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ABDON UBIDIA Divertinventos Libro de fantasfas y utopias =e Primera Ei, orl Gio, Quit, 198 DivexrinveNtos ‘xb Ui | ames Mugu ete ge ey Uo, PO Box 17-01-58 Em fois on as 2230925252558 Fax 2502092 (eto: Eee Cabra Git estrsein: Glee de aria Soper editor Jame Pea Nov Iesrpin Nt et 9-192 ISON" 974 978 0 68.7 Dept eal N47 de 9- Vi 1992 Devin era einen 1 500 mpc ate is eb de imprimir en sees de “EtrilFeuor FBT (Cis Lida Stag 367 ene Manel Lanes > Ves Ts 2528 4922208 Fs (39-2927 $91, Ou: azo de 012 ABDON UBIDIA, Ficha biobibliografica 1944 Nace en Quito. 1960 Intesrante del zrupo TzAntzico, 1977 Cuento popular ecuatoriano, antologia ‘de la narratva oral del Leuador 1979 Bajoel mismo extraio cielo, recopilacion decuentos y dos novelas cortas: Ciudad ide invierno y La enmienda. 1982 Poesia popular ecuatoriana, antologin poética popular del Ecuador 1986 Sueiio de lobos, novela, 1987.93 Director de la. Revista Cultural Palabra Suclta, 1989 Divertinventos, libro de fanta pias, cuentos, 1992 En preparacién, Antologia del Cuento Eeuatoriano. 1993 Cuentos escogidos, antologta En resumes En estos cuentos Abdén Ubidia combina, de una ‘manera muy dinamica, la fantasia y la realidad, Ia ficeién y 10 cotidiano, Se sumerge en la vida del hhombre, en sus temores, sus miedos, sus dudas, sus lamores, sus soledades, sus ilusiones. Desde los "adelanios de la ciencia" y ta técnica, plantea las {grandes incdpnitas del ser humano: Ta muerte, el ‘amor, el tiempo. Hay varias cosas que quedan en la ‘ambigiedad, aunque se vislumbra algo terrible al final. Plantea la utopia de ser duchos de nuestra vida, de dams el tempo y la felicidad de disfrtarla, ‘Nota: Para trabajo de estudio en las aus, tenemos algunas sugerencias al final do los cuentos de este volumen, PREFACIO Uno puede imaginar la Grecia de Platon, la Roma que conocié San Agustin, la Inglaterra de Moro, través de sus respectivas utopias. Podriamos abundar ‘en ejemplos. Pero no son necesarios. La paradoja salta a la vista, Quiere decir que ni esas mentes poderosas pudieron forzar los Ifmites de su mundo y su tiempo. Que no pudieron ~y, en el fondo, tampoco se lo propusieron— inventar lo otro, lo distinto, lo radicalmente ideal. Quiere decir que sus utopias si tenfan un lugar en Ja tierra. Pues estaban referidas a una inequivoca realidad, La suya. Quiere decir que sofar un auténtica ‘utopia ¢s una empresa imposible Esta curiosa limitacién tiene un rostro doble: si de un lado nos impide fugar del todo del mundo que nos aloja y acosa, de otro, en cambio, delata nuestra necesidad de negarlo. O lo que es lo mismo: de nombrarlo de otro modo. En esa confianza hemos fabulado este Libro de Fantasias y utopias, cuyos textos han de tener -si el lector lo acepta- una patria distante y, para nosotros, exotica: quizt Alemania y Japén, o algo como esos raros paises de los cuales sabemos muchas cosas, pe- ro, sin duda, ignoramos mis. Si trasladamos estas ocurrencias a un tertitorio Iejano y, como todo Io lejano: imaginario; si supri- mimos nuestros referentes inmediatos ~paisajes, excétera~, es posible que, a cambio, obtengamos un dibujo menos borroso de nuestros suefos, deseos, miedos 0 incertidumbres. UNO R.M. WAAGEN FABRICANTE DE VERDADES RM, WAAGEN, FABRICANTE DE VERDADES Por ayuda de un amigo, justo en el momento en que més desesperado estaba, leg6 a Ios oidos del seflor Kraus, la noticia de ciertos servicios especiales ‘que prestaba Ia Casa Waagen, fabricante de verda- des. La empresa préspera y muy bien organizada se ocupaba, pues, de suministrar, a la cada vez mas numerosa clientela, datos, pruebas, testimonies, ¥ cuanto auxilio fuese necesario para establecer, 0 mgjor, restablecer las verdades requeridas por ella, Se dice que, en sus inicios, cuando el primer Waagen la fundara hace cosa de cien alos, la empresa no pasaba de ofrecer auxilios tales como la confecci de discursos para politicos, la provision de testigos falsos en juicios de poca monta y la redaccién de tesis doctorales. Pero los avances del siglo XX, el desarrollo de los Hamados mass media, determinaron que Ia casa Waagen creciera de una manera espec~ tacular, solo comparable a la de un banco que luego de haber sido, en sus comienzos, apenas una oscura oficina de prestamistas, hubiese terminado rebasan- do las propias fronteras de su patria, las costas del continente y extendiendo sus tenticulos con sucur- sales en tdas partes del mundo, Duelia de cadenas centeras de radio, prensa, cine, television, se rumorea ue la casa Waagen ha manipulado los més sonados escandalos de la segunda mitad det siglo. Conocida y desconocida a un tiempo, ha tenido que ver con casos como el de Cristine Keller que, en el afto de 1963, le costara el cargo de ministro de defensa de la reina de Inglaterra a Lord Profumo, o el det en- cubrimiento de los asesinos del presidente Kennedy, cuyo rastro, a pesar del tiempo transcurride y de as minuciosas investigaciones de los mejores detec tives y periodistas del planeta, se ha perdido para siempre: o el de la muerte det papa Juan Pablo I, el asunto Watergate y (aparte de Ia reescritura de mil- tiples episodios histéricos), desde luego, ha tenido también que ver con las millonarias campatlas electorales que con desearadas argueias y consig- has estipidas han otorgado el poder a una legion de personajes grotescos. Conforme al espiritu democritico de un banco, a Casa Waagen se ocupa -a un tiempo-, de prestar grandes y pequefos servicios. Por esa razén fue ue el seftor Kraus pudo comprobar, en carne propia, la excelencia de los mismos. Una manana de febrero acudié a la sucursal que su amigo le indicara, Lego de Menar el formulario verde, destinado a las cues tiones de alta reserva, fue admitido en el despacho de un funcionario que examiné y tradyjo, a conti ruacién, las respuestas a una clave secreta, rompié, n por fin el original y le pregunt6 una serie de detalles acerca det problema que lo acosaba El seflor Kraus le explicé largamente su historia, Le dijo que habfa matado al amante de su mujer. Le dijo que habfa cometido el erimen de tal manera que ella fuese declarada culpable. Que el plan completo hhubiera marchado segiin lo previsto si la casualidad no Io daftaba Ocurrié que luego de procurarse una copia de la ave del departamento, en donde se citaban los amantes en las maflanas de los lunes y los viernes, esper6 pacientemente Ia ocasién en la cual su ‘igo estuviese solo, aguardando la Hcgada de su mujer. Antes, el seflor Kraus habia estado muchas veces alli, Conocia de memoria aquel reducto se creto, Cada rine6n. Cada detalle, Cada nueva ad- quisicién: un dibujo, un florero, una Limpara; sobre todo, aquellos recuerdos con los euales él, periédi- camente, agasajaba a su cényuge, y que desapare- ccian de su hogar sin explicacin posible. Esto iltimo te ayud6 a redondear su plan: en presencia de amigos y vecinos le regalé a ella una daga hindi, de de hoja sinuosa, que habia traido en un viaje re- ciente. Ella acepté, con una broma, la extrafia sor- presa. Un par de semanas después, Ia daga ya no estaba en la mesita de siempre. El seftor Kraus re- cordé la famosa escena aquella en la que un pullal, ‘que se desplaza solo, guia al asesino hacia su victi- ‘ma. Una tarde comprobé que la daga habia llegado su destino, La miré brillar sobre un anaquel con libros de poetas que &1 conocia apenas (en et mango B de marfil no habia, era presumible, mas huellas que las de los amantes). La suerte estaba echada. No quedaba mucho que hacer por delante. Un tunes propicio, salié de su casa muy temprano. Se dirigié al departamento clandestine. Tom con sus manos, cenguantadas la daga. Se escondié en el closet vacio de una habitacién vacia. Y aguard6. En un momen to, oy6 los resueltos pasos del hombre. Lo dejé ir al baflo, volver al dormitorio, arregiarse. Entonces, ‘con una facilidad que nunca él hubiera imaginado, hizo lo que debia hacer. Disponia, al menos, de una, media hora, el tiempo que su mujer se demoraria en la gestién que, a tltimo momento, le habia enco- mendado. Descompuso las colchas y abandoné el departamento, A partir de ahi, empezaron los pro- bblemas. Una vecina lo vio al salir. Después tropez ccon un ingiés en la puerta del edificio. Para colmo, por alguna razén que no pudo comprender, su esposa ho concurrié a la cita prevista, Con lo cual, su doble coartada corria el riesgo de desbaratarse ‘Cuando el seiior Kraus call6, el funcionario de ta Casa Waagen le aseguré que todo se resolveria de la mejor manera posible. En los dias siguientes varios hechos se sucedieron con una fatalidad implacable. La vecina que vio salir al seflor Kraus del departamento, murié arrolla~ da por un auto fantasma; el inglés fue repatriado a pesar de que muchos decian que podia ser el asesino; por altimo, la seflora Kraus fue arrestada por acu- sacién directa de la anciana que la descubriera mientras huia del sitio del crimen. A la par, en los 4 ccareos piblicos, hubo contradiceiones entre los tes~ tigos que presenté la defensa. Lo cual, sumado a los testimonios de los vecinos que habian visto a la seflora Kraus entrar y salir furtivamente del edi cio, en distintas oportunidades, anticipé lo que seria Iuego el fallo del jurado. Solo entonces el sefior Kraus recibié la visita del fancionario de la Casa Waagen. EI le dijo que cl ‘asunto estaba concluido. Apenas faltaban dos deta~ Hes: el pago de los costos adic wales de Ia opera- cién, y la revisién conjunta de recibos, documentos, el formutario en clave incluido-, que segin las r las de la Casa, tendrian que ser destruidos, en esa ‘misma noche, pues el funcionario aquel, como siem- pre que habia cumplido una misién delicada, debi trasladarse a otra ciudad Inclinados ante la chimenea, funcionario y cliente, procedieron a incinerar el material acumulado en la carpeta y también las cintas de sonido y video, en las cuales se habjan grabado las entrevistas, que, durante el curso de la operacién, mantuvieran en tres sitios distintos. La eficiencia y la honradez de Ja Casa Waagen eran, pues, impecables. El sefior Kraus permanecié esa noche mirando, fen Ia penumbra, el hueco negro de ta chimenea, ‘vuelto entonces, el exacto remedo de un nicho de ‘cementerio, Pero no todo moria alli, en donde ya no quedaba ningun rescolde por arder. Su venganza perduraria ain, durante muchos, muchos attos, los que le restaran de existencia; perduraria en el papel de viudo triste y comprensivo, resignado y perdona- 15 dor, que cumpliria en sus constantes visitas a ta circel en Ja cual envejeceria su mujer. Cada cari- cia, cada abrazo, cada orgasmo, cada juego de amor, alegria, pena, confidencia, serian asi vengados. Y ‘acaso ni toda la vida aleanzase para saldar aquella abultada cuenta, Este era el suetto negro del seftor Kraus Pero algo pasé que vino cambiar, de un golpe, sus proyectos de existencia Un dia le comunicaron que el juicio iba a durar ‘mucho menos tiempo que el previsto. La sefiora Kraus habia renunciado a toda apelacion y se habia declarado culpable, Durante el reconocimiento de los hechos, con una frialdad que estremecié a los mas avezados detectives, represents, paso a paso, sin olvidarse de un solo detalle, los pormenores de su crimen, la manera en la cual lo premedit6, 10 Sof6 durante muchos meses, las coartadas que pre~ aré, las ceremonias interiores que oficié con aquel gesto simbélico de asesinar, con el pufal que le obsequiara su esposo, a quien habia desquiciado su vida, y 1a habia destruido asi, en tantas noches de angustia, de incertidumbre y desasosiego. La convincente confesién, escrita de pull y letra por la seffora Kraus, terminaba con un pirrafo con- minatorio: pedia para si I pena méxima; de Io con- trario ella misma veria la mejor manera de apliedr- sela con su propia mano, Luego de leer, incrédulo, el absurdo escrito, el seflor Kraus la visité por primera vez en la prisién. 16 -Soy una asesina, -Fueron las dnicas palabras ue ella dijo. Tenia en el rostro una tenue veladura hecha en apariencia de fatiga y abandono. De vuelta a casa, al pasar frente al de la chimenea, el sefior Kraus no pudo olvidar esa especie de miscara helada que habia reemplazado al rostro de su esposa, Durante toda la noche buseé las razones probables para tratar de entender aquel comportamiento, No era ereible que, mediante el uuso de alguna droga, la Casa Waagen tuviese que ver con so, pues el funcionario, en su minucioso informe lo hubiera dicho. Tal posibilidad quedaba descartada. Era mis I6gico indagar en el profundo corazon de la sefiora Kraus. Asl, atando cabos sueltos, recor dando viejas reacciones de otros tiempos, pensindola cen sus silencios, en sus furtivos, enigmiticos gestos, cl seftor Kraus, mientras avanzaba la noche dio vuel- tas y vueltas a tres motivaciones distintas que podian set, en el peor de los casos, una sola, En principio, habia que sospechar una venganza lenta y soterrada, Ia precisa respuesta que anularia, de una vez por todas, 1a mas intima demanda espiri- ‘wal del seflor Kraus: el ansiado arrepentimiento de- finitivo de ella, 1a siplica final, el pedido de un perdén que él, jams, le iba a conceder. En segundo término, habia que pensar en que, efectivamente, aquel arrepentimiento ya se hubiera 1eco negro dado en los términos