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Caracas, año 1952

Esa noche, antes de presentarse en su show, Guillermo tenía una melodía. Sólo había que ponerle
letra; él pensaba que se iba a inspirar en el amor que le tenía a Inés, su esposa.
Mientras esperaba sentado ante una mesa del local, agarró una servilleta de papel y empezó a
escribir los notas musicales de esa idea. Cuando llegó Inés, su esposa, empezó a tararear....
---- “son tus ojos, mi locura,
---- es tu risa mi esperanza,....
----- si me tocas con ternura,
----- la alegría me.......tatata.....
después terminaré la letra....”

Rió y le dió un beso a Inés. Guardó la servilleta en un bolsillo del paltó. Bebieron unos tragos de
brandy, conversaron.

Llamaron a Guillermo. El show había comenzado.


Él corrió alegremente hacia el escenario, esquivando las mesas, acompañado por el aplauso del
público. Una luz lo acompañó hasta que llegó al piano blanco que estaba a la izquierda de la
orquesta. De frente al público saludó bajando la cabeza, mientras señalaba a su orquesta con la
mano izquierda.
Cuando la gente dejó de aplaudir, Guillermo giró sobre sus talones y después de un rítmico
movimiento de su mano derecha, la orquesta inició una melodía. Mientras él se sentaba frente al
piano, salieron los cantantes y el público empezó a llenar la pista de baile.
Ese era su trabajo: alegrar las noches de los caraqueños que acudían al club. Terminaba a las cuatro
de la mañana. Inés rara vez iba a verlo y, cuando lo hacía, ya a las nueve de la noche estaba en su
hogar.

Estaba amaneciendo cuando Guillermo llegó a su casa. Vio a unos hombres hablando con Héctor, su
amigo y vecino. Éste se disculpó con ellos y llamó a Guillermo aparte. Le contó que unos agentes
de la Seguridad Nacional se habían llevado a Inés y que los hombres que veía allí lo estaban
esperando a él. Héctor también comentó que ya se había llevado a los hijos de Guillermo a su casa y
que no tenía que preocuparse por ellos.

Finalmente, Héctor le dijo


--- “Creo que te esperan momentos terribles. Ten ánimo”.

Guillermo estaba pálido, ya sabía lo que le esperaba. Le dio las gracias a Héctor.
Los tipos lo tomaron por los brazos y lo metieron en un Packard negro.

Desde Palmita a Monzón hasta la sede de la terrible Seguridad Nacional en el Paraíso, la distancia
no era larga. Era irónico pensar que ese sitio siniestro quedara en El Paraíso.
Uno de los hombres manejaba y el otro iba detrás con Guillermo. El que iba atrás empezó a hablarle
con un acento claramente andino:
--- “Caramba, maestro, ¡en qué problema se me ha metido usted! Dígame, y que hacer papelitos contra mi
Presidente.. Eso es grave.... Menos mal para usted que me dieron a mi la comisión de buscarlo y hemos
sido respetuosos.... pero mi responsabilidad llega hasta la sede. De ahí en adelante, ¡sabe Dios que
pasará!”

Llegaron al feo y funcional edificio. Bajaron en el carro al estacionamiento del sótano.


Segundo, que así se llamaba el agente andino, tomó por un brazo a Guillermo y lo llevó hasta la
Dirección de Política de la Seguridad Nacional.
Lo registraron y vaciaron todos sus bolsillos, luego lo reseñaron y condujeron hasta una pequeña
sala fuertemente iluminada. Lo sentaron en la única silla del lugar. Metálica, pintada de gris.
Ahí permaneció un largo rato. Ni siquiera le dieron ganas de orinar; estaba muy asustado.

En algún momento, se abrió la puerta y entró un hombre alto, blanco, con bigotes cuidadosamente
recortados. Su sola presencia asustaba. Trajo otra silla, igualita a la que tenía Guillermo. Se sentó
frente a él, se acomodó lo mejor que pudo y le espetó:
--- “¡Qué bolas tienes tú, y que querer tumbar al Coronel Pérez Jiménez con papelitos!
Ya se que eres pianista, músico.... pero, ahora, quiero que cantes.
Ya tenemos el multígrafo, los buriles, los esténciles, el papel... y lo más arrecho es
que tenemos los panfletos. “Combate”. Así se llama tu periodicucho”.

