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> Descparecidos: lugar de memoria, _Conflicto. de interpretacion "Godard / Malvinas / Mala época / Caparrds Matilde Sanchez /Gametro-, La-vida és bella * Politicas dela traduccion Revista de cultura ‘Aflo XXII + Nomero 64 Bucnos Aires, Agosto de 1999 Sumario a BB. 7 a 42 4s Nora Catelli, Rastros de la lucha: traducciones, versiones y menciones en la cultura argentina Manin Kotan, Elfin de una épica Beatriz Sarlo, Una cultura, varias ciudades, dos novelas David Oubifta, La maquina de leer: las Histoire(s) du cinéma, de Jean-Luc Godard Rafael Filippelli, Adriin Gorelik, Mala época, ef cine, la ciudad Radl Antelo, Delectacidn morosa: imagen, identdad y testinonio Hugo Vezzetti, Memorias del “Nunca més” Graciela Silvestsi, Memoria y monumento Radl Beceyro, Tres foros y el fin de un reinado OINAd Las imégenes son obras de Martin Koxensky (Buenos Aires. 1958), cextraidas de su instalacién grdfica 500 anos rotos de corguisia” (1992) y luego modificadas por via digital por el autor. (Mayor informaciénen wiew-kovensky.com/ kovensky@arnetcomar) Consejo de direceién: Carlos Altamirano José Aris (1931-1991) ‘Adrian Gorelik Marfa Teresa Gramuglio Hilda Sabato Beatriz Sarlo Hugo Verzetti Consejo axesor: Rail Beceyro Jorge Dot Rafael Filippelti Federico Monjeau (Oscar Terdin Estudio Vese y Josefina Davriba Suscripeiones Exterior: SOUSS (seis nimeros) Argentina: 245 (tres némeros) Punto de Vista recibe toda su comespondencia, giros y cheques a nombre de Beatriz Sarlo, Casilla de Correo 39, Sucursal 49, Buenos Aires, Argentina, ‘Teléfono: 4381-7229 ‘Composicidn, armado e impresion: Nuevo Offset, Viel L444, Buenos Aires. Rastros de la lucha: traducciones, versiones y menciones en la cultura argentina Nora Catelli “En todo caso, estoy tan convencida como usted de que una mujer 20 logra escribir realmente como wna mujer sino a partir dal momento en que exa preocupacién la ‘abandon. ... Acontece con esto como con la diferencia que se suele observar ea Ja Argentina entre los hijos de emigrastes (sic) y los de familias afineadas en el pais desde hace varias generaciones. Los primeros tienen una susce; ida ex. gerads con respecto a no sé qué falso orgullo nacional. Los segundos son ameri- ‘canos desde hace tanto tiempo que no Jo demuestran con ostentacién” Victoria Ocampo. Carta a Virginia Woolf, en Virginia Woelf en su diario, Conversacién entre lenguas Petrona, ven acé (Quepay fané. Pe- trons). {Qué dice, Sefiora’ (, Chempi- mi, Cifora?). Quiero ensefiane algu- nas cosas {Subes o6mo se lama esto (sal)? ({Chumuachi-ghuy-ta tut qui- Sur, Buenos Aires, 1954, pigs. 106-107. muyun?) No seiiora, no sf odimo se ama eso en espafol (Mi, Chifiora- cbuchey chumsschi ghuy-pu buined ‘mg0). Exo, se lama sal (chi). Esto se llama olla. (challé), Esto se lama imate (clef). Esto 3¢ lama agua (66) ‘Agua caliente (cofin-c6). Agua tibia (lae6), Agus fra (uts6-<6). Esto se la ima fuego (qoetril). Esto se lima aif (trapi). Estas se laman brasas (abit) Esto se lama afi (afi). Esto e ama aldo 0 guiso (cont). Esto se lama car ‘én (cuyil). La comida (én). La ela- ra del huevo (ligh curim). El huevo (curdm). Huevos cocidos (afin curém). Huevos fritos (linia esréen). El asa do (can cin). EL fragmento anterior pertenece al Manual de ta lengua pampa ée Bar- bard.’ En el prologo a la segunda edt ci6n (1941), su autor Enrique Ama- eo Artayeta propone el siguiente espacio histirico —territorio fisico y realidad linguistica— para argentino ¢ indigenas entre 1850 y 1885: “Nues- twos padres y abuelos, hasta hace ape- sas 60 allos, tuvieron que hablar, tra lar y pactar ea la vida de trabajo cou «sas tribus, con quienes tenfan que ha- cerlo a menudo, a veces a diario: re- ‘lamos, canjes, ayudas, protestas, con- scjos, recomendaciones. El idioma se imponia” Para Artayeta “idioma” es slo uno, el castellano; y se estaba impo- niendo (“se imponia") hace poco mas de un siglo, Se obliene una perspecti- va bastante completa del ritmo y los hechos de esa imposicién si se detie- ne uno a comsidere el sumario de es- ‘enas dilingles a cuyo despliegue se edica Barbar en la tercera pane del libro, titulads “Ejercicios pricticos”. Una seflora cristiana entrevista 2 una posible sirvienta india: una seftora cris- ana visita a una india enferma y le pregunia qué le pasa; una india le pi- de a un cura que interceda por su pa- dre preso en el “cuartel del Retiro”: ‘otro cura explica a una india qué cs la Mis y por qué es bueno asistr a ella. En el quinto ejercicio se presencia el primer intercambio verbal entre hom- bres: un viajero (“Pedro”) pide agua a un indio ("Tigre"); en el sexto volve- mos a la domesticidad de la estancia: cen un patético rinc6n, quiz4 de la co- ina, una “seflora” interroga a un in- diecito que duerme en la oscuridad. Despues, “Referencias a una invasion” invita al lector, a pic de pagina, a ima- sinar que se dialoga con un cacique amigo antes de la batalla con Ios vvajes diseolos; la octava, una de tas més interesantes, es niveladora: con- versan en un almacén de ramos 21 rales el proveedor y el comprador y no se puede decidir quién es indio y quign cristiano. La novena consiste en tuna prolija revisién del léxico de los cambios atmosféricos y participa de 1a misma indecibilidad que la anterior, Ja décima, en cambio, no deja lugar a dudas: llega a un toldo un cristiano el goblemo y suluda a un “pichi-buin- ea", nombre de un “cacique al servi- io del Gobierno Nacional”, a quien Interroga acerca de su estado de salud y eonvieciones religiosas. La undéci- ma revisa la divisiGn del tiempo de tunes y otros: la duodécima esté citada como epigrafe en estas notas: “Petro- na, ven aca", La décimotercera sor- prende el didlogo, en pleno campo, de tun vendedor y un comprador de ca- tallos, Siguen: una charla sobre las obras de misericordia (corporates y espiri- tuales) y otra sobre las ocho biena- venturanzas: un cordial aunque sospe- chosamente estratégico encuentro —En el Rio Negto"— entre un Co- ronel y un indio; la temible reapari ci6n del Coronel en el siguiente “Ejer- icio”, en el que el militar argentino espeta al cacique: "Mi gobierno quic- re que ustedes no roben y sean ami- 2205 leales: que no peleen con 10s0- twos”, En el ejercicio décimoctavo ct Coronel exige al indio que le prometa “ser buen amigo, de ahora en adelan- te", le da un poco de ginebra y le re- comicnda que no se emborrache. El siguiente didlogo, optim aque se Hleg6 a acuerdos enire corone- les e Indios pfcaros, porque mucstma cra escena de almacén de ramos ge- nerales en la que se intercambian pre- cios y bienes. ‘Tras ese blogue, el ltimo incluye Jos nombres de “Rios, lagunas y arro- yyos del Sud y de otros puntos del te- rritorio argentino y de la provincia de Buenos Aires”; un dilogo de mujeres en una tienda; pliticas dominicales; tuna conversacion entre un cacique pri= sionero y el jefe del cuartel, del que cabe now la aplastante maturaidad pa- temalista al final del encucntzo, cu do dive el Coronel a su segundo, ma- do, los dos ante el cacique prisionero aque se niega a comer: “Démele un po- co de pan a este chico”. Acaban los ejercicios con Ia lista de locuciones mids corrientes en las dos lengoas y un apartado para los diez mandamientos. Todo es bilingie, salvo el “Sesto y noveno, solo en lengua pampa, para “evitar preguntas ofensivas al pudor, si tuvigramos que traducirlas al caste- ano” (pag. 137). No sostengo que esic manual for- me parte de una presumible historia literaria altemnativa en la Argentinas tampoco abogaria por ello, Pero suce- de que reuniendo textos accra de la historia de la traduccién en nuestro continente? uno se encuentra, una y otra vez, ante estos didlogos y ante su permanente escenificacion bilingie, en castellano y en alguna lengua ameri- cana, Esto