EMILIO GARCIA GOMEZ
DE LA POES{A ARABIGOANDALUZA
A Don Evtatio Ferrer
CoN BNORME ORATITUD,
1 LA IMPEESISN DE QUE UNA.AMISTAD RECIENTE
Publicamos a continuasién el diseurso pronunciado por Emi-
io Garcta Gémex al recibir et II Premio Mentndez Pelayo.
Desde su encuentro con la lirica arabiguespahola en 1928,
Emilio Gareta Gomes (nacido en Madrid en 1908) ha eulti-
vado el extudio de ia misma con pasién y rigor ejemplares
‘que le han convertido en una de las mds altas autoridades
en la materia.
Lt PREMIO INTERNACIONAL Menén-
dex Pelayo, instituido en esta Universidad,
que de modo tan generoeo y esponténneo me
hha sido concedido por un jurado en relacién
con ella, es uno de los més grandes y dulees honores
que en mi vida podia haber recibido. Debo (y por su-
puesto quiero) manifestaros ante todo mi gratitud. Y
no resulta fécil hacerlo, Es curiceo. Aunque tno ten-
{ga por oficio engastar palabras, ocasiones hay, cuan-
do més oe necesitarta, en que los vocablos no estén
“engastados”, sino faltos del prefijo inicial: sencilla-
mente “gastados”. En un largo poama érabe que aho-
a tradusco, be encontrado una frase desiderativa
insélita: “jSi la madera de encino se pudiese injertar
enel granado!”. Ea una bella metéfora proverbial pa-
ra enmascarar la imposibilidad. jAy, si un eequeje
de encino de novedad ne pudiese injertar en el grana-
do de mi léxico para deciros mi gratitud! Es imposi-
ble. S6lo cabe aumentar la carga eléctrica de la
catidiana al pronunciar on encueta tenet
lex: “Muchas gracias”.
El premio que ha venido a coronar mis pobres me-
recimientos lleva ¢] nombre de Menéndex Pelayo y en
In bese primera de su convocatoria se dice que seré
ctorgedo a una labor ‘‘con suficiente dimensién hu-
manistica como para evocar en nuestro tiempo el ee-
fuerso de Marcelino Menéndex Pelayo”. Como soy
‘ante todo un modesto orientalista, la pregunta inevi-
table es si don Marcelino tiene algo que ver con el
orientalismo. La respuesta es: mucho. El gran mun-
do literario de su 6poca era indiferente u hostil al ar-
bismo, y 26lo en pisos inferiores ne desflocaba todavia
‘un romanticismo trasnochado. Tocante al arabismo
ciontifico, la ignorancia —fuera de cuatro gatoe— era
total, sin més excepcién que Ia de Menéndez Pelayo
‘que estaba enterado de todo. Sus pginas en las “Ideas
ostéticas” 0 en los “Origenes de la novela” eatén al
ia —“a aque] dia”— y las Gitimas con levisimos reto-
‘ques lo seguirian estando. Se hallaba en relacién com
Loe Poems srabigosndaluces, publicados en 1890, ina
‘guran Ja obra ininterrumpida de Garcta Gémex como inves
tigador y traductor literario de primera linea. Destacamoe
‘us libros Qasidas de Andalucta, Un eclipse dela possta on
Sevilla: In 6poca almordvide, Las jarchas romances de Ia
serie drabe en su marco, Poemas drabes en los muros y fren-
tee de la Alhambra, El Collar de la paloma.
los grandes arabistas Codera, Ribera y Asin. Los dos
‘iltimos enviaron # su “homenaje” sus célebres eatu-
dios sobre la influencia érabe en Lulio y don Mareeli-
no eecribié para la tesis doctoral de Asin sobre Algo-
el (1901) un largo prélogo, que atin se diria vigente.
En nuestra Escuela de “los Beni Codera” no se ob-
servabe la prolongacién indefinida del “magister di-
xit”. Cada miembro tiraba por un nuevo camino, con
In anuencia risueria de sus maestros. Al volver de mi
beca en Oriente el affo 1928, me decid por la poesia.
