debian morir; el feroz pedagogo de Guatemala, Estrada Cabrera, asesina por miedo y con erueldad; un oscuro bérbaro iletrado, el famoso J. V. Gémez, a quien se apoda Juan Bisonte, escala por traici6n el poder en Venezuela y lo ejerce como batbaro y camo traidor: 5 0 6.000 personas mantiene en las cdrceles, 3 9 6,000 en ef destierro; muchos ciudadanos desaparecen sin que ni su familia ni nadie sepa mds de ellos; a otras se les arruina cobrandoles precios fantésticos por lo que se les da de comer en la prisién. Este paranoico, como Estrada Cabrera y mucho mds que Estrada Cabrera, persigue porque se cree perseguido, Vive temblando y matando. La “ley de fuga” que est4 poniendo ahora en prdctica contra sindicalistas y comunistas, segtin dicen, el gobernador de Barcelona —y que consiste en que los presos politicos scan enviados de un sitio a otto y se les fusile, so 40 ptetexto de que han intentado fugarse— es invencién del cocedrilesco Por- firia Diaz, el déspota Motén y sanguinario de México, uno de los mandones més glaciales y antipdticos, destructor de los indios yaquis, en favor de una plutocracia mexicana y extranjera, El chileno Portales y el ecuatoriano Garcia Moreno Ilevan la energfa hasta la crueldad; lo mismo que el héroe nacional del Paraguay, el mariscal Francisco Solano Lépez, el mas erguido y soberbio de estos hombres de hierro, el tinico de entre ellos magnificado por un patrio- tisme pure, por una abnegacién sincera, por un heroismo sin patangén, por un martirio inmerecido. El argentina Rosas es conocido como el més feroz tirano de América. Rosas hace levantar un censo de opiniones politicas; y a todo el que no sea de su partido le entrega “‘a la cuchilla infatigable de la Mazorca, durante siete afios”. “El retrato de Rosas, colacade en los altares, primero, pasa después a set parte del equipo de cada hombre, que debe llevarlo en el pecho en sefial de amor intenso a la persona del Restanrador’' A tal titano, tales sicarios. “La Mazorca (Mas-horca), Cuerpo de Policfa entusiasta, federal, tiene por encargo y oficio echar lavativas de aff y aguarrds a los descontentos, primero; y después, no bastando este tratamiento flojistico, degollar a aque- llos que se le indique”.” El monstruo tiene a su servicio algunos sota-monstruos que lo tivalizan en ferocidad. El mds célebre de estos tiranos subalternos es Facunde Quiroga, a quien el enérgico cincel de un escritor insigne ha esculpido, inmortalizéndolo en ef oprobio. Sus contempordneos le temian como no se teme sino a la peste y a las fieras, “Facundo se presenta un dia en una casa a preguntar por la sefiora (hermosa vinda que habia atraido sus miradas lascivas) a un grupo de chiquillos... El més avispado contesta que no esta, “Dile que yo he estado aqui”. “g¥ quién es usted?” “Soy Facundo Quiroga...” EL nitio cae tedondo y sélo el afio pasado ha empezado a dar indicios de recobrar un poco [a tazdn; los otros echan a correr, Ilorando a gritos, uno se sube a un Arbol, otro salta unas tapias y s¢ da un terrible golpe”.” La guerra entre euro-hispanos y amécico-espafioles por la emancipacién de América durd quince aos; sirvié de motivo, en uno y otto bando, a empre- sas militares y heroicas de primer otden, que no tienen nada que envidiat a las p4ginas mds conspicuas de Ja Historia universal; pero también dio margen a crueldades espantosas. En México, en Peri, en las regiones o provincias nérdicas del antiguo vi- treinato rioplatense, hoy Bolivia, en Nueva Granada, en Chile, se cometieron tropelfas de toda suerte. Pero en ninguna parte se encendieron las pasiones al punto que en Venezuela, como que este pals fue teatro de la mas encatni- zada lucha; de él salieron los mayores libertadores, y a su suelo Ilegaron y 3D. F. Sarmienro: Facundo, pég. 290, 2 ed. Editorial Amética. Madrid. 21bidem, pdg. 290. SIbidem, pd4gs. 243-244. Editorial América. Madrid. 41 en su suelo permanecieron y combatieron las més numerosas y constantes expediciones que envid Espaiia contra los revolucionarios del Nuevo Mundo. Ademds, en Venezuela se levantaron inmimeros y espontdéneos caudillos espa- fioles, que valiéndose del sentimiento realista y tradicionalista de las masas y del innato cardcter guerrero de aquel pueblo fueron, durante largo perfodo, los més peligrosos adversatios de los libertadores. Boves, el mayor de aquellos caudillos espafioles, por su prestigio, actividad, enetgia y otras virtudes guerreras, fue también uno de los hombres més crueles de que pueda tenerse noticia. Lo menos que discurzia era colocar enernos de toro en Ia frente de sus enemigos los patriotas, los republicanos, y distraerse haciéndolos lanceat. Daba bailes que terminaban con la muerte de todos los asistentes, incluso los mésicos. Exterminaba por sistema a todos los atmeticanos blancos. Las clases de color lo temian y lo amaban, El les permitia todo, y los azuzaba, entre otras cosas, a que los esclavos negros violasen a sus antiguas amas. Otro barbaro, el vizcaino Zuazola, despalma a los patriotas y los obliga a correr sobre arenas encendidas. Otro, Antofianzas, remite cajones repletos con orejas de rebeldes al Gobierno espaficl. Rosete marca con una R, en espalda, a los revolucionarios. El canario José Tomas Morales, a quien no puede compararse con chacales ni tigres, pata no ser injusto con estas alima- fias, mata con deleite, sin aspavientos, al por mayor: la unidad de sus cri- menes es el millar. Ninguno de ellos, ni otros muchos, da cuartel. Los venezolanos, por su parte, cotresponden a esas barbaridades con otras andlogas. Antonio Nicolds Bricefio, descendiente de conquistadores, abogado, secre- tario del primer Congreso nacional en 1811, hombre civilizado en suma, corta a pacificos espafioles la cabeza y escribe cartas con la sangre de las victimas. Arismendi hace pronunciat la palabra naranja a los sospechosos; y el que no sepa pronunciar a [a criolla y delate por ello su nacionalidad muerte al punto. Bermudez no perdona. Piar tampoco. José Félix Ribas, primer teniente de Bolivar en 1813 y 1814, presencia las atrocidades cometidas en Ocumare por el peninsular Rosete, a quien ha vencido, y hace un juramento terrible de exterminio contra los espafioles. El 21 de febrero de 1814 escribe el tremendo soldado de la independencia: “Reitero mi furamento y ofrezco que no perdonaré medios de castigar y exterminar a esta maldita rata’. Al dia siguiente Arismendi, gobernador de Caracas por los republicans, proclama a su turno: “Os juro, caraguefos, gue yo, horrorizado de tantas maldades (las cometidas por los jefes espafioles) #0 perdonaré jamds a ningdn espa- fol enemigo: su sangre serd vertida por mis érdenes, seguro de que el Li- bertador se halla animado de los mismos deseos’”, Ese Boves, ese caudillo maximo de los realistas durante aquella épaca Iue- tuosa (1813-1814) manda castigar a todos Ios patriotas de Venezuela con la muerte, “ew la inteligencia —ordena— de gue slo un Cruo se les daré bara que encomienden se alma al Criador”. ¥ el 23 de mayo de 1814 oficia 42 al justicia mayor de Camatagua: “Trate usted de reunir toda la gente ati que se halle por los campos; y el gue no comparezca a la voz del Rey se tendré por traidor y se le pasard por las armas’. En carta del 29 de diciembre de 1814 deja el gobernador espaiiol D. Ma- nuel Fierro, hombre que pasaba por bueno, el resumen de aquel aiio aciago: “Hemas concluido con cuantos se nos ban presentada; y para extinguir esta canalla americana era necesario no dejar uno vivo”. (Publicada en la Gaceta de Caracas, 11 de octubre de 1821.) Pero ya hemos visto —y veremos de nuevo— cdmo los patriotas repu- blicanos de Venezuela, que luchaban por emanciparse, no les iban en zaga a los caudillos realistas espafioles, que luchaban por mantenernos esclavizados al yugo de Fetnando VII. Asi ef general José Félix Ribas, emulando al mismo Boves, habfa decretado desde el 15 de noviembre de 1813: “‘Se repetird el togue de alarma a las cuatro de la tarde de este dia; y todo el que no se presente en la Plaza Mayor o en el Cantén de Capuchinos, y se le encuenire en la calle o en su casa, seré pasado por las armas, sin ntds que tres horas dé capilla”’. Por ultimo, Bolivar expide (el 15 de junio de 1813) su proclama de guerra sin cuartel: “Espaftoles » canarios: contad con la muerte”; y la refrenda poco después, fusilando de golpe 886 hombres.* Esa proclama de Bolivar y las sanciones de sangre que la siguieron, cons- tituyen una de las paginas mds controvertidas de la historia de América. Los americanos no se han mordido Ia lengua para criticar pot ello a Boli- yar. De inhumano ha sido tildado con ese motive, como por otros motivos lo fueron otros héroes de su talla: César, Anibal, Napoleén. Uno de los histo- riadores que censura con acritud al Libertador de América ha dejado este severo juicio del héroe alciénico ¢ inmenso: “Tenia ta visién, tos destellos, las sitbitas iluminaciones y las grandiosas concepciones del genio; arrebatadora, deslumbrante, inagotable elocuencia; templado valor personal, capaz de llegar hasta el herotsmo; inquebrantable constancia; pasmosa actividad; total, absoluto desprendimiento de la riqueza y de los bienes de In fortuna; pero le faltaba la mds simpatica, la mas noble de todas las calidades de la grandeza: la magnanimidad, la piedad, la bumant- MPara verificar las citas constiltese cualquiera Historia de Venezuela (ahos 1813 y 1814) y los Docurentos para la historia de la vida pilblica del Libertador, vol. V, passim. Respecto a Boves, consultense de prefetencia [os documentos y Memorias de los mismos funcionarics espafoles, y con especialidad las Memorias de Heredia, regente de las Reales Audiencias de Caracas y México. Los agentes de Monteverde, de Morales, de Boves, eran, hasta por politica y conveniencia, tan crueles como sus patrons. Un hombre de honot, oficial de la Marina espafiola, escribe en 27 de agosto de 1814 a un gidor de la Real Audiencia de Caracas: “Horrorosa es ta conducta de los que mandan ea los pueblos...” ¥ el 1 de diciembre afiade: “Infinitas son ias victimas que diaria- mente se sacrifican, Cada comandante es arbitra de la vida de los que componen su pueblo y cada uno es independiente: sdla respetan la autoridad de Boves; y a éste lisonjean con asesinatos @ nombre de Fernando VII, de tos que tienen Ta nota de in- surgentes, PARA LO CUAL BASTA SER HIJO DE LA PROVINGIA”, Herepia: Meworias, pag. 285. Ed-Am. Madrid, 1916. 