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TRADICIONES HISPANO AMERICANAS PROLOGO I DEL COSTUMBRISMO AL TRADICIONISMO Ex costumrismo hispanoamericane tuvo una progenie hispana y gravitd so- bre él, en cierta medida, la imitacién de los relatos espafioles de “Fray Gerun- dio” (Modesto Lafuente) (1806-1866), Serafin Estébanez Calderon (1799- 1867), Ramén de Mesoneto Romanos (1803-1882), Mariano José de La- rra, (1809-1837) y también la de las Historietas nacionales de Pedro Anto- nio de Alarcén (1833-1891), aunque trasladados a la realidad novomundista Los temas costumbtistas se nutrieron de usos y tipos del pueblo, de criticas de defectos y vicios observados en esa realidad, de la inmadurez politica en gobernantes y gobernados en sociedades nuevas, recién advenidas a la inde- pendencia. “El movimiento costumbrista —dice Luis Leal, feliz intérprete del mismo— es fendmeno que aparece cn todas las literaturas de Hispanoamérica. A pesar de su carécter sparentemente realista, cl costumbrismo ¢s uf movimiento roméntico; el costumbrisia, al descubrir lo que su pafs o regidn tiene de original, da expresién a lo individual. La nota pintotesca, el color local, lo peculiar de tos ambientes, lo tipico de los personajes, son catacterfstices romdnticas.” 1 Ahora bien, para explicar el surgimiento de a “tradicién” es forzoso pattir del costumbrismo, difundido en Hispanoamérica desde comienzos del xix y coincidente con la génesis de la revolucién emancipadora. Es ast cémo en Ia segunda mitad de dicho siglo aparece un género distinto, la “tradicién”, que mejor define aspiraciones y estructuras mentales nuevas entre Jos crea- ILuis Leal, Historia del cuento bispanoamericano, México, Ediciones D'Andrea, 1956. 1x dores hispanoamericanos. Ese nuevo géneto cumplird, entre otras, la tarea de sustituir al costumbrismo que después de medio siglo, habla perdido vi- gencia por desgaste y carencia de posibilidades. Si bien no hay cn Ja tradicién huellas de una directa o sefialada influencia espaiiola, puede advertirse algiin impacto anglosajén: la técnica animadora del pasado proveniente de Walter Scott o los episodios tradicionales de Washing- ton Irving, quien desarrolla su manera carecterfstica en ambientes mozdrabes exdticos Como excepcién puede sefialarse Ja huella hispdnica de alguna de las “historietas” de Pedro Antonio de Alatcén, entre las cuales la que mds se aproxima al estilo de una “tradiciéa” es la titulada “El catbonero-alealde” (de 1859), La “tradicién’” que también es una expresién roméniica, constituye en toda Hispanoamérica un enclave entre el costumbrismo y_ el cuento-ficcién, el cual sélo aparece después de haber sefioreado aquélla. La “tradicién” es uua modalidad de insercidn entre Ja estampa costumbrista y el cuento que toma préspero impulso con las nuevas apertures del movimiento modernista en Ia wiltima década del xrx. EI proceso habria de ser diferente en otro pais del continente: el Bra- sil, cuya conformacién nacional adopta por su lado distinta caracteristica. La independencia la obtuvo el Brasil por etapas graduales y no violentas. Mientras en los paises de ascendencia espatiola, siguié a la Independencia una etapa de convulsiones politicas, de revoluciones internas cruentas y desa- justes sociales que imprimen un sello peculiar a su evolucién nacional, en el Brasil, colonia portuguesa— el fenémeno histérico de [a independencia fue pacffico y lento, En lo literario, en ef Brasil se pas6 directamente del costumbrismo al cuento-ficcién y a la novela. No hubo Ia etapa de Las “tradiciones”, o sea el telato breve de corte tradicional ¢ histdrico-imaginativo. Por eso el cuento-fic- cién brasilefio es cronolégicamente anterior al hispanoamericano. Joaquia Maria Machado de Assis (1839-1908) es considerado el iniciador con sus Contos fluminenses (en tan temprana fecha como 1869) del cuento-ficcién brasileiio, mientras en el resto de Hispanoamérica tal tipo de relato de fic- clén es més tardio y sélo aparecerd a fines det siglo. Uno de los paises que mas hondamente suftié los males de inestabilidad politica y del efecto negativo de las tevoluciones, fue sin duda el Pertti y aqui precisamiente habria de surgit inicialmente la “tradicién” como una for ma literaria de evasién de las circunstancias sociales adverses creadas por {as Juchas intestinas. E] proceso se advierte con claridad en la propia trayectotia de Ricardo Palma, quien intensifica su produccién literaria, dentro de la nueva forma por d creada, coincidiendo con el desencanto personal de su intetvencién en la actividad politica entre los altos 50 y 70. La produccién literaria de Palma se hace més intensa en un momento histético peruano de grave crisis politica y financiera x Semejantes circunstancias podrén apuntatse ea los demds pafses bispano- americanos. La desazén, e} descontento, el pesimismo frente al curso del acon- tecer teal, harfan que los “tradicionistas” sc refugtaran en la evocacién del pasado, para cnsayar desde alli un intento de nacionalizar ta literatura y de buscar nuevas fuentes de cteacién menos turbulentas y més apacibles, para afirmar una literatura que no fuera imitativa y dependiente del modelo extrafio. La “tradicidn” ejemplifica asi una suerte de literatura de eva- sién en lo temporal, aunque en lo espacial se mantuviera arraigada a Ja reali- dad nativa y propia. La “evasién” no era total, pues sdlo operaba en el tiem: po mas no en lo referente al escenario. La evasién del presente y el refugio en una temética afincada en el pa- sado no fue obstaculo para que se fograra una narrativa con sentido nacional y arzaigada a la tierra y libre de ataduras a un modelo europeo. Afirmaba ademds su originalidad con otra caracterfstica: la biisqueda de ua lenguaje propio, artaigado en el uso popular (gitos populares), ttabajado a veces sobre cartabones de férmulas pasatistas (gités arcaicos) peto las més de las veces teflejo del léxico y modismos. caracteristicos del hombre comin de estas tie- tras, El costumbrismo anterior habla dado las pautas de est uso del Ienguaje nativo inserto cn relatos breves mayormente descriptives, y esa experiencia se incorporaba a la narrativa més evolucionada volcada en la “tradicién’’. La “tradicién” fue un géneto con vigencia limitada. Subsistié mientras surgia o se robustecta el relato-ficcién y fa novela, los que a la postre la sus- tituyeron. La tradicién tuvo asi una vigencia relativamente corta, entre me- diados del xtx y mediados del xx, como también fue breve Je vigencia de la leyenda y el cuadro o estampa de costumbres. La “tradicién prospera como género intermedio entre la monda trans- cripcién de Ja realidad y el yerto y simple relato histérico. El culto de la “tradicién” suponia poner la historia al servicio de ia literatura. Estudiar el desenvolvimiento de un género que como la tradicién abar- 6 cuando menos un medio siglo de actividad literaria en toda Hispanoamé- rica, es plantear el proceso de una toma de conciencia de que la literatura de- be reflejar Ja realidad ambiental y tas formas de vida de la sociedad en Ja cual vive el escritor. Este proceso puede observarse a lo latgo de todo el contt- nente, medio siglo después de la independencia politica. Si bien el costum- brismo inicial halsia significado una manera nueva de enfocar la realidad, me- diante la actitud critica frente a las clases sociales emergentes, trascutrida Ja etapa colonialista, actitud esgtimida por autores pertenecientes en una forma u oira a Jas clases sociales dominantes, la “tradicién” representa similar ac- titud vigilante frente a realidades, instituciones, estructuras, cteencias con- setvadoras o reaccionatias y colonialistas, cuya vigencia se pone en catredicho y cuyas interioridades © vicios, antes soslayados, se ponen tambign en eviden- cia con tono burlesco y satirico. De tal suerte se generaliza el cuito de la “tra dicién”, fa que asume validez continental. Palma era consciente de la difusidn de su género en toda América. En x1 carta a su amigo Vicente Barrantes no vacila en afirmar: “Y no deben ser tan detestables mi forma y estilo en prosa, cuando en América he encontrado tantos y tantos cscritores que siguen fa escuela por mi creada”2 Abundaremos més adelante en diversos testimonios demostrativos de la existencia real de una “escuela de Palma”, con representantes conspicuos en todos Jos pafses hispanoamericanos. Por lo pronto podemos establecer que 2 su impulso, rigié un género nus vo y genuino en toda América y que por lo tanto, corresponde a Palma ef titulo indiscutible de ‘“fundador’” de un género, de un estilo y de un impulso que inicia el surgimiento de {a literatura auténticamente americana ea TENTATIVAS DE DEFINICION Existe poca uniformidad en los intentos de precisar las modalidades va. rias que adopta Ia tradicién en los paises y atin dentro de Ia propia obra de un mismo autor. Se han formulado algunas tentativas de definicién sugetidas en general pot el estudio de un determinado autor, aunque sin considerar el fenémeno literario cn su conjunto y siempre formulando salvedades. Tratando de la sradicién en Palma, decta Ventura Garcia Caldetén con aguda conciencia de la dificultad que entrafiaba el propésito: “Como todas Tas cosas ingenioses y volatiles no cabe en el casillero de una definicién. Ademés las tradiciones cambian de forma y de catécier con el humor veleidoso del nazrador... ‘También fa manera es desigual, Aguf butlona, allf candotosa para contar un mailagro, despues libertina, con una simplicidad de abuela cotorra que ‘como ha perdido Jz memoria les cuenta a sus nictos un enento ezul sin Saber si es cuento de mocedad o fantasia” 2 Un profesor de literatura de nuestros dias ha queride encuadrar la tradi- cién con un ctiterio més categdrico: “Se enciende por éradicién una nazracién en prose, normalmente 2 tono regocijado y hasta humorfstico, en que se median fo Iiatérico y fo anecdsiico con Jo puramenté imaginative, resultanco a veces dificil discemir Io uno de lo otro.” 2R. Palma, Epistolario, tomo I, p. 333, carta a su amigo Vicente Barrantes, de 28. 