es mucho més evidente en ‘otras culturas, desde México al Pers. Pero no es menos cierto que Argenti- nna compare este elemento sustancial del proceso de organizacion nacional cen la mayorfa de los paises america- ‘hos, Junto con la escena bilingue det ‘Manual, la representacién de voces s¢ cencama en un desfile de personajes —Parrona, la seiiora, el cura, el indio arisco y el d6cil, et ductio del alma- ‘cén y el parroquiano, el coroncl, el ccacique prisionero— presentados ante nosotros, siempre, en conversaciGn. ‘Como dice el protoguista del Ma- ‘nual, el idioma se “impone”; lo hace, casi siempre, a través de un repertorio de didlogos. En ellos, junto con el re- gistro instrumental y eficieme del 1é- xico indigena que garantice el domi- nio del tertitorio recién adquirido y de sus habitantes, se mantisnen limites ta- jantes entre cristianos e indios. No s6- Jo son tajantes los limites, sino que la lengua de los didlogos transmite una incuestionable seguridad en Ia trans- parencia del medio privilegiado que debe garantizar el lugar de Peuona y cl de su sefora, EL idioma no s6io se impone, sino ue se impone a través de la conver- saciGn y en conversacién, Se conver- ‘st para cocinar, catequizar, aprender cebmo se dice nube en pampa, conven- cer al veeino indio para que bautice a sus hijos, para que no haga la guerra, no robe ni se alce en armas. no se emborrache, diga gracias. El didlogo es un instrumento afinado por el uso nisionero y guerrero, tanto en Espafia ‘como en América: la entonacidn “na- tural” representada en el espacio del fortin, de la cocina, de ta pulperia es resultado de la fuerza, no de Ta amt tad, Pero el rescate de textos eminen- {temente propagandistices, rligiosos © politicos no supondria mas que una uriosidad, sino fuese que en algunos paises —como Argentins,? por ejem- plo— esa entonacién, intima, eriolla y yaa la ver, jerdrquica, se ta convertido ‘en sustrato imaginario e idealizado de In lengua literaria. Si existe un mito prestigioso acerca del origen de nues- tra lengua literaria, ese mito se aloja en Ia idea de conversaciom: y pocas conversaciones estin mis cerca del origen que la conversacisn enire Pe- trona y su sefiora. La raiz de la lengua literaia na ional encuentra muchas formulacto- nes, pero en ninguna con un sesgo tan seductor como el del adjetivo acari- ciado, cortejado y muchas veces cita- do: “Io conversade" Ia inflexin ar gentina del castellano, No ¢s la nica de las Hiteraturas americanas fascina- da con esta idea. Lo “conversado”, re- Into de origen de la literstura argenti- na, no tiene lugar en un énico émbito ni define a quienes conversan, aunque “conversaciéa” sugiere conocimiento directo, ausencia clara de jerarquias, prescindencia de juego sexual: amis- fad s6lida de un grupo de hombres —y mujeres, aunque esto sea discut- ble— que se reconocen a sf mismos en una diccion, Sin embargo, en libros como el Manual de la lengua panipa, ch “id ma conversa” porque, sobre todo, con- versa con otro idioma. Y wna conver saci6n entre idiomas rara vez expres amistad: en su lugar, pugra, confron- tacién, violencia, Asi, el castellano “domina” una escena bilingibe que se volvi6, en muy pocos aos, solidamen- te monolingUe. AI estudiar el papel normativo que la entonacién del cas- tellano propio adquiri6, unos treinta 0 ccuarentaflos desputs, como respues- ta ante los recién egados dialcctos europeos, el Manual —y muchos otros caiecismos y vocabularios bilingties— nos recverda algo elemental, Que el castellano habia adguirido esa intima naturalidad disereta y earente de “os- tentaciéa” —a la que alude Victoria ‘Ocampo en el epigrafe de estas no- tas— en el uso bilingue. en el ejerci- cio de traduccién asimétrica de la cot dianidad de las cocinas, los almac y las prisiones. [Lo americano ‘de esta sOlida posicion de dominio, de adguisicion tarda del monolinguismo castellano respecto de lo indgena, Esta adquisiciOn tardfa se torna mito de po- sesiOn desde siempre y se oponc, po- ces aos més tarde, a la inseguridad cexcesiva y por tanto osteutosa de Tos inmigrantes (a los que Ocumpo ama cemigrantes, como si eseribiese desde la tierra de partida). $ Modernidad Para un lector interesado en el juego de autodefiniciones en que consiste cevalquier literatura nacional esto es si- ryosamente airactivo. No deja de ser ieresante que exisian textos que den testimonio de un “otro” —el indio— secreto. olvidado y poseedor de una Jengua distinta en ia conversacién pri- mera que, se supone, da lugar a la exis- tencia de la lengua nacional. Al mar- ‘gen quiz de la historia y la erftica de la literatura, una de las libertades que dispensa la historia de la traduccion 3 la posibilidad de poner en relaci6n textos de disimil alcance y, también, de diversa edici6n. La edicién del otro, sies indigena, exige algo de lo que prescinden, en su comercio, las tradi clones literarias occideniales: visua- lizar ta transcripcion de su lengua. ‘Visualizar la lengua del oro es conse- ccuencia de su total extraneza (la ten- gua indizena es del todo extrafia) ‘mientras que se puede prescindir de la escenificaci6n bilingtie cuando se com- pare la experiencia cultural de la tra- dicion, del mundo y de los dioses. EL caso opuesto al Manual de ta lengua pampa es Ferdydurke de Wi- told Gombrowiez, En dos sentigos. EL primero: cl polaco es una lengua muy alejada de las précticas y costumbres de la traduceiGn en espafiol. Sin em- Dargo, jams se le exigiria un uso edi- torial bilingie, como se le exige a las Jenguas indigenas, transcriptas a nues- tro alfabeto y exhibidas al costado del texto castellano, Se lke sabiendo que s@ ha escrito en otro idioma, no olvi- déndolo. pero sin necesitar su presen= cia; somos hermanos, camaradas de ta experiencia semntica. El segundo: Ri- carlo Piglia primero y después Juan José Sact han afirmado y rizonado la pertenencia de Ferdydurke traducido ala literatura argentina. Un argumen- to paradéjico, que puede parecer pro- pio de nuestra irnica busca de lo na- ional, caracteristicamente instalado en tuna serie de alteridades fundamenta- les; entre ellas, la episédica de Gom- browiez. No han side Piglia y Soer los dni- cos en advertir Ia doble pertenencia literaria de Ferdydurke. En 1066, en tuna breve nota en una olvidada revis- ta peninsular, Preseacia, uno de Ios grandes poetas catalanes de la seg da mitad del siglo, Gabriel Ferrater (1922-1972) argument con rigor asombrowo y desapegado —pucsto que la lengua poética de Ferrater era cl cataln, no el castellano, que cn cam bio utilizaba a veces en sus trabajos en prosa—: “Pero el caso, ¢! enorme caso que deberia afectamos muy di- rectamente, ¢8 que, hace veinte alos y durante seis meses, Witold Gombro- wicz fue uno de los més notables ¢s- ‘critores en lengua espaftola, Estaka en- tones en Buenos Aires. ... Y ast cempez6 la aventura apasionante, 1a liaison de Gombrowicz con una nue- va longus literaria. Su fruto, el Ferd durke castellano, es fécil conocerlo. (Lo reedité recientemente editorial Su- americana.) Y es admirable. ... Poco tiene que importarnos que un libro po- laco sea el arrangue de un libro espa- fol y mucho menos que Gombrowice tuviera que pedir ayuda a un grupo de amigos. ... El caso es que el libro es espaol y que lo escribié Gombrowicz “tuchando con la sintaxis, con los ne ologismos, con el espirity de la en gua’, Quedan rastros de la lucha. En ‘unas piiginas por ejemplo, se vosea, fen otras no. Pero s6lo a los pedantes puede ofender. A quien posea sensibi- lidad literaria, por ¢1 contrario, le fas- inarf ver e6mo va realizéndose una potencia estilistiea muy original, muy deliberadamente queriday buscada: como se obliga al castellano a poner- se maleable y a verter en un nuevo molde. Y en un orden ya no de len- ‘gua, ocurre que esto, la obtencién de Ja forma