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Revista de cultura Afio 2, numero 8 Julio de 1979 $2.300.- Pr. ‘ Juan José Saer: el arte de narrar Cultura y sociedad: informe especial Positivismo y nacionalismo en la Argentina Reportaje a Juan Rulfo Dibujos de Roberto Paez PUNTO DE NIST Revista de cultura Aiio 2, nmero 6 Julio de 1979 Director: Jorge Sevilla Secretaria de redaccién: Beatriz Sarlo Colaboraron en este numero: Rail Beceyro, Néstor Garcia Canclini, Maria Teresa Gramu- glio, Carlos Molinari, Alberto M. Perrone, Jorge B. Rivera, Bea- triz Sarlo, Juan José Seer, José G, Vazeilles. Diagramacion: Carlos Boccardo. Indice: Maria Teresa Gramugiio: Juan José Szer: El arte de narrar Poemas de Juan José Saer Beatriz Sarlo: Raymond Williams y Richard Hoggart: sobre cultura y sociedad José G. Vazeilles: Positivismo, politica e ideologi: El caso de Carlos Octavio Bunge Libros: Carlos Molinari: El primer nacionalismo argentino Jorge B. Rivera: Solitarios avatares de la critica literaria Raiil Beceyro: Cine y narracién Néstor Garcfa Canclini: {Uso artistico de los mitos 0 uso mitico del arte? A propésito de la Bienal de San Pablo A.M_P.: Didlogo de sombras con Juan Rulfo 28 31 35 Punto de Vista recibe toda su correspondencia, cheques y giros, a nombre de Beatriz Sarlo, Casi lla de Correo 39, Sucursal 49(), Buenos Aires, Argent Punto de Vista fue compuesta en Gréfica Inte- gral, Estado de Israel 4465 - 2° “A” - Capital Federal, e impresa en los talleres graficos Litodar, Brasil 3215, Buenos Aires. Punto de Vista. Registro de la propiedad intelec- tual en trémite. Hecho el depdsito que marca la ley. Impreso en la Argentina. Suscripciones: Argentina 6 numeros 13.000 $ (correo simple) Exterior 6 ntimeros 20 u$s (correo aéreo) Maria Teresa Gramuglio Juan José Saer: el arte de narrar Hace mas de diez afios que Juan José Saer vive en Francia, y durante esos afios se han agre- gado a su obra El limonero real (1974) y La mayor (1976), editados en Espaiia. En 1977, una editorial venezolana publicé Ef arte de narrar. La paradoja de que este Ultimo libro reuna los poemes que Seer fue esc biendo paralelamente 0, mejor, acompafiando a sus narraciones, inda una de las direcciones en que es posible reflexionar sobre el sentido de una obra ya vasta, aunque, con pocat excopciones, sistematicamente ignorada por lectores y criticos en la Argen. tina. Que, al mismo tiempo, E/ arte de narrar sea concebido por su autor como un texto abierto, capaz de trecer con nuevos poe- mas, que después de once afios en que Saer no publica en la Argentina algunos de esos poe- mas aparezcan ahora en Punto de vista, esperando su incorpo: racion a un “are de narrar” futuro, y que estos poemas se Publiquen acompajiados de un comentario sobre algunos aspec tos de los Gltimos relatos de Saer, terminaria de dibujar ese camino posible; el trabajo sobre el len- guaje, sobre la lengua pottica, Para ser mds precisos, que se opera en los textos de Saer, cuestiona la falaz dicotomia en’ tre vanguardismo y realismo, y abre la posibilidad de una re- Cuatro libros de cuentos ¥ cuatro novelas definen la obra de Juan José Saer, santafesino nacido en 1937. “El arte de narrar” es, precisamente, el titulo con que aparecieron sus poemas, en 197. Los que hoy publicamos, inéditos, integrarén una futura y ampliada reedicion definicion del campo escriturario nacional La palabra obra es aqui per- tinente: remite a un trabajo con- cebido como proyecto de con- junto, @ una totalidad en proce- so de realizarse, y realizéndose, efectivamente en todas y cada una de las partes (los libros) que la integran. No de otro modo de- be leerse la obra de Seer, con su “zona’’, sus personajes y lugares recurrentes, su universo —su “rei- no” — edificado (edificandose) en el_lenguaje, en la escritura, no mégica, no fécilmente, sino en una lucha constante de la con- ciencia por alcanzar la posibi- lidad del relsto, de cierta forma de relato. Relatos, poemas: una_unici dad. La retérica, como sistema aceptado de convenciones, como refugio, es abolida. En su lugar aparece la formulacién de una poética que no ignora esas con- venciones, pero que las histori- za y las desencaja de sus lugares habituales (lugares comunes) pa- ta reinscribirlas arduamente en textos cuya brufiida precisin exige una lectura también ardua y precisa. De alli la dificulted, ta traba, para leer a Sser en el contexto literario nacional; distante (y no sélo en el sentido geografico), complejo y erudito, no tiene ain cabida en los médulos esta- blecidos por el mercado de lec: tura; se lo ha considerado ana- crénico, tradicional, objetiviste o regionalista, siempre sin acierto y sin que ninguna de esas etique- tas haya hecho més que acrecen- tar el silencio en torno de una obra que. rigurosa y sin conce- siones, s6lo puede ser leida a Partir de su propia propuesta. E/ limonero real es, en la me- téfora de su titulo, el texto del relato y el sistema de la narra- ién.' Punto de referencia espa- cial, el limonero real, con su aura magica,’ resplandece en el centro del monte. Su ciclo no