43 dad, ex una palabra, esa inefable simpatia, esa divina conmiseracién por la vida y el dolor de nuestros hermanos’ 5 El héroe simbélico, el héroe representative de la taza hispano-americana, es un hombre que eva Ja dureza hasta Ja crueldad. Los caudillos espaficles que se le opusieron no sélo en Venezuela, sino en las demés secciones de América, tambiéa lo fueron: el general Morillo pasé por Tas armas a casi toda Ja aristocracia de la Nueva Granada; el brigadier Maroto, héroe espafiol de las guerras de Chile, no fue precisamente un pan de azticar; el general Canterac y el virrey Laserna, en el Peri, fusilaban con inquebrantable energia —y eran de los mejores—; el virrey Sdmano, de Nueva Granada, fue un malhechor cubierto de sangre; el general Olaficta, en las provincias argentinas del Norte, mataba en nombte de Fernando VIT y del Sagrado Corazin de Jestis. De la crueldad de Calleja, en México, no hay para qué hablar; fue tan malo que Fernando VIL premid sus crimenes con titulos nobiliarios, como hizo con Morille y como hubiera hecho con Boves, si Boves no perece engarzado en una lanza Ianera. La guerra entre tales contendores no podia ser un idilio. No lo fue. Fue dura. ;Cémo no! He aqui Ja explicacién que de ello da un historiador ame- ricano, Juan Vicente Gonzdlez, bidgrafo del general José Félix Ribas: “lu- chaban los espafoles con sus hijos”. Es verdad: aquella crueldad reciproca era muy espafiola. La misma fiesta nacional de Espafia gen qué consiste? En un espectdculo de sangre y de muerte, Y la nota de crueldad pata los pueblos de esta raza no se fundamenta en que hayan producido inquisidores y tiranos y en que sce diviertan con el dolor —todos tos pueblos se han manchado con sangre—, sino en la persistencia del sufrimiento como espectaculo, del asesinato en nombre de la fe y de fa tirania como arbitrio politico. Antes de la fiesta nacional de los tores, hubo Ja fiesta nacional de fos autos de fe. Los espectadores no sdlo gozan con el dolor de sus semejantes, sino lo agravan con insultos, pedradas, estocadas a los que van a morir. Los mis- mos clérigos que estén cerca de los reos para consolatlos en el ultimo trance, complacense en hacerlos sufrir mds. Ni el Coliseo, en Roma, presencié ma- yores crueldades. Fl pueblo solfa entretener sus horas de hambre, que era Pavorosa y nacional en el siglo xvit, con el espectdculo gratuito de los autos de fe. EL 30 de junio de 1680, por ejemplo, celebrdése en la Plaza Mayor de Ma- drid un auto con numerosas victimas; durd desde las siete de la mafana hasta las nueve de Ja noche, Af dia siguiente por Ia noche quematon a 18 condenados a Ja hoguera. Un francés, embajador de Luis XIV, el marqués SA. Garinoo: Las batallas decisivas de la libertad, pags. 254-255, edicién de Paris. 44 de Villars, aunque militar y de pais de harta intolerancia religiosa, deja horro- tizado telato de aquella catnicera escena. Fueron quemados, dice, “sobre ua terreno elevada expresamente, donde aguclios miserables, antes de ser eje- cutados, bubieron de sufrir miles de tormentos; hasia los monjes que los asis- Han los quemaban poco a poco con antorchas... Warias personas que estaban subidas sobre ef terreno les daban estocadas y el pueblo los apedreaba”.™ Y recuérdese que la barbatie feroz de Ja Inquisicién espafiola durd siglos y sighos, desde los Reyes Catdélicos en el siglo xv hasta Fernando VII, en ple- no siglo xix. En América la abolié la Revolucién de independencia. Cientos de miles de personas ha condenado la Santa Inquisicién; sighos de esterilidad atraviesa el espiritu espafiol, perscguido hasta en sus vuelos de menos audacia. En la vida privada y en Ia literatura que la refleja, la crueldad se manifiesta con la misma intensa vibracién que en la vida publica; lo mismo en las épocas pretéritas que en la nuestra; lo mismo en la Espaiia europea que en los hijos transatldnticos de Espafia. Nueva prueba de que la crueldad perma- nece caracteristica de la raza. Lo trdgico es cotidiano. Los artistas rinden culto a Ja violencia, como los demas espafioles; y son ya tétricos y duros como Ribera, ya exasperados como Valdés Leal, ya trdgicos como el Goya de los fusilamientos madrilefios de 1808. Los literatos, lo misma: el Romancero, lo mas hermoso, lo mds espon- téneo, lo mds popular de la Espafia antigua no es, en su mayoria, sino relato titmico de casos violentos. En todo el teatro En ninguna parte del mundo se persigue con més encono a los libertarios: que hablen los socialistas, los anarquistas, los bolcheviques. En Centroamé- rica, en las Antillas, en los archipiélagos del Asia, a donde quieta que Iegé la garra de su embleméatica ave de rapifia, ha pacecido el derecho y ha muet- to la Bbertad.™ En ninguna de las viejas monarquias de Eutopa ni de las repiblicas de la América Latina —con alguna excepcién temporal— se persigue a los hombres por Jas ideas gue fxegnen con el furor intransigente que en nuestros dias se ha hecho en los Estados nidos. Ese “pais de la libertad” es hop uno de fos pucbles mds retardatarios del mundo y donde la libertad y ef pensamienta humanos cuentan por menos. Los Estados Unidos no corrfan peligro nacional ningano cuando se metieron, a ultima hora y sobre seguro, en la guerra Europea, después de haberse enriquecido fabulosamente con ambos ban- dios, y pocos, poquisimos meses después de haber exclamado e! Presidente Wilson que 40 se podia saber de parte de quién estaban fa razén y fa justicia. Sin embargo, supri- micron la libertad interna, y ptincipalmente ja libertad de pensar con mds crudeza y ms encarnizamiento que aquellos mismos paises, tildados por ellos de retrégados, gue se estaban fugando a cada dia y a cada encuentro Ja suerte de su raza y el porvenir como nacién. A los que no estuviesen de acuerdo con Wilson y su camarilla se les condenaba sin piedad. Para los_ socialistas, principalmente, no hubo cuartel. Hubo condenas de diez, de quince, de veinte, hasta de noventa aiiog de prision, A una sefiora, Kate Richards O’Hare, se Ie imponen por un diseurso diez afios de presidio. “Los Estados Unidos —protesté Eugenio Victor Debs—, fos Estados Unidos bajo el régimen de la plutocracia, soy el unico pais del mundo que puede mandar a una mujer al presidia por diet alos, por haber efercido su derecho constilucional a ta liber- tad de la palabra. Yo odin } desprecia —agrepd— a los “junkers” No quiera nada con les “Gunkers” de Alemania; pero tantpoco qutero nada con los "junkers” de los Esta- dos Unidos". Debs no contaba con la budspeda. Se condend al valeroso viejo socialista a diez afios de carcel también, para que hiciese compaiiia a la sefiora O'Hate y a tantos otros hombres de ideas y actos antidespéticos, Ea erueldad reaccionaria de los plutdcratas yanquis no se detuvo. Fue un crimen hablar de Wall Street. Como la guerra podia ser el mejor negocio de los capitalistas, segtin Io temié Mrs, Richards O'Hare, se prohtbid_ por decreto celacionar el sagrado nombre de Wall Street con los asuntos de Buerra. Felipe II, de haber sido un rey de la peseta, un campedn del délar, como fue un campeén de la fe, chabria obrado, en su tiempo, de otra suerte? En Santo Domingo, soldades, oficiales y jefes del Es decit, aprovechando el caudal en represas pata regadio. Los modernos agrarios espaficles no pro- ponen ova cosa. Cosia opina que com una patie pequetia de lo gastado en guerras podrian hacerse magnificos “pantanos” con que regar y fertilizar media Espaiia baldia. Leruela decia que Jas represas pava fertilizar el suelo drido podrian practicarse “eon la cineuentena parte” de lo que consumieron las guerras de Flandes. Es opuesto a “Censos, Juros, Vinculos y Mayorazgos’’, a los que Hama “reclinnioties de holgazanerfa’. Los cree, maximo en previsién, causa de ociusidad, no efecto. Es enemigo, més o menos encubierto, de estancamicn- tos conventuales para la cnergia nacional; y de las guerras, que fa derrochan. No cree, como la mayoria de sus contempordneos, que el oro es la unica tiqueza, “Oro os lo que vale oro”."® Hombre eminente, en suma. Otro hombre, no menos clatividente que Leruela, pero mds cobarde, fue el benedictino Pefaluza. jPatérica actiind la de este ftaile! Tiene el espfiritu Teno de clatidad, Ia boca Hena ce verdades; y treme iluminar las sombras que le rodean y ticmbla por las verdades que puede decir, La Inqui- sicién, el miedo a la Tnquisicidn y a fas ideas y errores imperantes, tien- de a ceracle boca y ojos; su conciencia y el amior de su patria se los mandan '2Barart, ab, cit, pig, 353. 'Restanraion de fe abwudancia de Espota o Prestautisinte dnico y facil repare de ate caresthe gencret—Su autor 1). Mignel Caxa de Leruela—Seguoda reimpresién—Ma- arid, MDCCXXNUL (Esta obra no existe en la Biblioteca Nacional. El ejemplar con- sultado pertenece al Instinito de Reformas Sociales}, pag. 67. UéMicuer Caxa pE Lrrveia. ob, cit, cap, XID, pig. 29. '53bra cit., pay. 57. W[bidem, ob. cit, pag. 32. 