pasada por la ilimitada male- abilidad, por los agudos tomentos ¥ Jas no menos agudas delicias de la flui- dez y la inestabilidad morales— esto es el tema de Ferdydurke"! Puede argiirse que la brillante in- twicién de Ferrater es una curiosidad, ‘quiz mas adecuada en una nota a pie de pigina. Pero es significative el ca- acter periférico y bilingie del mismo Ferrater. Quiz por eso sea capaz de advertir—en 1966-— que Ferdydurke se ha convertidoen una novela en cas- tellano. Ferrater és otra clase de peri férico, No territorial, como América respecto de Europa, sino lingbistico: ‘comparte y practica dos lenguas y por cello posce una sensibilidad especial an- te los efectos literarios de los trasta- dos. Es til y hasta revelador insistir cn esta semejanza y en sus diferencias intemas, Las periferias lingifsticas sin estado nacional 0 englobadas cn un estado con el que comparten una sola de las lenguas del dmbito comin, tam- bién experimentaron, como las ameri- ccanas, procesos de modemizacion cul- turd fuerade tox cronologfs ortodoxa y cuya esirategin fundamental fue ka iraducci6n de las culturas europea co- ‘mo via de incorporacién masiva y pla- ral susceptible de contraponerse a 10 castellano, vivide como excluyente ¥ antimodemo. Hay otro rasgo ambiguo de a es cenificacién bilingtie que es lo opaes- to de Ferdydurke. La presencia fisica de las dos lenguas —castellano y pam- pa— manticne al otro encaysulado en su extrafieza: esa ¢s la enscianza de os manuales de lenguas indjgenas. Salvo los Kéxicos. no hay enuces Tite- ratios ni lingiifstices. Se pasa de la presencia absoluta (el Manual) al ab- soluto olvido (en ta conversacién en- tue amigos se suprime el recuerdo de la conversacién entre criollos ¢ indi genas). Mientras que Ferdydurke pro- pone —y logra— el movimiento con- trario: las “huellas de la lucha” de las (que habla Ferrater se convicrten en un episodio dentro de la literatura en cas- tellano precisamente porque el potaco se traslada, se vierte, no se mantiene. ‘Al pensar en as funciones de la traduceién en el proceso general de formacién de una cultura nacional, ca bria recordar entonces que los textos bilingies indigenas o la transmatacia de Ferdydurke en novela en castella- no, 00 traducida al castellano, reve- Jan, en principio, dos actitudes ante la lengua de los otros. Mas aén, revelan la diferencia de grado de la oiredad. En el caso de Ferdydurke, lo que se experimenta es queel castellano se re- vvela maleable a la otra lengua porque ambas participan de un fondo cultural ‘comin: se convive en la experiencia de la literatura porgue no esté en jue- 0 Ia supervivencia. Mejor dicho, et {juego de Ia supervivencia ya terminé Ya se gand. ¥ se gand con la supre- sién absoluta de la absoluta otredad, fortaleciendo la idea de una entona- in originaria propia —ta lengua de ruestros mayores— capaz. de oponca sea la algarabfa de los recién legados. Existen otros muchos relates acer- @ de la traduccion en La tradicion at gentina, Ademés de la curiosidad de Jos manuales quc, como el de Barba- 14, perpetian lo bilingUe, 0 de textos ‘como Ferdydurke,’ esté la leyenda del libro perdido y encontrado: Manuel Belgrano traducicndo a Quesnay.* Es- Uh relato de los romdaticos (desde Marcos Sastre? a Sarmiento), el lugo- niano, beligerante en El payador, et de Sur. Hay uno —muy poco cultiva- do desde Ia perspectiva especifica de Ia historia de la traduecién— el de la erudicion cUisica a la americana: Al- fonso Reyes y Pedro Henriquez Ure- ta!°Y Marfa Rosa Lida, caso extratio de periferia filol6gica en la historia de la erudiciOn helenista y castellana. Dentro ue la creciente extensién del ambito de los estudios culturales, en la parcela ya ascntada de la ac- tual erftica de la diferencia 0 dct gé- nero, Lida cs una veta sin explotar, Sin dud, aparecerfa allf bajo wna ple y seductora propucsta: una mujer, argentina y judia en el coraz6n mismo de la filologia clisica espafiola, inter- viniendoen uns de las disciplinas mas reticentes al cambio que se conozcan, ‘Aun cuando se mencionen sus re- volucionarios (y bellamente escritos) studios sobre la Celestina y Juan de Mena, por ejemplo, suele dejarse de lado que tradujo de modo insuperable a Emily Bromté y a Herodoto. Hay ra- ‘zones Je peso para que esto suceda: como el de las cicncias, el discurso de lnerudiciGn filoldgica es poco perme- able a las marcas de un estilo perso- nal, de una entonaciéa propia. Buscar cen Lida presuntas peculiaridades de la cerudiciéa clisica argentina parece una tarea destinada al fracaso. Sin embar- go, hasta en sus textos més circuns- pectos se encuentran alusiones a es:t pertenencia. Alusiones que, como ella no podia ignorar, podéan parecer ex- temporineas al lector especialista; ‘cuando eso tiene lugar se siente que el gesto de proclamacion de tl pertenen- ‘cia es muy serio, casi solemne, En su prologo a Herodoto, por ejemplo: una arrolladora enumerscién de la conti- rnuacién de 1os motivos herodotcos en Ja tradicion occidental, en la que Lida incluye, entre ouvos, al persa Z6piro, a Jenofonie, a Justin, a Tho Livio, a ‘Las mocedades del Cid y al quechva Rumf Nahui en el Ollantay, se cicrra ‘con Francisco de la Rosa en el ancc- dotario patristico argenting."! Pero hay mis: el Ollantay no especifica auto- ria, lo cual habla de la cercania que siente Lida (oa la que aspira) de parte de sus connacionales y del ejercicio de aproximacién que exige al lector especializado, que es (0 era) su lector. Del mismo modo, deja huellas de “uso americano”, complaciéndose. de mo- do voluntario, en 1a utilizacién osci- lante del verbo ponderar, por ejemplo, A la peninsular, en el sentido de “me- dir” “sopesar”: *Las buestes innu- merables que Jerjes lanza contra Gre- cia... sirven... para ponderar toda muchedumbre™. A la americana, co- “Como Solin ponders mucho la felicidad de Telo, Creso, ex- citado, le pregunté a quién considera- ba segundo después de aquél..." Sirve de poco establecer lazos excesi- vamente forzados enire manuakes de lengua pampa para uso de fortines, ‘gestas literarias como Ferdydurke 0 tareas exquisitas 0 solitarias como tra- ducir a Herodoto; 10 énico que cuenta ces dar a cada una de estas traduccio- nes —y a sus lecturas nacionales 0 ‘exteriores— un lugar en la historia del proceso de modemizacion plural de ka cultura argentina. Es cast innecesario trer a colacién la relacién entre mo- demidad y romanticismo y su influjo sobre el cambio de actitudes y nocio- nies respecto de la traducciGn, Cabe Notas 1, “Ea el hogat”, Federico Batbari, Mansa dela lengua pampa (1879), Bueows Aes, Ee of, 19468 (Pree). 2." Fn una antologia realzada ex colaberacica ‘con Marita Gargatagi, FT tabaco que fumate Plinio, Escenas de la traduccion en Espana y Amirica: relatos. lees 9 reflesiones sobre los ‘tres, Ediciones del Serb, Barcelona, 1998. A te infercamibio ae debea algunos de los textos ‘iu mcncionados y octane las ideas, sobee toro las que propane M. Gargatali cn 3 tes de doctorate, Jorge Luis Borges y la wade cide, Facuiad de Tradvesin e Interpeeacicn, Universal Autvoma de Barcelona, 1993 3._ Pero también en Cubs “El idioma conver ss" es de José Lezaina Lima. Culmina coa sta sentencia un pao en elque Lezama busca el oxigen del esily sublime —americane— de Mati en lot Diaries. He agul el fragmento: (Man) "no reooge la lengua esta de Baltasar Gracia sino las Gedenet avisor que Antonio, égez transparent a través de los avisos car celrion pra aviv In experanza de Toe amoti- nados de fuera. La lengua de Antonio Pérez es Ta de le consejor que se da a reyes principa ‘es El ioma conversa..." “Tnluencia en bus cade Mati 1", en Trandos en La Habana (1955), Obras Completat, Aguilar. México, 1977, pg, 113. 