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LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAZ

Pedro Conde Sturla

Confieso que la noticia me sorprendió agradablemente, no


deja de sorprenderme. La obra de Junot Díaz, La breve y
maravillosa vida de Óscar Wao (2007), ha sido galardonada con el
premio Pulitzer 2008 (el mismo que le negaron a Truman Capote
por su colosal novela A sangre fría), ha sido traducida a 24
idiomas y ha dado la vuelta al mundo, a una parte del mundo en
menos de un año. Ha dado la vuelta al mundo en poco más de los
ochenta días que les tomó a los personajes de Julio Verne y al
dilecto Cantinflas en la película memorable en que el glorioso
mejicano dejó chiquitos -como dijo Cabrera Infante-, a los grandes
actores que lo acompañaban en el mejor momento de su carrera. Se
trata de la vuelta al mundo en ochenta Díaz o de la vuelta al Díaz
en ochenta mundos, como quería Cortazar.
El episodio me recuerda el caso de Heminguay. Pero
Hemingway era ya mundialmente famoso cuando cedió los
derechos de “El viejo y el mar” a la infame revista Life y vendió
cinco millones de ejemplares en varias lenguas en un solo fin de
semana, si mal no recuerdo.
García Márquez no tuvo tanto empuje publicitario. Anduvo
con algunas de sus obras bajo el brazo durante años en busca de un
editor, y el reconocimiento de su valía como escritor fue un
proceso más lento. Publicó humildemente Cien años de soledad en
una editorial americana de América del sur, que es la mayor de las
Américas, y sus lectores poco a poco la catapultaron a la fama y
luego al boom de la literatura del continente mestizo, junto a las
obras del consagrado Carlos Fuentes, junto a Julio Cortazar, Mario
Vargas Llosa y otros insurgentes, dejando en manos de las
empresas que editaban esas obras un negocio que no sabían,
momentáneamente manejar porque se les iba de las manos.
Sin embargo, Cien años de soledad fue un acontecimiento
literario inaudito y casi cosmogónico que dividió al mundo de las
letras hispánicas en un antes y un después. “Es la obra más
importante escrita en español después de El Quijote”, dijo nuestro
gigante Juan Bosch en una cita citable. Un juicio que comparto al
cien por ciento.
En términos de lanzamiento editorial, la obra de García
Márquez, y ni siquiera la de Vargas Llosa, pueden compararse a la
monumental campaña publicitaria con la que ha sido favorecida la
inteligentísima, original y muy apreciable novela de Junot Díaz.
De hecho, pocas veces se ha producido un fenómeno
propagandístico comparable al que ha realizado el conocido
monstruo editorial Vintage Anchor Books (división de Random
House, Inc.), una operación de tal magnitud que ha permitido
lanzar a la gloria, al firmamento de las grandes estrellas de la
literatura al casi novato Junot Díaz, y promueve su obra como la
primera Coca Cola del desierto, traducida a los más importantes
idiomas del planeta.

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Todo, en el montaje publicitario de la obra de Junot Díaz es
hiperbólico y exagerado, la “exageración convicta” de la que
hablaba una vez Mario Benedetti en sus Letras del continente
mestizo.
Como dice Rosa Montero en La loca de la casa, “Ya se sabe
que hoy los libros forman parte del mercado y son vendidos con
técnicas comerciales tan agresivas como las que emplean los
fabricantes de refrescos o de coches. Lo cual tiene sus cosas malas,
pero también algunas buenas: por ejemplo, que los libros llegan a
más gente; o que, al estar dentro del mercado, están dentro de la
vida, porque hoy todo es mercado, y si la literatura permaneciera
totalmente al margen quizá se convertiría en una actividad elitista,
artificiosa y pedante. Pero las cosas malas que esta situación
conlleva son desde luego muy malas”. Se imponen, en definitiva,
los intereses mercuriales. Ese es el quid del asunto
Según Rosa Montero “Esto es una consecuencia de la
obligatoriedad del éxito comercial, que se ha convertido en un
requerimiento casi frenético. Se diría que hoy la única medida del
valor de un libro es la cantidad de copias que vende, una
apreciación a todas luces absurda, porque hay obras horrendas que
se venden a mansalva y libros estupendos que apenas si circulan
(lo cual no quiere decir, naturalmente, que los libros buenos sean
por definición los que no se venden y los libros malos los que sí:
esa es otra mentecatez del mismo calibre que estuvo de moda hace
algunos años).”
El valor de la novela de Junot Díaz no lo pongo, sin embargo,
en duda, no está en dudas. Es una obra valiosa, valiosísima. Pero
una cosa es la publicidad comercial y otra la literatura. Por eso he
querido empezar por el principio, separando una de otra antes de
aventurarme en La breve y maravillosa vida de Óscar Wao.

