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-01-
Pero el ser humano no tiene por qué ser el último nivel, el más alto. Al contrario, me
parece lógico que la naturaleza humana sea sólo un nivel intermedio. Después de un
cierto tiempo de desarrollo evolutivo, la naturaleza humana será seguramente superada
por niveles superiores.
Y así seguirá creciendo la “Cadena del Ser”, trepando por la “Escala de la Naturaleza”,
en una serie de peldaños en número para nosotros desconocido, hasta llegar a una
Emergencia Final, una Novedad Última que trascenderá al universo físico, más allá del
Espacio y del Tiempo. Ésa será la “salida” del proceso creativo. Una salida que habrá
conducido finalmente a Dios mismo, que es la Omega del Proceso, como fue también su
Alfa.
Porque al principio (hablando ontológicamente) sólo era Dios, que era el Todo infinito.
Pero decidió “contraerse” para dejar sitio a lo finito, y así comenzó el Proceso. Pues –
por necesidad absoluta— el “vacío de Dios” tiene que restaurarse, tiene que llenarse
para que Dios vuelva a ser Todo en “todas partes”. Por eso, el proceso cósmico sale de
ese vacío creado por Dios (por “contracción”: “tzimtzum” o “kenosis creadora”) para
volver al mismo Dios. Todas las cosas, los humanos incluídos, somos sólo “chispas” de
ese devenir, de ese “fuego” encendido por el Espíritu de Dios, que asciende desde el
Alfa hasta la Omega, desde Dios-nada a Dios-todo.
¿Dónde nos situamos, en este cuadro, los individuos humanos, tan ínfimos y efímeros?
Seríamos meros instantes intermedios, sin mayor importancia, si no fuera porque Dios,
en su inmensa benevolencia, quiso ejecutar un plan de Redención complementario al de
Creación, que nos rescata del interior del proceso para hacernos compartir esa Novedad
Última, esa Omega que lo trasciende.
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[Comentario de Antonio]: Hay dos palabras en español que se escriben igual pero que
derivan de dos etimologías diversas. La escatología de los teólogos se deriva de
“esjaton”, el tiempo futuro… La otra, de skatós, es la de las alcantarillas. Siempre me
ha hecho gracia. ¿Hay en español otro ejemplo de conceptos homónimos de tan diverso
significado? Parece una metáfora. Al final todo se une…
Pero es posible, creo yo, que la física actual no esté tomando en cuenta todos los
factores, al atender reductivamente sólo al nivel físico más básico de la realidad.
Puede que en la escatología cosmológica –acerca de las últimas cosas del proceso
cósmico— ocurra algo similar a lo que pasa en la “escatología digestiva” –acerca de las
últimas cosas del proceso digestivo— : se olvida que el producto final del proceso es la
energía que pasa a constituir el organismo, y se atiende únicamente a los excrementos
que son sus desechos.
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Efectivamente, mi comentario tenía que ver con los dos conceptos homónimos de
“escatología”.
Decía que, además de esa curiosa coincidencia a que condujeron dos etimologías
diferentes, ¡tan diferentes!, a mí me parece ver otra coincidencia:
-Cuando los físicos hablan de “escatología cósmica”, es decir de las últimas cosas del
proceso cósmico, del supuesto estado final del universo, sólo ven una enorme nada, un
universo en que ya no hay sino vacío y más vacío. Desorden puro, entropía pura,
desecho puro. Esta conclusión es desoladora. Ya hice referencia a ello cuando cité las
palabras de B. Russell: “que todo el esfuerzo de la historia, toda la devoción, toda la
inspiración, toda la luz de mediodía del genio humano están destinados a la extinción
en la muerte del sistema solar; y que todo el templo de las hazañas del hombre debe
quedar inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas…”.
-Cuando se habla de “escatología digestiva”, es decir del otro concepto de
“escatología”, de las últimas “cosas” del proceso digestivo (usando la etimología de
‘esjaton’ en vez de la de ‘skatos’), se entiende que se está hablando de los excrementos.
Yo veo aquí una coincidencia entre la nada final, la entropía total, del primer concepto
de “escatología” (en física cosmológica, no en teología), con el excremento final del
segundo concepto.Y me hago la reflexión de que hay una visión negativa, pesimista,
injustificada, en ambos casos.
Creo que los físicos actuales pueden estar en un error, un gravísimo error, que los lleva
a esa visión tan pesimista que no vislumbra la “Omega” (en sentido teilhardiano), quizá
por considerar solamente un nivel de realidad reducido a los componentes materiales
más básicos (partículas, átomos, campos, etc.) y no los niveles superiores de realidad
emergente creados en el proceso (p.ej. las sociedades humanas y su futuro).
Ven sólo los excrementos, y no la “energía espiritual” que debe constituir el nuevo
organismo, la Nueva Creación.
-02-
¿Os gusta, os ha gustado alguna vez, la “ciencia ficción”? A mí sí, hace muchos años (la
de buena calidad).
Lo digo porque he pensado comentaros un pequeño relato de ciencia ficción, en plan
metafórico, sobre el tema de la Redención.