83 abrir. El drama que se desarrollé —como suponemos— en el espiritu de este clérigo eminente, cohibido en su libertad y tembloroso pot sus opi- niones, fue cl drama que de seguro destrozé a tantos espiritus de Espafia, fue el drama siniestro, mudo, ignotado, infecundo, desgarrador de toda la Espaiia pensadora. Pefialoza estudia los problemas de la decadencia de Espafia; casuista y entortillado hasta en el titulo de su obra, la beutiza Cinco excelencias del espahol que despueblan a Espafia’” Su tdetica consiste en pintar como cua- lidades los defectos, 0 como virtudes sociales aquellos errores publicos que conducen a Espafia hacia Ja ruina. Estas cinco excelencias del espafiol que despueblan a Espafia, son, en términos de ahora: primera, la fe; segunda, Ja ignorancia; tercera, la guerra; cuarta, la injusticia y el favoritismo de los reyes; quinta, el desgobierno y la incapacidad administrativa, Esas eran, en realidad, causas primordiales de Ja decadencia espafiola. Fray Benito no Jo expone asi, aunque asi lo piense. Es precisamente Ja ma- nera de sugetic tales ideas, presentando las opuestas; es la manera de sefialar como virtudes eficientes los mayores y mds rainosos desaciertos, lo que hace de interés el libro de Fr. Benito. Veamos como procede, no sdlo por curlosidad, sino para que se comprenda con ejemplos, y no con, raciocinios ni vagas inducciones, la situacién del es- pirity espafiol en el siglo xu. Primera excelencia del espafiol que arruina a Espafia: la fe, La fe des- pucbla ¢ infecundiza por la multiplicacién de monastetios y emigracién de tonsurados. El] auvor dice lo contrario, para sugeric la verdad, y agrega: “Quan glorioso es el despucblo de Espaita, por causa de que sus naturales vayan a ganar alinas para el cielo’ Segunda excelencia: el amor de ia teologia. La ignorancia es pavorosa; no se estudia sino ciencia tcoldgica. Fr. Benito, en vez de condenar la ignoran- cia ni cl exclusive estudio de Ia teologfa, entona un aleveso himno a los tedlogas: “Espaia es el asilo y propuandculo firmissinta doude se allan la sana doctrina, ia pia interpretacién y catdlico sentida de las Divinas Letras. Oy son los espatioles la gloria y honra de Dios, con sus eminentes 9 floridas Seéencias., 7." Tercera excelencia que atruina a Espafia: las guerras extranjeras. Y como no puede decirlo, dice en tono de explicativa disculpa: “fos espadioles —tomo no tienen en qué ejercilar sus armas en Espaita— salen fuera de ella 4@ lograrlas’!.™ Wibro de las Cinco excelencias del espanol que despueblan a Espaita, para su mayor potencia y dilataciin, por el M. Fr Benito pe PEXaLozA ¥ Monpracon, Monje benito, Professo de la Real Casa de Négera. Afia 1629 Impresso en Pampiona por Carlos de Labayen, imptesor del Reine de Nauarra. N8Obra cit., pag. 33. N9BoNIvO DE Pefatoza y MoxpxacGn: obra cit, pig. 49, MWYbra cit. pag. FL. 84 La cuarta causa de Ja ruina y trastorno espafioles, la injusticia social, el fa- voritismo hacia la nobleza cottesana y patasitaria, con menosptecio de todo elemento de valer, lo descubre el demdcrata Fr. Benito muy habilidosamente. Causa despoblacién a Espafia, dice: ‘aver tan pocas ocastones en ella de ad- quirir nobleza”." Lo que vale decir que no se favorece al que sobresale por su métito. Generoso sentimiento democratico y justiciero alborea en el fraile Benito; y muy bien apunta su escopeta contra la ambicién para dar en ta injusticia. Por dltimo, la quinta causa de la decadencia espafiola, el desgobierno y la nulidad administrativa, no podia abordarlos de frente, ni consiste su téc- tica on hacerlo, sino en hacer fo contrario. Y asi, despuds de muchas di- gresiones y muchos adjetivos encomiasticos, concluye: “Que todo ef alivio y rigueza de Espafta depende del buen gobierno del Pera” |? Por més habilidoso que fuera este casufsta era un peligro. Se le sacé de Espafia. Se le mandé a profesar teologia en la Universidad de Viena. Y en ella murié. Habia pasado doce aiios en América, en la Nueva Granada.'™ Espafia se purgaba por el quemadero o por fa expatriacién de sus mejores elementos. Y guardaba con avaricia aquellos economistas que creian y de- cian que Ja idea de comerciar con extranjeros era ardid del demonio para perder a un pueblo tan catélico como este pueblo. Economistas de visién clara produjo Espafia; tedricos discretos que se expresaban adrede en el obligado lenguaje oficial, de la época, entreverando las verdades teolégicas con verdades mds positivas. Pero los politicos prac- tices segufan camino diferente al de los tedricos mejor intencionados o mds sapienzes. Aunque s¢ les consultase, no se les obedecia. La hacienda del Es- tado seguia de escolla en escollo. Las colonias pudieron salvar a la metrdpoli. No Ia salvaron. Entre metro: poli y colonias se interpusieron la cerrazén idcoldgica de los peores consejeros de la Corona y la inexperiencia recalcitrante o Ja indiferencia suicida de infecundos politicastros. Infecundos para el bien nacional, no para los desaciertos. 12Obra cit., pag. 96. 12Obra cit., pdgs, 145-149, BE] historiador Groor lo recuerda en su Historia eclestastica de Nueva Granada i cap. VID. 85 AI INCAPACIDAD ADMINISTRATIVA; LAS COLONIAS Las Indias son para Ja metrdpoli fueme de riqueza. gCémo fomenta y ex plota [a metrdépoli aquella riqueza indiana? ¢Cémo practica Espafia su co- mercio con las Indias? Las colonias viven secuestradas: no tienen relacién con cl mundo, A los extranjeros, en principio, no se Jes permite ni comer- ciar con ellas ni establecerse alli. Los mismos espafioles no pueden ir sin dificultades. Aquellos paises no pucden traficar sino exclusivamente con la metrdépoli. Ni entre sf pueden traficar. Pero éexisten facilidades para este mismo limi- tado irdfico? Todo cl comercio con las tres Américas espatiolas se realiza, fo con entera libertad para Espaiia entera, sino con mil trabas y por un exclusiva puerto espafiol, que fue primero Sevilla y mds tarde Cédiz. De ese Unico puerto zarpan les pocos buques que [as guerras de Europa, Ja apatia y los pitatas permiten. Como de esos buques depende Ia vida mer- cantil y la vida material, pnede decirse, de todo el continente neo-espafiol, se vive en aquel continente Ileno de oto y plata y que produce frutos como pata sustentar al universo, con inerefbles e incomprensibles escaseces, y en una turbacién econémica de cada momento, Los frutos que América pro- duce no son en ocasiones exportados oportunamente por falta de navios; a menudo, en la espera, se echan a perder sin beneficio para nadie, més bien con ruina para muchos. Las industrias que sc explotan en Espaiia no pueden iniciatse en América. Otras industrias no hay quien Jas implante ni en América ni en Espafia. Cast ronstantemente se carece en cl Nuevo Mundo de lo més indispensable para Ia vida, desde instrumentos agricolas hasta ropa de vwestir. Ademdas, como s6lo un puerto se habilita en la dilatada extensidn de Sud America, el trans- porte de mercancfas de ese tinico puerto a 100, 200, 500, 1.000 y més kilémetros tierra adenteo, a lomo de mula, cuesta un dineral y aumenta el precio de Ja mercancia en un valor exarbitante. Algunas mercaderfas Jlegan a su destino con un recatgo de 500 y aun 600 por 100. Y los comerciantes sobre esos precios debian ganar. Las Indias, con todo, producen a la metrépoli cerros de ora. Tal tiqueza se esfumard en absurdas guercas europeas, éCémo transporta Espafia Jos productos de un mundo a otro? Les transporta por medio de galeones, de aquellos legencdaries caleones —iban anual o bianualinente—— que caldeaban la imaginacién y espoleaban la codicia de corsarios holandeses, ingleses y franceses. Sélo los holandeses capturaron entre 1623 y 1636 mds de 500 buques espaiioles —entre pa- leones y bareos de Ja flota encargada de darles custodia— cargados con el oro v Ja plata de las Indias. 86 La corte aguarda con ansiedad cl arribo de lus galeones. Cuando tardan se teme que hayan podido caer en manos de piratas. En esos galeones suspi- rados viajaban, en efecto, tesoros. Los galeones que Mevaban al Nuevo Mun- do, de 15 a 20 millones de mercaderfas espafiolas, o procedentes de puertos espafioles, trafan en cada viaje de retorno de 20 a 40 millones et frutos ame- ricanos. Trafan ademas, cl dinero de {a corona. Para 1686 los galeones constituyen 27 naves con 15.000 toneladas. Y la flota armada que los acompafia y protege 12.500 toneladas en 23 buques. Flota y galeones representan, pues, 50 barcos y 27.500 toneladas. Pero el trd- fico decae, como decae todo. Durante la guera de sucesion los galeones deja- ron de ctuzar los mares. La feria de Portobelo, en Tierra Firme, que era una especie de feria de Medina del Campo y cn la que cada afio, 0 cada dos afios, yenfa a surtirse media América, permanecié desierta pot trece afios consecu- tivos. En 1737 tuvieron que cesar las ferias de Portobelo. En 1720 la flota salida de Cédiz sélo aleanzé a 6.000 toneladas. Como América tenia que vivir, no basténdose a sf misma; como necesitaba los géneros de Europa que la madre patria o enviaba con lentitud galednica o no enviaba, el contrabando convirtidse en urgentisima necesidad. América, ya que no del comercio espaftol, ni del comercio ficito con el extranjero, por no estar permitido, vivid del contrabando. Con los géneros extranjeros, pa- saban tarmbién de contrabando ideas inglesas, holandesas, francesas. Doble perjuicio pata Espafia: perjuicio material y detrimento de orden moral. Para facilitar las rclaciones comerciales entre la metrépoli v las colonias, los Borbones inician los Ilamados “‘navios de registro”; la exclusiva del tr4- fico con América se teansfiere de Sevilla a Cadiz; y ya no se reduce dnica- mente a Ios castellanos, sino sc extiende a todes Jos espafioles, el derecho a cometciar con las Indias. Débiles paliativos. Unas veces las licencias para cargar navios se acuet- dan con Jentitud y dificultades. Otras veces, los comerciantes retardan ex profesa los navios para clevar el precio de los géneros. Y no es raro que cuando arriban los géneros espafioles encuentren los metcados ultramarinos abarratades de tnercaderias extranjeras, introducidas de contrabando, con annencia y beneficio particular de las autoridades es- pafiolas de Jas mismas colonias. Totre lo intreducido subrepticiamente y lo que Espafia misma compra en el resto de Europa para enviar a sus colonias, Jlega un momento en que América vivid, puede decirse, del comercio y del contrabando extranjeros, a pesar de las restricciones y a pesar de los monopolios. En mas del 80 por 100 de las mercaderfas totales que allf se introducen durante el siglo xvitt caleulan los economistas las mercaderias extranjetas. 