***
El exordio literario de Junot Díaz, un libro de relatos
titulado en español Negocios (1996), anunciaba parcialmente su
talento de narrador y nada más. El exagerado éxito de crítica y

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ventas lo atribuyo simplemente a esos mencionados mecanismos
de promoción de los Persuasores ocultos de los que habla Vance
Packard en su famoso libro. Otros cuentos muy superiores ha
escrito Junot Díaz desde entonces, con una técnica que anticipaba
el estilo, los personajes y recursos con los que construyó el
andamiaje de la novela que lo ha consagrado.
La breve y maravillosa vida de Óscar Wao arranca y termina
con dos historias paralelas en diferentes planos. Una es la historia
que cuenta la novela propiamente dicha, una trágica saga familiar
en la que no me parece que Óscar sea el personaje más importante
ni el más elaborado. Otra es la historia a pie de páginas, historia
patria o mejor contrahistoria, porque el punto de vista de Junot
Díaz no se acomoda al enfoque tradicional.
Ambas historias, la tragedia familiar y la tragedia
nacional, tienen como telón de fondo una fina red de referencias
del “ámbito y penumbra” -como diría Manuel Rueda-, de las tiras
cómicas, el cine, la literatura y múltiples referencias culturales y
“subculturales” (si acaso existe tal cosa) que aparecen debidamente
organizadas en un Glosario en las últimas páginas del libro.
Nada se mueve allí, en la alucinante y no “divertida” novela
de Junot Díaz, al margen de ese inmenso telón de fondo contra el
cual o sobre el cual se proyecta toda la narración, al cual todo
remite o alude. Imágenes, metáforas y otras figuras de dicción son
las de un autor que se ha curado de todos los lugares comunes de la
lengua tradicional y el buen decir e incurre originalmente en
lugares comunes provenientes de fuentes inauditas, inauditamente
“extraliterarias” en el sentido clásico de la palabra. Hay que
imaginarse a Borges leyendo a Díaz, por ejemplo. ¡Qué desastre!
Su lenguaje provocador, agresivo, ofensivo, que a veces
parece enfermizo y no deja de serlo, perturba a “las buenas
conciencias”, a la crítica mojigata, santurrona, como una vez lo
hacía su admirado Henry Miller con sus famosos Tropicos que
merecieron la censura, el repudio de la moral del imperio
norteamericano que mientras tanto arrojaba millares de toneladas
de bombas moralizantes sobre la humanidad.

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Su magia está en el léxico, en la arquitectura lexical del
spanglish de los dominican York (gramaticalmente “bisexual”,
incorrecto, deslenguado), que sin embargo se deja traducir
decentemente, por lo menos en la cubanísima versión al
dominicano de Achi Obejas, si es un nombre ese y no un relajo,
como el del novelista Sealtiel Alatristre.
La historia se articula en tres partes y ocho capítulos,
más una introducción y una carta final que conducen del pasado al
presente y viceversa, y de New York a Baní y Santo Domingo
continuamente, y en sus páginas desfilan, en general, seres
fracasados o víctimas de la intolerancia racial y política,
perdedores de una densa calidad humana como Óscar, la madre, la
hermana, los abuelos. La única excepción es Yunior, un narrador
no omnisciente, un papi chulo, un tipo exitoso, al menos en asuntos
de faldas.
Aunque Junot Díaz dedicó el título de su novela a Oscar
Wao, el personaje más acabado, trágico y complejo es la mamá,
Hypatía Belicia Cabral, que está buenísima. De hecho, me parece
que el personaje Óscar es poca cosa respecto al personaje de la
madre. Evidencia irrefutable de que Junot Díaz sabe más de
mujeres que de hombres, cosa que habla a su favor.
Ninguno de los capítulos alcanza la grandeza e intensidad de
“Los tres desengaños de Belicia Cabral (1955-1962)”, un personaje
femenino fuera de serie, en el que Junot Díaz define su ideal de
belleza.
Las mejores hembras de la novela pertenecen al género
pluscuamperfecto, generalmente de piel cobriza o negra, altas, muy
altas, abundantemente teutónicas o sos-pechosas, tetuagenarias,
pero además culinarias, culombianas, con un kulovatio enorme, un
kulómetro cuadrado por trasero y piernas como columnas de
Hércules. Mujeres iguales a las que idealiza mi tocayo amigo, el
escritor y poeta peruano Pedro Granados.
Sólo la hermana de Óscar, la hermosa Lola, no es teutónica,
es sintética, pero con un fundillo notable, un kulofón:

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“Era como dos muchachas en una: un torso flaquísimo
casado con un par de caderas de Cadillac y el caminao de un burro
borracho.”
***
El traje de palabras que usa Junot Díaz para vestir y darles
vida a sus personajes es casi siempre novedoso y excéntrico. Así,
al describir a una mujer bonita dice que era “una reina de belleza
de proporciones venezolanas”, y en la descripción de la
metamorfosis de Belicia Cabral, su conversión de patito feo en
cisne encantador, emplea a fondo su sistema de referencias
culturales, dando lo mejor de sí:
“E invisible hubiera permanecido si en el verano del
segundo año de la secundaria Beli no hubiera ganado la lotería
bioquímica, no hubiera experimentado el Verano de sus
Características Sexuales Secundarias, no se hubiera transformado
por entero (ha nacido una belleza terrible). Si antes Beli había
sido una ibis desgarbada, bonita de una manera típica, para cuando
terminó el verano estaba hecha un mujerón, con ese cuerpo suyo,
esas formas que la harían famosa en Baní. Los genes de sus padres
difuntos habían desaparecido en una cabronada estilo Roman
Polanski. Como la hermana mayor a la que nunca conoció, Beli se
había transformado de la noche a la mañana en un portento menor
de edad, y de no haber estado Trujillo en sus erecciones finales, es
probable que hubiera enfilado sus ‘cañones’ hacia ella del mismo
modo que se decía lo había hecho con su pobre hermana difunta.
Que conste, ese verano nuestra muchacha desarrolló un cuerpazo
tan enloquecido que solo un pornógrafo o un dibujante de cómics
podía haberlo conjurado con tranquilidad de conciencia. Todos los
barrios tienen su tetúa, pero Beli las dejaba chiquitas a todas: era la
Tetúa Suprema. Sus tetas eran globos tan inverosímiles, tan
titánicos, que provocaban en las almas generosas compasión por su
portadora y hacían que cada varón en su proximidad reevaluara su
triste vida. Tenía los Pechos de Luba (36DDD). ¿Y que hay del
culo supersónico que les sacaba a borbotones las palabras a los
tipejos del barrio y arrancaba las ventanas de sus fokin marcos?

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Ese culo jalaba más que una yunta de bueyes. ¡Dios mío! Incluso
este humilde Vigilante, repasando fotos viejas, quedó estupefacto
al ver lo mamasota que fue en su época.”
Belicia, con su pesada carga de fracasos, igual que el resto de
la familia y del país, es víctima del fucú o fukú del Almirante, la
mala suerte, la “iettatura” o yetatura que –como he dicho otras
veces- aterroriza no sólo a los ignorantes, sino al pueblo en
general, a supersticiosos instruidos, de vasta cultura, entre los que
se incluyen destacadas figuras de la intelectualidad dominicana,
paladines de la libertad de prensa e incluso comunistas ateos y
disociadores que nunca llaman al Gran Almirante por su nombre y
si lo escuchan tocan madera como especie de conjuro,
repetidamente madera.
Evgueny Evtushenko, el famoso y jovial y curiosísimo poeta
ruso con el cual muchos compartimos gratos momentos en
memorables conversaciones, bebentinas y comilonas durante su
grata, inolvidable estadía en Santo Domingo, creo que fue el
primero en elevar a categoría literaria el termino fukú, que lo
fascinó desde el primer momento y le inspiró el libro homónimo,
un tributo de amor a la nación que lo acogió con extraordinaria
simpatía, publicado en 1988 por Bernardo Vega y muchas veces
citado por Junot Díaz como fuente nutricia. La narración de La
breve y maravillosa vida de Óscar Wao inicia precisamente con
una versión del fukú, que a veces, en la jerga alucinada y brillante
de Junot Díaz se confunde aposta con el fokiú, porque Junot es
Junot, un jodotnoso, un fokin narrador de orilla que le saca todo el
sentido a las palabras, especialmente a las malas si es que existen:
“Dicen que primero vino de África, en los gritos de los
esclavos; que fue la perdición de los taínos, apenas un susurro
mientras un mundo se extinguía y otro despuntaba; que fue un
demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de
pesadillas que se abrió en las Antillas. Fukú americanus, mejor
conocido como fukú, en términos generales, una maldición o
condena de algún tipo; en particular, la Maldición y Condena del
Nuevo Mundo. También denominado el fukú del Almirante,