es el ha- bitual, en el que flores y frutos se siguen ordenadamente: “El limonero real esta siempre leno de azahares abiertos y blancos, de botones rojizos y apretados, de limones maduros y amarillos ¥ de otros que todavia no han madurado 0 que apenas si han * Ademés de 1a veto que abte la indage- Cid del simbolo deeb, no ee punde pe der de vita la particular polsermie de lor Xérminos utilizados por Saer en algunos ti tulos: la palabra rea! en El limanero real y fen el potma Reales desencasena todo €) juego de oposiciones seminticas entre re) ¥ Ro rea, imapinanio © falzo, sobre todo Iratindose de un eritor hipeliterario co mo Seer. Es verdad que 1a polisemia del Tenguaje postico no implica una prolifer ‘cin arbivaria de fos significado: en el cato el pooms, por ejemplo, e sentido se pre isa en la lectura de! texto, pero se ennque- ce 3 su vez con nuevos signiticados cuando 1 tema potico aparece vinculado ala figura de Cervantes. La mayar nomiva un tone ‘musical y es una frase comparative. Argy Imentas, titulo que reine lor wxtor brever de la segunda parte de La mayor, cemite at ‘resumen sumario de una obra y tambsén 9 rarones que se utlizan para demostrar O 3 comenzado a formarse.” Como el 4rbol, el relato se construye en un ciclo de comienzos, recomien- zos y superposiciones permanen- tes. Una breve frase: ““Amanece/ y ya esté con los ojos abiertos”, lo desencadena y Io clausura, en circularidad total. Entre la aper- tura y el cierre del proceso narra- tivo se despliega el intento en- carnizado de registrar todo lo “ocurrido”: una y otra vez el relato de esa jornada volverd so- bre sus pasos, sobre aconteci- cimientos, suefios, recuerdos, sen- saciones, siempre con datos dis- tintos, con reiteraciones, agrega- dos y omisiones, para indicar, en definitiva, que los resquicios de “loreal” (lo narrable) poles beneficiarior de estos avances podion Sistrutar de la teguridod que garantizaba que 42 superioridad s apoysbe en elementos in- Cestructibles presentes en sus huesos, songre ‘9 composicion genética. A partir de ea 23: tancia, incluso, podion relegarse al amoble pivel de lo accidental, es dificiles discusio- de enlriamiento y solidificocion en a! Bronce 2 el lenguaje moderno de un cien- Uificismo de época. Respecto de esto, cabe recordar que ni Sche- ling ni Gobineau prescindieron ‘tampoco de un ropaje lingiistico cientificista para fundar su racis- mo aristocrético, ni que el con- junto de sus sistemas coinciden en el intento de aprehender la totalidad y explicar las diferen- cias 2 partir de una “sustancia’” indudable que dé cuenta sin me- diacion de la realidad. Como se ve, entonces, no es tan paradojal que entre el positivismo y el irra- cionalismo filoséfico se advier- tan, junto con sus contraposicio- nes, interinfluencis e identidades. No cabré entonces sorprenderse demasiado si esas identidades rea- parecen en los seguidores argon- tinos de estas corrientes, ni po- drén atribuirse por entero a fac- tores locales. EI problema nacional Sin embargo, seria apresurado ¥ unilateral efectuar una asimi lacién lisa y-llana entre las co- rrientes europeas y las que se ma- nifiestan en la Argentina. Nos hallamos frente @ uno de los pro- blemes centrales que es necesa- rio actarar: la muy debatida cues- tion, dificil e irresuelta, de la “peculiaridad nacional". Su irre- solucion suele oscilar entre los extremos de afirmar 0 negar ab- solutamente la peculiaridad na- cional, con posiciones interme- dias de dudosa consistencia cien- tifica, Las posiciones extremas ni gan pertinencia al estudio de la adopcién del positivismo en la Argentina, En efecto, si se opina que no existe una peculiaridad nacional que produzca variantes en la concepcién, seria suficiente estatuario de los personajes histéricos sebra- salientes scompahé tambidn en Ia Argentina fl clima de ideae ce princinios de siglo, aro on fuertes debilidades y curstionamientos fen su soporte légico, el sustancialisme ra cinta; se preanuncia ati el estallido del debo- te hiistoriogrético que se produciria alrede- dor de 1930, con fuertes caracteristicat po- stonales, sectarias y, sobre todo, iconodlas- as. 22 inal y sus implicaciones histéricd-socie- les. Por otro lado, en el caso en que la peculiaridad naciorral sea vista. como un absoluto, toda concepcién importada parece un injerto artificial, de dudosa o nin- guna trascendencia, o, en el me- jor de los casos, un epifenémeno de la conspiracién contra el ‘ser nacional’, conspiracién cuyo fra- caso se demostraria cuando ese ‘ser nacional’ absoluto e induda- ble aflore en plenitud. Finalmente, en algunas de las Posibilidades intermedias, no es sorprendente encontrar un eclec- ticismo de curioso resultado: se admite que, siendo la situacién nacional o mundial de aquella época tal o cual, es previsible que aperezcan pensadores posi- tivistas; pero, cuando las condi ciones varian (y han variado efec- tivamente), tal etapa ha sido su: perada y, con ella, la concepcién perdié vigencia, El resultado de esta operacion demuestra una concepcién igualmente positivis ta del progreso