‘Mis “Poemas arabigoandaluces”, cuya mitad salié en
adelanto ese afio en la Revista de Occidente de Orte-
ay que todavia rueda por etoe mundos de Dios, fue
i primer trabajo sobre el asunto. No 96 por qué tu-
vo muerte. Incluso ha influido en la concesin de mi
premio, segén declaré a la prensa don Octavio Paz,
‘mi ilustre predecesor en 61, y algunas otras personas
generosas como el gran poeta Rafael Alberti lo han
recordado al felicitarme.
{De dénde partia yo? Sabido es que, rebuscando, hay
siempre algin precedente para todo; pero préctice-
‘mente yo partia de la nada, o al menos de una tradi-
cién mAs bien extranjera y lejana. Es curioso que
puoda invocar unas palabras de Menéndes Pelayo, en
‘nota al capitulo m1 do sus Ideas extéticas, con algo que
41 s6lo era capaz de advertir. Dice ast: “Una historia
critica de la poesia arabigoespafiola, una antologia
con textos y traducciones, serian empresas muy dig-
nas dé tentar la ambicién de cualquier arabiste...
De la historia literaria ve ha escrito muy poco. Como
Libro de vulgarisacién, slo puede recomendarse el
de Schack, admirablemente traido a nuestra lengua,
por Valera, Poesia y arte de los arabes en Espaha y
Sicilia, 1067-1872".
Al remover tales recuerdos, cuando la Universidad
‘Menéndes Pelayo tuvo la gentilesa de invitarme a
dar esta leccién inaugural sobre un tema cientifico
adaptable al tiempo limitedo que esta ceremonia
‘exige, pensé que podia hablar de esta “poosia arabigo-
Vosita 142 11 Septiembre de 1968Emitio Garcta Gomez
andaluza”, para pasar répida revista de las noveda-
des aparecidas en este campo cientfico y de las nue-
vas perspectivas que en él se abren.
En mi librito inicial osé, para calificar mis traduc-
ciones, usar la expresién horaciana “carmina non
prius audita”. Resultaba una bravata juvenil, pero
era verdad, En Espaiia casi nunca, pero enel extran-
Jero desde hacia medio siglo, no se hablaba de “poesia
‘arabigoandaluzs”. Habia que reanudar la escasa tra-
ici6n, y de otra manera. El material que empleé era
del todo nuevo: un pequefio manuscrito, escrito en
Egipto, desconocido hasta en Oriente, de la obra de
un exiliado espafiol. El cédice se conserva en Istam:
bul, adonde lo Ilev6 con tantos otros millares, Selim
al conquistar el Cairo. Yo empleé fotografias que me
dio mi protector cairota, el gran Paché Ahmed Zeki,
Mi traduccién era en prosa, ligeramente poética, pe-
roclara, No estaban los tiempos para versos y habia
que marear la distancia. Damaso Alonso, para que
fuesen entendidas, prosificaba, al mismo tiempo, las
Soledades de Géngora, con ocasién de su centenario.
Esta coincidencia, puramente casual, ayudé al éxi
to de mi librito, que fue leido por todo el mundo des-
de Juan Ramén Jiménez a Ramén Gémez de la Serna.
Si mis Poemas pueden o no entrar en el movimiento
de lo que se llama “Generacién del 27 no me corres-
ponde a mf decidirlo. Uno de nuestros méximos es-
critores los comparé bizarramente con la poesia china
(que no conocfa). Se llegé a decir que me los habia in-
ventado; especie que me divirtis y que paré al editar
filologicamente el texto arabe.
Mi libro base, muy breve, iiltimo cribado de una
serie de selecciones familiares, es de Ibn Sa’id al Ma-
gribf y se titula EI libro de las banderas de los cam-
peones, rétulo bonito, lo arabe, pero que usa una
metéfora incasable con el contenido. No es un tremo-
lar de estandartes ligeros que menea el embate de los,
vientos, sino, al revés, un saquito que contiene un
‘montén —el tiltimo cribado— de pedruscos minerales,
de gemas cuyos brillos se entrecruzan. Es una anto-
logia sui generis y muy original de metéforas, a me
nudo insélitas que desconciertan o deslumbran.