Y tal vez –siguiendo con nuestra ficción— para incorporar debidamente a las personas
resucitadas a su sociedad, preservando su dignidad (de ellas), juzgue necesario
solicitarles su aceptación y colaboración, para ser sometidas al indispensable proceso
de reparación, acomodación e integración.
Y por eso, para que esas personas no se sientan avasalladas, aplastadas por un
inmenso poder que las aniquila, la Sociedad Perfecta (S.P.) quiera presentárseles en su
propia forma, en su propio nivel, solidariamente, como otro ser humano semejante a
ellas.
Por eso, esa S.P., con su enorme poder, habría decidido sumergirse en el tiempo,
retroceder en el tiempo hasta un determinado momento, en el cual habría engendrado
un ser humano destinado a ser su representante único y pleno, capaz de conducir a los
demás seres humanos a la aceptación voluntaria de su resurrección, reparación,
transformación e incorporación a una vida plena e imperecedera.
Entonces (¿ya se han dado cuenta, verdad?) esa Sociedad Perfecta ES DIOS.
El Dios cristiano.
Alguien puede objetar: Sí, tal vez sea Dios redentor, pero ¿es Dios creador?
–Ahora tenemos que pensar en que esa S.P. definitiva, imperecedera, ha sido la meta, la
única razón de ser del proceso histórico e incluso del proceso cósmico. Porque para
llegar a ser así de perfecta ha debido desarrollar hasta el fin todas las potencialidades del
universo, ser el pleno cumplimiento de todas las tendencias humanas, biológicas y
físicas, ser la satisfacción completa de todas las necesidades, aspiraciones y capacidades
del universo.
En suma, tiene que ser la culminación, la consumación, la completitud, la realización
más acabada posible del cosmos entero. El cosmos ha debido existir sólo por y para
ella. Esa S.P. es, así, el fundamento y razón del universo, y lo trasciende, más allá de
sus límites y dimensiones, más allá del tiempo y del espacio.
Hasta aquí el relato. Tal vez lo hayáis considerado absurdo, tal vez pueril, tal vez
ridículo, tal vez blasfemo. Si es así, perdonad por haberos escandalizado. Es que
pretendía recordar esos lejanos tiempos en que entendía más de “ciencia ficción” que de
metafísica.
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Mi término “Sociedad Perfecta” es sólo una metáfora (de “ciencia ficción”) que,
hablando sin metáforas ni ficciones, no puede concebirse situada dentro del
espaciotiempo del proceso natural, sino que se refiere a una realidad trascendente.
Sólo lo creo posible por la obra redentora de Dios por/con/en Jesucristo, que requiere no
obstante de su obra creadora previa manifestada en el Proceso, cuya Omega, en el
umbral de la Emergencia Final, abre “paso”, da “lugar” y nos lleva al “encuentro” de la
Trascendencia Eterna, gracias a la obra resucitadora/transformadora del Espíritu de Dios
infundido al mundo en el Cuerpo Místico de Cristo.
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“En tiempo de melones, ni pláticas ni sermones”. Voy a dejar entonces los temas
metafísicos o teológicos para comentaros sobre un curioso aspecto relacionado a mi
relato anterior de “ciencia ficción”.
Esta paradoja, formulada así o de cualquier otra de las muchas maneras posibles, se ha
esgrimido como argumento para negar la posibilidad de los viajes al pasado. Un viaje al
pasado causaría alteraciones que modificarían el futuro que contiene ese viaje, lo que es
lógicamente inaceptable.
Pero, ¿es admisible un viaje al pasado que no cause ninguna alteración contraria o
incompatible con esa realidad futura? ¿Qué pasa si el viaje al pasado actúa sólo
reforzando o posibilitando esa realidad futura? Por ejemplo, pensando en el mencionado
abuelo, supongamos que el viajero –en vez de matarlo— le salva la vida librándolo de
un accidente o curándolo de una enfermedad mortal; entonces el viajero estaría
reforzando su propia realidad, de modo que su acción –lejos de ser paradojal— es
compatible e incluso necesaria para su realidad futura. Podríamos concluir que en un
viaje al pasado son admisibles, e incluso necesarias, las acciones que refuerzan o
posibilitan la realidad futura que contiene ese viaje.
Supongamos ahora que las leyes físicas, históricas, sociológicas, psicológicas, etc.,
hacían que la realidad futura del viajero “brotara” de ese pasado que “existía” hasta
antes del viaje. Parece entonces que CUALQUIER alteración provocada en ese pasado,
durante el viaje, sería inadmisible, o por lo menos innecesaria.
En el ejemplo del abuelo, si se concibe un pasado normal en que el abuelo llega a tener
naturalmente a su nieto viajero… todo efecto del viaje en la vida del abuelo -directo o
indirecto- podría ser indeseable; y como casi cualquier acción del viajero podría incidir
en la vida del abuelo (pensemos en el “efecto mariposa”)… es mejor que no se piense
en hacer el viaje, para evitar la paradoja.
Pero si se concibe un pasado en que el abuelo TUVO QUE SER de hecho liberado de
un peligro mortal por un misterioso viajero… entonces el viaje TIENE que hacerse para
que llegue a existir el viajero, y con él toda la realidad futura que lo contiene.