de un repudio al recuerdo del amante muerto y Ia aceptacién de que, en el fondo, ella era la dinica culpable de la tragedia, pues, en su 7 fuero interno, la seftora Kraus sabria ya, de un modo inequivoco, aunque todas las evidencias que se ex- hibieron en el juicio indiearan lo contrario, que el autor material de los hechos era el seltor Kraus, su propio esposo, quien més alla de la pobre cantaleta del honor, la dignidad, el orgullo, falsas palabras n las que nadie eree, especialmente cuando todo esti perdido; mucho més alld de cualquier engaiio ficil, habria procedido conforme a su verdad recén= dita, 1a que le dictaban sus puras pasiones, sus ce- los y su amor y su odio. Con lo cual, el papel de su esposo (convertide asi en victima antes que en victimario), apenas si seria, para ella, tan importante como el de la daga hinds, Pero lo que mis trabajo Ie costaba admitir al sefior Kraus, era la mas sencilla y verosimil de las {tes motivaciones si barajadas: que la seflora Kraus Iubiese enloguecido y q Ja verdad de su declaracion, La fatiga de tantas noches de insomnio termind por vencerlo. Curiosamente, Se qued6 dormido frente 4 la chimenea y soflé en lo mismo: que estaba dor- ido frente a la chimenca. Alli, en el nicho negro, aparecié ta cara, 0 mejor, 1a mascara livida de su mujer que le pedia auxilio porque algo 0 alguien le arrastraba desde el fondo de las tinieblas. Fue pesadilla corta, pues un gran estrépito lo desperts de golpe. Parccia como si la casa entera se hubiese desplomado. Se incorporé y deambulé por las habi- cestuviera convencida de taciones. Todo estaba en su sitio. Definitivamente, aquel estruendo habia sido parte de la pesadilla. Y no habia tenido lugar sino en su cerebro, Tomé un, trago. Después otro, Fue initil. Algo muy suyo se le habia quebrado por dentro. Y una nueva luz o8- cura se colaba por aquella gricta intima, iluminan- 4o con un frio resplandor y desde un dngulo distinto, To que antes quiso ser una decision irrevocable. Aho- ra el seflor Kraus suftia su destino. No lograba dquitarse de la cabeza la idea de que habia ido dema- \do lejos. De que la situacién se le habia escapado de las manos. Y de que ahora estaba preso de la ‘maquinaria que él mismo habia echado a andar. ‘Nada quedaba ya de Ia fuerza que Io sostuvo. El gran vengador se habia convertido, de pronto, en un pobre hombre que queria salvar a su mujer. Y nada mas, Al siguiente dia, en cuanto la sucursal de la Casa ‘Waagen abrié sus puertas, se precipité hacia la off ‘cina del funcionario que se encargara de su caso. Por supuesto que no lo encontré. Eso ya lo sabia Entonces indagé por él en cada una de las depen~ dencias. En ninguna obtuvo fa menor informacion, ‘Cuando se exasperd y consiguié hablar con uno de los subgerentes, este lo miré con Listima. ¥ le dijo que debia estar equivocado de sitio, que la Casa ‘Waagen Jamis se ocupaba de asuntos que se apar- taran un milimetro de Io establecido en las leyes De un modo muy disimulado, ajeno a las impreca~ ciones y amenazas del seftor Kraus, el subgerente le sugirié que nunea estaba por demas el consultar a tun sic6logo de vez en cuando para aliviarse de los 19 frecuentes estados de estrés, tan propios de las so- ciiedades modernas. Y solo cuando el fornido guardi lo sacaba a rastras de la oficina y luego del edificio, el subgerente alcanz6 a decitle con otro tono de voz, casi secreto: ‘*La Casa Waagen nunca se equi: vvoea. ¥ por ¢s0 no admite reclamos"", Palabras brus- cas, en apariencia, en el lano discurso que habia promunciado pero que en el fondo solo podian en- tenderse como un mensaje de doble sentido para el seflor Kraus. Hasta aqui lo fundamental de la historia de tas relaciones que mantuvo el seflor Kraus con Ia Casa Wagen, fabricante de verdades. Nos resta alladir lo que sucedié luego de que Pasaran muchos aflos de estos acontecimientos, ‘cuando el sefior Kraus después de consultar initil- mente a familiares, amigos, abogados, politicos, se convencié de que nadie creerfa jamés en sus palabras or Ia simple razén de que no tenia a su aleance rningiin medio para probar que eran las verdades de uun hombre que no temia a la cércel ni al castigo, ¥ no los dislates de un ser enéeguecido por el dolor y a angustia Un amigo suyo que a veces lo visita, nos cuenta que ahora ha ganado unas libras de peso y que cuida de su salud de un modo casi manitico, con multiples dietas y ejercicios diversos, En su muy ordenada vida solo existe un detalle que le Hama la atencién, Cuando empieza la noche, se sienta frente la chimenca siempre apagada -en el invierno prefiere 20 usar un calefactor eléctrico- y permanece quicto, ast, hasta el amanecer Este amigo no aleanza a explicarse esa rara cos- tumbre, tan contradictoria con respecto a los hibitos diurnos del seftor Krai Pero nosotros, que 1o hemos acompanado a lo largo de su historia, sabemos que su conducta es coherente, Pues lo que cuida durante el dia no es solo su salud. Porque hora que el tiempo ha pasado y el suftimiento y la ofuscacién, o al menos su vortice principal, han quedado atris; ahora que in- clusive su mujer, sumida en un limbo mental que le ha hecho olvidar aun sus propésitos autodestructivos de antes, es para él un sor que esta en su vida, claro, pero colocada ya no dentro de ella sino como de lado, como una sombra triste; ahora que los arre- batos de la pasién de los celos ya no son sino formas, ‘muertas, formas de una sabiduria apacible y gris, el sefor Kraus, imposibilitado para siempre de resta- blecer para sus congéneres -enviciados en el uso y el abuso de tas palabras y las leyes- “la verdad de lo que en verdad fue la verdad", imposibititado tam- ign de resucitarla en la riz6n confundida de su mujer, no tiene mis remedio que proteger y conser- var esa verdad en el Gnico lugar en el que ai puede estar, en su memoria, en su cerebro todavia licido, en algiin minisculo resquicio del mismo, convertida apenas en una leve modificacién quim: a de unas cuantas neuronas; guardarla asi mi tras pueda guardarla, mientras subsista el fragil equilibrio, mientras las fuerzas de Ia descomposi- cién y de la muerte no logren destruirla al fin, 2 Dos RELOJES RELOJES Cuando aparecieron los primeros relojes digita- les me apresuré a comprar uno en la tienda de Hans Maurer. Apenas fue mio comprend{ el verdadero alcance de mi decision. No me asombraba la ausencia de ruedecillas dentadas, resortes, Ancoras y clavijas. No me asombraba el fluir de la eorriente por el labe into de circuitos integrados y cristales de euarzo. ‘Tampoco la pérdida del tic tac, que durante tantos siglos fuera la verdadera miésica del tiempo. Me asombraba la diminuta pantalla que habia venido a sustitur ala esfera de manccila. A enjuto, enigmitico, reticente Maurer, le expli- co bien: la esfera marcada nos recuerda una coneep- cién del mundo protectora y de algin modo feliz; tiempo da vueltas. Cada culminacién es un nuevo comienzo. No hay ruptura entre las partidas y los arribos. El pasado y el presente y ain el futuro se muestran ante nuestros ojos en una continuidad cir- cular. Las agujas abandonan con pasos de hormiga aquello que ya no es y siuen en pos de aquello que indefectiblemente seré. Uno puede ver su. camino. 