1. 1890. Ventura Garcia Galderén, Del Romanticismo af Modernismo, Paris, 1912. Leonel de_la Cuesta, estudio preliminar a: Alvaro de la Iglesia, Tradiciones cubanas, Montevideo, Ed. Géminis, 1974. xr Pero la ¢radicién, como su forma antecesora la leyenda, ha solido nutrirse de las natraciones orales, de los sucedidos que corren en Ia boca del pueblo y que trasmiten padres o abuelos a hijos o nictos. Ese carécter de oralidad ha comunicado un nuevo sesgo a la narracién y ha liberado a la prosa de las ata- duras y limitaciones de un lenguaje academizante y acartonado, cerrado a fa expresién popular, La apertura de la fradicidn hacia las formas expresivas del lenguaje colo- quial y al contenido esponténeo en él inserto, la acerca un tanto a las nuevas conquistas de la narrativa contempordnea, nutrida tanto de la vivencia au- téntica de lo popular como de fa manera fluida y libre del habla popular. Otro critico reciente, Alberto Escobar ha ido més lejos en su caracteriza- cién de esc tipo de relato: “En Ia tradicign adquiere forma un material nuestro, accede a la Jiteratura “realizdndose”, un complejo de vivencias y experiencias rue, por primera vez, poseemos plenamente en lengua espafiola. sf en el contraste y juego de pretérito y presente, de “promesa’” ¥ desencanto sociales; de ideatidad y desromantizacién; de piropo, reftdn, esgrima verbal ¢ ironfa volteriana; de religiosidad y anti clericalismo; (...) perfila Palna ef hallazgo de una norma idio- ca que consagta en el quehacet Jiterario el paradigma de tn oralidad, He ahi inclusive, tevelada de modo evidente, Ja asom- rosa continuidad de nuestra progresién narrativa. Peto ahora sc trata de un fono oral en Ja pros, en la entonacién del periodo, en Ja eleccién del Yéxico y en el empleo de locuciones y proverbios.” > La tradicién gtavita asi entre Jo histético y lo literario y se construye con ingredientes diversos provenientes tanto de la fuente culta como de la popu- Jar, de lo vivido y de lo imaginado. Es siempre narracién corta, evocativa de tiempos pasados, con asuntos tomados del documento escrito o de Jos mera- mente ofdos de otros labios, pero aderezados con elementos de ficciéa, con apuntes de costumbrismo local, con ingenio, gracia y humor. ‘Mas el cardcter evocativo no significa que Ja tradicién sea una literatura ex- clusivamente volcada hacia el pasado, de espaldas al presente o evadida de sus compromisas. La intencién es otra: la de poner en relieve la realidad presente a la luz de Ja critica y de la sdtita que se hace del pasado. En este orden de ideas, José Catlos Maridtegui demostrd ya que la fradi- cién de Palma no era nostdlgica de un pasado caduco, sino antes bien, la evo- cacién reconstructiva con una intencién de realismo burlén y una fantasia irre- verente y satirica. Palma y la mayorfa de los tradicionistas hispanoamerica- nos eran liberales y partidarios del régimen republicano y no fungfan como acérrimos tradicionalistas. “Las fradiciones de Palma —dice Marigtegui—- tienen, politica y socialmente, una filiacién democrética. Su butla roe sisuefiamente el prestigio del Virreynato y de Ja atistocracia.” 6 SAlberto Escobar, La narracién en ef Per, Lita, Libterfa Editorial J. Mejfa Baca, 1* se Canton Manistee, Siete Ensayos de 1 in de la reelided Li os Maridtegui, Siete Ensayos de Interpretact realic eruana, Lima, Sociedad Editora Amauta, 1928. save - e xr Esta observacién de Maridtegui puede ser vélida para casi todos los “tra- dicionistas” hispanoamericanos. A la oralidad agregan otios elementos. Por Jo general, los tradicionistas hispanoamericanos muestran preocupaciéa por la lengua regional. Ensayan con entera conciencia la incorporacién del Iéxico popular en sus relatos, con el chjeto de comunicarles “el sabor local” y la originalidad americana sta preocupaciéin se hace también visible en un plano tedrico, pues algu- nos agregan apostilles de vocabulario @ sus relatos y entie ellos, se podria te. clutar a los primeros lexicégrafos americanos que —pese a la entonces it transigente oposicidn de Ia Academia Espafiola— empiezan a bregar por Ja in. corpotacién de americanismos al espaiol oficial, y a su Diccionario. En esta comtin tarea lexicolégica destacaron el peruano Ricardo Palma; Leén Rey, de Colombia; Pensén, el dominicano; Gonzales Obregén, el mexicano; el vene- zolano Aristides Rojas, ete., al par todos ellos lingitistas y tradicionistas. Siguiendo el impulso hacia la formulacién de una literatura con sentido nacional y emancipada de la tendencia anterior hacia la mera imitacién de médolos europeos y a la dependencia de formulas clisicas y coloniales, el romanticismo permitié vislumbrar una literatura nativista cuyas expresiones mas caracterfsticas fueron el relato costumbrista, fa leyenda y la “tradicién”. Con tales caracteristicas propias, 1a sradicién resulta una especie de género narrativo, del cuento en su modalided conocida como “cuento histérico”, que puso muy en boga el romanticisme, doiaco de facctas muy peculiarmente lo- cales. El nuevo contenido det vocablo “tradicién’® Indudablemente novedoso es el apelativo aplicado a Ia nueva forma nerra- tiva, Ricardo Palma y Juan Vicente Camacho adoptaron por primeta vez esa denominacién cuando todavia la forma nueva se encontraba en agraz. El vo- cablo cobra asi una dimensién que no habia tenido antes y que acabard por imponerse en todos los paises hispanoamericanos, En nuestros dias, el con- tenido del vocablo tradicién ha merecido una sutil explicaciéa de! pocta cu- bano Eugenio Flozit: SEL tradicionista (perd6n por lo que eteo neologismo} narra a su yueng maneta lo que oys decir, lo que leyé en un documento de hace afios. Si eso que oyd decir o que leyé, tiene una particula de gracia, de sabor local; si el narrador sabe dar estilo y Eider. a su cuento, entonces Lo que no llopd a ser Histcela, por menuda parcial, se queda en Tradicién*7 TRugenio Fiorit, pedlogo a la edicién de: Alvaro de la Iglesia, Tradiciones enbanas, Mon- tevideo, Ed, Géminis, 1974. XIV Para nuestros narradores del siglo x1x parecié sin duda insuficiente la de- nominacién de “‘cuento histérico” y la prueba es el usual subtitulo que evita este apelative y que consigna —en afin de busqueda de algo més original, més afin a la indole americana del relato, y a su especial técnica narrativa, denominaciones distintas y diversas, Palma, por ejemplo, utilizs, antes de en- contrar el nombre genético adecuado para sus relatos (0 sea “tradicién”} ape- lativos tales como “cuento nacional”, “romance histético”, “romance sacio- nat”, “cuento de viejas”, ‘‘cuadro tradicional”, “‘cuento tradicional”, “cuen- to disparatado”, “‘cuento de abuela”, “crénica”, etc. Sélo después de una década y més, de busqueda de la denominacién més adecuada, adopté definitivamente el apelativo “tradicién’”, La misma actitud de evitar el uso de “cuento histérico” (aunque sus relatos lo sean cn el for do} se advierte en sus discipulos: “historia tradicional” (Celso V. Torres), “leyenda tradicional” (F. Flores y Galindo), “leyenda histérica”’ (Clorinda Matto), “crénica peruana” (Antbal Gélvez), “cuentecillo tradicional” (Ni- canor Augusto Gonzalez), etc. Pero a la larga se impuso éredicidn como apelative para nombrar esa espe- cial forma de narrar, que Palma habia caracterizado con su indudable talento literario, Sirvid sin duda para englobar todas las diversas denominaciones uti- lizadas para relatos de la misma indole. La tradicién resulta asi una forma de contar, trascribiendo lo que Jas gentes se cuentan o pasan de boca en boca, y en parte, como dice ¢] Diccionario de la Real Academia Espaiiola, “Ja co- municacién o trasmisién de noticias, composiciones literarias, costumbres, he- cha de padres a hijos al correr de los tiempos” 0 también la “noticia de un hecho antiguo trasmitido de ese modo”. Y por