En este último caso, la acción del viajero, lejos de ser una intervención extrínseca
perjudicial e inadmisible, ha sido una acción benéfica y salvífica, necesaria para que
pudiera alcanzarse esa feliz realidad futura.
Claro que estamos hablando de causalidad circular… pero ¿no es lógico que sea así
cuando hablamos de tiempo circular?
¿Qué tiene que ver todo esto con la interpretación teológica de mi relato?
-Lo dejo como ejercicio para hacer en casa.
-03-
He afirmado antes que una genuina resurrección a la vida eterna no es un fenómeno
histórico normal. No pertenece a un momento y a un lugar del espaciotiempo normal,
sino al “último día” de la historia, al fin de los tiempos.
Y pienso que ese “fin de los tiempos” es el nivel supremo de existencia, el plano último
–definitivo y pleno— de realidad, que trasciende al universo, más allá del tiempo y del
espacio, donde queda superada la contingencia, la finitud y la multiplicidad.
En este proceso han ido apareciendo nuevas formas de la materia y de la vida, que
pueden ordenarse en niveles de creciente organización, complejidad y conciencia.
Aristóteles hablaba ya de una “escala de la naturaleza”, compuesta de “peldaños” de
perfección creciente (o descendente, vista en sentido contrario); las concepciones
evolucionistas dieron un nuevo aspecto dinámico a esa “Escala”, o “Gran Cadena del
Ser” como se la llamó posteriormente. (Véase el extraordinario libro de Arthur O.
Lovejoy: “La Gran Cadena del Ser”).
Se concibió que el proceso cósmico discurre, mediante leyes naturales que incluyen el
azar, la necesidad, y al menos ciertas tendencias de autoorganización (véase el libro “At
Home in the Universe”, de Stuart Kauffman), por la aparición sucesiva y progresiva de
“niveles de emergencia”. Según esa concepción, la evolución provoca que “emerjan”
organizaciones completamente nuevas de la materia, a partir de lo anteriormente
existente. Por ejemplo, el caso más conspicuo es el de la emergencia de los seres vivos a
partir de lo inanimado; el primer ser vivo que existió fue una radical novedad, una
“emergencia” que inauguró un nuevo “nivel de existencia”: el de todos los seres vivos
que siguieron emergiendo posteriormente. Así apareció ese “nivel de emergencia” que
constituye la Vida.
Los niveles de emergencia más evidentes son cuatro: Materia, Vida, Inteligencia y
Espíritu, como los llamó William Temple (1881-1944) (teólogo, arzobispo anglicano y
filósofo). Un libro relativamente reciente (2002): “La Emergencia de Todas las Cosas”
(“The Emergence of Everything”) de Harold J. Morowitz, trata de 28 niveles de
emergencia, que se descubren en la realidad pasada, presente y futura del proceso
cósmico. Es un tema de candente discusión e investigación, científica y filosófica.
Bueno, todo esto es para explicar que, a mi juicio, la realidad se ordena en una especie
de gigantesca “escala” o “cadena”, cada uno de cuyos “peldaños” o “eslabones” es un
nuevo nivel de existencia. Los seres humanos formamos el nivel más alto (más reciente,
más complejo) conocido hasta ahora (recordemos la “noosfera” de Teilhard), pero
seguramente pueden ir surgiendo muchos niveles adicionales en el futuro.
Pienso que puede concebirse un Nivel Último, una Novedad Última, una Emergencia
Final, en que se alcanzará la trascendencia absoluta, la plenitud, más allá del tiempo y
del espacio, más allá de la finitud y de la contingencia. ¿Cómo? ¿Cuándo? Ojalá lo
supiera… sólo trato de imaginarlo. ¿Quizá dentro de miles de millones de años?
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En todo caso, yo no pretendo hacer algo tan complicado y original como se puede
suponer, sino formarme una opinión teológica consecuente en la línea de teólogos como
Teilhard, Whitehead, Temple, Rahner, Moltmann, Peacocke, Polkinghorne,
Pannenberg, Clayton, etc., que hasta donde yo sé no han sido clasificados como
materialistas ni como idealistas platónicos, aunque –cada uno a su manera— hayan
hablado según concepciones emergentistas. Lo que pasa es que la realidad, trate de ella
la ciencia o la teología, contiene inevitablemente ambos aspectos: la materia y el
espíritu. Como el discurso emergentista puede ser a la vez físico-biológico y teológico,
quien considere materialista a la física-biología e idealista a la teología, no podrá evitar
aplicarle ambas etiquetas. ¿Y qué?
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Sin embargo, me atrevo a seguir exponiendo, como buscador que soy, aficionado a la
teología, algunas ideas inspiradas en el emergentismo.
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Por eso es lógico que, visto desde el otro extremo, desde el final hacia el comienzo,
pueda pensarse en la concepción opuesta: la de considerarlo un idealismo. Como para
decir que se trata de “el espíritu de la Historia de Hegel, espíritu que la conduce a un fin
determinado”. Pero también esta interpretación me parece incorrecta por lo que acabo
de explicar.