28 Sefalar su retorno, Y al verlas uno puede decirse que los dfas se repetirin siempre con sus mafianas y sus noches. Que los ciclos existen. Que nos repetiremos también en nuestros hijos como nuestros padres en nosotros. Que perduraremos, De pronto la maldita pantalla digital viene a cambiar todo esto, Los nimeros aparecen y sefalan un presente puntual. Cada instante es distinto del que le precede, Los niimeros emergen o se hunden en una nada sin rastros. Allf no existen decursos sino reem- plazos. Fl tiempo asoma abierto. Ha perdido su rumbo circular y carece de limites, Es apenas un presente instantineo, El futuro es un desierto blanco y helado. El pasado se esfuma. Fs un abismo también blanco que se abre y desmorona detris de nuestros talones con cada paso que damos. Yo no sé si otros verin lo que yo veo ahi: una soledad infinita. El aban- dono, La total desproteccién. Esos relojes han venido 4 ensefiarnos nuestra orfandad. La gran mesa redonda que juntaba tantas cosas no existe més. Hans Maurer, sonrfe. Pero yo insisto: Es posible que cada edad invente los instrumen- tos con los que se mide a sf misma, Es posible que cada era escoja sus propios modos de entenderse, segin sea su propia conveniencia, La forma circular dde engranajes, esferas y movimientos de los relojes ‘mecnicos (con sus ejes obligados), no seria entonces casual ni el fruto de una necesidad puramente fisica, Seria, pues, aparte de lo ya dicho, la realizaci6n de una bésqueda: la de un centro ordenador, la de un sentido central que lo organice todo. 26 ‘Temo, entonces, y no me avergtienza confesarlo, que los relojes digitales, aparte del tiempo, estén midiendo ademés otro continente que no alcanzo & comprender bien. Tal vez el de un gran desierto blan- 0, vacio, sin centro, y sin sentido. De tarde en tarde (a pesar de nuestra mutua repul- sién) me Hlego a la tienda de Maurer. Examino cada modelo que é me muestra, Tengo la esperanza, cada vez mas vaga, de encontrar algo cualitativamente distinto que pueda reemplazar al reloj digital que él me vendié. En este ir y venir de su tienda, hace poco Maurer me jug6 una mala paseda: me oftecié el ‘inico reloj que yo no queria poseer. Algin demonio macabro lo habia inventado hacia muy poco. Estaba equipado con sensores que detectaban los signos vitales de su dueiio, Por e50 ten‘a (sf) manecillas. Pero esta gir bban en direccién contraria a la usual, Giraban al revés, Y su marcha se aceleraba conforme se aproxi- ‘aba la muerte del usuario, La sonrisa de Maurer se abrié como un hucco negro en su cara blancuzca cuando me lo ofteci. Sabia que entre el horeor que palpitaba, 0, en mi reloj de pulsera y aquel otro, burdamente fisico, que exhibfa en su mano extendida, yo no podia escoger. 27 TRES DE LOS NUEVOS ESPEJOS DE LOS NUEVOS ESPEJOS Se los puede encontrar en cualquier tienda de Alemania, En apariencia no difieren de los espejos comunes y corrientes. Ni siquiera su espesor es distin- 10. Cuatro 0 cinco milfmetros. Y un corte transversal no mostrarfa otra cosa que la masa vitrea, el fondo azogado y la capa contra la humedad y las rayaduras. FI reflejo que nos devuelven es tan nitido como si fuesen hechos de cristal de roca. La diferencia radica ‘en su capacidad de congelar imagenes cuando perc ben un movimiento répido (y el criterio de rapidez es graduable). Entonces todo se detiene en cllos. YY uno puede moverlos, hacerles girar ante nuestros ojos, hacerles muecas, que nada perturbard la imagen retenida allf como en una fotografia. Para que regre- sen a su condicién de espejos hace falta de un deter- minado nimero de golpecitos dados con los nudillos, segimn la clave personal que cada propictario, con exe mismo procedimiento, puede cifar. Por el momento los venden como juguetes, una suerte de embelecos cibernéticos. Mas, segim dicen, en un proximo futuro los usarn (bien empotrados y protegidos) en residen- cias y casas de comercio para desanimar a ladrones € 31 intrusos. Su destino es previsible, Pronto los olvidare- mos porque pasarin a ser tan banales y cuotidianos como todas las novedades tecnoldgicas que legan a nuestras vidas. Y Ia tinica manera de salvarlos de la anonimia que les confundiré con el infinito resto de las infinitas cosas de este mundo, seré el que podamos imaginarlos en épocas pasadas, cuando todavia nadie sospechaba que fuesen posibles. Imaginatlos por gjemplo en el instante en que un criminal, o una pareja de amantes clandestinos, o una nifia que ha explorado su cuerpo desnudo frente a tal espejo, descubren que aquello que nadie més debe ver esti detenido ah{, quiz para siempre; quizé porque el maldito cristal es irrompible; quizd porque si se rompe ha de multiplicar por mil, eso, aquelto que nadie mis debe ver. 32 CUATRO DE NUBES Y DIRIGIBLES DE NUBES Y DIRIGIBLES Diez afios antes de la primera guerra mundial, cl porvenir de los aviones parec‘a incierto. Armatostes con facha de insectos disparatados, frigiles cometas a ceestas con una hélice enorme y pesada —més una carga que un impulsor—, esas caricaturas vacilantes que se destrozaban contra la tierra luego de un salto torpe, parecian simbolizar el fracaso total de toda creatura humana que quisiera andar por el aire sin ser més lviana que él “El aire fluye, se desiza, vuela y se escapa; la burda y brusca geometria de lo terrestre jams poded con el aire", decfan los escépticos de la época, A diferencia de los aviones, los dirigibles estable- fan un pacto ticito entre los elementos, Eran, ellos enteros, una concesion, un gesto amigable. Grandes burbujas de gas en el seno de otro gas, se desplazaban silenciosos sin contradecie los caprichos del vient. Elegantes, pausados, su forma acomodada a los flujos que los soportaban y admitfan sin resistencia, deven- drfan pronto ~muy por encima del vuelo de los pija- ros~ Ios nuevos habitantes de las alturas: serfan los 35 grandes peces de otro océano. Bl air, la tierra, el agua, y un callado fuego interior, encontrarian en ellos un simbolo de convergencia y comunieacion, Pero, desde luego, en la legién relegida de los