4, No qucro iastr en este punto, abundan- {emente trifado, Solo Gat dos prafos Je al _gunos de ls eritioor que con mis peciiga To hhan hecho De Beatriz Sarlo: "Podkia decise (gue ls Teraura de Borges diteja uno de Tos ‘Parag (si no el paratigma) deta tneratura ‘genni Titeratra consti (como la wae ‘da misma) en ¢ eruce de la cultura europea con la jnflexis roplatense dl castllaro en ef scenario de exe pals marginal” (Borges y la literatura argentina”, Pungo de Visa, n° 34, ju- Yioneptiombce 1980, pig. 6). ¥ Maria Teresa Geamugla, etwdando las obras en cxlabora- ‘Xia de Borges y Bioy: "Ea la red, en las hoe ademas suponer que, si se admite esta evidencia, se coincide en la idea de que ser modemo es, en este campo, ser dos cosas opuestas a fa vez. Una, haber heredado una cultura —Ia occi- dental—ya por entero traducida o tra- ducible, lo cual es lo mismo. Pero, dos: ser modemo tiene lugar cuando ‘han sucedido todas las conmutaciones, verticales y horizontales, enire lengusas y eulturas y se le revela a uno la s6- lida y fatal igazén entre nacién y len- gua. Ser modemo es hacer coincidir tuna nacién con una lengua. EI movimiento es doble y contra- ictorio. Esa coincidencia de opuestos tiene lugar cuando se sustituye la idea de la traduccién vertical (la tradicién clasica) por ta idea romantica de lo esencialmente intraducible, que es la engua del pueblo. Carece de impor- tancia que esa revelacin, sometida a ‘un escrutinio hist6rico, pierda su mar- ca de epifanta y se tome discutible y sospechioss. No por eso deja de cons- Lutuir lo nacional el objetivo (origen y meta) de toda literatura modem. EL hecho mismo de que lo extrate- ritorial y lo cosmopolita sean glosi- dos y reinvidicados, de manera tan en- galosa como t6pica, como las zonas mis libres y geverosas de la cultura occidental no puede ocultar que esa ‘misma reinvidicaciGn depende hoy del vinculo indiscutible que une nacién y Jengua en el desarrollo de Ia cultura Titeraria modema.* Estas notas (nica ‘mente intentan recordar qué funcién tienen las traducciones, emo y para gu6 sostienen ese vinculo de modos diverses. En el Manual de la lengua Pampa, para obtener una entonacién recatada y propia, recurriendo al olvi- do hist6rico y lingifstico masivo (las Jenguas indigenas que pasan de vivir en la pégina bilingde a la supresiGn absolula): en Ferdydurke, mas allé de ‘autorfas colectivas 0 individuales. pas ra experimentar la flexibilidad de la lengua propia; en Maria Rosa Lida, finalmente, para preservar lo america- 1 y tal vee para anudarlo de manera ‘enue pero sélida a la softada eterni- ead de la tradicién clasica, las de didlogo amistose, el de Ie “comveeeada ccharla porefia’, peo también del clo entre “ambos por lugaees y peioedades” (Bioy, Bor- aes y Sur, Punco de Via, 34, jliosep- tiembre, 1989, pig. 13). Acerca dela “ccaver saciéa” eralita en a dable ue, pop ¥ culo, Véase el esutio de Adolfo Prieto, H dis. ‘euro crillsta en la formacién dela Argentina ‘modem, Sudamericana, Buenos Aes, 1988 SS. Exsignicativo que Ocampo establezsa un paralclo ene identidad de mujer ¢ idestidad ‘nacional, dividicido esta Gina entre fos ame- rneanos de muchas generaciones y los esenté- eur recta llegados, comm st quisiera afer, ante Woolf, petenencia los primoren: de centre Ta extcnsa bibliografa sobre este vineulo, fabe mencionat las feflexiones de Sylvia Mo. oy en Acto de presencia: La escritura auto- bingréfica en Hispanoanérica, México, FC: 1996 y Beatriz Sado en La méquina eultral: Macsias, raduetores y vanguardstas, Asicl Busnoe Aire, 1998. Ea exces insti atc a asimetria del viaculo etre Woolf y Ocampo. En las earns y diarios complctos de. Vaginia Woolf —que fue tan desietiosa con Ocampo ‘como con Marguerite Yourcena, de movlo que no ta Ia asimetea pucde atribuine al super to exotismo de Ocampo se eacueiraa dos Js dator acctea de encueatros, impeesiones € {tereambiosepistolares entre Viewna Oeatmpo 1 aquélla. Poe ejemplo, la presenticién en una muestra de Man Ray. en Londres, el 26 de no- viembre de 1943 : "Hemos vuelto (desde Rea: telly hete aqui que estanes invtados pat los Kaulfer par una extibiciéa de lar ftograas de Man Ray en Beford Sq. Asf que fuitnos y allfestabaa Aldous, Mary 9 Jack ya Southime- ican Vast (si) joe Mamata asf Roger 8 es08 ‘opucotos millonarioe de Buenos Ares? De cual ‘ier manera, er muy expléndide 9 rica, con perl en las orejas, como i una esorte polilla hhubira dado sus huevos ahi. ene ecole de tun dumascotras erst, jos que erco bella tes griciae a alga cacmitica, poco sh extie mos ycharlamos, en francés ¢ inglés accrea de 1a Estancia (sic), Yo grandes cusrtos Blancos, Jos cactus, las gardenia, la iqucza yla opulen- ia de Sudaméria, y también sobe Roma y Mussolini. a qui ella acaba de ver." Anne Olivier Bell y Andrew MeXcilie, eds, The Diary of Virginia Woolf. Volume 1. 1931-1935, The Hogatth Press, Londees, 1982, pig. 263 En una cata a Vita Ssckville e113 de enero de 1939: “Vietora Ocampo, um mujer que es I Sil (Colefas) de Boones: Aires, .. suponge ‘que quiere conocere. Fs inmensamente fica y Aamorora. Ha sido amante de Cocteau, de Mus- soln por lo que sf, hasta del mismo Hite. La conoci a wavis de AWdous Huxley. Me regalé luna caja de maniposasy de vez en ceando des- ciende sobre mi con ojs como fosfoescenies nuevas de baealao, No-§ qué ay debajo“ibd. vol. V, pig. 292). 6, Gabviel Ferater, Papers, Cartes, Paraules, (A cura de Jou Forte, Edicion dels Qua derne Crema, Barcelona, 1986, pig. 193. 7. Excuyo linae incluye Sat, poe ejemplo. fo viagros “euutempardnoos a Le apicisn s sma del pais de Azra, Millay, Mac Cain, Woodtane Hischlil. Allred Ebelt..” (La perspoctiva exterior eatin”, Punto de Vita, a 38, sepuiembre-n0- viembee 1989, pig. 12) De modo sistemstico y el too artculada tata estos linajesy sus pro- ‘ducciones Adolfo Prieto, Lot viajerct ingleses en la emergencia de ta literatura argentina 1820-1850, Samericana, Buenos Aes, 1996 8. Emest Lich, Acaecimientor de Manuel Belgrano, strata. y su tradueciin de las “Minas generales del gobierno econémico den reyno agrculior™ de Francots Quesncy, Ediciones de Cultura Tispinica, Maid, 1984, ‘pig. 20: “la bésqueds de un «jemplar de libro ‘© couvirtié en una obsesiGa para erates © snvertigadores.. Sin embargo, en el anseurto de una rnvestizacioa sobre fa fsneracia en Es- ja tag tcp tata ‘ez Barcsiona o Sevilla. La obra no hace supo- ‘er en tinguoo de aus extremoe que se tratara ‘de una tind muy coma, pero Sf pocde Sore deca tenpeana olad de su traductor: venicua- tro afios” . Inveeando abundaate bibbograia, ‘specializadaargeatina yamericana, Luch vis ‘ila el isterée de Belgrano pec la fisioeracia ‘cin su posiciones las de Sam Marlo eppocte de la instauraciéa de Ia monarguia incsia. 9, Sas pone el acewo en la rupura con Ia tradicién espals, con menciones de Vieo, Her- der, Joufieoy, Lamartine, Chateaubriand, asp reid a un lies funute que excarnabun, pot ‘entoaces, las obs en cxtso de sus Contempo Facos Alberdi 0 Gutidee2: “Ue libro ue ins nuando Blandameate ef las almas Ia vor de Ia ra, y dela rligin, ln dispoudes a recibir en goz0 el benéfico reco de la enseiaza... aa obra de poesia pero que sn sucess ala ‘ina, obliga al hermoso idioma de Cervantes a Pater & giro tan meme ¥ DUO oo inp lot qie tt deletan en Fenela, ot Sain Perr c& Macpherson y Chatcuubeianc”. Oje- ‘ada flosifica sobre el estado presence y la suerte ftir de ls Navn Argentina (1857), €0 Belix Weinberg. El Salim Laterario de 1837, Hachette, Buenor Aires, 1977, pigs. 150-131 10. Susana Zanet apunia a esta posibilad de «euio floképico y comparausta american es- cnbiendo sobre Pedro Henriguez Ure en “No tet alvido", Punto de Vio, x 22, diciembre de 1984, pgs. 16-18. 11 “Prologo” a Herod, Las mueve libros de Ja hisiora, wadusciin y prOlogo de Maca Rosa Lia, Lumen, Barcelona, 1981, pigs. 93-94, 12 Thid. pi 94. 