87 Durante el mismo siglo no Legan a 40 los buques que salen, cada aio, de Espafia para América, Los de otras naciones pasaban de 300," A la ineptitud prdctica se une la torpeza doctrinal. Ciertas providencias oficiales parecen tomarse de propésito delibetado para arrebatar a la me- trdpoli el provecho que pudieta sacar de sus posesiones del Nuevo Mundo. En 1735, por ejemplo, prohibe Felipe V, a los comerciantes de México y Pert, hacer remesas de caudales a Espafia Pata proveerse en Espafia de merca- derias. ¢Para qué, entonces, las colonias? La incapacidad de la metrépoli en materia de economia politica, le ponia ella misma de manifiesto, Su ruina era inevitable, “Més producfan la Marti- nica y Ja Barbada a Francia e Inglaterra, a mediados del siglo XVIII, que todas las islas, provincias, reinos e imperios de América a los espafioles”!® Llegé un momento en que algunos politicos de Espafia se preguntaron si el inmenso imperio espafiol era un beneficio o una carga pesada para la metrépali. XIE PALABRAS FINALES No habrén sido exclusivos factores de la decadencia espafiola la imprevisién politica, la incapacidad administrativa y la inescrupulosidad en el manejo de Ja res publica —la realidad social es muy complicada—; pero juegan en ella un papel de suma importancia. Por eso se les concede en estas paginas ca- tegoria de excepcién. Por eso y por ser premisas forzosas para concluir por qué fueron como fueron los hombres de la Conquista, en cuanto iniciadores de nuevas sociedades: y las nuevas sociedades que de ellos nacteron. Se ha insinuado desde el principio de esta obra —y conviene insistir en clio— que no se ha tenido la pretensién de esbozar una psicologia del pueblo espafiol. Quedan, si, apuntados algunos rasgos de csa compleja psicologia: los que patecieron mds indispensables al propésito de este ensayo: conocer al conquistador, Y aun no todos. La lista podria alargarse. Mientras mayor sea, mds claramente podremos interprerar al héroe espafiol de América en el sighs xvi. Hfemos hablade del orgullo, por ejemplo; pero ni ése ni otros méviles de accién los hemos visto en juego, produciendo Ja historia de la raza. eCual ha sido Ja primeta consecuencia social del orgullo? La carencia de industrias no tenga, tal vez, fundamenta mds sdlide. El orgullo distancié al pueblo “4ConmerRo, ob. cit, I, pég. 418. “SCormerro, ob. cit., pag. 421. 88 espaiiol de oficios e industrias lucrativos, contribuyendo, a la larga, a crearle una segunda naturaleza de ineptitud en este sentido. La guerra lo desangra y empobrece; la politica de Espafia fue la del jugador ambicioso y poco practico: en vez de contentarse con ganar un poco hoy ¥ otro poco mafiana, quiso desbancar al monte cada dia; y cada dia, en vez de desbancar al monte, fue perdiendo lo suyo. La religiosidad empuja una parte de la poblacién a las hogueras; perecen, no sélo tantos o cuantos millares de personas —lo que no significa nada—, sino algo de mayor trascendencia: la facultad de pensar con brio, Ja con- fianza en el propio espiritu y la capacidad del espfritu activo y fértil para ir modificando, en sentide de mejora, el medio en que se vive. Otra parte de Ja poblacién, merced a la religtosidad y a Ja holganza, se castra ¢ infe- cundiza encerrindose en Ios conventos. El comercio, por falta de ejercicio y de consagracién, se ignora u olvida, y pasa con la riqueza que produce, a manos extranjeras. La pereza y Ja ig- norancia, hijas de la fe, traen o coadyuvan a traer ia miseria; la miseria de- paupera fisioldgicamente la raza. Un eminente y perseguido escritor castellano del siglo xvi —el gran Quevedo— acusa al hambre, can razén, de mer- mar los brfos de Ia taza: Perdieron su esfuerzo pechos espanoles porque se sustentan de trottchos 49 coles. Espafia, la Espatia de los siglos xvii y xvill, duefa de colonias como des- pués de Roma y antes de Inglaterra, no conocis pueblo alguno, produce la impresién de un mendigo, flaco y pdlido, sobre una montaiia de oro. Fortuitamente o no, Espafia tuvo puntos de parentesco con el gran pueblo que la colonizé e infundié duradera civilizacién. Come Roma, practicd Ja in- dependencia municipal; como Roma, fue guetrera y colonizadora. Como Roma, mezcld al sentimiento patridtico cierto espiritu religioso. Considerd el co- mercio y la industria, como Roma, dignos de esclaves, reservando para hi- dalnos y hombres libres la guerra y sus aventuras. En Roma, ya decadente y sin virtudes, se conservé el espfritu guerrero. En Espafia también. Con una diferencia: en Roma la guerra sierapre condujo a la magistratura y los ho- notes, micntras que en Espafa el militar estuvo o llegé a estar por debajo del sacerdote: las armas fueron, primero, contrabalanceadas por ¢l rosario; més tarde, el uniforme fue echado atrds por la sotana. En este sentido es sugerente una joyita teatral de Cervantes: La guardia exiledosa. Un soldado y un sacristén cortejan a cierta linda criadita. La don- cella prefiere al sacristén. Fl clero pasa, hasta en la estimacién de fa domés- tica, ames que el cjército; fa religidn antes que las armas; Ja fe antes que la gloria; el hombre que simboliza la Iglesia, antes que el hombre que sim- boliza la Patria, Cuando vaca el trono y se impone un regente no es el héroe quien asciende al solio —ni menos el estadista— sino el confesor, el 89 catdenal Cisneros, A Espaiia, a la Esparia monacal, le ecurrié lo que a Bi zancio: la raina y la muerte la sorprende en medio de disputas teoldgicas: fabricando iglesias, resolviendo las cuestiones de Estado por medio de los frailes; peor avin en el caso de Espafia, quemando herejes, preocupada de la salvacién del alma, mientras se desmnorona en manos de Austriacos y Borbo- nes, tan devotos como nulos, el imperio de Carlos V. El pueblo espafiol no ha sido un pueblo de sentido prdctico; pero ha sido el pueblo de Ia accién genetosa, del ocio romdntico, del desprecio caballeres- co al utilitarismo ¢erre 4 terre. Ha sido un pueblo de caballeros, de santos, de héroes. Flasta el mismo Sancho Panza, representante del espiritu préctico espafiol, resulta un idealista. éNo desdefia su comodidad de todos los dias, pata correr aventuras, esperando las promesas, siempre incumplidas, de un personaje a quien conoce y juzga como fantéstica y absurdoo™ Espafia, en- tre las naciones, representa el papel de Marfa, admiradora contemplativa de Jestis, mientras Inglaterra, por ejemplo, representa el papel de Marta que lava las ollas, recoge Jas legumbres y dispone el puchero. Necesitamos de Marta; pero el encanto de Marfa y su desintetés son mayores. Observemos, de paso, algunas contradiccioncs en el carécter de este pueblo fundador de pucblos; contradieciones que encontraremos, mds o menos ate- huadas, en las Reptiblicas hispdnicas del Nuevo Mundo. Este pueblo es de- mocrdtico, por ejemplo, y cs eminentemente despdtico; es altivo y pide li- mosna; es de una independencia bravia, en lo personal, y soporta, en lo na- cional, los mds odiosos despotismos. Es muy catélico y muy poco cristiano. Esas contradicciones y algunas otras que pudieran indicarse no son tal ver dificiles de explicar. El espaiicl —y el hispancamericano— no toleran los abuses de poder pot servilismo. Los toleran, por exceso de individualismo, por falta de cohesién social, por poca costumbre de ejercitar su derecho, por desconfianza de que se pierda su esfuerzo, por desprecio hacia la misma au- toridad que los explota, o molesta, a tiraniza. Los exttanjeros comprenden esta psicologfa con dificultad, Cuando Buc: Kle, pongo por extranjero, cree que el servilismo —l lo bautiza, eufémico, de lealismo— y la supersticién constituyen “the main ingredients of the national character” y son causa de que Espafia haya soportado Gobiernos gue no soportarian ottos pueblos, comete un ertor de psicologia colectiva. Este pueblo carece de iniciativa, no por incapacidad, sino por pereza filo- s6fica, por desdén, pot conviccién fatalista de la infinita vanidad de todo. Pide limosna, porque se contenta con vivir; pero no hirdis su orgullo: esa misma mano que os implora podria abofetearos. Ya Unamuno hablé, o el sugerente Ortega y Gasset, del tomanticismo de Sancho. ¥ hasta el rucio del escudero, en los versos de Francis Jamines, es algo quimérico. 90 7¥ qué enerpias! Hlasta cuando se Ja creyé cxdnime, probs esta raza atesorar cnergfas in- sospechadas. El mismo Napoleén confiesa haberse equivocado con Espaifa. Bajo un monarca ridicule como Carles IV, cntregada a fa liviandad de regia mesalina sin pudor y a la bragueta de en favorite sin escrtipulos; vietima de los frailes y de Ix ienorancia, con un déficit anual de 1.200.000 teales de vellén; sin marina, sin ejército, sin industria, en la mayor abyeccién po- litica y Ja mas triste postracién econdmica, libracla por sus reyes al conquis- tador extranjero, Espafia se irguid, luchd casi inerme contra las dguilas fran- cesas, improvisdé ejcrcites, improvisd generales, improvisé Gobiernos, bu- millS al corso y reconguisié su sobetania. Lo triste es que no supo hacer uso de ella, y fue a depositarla a los pies de un malvado, de un traidor, de un inepto como Fernando VII. La imprevisién polftica se impuso una vez mas. Hoy mismo, la aspeveza enconada de la presente lucha social, equé sig- nifica sino combatividad, cnerafa, salud, vida? Los agotados no luchan, los muertos no tienen pasiones, ni insultan, ni matan, ni mueren. Un inglés dice encontrar en el fondo del alma espafiola algo de perennemente salvaje.” Eso que Mama salvajez el escritor briténico es precisamente lo in- tacto, fo primitivo, lo sano. ¢Fn cudntos viejos paises podrfamos encontrar ese frescor de juventud, esa elemental salvajez? La mayor parte mueren de ex- ceso de civilizacién. Existe, o ha existido hasta hace poco, una tendencia, de origen germ4nico y sajén —u originada en hombres, como Gobineau, influenciados por eflos-—, a menospreeiar a Espafia y en general a todos los pueblos de estirpe latina. EI método, Ja ciencia, las grandes virtudes sociales se deben a los puchlos del Norte. La cultura moderna es obra de esas tazas. Esas razas de pelo rubin y ojos azules constituyen la flor de la Tlumantdad. ;Qué empefic se puso en menospreciar cuanto no fue sajén. y germano! Lasta se Heys a descubrir que los maximos genios de la latinidad, como Vinci, eran una mera traduccidn del alermdn Con furor cientifico propugnaron sajoncs y germanos, germanizanies y sajonizantes, la superioridad indiscutible, en todos los érdenes v per secsle seenforui del hombre ario, dolicocélalo, rubie, del beiwa ecuropens, en suma, coma la han bautizado. Se olvidaban de Grecia y Roma, de las cuales atin viven. Mientras los alemanes y fos ingleses habitaban en chozas, devordndose unos a ottos, Espafin y los arabes de Espaiia poseian una civilizacién espléndida. 