sucios, Esta er a idea tenaz del profesor Schwerfuss Portando siempre, en uno de los boksillos de su chale- co, un recorte de diario, le daba vuctssy vueltas un proyecto que echaria a rodar apenas le fuese posible En el recore estaba una noticia: junto con los prime- ros dirgibles para passjeros, habfan aparecido tam- bign sus equivalentes piratas, Agazapados entre las niubes —cGmulos, remansos 0 bancos lenticulaes— agvardaban la oportunidad de que su presi pasara cerca de ellos Entonces se lanzaban a un ataque que poco difera de los que, en su tiempo, realizaton sus antecesores marinos, Peto lo que le interesaba al ro fesor Schwerfuss no eran los piratas ni sus hazahas, sino su manera de camulflarse entre las nubes, El pro fesor Schwerfuss era uno de los tantos futurdlogos auc, a comicnzos de siglo, asi se confundian con los pitonisos y los nigromantes. Muy contados amigos confiaban en sus vaticinios dizque avalados por un cuadro de complicados conceptos que aunaban los iis estrietos cileulos ciemificos y lo que él denomi: naba “las tendencias seeretas del mundo", que acaso nunca pudiescn ser recupcradas por lacienca, Loco, pesimista, ingenuo, fueron los califcativos menos dros que recbié nuestro profesor cuando afosatris predijo, entre otras cosas, las dos guerras mundiales, Tas masacres masivas, las edmaras de gas, Convencido de que poco podria lo que ls btenas 36 sgentes denominan “razén humana”, para designar con algiin nombre a aquello que se contrapone a esa otra razén también humana que acabaria por precipitar al mundo en las llamas del infierno, el profesor Schwer- fuss habia diseftado una solucién radical para salvarse y salvar a sus pocos adherentes de tales suplicios. Consistia la solucién en abandonar definitivamen- te la propia superficie de una tierra considerada por 41 como el escenario inevitable de la confrontacién y la lucha, Su idea era reaccionaria, como el mismo Profesor lo reconocfa, Pero era su idea. Y la iba a poner en prictica de todas maneras. Si en la tierra “no habia lugar” para las utopias, pues habia que trasladarlas a los cielos. Y no a los miticos, misticos y fantasiosos de las religiones, sino a los cielos conere- tos y reales de nuestro mundo. E! profesor habfa pen- sado en una comunidad que viviese en dirigibles equi- pados —entre muchos otros mecanismos especiales con baterfas de surtidores que emitiesen un tenue vapor cuya finalidad habria de ser la de procuratles tun camuflaje perfecto, Cualquiera al verlos, no los veria de verdad. Para él no serian sino nubes errantes arrastradas por el viento. Las silenciosas aspas accio- nadas por pedales, nunca los delatarfan, Por desgracia, hasta este punto llega nuestra infor: macibn. Y todo lo que digamos 0 queramos decir de lo que vino luego seri obra de un torpe afin especula tivo, Si en el proyecto del profesor habfa unos dirigi bles destinados a viviendas, otros a sembrios, y otros 2 los dispositivos captadores de agua de la atmésfera yy energfa del sol, o si, por el contrario, en cada una 37 dle las naves habia compartimientos acondicionados pata estos usos, no lo podemos conocer. Ocurre que no tenemos medios para saber si quella utopia funcioné alguna vez, 0 nunca, 0 si todavia subsist. Pues, en 1913 el profesor Schwerfus, su familia y amigos cercanos desaparecieron sin dejar astro, aparte del minésculo modelo de un dirgible (de unos treinta centimetros de largo), que ante Ios ojos ‘curiosos de quienes forzaron las puertas de su depar- tamento, al ser tocado por un vecino, empezb a cubrirse y descubrirse, aternadamente, con un vapor blanco, antes de terminar desintegrindose por com- pleto. Fsto fue lo Gltimo que se supo del profesor Schwerfuss Entonees no nos queda mis remedio que dejar la smirada perdida (mientras viajamos en avién por entre las vastas nubes, © mientras contemplamos un atarde- cer fantéstico, de esos prédigos en areboles y formas sobrecogedoras), dejar la mirada perdida en alguna rnube amarillo rosada 0 roj, y pensar, simplemente pensar 38 CINCO DE LA NUEVA LILIPUT DE LA NUEVA LILIPUT ‘Tenfan que ser los japoneses quienes ~manipula- cin genética de por medio~ encontraran la manera dle crear una especie humana tan diminuta: la estatura normal esti por los cinco centimetros. Jonathan Swift se hubiese maravllado al verios caminando por los jardines de la ciudad provisional que ha sido dise- ada para ellos. Protegida por una cipula de cristal, sa suerte de maqueta viviente alberga una poblacion de mil individuos. Otras colonias estén repartidas en varios laboratorios japoneses. La que tengo ante mis ojos es la Gnica que se exhibe al piblico. Mediante altayoces uno puede, incluso, comunicarse con los habitantes menos hurafios de la Nueva Liliput, como la han bautizado; escuchar sus vocecillas chillonas, oft sus quejas y reclamos. Hablan nuestros idiomas, visten como nosotros © imitan nuestros gestos. Les han ensefado bien nuestra cultura. Pronto la ciudad les resultaré pequefa y a pesar de la voluntad de Jos cientificos para preservar el desarrollo natural de cada colonia, tendrin que trasladar una parte de la poblacién a otro sitio. La verdad es que nuestros 4a equefios semejantes se reproducen de prisa, a despe- ccho de las campafias de control natal y todo eso. Un diario de gran circulacién ya se ha ocupado del asunto. EI reportaje ~publicado hace unos difas~ referfa algunos hechos que no tardaron en ser des- mentidos por el gobierno, lo cual serfa una prueba irrefutable de su veracidad. El reportero sostenia que ya se han producido fugas masivas de algunos labora- torios y anticipaba que los profugos no tardarian en cocasionar estragos incalculables si lograran sobre a los ataques de perros y gatos domésticos, amén de los de las ratas, cosa nada dificil puesto que su nivel de inteligencia es, por cierto, similar al nuestro. Sugerfa el reportero algunos modos de poner orden, a tiempo, en el mundo de estos nuevos seres. La pri- mera solucién podria ser Ia de encontrar alguna formula tam in genética que los eliminase por completo —un virus, por ejemplo— para ahorrarles y ahorrarnos suftimientos indtiles; para que volvieran la nada de donde nunca debieron salir. Citaba el reportero una larga lista de agresiones que cometemos con ellos casi inadvertidamente, Como ejemplo, tendencioso claro esti, contaba el destino que suftie- ron los minihumanos que fueron regalados a los nifios de la familia imperial: terminaron descabezados y mutilados como si no hubiesen sido nada mis que ‘mufecos baratos, La segunda solucién consistia en crear para ellos un aparato policial fuerte, conforme a los modelos existentes en