derivacién, el mismo Diccio- nario apunta que “tradicionista” es “el narrador, escritor o colector de tra- diciones”’. ‘Mas el Diccionario en mencién no considera la entrada del vocablo “tradi- didn” en la acepcién de especie, género o forma literaria, Tampoco existe en otros diccionarios especializados en materia literaria ni en los de americanis- mos. No obstante esta ausencia de registro tan legitimo de aquella palabra, la especie literaria asi denominada ha proliferado extensamente en el Peri y en casi toda Hispanoameérica. Se anota también Ja ausencia de estudios es- peeificos sobre este fenémeno literario de tan nuttida produccién, con expo- nentes de la més alta calidad. Tan importante producto espiritual mereceria capitulos especiales de Ja historia literaria tanto del Peré como de ottos pai- ses (Chile, Argentina, Colombiz, Guatemala, México, etc.), en donde ha me- recido intenso cultivo y difusién ea extensos circulos de lectores. Blementos integrantes de la “tradicién” La “tradicidén” tal como [a definié el propio Ricardo Palma, es una mezcla de historia y de ficcidn. Pero habré que agregar todavia que aparte de esos in- x gredientes fundamentales, por aftadidura se encuentran en ella ottos elementos: tos giros de Ienguaje local o antaiién, la copla popular, los decires y refranes del pueblo, el cuadro costumbrista, los vocablos de significacién especial, el efecto escénico (de procedencia dramitica). Estos ingredientes complementa- rios entran en proporciones diversas y unos u otros son a veces dominantes © a veces también atenuados o inexistentes, Sobre las caractertsticas formales de Ia tradicién, Palma agregaba: “Estilo ligeto, frase redondeada, sobriedad en las descripciones, rapidez en el relato, presentacién de personajes y catacteres en un tesgo de pluma, didlogo sencillo a la par que animado, novela en miniatura, novela homeopétic fecirlo asf, eso eS !o que en mi concepto, ha de ser 1a Fradicigy,” € De tal suerte, la éradicién resulta una peculiar muestra de elementos dia- crénicos (situados en el tiempo) y sinctdnicos (fuera del tiempo). Temporal- mente, la accién se sitda siempre en un pasado mediato o inmediato. Espa- cialmente, Ja accién se desartolla en un escenario propio del pais, 0 sea en un lugar determinado de Hispanoamérica. E] hecho de que en Ja tradicién coexistan elementos de ficcién y de verdad (“algo, y aun algos, de mentira y tal cual dosis de verdad”, segin express el propio Palma),? no supone necesariamente que el género o especie fradi- cidn sea un género mixto o como dijo J. de la Riva Agiiero, que provenga “del cruce de Ja leyenda roméntica breve y el articulo de costumbres”,! Jo cual enuncié dicho critico repetidas veces. No parece procedente hablar de “cruce” ni de “mixtura”, conceptos organicistas ya inaplicables en materia literaria. La tradicién tiene unided y autonomia y puede establecerse clara- mente el deslinde entre sradicién, leyenda, articulo de costumbres, anécdota, episodio o crénica histética y otras formas narrativas. En lo de “género mix. to” hay reminiscencias de la rutinaria y falsa retérica diddctica decimonénica (Blair, Hermosilla) y también de cierto matiz “evolucionista” (Bruneti&re) de que esté penetrado el estudio de Riva Agiieto. En vez de mixtura, de cruce de géneros o de género nuevo, es acertado antes bien hablar de “superposicién de la tendencia costumbrista y criolla sobre Ja reconstruccién histérica romdntica”, segin lo expucsto por Aurelio Mité Quesada $."1 SRicardo Palma, Tradiciones peruanas completas, Madrid, Bd. Aguila, 1964, p. 1474, Ricardo Palma, Hpistalario, tomo 1, Lina, Ed, Cultura Antértica, 1957. (Carta de R. Palma a P. S. Obligado}. Wfosé de la Riva Agiicso, Cardcter de la Literatura del Pera Independiente en; Obras Conipietas, tomo 1. Lima, P. L, Villanueva, 1962. UAurelio Miré Quesada S., “Ricardo Palma, la Academia y las teadiciones", en Boletin de le Academia Peruana de la Lengua, N? 4, Lima, 1969. XVI Lo bistérico al servicio de lo literario El auge universel de Ja investigacién histérica en el siglo xx y Ja elaboraciéa consiguiente de los estudios més sistematicos de fa histotia hispanoamericana con sentido nacional en cada uno de los paises recién salidos de la depen- Gencia politica, puso en evidencia una ebundante materia de episodios aparen- temente nimios 0 anecdéticos, pero significativos, aptos para el traramiento literatio. Esa nueya veta de asuntos o temas de relativo valor histérico pero de interés para la claboracién artistica fue puesta en relieve por las creacio- nes de Ricardo Palma en el Pera, Esa tarea de Palma se fue generalizande en otros pafses hispanoamericanos con frutos igualmente valiosos. Surgié asi el culto de la pequefia historia, de las migajas dejadas por el gran festin de Jos anales histéticos, de la cspuma que sobraba de Jos trabajos de refundi- cién de antiguas relaciones, los pequefios incicentes, los detalles colaterales de relatos o memorias, el rasgo peculiar y privade de los grandes personajes, las impresiones conservadas en la memoria del pueblo sobre sucesos 0 petso- nas en alguna forma notorias, las debilidaces, ingenuidades o ridiculeces de per- sonajes de alguna significaciéa, La claboracién literaria de ese material tan vasto conferia colorido y vida de que carecian los relatos histdricos secos, es- cuetos y esquematicos. Buscando en los sincones del gran cuadro hist6rico his- panoameticano, los “‘tradicionistas” captaron esos desechos y los transforma- ron en jugosas cteaciones, cn las cuales habja elementos de verdad y elemen- tos de fantasfa, o sea realidad y ficcién entremezcladas con galano talento, Legraron de tal suerte, por medios nada cientificos pero literariamente va Jidos, hacer accesibles muchos cuadros y capftulos de Ja historia anies ajenos al interés de los pueblos. E] hombre comin pudo asi familiatizarse, por la via literaria, con muchos sucedidos y personajes histéricos ignorados. Por la via de la tradicién la historia aleanzé més difusién y atractivo y pudo asi llegar a las grandes masas antes renuentes a seguir el cutso de los textos histéricos espe- culativos y yertos Es evidente que la popularizacién de la cultura en el siglo xx determina cierto regusto genetal por el conocimiento histérico, por las cosas tal como fueron o como se las imagina el pueblo, el que suele preferic Jas reconstruc: ciones animadas y amenas, en vez de la informacidn cradita o el dato tigutose- mente auténtico. Al poner el pasado al alcance de Ja masa, expuesto un tanto a su imagen y semejanza, los romAnticos crefan cumplir una misién social. que antes no habia asumido la literatura. Si asf sucedié en Europa, también en América el pablico se mostraba dvido de penerrar en el acontecer de un mun- do que empezaba a tener conciencia de sf mismo. Habia pasado ya el auge de la tragedia o de la epopeya, encumbradas en Jas abstracciones y entclequias alegéricas € infatuadas. Se explica asi el buen éxito popular de La nartativa volcada en las formas de novela y cuento y, sobre todo, en sus modalidades afines a Ja historia, come lo fue la éradicién, la forma més apta para satisfacer esa inclinacién popular hacia la captacién del pasado histérico. XVI UIT EXPANSION HISPANOAMERICANA DE LA “TRADICION” El impacto de [a obra de Palma no solamente opera en la extensién del terri- torio peruano sino que abarca todo el dmbito hispanoamericano. Clemente Palma, devoto exégeta de su padre, intenté desarrollar este tépi- co en un articulo publicado en 1933,"? pero sélo Megé a sefialar algunos nom- bres de autores de diversos pafses de América que a su vez esctibieron éradi- ciones, a] impulso de la lectura de las Tradiciones de Palma. Este aspecto de la irradiacién de la fama de Palma merece un estudio mas exhaustivo y menos somero que el de Clemente Palma. No contaba éste sino con una minima in formacidn, proveniente sin duda del recuerde de las charlas sostenidas con el padre o de la lectura de Ja cotrespondencia del mismo, pero no efectud investi- gacién més profunda. Podria suponerse que la expansion del prestigio de Palma comienza con la edicién de Ja primera serie de sus Tradiciones, en 1872. Sin embargo debe retrotractse csa fecha a un momento anterior, el de su expatriacién en Chile, entre diciembre de 1860 y octubre de 1862. Ese destierro constituye su pri. mera salida del Pert a un medio de interesante horizonte intelectual. El con- tacto de Ricardo Palma con un ambiente cultural distinto y sobre todo, con redactores y colaboradores de revistas dedicadas a los estudios histéricos y li. terarios (como Revista del Pacifico y Revista de Sud América, editadas en Val- paraiso y Santiago, en la Gltima de las cuales Ilegé a actuar como codirector) afirmaron su genio creador, No solamente concluye en Chile sus Anales de la Inguisicion de Lima sino que alienta y estimula ta cteacién ajena? y publica “tradiciones”. En carta fechada en Valpatafso el 17 de febreto