lineal, de la suce- sién mecénica, inconsciente de si misma, de las etapas evolutivas asi el presunto cadaver se encar- na en quien le extiende su certi: ficado de defuncién. Bunge Uno de los autores que adopté la concepcién positivista mas al pie de la letra en la Argentina fue Carlos Octavio Bunge. Pero, tal vez por eso mismo, sus conclu- siones no son optimistas ni tran- radoras. Gran parte de los capitulos de uno de sus princi pales libros® esté destinada a de- mostrar la inferioridad racial de los argentinos, sobre todo a par- tir de sus componentes indigenas y africanos, pero también por defectos congénitos de los espa- fioles; ademés, Bunge adopta el supuesto de que, en si misma, la mezcla de razas 0 “hibridacén” empeora la cdndicién original de os componentes. ® Nuestra América, Buenos Aires. Le Cultura Argentina, 1918, El mundo y su justificacién son los mismos, ya que para Bun- ge los superiores son los euro eos (con excepciones medite- rréneas y eslavas, probablemen- te) y en especial los anglosajones, observa la explicacién por la sus- tancia racial que ¢ combina con la influencia del medio geogré- fico, e incurre también en la Peticién de principios de explicar lo dado ("los datos’) por su mit ma inmediatez emy Por otra parte, Bunge describe como una evolucién personal la adopcién del criterio racionalista reflexivo, analitico y relativista, que le permite reconstruir sus concepciones a partir de una crisis sufrida en su moral anterior basada en los valores trascenden- tes de la tradicion y la educacion religiosa: “El Hogar, la escuela y la religién habian grabado en mi alma una nocién absoluta del Bien’”*. Después de la crisis (que descr con cierto pintoresquis- mo), sus creencias se reorganizan en la nocién relativista donde los resultados del éxito social, nombrados como Felicidad y Progreso, reemplazan a los valo- res trascendentes a la consciencia individual, 0 sea las “‘nociones absolutas’’. Es decir que su positivismo incluye también expresamento las raices histérico-metodolégi- cas, y la inteligencia de su rela- cién con la disoluci6n de las tras- cendencias previas a la conscien- cia individual, que habian opera- do el cogito cartesiano y el ag nosticismo empirista. Finalmente, abe agregar que aparece todo un conjunto de connotaciones ideo- \Sgicas propies de la concepcion: desde el “time is money”, pa- sando por el evangelio del es- fuerzo y el trabajo como prod: tismo sobre el catolicismo como variantes del cristianismo. Sin embargo, por la aplicacin de esta concepcién a la realidad latinoamericana y argentina, an- ¥ Ob. cit, p33, tes que el pasaje al irracionalismo desarme la concepcién positivis ta, en el espejo local se producen otras distorsiones que ya desdi- bujan la unidad de la imagen. Efectivamente, es el costado de la superioridad racial supuesta lo que le presta cierta consisten- cia al sustancialismo racista: el éxito de las clases y naciones do minantes, sus visibles monumen: tos econdmicos, politicos y cul- turales son los que relevan al pensador positivista europeo de la obligacion de dar una explica cién verdaderamente racional de ‘ese resultado. No en vano el posi- tivismo.es una concepcién pasiva de lo dado como un Ileno, una realidad sin fisuras, cuya argama: sa es un éxito actual que ignora incluso las carencias que en el pasado motivaron su propio mo- vimiento. Por eso cuando Bunge intenta ‘explicar la inferioridad racial y el fracaso social y nacional se presentan mas inmediatamente sus profundas fisuras y distorsio- nes. En un primer nivel, la pre- tension de capter, me figura compacta, la imagen de la inferioridad incurre necesaria- mente en la verborragia de una exageracién grotesca: ““Impulsi- vo, falso, petulante, el mulato es una complicada amalgama del genio espafiol y africano. Tiene de aquel la poliforme arrogancia; de éste, la infetuacién cacical. Como contra él existe tradicional prejuicio de desprecio y odio, se venga despreciando {a tradi- cién y los prejuicios. Es esencial- mente innovador; en politica, en artes, en letras. Por su rencor al pasado, es el enemigo natural del blanco... Es el instrumento de la venganza péstuma del negro. . . iEs la venganza del negro! Vedle pasar, con su estirada trompa clasica en la que humea un puro, por sus dedos regordetes llenos de sortijas, echado atras como si retara al mundo, tieso y en- greido ivedie! Y pensad siempre que en su mente le acosa el deseo de deslumbraros y que su cora- z6n palpita de siniestra envidia... iGuardaos de él! Insinuante y servil cuando quiere, puede cap- tarse vuestra confianza, y, si la capta, seré para traicionaros y humillaros. Es irritable y velei- doso como una mujer, y, como mujer, como degenerado, como el demonio mismo, “fuerte de grado y débil por fuerza”. Sabe hacerse pequefio y dictil, para luego erguirse y desafiaros mejor; sabe doblar su eldstico espinazo, para después enderezarlo con so- berbia de Luzbel. Porque nuevo Luzbel, es el eterno Rebelado |. ..] Es por disimular su innata cobardia por lo que toma sus te- rribles aires de matén; igualmen- te, para disimular su escasa poten- i ica adopta sus posturas de Don Juan... Recuerda al me- droso nifio que, cuando siente miedo al caminer, silba para darse énimo [. . .] Es un dispép. tico hambriento, con apetito para devorar un buey y sin esto- mago para digerir una chuleta iFelizmente! Si su estmago res- pondiera a su hambre, si su cons- tancia se relacionara con sus im: petus, équién sino él seria el gran Dominador y el gran Destructor, el monstruo apocaliptice que ha de devorar a las sociedades mo- demas y caducas?”