2Fn dénde estaba entonces |i superioridad de ojos azules? En los dias del Renacimiento italienv, gpor qué no brillé entre las bromas hiperbéreas nada parecido a Florencia? E] derecho v Ia colonizacién tuvicran cuna en fa tierra de Rémulo. A comerciar los cnsefié Venecia; a naveyar mares ignotes, Portugal y Es- pada: la antigua Roma sometié todas esas cabezas rubias al yugo moreno y MYlavennocn Eris: The sort of Speiv, pag. 55. ot latino. ¢Quién completé la geograffa del planeta? Espafia. ¢Quién ha des- cublerto Vagrement de la vie? Francia; no esos taciturnos bottachos nérdicos. é¥ a quién sine a Francia se debe la libertad politica en el mundo mederno? ¢En dénde estaba, en esos distintos momentos de la Historia, la civilizacién de pelo rubio, la superioridad de blanca piel pecosa, el orgullo ridiculo de los ojos azules? A esos ojos azules y a esas manos de nieve los hemos visto implorando muchas veces, desde los dias de Julio César hasta los dias de Napoledn. Hemos visto caer en la ultima guerra europea uno de estos gigantes de la ciencia, ahitos de quimica; uno de estos colosos de Ja organizacién, manid- ticos de método; uno de estos arios, dolicocéfalas, de pelo rubio y ojos azu- tes. Bendfica leccién, esta leccién que se repite con frecuencia a todo lo largo de la Historia y que hiete en el orgullo a razas que se creen razas privilegiadas, El desenlace del ultimo drama de pueblos parece contribuir a despresii- giar las fantasias de Gobineau sobre ta superioridad getmanica y a que consideremos como una broma bastante pesada la teorfa mds reciente de Lapouge y Ammon, respecto a la excelencia, sobre las demés razas, del ario délico-rubio. "tEsta teorfa, que ha tenido —con m4s o menos amptitud— entre los pueblos le- tinos divulgadores, come Demoulins en Francia y Sergi en Italia, carece de base cienti- fica. Ha sido refutada triunfalmente en mds de una ocasién, Constiltese, como uno de fos mas competentes y decisivos adversarios de esa fantasia argullosa, el enérgico y bri- ante libro del profesor N. CotayaNnr: Ravas Superiores y ratas inferiores, traduccién espafiola de José Buixé Monserdd (3 voldmenes). Batcelona, 1904, 92 SEGUNDA PARTE LOS CONQUISTADORES INTRODUCCION Los descubridores y conquistadores espafioles de América —hoy podemos juzgarlos sin prevencioncs y con exacta nocién de su obta— fueron hombres maravillosos, muy de Espafia y muy del siglo xv. ¢Qué hicieron? Ensancharon Ia tierra. Descubrieron y sometieron casi Ja cuarta parte del planeta: un continente integro, antes desconacido, En ese continente, poblado de razas indigenes y con naciones en diferentes etapas de evolucién sometieron en poco tiempo —menos de cincuenta afios—, un tettitorio de mds de 80° a Norte y Sur del ecuador terrestre. Espaciado entre los dos grandes Océanos y entre uno y otro polo aquel continente, va Ia parte de ese mundo que tocd en suerte al hetoismo y la actividad espaiioles, desde el Pacifico hasta el Atldntico, por lo ancho, y ocu- pa en longitud cosa de 1.600 leguas castellanas. Las conquistas se realizan en medio de los mayores obstaculos que sea dable vencer al hombre; y en proporcién numérica irrisoria con tespecto a los conquistados. La misma proporcidn existe entre la parvedad de los hétoes y Ja magnitud de la conquista. Alli no vencié el mimero, ni siquiera el arroje, sino una raza supetior sobre una inferior; una civilizacién que disponia del arcabuz y de la espada, del dogo y del caballo, contra otra que sdlo disponia de la flecha y de la maza; carente ademas, de animales de guerra y transporte. Con trazén se ha dicho que si los indios hubieran conocido el uso del hierro, los europeos no hubieran podido someter los imperios ameticanos. La superioridad politica también era manifiesta. Los espafioles conocfan practicamente una lucha nacional de varios siglos, por tres ideas rectoras: la unidad del territorio, la dominacién de la propia raza y el triunfo de la patria fe. Los indios carecian de tales ideas rectoras: defendian instintiva- mente el suclo hereditario, pero unas naciones indias, por odio a otras na- 93 ciones indias, se aliaron con las hivasotes extfanjeros contra sus hermanos ! Ci resultado fue Cacilivar la conquista. a Se valiecon los espaficles de unos aborigenes contra otros, a tal punto, que en los ejétcios de Cortés, por ejemplo, aunque sdlo fueron de Cuba 348 cspafioles de infanterfa, 32 ballesteros, 13 escopetcros, 16 jinetes y 120 marineros —{fuera de la seevidumbre, compuesta de 200 indios y algunos negros—-, habia mds tropas que en las de Gonzalo de Cérdoba. En Ja toma de Tenochtittin, combatfan bajo el estandarte de Cortés miles y miles y miles de soldados indios, aliados del conquistador; bérbaros que prepuraban con la destruccida de sus hermanos en raza y geograffa su propia destruccidn. El espiritu de servilismo a la realeza también contribuydé a perder a los indios: cafdos les emperadores, las naciones se creian, por lo comdn, sin fuerzas para resistir, y con dificultad encontraban los medios de gue dispo- hea para salvarse los pueblos libres de nuestra época,!® El no haber estado jamais en relacién con pucblos y razas blancos, les fue fatal; wuvieron Ia tendencia, al principio, de creer a jos invasores de enor. te supericridad, maéxime de orden moral. Cuando Atahualpa, que estd cn medio de sus tropas, es invitade por Pizarro a visitarlo en el ical espafiol, no vacila en ie, Allf se le apresa y se le humilla. jTanta candidez mevecia tan triste forlava! Con todo eso y mucho ids, Ja audacia de los descubridores y conqnista- dores espatiokey perturba, sino eclipsa, toda nocién conocida de heroism. LI conquisiador hispano del siglo xvi, dentro de la comunidad de ca cer con el hombre de su pais y de su iempo, poses un sella especial que le viene del tearro en que actud, y que lo inviste de un especial aspect. Come ciertus insectos asumen cl color del dtbol o de da tierra donde se crian, ei: conguistador de América, por un mimeiisiw ine petade, toma cae nicter cel medio, tan listinto del curopeo, cn que su accion se desenvuelve, Estudienos al conquistador. Conociendo Ja psicologfa de su > coin. ptenderemes con sdlo verlo definirse por Ja accion, qué nexos psicoldgicos lo unen con el pais de donde procede, Sepames a qué clase social perienecia, cual era su insirnceidn, qué ideas religiosas lo prcocupaban, el qué prado fue codicioso, religiose, heroico, individuatista, dindmico, crucl Observemos sus oscuras nociones del Derecho, sus querellas ante La Majestad real, su nulidas) como adminisirador, youl fin que tuve aquella seneracién de a faltes. Descubrameos ha tr: endenecia civilizadora cle su accion, Sdlo entonces podremos asaciar Ia idea de lo que faeron con ta idea de to que higicron. Silo cHtances los conoceremos, Los conquistadores sabfan que, prose @ musta cl Empera fu defensa ye Tos antinos tag “hd sebernador (Piura) duardé -mreticre ei secretatie y cronista Gj de riirse on bese . atina (Celaededpad para taerlo al sen ke ara paclicar las ptowingias comarcanas: porque este conguistade. lo restante Tigeramente serta pacificur®. Verdudere refacidit de fa Comgteste del Pera y phovitcis ded Cresco... por Prancisee in. Xevez, uae de des Priueros conguisiidores, Ado 1534, Burtaluine Pérez, Sevilla, 94 Se hablard de los conquistadores en bloque, sin disctiminar entre la chus- ma y los capitanes. Algunos de éstos tienen fisonomfa propia; peto todos, capitanes y soldados —cutre Jos cuales, ademas, no existla la diferencia que existe en un ejército de nuestro tiempo—, todos son miembros de la misma familia de rapaces. Valdivia es un soldado. Tan habil parece a los mismos conquistadores, que cuando los Pizatro, ya muerto Francisco, se insutteccionan en el Pert contra la real autoridad, el endemoniado Carbajal, maestre de campo de Gonzalo, observando en una batalla contra los realistas la buena disposicién del campo enemigo, exclama: —Valdivia debe estar entre ellos. En efecto: acababa de Ilegar de Chile, a tomar parte en la guerra, a las dérdenes del virrey. Pedro de Alvarado es heroico, cruel, rapaz. El Tonatiuh, es decir, el sol, el astro, lo apodan los indigenas, a causa de los cabellos tubios del aventu- rero. Nadie més codicioso que Alvarado. El saquea las islas y Jas costas del golfo mexicano. El saquea a Tezcoco: all{, porque el indio Cacama no en- trega todo el oro que la codicia de Alvarado ansia, lo asegura a un madero, y con brea derretida Je rocia el cuerpo desnudo. El saquea a México, la imperial. El saquea a Utarldn, la magnifica. Tras el oro volard, a través de penalidades heroicamenic padecicdas, desde Guatemala hasta Ecuador; y por dinero, por 120.000 castellanos, vendera su pacifico retorno a Centro-América. Almagro, hombre tudo, ignorantisimo, pero valiente, confiado, generoso, otganizador, infatigable, tenia el instinto de la guerra, para la cual nacié. Sin asomos de discrecién ni de malicia en politica, se dejé engafiax miserable- mente por los Pizarro, quicnes, ya preso el antiguo camarada de Francisco Pizarro, le fraguacon un proceso, y sin piedad y sin necesidad lo victimaron. La muerte de Almagro lamentése por cuantos amigos y partidarios tavo; lo que prueba que sabfa inspirar nobles sentimientos. EL mismo Francisco Piza- rro intenté disimular que hubiese tenido culpa en el asesinato de su antigue camarada, El Rey castigd severamente a Hernando, que Jo ejecutd. Pedrarias Davila, favorecido por eb Rey, que fo pone al frente de nume- rosa expedicién, es mezquino de alma, Traicionera y juridicamente, por envidia, asesina a Balboa, que valfa cien millones de veces mds que él. Eje- cuta a Herndndez de Cordoba, porque éste quiso desconocerlo y pasarse a Cortés. Una escena