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porque el Almirante fue su partero principal y una de sus
principales víctimas europeas. A pesar de haber ‘descubierto’ el
Nuevo Mundo, el Almirante murió desgraciado y sifilítico, oyendo
(dique) voces divinas. En Santo Domingo, la Tierra Que Él Más
Amó (la que Óscar, al final, llamaría el Ground Zero del Nuevo
Mundo), el propio nombre del Almirante ha llegado a ser
sinónimo de las dos clases de fukú, pequeño y grande. Pronunciar
su nombre en voz alta u oírlo es invitar a que la calamidad caiga
sobre la cabeza de uno de los suyos.
”Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que
fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadenó el
fukú en el mundo, y desde ese momento todo se ha vuelto una
tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero
del fukú, su puerto de entrada, pero todos somos sus hijos, nos
demos cuenta o no.”
Óscar pertenece a una familia de fornicantes de tipo
macondiano (el abuelo materno, la madre, la hermana, el novio de
la hermana, presumiblemente los tíos), en la cual representa la
excepción y no la regla. El infeliz está dotado de fina sensibilidad e
inteligencia, pero también de un físico extravagante que lo
incapacita para relacionarse socialmente y menos aun sexualmente.
Es el típico nerd, enemigo del ejercicio físico y el baile y las
fiestas, apasionado por la lectura y juegos de video, y sueña con ser
un gran escritor como Tolkien, el Tolkien dominicano. Es un tipo
marginal, un solitario, excluido, rechazado y autorrechazado, sufre
de fobia social y suele enamorarse perdidamente de muchachas
que han tenido un fracaso sentimental y convertirse en paño de
lágrimas. Óscar, en su nerdería, es demasiado lineal, demasiado
nerd, un estereotipo por excelencia, pero muy bien trabajado
literariamente, aunque nunca como la madre, ya lo he dicho. La
dimensión trágica de la madre es superlativa. Óscar es más patético
que trágico, es un idealista, “busca el amor desesperadamente”,
como se anuncia en la contraportada del libro, pero de ninguna
manera “quiere perder la virginidad como un típico macho
dominicano”. Él no quiere fornicar como la masa de personajes

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que lo acompañan en su novela. Él es un poco Madame Bovary al
revés. Para perder la virginidad y realizarse como macho le
bastaría una mujer del genero “puttanifero” como decía
elegantemente Vittorio Gassman en una de sus famosas películas.
Óscar busca el amor para hacer el amor, no fornicar, y lo consigue
al final valientemente a cambio de su vida. He aquí lo real
maravilloso en está novela del jodonísimo Junot Díaz. Construir un
ambiente sórdido, a veces tenebroso, en el cual se desenvuelve este
personaje que conmueve por su inocencia, un tipo casto en el
fondo, que preserva su virginidad y sus principios hasta alcanzar su
ideal, la meta de sus sueños. No es tan fiero el Junot como lo
pintan.
***
Las historias ocultas o disimuladas en La breve y maravillosa
vida de Óscar Wao se prestan a múltiples lecturas porque es una
obra abierta sobre un mundo cerrado, el de los doyo, los
dominicanyork del gueto de Washington Heights o del Bronx y
otros, que emplean el spanglish como “lengua defensiva” al decir
de Miriam Ventura, “lengua de la resistencia” que “los define a
ultranza”. Junot es el autor que les da voz, dice Miriam Ventura,
uno de ellos, y su libro es uno de esos libros que “guardan fechas
dentro de los actos de trasgresión de la palabra”, la palabra del
amo.
El spanglish que “contamina” el habla y la escritura y hace
rabiar a los puristas, es producto irreversible de un proceso de
“mestizaje” lingüístico “objetivamente condicionado”,
“históricamente determinado”, como decía Marx, muy parecido al
que “contaminó” a la lengua de Castilla (una “degeneración” del
latín) con miles de palabras árabes.
“El elemento árabe –dice Eric Santoni en su libro El Islam-
es, después del latino, el más importante del vocabulario español.
Un hecho de esta naturaleza demuestra con creces hasta qué punto
el árabe es esencial en nuestra cultura. Esos marroquíes que tan
altas tarifas pagan por cruzar la aduana de Algeciras, y atraviesan
aldeas o alquerías de La Mancha entre jaras, retamas, espliego y