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A mi parecer, el espíritu es tan real como la materia, y lo futuro tan real como lo
presente y lo pasado. Obviamente, es más fácil estudiar científicamente los fenómenos
materiales que los espirituales, y los fenómenos presentes y pasados más que los
futuros, mediante investigación empírica directa; pero eso no significa que los
fenómenos espirituales (el funcionamiento de la mente humana, p.ej.) y los fenómenos
futuros (la cosmología, p.ej.) no puedan ser materia de conocimiento científico.
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- Tomado del discurso del famoso físico Paul Davies con ocasión de recibir el premio
Templeton:
“Sostengo que las emergencias de la vida y la conciencia están escritas en las leyes del
universo de manera muy fundamental. Es verdad que la forma física concreta y las
características mentales en general del Homo-sapiens contienen muchos aspectos
accidentales, sin particular significación. Si el universo fuese “ejecutado por segunda
vez” no habría Sistema Solar, ni Tierra, ni gente. Pero la emergencia de vida y de
conciencia en algún lugar y momento del cosmos está garantizada, así lo creo, por las
leyes subyacentes de la naturaleza. El origen de la vida y el origen de la conciencia no
fueron intervenciones milagrosas, pero tampoco fueron accidentes tremendamente
improbables.
Fueron, creo yo, parte del trabajo normal de las leyes de la naturaleza, y por eso
nuestra existencia como seres conscientes e inquisitivos brota en último término del
fundamento de la existencia física: esas ingeniosas, acertadas leyes. En este sentido
escribí en [mi libro] “La Mente de Dios”: “estamos ciertamente pensados para estar
aquí”. Quiero decir “nosotros” en el sentido general de seres conscientes, no
específicamente homo-sapiens. Así que aunque no estemos situados en el centro del
universo, la existencia humana tiene un significado enormemente más amplio.
Cualquiera que sea el sentido del universo como un todo, la evidencia científica sugiere
que nosotros, de una manera limitada pero profunda, somos parte de su propósito.”
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Los dos fueron, es verdad, identificados como un solo Ser con dos aspectos. Pero las
ideas correspondientes a esos “aspectos” eran de dos maneras de ser antitéticas.
Una era el Absoluto de lo ultramundano –autosuficiente, atemporal, ajeno a las
categorías ordinarias del pensamiento y la experiencia humana, no necesitado de ningún
mundo de seres inferiores para suplementar o realzar su propia perfección eterna auto-
contenida.
El recurso que, durante siglos, sirvió para enmascarar la incogruencia de estas dos
concepciones, fue el simple aforismo de Platón en el Timeo, elaborado para ser el
axioma fundamental del neoplatonismo –de que un ser “bueno” debe estar libre de
“envidia”, de que lo más perfecto engendra necesariamente, o se derrama en, lo menos
perfecto, y no puede “permanecer dentro de sí mismo”.
Este recurso, aunque sirvió a su propósito, no superó de hecho la contradicción de las
dos ideas; pero su eficacia se vio incrementada por su aparente congruencia con una
suposición acerca de la relación causal que, a pesar de ser gratuita, parece natural a la
mente humana: que lo “inferior” debe derivarse de lo “superior”, que la causa debe ser,
por lo menos, no inferior a sus efectos.
Con este dualismo teológico –ya que la idea de Dios se tomaba también como
definición del bien supremo- ocurrió un dualismo de valores, uno ultramundano [other-
worldly] (aunque a menudo sólo a medias), el otro intramundano [this-worldly].
(…)
Pero con el fin del siglo dieciocho, y las primeras décadas del siglo diecinueve, estas
concepciones de la teología y la metafísica tradicionales comenzaron a revertirse. Dios
mismo fue “temporalizado” –fue, realmente, identificado con el proceso por el cual la
creación entera asciende lenta y penosamente la escala de la posibilidad; o, si el nombre
merece reservarse para la cumbre de la escala, Dios fue concebido como el final, no
realizado todavía, del proceso.
(…)
La nueva concepción aparece más avanzada, más destacada y clara, en el tratado Über
das Wesen der menschlichen Freiheit (1809), de Friedrich Schelling.
“¿Tiene la creación una meta final? Y si es así, ¿por qué no la ha alcanzado de una
vez? ¿Por qué no se ha realizado la consumación al principio? Para estas preguntas
sólo hay una respuesta: Porque Dios es Vida, y no meramente ser. Toda vida tiene un
destino, y está sometida al sufrimiento y al devenir. A esto, pues, se ha sometido Dios
por libre voluntad propia… El ser es sensible solamente en el devenir. En el ser como
tal, es verdad, no hay devenir; en último término, más bien, se presenta como
eternidad. Pero en la realización (del ser) a través de la oposición hay necesariamente
un devenir. Sin la concepción de un Dios humanamente sufriente –una concepción
común a todos los misterios y religiones espirituales del pasado- la historia se queda
completamente ininteligible.”
(…)
“El método correcto de la filosofía es ascendente, no descendente”; y su verdadero
axioma es precisamente el opuesto al pseudo-axioma de que algo no puede “salir de la
nada” ni lo superior ser “producido por” lo inferior:
“Siempre y necesariamente, aquello de lo que procede el desarrollo es inferior a lo
desarrollado; el primero eleva al segundo por encima de sí mismo, y se sujeta a él, en
la medida en que sirve de materia, de órgano, de condición, para el desarrollo del
otro.”