nuestras sociedades, para ‘que cada colonia se autocontrole e imponga sus pro- pios Ifmites. Dicha policia dependeria, desde luego, 2 directamente de hombres de probada experiencia en tales trabajos. La tercera solucién, que bien pudiese complementar la anterior, tendrfa que ver con una politica educativa que sirviera para integrarlos a nucs- twa sociedad: ellos bien pudieran trabajar para noso- tos limpiando desperdicios 0 cjecutando tareas, ‘en el Srea microelectrénica, por ejemplo— que su tamafio les ayudarfa a realizar con eficacia. Por causa de ese reportaje he dejado la ciudad de Xanten y he venido hasta acd, a través del océano y de un continente entero, He venido a observarlos vivir, caminar, entrar y salir de sus minasculas casas, fingiendo una cuotidianidad eterna y trivial, como si no supiesen que su destino no depende de su volun- tad. He venido hasta acé y me he puesto a pensar en que si tan solo no tuviesen un cerebro como el nues- tro, una conciencia como la nuestra, todo les seria sds facil, infinitamente més fécil. B SEIS DE LA REVOLUCION GRIS Y SUS AGITADORES DE LA REVOLUCION GRIS Y SUS AGITADORES Albert Linder es un joven alto, afilado, locuaz. ‘iene el rostro anguloso y los ojos brillantes de los iluminados, Todo lo que gana en negocios diversos =a los cuales considera males necesarios—, lo invierte en su causa politica, Albert Lander es un militante de profesién. Es un luminado a tiempo completo. Vive cen un desvin atestado de libros y cuadernos azules en los que escribe interminables ensayos. En un rincén se alza el mimedgrafo de mano que le sirve para editar las hojas volantes y folletos que reparte en mercados ¥y omnibuses, Sobre el velador esti el megifono que usa en sus arengas, A ras del suelo se extiende el col- chén misero en el cual duerme o hace el amor con ‘muchachitas siempre distintas. Albert Linder nunca se detiene. Ni le desanima la inconstancia de sus esca- 408 seguidores que al igual que sus amantes, aparecen yy se esfuman en su horizonte como estrellas fugaces. Albert Linder pregona la revoluci6n gris. En otro rincdn del desvin se apilan pancartas grises y banderas también grises que lucen el cfrculo blanco que rodea al circulo negro. a7 La revolucion gris, que segtin su mentor seréinevi- table, parte de un principio estrieto: hay que entregar €l poder y Ios cjércitos a los ancianos. Y no, por cierto, para resolver, de una vez por todas, el proble- ma de la denominada tercera edad —que de paso también se resolverfa—, sino y sobre todo para que toda la fuerza, la pasibn, la energia de Ia juventud y de la madurez se inviertan en el éxtasis y el disfrute de la vida, en los goces de la carne, en los eantos y los juegos del amor y del placer, y no en otro tipo de {gastos initiles, Relegados al ejercicio del poder, obligados por tuna suerte de conscripeién postergada @ ocupar las funciones ejecutivas ~desde el mas bajo hasta el mas alto nivel, ancianos trémulos y olvidadizos, demora- réan por fuerza la enloquecida marcha de Ia sociedad Lo cual se traduciria en un ineremento real del tiem- po libre de los ciudadanos: habrfa, pues, mis horas para pensar, amar, sentir; para disfrutar la nica vida que les ha sido asignada a los hombres. El deterioro de Ia maquinaria opresiva que violenta el espiritu de ‘quienes, en la sociedad actual, no comparten el poder, no lo disputan, o no quieren disputarlo, cambiar‘a las Grdenes imperiosas en débiles siplicas, porque hasta la muy improbable ira de los ancianos no ten- dria. a su disposicién metlios eficaces de coaccién y fuerza De este modo ~dice Linder, no es dificil ima- ginarse un mundo regido por gobernantes decrépitos, rodeados de ministros y_asesores (Sobre todo estos ‘ltimos) tan deerépitas como ellos, en el cual las cere- 48 monias del poder y las frecuentes pompas finebres (que casi legarfan a confundirse), asi como también los aparatos burocriticos de los estados, permanece- rian tan lejos, tan ajenos 2 la vida comin de los ciuda- danos, que un sinniimero de relaciones nuevas, insos- pechadas hasta hoy, proliferarfan entre ellos. La vida liversa, pero, ala vez, comunita- ser(a as{ miltiple y ria y célida, En lo que respecta a las batallas, Linder prefiere ilustrarlas con una escena vivid ‘Al azar imagina un campo de trigo a medias sega- do. Pone en su descripeién un limpio sol que hace reverberar el aire. Son las dos de la tarde. Ein la cabs fia solitaria reposan, semidesnudos, los nifios y nifias que cultivan el trigo. El sudor humedece sus cuerpos dortdos. La maiiana ha sido prédiga en juegos, caricias y ocupaciones. Fl cansancio, el calor de la tarde, la abundante comida basada en pan, leche, ‘agua fresca y frutas, los ha vencido. Entonces asoma cn el paisaje un guerrero exhausto. El verde olivo de su ropa de campaiia, resalta en el campo amarillo. ‘Tiene unas cuantas ramas secas enredadas en la red listica que le cifie el casco, Ayudindose con el arma, que ust como béculo, el guerrero se acerca 2 la cabaiia. Mira el negro interior. Golpea la puerta entreabierta. Insiste, Llama con su débil vor. Por fin aparece en el umbral una nifia somnolienta, Trece © ccatorce aiios y un gran desdén en la cara. El guerrero le explica que esti extraviado. No sabe donde se ‘encuentra el campo de batalla, Y, a decir verdad, no recuerda en cual de los dos bandos esti luchando, 49 Lana le ofrece una silly le acerca un jaro de agua El guerrero rehisa la sombra y arasta la sila esta ta nea donde empieza el piso soleado, Tiene su pro pio fifo interior. ¥ debe ser tan grande que el calor del verano no lega hasta. La nifia le mira ls manos Inuesudas, ls’ manchas, ls venas azules; le mira el rostro. de_pergamino, los ojos acuosos, hundidos, cl hueco de la boca que balbuces palabras a rats incomprensibles, Dentro del uniforme, el guerero parece escurire, Bebe el agua a. grandes pauss Es un anciano ceremonioso. Agradece a la nila con profunas inclinaciones y le entrega el jaro vaco, Luego le pide que le indique la diecci6n que ha de tomar. La nia sefala un punto lejano, El guerero camina unos pasos. Y regresay le pide a la nia un revo favor: que le permita tocar por un segundo sus jévenes pechos. La nifaaceptay sient el helado temblor que apenas Ia raza, El anciano le agradece de nuevo, se queda un momento en silencio como buscando en su memoria agin residuo perdido, y con oma reverenca reanuda su marcha, La nifia lo ve alejarse,caminar en una amplia media luna hacia cl lado de las mieses ain no cortadas. La nifa llama 4 gritos al guerrero para que corija su rambo, Pero es indsi, Bt no la escucha y desaparece en el dorado horizonte, Ella no insist, Sabe