Tienen estos fragmentos —posibles porque, en éra-
be, cada verso, por lo comin largo, tiene autonomia
gramatical— una 6ptica peculiar. Lo pequefio se com:
para a lo grande: un ojo circundado de pestafias es
un barco orillado de remos. Su boténica es mas hos-
pitalaria que la aristocrética occidental: una violdcea
berenjena con su verde peciolo es un corazén de cor
dero en las garras de un éguila, y una hfspida alca-
chofa un grupo de lanzas en torno a una indefensa
virgen timida.
El Libro de las banderas es fragmentario por su
contenido; pero tenfa que serlo también por su crono-
logia, pues no abraza més que desde los fines del
Califato hasta mediados del siglo xit! (Ia obrita fue
acabada en 1243). Quiere decirse que, con el paso del
tiempo, al cundir la aficién por la poesia arabigo-
andaluza y aumentar en progresién geométriea los
arabistes, a muchos de los nuevos ha tentado relle-
nar los vacios por delante y por detrés y publicar
—euando los hay o aparecen, y no son muchos— los di:
Voelta 142 12
vanes completos de poetas citados en las “Banderas”
Estos divanes, para empezar por ellos, son siempre
bienvenidos, pero suelen carecer de la concentracién
de las metéforas sueltas bien elegidas, y fuerza es con-
fesar que las casidas drabes enteras son casi siempre
tediosas. En cuanto a los complementos cronol6gieos,
el delantero resulta muy fructuoso en datos pintores-
‘008 y técnioos; pero decepcionan como poesia en sf mis-
ma, pues la que revelan es inexperta y prematura.
‘Mayor interés tiene el suplemento final (desde me-
dindos del siglo xin a fines del xv). Si con respecto
2 1a época durea, se rebaja la intensidad poétiea, g
na la curiosidad historia, algo menos en la pompo:
dad de la ret6rica almohade que en la més cereat
del arcaizante periodo nazari: especial poesia ‘sabi
de Tbn al-Jatib y genio lirico de Ibn Zamrak.
A este ultimo dediqué mi Ibn Zamrak, el poeta de
1a Athambra, por sus muchos poemas epigrafiados en
el célebre palacio nazarf, y por creerlo el diltimo de
Jos grandes poetas de al-Andalus. Tenia razén? No
1 8. Hoy sabemos que hube otros poetas epigrafistas
de la Alhambra, cuyos divanes poseemos; pero Tbn
Zamrak sigue siendo el més fecundo y el mejor. Un
erudite marroqu{ ha descubierto los divanes de dos
poetas posteriores: Ibn Furkun y al~Basti= el de B:
28; pero ninguno de los dos, y menos e} altimo, igu
Ian a su predecesor. Ibn’ Zamrak no s6lo fue el
enterrador de Ia gran poesia arabigoandaluza, sino
el que todavia le vio amortajada de “oro y azul” (pan
de oro y lapislézuli molido), que ahora documental-
‘mente nos consta eran los colores con que se graba-
ban en los muros de Ia Alhambra los letreros hoy
amarillentos. A estos extremos he dedicado mis dos
‘iltimos libros, uno de 1986, y el otro tan reciente que
se empieza a distribuir por estos dias.
‘No quisiera pasar a otro asunto sin hacer dos bre-
-ves observaciones. He aqu{ la primera. La poesia ara-
bigoandaluza de tipo clasico es totalmente perfecta
cen lo formal (métrica y gramética), por lo demas co-
mo toda la poesia érabe de este tipo. Ello se debe a
que se ajusta en todo a la métrica de Jalil, autor a
caballo entre los siglos Vill y 1X, que ha ejercido y ejer
ce una tirania como no hay otra semejante en toda
Ia historia literaria del mundo, con normas a base de
silabas breves y largas (se entiende: las silabas de la
gramética del érabe clésico, nunca las de Ia lengua
vulgar); normas que se asemejan a las de la métrica
grecolatina, pero bastante més complicadas. Ahora
bien: en la poesia arabigoandaluza la deslumbrante
y exacta céscara decorativa no contiene una pulpa
intelectual que le corresponda. Si la comparamos
con la de Oriente, nos convencemos enseguida de
penuria ideol6gica. Sélo en las postrimerias del Cal
fato, entre los sigios x y Xt, en Ibn Hazm, el autor
de Et collar de la paloma, y en su amigo Tbn Shahaid
encontramos una admirable promesa, que malogra-
ron la ruina del Estado omeya, la guerra civil con
los beréberes y el nacimiento de las taifas. Los en-
sayos de una minoria quedaron shogados por una
irrupeién que con expresivo anacronismo podrfamos
amar “roméntica”.