Es en esto –y ha sido notado demasiado poco por los historiadores-, en esta introducción
de un evolucionismo radical en la metafísica y la teología, y en el intento de revisar
hasta los principios de la lógica para armonizarlos con una concepción evolucionista de
la realidad, en lo que consiste principalmente la significación histórica de Schelling.
(…) La tesis de Schelling significó no sólo el descarte de un venerable y casi
universalmente aceptado axioma de la teología racional y la metafísica, sino también la
emergencia de un nuevo talante y carácter del sentimiento religioso.
(…)
Así, al fin, el esquema platónico del universo fue girado de arriba a abajo. No sólo se
convirtió la originalmente completa e inmutable Cadena del Ser en un Devenir, en el
cual todas las posibilidades genuinas están, es verdad, destinadas a realizarse de grado
en grado pero sólo a través de un vasto y lento despliegue en el tiempo; sino que ahora
Dios mismo ha sido colocado en, o identificado con, este Devenir.
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Ahora bien, para alguien que piensa en términos teonómicos, como yo, SIEMPRE que
se habla de “causas naturales” se está hablando de la acción inmanente de Dios, o sea de
Dios-Espíritu. Por autónomas que sean esas causas o leyes, el que actúen “por sí
mismas” no niega, sino requiere, que actúe a la vez en ellas el Espíritu de Dios.
Claro, porque, según Lenaers, “Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios
(en griego: theos) como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también
como la ley (en griego: nomos) interna del cosmos y de la humanidad.”
No creo que pueda haber entonces ninguna discrepancia aquí (aunque sospecho que
alguno ha solido sostener, anti-teonómicamente, la autonomía de las leyes naturales en
contraposición a una “supuesta” acción del Espíritu de Dios).
Además, pienso que tampoco puede haber una acción plenamente “salvadora” por
causas naturales, es decir, en último término, por la acción general y normal del Espíritu
de Dios. En esta aseveración sí que creo discrepar profundamente con algunos de mis
interlocutores, que sí aseguran que la salvación plena puede alcanzarse por causas
puramente naturales.
Aunque sea “sábado”: el día del “descanso de Dios” y de la autonomía del mundo,
a Dios “le está permitido curar en sábado, sin violarlo”.
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Ana Laura:
Estoy completamente de acuerdo contigo en que “la mayor parte de nosotros no
conocemos ningún otro modo de hablar de él [Jesús] más que reduciéndole a un mero
buen maestro o buen ejemplo. Si la experiencia crística no hubiera sido nada más que
eso, dudo que hubiera sobrevivido. No obstante, el Jesús de quien el credo dice «que
por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo», sencillamente ya no
dice nada a nuestro mundo. Esos conceptos tendrán que ser arrancados y
abandonados. Si la experiencia crística es algo real, entonces tenemos que descubrir
un nuevo modo de hablar de ella.”
El ámbito de la Creación es el que abarca el proceso cósmico, que “sube por la escala
cuyos peldaños son los niveles de emergencia” en busca de la Emergencia Final, de la
Novedad Última, de la Plenitud Trascendente. Esta progresión, de la naturaleza “por sí
misma” y a la vez impulsada por el Espíritu de Dios inmanente en todas las cosas, sigue
las tendencias o propensiones por las que se manifiesta la acción del Espíritu en cada
nivel. En el nivel de la materia inanimada, esas tendencias constituyen las leyes físicas;
en el nivel de la vida, las leyes bioquímicas y biológicas; en el nivel humano, las
tendencias éticas, estéticas y cognitivas. Son tendencias “heurísticas”, es decir que no
están dadas de una vez sino que se van desarrollando paulatinamente, “a tientas”,
durante el proceso.
El ámbito de la Redención, en cambio, en vez de “subir por la escala” tiene que ver con
“bajarla”. En vez de ser un movimiento “de ida” –como es el proceso creativo—, es “de
vuelta”. En vez de ser un “avance en el tiempo” es un “retroceso en el tiempo”. Y no se
trata de una involución, de deshacer lo creado. No; al contrario; se trata de la acción en
que se empeña personalmente Dios, que “está” en la Emergencia Final, la Novedad
Última, la Omega, en “volver para recoger” lo que había quedado “tirado en la cuneta”
del proceso; lo que “estaba perdido”; para llevarlo consigo a participar de Él mismo.
Dios quiso desde el “principio” que todas las personas concretas que emergen en su
proceso creador, como elementos imprescindibles para hacer de ese proceso una
realidad autónoma y libre –aun al costo del pecado y del sufrimiento, del mal moral y
del mal físico—, aunque ínfimas y efímeras por naturaleza, pudieran pervivir para
alcanzar también el Fin escatológico. Para eso Dios planeó y ejecutó una obra histórica
de redención, en la que se involucró Él mismo, rebajándose hasta hacerse también
ínfimo y efímero como Sus criaturas, para solidarizarse con ellas hasta el extremo, y
hacerlas participar, en virtud de esta Su completa solidaridad, de Su necesaria
restauración a la Vida eterna. Esa obra histórica de redención se manifestó
culminantemente en Jesucristo, y fue reconocida por sus discípulos-as y anunciada
como la Buena Noticia, el Evangelio de la salvación plena de todos los seres humanos y
del mundo entero, empezando por las víctimas más evidentes.