Se le quedó viendo a los ojos un largo rato para intimidarlo. De pronto, se levantó bruscamente
tirando su silla a un lado y gritó:
--- “¡¡ Coño, ¿en qué estabas pensando, pendejo? !!”

Se abrió la puerta y entró un sujeto moreno con pinta de proxeneta: Estaba sin saco y lucía un 38
cañón corto en una sobaquera. También usaba un bigotico.

--- “Epa, Loco, no te alteres todavía... Acuérdate lo que te dijo


el negro; tranquilízate.

---- “Coño, Barretico, es que los enemigos del presidente me alteran”.

Barretico comenzó a cantar “El Caimán”, haló la silla de Guillermo -con Guillermo y todo- y la
arrastró hasta el medio del cuarto. Seguía cantando y bailando dando vueltas alrededor de la silla.

Barretico cantaba y bailaba. El Loco Hernández lo seguía, tocando las palmas de las manos.

--- “Oye, Barretico, yo te doy la clave: clap, clap, clap......clap, clap


Mira musiquito, yo también se de música “...
y reía

Barretico le dijo a Guillermo:


--- “Mira, vale, tu deberías contratarme como cantante”...

Como a la sexta vuelta, Barretico le lanzó un golpe a Guillermo, tan fuerte que lo tiró de la silla.
Se puso a reir y gritó:
--- “¡Loco, se cayó el Caimán! Vuélvelo a poner......”

Los dos hombres se rieron. Guillermo no pudo contenerse más y se orinó los pantalones.

Cinco días más tarde, Guillermo lucía todo amoratado e hinchado. Estaba desnudo y, de tanto
desmayarse, se había quedado dormido desde el día anterior.

El Loco y Barretico llegaron y se sentaron en las dos únicas sillas del saloncito. Observaron a
Guillermo durmiendo en el piso, desnudo y golpeado.

El Loco habló:
--- “Caramba, Barretico, el pianista -a pesar de ser flaquito y debilucho- es un hombre
arrecho. La verdad es que aguantó como un hombre. Me da vaina seguir
golpeándolo... Además, “El Negro” nos dijo que no le jodiéramos las manos y no lo
matáramos”.
Barretico agregó,
--- “La mujer del negro es artista... ¡esa es la vaina!. Pa’ mi
que ella es la jefa del Negro”...
Los dos se echaron a reir... Luego El Loco dijo:
--- “Yo creo que este carajo es sólo un recluta que no sabe nada. Por eso aguantó
tantos coñazos. Vamos a darle el pase para que vengan los Municipales y se lo lleven
al Obispo. Allí que huela mierda por una semana, otros días en la Modelo de Pro Patria,
y después lo embarcamos para que vaya a tocarle el piano a los caimanes en
Guasina”.

Los dos rieron de la ocurrencia y se fueron.

Año 1957
Cárcel Modelo de Ciudad Bolivar.
En la sección de los presos políticos hay mucha actividad. En el inmenso patio central se dispersan
los reclusos. Un grupo asiste a clases de idiomas, más allá algunos conversan, otros hacen trabajos
manuales. Hay un preso que está tejiendo una hamaca de hilo blanco, muy fina y muy costosa, en
un gran marco de madera. Otro preso está cerca, absorto en la lectura de su correspondencia.
El que teje, hace una pausa para fumarse un cigarrillo.

---- “Guillermo, ¿cuántas veces has leído esas cartas?”


--- “Pánfilo, y ¿cúantas veces has leído las tuyas?”