."° Mas allé de su abundancia, se advierte enseguida que e! objeto descripto no es compacto ni in- mediatamente simple: tras una apariencia de fuerza, encierra una esencial debilidad. En un numero anterior de esta misma revista! se ha descripto Io grotesco en la literatura latinoamericana como una expresin de las clases ponu- lares, especialmente donde en ellas hay elementos considerados racialmente inferiores, que imi tan irénicamente los aires de im: portancia y suficiencia de las cla- ses superiores. El oprimido sabe y mas cuando hay discrimina- cion— que nunca obtendré pleno reconocimiento formal de sus ac- tos ri como gran valiente ni co- 1 0p, cit. p. 148/9, EI lector maderno ‘puede considera, con razén, poco conv ‘Cente este discusso, por lo que le recommen- ‘damos la lectura de! prélogo marcadamente Jaudatorio de José Ingenieros = esta obra y le vecordamos que gozé de seis ediciones, hecho que hablae de vgnela an dpo- 11 Punto de Vista, N* 1, marzo de 1978. 23 mo gran seductor de mujeres o cualquier otro papel de impor- tancia social; éstos son juzgados entonces en una representaci6n camavalesca, que revela asimismo la pura exterioridad formal y no real de tales reconocimientos. Pareciera que al intentar dar una descripcién compacta y posi- tivista de esta doblez formal y astuta, Bunge cae en una descrip- cién ingenua, donde el grotesco oculto del mulato se trasmuta como ridiculez verborrégica en su propio discurso. iEs la ven- ganza del mulato! Pero mas im- Portante que este aspecto es que en la basqueda de una sustancia sdlida tras estos movimientos for- males, Bunge no encuentra otro recurso que las imagenes demo: niacas y apocalipticas, es decir, tuna nocién absoluta del Mal que implica, como es evidente “una nocién absoluta del Bien” que, como vimos, él consideraba ha- ber superado. En este caso, la regresién filo- sfica parece més profunda y ar- caica que el mero retorno a la idea de la superioridad racial, Pues brota una version decidida- mente maniquea de! neoplatonis- mo. Sin embargo, consecuente con el cientificismo positivista, el topos uranos tendré la forma de la sociedad anglosajona, como en la supuesta anécdota donde ‘se comparan las reacciones de los cocheros neoyorquinos y porte- fios'?, 0 en la siguiente defensa anglosajona de la pureza de san- gre. Después de sefialar que los Conquistadores espafioles dieron mujeres indigenas"® a sus solda- dos, dice: “Mientras el centro y el sud de América se poblaba por soldadotes, aventureros de las campafias de Flandes y de Italia, colinizébase Norte América por familias europeas inmigradas por causas politico-religiosas. Los co- lonos anglosajones tuvieron siem- Pre mujeres europeas pur sang. Si faltaban, envidbales prostitutas op. cit. 13 14..0.117. 193, 24 la metrépoli, en buques mercan- tes. Cuando un colono soltero no hallaba esposa y deseaba formar tun hogar, agencidbasela pagando por ella, al buque que la trajera, un fardo de tabaco. . . Tal era el negocio: una madre de familia Por un fardo de tabaco. Y rebo- santes de esos fardos regresaban Jos buques que importaban carne blanca. Para la metrdépoli, triple- mente lucrativo era el trueque: despobiabase de meretrices, pro- veia de familia a los colonos, y, por afiadidura, favorecia el co- mercio de tabaco.” En un Gitimo nivel, entonces, no puede extrafiar que Bunge re- curra a la composicién “de una fébula, hacia el final de su libro, para explicar la maldad intrinse- ca de lo que llama “politica crio- tla’, hija de tres brujas."* En este caso, de un modo estridente, |a sociologia positivista del fracaso, se convierte de inmediato en el fracaso_de la sociologia positi- vista, situacién que con expre- siones mas matizadas va a conti- nuar corroyendo esta corriente de pensamiento. Algo de historia social A pesar de todo, Bunge aludia, sin duda, a problemas reales de fracaso 0 a una sensacién de fra- aso, producida por la percep- ién de que la realidad local no se adecuaba al modelo-—real o idealizado— europeo o estadouni- dense. Tal situacién no era nueva y se refleja nitidamente en las advertencias que, hacia el final de sus vidas, efectuaron los dos grandes pensadores argentinos del siglo XIX: Sarmiento y Al- berdi. Pero aunque se encuentre una comunidad critica y una versi6n pesimista de la situacién, hay una diferencia fundamental entre ellos y Bunge, que se debe en primera instancia a cambios generacionales y luego a cambios 18 tia Tanto en el discurso de Sar. miento, como en el de Alberdi, lo central y pertinente en la