de 1862, consta que Palma alternaba alli con la plane mayor de histotiadores chilenos: Barros Arana, Lastarria, los Amundtegui. También lo unie por entonces amis- tad fraternal con Benjamfn Vicuiia Mackenna, Recibia lecciones titiles, es cierto, pero también comunicaba inquictudes como politico liberal, entonces en plena beligerancia y en plan de propaganda continental contra Ja invasion francesa cn México, y como literato con nuevos impulsos y fervores, Sus tradicfones se imponian como moda literaria y una nueva generacién chilena también empezaba a cultivarla, reconociendo a Palma como su macs- tto, no obstante su juventud. EL culto de la historia y de la investigacién documental Io sustrae lenta- mente por esa €poca, del cultivo de Ia poesia lirica y satirica, y lo posesiona 12Clemente Palma, “La tradicién, los tradicionistas y las cosas de don Ricardo Pelma’: en Ricardo Palrea 1832-1933, Sociedad Amigos de Palma, 1933, p. 217.231. Es ilustrative anotar que Palma prologa una de las primeras novelas de Rosario Orre- 20 de Uribe: Alberta el jugador (Valparaiso, 1861), "Caria de Ricardo Palma a José Casimiro Ulloa, en: Boletin de la Academia Peruana de la Leagua, Ne 9, Lime, 1974. XVII cada vex més firmemente en la temética que seguird desenvolviendo en la pro- sa de ficcién, con base histérica. Sus publicaciones de esta indole, en su ma- yor parte éradiciontes, ctean a su altededor amigos y admiradores de las le- tras y en general, numerosos lectores dentro y fuera de su pais natal. Su es- tada en La Serena (Chile) desde fines de 1861 hasta comienzos de 1862, antes de su regreso al Pert, le permitié trabar amistad con Manuel Concha, que habria de convertirse en tradicionista destacado, y en Valparaiso alterné también con otros literatos que después serizn sus discfpulos. Por eso, la le- gién de los tradicionistas chilenos, formada entonces al impulso del propio Palma, precede a tas de otros paises hispanoamericanos y es tal vez la més numerosa. Palma gana en Chile discipulos y amigos pero también experiencia. A su regreso al Perd, Ja intensificacién de los estudios histéticos le propor- cionan mucvos materiales. Por eso, es la historia més que Ja leyenda fa fuente primaria en las éradiciones. Le historia habfa sido cultivade por Palma ya desde fecha anterior a su via- je a Chile © sca desde tres décadas antes de recaer en su persona el nombra- miento de Director de a Biblioteca Nacional de Lima, en 1884. Debe ano- tarse gue esta Biblioteca que restauré Palma en los afios siguientes a 1884 y que recibié en escombros y casi sin ondos importantes, no representé ayuda esencial para su produccién litetaria sino antes bien preocupaciones y traba- jos al margen de su actividad intelectual propia. Ya su obra de escritor esta- ba heche en lo sustantivo por esos afios de 1884 y siguientes. Pero debe eno- tarse también que en los afios de florecimiento de esa misma Biblioteca, an- tes del desastre de 1881, habia investigado Palma como lector comin por lo menos unos 30 afios antes (entre 1850 y 1880) cuando no sofiaba con ser su director. Ricardo Palma, escritor influyente Pertenece Palma a la estirpe de los escritores influyentes en razdn de lo so- bresaliente de su personalidad, de Ja originalidad de su concepcién literazia, de la riqueza expresiva de su lenguaje, de su arraigo social y del encanto ¢ in- genio de su estilo. En razin de estas calidades no pudo pasar inadvertido ni dentro ni fuera de su pais. Ya en la década del 50, cuando Palma atin no habia dado forma definitiva a su obra de creacién narrativa, se advierte su impacto sobre un escritor ve- nezolano, algo mayor que 41, radicado en el Pert, Juan Vicente Camacho (1829- 1872) y contribuye gencrosamente a Ja orientaciéa y estructuracién de su obra posterior reelizada en ef Perti, donde se radicd Camacho, como ciudadano adoptive. Desde mediados de 1854, en las paginas de El Heraldo de Lima, Camacho empezé a publicar, al lado de articulos de cardcter periodistico, cri- tico y satitico y de poesias diversas, esctitos en prosa narrativa, en los que acogia leyendas o hechos anecdéticos del pasado, en roméntica retrospeccién XIX a los tiempos de la Independencia 0 de Ia Colonia, en ambientes locales de Caracas y de Lima, y otras ciudades americanas. Estos relatos histérico-ime- ginativos en prosa, significaban la superacién de Ia leyenda en verso de los tomanticos espafoles y estaban llamados a constituir una especie literaria tipica de América y dotada de especial fortuna en e] Perd. Aquellos relatos habrian de tomar el apelativo de “ttadiciones” y adquitirian como hemos visto, su estructura formal definitiva y caracteristica gracias al genio creador y 2 la agudeza y estilo peculiar de Ricardo Palma, cofrade y compafiero de bohemia de Camacho. Dos afios antes que Camacho, en 1852, Palma habfa ya publicado con ef subtitulo de “cuento nacional”, [a leyenda “Flor de los ciclos” (en El In térprete de Lima N?s, del 10 al 15 de mayo, 1852). Al respecto, un crltico ha precisado: “Ex asi como aparece en su primitiva forma de leyenda histérica, en ptosa o en verso, lo que por una evolucién posterior y cl agregado de otros elementos, yendrd a ser la Tradician, especie literaria que como producto del romanticismo habria de tener exiensa difusin en América y habria de ser un medio de expre- sién muy ameticano,” 15 El mismo autor ha revelado el texto de una nota o advettencia de Palma en el mencionado periddico, que decia: “Este cuento forma parte de una serie de leyendas y tradiciones americanas que con, el titulo de “Noches de luna” se dard a luz a fines de este afio.” Si bien el mencionado libro nunca llegé a publicarse, habia surgido con su anuncio, pot vex ptimera, el apelativo de tredicidn peta esa suctte de relato corto de base histérica, Palma no usaba a expresién en cl sentido primitivo de cosa trasmitida sino cn Ja significacién derivada de relato basedo en ella, Lo cual quiere decir que Palma, desde ese momento —en mayo de 1852—, bautizaba ya la nueva especie literaria, que él y otros eseritores de América, incluso Camacho, se encargarfan posteriormente de cultivar y caracterizar en su forma definitiva, En el afio siguiente, 1853, se publicaron en Lima dos relatos de Palma titulades Lida (Lima, Imp. del Mensajero, 1853, 19 p.) y Mauro Cordato, (Lima, Tipogratia del Mensajero, 1853, 16 p.), a los que su autor no los Hama todavia “tradiciones” (aunque lo fuesen en forma todavia tudimentaria), sino al primero “romance histérico” y al segundo “romance nacional”). Es asi cémo al cumplir los 20 afios de edad, Ricardo Palma habia creado ya la estructura y la denominacién de la nueva especie literaria, que de inmediato acogerian Camacho y otros escritores de dentro y fuera del Peri. ¥ aunque Palma vacilase aén en usar el nombre “tradicién”, ¢! uso yla acogida genera] lo decidirfan a la larga, a su adopeién definitiva. i7Juan Miguel Bokula P., “D. Ricardo Palma en Colombia", en: Fénix, étgano de la Biblioteca Nacional, Lima, 1958. Al afio siguiente, en septiembre de 1854, Juan Vicente Camacho usa ya la expresién “cradicidn religiosa”” para rotular un cuento histérico suyo “La vit- gen de la soledad” (en El Heraldo de Lima, N? 172, 20 de septiembre de 1854) de ambiente venezolano. La anotada tradicién es significativa por dos razones: por ser Camacho discfpulo de Palma, quicn inicia con ella una serie de Je misma indole y tendencia y porque empieza 2 surgir el primero de una pléyade de esctitores muy numerosa en casi todos los paises de América de habla castellana. Poco después, el propio Camacho se encargard de definir en forma més explicita el contenido y alcance de fa nueva especie: “La tradicién es la historia que cuenta la madre al_hijo que arrulla ea sus faldas, el cual se duerme extasiado para sofiar con la fespantosa natracién que refiere con los perfiles de la imaginacién infantil, que més tarde ha de contar a su vez, a sus hijos, Y en esa cadena interminable va la tradicién tomando sucesivamente el perfume de Je ctddula nia y de I fe tencila del, anciano hast legar a nosotros pata perderse en la frialdad de Ia historia...” ‘Més adelante, Palma habré de ejercer influencia semejante sobre otros valio- sos esctitores hispanoamericanos residentes en el Peni, como es el caso de Joana Manuela Gortiti, argentina, natural de Salta y boliviana por matrimonio, establecida muchos afios en Lima, entre 1850 y 1880, quien cultivé el “tradicio- nismo” dentto y fuera de las veladas literarias que organizé en su casa de Lima. Poco después, entre 1874 y 1878, residié también en Lima ef escritor boliviano Julio Lucas Jaimes, esposo de la escritora peruana (tacnefia) Carolina Freire de Jaimes, de cuya unién nacié Ricardo Jaimes Freire, furura gran figura de la poesia modernista hispanoamericana. El vinculo amical de Julio Lucas Jaimes con Ricardo Palma determiné que el primeto cultivara también Ia “tra- dicién”. Publicd algunas muestras de