que hay una guerra y que en Ia guerra ocurren cosas raras. La vispera, Juego de que ella y sus compateros retoraran de bafarse en el rfo, descubrieron un par de soldados enemigos entre si-, que trataban de sepultar bajo tuna pirimide de piedrecilas y ramas de pino, a un 50 arillero que acababa de morir sin un rasgufo, de puro viejo, luego de haber disparado en cualquier direccién el eaitén principal de su miquina de guerra ““Unos estados asi no sojuzgarfan a nadie, Una guerra asi no mataria mucha gemte”, dice Linder. ‘Amigo de las ilstraciones didécticas, considera que escenas como estas son suficientes para rebatir a cualquiera que dude de la razén de su causa Pero los detractores de Ia revolucién gris no son ‘muchos porque tampoco son muchos quienes cono- een sus planteamientos. De entre ellos, solo unos ccuantos se dan la molestia de cuestionarlos, Un tio suyo dice, por caso, que la revolucin gris sna idea hermosa pero un tanto utdpiea Paradéjicamente, la madre de Lander atribuye «se tio la culpa de que su hijo hubiese clegido el pel gr0s0 camino de los exoticos y los subversivos, por los libros que le habia dado a leer cuando era nif, En su barrio, Linder tiene enemigos, verbigracia €l euidador del edificio en donde vive. Nacionalista convencido, piensa que la labor politi de su inquil- no amenaza el porvenir de su patria, Un dia se lo dijo al capitén de poeta Para su contraiedad, el capitin, impiindose la espuma de cerveza del bigote, le respondié: =No debes inquietarte, al menos todavia, Conoce- ‘mos bien las actividades de Linder y no las considera- ‘mos peligrosas por el momento. Cuando su grupo crezea, seri otro cantar. Encontrarin dificultades y empezarin a desesperarse, a tramar ataques en contra del orden, de la propiedad, de nuestros valores. 51 Entonces podremos climinarlos sin remordimientos. Albert Linder conoce bien los peligros que se ciernen sobre su futuro, Pero no los teme. Estd dema- siado ocupado claborando lo que él llama “la cobertu- ra ideolégica de su lucha revolucionaria”. Es decit en sus palabras, proporcionando a su empresa redentora un lenguaje propio, no del todo verdadero, ¥ a veces hasta falso, pero novedoso y, sin duda, sugestivo y motivador. Linder sabe que el fin justifica los medios. —iHlay que retornar a la sociedad arcaica! —dice fn sti nuevo lenguaje. iHay que devolver el gobierno a los mis sabios! iA los mas sabios en la sabiduria de la vida y de la experiencia! iQue la ciencia y la técni- cea dejen el paso a la verdadera sabiduria! iTodo el poder a los patriarcast iTodo el poder a los hombres venerablest Cuando Albert Lander calla su audiencia calla también. Por un momento el mundo se queda en silencio. Después irrumpen la alhartea y las bromas incomprensibles. Pero nunca falta en el piblico algiin anciano que recoja una de las yolantes que el agitador reparte, y la guarde, bien doblada en el bolsi- Io del pecho, muy cerea de su corazén, 52 SIETE DEL SEGURO CONTRA ROBOS DE AUTOS DEL SEGURO CONTRA ROBOS DE AUTOS BI sistema funciona asf: cuando el ladrén consi- gue entrar al automévil —cosa por lo demés nada Aificil~ y se sienta frente al volante, unos dispositivos accionados electrénicamente traban las pueruas y ‘aseguran las ventanas. La operacién puede o no ser silenciosa. EI segundo paso sobreviene cuando el in- ‘uso trata de arrancar el motor. Entonces, sobre el tablero de los instrumentos parpadea una luz roja. ‘A continuacion una vor grabada repite, cada treinta segundos, el mismo mensaje: “De aqui no podré salir... De aqui no podré salir”. Luego del tercer ‘mensaje (esto ya ha sido computado, el ladrén que ha insistido ya varias veces con el arranque, intenta hui). Pero, tanto puertas como ventanas estin muy bien twabadas. No conseguiré abrirlas. Es cuando una aguja hipodérmica sale del asiento y le inyecta un prepara- 4o especial que le paraliza las piernasy le dja sin vor. Se ha establecido que, en un porcentaje muy alto de tos casos, el ladrdn -bajo el efecto de la droga, cree que todo lo que le ocurre no es otra cosa que una pesadilla. Para evitarle tal error, la misma grabacion le explica los pormenores del asunto, Y asi todo 35 queda listo para el diltimo paso que, por desgracia, es harto desagradable pero, sin duda, necesario, El espal- dar y el asiento se corren hacia la derecha (en los ‘modelos ingleses hacia la izquierda) dejando al descu- bierto un sistema de engranajes y émbolos entre los cuales el ladrén es perfectamente triturado, compri- mido, y disuelto en un poderoso écido inodoro cuya formula es un secreto de la casa fabricante. Luego, asiento y espaldar retornan a su posicién normal, de tal manera que el propietario cuando entre a su vehiculo y lo ponga en marcha no encuentre un solo indicio de lo que ha ocurrido abt. La casa fabricante garantiza que solo en un tno Por ciento de los casos, el dispositive confunde ladrén con propietatio, 56 ocHo LA HISTORIA DE LOS LIBROS COMESTIBLES LA HISTORIA DE LOS LIBROS COMESTIBLES EL hambre inventa soluciones desesperadas. Un dia a Bliim le pasé lo que a tantos: se cans6 de ser pobre. Y en lugar de escribir libros, se puso a fabri carlos. De un dia para otro amanecié convertido en editor. Pero ~ni su hambre ni su ego podfan permitir otra cosa—, editor de libros muy originales: libros comestibles. Sus libros eran comestibles. Las hojas de una pasta parecida a la de las hostias, pero flexible; la tinta no era tinta sino un almfbar oscuro; las tapas de galleta, Asi, salvo los coleccionistas y los extrav gantes, el lector comin, mientras lefa su libro, iba “literalmente~ devorindolo. © mejor: saboreéndolo. Lo asimilaba entonces de una manera més clara y definitiva, Pronto cl negocio fue un éxito, Blim lo promocionaba bien. Sus antiguos afanes literatios le habfan servido de maravilla: é mismo escribfa las ccuias publicitarias de su empresa, Claro que, a veces, ‘echaba mano de viejas, ya muy lejanas verdades perso- rales a las cuales, mediante el milagro de las relacio- nes pliblicas, convertia en verdades colectivas, con nuevos contenidos por cierto. Una de esas cuias, 59 flamantemente connotadas decfa: “AMIGO MIO, SI USTED LEE UN LIBRO, EL LIBRO PASA A FOR- MAR PARTE DE USTED. INTENTE SACARSELO. DE ADENTRO”. Bliim empez6 a hacerse Para renovarse y, sobre todo, para mantener sien pre una buena ventaja sobre los inevtables imitado es, ide nuevas Iineas de produccién: los libros con sabores chocolate, vainilla, café, ete y también Ios libros comestibles pero no impresos,cuyas paginas en blanco solo servfan para comérselas; también los “bros no comestibles” que no tuvieron ninguna aco- sida porque la gente