lo pinta. La escena, que oenrre entre Almagro y Pedra- tias, la describe el historiador Oviedo. Los capitanes Diego de Almagro, Francisco Pizarto y el clérigo Fernanda de Luque, socios en la empresa de conquistar el Pend, quicten deshacerse de Pedrarias Davila, gobernador de Panama, a quien han prometido, obligados por Jas circunstancias, una par- licipacién en el botin. Potque la conquista se dispone como un negocio: los asociados contribnyen con tanio o cuanto y s¢ benefician —de lo que pro- duzea el saqueo, el botin—, en tal o cual cantidad. Por Ja conversacién entre Almagro y Pedravias se advertira lo vil que era Pedrarias, pero asimismo s¢ 95 vera que no sdélo Pedrarias, sina también Aimagro, Pizarro, el cura Luque —y asi todes los conquistadores, sin excepcidn— entraban en las con- quistas como en wna empresa comercial. En efecto, los conquistadores se disponen a explotar las conquistas que emprenden, como un negocio; expo- nen ¢n ese negocio la vida, como otras personas, en otros negocios, exponen su dinero. La vida y el valor de los conquistadores son su tnica hacienda, Con entera conciencia, ellos ayenturan su capital, con la esperanza del pro. vento. Es decir, trabajan a su modo. Son empresarios y obreros de empresas heroicas, Son ctabajadores hercileos, aunque no los inspire, como a Hér- cules, un sentimiento alttuista. Poseen, por otro lado, mds dignidad y més valor que los condottieri, que también hicieron de la guerra un negocio; pero los condottieri se alquilaban y los conquistadores no: eran jefes y socios voluntarios de las formidables empresas que acometian. Cierto dia, Almagro, de vuelta de una primera expedicién hacia el Peri, se presenta a Pedrarias, Pedrarias se envilece en ef regateo de unos pesos que mendiga sin metecer.’® Balboa forma con Herndn Cortés el par de més brillantes conquistadores, A Balboa, como a Cortés, no Je falra la nota cruel; aunque no sea la nds aguda en la armonia de aquelias guerreras vidas. Mas desgraciado que Cortés, enconité Balboa un pérfido poderoso que Ie cortase el yuelo cuando més audaz iba ya siendo el impetu y mds seguras las alas. Tenfa grande inteli- gencia, gtandisima voluntad, flexibilidad de politico, pocos escrépulos —hasta se dice que en su juventud fue tufién—, una actividad que no conocia reposo, E] descubrimiento del Pacifico fue su principal mérito al recuerdo de OOEe aqui la curiesa escena, descrita por el capitdn cronista: ~Sefior —dice Almagro—, ya vuestra sefioria sabe que en esta armada e descu- brimiento del Pera teneys parie con e! capitin Franciseo Pigarro ¢ con el maestrescuela don Fernando de Luque, mis compafieros, ¢ conmigo; e que no avés puesto cn ella cosa alguna, € que nosotros estamos perdidos € avemos gastado nuestras hagiendas ¢ las de otros nuestros amigos, e nos cuesta haste el presente sobre 15,000 eastellanos de oro; © agora el capitan Francisco Picarro, ¢ los chripstianos que con él estén, tienen mucha negessidad de socorro e gente, ¢ caballos, ¢ otras muchas cosas para proveerlos; ¢ por- que no nos acabemos de perder nj se pierda tan buen Pringipio como el que tenemos en esta empresa, de que tanto bien se espera, suplico a vuestra sefiotia que nos socortays con algunas vacas, para hacer carne, con algunos dineros Pata comprar caballos e otras cosas de que hay nesgessidad, assi como jarcias « lonas e pez para los navios... © si no quereys atender al fin de este negocio, pagad lo que hasta aqui os cabe por rata, € dejémoslo todo, —Rien patesce, que dexo yo la gobetnacién —tespondié Pedrarias muy enojado—, pues vos decis esso: que lo que yo pagara si no me ovieran quitado el oficio, fuera que me diérades muy estrecha cuenta de ios chrisptianos que son muertos por culpa de Picarro € vuestra, e que avés destruydo la tierra al Rey, e de todos esas desdérdenes ¢ muertes avés de dar racén, como presto lo verdis, antes que salgdis de Panamé. A lo qual replicéd el capitan Almagro, ¢ le dixo; fior, dexaos desso: que pues hay justigia © juez que nos tenga en elle, muy bien es que todos den cuenta de los vives @ de [os mucrtos, no faltard a vos sefior, de qué deys cuenta, e yo Ja daté, ¢ Picarro, de manera quel Emperador, nuestro sefior, nos haga muchas e grandes mercedes bor nuestros servicios. Pagad si queréis gocar de esta emiptessa, pucs que no sudays ni trabaxays en ella, ni avés puesto en ella sino una tetnera que nos distes al tiempo de la partida, que podria valer dos o tres pesos de ore, 0 96 la posteridad. A 1, y no a otto, parecia destinada la conquista del Peru. Era hombre para tanto. Cortés, mds educado y de mejor linaje que la mayoria de sus compafieros de herofsma, es también el mas habil como politico, aunque se parezca al més torpe en la estrechez del fanatismo religioso. Habil, enérgico, ultracre- yente, se parece un poco a Cromwell, salvo en cl aspecto sombrio del Pro- tector, Cortés, por el contrario, es amigo de la risa, de las mujeres, del lujo. Es liberal, oportunamente liberal, con sus amigos y tenientes. Lo que no empece que petsiguiese el oro como el que mds. A veces roba en el re- parto a sus capitanes. Piensa con suma discrecién. Sabe cdmo conviene ttatat a los hombres. Escribe con soltura. Adotna y abrillanta sus acciones cuando las refiere por escrito; miente en politica y tata en sus Relaciones de en- gafiar a los reyes y a la posteridad."' Tuyo Ja doble fortuna de un magnifico teatro pata desplegar sus virtudes politicas y militares y la de llevar consiga a un capitén letrado, Bernal Diaz del Castillo, que iba a inmortalizarlo. Pizarro es muy inferior a Cortés, a quien suele compardrsele. No carece de una despejada inteligencia natural, aunque nadie mas inculto; tampoco carece del temple heroico de Cortés y Balboa, ni de una férrea voluntad. Pero es pérfido, ignorante, fandtico, ingrato, avaricioso, cruelisimo. No tiene nociones de politica. Carece de grandes virtudes guerreras, aparte la osadia y el natural imperio del caudillo, que tiene como ef que més. En su vida no existen paginas militares como el sitio de Tenochtitlan, por Cortés. Tales son, a grandes Iineas, algunos de los principales conquistadores. Habria que agregar rasgos de la hidaiguia de Hernando de Soto, mejor que algad la mano del negocio e soltaros hemos la mitad de la que nos debeys en lo que se ha gastado. ‘A esto replicé Pedtarias, riéndose de mala gana, e dixo: —No lo perderfedes todo e me dariédes 4.000 pesses. E Almagro dixo: —Toda lo que nos debéis os soltamos, ¢ dejadnos con Dios acabar de perder o de ganar... —éQué me dareys demas desso? —Daros he 300 pessos—dixo Almagro muy enojado; e juraba a Dios que no Jos tenia, pero quél los buscaria por se apartar dél e no le pedir nada. Pedrarias replicé e dixo: —E aun 2.000 me dareys. Entonces Almagro dixo: —Daros he 500. —Mas de 1.000 me dareys—dijo Pedrarias. E centinuande su enoxo, Almagro dixo: —Mill pessos os doy, ¢ no les tengo; pero yo daré seguridad de los pagar en el término que me obtigare. E Pedrarias dixo que era contento, E assi se higo cietta eseriprura de concierto... E desta forma salié (Pedrarias) del negocio. Historia general y natural de as Indias, iskas y tierra firme del mar Océano, por el capitin Gonzato FERNANDEZ DE Ovreno y Vavoes, vol. ET, pags. 119-120. Ed. de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1853. \lV¥éase Cartas de Relacién, cn la Biblioteca de Autores espafioles: Historiadotes de Indias, tomo I, pags. 1-153. Edicién Rivadeneyra. Madrid, 1852. o7 la mayor parte de aquellos hombres tertibles; y otros rasgos de Las Casas, el encendido apéstol del bien, “Angel de la guarda de los indios”. Aquellos conquistadores —por lo general hombres nerviosos, biliosos, im- pulsivos y espiritus sin complicacién— tendrén, aparte de especiales carac- teres psicolégicos del grupo —como la hiperestesia de la tapifia—, caracteres fundamentales de la raza a que pertenecen, En rigor, la hiperestesia de la rapifia era lo caracteristico en ellos; la ra- pifla en si, no; esta flaqueza ha tenido siempre su nido, en Espafia y en América, a la sombra de las funciones publicas. Alli parece que tal abuso no merece nota de infame. Un profesor de sociologia en la Universidad de Madrid, que a pesar de ser profesor universitario ¢s hombre de positivo mé rito, opina que el afan de Jucro cs una de las caracteristicas temporales del espafiol.'” Otro profesor, un profesor hispanoamericano, le descubre a su turno avidez adquisitiva y prodigalidad, “avidez de adquirir e incapacidad de retener”." Francesco Guicciardini, embajador de la Sefiorfa de Florencia cerca de Fernando ef Catdlico, en la segunda década del siglo xv1, observd a los espafioles de aquel tiempo con agudeza florentina, y, a este respecto, dice: “E benché @ sappina vivere col paco, non sono perd sanza cupidita di guadagnare; ang souo avarissimi e non avendo arte sono alli a rubare’ Buenos espafioles, los conquistadores serin vanidosos y sobrios, despd- tcos y democraticos, individualistas y religiosos, corajudos y fatalistas. Se- rén vengativos micntras dura el impetu de la pasién, que dura macho; serdn duros consigo mismos y con los demds; serin amigos de ceder a la suerte una parte muy amplia en toda empresa; serdn mds guerreros que militares; serin imprevisores, intolerantes, carentes de sensibilidad, malos politicos, pésimos administraderes; scrén incapaces de transigir en cuanto imaginen lestonado el honor y aun el orgullo. Y por encima de todo, serin hombres de presa. i EL RENACIMIENTO ESPANOL Fue un momento de hipecheroicidad nacional el Renacimiento espaiiol. Fs decir, no el momento en que, a ejemplo de Italia, empezaron a florecer las arics —momento que se rerardé para Espafia hasta los dias en que se inicia y acenttia su decadencia politica—, sino la épaca en que empexd a brillar en Europa el espiritu moderno. 128aLes ¥ Ferri, ob. cit., pig, 32, Bunce, ob. cit., pag. 40 DIRELAZIONE Di SpaGna, en Opere inedite, vol. VI, pags. 276-277. Firenae, 1864. 