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mejorana’ antes de llegar a arrabales donde encontrar una alcoba
con tabiques revestidos, tal vez, de azulejos, donde comer
albóndigas, alcachofas, aceitunas, alubias, y desde allí marchar a
trabajar a una tahona, un almacén, o a vender alfombras por las
aceras o a emplearse como albañiles, con los papeles en regla
otorgados por un alguacil, con el permiso del alcalde, y que con
fulano o mengano armarán buen alborozo cuando en una azotea se
cuente alguna hazaña celebrándola con arrope, alfeñiques o
albaricoques en almíbar, quizá entre el perfume de alhelíes,
azahares o azucenas, y aún con tiempo para jugar al ajedrez o
tocar el laúd antes de que el cielo azul o añil se acicale de
estrellas como Aldebarán, Algol, Vega..., pues bien, esos árabes
vuelven donde señorearon sus mayores, aunque algunos mezquinos
los tachen de gandules.
En esa lengua contaminada escribió Cervantes su libro sobre
nuestro señor Don Quijote, y en el despreciado “vulgar” italiano
Dante escribió La comedia, aquella que la posteridad llamó divina.
No tengo la menor duda de que en spanglish (“fusión
morfosintáctica y semántica del español con el inglés”, según
Wilkipedia), se pueden escribir obras maestras, si no se han escrito
ya, y oponerse a su uso es tan insensato como inútil. El spanglish
es un producto cultural y la cultura no es estática, vive a merced de
la historia, “objetivamente condicionado”, en un interminable
proceso de renovación y cambio y no surge de la voluntad o
decisión individual, sino de la interacción de comunidades y
pueblos con su medio. Los héroes no hacen la historia –decía Mao
Tze Tung-, la historia hace a los héroes. Junot no inventa el
splanglish, el spanglish lo inventa a él de alguna manera. Fue el
idioma que “pobló su vida”, como pobló el inglés culto la de
Borges, mutatis mutando (“cambiando lo que haya que cambiar”) y
guardando desde luego las distancias, que son muchas.
El universo podrido, la sociedad podrida, la vida miserable en
un país bajo las tiranías de Trujillo y Balaguer o en un gueto de
Nueva York, el racismo, el intervencionismo yanki, todo lo que
relata Junot Díaz en su novela (y que a muchos produce repulsión

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o agobio) es el fruto de experiencias de segunda y primera mano
que también poblaron su vida. Él las recrea con crudeza y en parte
las padeció, pero no es el responsable, él las denuncia. Picasso no
es el autor de Los horrores de Guernica, él los pintó. Contra esa
realidad que condena la novela de Junot Díaz combatieron algunos
de los que denigran la novela.
“La breve y maravillosa vida de Óscar Wao” es una obra
trágica salpicada de humor negro. Descalificarla por la crudeza de
su lenguaje o celebrarla por “divertida” me parece un equívoco.
Yo –confieso cínicamente- he dedicado parte de mi vida a la
docencia y parte a la indecencia, y nada de lo que escriba Junot
Díaz me escandaliza o sorprende porque creo en el ejercicio
libertario de la palabra, en la lucha contra el orden simbólico del
poder a través de la palabra que reconstruye otro orden, como hace
Junot Díaz.
Creo firmemente, como dijo un escritor norteamericano, que
la irreverencia, la herejía, el mal decir, el pensar diferente es
siempre un ejercicio de la libertad, “el vuelo del libre albedrío”.