decfa que no lograbaciferenciar Jos de los comunes y corrientes. Por el contrario, los libros con sabores conocieron éxitos memorables ‘Una enorme novela cuyo tema era la historia de un pez, tenfa las péginas impregnadas de su aroma, y ‘otra que referia un largo banquete de unos jueces jubilados, conforme avanzaba el texto, combinaba sustos diferentes: cordero, chancho, pollo, fresas con crema y demis, En fin, Blim termind por hacerse muy, muy rico, ¥ sus relaciones politicas y comerciales crecieron dia adi Una tarde de invierno —un vaho helado en los cristales de las ventanas y una gran lépida negra en el cielo, golped a su puerta el poets Gray, antigua camarada de los tristes tiempos. Blim lo vio llegar como una mala sombra. Casi sintié pavor cuando lo vio: flaco, pobre, extraviado. No supo qué mismo ocurri6 en su interior pero por un segundo le pareci6 60 verse a si mismo, como era afios ati, entrando a ese despacho que por un segundo dejé de ser suyo. El poeta Gray sin saludarlo murmuré: =Vengo a venderte una idea. BI corazén de Blim, ensombrecido de siiito, le repuso: “A qué has venido? Andate. Devuélvete a tu pasado y a tu miseria. Y a tus afanes subversivos. No me daties el dia. Yo ya no soy el de antes. Soy otro. Tengo otras ideas. Otra posicién en el mundo, Nada tenemos que hablar". Fso dijo su corazén, Peto en cambio, su boca, vacia y hueca como toda boca, se limit6 a decirle Como verds, ideas no me han faltado, —Entonces me voy. —Fue Ia sola respuesta del poeta Gray, Blim debié aprovechar el aire seco y displiscente de Gray. Levantarse de su enorme asiento de eucro, situado detris del enorme escritorio ejecutivo, tender lela mano de un adi6s definitivo, y decitle: “Si, largax te ya. Y no vuelvas nunca més. Aléjate de mf para siempre. Si has persistido en tu vida, acepta los riesgos. Yo debo olvidarte, Eres apenas el residuo de un pasado y de unas ideas que he resuelto olvidar. Yo ya no quiero ni cambiar Ia vida ni cambiar el mundo, porque la vida y el mundo me han cambiado, Yo elegi. No soy més el poeta de la palabra y de la vida, cl profeta de los suefios y de las utopias que jamis se cumplen. Me he convertida en un hombre de mundo. De un mundo mio y conereto que ti amenazas. Andate ya, No conseguirés nada de mi”. Esto debi6 decirle, Pero su voz le soné en la ganganta 6 con otras palabras muy distintas: —Espera. Habla El poeta Gray hablé, En efecto, se trataba de una idea. En otras circuns- tancias Bhim se hubiera contrariado, Sus orgullos personales le hubiesen chirriado como ruedecillas ‘mohosas dentro del cerebro, Pero ahora no fue asi. Porque en las palabras del poeta Gray descubrié el tardio arribo de un ser derrotado que imploraba por fin un dltimo lugar en ese preciso tren que nunce quiso tomar. El poeta Gray, envejecido, agobiado de deudas, a los cuarenta afios de edad queria tam- bién iniciarse en el mundo de los negocios. All menos «eso fue lo que pens6 Bliim. Su propuesta era la siguiente: afadir estimulantes 4 los libros comestibles. Afrodisiacos a las novelas cerdticas, alucinégenos a las fantésticas 0 migicas, exeitantes a las de aventuras, depresivos a las de miedo. Y hasta se podria pensar —dijo— en una nueva serie de obras terapéuticas, por ejemplo una serie de novelas dedicadas a los insomnes que tuviesen las péginas impregnadas de soporiferos. En cuanto al material propiamente literario de esta serie, pues seria ficil conseguirlo: las corrientes verbalistas y retéricas de la literatura que pretenden centrar el interés de los libros no en las historias, os escenarios y los personajes, sino en el puro lenguaje y sus capri- chosos juegos, ofrecian abundantes textos muy ade- ccuados para procurarle a cualquiera un suefio apacible y sano. Cuando Gray acabé de exponer su proyecto, 2 Bliim paladed, como el dejo de un licor delicado y célido que acabara de pasar por su garganta, la bella comprobacién de que su amigo era ya, desde su fragi lidad y su arrepentimiento, uno de los suyos: también 41 habia renunciado al iluso mundo de los valores inasibles, de los propésitos santos, de las invectivas, los marginamientos y las disconformidades radicals, ‘También €1 habia vuelto los ojos hacia los bienes terrenos, hacia las contundentes realidades que solo ‘1 dinero y el poder pueden amparar. Entonces Bliim se dijo para s{: “Este pobre hombre ha venido a tu jardin, Déjalo entrar. Déjalo vagar por sus senderos. £1 ha abandonado su hosco monte, Ya no es més la fiera hambrienta que ruge entre la maleza su libertad y su rabia, Doméstico y apacible lo tendris a tu servi ‘cio, Trabajaré para ti, Lo utilizarés como quieras. Te vengaris as{ de quien, durante muchas noches de duda y vigilia, tortur6 tu mente con Io que supusiste que pudo ser tu otra vida si segufas con tus versos y tus rebeldias indtiles. Déjalo entrar, Seré un fantasma cautivo, una sombra lastimera y difusa enredada entre Ios espinos de tus rosales”. Esta bien —dijo Bliim —Te voy a conteatar. Espero que tu proyecto funcione, Tendrés una oficina bien dispuesta y una seeretaria joven y complaciente. De este modo el poeta Gray empez6 a trabajar en Ja empresa de Blim, Y aquel hombrecillo con facha de pijaro, brusco, asustadizo, afilado como un pijaro, demostré una efi ccacia comercial muy grande. Contraté nuevo personal y hasta hizo un seminario interno con la participacién 63 de quimicos y cocineros, quienes como puede supo- nerse, se entendieron bien. Las nuevas ediciones se multiplicaron y Blim ‘empez6 a sospechar que la riqueza era como un remo- lino que erecta como por arte de magia desde su pro- pio centro, cada ver con mayor impetu. Los nuevos libros cuvieron gran demanda. Al decir de las buenas sefioras, estos dejaron de ser un Iujo para convertirse ‘en una necesidad. Y hasta se volvié una costumbre en Jas cenas elegantes el servit como postre deliciosos cuademnillos con versos de poetas trigicos. El aadido quimico de los cuadernillos garantizaba, a quienes los consum{an, por lo menos una hora de conversacién locuaz y hasta inteligente 'Y asi pasaron uno, dos, tes ais. En otra tarde de invierno el poeta Gray se acercé Blin Vengo a presentarte mi renuncia ~dijo, Bim, soxprendido, aspir6 dos palabras =ePor qué? Pero en esas dos palabras estaban contenidas mu- chas otras preguntas, éAeaso no consideraba justo su porcentaje? éAcaso no gozaba de la suficiente auto- romia en su 4rea de trabajo? éSu labor no lo hacia feliz? éAforaba su monte y sus indtiles garras de tigre de papel? El pobre se consideraba tan necesario que creia que él, Blim, le iba a suplicar que no se fuera?

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