13 Ibid pag. 13, 14. De Lis variaciones y alteraciones del mo- dato eldsia, em of exso de Argentina, tata Be- ate Satloen Unt modemidad prifriea: Bue- res Aires 1920-1930, Nueva Visibn, Buenos Aes, 1988, El fin de una épica Martin Kohan L Morir de miedo, matar de risa La literatura plantes con gran rapidez su propia versiGn de la guerra de Mal- vinas, No habjan coneluido los com- ates, de hecho, cuando Fogwill ya escribia Los pichy-cyegos: una version anti-épica, picaresca y no heroica, de esa guerra, donde los elevados valo- res de las exaltaciones potrias quedan definitivamente relegadas por 1a I6gi- a implacable de la supervivencia sub- terrdnea, Zafar, y no vencer, ¢s la im- pronta en Ia novela: y el corte que est ‘impronta produce en la definicién de aliados y de enemigos no tiene una correspondencia directa con el corte {que marcan las pertenencias nacionsa- les. El cambio es radical: la literatura ‘cuenta la guerra de Malvinas hacien- do a.un lado la gloria y las hzafias, cl ‘mandato de matar 0 morir, el deber de ta recuperaci6n de las hermanitas per- didas, 0 el métito de cact por la pa- tia, para poneren su lugar un ordena- do sistema de astucias y dobleces, un {juego de ocultamicntos y disfaces, una ficcién belica donde subyace el nico fin de la supervivencia, La literaura seformula asf el género con que narrar Ja guerra de Malvinas: no la cuenta como épica, 1a cuenta como farsa.' Ese primer momento fundacional {que se define con Los pichy-cyegos se continia en diversos textos que reto- rman, con variantes, un felato de ka gue- ra alejado tanto de los fervores triun- falistas como de Ics lamentos por ta derrota (aungue opuestas, al parecer, ambas inflexiones integran una mis- ma concepeién de la faébula nacional: ta que crige héroes, gloriosos si ga nan, inmolados si pierden, pero héro- es al fin). Al ser representada como farsa, y no como épica, Ia guera que se cuenta en la literatura argentina pa- saa tener picaros y farsantes, antes que heroes: falsos voluniarios (Falsos en su voluntad, porque lo que quieren cn realidad es ser tomades prisioneros para poder Hegar a los Rolling Sto- nes; 0 falsos en su encamacién de la argentinidad, porque son japoneses), falsos combaticntes (porque lo dnico que quieren es salvar el peligjoo bien desertar); falsos ex combaticntes (por- que no son argcmtinos, sino chilenos, y tan s6lo simulan haber estado en Malvinas). La guctra es contada al re- vés (en una prolija inversion de térmi- nos: quia invade 0 es invadide, quiéa gana 0 quitn pierde) 0 desplazando el je hasta descentrar el relato bélico (al tomarla perspectiva del conscripto que se aburre en una oficina de Buenos Aires)? Para ta literatura, Ja guerra de Mal- vvinas no offece entonces més peripe- ccias que las de Ia supervivencia 0 las de la desercidn, donde las trincheras se vuelven tineles sublerrinens part sustracrse del combate y los unifor- mes militares se convierten en disfra- ces (no dan identidad: a escamotean). El drama de la guerra, el drama de la gesta nacional (que resulta doblemen- te un drama, porque las cosas salen mal y la lucha se pierde) es narrado en otra clave y en otra clase de textos: Jos textos testimoniales. También de inmediato, muy cerca de los propios acontecimientos, una serie de entre- visas offecen la cruda version de los soldados que pelearon en las islas y ‘consagran una definicion embleméti- ca: la de “los chicos de la guerra’? Quince altos después, los chicos ya no son chicos (ya son, por el contrario, veteranos) y se les puede conceder la palabra para que naren por sf mis- ‘mos: Son sus propias voces las que se ‘envelazan, sin la mediacién de las pre- gunlas de los entrevistadores, para con- formar oira ver el testimonio viven- cial de los que estuvieron en Mal- vinas.* Desde el registro det testimonio, Ja guerra se cuenta ineludiblemente co- mo drama. El miedo, el frio, 1a sole- dad, las muertes, las mutila Jo admiten ser narrados con tonos som- brios. La guerra es una cosa seria, In- cluso 1o que alguna vez pudo dar risa, Jo que alguna vez. dio risi, deseubre cen la guerra su cardcter serio y hasta solemne: “Antes, me acuerdo de estar en la primaria 9 en la secundaria y hacer la mimica cuando se cantaba el Hino. La eeladora me deefa: ‘Dona- do, canté’ y yo me refa, cantaba cual- uier cosa para joder con el de aurés 0 econ el de adelante. En Malvinas no, Le tomas respeto a ests cosis”.* Son, ‘como se ve, los valores del culto pa- tmidtico los que se afirman y se conso- lidan. La invasi6n de las Malvinas es ‘considerada, aguf sin ironfa, una “cau- sa justa”. Los soldados lamentan haber ido a pelear con tan poca preparaciéin y tan mal equipamiento. Con fa recumen= ia de ese lamento se fundan algunos niicleos esenciales del relato de los ex combaticntes: su condiciGn de desvali- dos; su condicién dc victimas de los propios oficiales del Ejército argentino, antes que de los ingleses; su puesta al Limite de la supervivencia, pero ya no bajo la forma de una deserci6n cinica, sino bajo la forma extrema de una imwerte siempre inminente (la super ‘vencia no es aguf una fuga del drama, sino parte del drama), Estos t6picos de los relatos testi- moniales, los del drama de la guerra, dejan en pie los fundamentos de la fe nacionalisia, Las més penosas revela- cciones sobre fa precariedad de las con- diciones de combate ée los soldados _argentinos, las quejas mas amargas so- bre las privaciones que sufrieron ante todo por incapacidad 0 por mezquin- dad de los propios oficiales argenti- nos, terminan por resolverse en favor de tos valores de la gesta patriGtica, Los ex combatientes coinciden, casi ‘con unanimidad, en 1982 tanto como en 1997, ea decir que quisicran volver a pelear en Malvinas. Mejor cntrena- dos, mejor pertrechados y mejor con ducidos, desearfan volver a intentar la recuperacién de las islas. Es decir que los valores constituyentes de la iden- tidad argentina, esos mismos valores que fa literatura sobre Malvinas co- ‘roe implacablemente, se reafirman en las versiones testimoniales y consoli- dan las vehemencias que son propias de la epicidad. Los personajes de kt literatura so- bre Malvinas, construidos como pica os, son desertores © falsos volunta rios, y dicen: “Nos vamos". Los ex ‘combatientes de Malvinas, en cambio, cen el registro del drama testimonial, ‘enfuizan; “Volveremos”, Este contr te organiza los dos érdenes narrativos ccon los que se cont la guerra de Mal- vvinas, Por un lado, la literatura repre senta una farsa, una farsa de la guerra yy de la identidad nacional, donde lo ids farsesco, por Jo pronto, son las propias identidades (siempre es posi- ble disfrazarse, hacerse pasar por etro, © esconderse, no ser identificado). La risa le cabe incluso a lo més scrio, incluso a 1o més trigico. Hay en la {eratura toda la risa que en Jos textos testimonisles resulta tan inverosimil ‘como impos jecuaida,intolera- bie. Los quiebres de la derrota, expre= sados como lamento en los testimo- nios, se recuperan, realimentan el cre: do nacional, y eliminan esa distancia descrefda e irGnica que esta en la base de las narraciones literarias, Se trata, como se puede advertir, de dos verticntes nitidamente diferen: ciadas (tan diferenciadas como pudie- ron estarlo, en el espectro del rock na- ccional al que justamente ta guerra de Malvinas dio impulso, las voces de por sf llorosas de Alejandro Lemer 0 de Rail Porchetto en sus temas sobre Malvinas, y las risitas ir6nicas de Charly Garcfa unidas a la frase “Esia- ‘mos ganando, Seguimos ganando” en “No bombardeen Buenos Aires"). Las dos vertientes expresan, de alguna ma- nera, un momento de verdad de la gue- ra de Malvinas, Pero tal vet no hae bria por qué pensarlas en una separa- in tan estricta: farsa o drama. Para la literatura, la guerra de Malvinas 10 hha de repetirse una vez como tragedia ora vez como