‘No querria que esta opinién se considerase un juicio
Septiembre de 1988Di LA PORSIA ARABIGOANDALUZA,
de valor (hay que reapetar todos los gusto), sino co-
palmaria.
La segunda observacién tiene no menor evidencia,
pero mayor alcance. Hay en juego intereses no todos
lterarion, porque veces oon profselonales y basta
politicos, para magnificar la possia
Elica A mi juile, muy importante; pero no hay
Bn es claramente inferior a
de las anteriores. Pesa mucho més el platillo del
Oriente. Todo bien considerado, el arte podtico de
al-Andalus os un ramal provinciano.
‘No hay entonces verdadera originalidad radical en
1a poosia arabigoandaluza? Creo que no, en este g6-
nero elésico; pero no es el tinico. Porque existe cons-
‘tancia, que més o menos a tes ha acabado
por reconocer casi todo el mundo, de que, hacia fines
del siglo 1X de nuestra era se inventé en Andalucia
otro gémero, que seria el segundo, Iamado “‘moaxe-
Ja”, cuya creacion oe atribuye a un posta de cabra.
Eats género refleja muy bien el ambiente social y psi-
colégico de Ia complicada época omeya, y se aparta
imuucho de 1a poesia clisica. Consiste ésta en tiras, con
Jlongitud indeterminada, de versos monorrimos, gene-
208 bastante més cortos sin hemistiquios y tiene va-
riedad do rimas. Puntualicemos silo un poco: lo
cooncial. Dentro de cada estrofa —todas exactamen-
te iguales— hay unos miembros, generalmente tres,
con rimas diferentes de loa andlogos on las deméa os-
trofas, y son los que amamos ‘“mudanzas”, seguidos
de otros miembros, por lo comén dos, muchas veces
reducidos a uno, que tienen rimas iguales a las ané-
Jogas on las demés estrofas, y son los que llamamos
por coo “vueltas”. El eequema es, pues, aoa'm, bb6fm,
ete, He aqui un pequetio ejemplo del Arcipreste:
Rainas con tx fije quisto
‘nucstro SeBor Jesuzristo.
Por f soa de noe visto
en la gioria, ain fallia.
‘Las “vucltas” de la Gltima estrofa (generalmente
dos) reciben el nombre de “jarcha-finida” o de
“markax=estribillo”. A veces, unas “vusltas” (sin
“mudanzas”) van como preludio al frente de la com-
osicién, que entonces se llama “‘perfecta”, mientras
En general, y en principio, la moaxaja, salvo la jar-
cha, estaba escrita en érabe clasico. Pese a ello fue
rrecibida con indignacién on los ambientes érabes tra-
dicionales como un sacrilegio blasfemo contra la sa-
grada métrica de Jalil, y como una burda
chabacaneria indigna de entrar en las colectaneas.
‘Tal pésima acogida no parece haber desanimado a los
moaxajeroe, que siguieron adelante, porque la moda
lo arrolla todo. En vista de ello, los retéricos y anté-
logoe aclasicados adoptaron frente a ella una actitud
bifida: De un lado, como secrecién de antitoxinas con-
tra el veneno, sostavieron —se dice atin— que en su
esencia todo podia explicarse como un artificio per-
misible instalado sobre la métrica de Jalil. Pero, por
otra parte, en la condenacién de la moexaja por tex-
tos de ciertos retéricos y en la alabanza de la moaxa-
Ja por preceptivas hechas en Oriente (al que se corrié
In moda, exigiendo un “folleto explicativo” que en
Espafia se creyé innecesario 0 escandaloeo), vemos
‘que #e habla de cosas sumamente cscuras, no en re-
Incién con la venerada métriea jaliliana, y que resul-
tan incomprensibles.