esa especie en revistas limefias como Fi Albune (1874), El Correo del Perti (1874) y Le Broma (1878). Igual fend- meno de afinidad literaria se produjo con Nicolés Augusto Gonzdlez, ecuato- riano exiliado en el Pert (entre 1888 y 1907), nataral de Guayaquil, buen posta y excelente narrader, que con el seudénimo “El Proscrito” escribié una des- conocida serie de “tradiciones” (en Ef Rimac, de Lima, 1889-1890) y atin més, dentro de la misma linea, algunos relatos patridticos de admirable adhesidn al Pett:, que edité conjuntamente con Ernesto A. Rivas y Victor G, Mantilla. Este impacto de Palma sobre el venezolano Camacho, la argentina Gorriti, el boliviano Jaimes y el ecuatoriano Nicolés Augusto Gonzdlez opcta cn cl orden de la cteacién literaria y también en cuanto a la configuracién definitiva de la estructura misma de Ja “tradicién” como especie representativa de una inquietud literaria continental. No es el caso de referirse en esta coyuntura a la convetgencia de inquietudes similares dentro del propio pais natal de Palma y ala vasta gama que conforman sus discipulos de Lima, como José Antonio de Lavalle (con su primera ¢radicién: “E| Capitan Doria” de 1859, aparecida IJuan Vicente Camacho, Tradictones y relatos, Estudio biogrifico-critico y recopilacién or Esmuacdo Niifiez, Caracas, Biblioreca Popular Venezolana, Ministerio & Educacién, P73. xX en la Revista de Lima), y de las provincias peruanas (como Clorinda Matto de Turner, del Cuzco, a partir de 1876}. El Magisterio de Palma en Hispanoamérica Ricardo Palma, cf indiscutido cteador del género o especie “tradicién”, cul tivé primero la poesfa, el teatro, la historia, la leyenda, antes de encontrar su genio creador en la “tradicién”. Viajé a lo largo de toda la zona costefia de! Peré y visitd Chile, antes de sus estadas en Europa (1864 y 1892). Empezé a escribir sus tenombradas “tradiciones” a fines de le década de 1850 y las dio a publicidad en revistas y petiddicos del Perd e Hispanoamérica. Sus primeros tanteos en este género datan de 1853 pero en esa fecha todavia no logea escindir en sus relatos las formas de la leyenda en prosa o el cuadro costumbrista. A lo largo de por lo menos un lustro ird perfeccionando fa estructura y el estilo de lo que finalmente Jlamard “tradiciones”. Reuniendo dispersas narraciones de este cardcter histérico-imaginario, en Jas que la materia relatada proviene de un hecho sucedido adornado de fantasia, Palma publicé en 1872 una primera serie de sus Tradiciones Peruanas, que Je dio acceso 4 1a fama continental, Escritores de su misma generacién empezaron entonces a escribir relatos de la misma estructura e intencién, en todo el 4mbito hispanoamericano, Su impacto y su ejemplo operaron sobre sensibilidades afines, y permitieron encontrar una forma de expresién literaria con aire y tafz arne- ricana. Publicé Palma hasta 10 volimenes de tradiciones durante Jo restante del siglo x1x y comienzos del xx, 0 sea de 1872 a 1910. Sus pdginas recogen més de 300 relatos de esa indole. Pinta en ellos ambicntes y sucesos de toda la vida del Peri, entre los siglos xvr y xrx, con gracia fina, ingenio agudo e informacién minuciosa, en un estilo personalfsimo y ameno, matizado de expresiones popu- lares, dichos peculisres, letrilias, proverbios. Su fantasia a veces excede 0 sc supespone a Ia exactitud o veracidad histéricas, pero sus dones artisticos justifi- can cl exceso. La expansién de su renombre litcrario cubre no solamente todo el ambito del Petd, en donde promueve un movimiento de creadores de la misma especie en todas sus provincias, sino igualmente toda 1a América hispénica, afanosa de manifestar su personalidad literaria Hugo D. Barbagelata, historiador literario uraguayo de validez continental, destaca que “Las Tradiciones Peruanas, feliz invencién de su ingenio (el de Palma} estaba destinada a recorrer nuestro continente de uno a otro extremo. Resultaba un autor genuinamente nuestro (hispanoamericano "27 Existe unanimidad de criterio acerca del hecho de que Ricardo Palma fue el creador de la especie literaria Hamada “tradicién”. Dentro del Pert tal recono- VHugo D. Barbagelata, Le novela y el cuento en Hispanoamérica, Montevideo, 1947. XXII cimiento se manifiesta como consenso de los propios creadores de ese tipo de relato que en diversas formas de expresién, expresan al mismo tiempo, su gra- titud, su adhesidn o sa admiracién “al maestro Ricardo Palma”, En el exterior, en toda ef Ambito hispanoamericano, estas o semejantes muestras son frecuen- tes en dedicatorias explicitas por los cultivadores del mismo género, o en la correspondencia que mantienen con el maestro indiscutide. ‘A esas expresiones de los creadores, corresponsales de Palma, como Vicente Riva Palacio y Luis Gonzdlez Obregda (de México}, Miguel Luis Amundtegui y Manuel Concha (de Chile), Attegaine y De-Marfa (de Uruguay), Aycinena (de Guaterela), Nicolds Augusto Gonzilez (de Ecuador) y Juan Vicente Camacho (de Venezuela), estos dos ultimos residentes en el Perd por lapso prolongado, se agregan los testimonios de Ia critica més autotizada, desde José Toribio Medina hasta Eugenio Florit, mds recientemente. José Toribio Medina, el gran historiégrafo chileno, expone un juicio de vali- dez continental: “Generalmente se, ten, y con tazén, como fundador de este género literario 2 Ricardo Palma... (..,.) ¥ ya ha quedado como €l maestro que todos sus stcesores se han empefiado en seguir, aunque justo ser recongcer sin superatlo en cualquier momento, pues ninguno con tanto brilfe de diccién, tal donaire en ¢l cuento ¥ tal vatiedad en los cusdtos que supo’pintat, diera las normes para el género litcrario que cultivara et primero.” 18 Isidoro De-Maria, insigne tradicionista uruguayo, decia en 1892 en su extensa dedicatoria a Palma: “Esa vor amiga que desde Lima me decia jadelante! cra nada ‘menos que la de un famoso tradicionista americano, que desde el afio 1868 empezs a escribic y publicar sus bella ¢ interesentes tradiciones, de que ha fiegado a formar wna serie de volimenes, a cual de més mérito, Se Hama Ricardo Palma, estrella de magnitud ie brilla en el firmamento de las letras de la América Meri- tional.” 19 Ratil Silva Castro, erudito critico chileno, decia en 1926 al prologar un libro del tradicionista Manuel Concha: “Concha aborda ef mismo géneto tradicional y legendario que hizo 1a grandeza de Ricardo Palma y conforme la inclinacién del mo- delo ilastre, prefiere la épocas remotas. . .” 20 Al ocuparse de Aristides Rojas, tradicionista de Venczucla, Mariano Picén Salas, formula el siguiente acertado jui “Aristides Rojas descubre la cia de una historia nacional, amena 7 Hci, y la tealiza de modo especialmente atractivo... No sretende emular el estilo ni el ingenio voltcriano de Ricardo alma, cue en ef Pert habia creado el género. ..” 21 18José Toribio Medina, prélogo 2: Aurelio Dfaz Meza, Crénicas de fa Conquista, San- tiago, ed. del autor, 1925. Dtsidora DeMaria, Montevideo Antiguo - Tradiciones 9 recuerdos, Montevideo, Imp. Artistica, 1892 { Dedicatoria). DRaal Silva Castro, prdlogo a Manuel Concha, Tradiciones Serenenses, Santiago, Ea. del Pacffico, 1952. ZMariano Dicén Salas, Formacién proceso de la Hteratura venerlana, Caracas, Edivo- tial Cecilio Acosta, 1941. xxIIT Al ttatar de los tradicionistas de Venezucla, especialmente Febres Cordero, otto critico de les nuevas generaciones, Domingo Mitiani, apunta sageamente: “Ouse diteceién roméntica es ia que en Venezuela, por contagio del Pen’, habla de lamatse “‘tradicionismo”. Juan Vicente Cama cho esctibia coeténeamente con Ricardo Palma, algunas de sus “‘ttadiciones” venezolanas en Lima. 22 Concha Meléndez, la notable ensayista pucrtorriquefia, al presenter al tradi- cionista de su pais Manuel Fernéndez Juncos, dice “EL estilo y encanto de les Tradiciones Perwanas no ha podido precisarlo nt cl mismo Ricardo Palma, y pipguno de sus imitadores en la América Hispdnica, logra igualarle.” En reciente estudio sobre el tradicionista cubano Alvaro de la Iglesia, e! profesor Leonel de Ja Cuesta, igualmente reconoce el magistetio de Palma “EL creador del género fue el peruano Ricardo Palma... Su ine fluencia en fa redaccién de Tradiciones Cubanas de Alvato de ja Iglesia es enorme, junto con la de Pérez Galckis.” 24 Otro testimonio cubano reciente es el de] profesor y poeta Eugenio Flozit: “Este género literario invencado en el Peni por don Ricardo Palma, ¢s rico en aventures minimas, en lo gue pasa a diario cn una ci. dad 0 en una familia.” 3 Por su parte, Luis Leal, al tratax de! cuento y la “tradicién” en México, reconoce que “el relato tradicionalista (fue) género inventade por don Ricatdo Palma," 26 Al prologar la obra del tradicionista Justo Pastor Obtligado, el critico argen- tino Antonio Pagés Larraya se refiere a Ricardo Palma como “modelo egregio” de aquél: “Las coloridas evocaciones (de Palma} crearon toda una cortiente literacia, cn Hispanoaméica. .. Ninguno de los ottos eultores del géneto logré superar al creador de esos relatos, salpicados de un Sracejo inimitable y que participaben a la vez de la historia, dol esboza costumbrista y de fa indagactén psicoldgica, pero sin acomo de empaque con atractiva Ianeza y cue, a falta de otto nombre para calificarlos, amd sencillamenie iradiciones.” 