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Dios –que, según el punto de vista del mundo, “está” en la ‘Novedad Última’, la
‘Emergencia Final’— desde este nivel supremo actúa sobre toda la realidad precedente,
sin transgredir sus leyes, puesto que lo hace por “dentro”, inmanentemente, por su
mismo Espíritu creador (ahora también redentor).
Así, al proceso creativo “de ida” se añade, sin interferirlo sino reforzándolo, el proceso
redentor “de vuelta”.
-06-
Los seres humanos son una parte del proceso de la energía primordial. Los seres
humanos vienen de la naturaleza-physis, o aún más radicalmente hay que decir que los
seres humanos vienen de la materia, no siendo la materia más que el primer producto
fundamental de la energía. La energía ha producido en primer lugar la materia y la
materia, cuyo nombre deriva precisamente del latín mater, nos ha producido a nosotros
mediante un larguísimo proceso evolutivo.
(…) si la vida ha surgido es porque viene de allí abajo, surge de abajo como fuente del
trabajo cada vez más ordenado de la energía, que se convierte primero en materia-
mater, luego en natura naturans, es decir, vida. Intuyendo esta realidad sorprendente,
Teilhard de Chardin compuso uno de sus primeros escritos titulándolo ‘La potencia
espiritual de la materia’ (…)
(…) la casualidad con la que aparecen las mutaciones está dominada por una ley
superior. Para el modelo evolucionista ortodoxo ésta consiste en la selección natural,
pero al decir selección natural sólo se denomina el aspecto negativo de esta ley general
que tiende al orden y a la complejidad creciente, de la cual hay que saber nombrar
también el lado positivo, mucho más fundamental en su capacidad de crear relaciones
y sistemas organizados.
Me siento muy en línea con estas afirmaciones de Vito Mancuso que expone
magníficamente Gonzalo Haya. (No he leído su libro [“El alma y su destino”], sin
embargo).
Me parece que están precisamente en la línea del “emergentismo” que tanto he
intentado comentar.
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Estimado Juanel,
gracias por tu respuesta.
Mi réplica tampoco podrá ser exhaustiva. Sólo señalaré algunos puntos.
Como creyente, no puedo aceptar que la Naturaleza sea obra de la pura casualidad, del
azar ciego solamente. Tampoco que la aparición del ser humano sea un mero accidente
sin relación profunda y estrecha con todos los demás fenómenos naturales. Al contrario.
Me parece que el ser humano es producto de la Naturaleza por ser producto de la vida, y
ésta de la materia/energía. Y todo, en su conjunto, creación de Dios.
Por supuesto que NO me perturba pensar que Dios ha creado la –maravillosa- anatomía
del chimpancé o el –maravilloso- proceso digestivo de la vaca (ni los correspondientes
míos y tuyos), dentro de ese gran conjunto evolutivo. Mucho más me podría perturbar
pensar que Dios haya creado un universo en que están presentes la depredación, el
dolor, las catástrofes… Pero intento comprenderlo mediante una concepción teónoma y
kenótica de Dios, un Dios (también) inmanente que crea mediante el azar y las leyes
naturales un universo autónomo capaz de “construirse a sí mismo”, de lo cual se ha
hablado –y yo mismo he hablado- mucho en este foro.
Yo tampoco puedo aceptar que la evolución de la Naturaleza sea guiada por una
teleología que signifique propósito consciente operante desde fuera, o desde “lo alto”,
como se atribuía a la obra creadora divina con obsoleta mentalidad heterónoma. Me
parece bien y lógico que la ciencia moderna rechace este tipo de teleología. No debe en
absoluto pensarse que Dios actúa como lo haría una especie de super-humano
todopoderoso que determina o interviene directamente en todos y cada uno de los
fenómenos naturales.
Pero existe un tipo de finalismo intrínseco natural que no implica propósito consciente,
una “teleología interna” llamada “teleonomía”, y todavía una aún más débil llamada
“teleomatía”, que se dan en la Naturaleza desde antes de la aparición de la conciencia
volitiva humana.
Sobre esto puedes leer algo en http://galetel.webcindario.com/id90.htm de donde
destaco:
“Todos los sistemas físicos realizan actividades teleomáticas. Un subconjunto de los
mismos, a saber, los seres vivos, además, realizan actividades teleonómicas. Un
subconjunto de estos últimos, los seres vivos conscientes, son capaces de actividad
teleológica. ”
Muchos científicos modernos aceptan diversos grados de finalidad en la Naturaleza. E
incluso algunos reconocen un “principio antrópico” –débil o fuerte- en el proceso
cósmico.