El enigma quedé resuelto para muchos gracias al
deecubrimiento de las “jarchas romances” en moaxa-
jas hebreas, servilmente imitadas de las érabes, que
hhizo Stern en 197, con un resonante articulo en nues-
tra revista Al-Andalus. Como suele ocurrir, Stern
no se dio cuenta en un principio, y luego reaccioné
mal, de la trascondencia de lo que sacaba felizmente
a flote como una simple curiosidad filolégica. Pero en
Eepaiia, imprognada de Ins fecundas teorias de Me-
néndes Pidal sobre la “poesia tradicional”, se tuvo in-
mediatamente conciencia de lo que representaba para
In literatura el descubrimiento. Guiado por esa luz,
pude publicar muy poco después una serie, més lar-
ga que la de Stern, de “jarchas romances” en moaxa-
Jas érabes, lo cual restablecia la situacién, a la ves
que confirmabe la prodigiosa profecia de don Julién
Ribera que adivind, cuando nada de lo hoy existente
se conocia, que “en la Espafia musulmana habia ha-
Dido una poeeta romanceeda”.
Espero se den ustedes cuenta de que me es en abeo-
luto imposible entrar aqui en la cuestién de las jar-
chas, no s6lo por ser muy complicada y técnica, sino
porque, en realidad, el tema pertenece mAs a la lite-
ratura espaiiola que a la érabe. Es un asunto, por el
momento, empantanado. Como es natural, todavia.
dicen buenas cosas; pero casi son como Ia aguja en el
ajar. F'jé mi posicién en mi libro Las jarchas roman-
cea de la serie drabe en su marco, y ni siquiera estoy
seguro de que muchos se hayan dado cuenta de por
qué, desde el titulo, dije estudiarlas “en su marco”.
No tiene remedio.
Lo Gnico ttl para nuestro propésito actual es que,
hora, el que quiera puede entender los textos anti-
‘guoe, a los que han venido a agrogarse otros orienta-
Jes, clarisimos y de mucho valor. La moaxaja —género
hfbrido— nacié para encundrar una cancioncilla ro-
‘mance, la cual ¢8 la que pasd a ser la “jarcha” o “fi-
nida” de la moaxaja. Esta se construia sobre ella y
‘base de ella. Ella era la que daba el diapasén y la
‘que imponia la métrica. Y como —naturalmente— las
Jarchas romances (restos venerables que apenas re-
‘basan la cincnentena) no se ajustan a la métrica de
Jalil, es meridiano que las moaxajas antiguas, y Ix
{gran corriente de las muchas moaxajas que siguieron
componiéndose hasta tres siglos después, tampoco
aunque su texto estabe escrito en Arabe clésico—
se amoldaban a dicha métrica. Ahf la poesia arabigo-
‘Vuslia 142 13 Septiombre de 1968Eutvio Garcia Gouez
andaluza viré en redondo, tomando un rumbo diver-
20 del de la poesia clésica.
1Los dos géneros de poesia arabigoandaluza —la clé-
sica y la moaxaja— convivieron en al-Andalus des-
de fines del siglo 1x (aunque del X no sepamos
précticamente nada) hasta fines del XV. El primer gé-
nero siguié imperturbable en la forma. El segundo,
por motivos histéricos y sociales, al estar en més {n-
tima conexién con el pueblo, fue muchisimo més cam-
biante. De todos modoe, I relacién entre los dos
géneros hubo de alterarse. La poesia clisica se vio
obligada, de una parte, a condescender con una rival
en auge, lo que la deemonté algo del desdén, y, de otro
Indo, siguié excretando antitoxinas, lo que acabé por
producir una especie de reabeorcién y la creacién de
‘moaxajas eacritas por entero en lengua clisica y su-
Jetas a la métrica clésica. No cabe duda de que exis-
. Tocante a las
moaxaja a un punto de increfble refinamiento, Toda-
via en esta época encontramos jarchas romances.