27 Es asf indudable que Palma habfa impreso un sello muy otiginal a su modo de narrar, que todos estaban de acuerdo en aceptar sin reservas. 22Domingo Miliani, Vida intelectual de Venexuela, Caracas, Ministerio de Educacién, 1971, p. 110, 2sConcha Meléndez, Introcuccién a: Manuel Fernéndez Juncos, Galeria puertorriquetia Tipos y caracteres. Costumbres y tradiciones, San Juan, Inst, Cultura Pyertortigueba, 1959, Leonel de ta Cuesta, estudio pteliminar a A! de fa Iglesia, Tradiciones cubanas, eit. 2Eugenio Flotit, en prdfogo a: A. de la Iglesia, Tradiciones cubanas, cit, 26Luis Leal, Breve bistoria del cwento mexicano, México, Manuales Scudium, Ediciones D’Andsea, 1956, Tambign Concha Melendez, en Antologta’ de costumbristas... cit, afi. ma que tiene Ta sradicién “'sa mds valioso cuitivador en Ricardo Palma”. 2Antonio Pages Larraya, en: prélogo a Tradiciones argentinas de Justa Pastor Obligado, Buenos Aires, Hochewte. 1955. XXIV El dominio del idioma en Ricardo Palma constituye el “secreto” de su estilo. ‘Adecia su lengua al tema tratado; descubre al trabajar el idioma como instru- mento estético, ciertos aspectos o sensaciones que le permiten prescindir de cnumetaciones o descripciones. Fate tratamiento del lenguaje mucstra ya algunas colindancias con la moderna narrativa, en cuanto que ésta ha reivindicado el papel de las sugerencias 0 evo- caciones logtadas con los medios implicitos de la expresiéa verbal, ‘De este modo sintetiza el estilo, lo adensa, io hace sugerente mas que expli- cativo. Que lo conocia bien y que lo trabajaba conscientemente, se prueba con gus propios estudios lexicogréficos sobre el castellano de América y del Perit que publicé, y con su oposicién constance y agresiva a una politica idiomética excluyente de! aporte hispanoamericano, que entonces seguia la Academia es- pafiola. EL prejuicio de “la intitacién” Pero reconocer la “maestria” o “el magistetio” de Ricardo Palma no signi- fica necesariamente que se hubiese admitido que todos los tradicionistas hispano- americanos (algo asi como un centener de autores, aparte de otros tantos que aparecieron sdlo en el Peri} fueran simples y fieles imitadores del maestro. La irradiacién de esta modalidad literaria a todo el continente no constinyd un fenémeno de imitacién sino de coincidencia en captar la aspiracién de fos autores, en descubrir el gusto popular, en adecuar la literatura a las nuevas in- quietudes. Esos autores participaron de una pteocupacién comén implicita en el espiritu de Ja época y que era conducente a crear una tipica literatura am- bicntada en fo americano y al mismo tiempo dirigida a desligarse del modelo literario y los ednones europeos todavia vigentes. Este fendmeno podré hoy explicarlo aquella rama de [a ciencia literatia que se llama seciologfa de Ia Tite- ratura, La mejor prueba de que esos autores “tradicionistas” interpretaban la inquietud de la épeca, se encuentra en cl hecho de que el género o especie “tra. dicién” cautivé el mayor numero de lectores, sobrepasando masivamente a los restantes géncros. No se trataba pues de imitadores de Palma sino de discipulos, de hombres identificados en el mismo ideal creador, de discipulos que hollaron la misma uta y bebieron en las mismas fuentes, cada uno en su pais y con sus propios medios y posibilidades. Palma habia descubjesto las vetas explotables, habia definido 1a inquietud “americanista” que informaba a los narradores en todos los dmbitos hispanoamericanos y Jos habfa zlentado en una accién comén, en un movimiento solidario. Sin embargo, hay un juicio del mayor critico de su época, José de Ia Riva Agiiero que requiete una rectificacién: xxv “Las imitadores de Ricardo Palme son Jegién, Hubo tiempo en que Ja Amética Espaficla se inundé de tradiciones. Todos los dis- cipulos se le han quedado muy por debajo."24 Este juicio se resionte de la excesiva importancia que concedfa Riva Agiero a las teorfas sociolégicas de un autor coetaneo suyo, el francés Gabriel Tarde, autor de Las leyes de la imitacidn, libro de gran difusion a fines del siglo xrx. A los seguidores de una tendencia general, a los caincidentes en fa misma in- quietud, a los que convergian aun cauce comin, se les queria identificar como “tnitadotes” de alguien 0 de algo. Este obsesivo prurito conducfa con cierta li- gereza a clasificar a los autores como imitados o como imitadores, confundiendo un tanto o un inucho los matices distintos que producen Ios impactos, las coin- cidencias, las conyergencias, los contactos, las semejanzas del “gusto literario” y la compleja trama de [as relaciones entre cultivadores del arte. Con esta errdnea actitud critica, que no sélo es ptivativa de Riva Agtiero sino de muchos atros ctfticos contempordneos suyos, se quisc ver en el propio Palma una inspiraci6n “‘zorrillesca"’ sobre las primeras tradiciones peruanas, sin tepa- tar que Zortilla cultivé sdlo ta “leyenda” en verso, sin ninguna semejanza con la “tradicién” y se seiiald igualmente como “predecesor” suyo al guatemalteco José Batres Monvifer por Ja simple circunstancia de haber usado un titulo se- mejante: Tradiciones de Guatemala Pero Bates Montifar es un esctitor de otto caracter, creador de narraciones humoristicas extensas yen verso, de cos- tumbres, actuales o casi contempordneas y su concepto de “tradicién” es el etimo- Iégico y no el género o especie nueva, Hubo pues el espejismo de juzgar a través de un titulo equivalente, el contenido de un libro que tal vez no se habia lefdo, y de atribuirle asi la condicién de influyente o de antecedente. Pero Riva Agitero acierta en diferenciar los carecteres de leyenda y de tradi- cidn; la primera, segin él, es “ficci6n de la fantasia”, vago recuerdo del pueblo o dato histérico embellecido. La segunda, la fradicién, posee una base auténtica mucho mayor, toma como elementos iniciales hechos ciertos comprobados, y de tal suerte, resulta la verdad engalanada “con pormenores y detalles que le confieren aire de fidelidad” > La “tradicién”, distinta forma narrativa La tradicién como géneto © especie esté inserta y se ubica dentro del proceso del cuento hispanoamericano del siglo x1x y comienzos del xx. Hemos vista ya que tuvo como antecedente el Ilamado “cuadro de costumbtes” o “art{culo costumbrista”, meramente desctiptivo y realista, que reconocfa su entronque con los relatos semejantes de Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderén, ete. José de Ja Riva Agliero, Canicter de la literatura del Perg Independigyie, cit, p. 184; también en “Elogio de R, P.” en: Ricardo Palna 1833-1933. Lima, & A. P, 1933, 2], de Ia Riva Apiieto, Cardcter de la literatura..., cit. p. 202, XXVE La wradicidn contiene mayor proporcién de elementos de ficcién y, en el aspecto estilistico, agtega mejor y mds dgil tratamiento del lenguaje con Jas notas de in- genio y de evocacién que le son caracteristicas. Hay en ella mayor elaboracidn Titeraria, pues el cuadro o articulo costumbrista adopta generalmente una forma petiodistica y ligera. Ia sradiciém se viste y se nutre de sustancia histérica pero sin descuidar su peculiaridad literaria que la acerca también al cuento, Fuera del Ambito hispanoamericano, este nuevo género o especie no tiene paralelo y cons- tituye forma tipica de Ja literatura en lengua castellana en el Nuevo Mundo. Dentro de [a nartativa breve, la tradicidn empieza a decaer cuando a comien- zos del siglo xx, comienza a tomar aliento el cucnto modernista, el lenguaje de- purado y el tratamiento literario de los problemas de la psicologia individual, en que ya domina Ja fantasia sobre el realismo, En acelerado proceso, la narra~ tiva corta, pasado el impulso del modernismo, volverd a tomar contacto con los problemas humanos sociales de Ia época actual, con situaciones insdlitas y angustiosas, con técnicas de juego con el espacio y el tiempo mas sofisticadas, La éradicién habria de surgir asi cuando se produce el decaimiento, por trivial y est4tico y por elemental en su estructura, del cuadro, estampa 0 articulo de costumbres. Sustituye igualmente a la feyenda (de genuina estirpe espafiola) que compatativamente no tuvo tanta profusidn en Hispanoamérica como en Espaiia. El desuso de estas formas narrativas por cansancio de sus lectores, dio Ja nota final a la existencia de la estampa y Ja leyenda a finales del siglo xix. En su lugar, la tradicién habla tomaco cuerpo como género o especie de sin- gular animacién y dinamismo. El estilo dominantemente descriptivo de la es- tampa, el cuadro 9 Je leyenda cedi¢ el paso ala forma tipicamente narrativa de la tradicién, adornada con recursos litetarios mas sugestivos. De tal