98 E! Renacimiento italiano, como producto de una raza estética y resurrec- cién de anhelos culrurales y tradiciones de arte y de ciencia grecolatinos —que un dia fueron en cl mismo suelo de Italia realidad histérica—, significd un despertar, un renacer, como su nombre indica, de lo que alli y en Grecia hubo un tiempo; y predujo hombres extraordinarios en diversos érdenes de actividad, mayormente dentro de la ciencia y el arte. Fl Renacimiento espafiol, no. Cada pais tora su jugo de su propio pasado, y da sabor y cardcter a sus distintas etapas de civilizacién con su propia sustancia. Espafia es pais de tradiciones guerteras mds que culturales. Si Espaa apa- rece come centro de cultura en Europa, en tiempos del califato de Cérdoba, esa cultura extranjera, no racial, fue obra y reflejo de otros pueblos, y de- saparecié a mano airada cuando los drabes no dominaron sobre Ia tierra de Espafta. Lo que no significa que Espatia dejase de tener en absoluio tradi- ciones culturales propias. Su espiritu democrdtico, por ejemplo, se adelanié en legislacién y aun en las costambres —recuérdense las behetrias— al de to- dos fos pueblos de Europa. El Renacimiento espaiol —el Renacimiento art{istico— sélo cuenta con un solo gran genio literario: Cervantes. Pintores, muchos y de mucho talento hubo entonces; entre cllos Velazquez, el Cervantes del pincel. Escultores, menos: el genio artistico de Espafia no cuaja en piedra de estatuas con la espontaneidad que se ptoduce en la expresién pictérica. Pero la inmensa ma- yorfa de los artistas de Espafia, ni en aquella época ni después, han sido por lo general renacentistas, en el sentido itdlico; no fueron resurrectores de Grecia y Roma; no fueron apolineos ni dionisiacos; no fueron, en una pa labra, paganos. Continuaron la Edad Media, LE] espfritu pagano aparece en Italia aun en las obras de les mas catdlicos artistas y aun en el gusto y las preferencias de Jos mismos Pontifices de Ia Cristiandad, En Espafia el sentimiento catélico es tan profunde, que no deja brotar Ja encendida Ilama pagana. Las vitgenes sevillanas de Murillo pueden parecer sensuales; pero, jqué diferencia con las madonas de Rafael! Espafia, cuando esculpe o talla en madera, no se enamora de fas formas apo- lincas de Donatello, sino de fas flacideces y magruras del San Francisco, de Alonso Cano. Sus imagineros esculpen unos Cristos terriblemente agénicos y trdgicos como el Cristo anSnimo de Limpias, como Jos Cristas sevillanos de Monrafids y su escuela: el de la Expiracién, por ejemplo, que se venera en una iglesia del barrio de Triana. Su pincel se complacera en los santos de Zurbardn, en los Crueificados de Morales, en los monjes de Ribera, que son fa antitesis de aquellas ninfas del Corregio, de aquellas Venus de Tiziano, de aquellas madonas de Rafael. Al genio de Castilla, antes que lo sensual, lo mueven Jo heroico y lo. ascético; no las pasiones blandas, sino las pasiones fuertes. Castilla es pueblo que mata por amor y sufre por placer." BSLos ascetas no los ha habido solo en Mspafia, pero en Espata ham florecidy con exu- 99 Es guerrero y religioso: ya lo hemos visto. Su mirada tesbala fécilmente por encima de las bellas formas, y se pictde, sombria, en la eternidad. La cternidad del dolor ptincipalmente, representada en el mito infernal, lo subyuga, como pueblo de hondo sentir catélico. La comprensién ce- fiuda de la vida —considerada Ia vida como incémodo puente para entrar en el més alléa—-, la preocupacién de ultratumba, se transparenta no sdlo en el arte espafiol de la Edad Media, sino en el arte espaiiol del Renacimiento, E] mejor escultor europeo de Jas postrimerias del siglo x11 fue un espa- fol. La epopeya de marmol del escultor Mateo, ese Danie de Ja piedra, repre- senta, en el Pértico de la Catedral de Compostela, el espfritu tr4gico y férvido de una Espafia enérgica y ercyente. Otro arte, en la misma época, lo externa mejor: la arquitectura; aun considerando el cardcter de aquellos tiempos, comin en casi toda la Europa occidental, mayormente en los de raza y civilizacién latinas. Las mds anti- guas catedrales de Espafia tienen aspecto severo, no sdlo de formidables casas de oracién, sino de monumentos militares: lo mismo las del Este de la Peninsula: Tarragona, Sigtienza, Lérida, Tudela, que las del Oeste: Toro, Zamora, Salamanca, Ciudad Rodrigo. Una de estas Catedrales, la de Avila, en el corazdn de Castilla, extrema la nota: basilica por un lado, baluarte por el otro, se inicia en el porche como un templo, y concluye, por el dbside, come una fortaleza. En el Renacimiento scurre igual, Aun los imitadores o seguidores del genio italiano, conservan en Io fntimo cierto sentido antirrenacentista, cierta preocupacién de mds allé. Una de las mds célebres estatuas yacentes del Renacimiento espaiiol, una de aquellas estatuas que la piedad y el arte acos- taban sobre la piedra de los sarcdfapos, la escultura del cardenal Tavera, por Berruguete, en la Catedral de Toledo, zqué representa, en suma? La mara- villosa piedra esculpida representa la preocupacién ultraterrena de una raza creyente y enérgica. Aguellas manos, aferradas al béculo autoritario, son las de un acerado in- quisidor. Los que saben ver pueden descubrit, y han descubierto, en la cara del Cardenal, algo més que el rostro de un caddver: el rostro mismo de la Muerte. La csculiura de la muerte, sorprendida en cl rostro de un. prelado; Ja idea Jeopardina de Ja‘infinita vanidad de todo, hecha piedra de sarcéfago sobre los huesos de un atzobispo y en simbolizacién de un cardenal, de berancia; y equé es el ascetisimo, en suma, como se dijo atrds, sino violencia ejercida contra sf mismo por placer, la renuncia voluntatia de cuanto es grato al hombre? Los celos espajioles son conacidos: el novia o la novia celosos matan, El teatro clisico es un prolongado ascsinato, por cuestiones de honor, en que el orguilo esté per encima del sentimiente ameroso. Verhacren habla de una Espafia nepra, de la Espafia dramdtica que pinta Regoyos, de una Espaiia con fa fascinacién de la muerte. A Bartés le patece que los espafoles gozan con los sufrimientos de Cristo. La condesa d’Aulnov, cn 1692, refiere que con_frecuencia Hlagcladores o autoflageladores iban por calles y plazas propindndose zurras, Despertaban Ia admiracién de las mujeres. Y cuande un flagelante encontrdbase una mujet bonita, se daha hasta sangrat. La bella consideraba la azotaina como un ho- menaje galante, y cl hombre gozaba cn rendirlo. 100 aquel cardenal, de aquel inquisidor, de aquel principe de la fe, de aquel amigo de reyes, de aquel poderoso de Ja tierra, cexiste nada mas dramdtico? Tan emocionante es la idea, que ha tentado a muchos. Ya en el Campo San- to de Pisa advertimos, en el fresco de Orcagna, que la Muerte, desdefian- do a los miseros, sale al encuentro de los felices y podetosos. Pocos han en- catnado tal antitesis con la felicidad de este espaficl, por encima de cvyo espirity personal estuvo y estd presente, en aquella obra maestra, el espiritu del pueblo hispano. En las letras espaiolas del Renacimiento, de antes del Renacimiento y de después del Renacimiento, sucede como en otras artes: falta el sentido pa- gano de la vida. El sensualismo italiano que hace refr a Boccaccio en los De- camerones florentines, y que produce toda una literatura desde Aretino hasta Casanova, no aparece, sino por excepcién —recuérdense el caso del Ar- cipreste de Hita, la Celestina, el romance de Delgadina, ete—, en la Espajia de Teresa la abulense, arrebatada histérica, mistica conceptuosa, ‘‘que mue- re porque no muere’’% En letras, en arquitectura, en escultura, la energia va hasta la dureza. Falta quizés un tinte de [o que Goethe Iamé “la indispensable sensualidad”; pero en cambio, jqué vigor! El genio de Espafia, aun en literatura, aun en arte, resulta heroico, ¥ la época de su renacimiento, o que corresponde a la época del Renacimienio en Italia, fue la época de su hiperheroicidad. Tampoco produce Espafia entonces ni después en niimero plural el genio, en cuanto hombre de accidn; pero, jqué cantidad de hombres geniales! Algo semejante, si no idéntico, a lo que ocurridé en Italia con Jos artistas, ocurrid en Espafia con los soldados. Italia tuvo la fortuna incomparable de producir a un tiempo a Leonardo (1452-1519), a Miguel Angel (1474- 1563), a Rafael (1483-1520), al Tiziano (1477-1576), al Corregio (1494- 1534). Y desaparecido apenas este almdcigo de genios, lo sucede otra gene- racién de excelsos artistas, los pintores de la escuela bolonesa; los Carrachio, Guido, Dominiquino, Guerchino, ete. El vientre de Italia no estaba aun fatigado de tanta fecundidad, 18La diferencia entre un espafiol y un italiano en la época de Catlos V se advierte, eatre otras cosas, en detalles al parecer insignificantes. El castellano artanca o cotta los arboles para fefia y no los resiembra. El castellano no se cuida de Hbros. En cambio, el italiano, con una sensibilidad superior y de una civilizacién ya mas madura, ama los libros y ama los Arboles. Micer Andtés Navajero escribc en una de sus cattas a su amigo el caballero vene- ciano Juan Bautista Ramusio, con la esperanza de que, al restituirse a ftalia “pasemos una buena parte de la vida con nuestros libros”. (Carta del 12 septiembre 1525), y en otra dice al propio corresponsal: “Nada deseo tanto como tener a Murano y fa Selva bien plantados de drboles cuando vuelva. Quiero en la Selva tener una arboleda plantada en filas muy derechas y con caminos iguales... Os maravillard que con las ocupaciones que tengo y con su importancia me ecupe en estas menudencias”. Y agrega: “La planta que os envié con Jos naranjos dulces era de Ladano... Aqui hay muchos mentes Ilenos de esta planta, y al pasar por cllos da tal olor que matavilla”— Carta desde Sevilla, a 12 de mayo de 1526. Obra citada, pags. 379-380, 101 Pues alea semejante sticede en Espafia con los guerreros. Espaiia produce cast_a un tiempo a les hombres de Italia, de Flandes, de América. El genio guerrero estd Jatente en las entrafias de la Nacién. Para Ja espontaneidad caudalosa y verdaderamente admirable de un Lope de Vega, en punto a le tras, jcudnto Lope de Vega de la espada! Lope de Vega es Gonzalo de Cér- sleba; Lope de Vega es