comedia, porque ya ‘desde un principio, ya en su primera vez, la guerra fue una comedia, Para Jos testimonios de los soldados, la gue- ra de Malvinas debe repetirse, pero no para trocarse de tragedia en come~ dia, sino para que la tragedia de ka derrota se convierta en una épica truntal. Fsta escisiOn tan marcada que se proxuce en los textos sobre Malvinas s€ comresponde con un reparto genéri- co: a cada registro, un género, Pero la doble impronta de los relatos sobre Malvinas puede pensanse en iérminos de cruce y de supcrposicién, mis que en nninos de una division excluye te, enure el drama y ta farsa. Esto im- jcaria watar de pensar que la gucira de Malvinas fue @ la vez un drama y una farsa, Esto implicaria, por ejem- plo, pensar a Galleri al mismo tiempo 0 el estigma miserable del genoci- da y bajo las certeras caricaturas que hizo Hermenegildo Saat para Clarin (y que cristalizaron Ia figura que em- puta un infaltable vaso de whisky con hielo), Cada una de esas imagenes con- tiene una verdad, pero hay ademas una vverdal en su superposicién, en su si- multancidad, en el hecho de que el drama y la farsa se tian mutwamente. No se trata de un drama al que la far- st encubra o revele, como quiere plan- tcarlo Roberto Benigni en Ia version de los campos de concentracién del film La vida es bella, porque allf la accién de los nazis ¢s una tragedia so- bre la cual un personaje acti una co- media. Mientras que, en el caso de Malvinas, los desatinos estratégicos de los mititares argentinos resultan suma- mente trigicos, porque cuestan vidas, pero a la vez saturan a la guerra con los dislates del grotesco, La guera misma, ademas de trigica, resulta gro- tesca. Menos grave, en términos de vvidas bumanas, pero de gran peso en el orden simbético, es el episodio de Ja donacién de joyas por TV a cargo de unas cuantas seftoras bienintencio- rnadas. Su candor es dramético, por- que resume y representa la fatal cre~ dulidad de buena parte de la sociedad argentina, presa fécil de ta euforia pa- Iridtica. Pero ese acto de desprendi- ‘mienio televisivo remite, claro que Pa rédicamente, a la donacién de joyas por parte de las damas mendocinas, en tiempos mejores de la historia pa- tia, cuando los béroes eran héroes y no les cabfa otra cosa que la epicidad. Antes de que la guerra se perdiese, antes de que se conociera el destino incierto de esas y de muchas otras do- naciones, la ofrenda de las joyas ya era wna farsa. IL. Las istas de la fantasia Entre los méritos de Las Islas de Car- Jos Gamerro, se cuenta el de superar se reparto narrativo que se habsa éa- do entre las novelas y los cueatos, por un lado, y Jos testimonios, por cl otro. No hay en esta novela marcas del g¢- nero testimonial, en absoluto, por mas que Gamerro haya recurrido a las en- trevistas con algunos ex combatientes cn la preparacién de su libro.* Por el contrario, Las Islas se apoya fuerte- ment: en la codificacién de los génc- ros literarios (en particular, en algu- nos rasgos de la ciencia ficcién) y acenida asi su plena ficcionalicad no- velfstica. Lo que cruza Gamerro no es Ja dimensién de la verdad testimonial con la dimensién de la ficciGn litera- fia, con la esperanza de que se ilumi- nen entre si. Lo que cruza Gamerro es cl drama de la guerra y la farsa de la guerra, y de esta mancra logra capiar la significaci6n que solo se encucnira ‘en ese pumio de cruce: una verdad que no estaba, por separado, ni en las in- ‘venciones litcrarias ni en las verdades testimoniales sobre Malvinas. La seriedad que suscita el deama Délico no se refiere solamente a las pérdidas de vidas humanas. Fsa clase de pérdidas se Iamentan desde el s0s- tenimiento de valores universales, que cn cltima instancia, por su propia uni- vversalidad, llevan a desechar toda dis~ tinci6n entre los. soldados argentinos yy los soldados ingleses: toda muerte ‘humana es, en principio, lamentable. Son otros valores, no tan genéricos, ‘no tan abarcativos, los que exigen por ‘gual un abordaje serio del drama de Ja guerra: los valores de la nacionali- dad. Con el paso de los ritos patrios del escenario escolar al escenario bé- ico, con el paso ve las ceremonias patrias de las escuelas a Malvinas, se iba de la comicidad a la seriedad. Los fandamentos del ser nacional (del set ‘acgentino de los soldados, por una par- te, y por Ia otra, de que las Malvinas sean argentinas) requieren la solemni- dad del semblante adusto. La narra én de la guerra como farsa, y ka co rrelativa reversiOn de la seriedad en fisa, exige un posicionamicnio més alejado y mas escéptico respecto de os valores de la argentinidad. Ese posicionamiento es uno de los puntos de partida de Las Islas. La no- ela recorte varios de los milos ar- ‘gentinos: mitos de origen (la Argent za como origen de toda la humanidad, segén las tcorfas de Ameghino, part quien ef Hombre surge en la Patago- nia); mitos de redenci6n universal (un faturo ideal donde la Argentina venc al comunismo y salva al mundo); mi tos de la metafisica nacional (los de la Argentina invisible). Puede conside- rarse que el texto ridiculiza estos t6pi- 0s de los discursos nacionalistas: pue- de considerarse que el texto se limita 4 mosirarlos y a revelar su intrinscca fidiculez. En cualquier caso, las cere- monias patrias, que con Malvinas se deslizaban de lo risible aio serio, vucl ven en Las Islas a conventirse en risi bles: se narran con burla (cuando el narrador deforma la ietra de ka Mar- cha de las Malvinas y canta “nos las hemos de olvidar”) 0 con un alto sen- tido del patetismo (cuando el himno nacional es ¢antado por dos nenas con sindrome de Down: dos hermanitas Is madas Malvina y Soledad, que som, 2 su modo, dos hermanitas perdidas). Las Malvinas no se encuentran tras su manto de neblina: en ta neblina se pierden los soldados y no saben para d6nde ir, Las cartas dirigidas a los sol ddados, expresién consumada del pie- tismo civil en tiempos de guerra, no les llevan a los soldados ni aliento cconsuclo, sino motivos de diversién: los calambres en la trinchera por esta vezno se deben al miedo, ni al rf0, ni al cansancio; s¢ deben a Ia risa que les provoca la lectura de la cara de “uma madre argentina”, Toda una 20- rna que, en los textos testimoniales, consagra a los soldados como victi mas (1 padecimiento de la hostilidad de sus propios jefes, Ia locura y el en- Giero, la obsesién con el regreso a Malvinas) se despliega también en Las Islas. Pero cambia su estatuto desde el momento en que ya no es una de- rivacién, ni tampoco un desvio, res- pecto de los valores de una gesta na- ional, Exe fundamento, el de la causa jjusia, el de ta certeza respecto de la argentinidad de las islas Malvinas, ka literatura lo difuye. No lo refuta, més bien lo disuelve. Como se dice en un ‘momento dado de la novels de Game- ro, cuando un grupo de ex comba- tientes se dispone a comer un pastel ‘convenientemente decorado con la fi gura de las islas y con soldaditos de plistico: no hay gesta de Malvinas, hhay ingesta de Malvinas. La ingesta anula la gesta, la niega ‘con su prefijo, o al menos la devaliia, Pero esa torta que offece en st super= ficie una pobre representaciOn de 10 que fue la guerra, conticne, bajo esa capa superficial. una segunda repre- sentaciém: “empezaron a circular los pedazos de torta, que més allé de la reposteria result6 ser un bizcochuelo Exquisita de lo mas vulgar —quizdis intentara imitar el gusto de Ta turba también’.” Debajo de la representcion superficial, con ta figura de las islas cen-un fondo azul y muntequitos de sol- dados encima, hay otra representaciGn, a la que solo podria reconocer quien ps6 por Ia experiencia de pelear en Malvinas. El contorno de las islas, 60- ‘mo icono, interpela a cualquiera: la semejanza en el sabor. en cambio, s6- Joes significativa para el que estuvo cen la guerra y pasé hambre. La imita- ‘cin, en superficie, es banal y aun far~ sescat s6lo que, en un corte transver- sal (y para que haya ingesta, es nece- sario hacer ese corte), hay otra imita- cin, igual de falsa, pero que cn su falsedad Mega a tocar cierta verdad: tuna verdad que s6lo se advierte desde la experiencia del que estuvo en la guerra. 