ex- plicacién del fracaso o Ia insufi- ciencia remite a niveles politicos, concretos, operativos. Para dar ejemplos simples, en el caso de Alberdi, la critica a los resulta- dos de la guerra del Paraguay, 0 en el de Sarmiento, la insuficien- cia de una fuerte politica de co- lonizacion agraria, de sus pro- yectados “miles de Chivilcoy”. Ello no significa, desde luego, que detrés de estas consideraciones, ambos no se apoyaran en nis tedricos de mayor generalizeci6n, Pero parece claro que éstos se relacionan con el nivel operativo y quedan abiertos a la recon: deracion segin sean los resulta- dos de éste Ultimo, sin pretender una autonomia sociolégica 0 un ‘sustancialismo definitivo. ‘Aunque las orientaciones de politica internacional de Alberdi 0 de politica agraria de Sarmion- to no se hayan encarnado en lo real, no dejan de pertenecer a este nivel, como necesidades in- cumplidas que otros actores pue- den asumir mds tarde, mientras que dificilmente pueda tomarse como criterio politico para et comercio internacional el ante- rior ejemplo idealizado por Bun- ge sobre el intercambio de mu- jeres por productos agricolas, Lo esencial de esta cuestién y de este giro es que el momento sarmientino y alberdiano aparece como un fracaso de lo real, pero No como un fracaso de la con- ciencia; en todo caso esto habla de una figura peculiar en nuestra historia de las ideas: el realismo Politico tragico, que seria intere- sante rastrear y comprobar si no se prolonga en figuras como la de Lisandro de la Torre. El momento de Bunge, en cambio, como segundo compo- nente del giro, brota como un fracaso de la conciencia, en tanto Pseudociencia pretendidamente auténoma, que cristaliza el fra- caso reat. Si con la mirada se si- gue el curso del tiempo, tal vez pueda observarse, bajo las formas de la politicologia, una conti- nuada renovacion del fenémeno. Ahora bien, este pasaje de lo ‘tragico a lo pseudocientifico ne- cesita, para ser dilucidado, de un marco més amplio, tanto en la historia de las ideas como en otros aspectos de lo real. Tal marco ni esta ya elaborado podemos elaborarlo aqui. Por exo os resignaremos a un esquema provisional, cuya verificacion de- beria ser objeto de ulteriores investigaciones: ese serd el “algo de historia social” del subtitulo. Si consideréramos, en cambio, al positivismo en su marco euro- peo encontrariamos més de un ‘trabajo_en el cual apoyarnos. Parece bastante clara la relacion entre el programa racionalista de volver poco @ poco todas las co- sas “‘claras y distintas” ena cons- titucién de un orbe formalista y matematizante de todas las rela- ciones, con los avances de un proceso donde iban cayendo también poco a poco Tos papeles les basados en la estirpe, el oficio o las “mercedes reales que en iltima instancia descan- saban en el monarca y su deno- minado “derecho divino”, Respecto de este proceso so- cial_nos parece que se puede encontrer una comparacién per- tinente para aclarar peculiarida- des nacionales que, a su vez, per mitan dilucidar mas a fondo las inflexiones y variantes que se producen aqui al “adoptar’’ co- rrientes de pensamionto europeo. Esta comparacién surje de la di- ferencia de “momento” y origen que tiene el positivismo en Euro- a y en América Latina. El cardcter “programitico” del racioftalismo se corresponde con la etapa historica de realizacion s6lo parcial de sus premises, eta- pa que suele caracterizarse como mercantilista por su relacién con Jo econémico, absolutista en lo politico e iluminista o ilustracio- nista en lo ideol El proceso social, del que bro- 6 ese programa y vision del mun- do, cuyo eje dindmico fueron las luchas.campesinas, tiene multiples aspectos, de los cuales aqui nos interesa destacar uno: los grupos sociales en avance (cuya mejor denominacién parece la prove- niente de la tradicién francesa como “tercer estado”) organiza- “ron su accion politica a través de la lucha por conseguir regula- ciones legales generales, estatu- tos, fueros, en definitiva, reglas de juego claras y no concesiones directas, pues de eso, modesta- mente, se encargaban sus activi dades productivas y su concu- rrencia al mercado. ientras como consecuencia de esa transformacién en feudos, villas y ciudades la aristocracia 4eudal iba perdiendo las gabelas territoriales, de molienda, tran- sito, etc., ligadas a sus derechos de estirpe, su situacién de pre- eminencia social se mantenia mediante las “mercedes reales” de la Gnica estirpe, la del monar- ca, que en cambio se voivia cada vez mas rica y poderosa por sus fuentes comerciales e imposi vas. Aparecié asimismo, desde luego, toda una zona intermedia de combinacién de merced real y ‘oportunidades comerciales, en re- lacién con la economia interna, pero de particular gravitacién en la expansién colonial, como lo muestran las famosas ““compa- fijas” de fabulosas ganancias. Pero ni la mediacién de etapas sucesivas, ni la de estas formas ambiguas, impidié la decantacion cada vez més decidida de una tra- dicién de lucha en favor de reglas de juego claras, que culminan en la propuesta de organizar