***
La historia que se narra en las muchas notas a pie de páginas
de La breve y maravillosa vida de Óscar Wao, no tiene nada de
oculta o disimulada. Es una historia política, un ensayo de
interpretación de ciertos hechos que todavía hoy son objeto de
manipulación en textos canónicos escolares que evaden establecer
complicidades y llamar las cosas por sus nombres:
“1) Para aquellos a quienes les faltan los dos segundos
obligatorios de historia dominicana: Trujillo, uno de los dictadores
más infames del siglo XX, gobernó la República Dominicana entre
1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e implacable. Mulato
con ojos de cerdo, sádico, corpulento; se blanqueaba la piel,
llevaba zapatos de plataforma y le encantaban los sombreros al
estilo de Napoleón. Trujillo (conocido también como EI Jefe, EI
Ladrón de Ganado Fracasado y Fuckface) llegó a controlar casi
todos los aspectos de la política, la vida cultural, social y

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económica de la RD mediante una mezcla potente (y muy
conocida) de violencia, intimidación, masacre, violación,
asimilación y terror. Así llegó a disponer del país como si fuera
una colonia y él su amo. A primera vista, parecía el prototipo del
caudillo latinoamericano, pero sus poderes eran tan fatales que
pocos historiadores o escritores los han percibido, y me atrevo a
decir que ni siquiera los han imaginado. Era nuestro Sauron,
nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro Dictador para
Siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso,
tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría
podido inventarlo. Famoso por haber cambiado TODOS LOS
NOMBRES A TODOS LOS SITIOS HISTÓRICOS de la
República Dominicana para honrarse a sí mismo (el Pico Duarte se
convirtió en Pico Trujillo, y Santo Domingo de Guzmán, la
primera y mas antigua ciudad del Nuevo Mundo, se convirtió en
Ciudad Trujillo); por monopolizar con descaro todo el patrimonio
nacional (convirtiéndose de repente en uno de los hombres más
ricos del planeta); por armar uno de los mayores ejércitos del
hemisferio (por amor de Dios, el tipo tenía bombarderos); por
tirarse a cada mujer atractiva que le diera la gana, incluso las
esposas de sus subalternos, millares y millares y millares de
mujeres; por tener la expectativa, ¡no, por insistir!, en la
veneración absoluta de su pueblo (imaginen, la consigna nacional
era ‘Dios y Trujillo’); por dirigir el país como si fuera un campo de
entrenamiento de la Marina norteamericana; por quitar a amigos y
aliados de sus puestos y arrebatarles las propiedades sin razón
alguna, y por sus capacidades casi sobrenaturales.
”Entre sus logros personales se cuentan: el genocidio de los
haitianos y comunidad haitiano-dominicana en 1937; mantener una
de Las dictaduras mas largas y dañinas del hemisferio Occidental
con el apoyo de los Estados Unidos (y si hay algo en que los
latinos somos expertos es en tolerar dictadores respaldados por los
Estados unidos, así que no hay duda de que ésta fue una victoria
ganada con el sudor de la frente, y de la que los chilenos y Los
argentinos todavía se lamentan); la creación de la primera

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cleptocracia moderna (Trujillo fue Mobutu antes de que Mobutu
fuera Mobuto); el soborno sistemático de senadores
estadounidenses, Y no menos importante, la forja del pueblo
dominicano en una nación moderna (logró lo que no pudieron
hacer los entrenadores de las fuerzas militares durante la
ocupación).”
A su santidad Joaquín Balaguer, una figura que sido objeto
de endiosamiento y elevada a categoría de “Padre de la democracia
dominicana” con la complicidad de todos los políticos corruptos
que han pasado por el gobierno, Junot Díaz lo retrata con palabras
tan certeras como venenosas. La figura del abuelito dulce y
cariñoso que la iconografía oficial suele mostrar, emerge en toda
su tenebrosa podredumbre como un ser inmoral, sediento de sangre
y de poder, el verdadero y único Joaquín Amparo Balaguer
Ricardo (alias Elito o D’Elito):
“10) Aunque no sea esencial para nuestro relato en sí,
Balaguer es esencial en la historia dominicana, por lo que debemos
mencionarlo, aunque preferiría cagarme en él. Los viejos sabios
dicen: Todo lo que se menciona por primera vez llama a un
demonio, y cuando los dominicanos del siglo XX pronunciaron en
masa por primera vez la palabra libertad, el demonio que
conjuraron fue Balaguer (También es conocido como El Ladrón de
Elecciones -véanse las de 1966- y como EI Homúnculo) En los
días del trujillato, Balaguer era nada menos que uno de los
subalternos mas eficientes de EI Jefe. Mucho se decía de su
inteligencia (sin duda impresionó al Ladrón de Ganado Fracasado)
y de su ascetismo (cuando violaba a las niñas, se lo guardaba).
Después de la muerte de Trujillo asumiría el control del Proyecto
Domo y gobernaría el país de 1960 a 1962, de nuevo de 1966 a
1978, y otra vez de 1986 a 1996 (para esa época ya estaba ciego
como un murciélago, una verdadera momia viviente). Durante su
segundo mandato, conocido entre los locales como los Doce Años,
desencadenó una oleada de violencia contra la izquierda
dominicana, enviando a escuadrones de la muerte a eliminar a
cientos de personas y así alentó a millares a irse del país. Fue él