'No ¢s un dato menor que Gamerro resuelva este episodio distinguiendo dos niveles de imitacion y de percep- cién (uno visual, de superficie; otro ustativo, que supone eierta hondura), Porque la sols imitscién superficial, tan banal como esos soldadivos de plis- tico de que se vale, haria de la guerra nada més que un simulacro. La farsa dc la guerra se sosticne, por cierto, en la conversion de la guerra en simula- ‘ero de guerra. Ast, entonces, hay en Las Islas un simulacro de invasién que s¢ lleva a cabo, como festejo del dé- ccimo aniversario de la toma de Malvi- nas, cn uno de los lagos de Palermo, ‘que ticne una isla en el medio. Tam- bign hay un ex combatiente que se pre- senta con su uniforme de combate, pe- ro se trata de un uniforme que en rea- lidad se compré en un negocio del pa- saje subterrineo que cruza la 9 de Julio, La guerra de Malvinas se simu- lay se degrada— como batalla na- val 0 como pelea entre un paracaidis- ta inglés y un soldado argentino en el lima circense de Titanes en el Ring. Peroes, fundamentalmente, en el mun- do virwal de los videogames, donde la guerra se convierte en su propio si- mulacro: el narrador, que es un hac~ ker, prepara un juego que representa la guerra de Malvinas, pero de tal ma- nera que en la variante del juego los Kovensky argentinos ganen y los ingleses pier- dan, Ahora bien: Las Islas es mas que una ecuacién que homologa a la gue- sma con el simulacro de esa guerra. Las Islas es mis que una implementaciéa narrativa de las discutibles, y discut das, teorfas de Jean Baudrillard sobre Ja Guerra det Golfo." por las que se suprimirfa toda distincién entre el be- cho de jugar a la guerra de Malvinas en Ia pantalla de la computadora y el hecho de haber estado en el frente de combae. Gamerro representa ala gue- sa como farsa y demuestra cudnto tie- ne de puro simulacro: pero en ningda caso reduce el planteo a esa sola mensién, Tal como en el episodio de la “ingesta de Malvinas”, por debajo del simulacro hay otra represcntacign que se liga con la experiencia y que, por lo tanto, involucra la realidad de los cuerpos. EI hacker que programa el video game de la guerra de Malvinas es un ‘ex combaticnte: ¢s alguien que ha pe- Ieado en la guerra de verdad. Tal vez Por es0 no se limita a la inversin me- inica de los acontecimientos reales: introduce un virus en el programa pa- a que, también en la superficie de imagenes de la guerra virtual, también en el simulacro, la Argentina pierda (cl que juega y pierde, 3 un jefe militar que en el frente). La derrota nacional re- sulla ser asf un nicleo de verdad que fe dentzo del mundo de la gue- rra simulada y que acaba por revertir Ja propia l6gica del simulacro (inver- Ur Io real, ocupar sv lugar, abolirlo).? La toma de la ista del lago de Paler- smo también la efeetda un grupo de ex combatientes, que en Ia conversacién Negan a confundir esta farsa de inva. siGn con la invasién verdadera, la del 2 de abril de 1982. Asi funciona en Las Islas el cisfraz: distraza lo verda- dero, no lo falso., para que se lo pueda ver en su verdad, El uniforme com- prado en un negocio de la 9 de Julio lo lleva un ex combatiente auténtico: no sé trata, en este caso, de un chileno picaro que quiere hacerse pasar por tun héree argentino (doble estafa: a la Gpica y ala identidad nacional) y para conseguirlo se viste con ropas falsas, ‘Aquf las ropas son falsas, pero las viste 10 tun verdadero ex combatiente, Debajo de los soldaditos de plistico. esté el sabor de la turba de Malvinas. Debajo del disfraz de soldado de Malvinas, hay un soldado de Malvinas. Dentro del simulacro de Ia guerra del video o- game —y la metéfora del virus blemente acertads—, siguen es la bumillacin y la derrota argenuinas, En el universo del simulaero abso- Iuto, la verdad no existe 0 no importa. Gamerro elude atinadamente la sim- pleza de exe absoluto. Pero la verdad que plasma en su novela no ¢s la del género testimonial y su apelacién a la experiencia, ni mucho menos la del realismo literario, Fs una verdad que ca organizada”” parece decirnos muy poco cuando se trata de Malvinas y dal Ejército argentino, Sobre esos 16- picos, que extn tanto cn los textos {estimoniales como en las ficcioncs li- terarias, avanza Gamerro con esta afenga que pone en boca det jefe mi- litar: “Aprendan c6mo sc gana una guerra, y desputs se Io vamos a ense- flara los ingleses, también. Mucio ma- nual, mucho mapa, mucho pizarrén, los ingleses. Se ereen que se las saben todas, pero nosotros —dijo golpedn- dose el pecho para aclarar que no nos inclufa— somos veteranos de una gue- ra que ellos no vieron ni en los li bros. {Vamos a ver de qué les sirve f= = sOlo puede manifestarse a través del simulacro, de la misma manera cn que el ex combatiente sélo puede presen- larse disfrazado —y no vestido— de ex combatiente, Es asf que Las Islas postula una representaci6n del drama de la guerra de Malvinas que no es tampoco Ia de los testimonios y que no se opone a la version de ta farsa es un drama que en la farsa se revels cs un drama que se exhibe ante todo cen la versidn de Ia guerra como farsa. IIL Victorias y derrotas Si la pérdida de vidas numanas mere ce ser lamentada, pero lo merece por- que la vida humana es. un valor uni- versal, y silos valores nacionales (que justifican y exallan la pérdida de vi- das humanas: no hay més que leer los relatos de las guerras ganadas para comprobarto) se ven desbaratados con toda precisi6n a lo largo de Las Islas, ccabe preguntarse en qué sentido Ia de- rrota de Malvinas constituye un dra- ‘ma nacional. El maltrato a los subordinados y el dessario estratégico son dos caracte- risticas fundamentales de fa actuacién de los oficiales argentinos en Malvi- nas. La clisica definicién de Bataille segin la cual “la guerra es una violen- tanta torfa cuando estén amarrades 4ac4 abajo! ;Denme sélo unos elésticos ‘de cama viejos y una baterfa bien car- gada y van a ver c6mo en este sector la guerra se termina en dos patadas! jSe hacen los machos porque vienen con chaleco térmico y mira infrarroja y masicién trazante, pero en bolas y chorreando agua en un elistico se le aflojan tas trpas al més pintao!”.!* Desde el discurso del militar a gentino, no hay una guerra, sino dos. Una es ta guerra de Malvinas, guerra convencional, guerra perdida. La otra es la denominada guerra sucia —aqut “quer inmunda"—, guerra ganada, EI militar argentino confunde las dos guerras y cree que va a poder ganar tuna con los métodos que le permitic ron gaar Ia otra. Lo que en Las Islas ingresa draméticumente no son tanto, Jas penurias de la guerra que se per- 4i6, sino las aberraciones de esa otra ‘guerra que los militares definen como tal y computan como ganada. La figu- ra atroz del torturador en el frente de guerra se articula con las zonas mis densas de la novela de Gamerro: con Ia tremenda historia de amor y dc odio centre el tortrador y Ia torturada: con cl horror de! cuerpo signado para si pre por las hucllas de la picanat ck rica y las quemaduras de cigarrillo, La farsa de la guctra pendida en Mal vvinas conticne y revela el drama de la guerra ganada en los aos setenta. La versiGn farsesea de la guerra de Mal- vvinas, fundada por Fogwill, no cnvia en Las Islas tanto a drama de 10s tes- timonios de los chicos de la guerra, ni ‘cuando son chicos ni cuando dejan de serlo, como al drama de la represién que la precedis. “También en Los pichy-cyegos se cestablece una relaciéin de este tipo: en cl escondite subterrineo, s¢ habla de Ia cantidad de personas que mal dela y del lanzamiento de prisioneros al ro desde los aviones del ejército. Y sedice, ademés, que el sargento peled ‘en Tucuman y que tiene una medalla del Operativo Independencia. Pero tos relatos de la farsa no van més alld de esas referencias especificas, no puc- den incorporar y desplegar toda una representacion del drama de la repre- sin ilegal (asf como et drama de la guerra es contado por los textos testi- moniales, el drama de Ia represién es contado-en otros testimonios 0 en otros textos literarios, como Villa de Luis Gusméin 0 Elfin de la historia de Li- liana Hecker). Ese cruce sf aparece en Las Islas. 