toda la sociedad de acuerdo con ellas. Después del triunfo de este fuerte y relativamente largo pro- ceso, su cardcter programatico apareci6 como superfiuo. Enton- 2s, surgié ol positivismo, como un momento del racionalismo formalista que se limita a descri- bir lo que ya existe y que, apa- rentemente, funciona de un mo- do natural y automético. Pero con toda la debilidad que ello iplica, igualmente el momento positivista en Europe est soste- nido por una potente y larga tra- dicién, Lo primero, entonces, que cabe comprobar comparativa- mente, es que en América Latina el positivismo irrumpié e la his- toria de las ideas de un modo diferente, esto es, privado de esa wadicion y de todo su soporte de desarrollo histérico-social. Pe-: fo esta comprobacién, necesaria sin duda, tiene un cardcter mera mente negativo, y su considera cién aislada nos llevavia a la falsa alternativa de considerar al posi- tivismo un mero injerto artificial. La falsedad que esté implicita en la parcialidad de una verdad, se pone de inmediato en evidencia si se pregunta en qué se injerta tal artificialidad. Es evidente que la respuesta genérica sobre “el ser nacional” no es més que el des- doblamiento del carécter mera- mente negativo de la verdad par- cial y nos remite necesariamente al qué, 0 sea, al contenido. En la piel de ese contenido aparece el régimen roquista, co- rrelato politico del movimiento de ideas positivistas. Cabe pre- guntarse entonces de qué modo se relaciona con (o fue soporte de) este movimiento intelectual. ‘Como hemos dicho mas arriba, todo el periodo llamado de la ‘organizacién nacional cuya cul- minacién serfa la etapa roquista, se caracteriza habitualmente co- mo signado por la “moderniza- cin”, en la que se incluyen la unificacin del mercado interno, la intensificacién del_comercio exterior, la inmigracién masiva, la mestizacion de la ganaderia, la introcuccién de una gran agricul- tura cerealera, los ferrocarriles, los frigorificos y varios otros aspectos. El cambio fue relativa- mente rapido, como tal hizo sur- gir varios conflictos y parecio arrastrar al pais a una situacién enteramente nueva. Sin embargo, tanto en las expresiones intelec- tuales —a algunas de las cuales hemos’ hecho referencia— como en los conflictos sociales reales, 25 aparecieron signos del carécter agudamente problematic de los cambios y de los conflictos ge- nerados, que no se muestran co- mo simples crisis de crecimiento. Con las insatisfacciones de Alber- di y Sarmiento a sus espaldas, ja- Jonada por la fracasada Revolu- cién del 90, la conspiracién radi- cal, la transaccién que abrid la ley Séenz Pena, ta “cuestién so- cial” y la semana tragica, la “modernizacién’” desembocé en el alzamiento militar de 1930. Al cabo de 50 afios quedaban asi francamente irresueltos casi todos los problemas centrales del punto de partida; a este respecto, basta con mencionar cuatro de ellos: 1a cuestion constitucional, la cuestién de la democratiza- cion, la cuestién de la identidad nacional y la cuestion de la rela- cion entre el desarrollo econd- mico intemo y el comercio inter- nacional. Uno de los objetivos principa- les que se plantearon los idedlo- gos de Ia organizacién fue el de una sociedad que Ilegara a tener “reglas de juego claras” y supe- rara la herencia colonial de las “mercedes reales”, las influencias y componendas de las familias de notables, las facciones que se en- riquecian por su ligaz6n directa con el poder piblico. El mas 1u- cido pensamiento a este respecto, el de Alberdi, evidencia este objetivo cuando afirma que la Posternacién ante la ley evita a los hombres posternarse ante los nos. Por otra parte, como sefiala mos més arriba, el progreso de esta tendencia historica fue en Europa producto de una lucha secular, desarroliada sobre una vasta base poblacional campesina ¥ grupos crecientes de artesanos, comerciantes, manufactureros y profesionales. Ni en el Rio de la Plata ni en las incipientes nacio- nes de fronteras inciertas que se fueron formando después del proceso independentista, existia nada de eso. La Espafia Imperial fue, en el mejor de los casos, la 26 retaguardia del mercantilismo y el absolutismo europeos, y en el peor, uno de los territorios euro- eos donde los remanentes feu- dales se mantuvieron con més fuerza e, incluso, con predomi ni "Sun costado de “merced reel”” Y un costado de oportunismo aventurero en pos del enriqueci- miento rapide parecen haber sido los componentes més universales de la capa dirigente espafiola de la colonia, ambos de arraigo muy profundo en todo el periodo durante el cual fa nica actividad importante y organizada fue la extraccién de metales preciosos. Al mismo tiempo, este eje mi nero dejo vives una serie de act vidades que promovid en su auge, como la ganaderia mular, los cul- tivos industriales y alimenticios, las actividades artesanales ym: nufactureras, y que quedaron sin destino cierto ni organizacion auténoma ante la desaparicion del eje exportador minero. Si observamos las caracter sti cas generales de una “vaqueria”, la actividad que tendi