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EL BUENO

El mundo bueno de la IL era como el cielo para los cátaros: un mundo donde “lo
sagrado era sólo lo social, transfigurado”. Se trataba de lo que en los años treinta el
crítico ruso Mijaíl Bajtin denominó la “carnavalización”, una manera de estar en el
mundo que se reía de “todo lo que es acabado y elegante”, “de toda la pomposidad”, “de
todas las soluciones preconcebidas en la esfera del pensamiento y de las visiones del
mundo”. Cómo llegar a este punto era el tema de “Adornos racionales para la ciudad de
París, Potlatch, número 23, 13 de octubre de 1955.
Comenzaba como una revisión escolástica de un viejo documento surrealista,
“Investigaciones experimentales (Acerca del adorno racional de una ciudad)”, escrito
por Breton en 1933. Breton proponía un intercambio de espectáculos (“¿Notre – Dame?
Reemplazar las torres por una enorme vinagrera de cristal, uno de los recipientes lleno
de sangre, el otro de semen”); la IL buscaba una alteración institucionalizada de la vida
cotidiana, el “desorden racional de los sentidos” de Rimbaud como consideración
racional del recado, la cita, el viaje al trabajo, la compra. La IL saltaba por encima de
Breton y se remontaba al espíritu de “¿Qué es el dadaísmo y qué pretende en
Alemania?”: en la nueva civilización de la IL, lo práctico sería una cuestión de la
distancia más larga entre dos puntos. El ministerio del ocio de la IL estaba ya
promulgando los primeros decretos:

- Abrir el metro por la noche después de que los trenes dejen de parar. Mantener los
pasillos y los túneles pobremente iluminados por medio de luces que sean débiles e intermitentes.

- Mediante una meticulosa redisposición de las salidas de incendios, y la creación de


aceras allí donde sea necesario, abrir los tejados de París para pasear.

- Dejar los jardines públicos abiertos por la noche. Mantenerlos a oscuras. (En algunos
casos, una débil iluminación puede justificarse bajo consideraciones psicogeográficas)

- Poner interruptores en las farolas callejeras a fin de que la iluminación pueda ser
controlada públicamente.

El ministerio pasaba a las iglesias:

Se reconocen y anticipan cuatro soluciones como legítimas hasta que puedan ser
comprobadas experimentalmente, momento en que prevalecerá la idea mejor:

- G. E. Debord se declara a favor de la total destrucción de los edificios religiosos de


todas las creencias. (No quedaría ningún rastro, y los espacios serían utilizados para otros fines.)

- Gil J. Wolman propone que las iglesias sean conservadas pero vaciadas de toda
significación religiosa. Deben ser tratadas como edificios normales. Permitir que los niños
jueguen en ellas.

- Michéle Bernstein insiste en que las iglesias sean parcialmente destruidas, de modo
que las ruinas que queden no revelen nada de sus fines originales… La solución perfecta sería
arrasar las iglesias y construir ruinas en su lugar. La primera de estas dos soluciones se propone
simplemente a efectos prácticos.

- Finalmente, Jacques Fillon quiere convertir las iglesias en casas encantadas (utilizar
sus ambientes normales, acentuando el aspecto provocador de pánico)
Después de contemplar el sermón interrumpido de Michel Mourre, el grupo
regresaba a lo seglar.

- Mantener las estaciones de tren como están. Su fealdad bastante conmovedora es una
gran aportación a la atmósfera del viaje, y proporciona ese leve atractivo que poseen esos
edificios. Gil J Wolman exigía la completa supresión o falsificación de toda la información acerca
de salidas, destinos, horarios, etcétera; esto favorecería la dérive. Después de un vivo debate,
la oposición se echó atrás, y el proyecto fue adoptado sin disidencia. Acentuar el ambiente
sonoro de las estaciones suministrando, a través de la megafonía, información de salidas y
llegadas procedentes de otras muchas estaciones… y de varios puertos.

- Supresión de los cementerios. Total destrucción de cadáveres y tumbas: no


deberían quedar ni cenizas ni rastros (Hay que prestar atención a la propaganda reaccionaria, la
cual, a través de asociaciones de ideas más elementales, representa este repugnante vestigio del
pasado alienante…)

- Abolición de los museos, y redistribución de obras maestras en bares (poner la


obra de Phillipe de Champagne en los cafés árabes de la rue Xavier-Privas; llevar el Sacre de
David al Tonneau, en la rue Montagne-Geneviéve).

- Libre e ilimitado acceso a las cárceles para todos. Permitir que la gente las utilice
para ir de vacaciones. Ninguna discriminación entre visitantes y prisioneros. (Para mayor
diversión, loterías mensuales a fin de escoger a los visitantes que serán condenados a pasar un
plazo determinado de tiempo en la cárcel.)

En “El papel de la escritura”, también en el número 23 de Potlatch, la IL ya había


propuesto la “subversión” de varias calles por medio de grafitis especialmente
apropiados para ellas (“Si no morimos aquí mismo, ¿iremos más lejos?” para la rue
Sauvage; “Concededle el beneficio de la duda” para la rue Lhomod); ahora afirmaba la
posibilidad de crear confusión cívica por medio del détournement de inscripciones en
estatuas y monumentos. Proponía poner fin a la “cretinización del público” mediante
varios tipos de nombres de calles, anunciando que serían borradas todas las señales que
honrasen a “funcionarios municipales, héroes de la Resistencia” , todas aquellas que
llevaran palabras simplemente “viles (por ejemplo, rue de L´Evangelie)”, todas aquellas
que llevaran los nombres de “Émile” y “Édouard”, y…
“Lo que es interesante de todo esto – dijo un amigo mío después de echar un
vistazo a los decretos de la IL – es cómo recuerdan en parte un sueño imposible y cómo
en parte se convirtieron en realidad”.
“¿A que te refieres?”, pregunté, pensando en las vacaciones de tres días
organizadas por Bob Acraman en un campo de prisioneros nazi.
“¿Todo esto no te recuerda algo? ¿Los grafitis? ¿Los jardines abiertos por la noche,
las luces que parpadean, la gente caminando por los tejados, las calles con nuevos
nombres, toda la información acerca del transporte completamente confusa? Por un
momento - ¡de verdad! – pareció como si las prisiones se abrieran. La capilla de la
Sorbona casi fue arrasada. Apareció una hoja que exigía que los huesos del cardenal
Richelieu fuesen desenterrados y arrojados a la calle. Naturalmente que hubo nuevas
inscripciones en las estatuas. Probablemente, lo último habría sido sacar los cuadros del
Louvre…, es más fácil matar a Dios que al arte. ¿Ves adónde quiero llegar?”
“ ¿Adónde quieres llegar?”, dije, pensando en Johnny Rotten cantando “Give the
Wrong Time, Stop a Traffic Line” (Da mal la hora, detén una cola de tráfico) como ruta
hacia la anarquía en el Reino Unido, acerca de la extraña escisión entre las exigencias
absolutas de su voz y la trivialidad de sus consejos sobre cómo realizarlas.
Mi amigo había estudiado en París; simplemente se estaba acordando de esa época.
“Esto es lo que sucedió en mato del 68”, dijo.

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