‘Ahora bien: la progresiva disminucién del bilingiis-
mo romance — érabe (cuya magnitudes otro huevo de
Col6n que Ribera supe en su tiempos poner en pie)
el que, al coder el bilingdiamo, fusse
dol arcaismo de las jarchan romances 0 semirroman-
e8, hicieron que las jarchas empezaran a eecribirse
enel drabe vulgar andaluz, pero imitando palmaria.
mente el “‘tono” de las viejas jarchas romances, dia.
metralmente distinto del clésico. De estas jarchas en
‘rabe vulgar tengo reunidos varios centenares. Cuan-
do, por ejemplo, leemos en una (uso el ealco ritmico}:
Van diciendo malas longuas
‘que ando de ti enamorado.
Vaya una noticia freaca!
‘estamos justo al lado de Ia “soled” andaluza y a mil
Teguas de la poesia culta. La consecuencia es clara y
‘como soguia vigente la ley de que la jarcha era la que
daba la paute ritmica, la métrica de las moaxajes se-
guia siendo peculiar y distinta de la de Jalil.
Esto lo dije en 1961 y, aunque ahora se quiera igno-
rar, escrito quedé en un estudio “sobre un posible
tercer tipo de poesia arabigoandaluza”, publicado en
los “Estudios dedicados a Menéndez Pidal” del CsiC,
1, 397408, En efecto, dentro de ella es un tercer tipo.
‘Hay més géneros en Is poesia arabigoandaluza?
Hay un cuarto: el néjel (pelabra felizmente hispani-
ada, creo que por Ribera).
El zéjel es una clara derivacién de la moaxaja. De
cella se diferencia esencialmente por estar todo escrito,
de cabo a rabo, en drabe vulgar. Pueden sefialarse
otras varisciones accidentales: mayor longitud, falta
‘ocasional de jarcha, y menor uso de convenciones re-
téricas, lo que favorece, si ocurre, la espontaneidad.
La historia del género es mucho mAs confusa que
1a de Ia moaxaja. Ahora bien: cuanto en ella pueda
haber de azaroso u oscuro queda compensado por el
hecho de que disponemos de un cancionero casi com-
pleto del més grande zejelero de todos los tiempos, que
‘eacribta bajo los Almorévides en la primera mitad del
siglo 1: Ben Quzmén. Hablar de este cancionero nos
Hevaria tan lejos que es preferible remitir a mi Todo
Ben Quemdn, mi obra més extensa (1600 paginas en
‘tres tomos en 4* mayor). Allf, aparte la edicién y tra-
‘uceién completa, he reunido cuanto sobre Ben Quz-
mén se sabfa cuando compuse el libro. Por su talento
literario, por su msestria ritmica, por su cinico desen-
fado, por su gracia, por su espontaneidad, que lo de-
sata’ de casi todas les trabas convencionales, Ibn
‘Quzmén no tiene, en conjunto, relacién con Oriente.
Es puramente hispdnico y de una rabiosa originali-
dad. Todo bien pesado, incluidas sus limitaciones, es
1 primero y mejor de los poetas arabigoandaluces.
Si los origenes del género que él llewé a la cima no
estén todavia muy claros, sf empieza a estarlo eu des-
‘cendencia. La tuvo en Espaiia, desde la mistica a la
pornografia; pero donde mda afineé fue al otro lado
del Estrecho, en Berberia, y muy especialmente en
Marruecos.
Enel norte de Africa se difundié la poesta zejeleaca
‘arabigoandsluza infinitamente més que la moaxaja
de! major momento. Nuestro insuperable guia para
conocerla ea nada menos que el gran Ben Jaldén,
quien trata el punto al final de sus “prolegémenos”.
‘Todavia no hace un afo, el ‘Bencherifa ha pu-
blicado integra en Rabot Ia “Mal’aba” del Ciego de
Zarhiin (mediados de! siglo XIV), el mAs largo zéjel
marroqu‘ —del que Ben Jaldtin copié nélo trozoe—
‘que es, aunque con notable inferioridad técnica y ar-
tiatica, y en todo muy diferente, la contrapartida ma-
rroquf del cancionero andaluz de Ben QuzmAn.
Nove habré eecapado a vuestra atencién mi creen-
cia de que la poesia popular estréfica arabigoandalu-
za, a diferencia de la clisica, esté escrita en una
métrica acentual, muy afin a la nuestra y toto coelo
distinta de la de Jalil. Es el asunto que sctualmente
me interesa més y el que subyace en el fondo de to-
dos los problemas: la esencia misma de lo que vengo
Mamando “la poesta proindivise. Cada dia me reafir-
‘mo mAs en esa opinién, conforme se dispone de datos
nuevos, que van resultando menos rebatibles.