a reem- plazar como central la éxtrac- cién de plata en este territorio, no encontraremos diferencias, esenciales. Las manadas cimarro- nas fueron “encontradas” como una riqueza natural que, al inten- sificarse la demanda internacio- nal de cueros, revelé la oportu- nidad, tipicamente aventurera, tipicamente colonial. Aventurera y colonial también por su nivel tecnolégico, 2 saber, una caceria, que corresponde a etapas de eco’ nomie pre-barbara, de salvajismo superior. Sin embargo, en el nivel juridico aparece la concesion de la “‘merced real’ y en la organi zacién empresaria un intento de capitalismo esclavista, que al fra casar la mano de obra esclave se convirtié lisa y lanamente en ca- pital contratante de mano de obra libre; fueron entonces bauti- zados gauchos 0 changadores a ios hasta alli innominados habi- tantes libres de las campafias.'* 15 Emilio A. Coni, EF Gaucho, Bs. As. Solar-Hachatte, 1969. La vaqueria aparecia asi come un subproducto de la ubicaciét en las redes de comercializaciét colonial y no como un crecimien to de una actividad productiv por propia necesidad de desarro lo poblacional y econdmico. Por otra parte, no era necesario set organizador de “vaquerias” pare gozar de una posicién predomi ante en esas redes comerciales, muy ligadas al favor burocratico, Si sé quiere —y como es légico en tales condiciones— la ubica n en la red comercial-burocré- tica era a la postre la causa deter: minante del nivel de enriqueci miento colonial. El derrumbe’del imperio hizo crujir todo este sistema, pero no desaparecio sino parciaimente, ni fue reemplazado por otras activi: dades econdmicas suficientemen: te fuertes. Se filtré por completo en el modo de encarar las nuevas actividades y qued6 de todos mo: dos como el modelo de vida més Prestigioso para la clase alta ex: colonial. En los afios previos a 1810, se agregaron a este circuito las “suertes de estancia’, en un pro: €e50 que se acentud con poste: rioridad por la erfiteusis, fector positive de desarrollo de la pro- piedad latifundista. También ta competencia sumamente fuerte de una colonia comercial brité: nica empujo a muchos espafioles y_criollos a la campajia. Pero no s6lo la enfiteusis rivadaviana, si: no todo el conjunto de las luchas les muestran hasta qué punto cependia de la “suerte del triunfo” pol tico. El pronunciamiento de Ur- quiza levanté como bandera de jad nacional no sélo la nacio. nalizacién de las rentas de la Aduana, nececaria para sus objeti vos, sino la promesa de una lega- fidad que superara tal estado de cosas. Pero ésta se vid cuestiona: da inmediatamente cuando el general triunfante tuvo que hacer improbos esfuerzos para que las propiedades de Roses y sus se- guidofes no se convirtieran en botin de guerra, fracasando a la es i postre en su consigna de “‘ni ven- ‘cedores ni vencidos”, como frace- 86 en su intento de convertir en verdaderamente nacionales las rentas de la aduani Sin embargo, si es que hubo al- gin momento en la historia ar- gentina del siglo XIX en que hubieran podido sentarse las ba- ses para el cumplimiento del pro- ‘rama alberdiano cristalizado en la Constitucién de 1853 fue éste, el del apogeo de ciclo de le lana. No solo la merinizacion y el cer- cado de los campos habian dado ‘empuje al primer intento serio de modernizacién agropecuaria, sino que éste fue acompafiado de muy importantes inversions anexas modernizantes, como el ferroca- rril oeste, propiedad de ganade- ros. Asimismo, fa crisis mundi del mercado de la lana produjo las primeras formulaciones poli: ticas gubernamentales proteccio- nistas e industrialistas, en boca de Vicente F. Lopez y un licido grupo pariamentario. Uniendo estas circunstancias 2 la solida existencia de un polo de desarro- lio econémico auténome y mo- dernizante en el Paraguay, tal vez no pertenezca al mero nivel de la utopia histérica pensar que en estos territorios hubieran podido sentarse las bases suficientes para que, en un proceso ulterior de desarrollo, se solucionaran las cuestiones que quedaron ala pos- tre irresueltas en 1930. Lo real es que nada de eso se hizo; por el contrario, fueron desbaratades todas esas condi nes y en gran medida ello fue el resultado del mantenimiento del predominio social de los grupos que en Ia provincia de Buenos Aires seguian aferrados a las cos- tumbres ancestrales de la admi- racion colonia; ello revivio en el peligro de una continuada guerra civil: ni el mero problema de la modernizacién habia que- dado resuelto. Frente a esa dificultad, la cele- brada astucia de! roquismo con- sistié esencialmente en reunificar en una perspectiva rentable a los beneficiarios del circuito buro- crético, comercial y de acapara- miento de tierras, al girar la mo- dernizacién frigorifica y_ferro- viaria a la inversion briténica liquidando incluso los brotes k cales que habian surgido en estas actividades. Una astucia adicional Y necesaria fue la de crear, me- diante esta salida, las lamadas “situaciones provinciales”. De este modo, mientras el pais experimentaba un proceso par- cial de modernizacién producti- va, su