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quien supervisó/inició lo que llamamos la Diáspora. Considerado
nuestro ‘genio nacional’, Joaquín Balaguer era un negrófobo, un
apologista del genocidio, un ladrón electoral y un asesino de la
gente que escribía mejor que él; es notorio que ordenó la muerte
del periodista Orlando Martínez. Con posterioridad, cuando
escribió sus memorias, dijo que sabía quien había cometido el
criminal hecho (por supuesto, no él) y dejó una página en blanco
en el texto para completarla a su muerte con la verdad. (¿Cabe
decir impunidad?) Balaguer murió en 2002. La página sigue en
blanco. Apareció como un personaje compasivo en ‘La fiesta del
chivo’ de Vargas Llosa.”
Otra cita digna de mención es la número 11, una cita
estrambótica en la que relata con su peculiar desenfado e
irreverencia el triste destino de Galíndez, el célebre antitrujillista
vasco, a cuya tesis dedica un comentario que no califica como
humor negro porque es sencillamente funerario, cómicamente
macabro:
“11) Para abreviar la historia: cuando EI Jefe se enteró de la
tesis, primero intentó primero intentó comprarlo, como falló, envió
a su Nazgul principal (el sepulcral Felix Bernardino) a Nueva
York y, en cuestión de días, Galíndez se vio amordazado,
empaquetado y arrastrado a la Capital. Cuenta la leyenda que,
cuando despertó de su siesta de cloroformo se encontró desnudo,
colgando de los pies sobre una caldera de aceite hirviente, el Jefe
parado al lado con un ejemplar de la tesis ofensiva. (¡Y ustedes que
pensaban que la defensa de su tesis fue difícil!)”
En estas notas a pie de página, que no son marginales sino
parte integral de la obra (la otra historia en el mismo lienzo), el
autor parecería juntar toda su rabia para pasar revista y condenar a
la larga fila de cabrones, ladrones y asesinos de la peor especie que
en nuestra historia se han salido impunemente con la suya. Es un
texto definidamente político y castigador, un duro testimonio, un
acto de infinito repudio a los detentadores del poder, a ese poder
que ha denunciado valientemente “desde las entrañas del
monstruo”, como decía José Martí, a ese poder que otros no se han

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atrevido a denunciar. Junot Díaz habla duro contra el poder y habla
en contra de una forma específica del poder que es el poder de la
exclusión que muchos en el Imperio padecen en carne propia. El
mismo que denunció en un acto público con una frase en la que
brilla toda su inteligencia:
“Mi presencia aquí, o el éxito alcanzado habla igual de la
ausencia de los escritores negros y latinos en la literatura
norteamericana”.
Para terminar esta aventura en el mundo casi mitológico de
Junot Díaz (y en relación a ciertas críticas que se me han hecho),
me creo en el deber de recordar que, como he dicho otras veces
sólo escribo por envidia, soy envidioso, irremediablemente
envidioso, envidio el talento y lo celebro en la obra de Junot Díaz
porque me parece envidiable, envidiabilísima. He tratado, en estas
entregas, de acercarme a sus posibles sentidos siguiendo aquella
técnica de la “navegación del vuelo a vela”, de la cual hablaba
Vargas Llosa hace muchos años, técnica del acercamiento y
alejamiento que nunca agota los sentidos de la obra, los recrea. Son
opiniones más o menos organizadas en torno a un tema, simples
opiniones. Los juicios infalibles se los dejo a ciertos críticos del
patio, se los dejo al Papa que es ciertamente infalible.

pcs, viernes, 02 de enero de 2009

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