suerte, la tradicién contribuyé al desarrollo de los primeros narradores modernos genuinamente hispanoameticanos, cteando les condiciones propicias pata el desarrollo ulterior de Ja novelistica en ese ambito. La tradicién juega un papel importante dentro del proceso literario de His- pancamética y adquitié autonomfa y cardcter espectfico frente a otras formas creativas menos elaboradas y exigentes. Los tradicionistas presentaron episo- dios en los cuales [a naturaleza y Ja vida de los hombres afloraba en aspectos inusitados, insdlitos, prodigiosos, exteaordinarios. Tal vez podria atribuirse a ellos Ja calidad de precursores més cercanos de los actuales creadores de to real-maravilloso, cunque les faltase el don de un lenguaje més sofisticado y también técnicas de exposicién que son caracteristicas de nuestra época. Los tradicionistas operaton la superacién del costumbrismo sentimental y meramente descriptivo, apoyado en la débil virtualidad de fo objetivo, Tomaron gn su mayor parte como punto de pattida un hecho aislado de Ia realidad his- totica pero desprendiéndose de Ia nocién de exactitud y de las precisiones historicistas, lo adornaron con los dones de la imaginacién. Dentto del marco de las tradiciones se desenvolvié un universo mitico, a veces extravagante y truculento, poblado de personajes envueltas en un halo de misterio, que asumian Ja condicién de resucitados, condenados, sacrilegos, muertos en vida, emplaza- dos, encapuchados y endemoniados, los que alternaban con duendes y diablos xAVIE vineulados a situaciones en que se alteraba ef orden ordinario y natural de las cosas, dejando Ia solucién de las tramas a dictados de fuerzas extrahumanas, En esos ambientes extraordinarios y sobrenaturales se desenvolvian también acciones atribuidas a frailes y monjas que, desdiciendo de su prestigio de san- tidad o ejemplaridad, resultaban protagonistas de sucesos de escéndalo, rom- piendo los cauces de una sociedad antafiona, represiva y pacata, De esta suerte se lograron relatos que findaban con el prodigio y el milagro 0 con lo extraor- dinerio, creando una realidad mitica y maravillosa, en un despliegue de fan- tesfa que fue recurso usual dentro de los asuntos tratados en las tradiciones. Iv CONTORNOS POSITIVOS Y NEGATIVOS DE LA “TRADICION” No cabe duda que la rradiciéa cumplié un papel importante y significd un notorio avance dentro del proceso de la literatura hispanoamericana en el siglo xax, Contribuyé a perfilar varias personalidades literatias importantes, a revelar parclalmente el ser americano en la literatura, a superar [as tendencias imita- tivas de modelos euzopeos, a popularizar Ja literatura y a perfeccionar ef arte de narrar. La “tradicién" constituye también Ja primera tentativa de aliento para definir el catdcter original y peculiar de algunas regiones del continente, concurre a la revelacién de facetas inéditas de lo provincial dentto de cada pais, y recoge las caracteristicas histéricas y geoardticas de los pucblos hispanoame- ticanos. En tal forma se diversifica su tendencia nacionalista en una amplia gama de modlalidades lugarefias y no siempre urbanas. De otro lado, prosperé con ella asimismo un impulso democrdtico y liberal que condujo a crear una literatura de intencién popular. El escritor de tradi- ciones sintié més vigorosa Ia necesidad de lograr una expresion literatia acce- sible a las mayorias, de facil captacién por el hombre comuin, sobre todo para el perteneciente a las clases medias, dispucstas a recepcionar una literatura que satisfacia, al mismo tiempo, el anhelo informativo tanto como el placer imagi- nativo, Si la historia estaba dirigida y se escrib(a para los iniciados de las clases més cultas, el hombre comtin anhelaba una modalidad creadora que aunara lo real con lo imaginado, la verdad histérica con la ficcién. La “tradicién” Itend ese vacio y asi se hizo popular. Segiin dijo Palma “para atraer la atencién del pueblo creemos titil adornar con las galas del romance toda narracién histdrica”? La “tradicién” Hené de esta suerte, las modestas aspiraciones culturales det hombre comtin. Descubierto ese anhelo general, los iradicionistas, asumienda oe “Un virtey y un atzobispo”, tradicién incluida en ta segunda serie aparecida en 1874. XXVIII el papel de heredetos de la intencién docente y didéctica de los costumbristas, adoptaron también el lenguaje coloquial. Con la tradicion, que entraid el culto de lo episddico y de Io pintoresco, la literatura pudo Megat al pueblo, despojada de arreos academizantes y retéricos y de intenciones elitistas. Aun con las limitaciones que enseguida puntualizaremos, la tradicién sefiala, desde anzes que prosperese el cuento y la novela de raiz americana, el surgi- miento de una literatura propiamente hispanoamericana. Pero al iado de esos notorios y valiosos aportes, deben sefialarse algunos aspectos segatives 0 caestionables. Los tradicionistas hispanoamericanos, pat lo menos en sv gran mayoria, insistieron en incorporar a sus relatos [a intencién docente o moralista que Palma supo encubrir con su dominio de Ja expresién irénica. En cierta manera el propdsito didéctico y correctivo contribuyé a restat interés al flair narrativo. En general, el tradicionismo rindié excesivo culto a lo episddico y superfluo, enfatizando con exceso en el puro entretenimicnte o pasatiempo, Se hizo uso casi obligado de la anécdota volandera, envuelta a veces en la mera liviandad de} adjetivo. Era un género fécil al punto de confundirse con [a simple erénica pe ricdistica, olvidada de la elaboracién literaria. Habitud al menosptecio del rigor historiografico, ensefiando a entrar en el dominio de lo propiamente histé- rico con displicente actitud. Si bien no se cata en la rusticidad, en cambio se abusdé a veces de la despreocupacién y descuido en el culto del estilo. También es procedente sefialar que algunos tradicionistas cayeron alguna vez en la ergds- tula de lo tremebundo y de lo idflico, de la milagreria y la truculencia, sin que se mantuvieran en el equilibrado nivel histérico-ficticio que supieron imprimir Palma y algunos otros a sus relatos. Finalmente, no estén libres —ni el prosio Palma— de la tacha de intrascendencia en sus concepciones literarias, por ha- ber permanecido insensibles a las exigencias de una sociedad tan conflictiva como la hispanoamericana en el siglo pasado y aun en el presente. Se ha dicho por José Miguel Oviedo, que Palma cultivd “un arte menor”, carente atin del yuelo de la alta expresién literaria de la obra maestra, Lo mismo podria afirmarse de la tarea de los demés tradicionistas bispanoamericanos, tan cotizados por lo mismo en amplios circulos de lectores comunes, cuya modest exigencia Jiteraria habia resultado facilmente colmada. El “arte menor” resul- taba acorde con la imperfecta estructura de naciones de buena solera pero to- davia de imperfecta organizacién social, XKIX v HACIA UNA HISTORIA DE LA “TRADICION” HISPANOAMERICANA (Notas apuntes) Argentina En Ja Republica Argentina no tuvo la fradicién el auge que aleanzd en otros paises. Son contempordneos de Palma, Florencio Escarpé (n. 1840) quien produjo unos pocos relatos de este tipo, no recogidos en libro y Bernardo FRias (nacido en Salta alrededor de 1845) autor de un libro denso Tradiciones histé- ricas de Salta, que en dos voldmenes se edité por 1890. Esta obra que ha mere- cido una reedicién modetna (Buenos Aires, Ed, Tor, 1923, 320 p.) acredita la vocacién del autor, m4s histérica que literaria, aunque de amena lectura. Tam- bién es coetdneo del peruano antes citado, J. Pastor Setvando OBLIGADO, (Bs. As, 1841-1924), el més fecunde de los tradicionistas argentinos, autor de varias series de Tradiciones argentinas (Barcelona, Ed. Montaner y Simén, 1903, el cuarto tome fue prologado por Ricardo Palma). Sus relatos tienen el tono de crénicas historiales, con escasa galanura literaria. Azares de la vida Ilevaron a Juana Manuela Gorartt (de Belati) (n. en Salta 1818-1892) primero a Bolivia y luego al Pert, Casada con el caudillo y dictador boliviano Manuel Isidore Belz, y separada del mismo, vivid en el Peré con sus dos hijos que babrfan de desapatecer muy jévenes. En Lima regenté un esta- blecimiento de educacién y su produccién literaria empezé vinculada a la gene- racién romdntica. Durante su larga residencia limefia (30 aiios) entre 1845 y 1865 y luego entre 1866 y 1877, produjo poesias, leyendas, novelas y tradicio- nes, firmemente vinculadas a Ia tierra y a la suerte del indigena peruano, Pro- movié con sus publicaciones en El Comercio, La Broma, El Correo del Pert y La Patria y con. sus tertulias literarias, durante los afios 1876 y 1877, la aficién por el cultivo de Ja “tradicién”, como se advierte en el volumen I de Veladas Iiterarias de Lima (Buenos Aires, 1892), obra truncada por la muerte. En tiempos més recientes se ha revelado wadicionista un agradeble natrador que es Juan Pablo Ecriactiz, (San Juan, 1877-1950), autor