administracién guberna- mental y su vida politica eran violentamente retrotraidos 1809 y més atrds, mediante un égimen’” —segiin la-acufiacién lingiistica de Yrigoyen-~ relati vamente bien atado. En estas condiciones resulta perfectamente explicable la sen sacién de una “politica criolle” que fracasa, que no se adapta a la esperada modernizacion y que se puebla ominosamente con fan- tasmas del pasado. Un breve retorno a las ideas Tomando como marco Ia hipo- tesis histérico-social recién trans- cripta, el pensamiento de Bunge encuentra una explicacién mas clara. ‘Como hemos visto, el positi- vismo es una vision del mundo destinada a justificar el statu quo logrado por algunos paises de Europa occidental al promediar el siglo XIX. Ese statu quo pe- netro en la Argentina bajo la for- ma de frigorificos y ferrocarriles principalmente, que asimismo in- dujeron modernizaciones parcia- les, pero no una estructura inte- grada sino, por el contrario, en- teramente desiqual. Bunge acepte por completo el positivismo, que penetra en su sociedad con estas, inversiones modernizantes; sin embargo, como vimos, la desi- gualdad le quiebra la imagen y el punto de partide, incluso antes de_su desbarrancamiento intrin- seco: la desigualdad mentada se presenta necesariamente como dualidad racial, ya que al vender el ferrocarril oeste y fijar una po- ica global donde no cabia el desarrollo de frigorificos nacio- rales, el roquismo habia privado de toda la tecnologia mas impor- tente y de Ia posibilidad de un desarrollo cientifico-técnico, a la sociedad argentina que quedaba asi como “caida” 0 més bien arrastrada en carécter de furgon de cola de! proceso europeo. La aceptacién completa que practice Bunge es la de los causantes, ca- beza y vanguardia de una mirada hacia atrés y una permanencia en la préctica de! pasado repudiado.. Bunge trasmuta @ eios causan: tes en victimas del proceso, a de una presunta contami- que no implica sino el facil expediente de echar la culpa a los sectores populares de los fracasos protundos y evi- dentes de los grupos gobernan- tes!S. Por otra parte, tanto el elemental mecanismo como su trasfondo racista (inaugurado por Bunge) se repetirin reiterada- mente en afios ulteriores, con algun ropaje cient page. Pero como hemos visto al ‘comprobar la rearesién de la con- cepcién de Bunge 2 formas ideo- légicas muy antiguas, mientras el positivismo europea cientificismo pseudocient fic local un su es un arcaismo version La simplificacién verbal (y ver- borrdgica) es asimismo una ex cacién adecuada de la reducida torsién o fractura que se observa en la Argentina entre la imagen positivista y la imagen irraciona- lista, unidas ambas por una justi- ficacién del statu quo, mientras que en Europa el pasaje ha pro- ducido torsiones violentas y la persistencia de lineas a veces en- conadamente enfrentadss. Finalmente es necesario obser- var que una mayor precision, enfocada incluso s6lo sobre Bun- ge, requeriria también la consi- deracién de contempordneos su- yos, como Lugones, Rojas y otros, necesidad que en este ar- ticulo no podemos sino advertir. 36 Op. cit... 260/61 7 El primer nacionalismo argentino Carlos Molinari Carios Paya y Eduardo Cardenas, E/ primer nacionalismo argen- tino en Manuel Galvez y Ri- cardo Rojas. Buenos Aires, Pefia Lillo, 1978. En la primera década de este siglo comenz6 a tomar cuerpo en los circulos politicos e intelec: tuales de la Argentina la inquie- tud por la identidad nacional. Esta preocupacién, aliada general- mente con la idea de que un cier- to déficit moral habéa acompa- fiado el crecimiento econémico y la modernizacion del pais, es- tableceria una suerte de contra: Punto con el espiritu optimista Y confiado que habria de presi- dir la celebracién del Centenario. La primera manifestacién orgé- nica del nacionalismo, o “nacio: nalismo cultural”, como también se lo denominaré para distinguir- lo del que més tarde adoptaré una dimensién pol ftica explicita, tiene su fermento en esa inquie- tud. Tal es el tema del breve pero informado trabajo de Carlos Paya y Eduardo Cardenas. “El nacionalismo, entendido como doctrina coherente que in- terpreta el pais y su historia, vio la luz en la Argentina con la apa- i6n de dos obras: La restaura- cién nacionalista, de Ricardo Ro- jas, en 1909, y EI diario de Ga- briel Quiroga, de Manuel Gélvez, pocos meses después." En reali- 28 dad, si se reconstruyera el itine- rario cultural y politico que el Uso del término nacionalismo ha recorrido entre nosotros, ninguna définicion apareceria menos ade- cuada que la de “doctrina cohe- rente”. Lo cual no le resta ni le confiere méritos. Se trata, solo, del modo en que se ha configura: do histéricamente, a saber, como una tradicién intelectual y pol ‘ica mas 0 menos unificada por un repertorio comin de temas ideolégicos. Planteada la cuestién €n estos términos, es posible pen- sar los puntos de convergencias, Pero también las flexiones que diferencian a las distintas varian- tes del _nacionalismo argentino.

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