Los dos rieron. Guillermo agregó:


--- “Sabes, Pánfilo, yo no recibo cartas de mi esposa, ella está presa en la Cárcel de Mujeres
de Los Teques. Mi amigo y hermano, Héctor Monteverde, me manda paquetes y me
escribe, y también lo hace Inesita, mi hija. Y esas son las cartas que leo y releo.
Antes de caer preso yo había escrito una melodía en una servilleta y quería ponerle letra.
Pensaba en Inés, mi señora, la música me vino a la memoria y la he escrito de nuevo; pero
ahora quiero ponerle otra letra y dedicársela a mi hija.... sus cartas, su letra de niña.
¡Cómo me gustaría tocarla en un piano!”

--- “Guillermo, yo no soy religioso, pero me parece que con los curas se pueden conseguir algunas
cosas... Ahora cuando venga Monseñor Bernal, el obispo, habla con él... ¡Quien quita y te consiga
un piano!”.

--- “Tienes razón, Pánfilo, voy a hablar con Monseñor. Total, no tengo nada que perder.”

Un día Domingo del mes de Septiembre del año 1957.


Los presos están en el patio. Guillermo ha estado tocando el piano, algunos han cantado, muchos
han coreado... Han pasado una tarde feliz.
Guillermo se pone de pie, quiere que todos lo oigan:
--- “ Muchachos, esta va a ser mi última interpretación en la cárcel de Ciudad Bolivar.
Pronto saldré de Venezuela.”

Se oye un rumor.... Guillermo continúa:


--- “Quiero que oigan la canción que escribí para mi hija Inés, quiero compartirla con
ustedes, que también tienen hijos que les escriben. Les advierto que no soy cantante, pero
haré todo lo posible para que me oigan. El nombre que le puse a la es canción es:
Escríbeme y dice así...”

Guillermo se sentó, acercando la silla lo más que pudo al viejo piano. Comenzó a tocar la melodía y
cantó:
Son tus cartas mi esperanza
mis temores, mi alegría
y aunque sean tonterías
escríbeme, escríbeme

Tu silencio me acongoja
me preocupa y predispone
y aunque sea con borrones
escríbeme, escríbeme

Me hacen más falta tus cartas


que la misma vida mía
lo mejor morir sería
si algún día me olvidaras

Cuando llegan a mis manos


su lectura me conmueve
y aunque sean malas nuevas
escríbeme, escríbeme.

Cuando finalizó, todos los presentes aplaudieron, hasta los guardias. Algunos presos lloraban.
Ese día nadie quiso ver la película del domingo, prefirieron acostarse temprano.

Un día de ese mismo año, un preso puso la radio a todo volumen, Alfredo Sadel cantaba la canción
de Guillermo Castillo Bustamante. Los presos la repetían. Todos sonreían y gritaban vivas a
Guillermo.

Pánfilo sonreía y seguía tejiendo. En sus recuerdos Guillermo leía las carticas de Inés.

Nota:
Esta es una historia fabulada, basada en hechos reales.

Guillermo Castillo Bustamante escribió esa bella melodía que estuvo por primera vez de
moda en los años cincuenta, en las voces de Alfredo Sadel y Lucho Gatica; siendo Alfredo
Sadel quien primero la interpretó en Venezuela, en “El Show de las Doce”, de Victor Saume.

Para esa época estos dos valientes hombres, poniendo en riesgo sus vidas, se atrevieron a
presentar la canción de un hombre que era enemigo de la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez.

Guillermo sí estuvo preso en la Seguridad Nacional, en las cárceles de El Obispo, ProPatria,


Guasina y, por último, en la Cárcel Modelo de Ciudad Bolívar.

Pánfilo también existió. Su trayectoria fue algo parecida, pero empezó en el año 1956. La
Seguridad Nacional ocupaba un edificio cercano a la Plaza Morelos. Las demás prisiones
fueron las mismas, excepto Guasina que ya había sido eliminada. Pánfilo quedó libre en
1958, después de la caída del General. Su nombre completo era Don Pánfilo Milano
Durand, mi papá.
Yo era niño y también le escribí carticas. Esta pequeña historia está dedicado a todos los
niños que tienen a sus padres presos por oponerse a la tiranía, y por favor escriban a sus
padres que ellos aprecian esas letras.

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