Añadiré brevemente que pienso que la salvación del ser humano NO es independiente
de la “salvación” de la Naturaleza. La Naturaleza “gime con dolores de parto
esperando la manifestación de los hijos de Dios”, porque el plan de salvación de Dios
para el ser humano se inscribe en, y culmina –sobrepasándolo-, el plan de creación de
Dios ejecutado en el proceso evolutivo cósmico. En este sentido, la “historia de la
salvación” no empieza con el relato de Abraham, sino con el relato de la Creación. Si la
salvación del ser humano es obra de Dios, la creación del ser humano, que es su
requisito previo indispensable, tiene que ser también obra de Dios (siendo a la vez
producto evolutivo de la Naturaleza), y no puede ser un accidente casual, al menos en
términos de nuestra fe.
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Y ser Dios todo en todo, ¿no es acaso el que cobre todo conciencia
y resucite en ésta todo lo que pasó,
y se eternice todo cuanto en el tiempo fue?
Y entre ello, todas las conciencias individuales:
las que han sido, se dan y se darán,
en sociedad y en solidaridad.”
Nuestro impulso humanista, producto de la recta conciencia humana antes que de la fe,
puede y debe llevarnos a esforzarnos por construir “en un tiempo prudente, aquella
comunidad humana liberada con la que Dios sueña” e incluso a aportar –si bien
infinitesimalmente— al Fin del universo; pero me apoyo sólo en mi fe cristiana para
complementar eso con la esperanza imprescindible de una rehabilitación definitiva
universal, creyendo firmemente que Dios se ha hecho víctima en Jesucristo para re-
suscitar a todas las víctimas de la historia, haciéndose solidario Él de su sufrimiento y
muerte, para hacerlas solidarias a ellas de su gloriosa resurrección.
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[Comentario de Gonzalo:]
“Gabriel, me gusta la frase pero la matizaría un poco. Existe otro mundo, pero ya está
presente en éste. Aquí se muestra como el mundo de los valores y de las experiencias
místicas; más allá de la muerte es el mundo de la plenitud. Creo que esta doble
vertiente -temporal y eterna- expresa la idea fundamental del ‘ya sí, pero todavía no’
del Reino de Dios, de la escatología. El Reino de Dios ya está presente en las
relaciones de justicia y amor entre los hombres, pero no se cumple en su plenitud.”
Tienes razón, Gonzalo. La frase: “Hay Otro Mundo… pero está en éste”, expresada
-algo paradojalmente— en términos espaciales, equivale en cierto modo a la frase
proléptica/escatológica: “Ya sí… pero todavía no”, expresada –también paradojalmente-
en términos temporales.
- Y en el sentido de creer que el Espíritu de Dios nos hace participar desde ya en ese
Fin, comunicándonoslo como anticipo, y nos hará participar de él plenamente más allá
de nuestra muerte, ambas cosas gracias a su acción redentora.
-07-
Juanel,
muy bueno, interesante y sugerente tu comentario.
Me sigues sugiriendo cosas que ha dicho Paul Davies. Ahora esto, tomado de su libro
“La Mente de Dios”:
“Un número de científicos ha propuesto un tipo de Dios que evoluciona dentro del
universo, volviéndose eventualmente tan poderoso que se asemeja al Demiurgo de
Platón. Uno puede imaginar, por ejemplo, vida inteligente, o aún máquinas inteligentes
volviéndose gradualmente más avanzadas, esparciéndose por el cosmos, obteniendo
control sobre porciones cada vez más grandes hasta que su manipulación de la materia
fuera indistinguible de la naturaleza misma.
Tal Inteligencia parecida a Dios podría desarrollarse a partir de nuestros propios
descendientes, o aún haberse desarrollado ya a partir de alguna comunidad o
comunidades extraterrestres. Y es concebible la fusión de dos o más Inteligencias
diferentes durante este proceso evolutivo. Sistemas de esta clase han sido propuestos
por el astrónomo Fred Hoyle, el físico Frank Tipler, y el escritor Isaac Asimov.
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Estimado Bernardo,
gracias por leer y apreciar mi web. Yo también lo he hecho con tu magnífico blog.
Respecto de lo que me dices sobre el emergentismo tomado como pensamiento
metafísico, creo que te entiendo y estoy de acuerdo. Existe indudablemente el riesgo
que señalas. Pero pienso que puede evitarse sin tener que renunciar a sus ventajas.
No obstante, no veo que nada nos impida hacer hipótesis en base a los fenómenos de
emergencia que descubrimos en el pasado. Lo he escrito así:
Situados como estamos en el nivel humano, tal vez podamos reconocer “a posteriori”
la acción creadora en las tendencias hacia organizaciones cada vez más complejas en
el ámbito de la materia inanimada, en el impulso a constituir organismos auto-
organizados y ecosistemas en el ámbito de los seres vivos, y en el perfeccionamiento de
los sistemas sensitivos y nerviosos que condujo a la conciencia y al pensamiento.
En el ámbito humano, creemos que la podemos descubrir particularmente presente en
las tendencias éticas, estéticas y cognitivas que, apareciendo originalmente en cada
individuo como fuerzas de autoafirmación, autorrealización y supervivencia, se
desarrollan abriéndose en el espacio y en el tiempo hacia el resto de la realidad y
hacia el futuro, hacia sus límites ideales: el bien, la belleza y la verdad, que sólo en
Dios alcanzarán completa realización.