La Granada nazari del siglo XIV y el Magrib meri-
xf contempordneo eran dos paises estrechamente uni-
dos por la geografia y Ia historia, cuya vinculacion
simbolizé la relacién entre los doa genios de la 6poca:
Ben Jaldin y Ben al-Jatib. Ambas tierras, tenian
“el mismo lenguaje poético”, y en ambas convivian
Jos tres géneroe: Ia poesia clésica, la moaxaja (ya del
totlo reabeorbida y aclasicada) y el zéjel. Pero ya en-
tre lo géneros habia cambiado la relacién antigua.
La poosta estréfica habia dejado de ser un sacrilegio
para pasar a ser un juego, una “Mal’aba” que es el
titulo, del gran z4jel del Ciego de Zarbén. Ahora bis
“juego” no puede tomarse en su sentido divertido, ya
que el “gran 24jel del ciego” es un poema trégico que
—recordando un poco la épica erudita occidental— na-
rra la espantosa catdstrofe del Sultén marini
Abu-I-Hasan en su expedicién a Tatner, que le co8-
‘t6¢l trono y Ia vida (147-1360). “Juego” ha de enten-
derse, en un sentido téenico, como un género que,
Vuelta 162 14 Septiembre de 1988Dr LA POESIA ARABIGOANDALUZA
en espiritu y técnica, divergia del “serio”, diriamoe
“tediogo”, de la poesia cldsiea, ya concebida como
obligacién.
Es elocuente que Bencherifa, editor de la “Mal'aba”
del Ciego, da el texto con todos los requilorios sin
decir ni una palabra de en qué métrica esté, lo cual
revela que no cree esté en Ia clésica, que 61 conoce
a maravilla. Subraya, en cambio, en el prélogo con
insistencia que en Ben al—Jatib y sus contempord-
eos se contrapone “*hazal=broma” a ‘“maerab”, y
8 “lenguaje con “ir’sb”, es decir, con las
desinencias casuales de la lengua clasica, en las s
‘bas clésicas, dinicas sobre las que puede operar la
trica de Jalil. “Hazsl—broma”, claro sindnimo de
“mal'aba=juego o juguete”, es el término técnico
para la métrica acentual.
En cuanto a Ben Jaldén, Bencherifa nos recuerda
que cuando cita en los “‘prolegémenoa” trozos de zéje-
les, dice més de una vez que estén compuestos en la
““arud al—balad” que Slane traduce por “métrique de
la ville”, pero que evidentemente hay que verter por
‘“meétrica local”. gY qué otra cosa puede ser la ‘“mé.
trica local”, si no es “‘Is acentual” contrapuesta a la
“universal y general” de Jalil, que es la cldsica?
Para acabar: en el Divén de un poeta dulico de Yu-
suf ii de Granada llamado Ben Farkén también pu-
blicado en 1967 por Bencherifa, al editor oe le ha
olvidado subrayar un pasaje de la p.268, que es ma-
ravillogo. En él consta textualmente, al frente de un
Poema que, en efecto, no puede medirse por la métri-
ca cldsica: "Y dije en uns rima de entre las rimas del
arte de la moaxaja”. Hasta ahora no se habia encon-
trado un texto igual (pero saldrén otros), donde cons-
te de tan expresa e inequfvoca manera que ‘‘el arte
de la mosxaja”, como siempre hemos soepechado al-
gunoe, tenfa una proeodia propia.
He intentado, sefiores, explicarles concisamente,
dado el tiempo de que disponi, mi nostalgia de In poe
sia arabigoandaluza clésica, que sigo traduciendo, pe-
ro ahora en endecasflabos, y mi interés por los
problemas de la poesia estréfica wusulmana.
Me daria por satisfecho ai no les he aburrido dema-
siado y si hubiera conseguido comunicarles un poquito
de mi nostalgia y de mi interés.
Pas
i
‘Vuela 142 15 Septiembre de 1968