1a farsa de la guerra de Malvinas y el drama de la guerra de Malvinas pue~ den cocxistir, pero complicadamente, porque la primera requiere Ia desarti- ‘culaci6n escéptica dc los valores pa: trios y el segundo requiere cl sosteni- rmiento de la creencia en es0s valores, Lo que consigue Gamerro es, en pri- xr lugar, desarmar los mitos argen- tinos y los discursos del nacionalismo tajante. Y en segundo lugar, tacer ha- blar a la verdad que existe en el inte rior de los disfraces y de los simula- ros, y no en otro lado: hacer surgir el drama que subsiste en la farst y Se deja ver a través de ella Cuando la guerra de Malvinas se representa drumdticamente, puede ser ligada con ta dictadura militar esa re- laci6n es obvia y data de 1982: la gue- ra como ailtimo intento de la dictadu- ‘ma por continuar en el poder) © puede ser destigada de la dictadura militar (Guicnes creyeron y ereen en Ia causa Justa y en la epopeya de la soberania nacional, se esmeran en separar una cosa de la otra). Cuando la guerra de Malvinas se narra desde la farsa, con ‘constitutivos de nuestra idct ional, pero cuando ademés se la su- perpone con la representacién del dra- ma, no ya de la guerra, sino de la dic tadura en general, la narracién se trans- forma. Puede retrotraerse @ los relatos de origen (toda una franja de Las Is- las se construye como paroxtia de las erinicas de la conquista de América) © puede tocar el presente (et jefe mi- Hitar de Malvinas trabaja ahora para la SIDE del menemismo, que funciona 0 un shopping) Mediante esta transformaciGn, to- do un orden de victorias y de derroias se reformula, En las versiones pura- mente farsescas, aquellas en que los picaros en verdad quieren sobrevivir © ser tomados prisioneros, la derrota de Malvinas es una victoria (ya sea porque al fin salvaron sus vidas, ya sea porque los van a llevar 2 Inglate- fa y van a conocer a los Rolling Sio- nes), En la versin de Gamerro, don- de la fara y el drama se impregnan mutuamente y se acercan a lo que se- ra un relato tou, la instancia de to que se piewe y la instancia de 1o que se gana se eruzan de otros modos. La guerra que se pierde en Malvinas se une indisociablemente a esa otra gue- rra, a la que s¢ lama guerra sucia y que se ha ganado; se funden en una sola cosa, tal como hay una sols estra- tegia para el torturador en el frente de ‘combate, Pero la guerra que se pierde en Malvinas se une también a la demo- cracia que le siguio, que a menudo se contabiliza como un orden politico que la sociedad argentina supo ganar, y que aguf no es mas que un orden politico que la dictadura pendi6, de la misma manera y en ef mismo momento cn que penlié la guerra de Malvinas. Notas 1, Raton aps ped pan ago tas hips desrllals cmc culo “Trans Inanaites de bina, no lt hemos de eacon- tna (De cio In erate even In gusra Je Malvinas), cscrio em edaboeascn con Adar tu Ingeraore y Oreat Blanco y pbbeado en Expacts de erica y praducien, S13, Bue tot Aires, diciete de 1993-mara> de 1998 1 deficin de un “piace de gua” Ie propooe Julio Scivatanan en “Un haga bajo ‘lindo: Lar Pichicteger d= Rolto . Fog- Sell (Mcrorie Letras argentina (cue times de deal) Etoeal Bibs. Buctos Ai- ter 196, pig-129), donie analaa tanto Ie traneea en spe la sipevivencia corr lt vi ees iavoradas pra fa ucra La crtaninco rresponiicme dels Hetidad nana efecta feral de a pura de Malvins, ex analiza (3 poe Detria Srlo en "No olvidar fx quer de Malwa. Solve cine, leratiea © histo Panto de Vita, $49, agosto de 1994, 2." Lahiria del wolutario qo quote fer 8 hs B ac se eoueata ea “EL Srecndiz de bes" el pamer evento de Histo rms argenina de Rego Fresia Panes, Bac. nae Aves, 1991) La historia del voluntio ponds comeaponde La cara uta” densa Revista de cultura socialista o Lamborghini (Novelary euemtar,Eiliciones ‘del Sebal, Barcelona, 1988) Los scldados que ‘no qucten pelea, sino salvarse soa los de Lae pichy-eyegor de Rodsto Enague Fogyil ( ones de Ia Flot, Buenas Ares, 1943). La ‘iin de fuyarse de la guerra et ea Fl desertor (Naar de noche, Planeta, Buenos Aires, 1991). [La guerra de Malvinas conta al rvés aparece en “El anc de Inglaterra” de Datel Guebel (El ar quero, Eluoriah Sudamericana, Boe. tot Aiter, 1992). La versién oficinesca de Ta oer, fisalmente, sth en La flor acteca de Gasavo Nielsen Pancta, Buenos ites, 1977) 3. Las chicos de la guerra, Halan las sold das que extusierom en Malvinas de Daniel Kon (Glitaial Gaerns, Buenos Aites) aparceis en 1982. Ea ahs nice de eae mismo ‘sn 4. artes de guerra. Malsouss 1982 de Gea Cela Speranza y Fereando Catadii (Grupo Eai- torial Norma, Buenos Aes, 1997) prescinle ide usa vor tarrativa organiza tanto camo (de las preguntas diigdas aoe solalon: cl iex- Bmé. Mitre 2094 - 1° p. (1039) Capital Tel.: 4953-1581 to se arma on hase al montaje de fo diveeror testimonios, que se entclazan en un eelato po- Iiiioo de ta guerra. 5. Paries de guerra. op. i 6 Dao rocogsla en una eo sutee, pura La nota “Clase 62" publicada en Laz Tnrockuptbles, N° 29, diciembre de 1998. 1. Las Ielas, Ediciones Simurg, Buenac At ‘a, 1998, pig. 338, El mabeaymle or de Cotlor Games 4. Baukillard, Jean, Lt guera de Ge th tenido lugar, Anagrams, Barcelons, 1991 9. La hiptesis de que el simulacro pasa de scr una invancis segunda respect de tna roa Tudad orginal, 2 precedetla y anularla es pre- scstada por Daulellaeden Culuira y simulacro (Eaworst Kain, Bareclona, 1978) y explica cn partes posici ant la gucra del Golfo. EL Snuslaco de Ta guerra que se plantea en Las Enitores, Barcelo, 1992, pig 92 El subeayae do es de Georges Baal 11. Las Isles, ope, pig. 399. BI sebeayado x ne Carlow Gatmere. 1 Las Ila, op. ct. pg. 188 JENTREPASADOS ( REVISTA DE HISTORIA Aiio VIII - Numero 15 - Fines de 1998 Conflicto social en la campajia bonaerense Autobiografias de inmigrantes italianos Trabajo y ciudadania en Brasil Dossier: el cine y la historia Siscpcenes en ening ws (ne), rt Una cultura, varias ciudades, dos novelas Beatriz Sarlo La escritura docta Martin Capasr6s lo confiesa: quien hoy adopte el expediente de presentar un texto propio como transcripcién de un manuserito encontrado corre ¢l riesgo del ridfeulo. Si, ademés, la novela se compone de un texto narrativo ¥ de notas redactaas por un enudito, el ries- ‘go acecha desde la tradiciGn del relato cenmarcado y también desde una de las ‘grandes novelas de Nabokov, Pélido fuego. ‘A primera vista, las cosas empic~ bajo malos augurios para La his- toria.' En efecto, cl peligro de que novela se hunda bajo e! peso de sus predecesores ilustres es tan obvio que cualquier lector podsia preguntarse, cansado de tantos manuscritos halla- dos en alguna parte. porqué otro es- ritor intenta, nuevamente, la estrata- gema. La respuesta, el lector podrd cencontrarla en la novela, pero, si no Ta encuentra, la empresa le parecer tan- to mas presuntuosa, ya que, ademds, Caparrés la coloca debajo de una in- salvable cita de Cervantes. La sencillez con que Caparrés se expone me intrig6 y, desde el comien- 220 de una accidentada relacién con las ‘casi mil paginas de texto (y digo ac-

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