No me parece que pensar esto sea tener “un as en la manga”.
Pero hay que señalar, tienes razón, el peligro de basar una escatología cristiana
principalmente en esas consideraciones, como han intentado hacer sin embargo grandes
teólogos, señaladamente Teilhard y Rahner, a los que ha criticado por eso Moltmann,
muy acertadamente:
“[Moltmann] ve al ‘Cristo evolucionador’ de Teilhard como tema de vencedores. Sobre
todo, no encuentra en Teilhard una teología de la redención de la evolución y sus
víctimas: ‘Si se debe pensar a Cristo conjuntamente con la evolución, entonces debe ser
pensado como el redentor de la evolución.’ Las críticas que hace Moltmann a Rahner
son del mismo estilo. Halla que Rahner no presta atención a las víctimas de la
evolución. Sugiere que el antropocentrismo de Rahner le impide incorporar el cosmos y
un real respeto por la naturaleza. Rahner supone una visión evolucionaria, sin
adoptarla de un modo crítico. No consigue descubrir su lado trágico. Se ve a Cristo
como la cúspide del desarrollo evolutivo, pero no como el redentor de este desarrollo
de sus ambigüedades. Sin embargo, Moltmann acepta claramente la concepción de
Rahner de auto-trascendencia evolutiva, cuando se la une con la teología de Cristo
como redentor de la evolución.”
(Denis Edwards en el capítulo 6 de su libro “El Dios de la evolución”)
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la confianza o esperanza cristiana en el
futuro no es seguridad, ni puede basarse en ningún supuesto determinista que pudiera
aportarle una teoría evolucionista (lo que desde luego no es el caso del emergentismo).
También esto lo indica Moltmann (arguyendo contra Bloch en su famosa obra “La
teología de la esperanza”):
“La confianza cristiana tiene en este mundo a su favor tan sólo la llamada y la
promesa del Dios de la resurrección, y por ello tiene en contra suya el mundo y la
muerte, con sus posibilidades e imposibilidades. Por ello es ‘esperanza contra
esperanza’ (Kierkegaard), y un esperar contra aquello que se tiene ante la vista (Rom
8, 24); es esa esperanza en la que, según la experiencia y lo que puede pensarse, ‘no
hay nada que esperar’ (Rom 4, 18), una esperanza de las cosas que no vemos (Heb 11,
1), porque, contra la muerte, espera lo imposible, es decir, la resurrección y la vida
dada por Dios.
Esto no es ni una seguridad pseudocientífico-natural, ni tampoco un nuevo y simple
optativo. No tiene a su favor ni hechos, ni tendencias benévolas de la naturaleza, ni la
inmortalidad del esperar y desear humanos, sino tan sólo la fidelidad de Dios, que se
atiene a su palabra de promesa, que ‘no mentirá’, porque no se negará a sí mismo.”
Por todo lo dicho, pienso que no es guardar “un as en la manga” el aplicar la visión
emergentista al proceso evolutivo creador. Sí es un riesgo, en cambio, aplicarla sin más
a la redención, como si la esperanza cristiana pudiera basarse en el postulado del “punto
Omega”, y no al revés.
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Los futuros emergentes serán más que humanos pero, por lo menos, serán básicamente
como los humanos en sus características esenciales, de la misma manera que los seres
humanos somos más que animales, pero tenemos básicamente las características
esenciales de los animales.
Por otra parte, si vemos en nuestro desarrollo ético, estético y cognitivo la presencia del
Espíritu de Dios, una manifestación de la tendencia creativa que impulsa hacia Dios,
entonces podemos afirmar a Dios como la consumación de nuestras esperanzas, como el
Bien, la Belleza, y la Verdad, perfectos.
Pero aun cuando el “umbral” de emergencia divina podemos pretender situarlo en un
tiempo futuro, Dios es trascendente al tiempo y al espacio; no “existe” en un momento
futuro, ni presente, ni pasado; es “eterno”, lo que suele expresarse diciendo que “Él es,
era y será”. Es la culminación del universo, pero no pertenece al universo, no es ni será
un ente “existente en el universo”.
El tiempo propio del universo es una construcción del proceso cósmico, no un marco
absoluto de toda realidad. Desde el interior del proceso –como estamos– no podemos
corrientemente pensar sino en términos temporales.
Sin embargo, mediante un esfuerzo de abstracción podemos colocarnos en un punto de
vista que ordena las realidades “ontológicamente” (orden óntico), en vez de
“cronológicamente” (orden noético). Conscientes de que el tiempo no es un referente
absoluto sino más bien aparente, conferimos más verdad a esta visión que a la habitual.
Según ella, Dios es la realidad más verdadera, incomparablemente.
Dios es la razón de ser, la causa final, el fundamento, de todas las realidades temporales.
Según esta visión, la verdad es que es Dios quien crea al universo, al proceso y cuanto
éste contiene. El ordenamiento temporal, que sugiere que la naturaleza crea a Dios,
proyectando la concepción de causalidad eficiente que es interior al proceso, es ilusorio.
El proceso sólo existe “en función de” Dios, quien es así verdaderamente el sujeto, no el
objeto, de la Creación.