D. Tuan de Austcia; Lope de Vepa es Pizarro; Lope cle Vega es Cortés, Quizd no hubo un Cervantes entre les soldados; pero la Nacién estaba constantemenie dando a lu: ducante poco menos de un sigh, a esos hombres de epopeya, que vencicron a los franceses en Pavia, a los italianos en Roma, alos turcos en Lepanto, y que extendicron Ta bandera espafola sobre Portu- gal en Luropa, sobre Ordén en Africa, sobre las Filipinas en Asia y sobre grandes archipiclagos de los grandes mares. sta hiperhetoicidad de Fspaiia, incubada en las guerras de pattia y reli- gién contra el moro, tivo un momento de culminacién. Este momento fue el espacio de tiempo que va de fines del sinjo xv a promedios del siglo xv1. Esa culminacién de hiperheroicidad colectiva se encontré con la insospecha- da fortuna de un teatro tinico e inmenso para expandirse, lejos de las tra- bas de un Gobierno vigilante y lejos de Ja civilizacién originaria, En Europa hubiera sido imposible la epopeya de los conquistadores, con los cavacteres que le dan sello entre las demas epopeyas que ha realizado Ja aucdacia humana. Europa, poblada casi toda por razas!? semejantes y en grado mas o menos semejames de evolucidn social, hubiera sido dbice a la expansién de tantas deslumbrantes personalidades, cuya accién iba a desenvolverse sin sujecién de ninguna indole, sin respeto a leges divinas o humanas. Este campo unico, en la [istoria, fue cl desconocido continente que com- pleté la peograffa del planeta, poblado por razas antipodas de la entopea; ese campo unico abierto a [a audacia espafiola fue la vasta Ameézica, desde el Mississipi, tumba del caballeresco Hernande de Soto, desde las tierras de La Florida, donde el viejo Ponce de Ledn busca la fuente de Juvencio, hasta la Araucania de Valdivia v el Esurecho de Magallanes. ISe repite que se usa ie oefabra em av: tuo restricta oy vulgar, no en sentido antro poldgico, Ha II CLASE SOCIAL A QUE PERTENECEN LOS CONQUISTADORES Y¥ OBSTACULOS QUE VENCEN cA qué clase social pertenecen Jos conquistadores? Pertenecen a las cla ses humildes, al pueblo, Entre los primeros descubridores y conquistaderes no hay un solo nom- bre de familia ilustre, y se comprende que no Io hubiera. No iban a ser los bienhallados los que se Ianzasen los primetos a scmejante aventura. A seme- janie aventura se lanzaren aventureros: los que nada posefan, los que nada valian; los pobres diablos; la carne de sacrificio y de cafidn. éQuién es Pizarro? Un porquere de Trujillo, hijo de nna cortesana. é@Quién es Herndn Cortés? Un soldadito de Infanterfa, un andénimo de Me- dellin, ¢Quién es Vasco Niifiez de Balboa? Un mancebillo disoluto de Jerez, un criado de don Pedro Portocarrero, sefior de Moguer. ¢Quién es Diego de Almagro? Un expésito a quien se encuentran en cl claustro de una igle- sia, en Almagro. Y asf los demas, aun los mayotes. Valdivia era un bocado de carne de cafén en las guerras de Carlos V: ni siquiera se sabe a punto fijo dénde macié, Belaledzar era un cualquiera: ni siquiera se Ilamaba como se Ilama. Su nombre, en ¢fecto, era Moyano. ¢Alenso de Ojeda? Un osevroa hijo de Cuenca; tan oscuro, que ni su pueblo natal guarda constancia de su nacimiento, ¢Pedro de Alvarado? La Historia ignora sus otigenes, su mocedad, su pueblo, la fecha de su nacimicnto.® No lo mas rico y bienhallado socialmente, pero si lo mas joven, lo més audaz, Jo mds vigoroso de la nacidn espafiola se lanzd a los mares y desem- bared en América, para apederarse por propio esfuerzo del continente des- conocido que un pufio de osadisimos argonautas acababa de descubrir en los mares de Occidente. Los descubridores y conquistadores del siglo xvi fueron alga semejante a los inmigrantes del siglo xx: gente desvalida y audaz que va en pos de for- tuna. Pueden equipararse: unos y otros son conquistadores. Por lo comtin, en aquel tiempo, lo mismo que en nuestros dias, grandes nombres espafioles no van a América; alli se forjan. Entonees, como ahora, los mds audaces, los 138Pedro Arias de Avila, hombre de viso en Segovia, a quien los rudos ¢ iletrados hé- toes de la conquista desfiguraran el nombre, Hamandole Pedrarias Davila, con el que pasa a la Historia, vino cnviado por cl Rey a la costa occidental de Ticrra Firme, al frente de una escuadra numerosa, gQué hizo aquel pérfido? Asesinar a Balboa. El nombre de Garcia de Paredes sucna en la conquista de Venezuela. ¢Era el bravo soldado de Italia? No. Era un hijo natural del bravo espafiol, aunque no menos btavo que su padre. Hernando de Soto. el héroe del Pera y de la Florida, tan generoso con Atahualpa, ya preso, que le hacta al pobre Inca la caridad de su compafila y Jo ensefiaba a jugar al ajedvez, cra un hidalguillo de provincia; pero el prande y benemérita nombre de este humano conquistador no es de familia: comienza en él. 103 que encuentran estrecho a su ambicién el horizonte patrio son los que emi- gran. Por eso el ¢spaiiol fuera de Espafia es superior al espafiol dentro de Espaiia. Fue mds tarde, a Ja hora de aprovecharse de ta obra heroica det pueblo, cuando aparecen nombres alcurniados: liegan pata ser virteyes, capitanes generales, arzobispos, encomenderos; es decir, tirarios y ladrones, y alguna vez, por excepcién, benefactores de las nuevas sociedades. E] conquistador primitive representa en América la democracia. Advenedi- zos como Pizarro se encanecen con el titulo de marqués, creyendo en su épica ignorancia que titularse marqués puede engtandecer al conquistador del Peri, sin reparar que los marqueses son muchos y los Pizarro pocos. Pero ese marqués de padre desconocido; es¢ noble, hijo de una cortesana, es, hasta por su aficién al titulo, entrafia popular palpitante. Los otros Pizarro, Io mismo que Lope de Aguirre y los demés insurgentes contra el despotismo de Felipe II y sus procénsules, gqué representan? Reptesentan ef espiritu liberal de Ja antigua Castilla contra la absorbente au- tocracia austriaca, y el primer alboreo, los primeros sintomas de la emanci- pacién de América contra la coaccién de la Metrépoli y de sus agentes ul- tramarinos.'” Después de los conquistadores, que obran ante si y porque si como una fuerza de la Naturaleza, y que son, en realidad, la fuerza del pueblo, Ilegan los administradores, los representantes, no del pueblo, sino de la Sacra Real Majestad, aquellos virreyes de capa de grana que, segtin la legislacién en- tonces vigente, representaban la persona misma del Rey, ya que cl Rey, no pudiendo estar en todas partes, impuso Ja ficcién de subdividirse en virre- yes.” 3 Avisote, rrey espafiol —eseribe Lope de Aguirre a Felipe II—, que estos rus zeynos de Indias tienen necesidad que aya e rectitud para tan buenos basallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir mds las crueldades que usan tus oydo- res ¢ visorey e governadores, e salido de hecho con mys compafieros, cuyos nombres des- pués diré, de tu obedyencia, y desnaturarnos de nuestra ticrra, que cs Espana, para barerte en estas partes la mas cruel gucrra que nuestras fuerzas pudieren sustentar e sufrir”. Tiempo adelante, Lope de Aguirre, consciente de que tiene derecho a insurreccio- narse contra la tirania, al revés de lo que se ¢teia entonces, escribe en la isla de Marga. rita al provincial Montesinos: “Hacer la guerra a Don Felipe, Rey de Castilla, no es sino de generasos de grande animo”. '4Vdase Politica indiana, compuesta por el doctor don Juan pe SoLGRzaNo PEREIRA, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de! Rey nwestro Sefior en los Supremes de Castilla y de las Indias. En Ambetes, por Henrico y Cornelio Verdussen, mercaderes de libros. Afio MDCCIIT. —Se Jes debe obececer como al mania Rey—dice Soléranno— Lo que hacen lo debemos juzgar come hecho por ef Monarca. “Aun cuando exceden sus poderes ¢é instrucciones sectetas se les ba de obedecer como al propio Rey...” (Libro , capituia XIT). Ademds de este gran comentarista de 1a legislacién entonces vigente para las Indias, constiltense las mismas leyes (Lébvo IIL, Titulo X, Ley 1° y siguientes) para conocer Ja importancia de los virreyes y su latitud de gobierna, Respecto a las restriccfones en el ejercicia del mando, el mismo comentatista y las 104 Cumple e] conquistador las mayores aventuras heroicas con la mayor sim- plicidad. Como si hiciese la cosa mds natural del mundo, descubre el Mar Pacifico, descubre el Amazonas, descubre el Orinoco, descubre el Mississipi, descubre el Plata, trasmonta los Andes, bordea los volcanes del Ecuador, atraviesa las pampas y Jos desiettos de la Argentina, los Ianos de Venezuela, las altiplanicies de México, de Colombia, de Bolivia; pasa por el Brasil desde el Atléatico hasta La Asuncién; duerme entre las cdlidas ciénagas, con el agua a la axila, y entre la nieve de los pdtamos con el hielo por al- mohada; Iucha contta la Naturaleza; vence a los indios; resiste a las flebres palddicas; brega con sus propios compajieros en choque de ambiciones con- trarias; padece la desnudez, el hambre; vive, en suma, una vida cuyo des- canso es pelear, como 1a del héroe cantado en el Romancero. HI IGNORANCIA El conquistadot es ignorante. La excepcidn fue el letrado, el poeta, el cro- nista, que también Ios hubo. Letrado fue Jiménez de Quesada; poetas fue- ron Ercilla y Juan de Castellanos; cronista fue —jy qué maravilloso!— Berna! Diaz del Castillo. La ignorancia del conquistador es, por lo comin, extrema. Algunos de los mds notables no saben ni siquiera firmar: Pizarro, por ejemplo. Semejante deficiencia de instruccién no era entonces tan chocante como ahora. No por eso atesta menos contra la ignorancia supina de Pizarro, Lo que podria argiiirse, y se estaria dentro de la verdad, es que la supina ignorancia de Pizarro era cosa generalizada en la Espafia, en la Europa de mismas Leyes de Indias dan luces, amén de los historiadores. Las Audiencias eran el mas poderoso contrapeso del poder virreinal. ¥Y como la més conspicua sancidn 2 la admi- nistracién de estos precdnsules o sdtrapas del imperio hispano, existian los llamados Juicios de Residencia, mas de férmula que de otra cosa. Un virrey del Pert

You might also like