de Tradiciones, leyendas y cuentos argentinos (Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina S.A., 1944, con vatias reediciones}, Bolivia En Bolivia Ja iradiciéa alcanzé logros no exentos de importancia y attactivo. Hay varios nombres que destacan en el siglo pasado, Con el cochabambino Na- tanicl Acurere, politico, pocta, novelista y dramaturgo (1843-1888), Bolivia OX inaugura una cortiente de tradicionistas de muy sefislada calidad. Los ottos nombres valiosos pertenecientes a la genetacién del 80, son Julio Lucas Jaimes, Modesto Omiste y José Rosendo Gutiérrez. Dice el ctitico Fernando Diez de Medina que Aguizre ennoblece el género con Ja hermosa tradicién “La bellfsima Floriana”, “‘elevdndolo a la categoria de obra de arte”. De otro lado escribid la mejor novela hist6rica boliviana: Juan de la Rosa, supuestas memorias de un soldado de la Independencia. José Rosendo GuvtirrEz, (1840-1883) més conocido como historiador y autor dramazico, escribié algunos relatos tradicionales que no Iegaron a con- formar volumen impreso. Julio Lucas Jarmes (La Paz, 1845-1914}, padre det notable poeta Ricardo Jaimes Freire, y periodista muy activo, residié varios afios en el Pert y publicé tradiciones en varios periddicos de este pafs, como La Patria, La Broma, El Aibum y El Correo del Perd, de Lima y en El Comer- cio de La Paz, y posteriormente entre 1890 y 1899 en La Naciéu de Buenos Aires, con el titulo “Crénicas potosinas”’. De Jaimes se ha dicho que no le iba en zaga a Ricardo Palma por su estilo atractivo y su capacidad de narrador. Comunicd dignidad estética a escuctos relatos coloniales de Potosi. Su libro La villa imperial de Potosi (Buenos Aires, 1905) es ua conjunto nutrido de tradiciones y leyendas de ese lugar histérico. Dentro de una generacién posterior, destaca Abel ALARCON (La Paz, 1881- 1954), con las narraciones de este tipo que incluye en su importante libro Era una vex... Historia novelada de la villa imperial de Potost, (3% ed., La Par, 1935, La Paz, 1952). En otro aspecto, se ha revelado novelista de la his- toria antigua americana con su obra Ex la corte de Yahuar-Huacac, (Valparaiso, 1915; 22 ed., Santiago, 1929). Esa inclinacién por el “tradicionismo” sub- siste hasta tiempos recientes, en que se ha tevelado un excelente narrador como Ratil Botelho Gosdlvez, (n. 1917). Colombia Més inclinado a Ja crénica histérica y a las memarias es el atractivo y pulido escritor José Maria Corpovez Moury, (Bogots, 1835-1918). Sus tradiciones aparecen insertas en ottos contextos, Es notable su libro De Ja vida de antatio, 3? ed., Bogota, Fd. Minerva, 1955. Entre los corresponsales de Palma, destaca su coetdneo Luis CapEtLa ToLEDo, (Santa Marta, 1838-1896), hombre miltiple que abarcé Ia milicia (Iegé a ser General), la politica y la literatura, Publicé 3 volimenes con el titulo de Le- yendas bistéricas, (Bogotd, Imp. de ta Luz, 1884-1885). Esctibié principal- mente tradiciones bogotanas. ‘Otro esctitor representativo es Camilo $, Detcano, (Cartagena, 1861-1930) médico y esctitor de costumbtes y evocaciones, quien publicé Historia, leyendas 1 tradiciones de Cartagena, en 4 volimenes XXXI Entre los més recientes tradicionistas colombianos se encuentra Enrique Orero D’Acosra, (Bucaramanga, 1883-....), quien ademds de excelente na- rrador, se ha distinguido como estudioso de la historia, En el orden de los rela- tos tradicionales ha publicado Historietas, leyendas y tradiciones colonbianas, (Manizales, Casa Edit. A. Zapata, 1934) y Leyendas (Bogoté, Biblioteca AL deana de Colombia, 1936, 146 p.). Igualmente, debe figurar entze los mas préximos José Antonio Lz6n REY, (Cundinamarca, 1903-....). Sus producciones literaries alteran con la acti vidad de jutista. Desde su juventud cultivé el costumbrismo de los ambientes en que trenscurrié su juventud. Su produccién de tradiciones y leyendas, se ins- piraen el folklore y la leyenda popular, Miembro de la Academia Colombiana de Ia Lengua. Su principal obra del género narrativo: Tierra enibrujada, (Bogota, Edit. Centro, 1942, 238 p.). Costa Rica Exponente mayor de Ja tradicién costarticense es Ricardo FernAnpez Guar- DIA (1867-1950}, investigedor de las letras e histatiador, y por muchos afios Director de la Academia Costarticense de la Lengua. Fue autor de una recopila- cidn titulada Crénicas coloniales de Costa Rica (San José, 1920), Cuba E] mds representativo de los esctitores de este tipo, al lado de Antonio Ba- CHILLER y Moraes, Francisco y Luis Victoriano Betancourr, Francisco de Paula Geraperr, fue Alvaro pe La Iciusta ¥ Santos (La Coruiia, 1859- 1940). Se inicié como novelist roméntico y folletinesco, pero en los primeros afios del siglo xx, empezd a escribir “tradiciones” que constituyen su obra cu. bana més lograda y perdurable. Ha merecido el aprecio intelectual de don En- rigue José Varona y el de Alejo Carpentier, quien scleccioné sus relatos para una edicidn reciente. De La IcLesia reunié sus Tradictones cubanas en tres series que subtituld respectivamente Relatos y retratos histdricos (La Habana, 1911), Cuadros vie- jos (La Habana, 1914) y Cosas de Antaiio (La Habana, 1916), Chile Desde la década del 70 (del siglo xix), Chile constituyé con el Peré el ptin- cipal foco de produccién de ¢radiciones. La fortuna de este género en Chile se debe @ la riqueza de documentacidn del pasado accesible a los investigadores, al XXXIL especial desarrollo de los estudios histéricos y a la presencia de escritores de valia cultivadores del géneto. ‘Un antecedente temprano, aunque todavia no con el cardeter de tradicionista definido, es Vicente Pérez Rosaes (Santiago, 1807-1886), que dejé una obra de memorias titulada Recuerdos del pasado (Santiago, 1882 y 1866}, obra cldsica de la {iteratura chilena. El mas temprano de los tradicionistas chilenos fue Miguel Luis AmuUNATESUI, (Santiago, 1828-1888}, amigo y admirador de Ricardo Palma. Su capacidad de estricto historiador le dio materiales aunque no donosura literaria, para sus Narraciones pist6ricas (Santiago, Imp. Nacional, 1876}, publicadas separada- mente desde 1874, Del periodismo y de la dramaturgia, surgiS Manuel Cancrza (La Serena, 1834-1891) autor muy celebrado por sus Tradiciones serenenses, (Santiago, R. Jover, 1883; dltima edicién, Santiago, Edit. del Pacifico, 1952-1953}, en las que presenté el ambiente de la provincia y su vida de antaio. Enrique vet SoLan (Santiago, 1844-1893) fue activo y ameno escritor de relatos ambientados en a época colonial. Public Leyendas y tradiciones, pti- mera parte (Santiago, 1875), segunda parce (Santiago, 1881) y tercera parte (Santiago, 1882). Justo Abel Rosarxs (Valparaiso, 1855-1896), corresponde a la década del 90 con sus crénicas histéricas que alterna con tradiciones y cuadros de costum- bres. Su libro Historie y tradiciones del Puente de Cal y Canto. (Santiago, Ed. Difusién, 1947, 166 p.), es nutrido de episodios amenamente relatados. ‘Aurelio Déaz Muza (Santiago, 1879-1933), produjo ya en el presente siglo, iniciéndose como autor teatral. Hla esctito abundantemente hermosas narracio- nes de marco histérico, contenidas en: Leyendas y episodios chilenos, 2 voli- menes, (3? edicién, Santiago, Sociedad Imp. y Lit. Universo, 1930) y en otras ediciones que han contado con el creciente fervor del publico lector. (Santiago, Ed. Nascimento, 1975). Otro tradicionista contemporaneo de Chile es Hermelo AnaBena Wi1L1aMs, (Santiago, 1906-1976), escritor de buen estilo modernista, en quien la nusrida informacion histérica se combina con {a frase recamada y elegante (Jo cual se aptecia ya efi sus titulos) como Entre espadas y basquifus (Santiago, Zig-Zag, 1946), Blasones, duendes y damillas (Santiago, Zig-Zag, 1948} ARABENA WILLIAMS ha ensayado con bucn éxito otros tratamientos de estilo propios de los nuevos tiempos, adicionados de elegancia sustancial que avala su condicién de poeta de buena ley. Cabria la mencidn de otros autores de tradiciones que acreditan cl auge det géneto en Chile, y que por razones de espacio no caben en esta antolog{a: Valen. tin Muricyo (n. 1841), Daniel Riquesme (1857-1912), Julio BaNapos (1857- 1899), Luis OrreGo Luco (1866-1948), Joaquin Diaz Garces (1878-1921), autor de Leyendas 9 episodios nacionales (Santiago, Ed. Difusién, 1944, 292 p.) y Fernando Campos Harsizr, autor de Leyendas y tradiciones penguistas (Santiago, Ed. Orbe, 1975). XOXTIT Republica Dominicana Dos ilustres tradicionistas, cuando menos, cuenta la literatura dominicana: Don César Nicolés Penson (1853-1902) y don Jestis Troncoso pg 1a ConcHs (1878-1955) César Nicolés Penson (1855-1902). Se considera a este autot como uno de los més destacados narradores de su pais. De uno de los voldimenes de su vasta produccién, Cosas aifejas (Santo Domingo, 1891} extraemos una “tradicién” ca. tacteristica. Penson fue colaborador de Hosros, peticdista de combate ¢ inves- tigador de la historia y de la lengua, Tanto en PENSON, como en el salvadoreiio Francisco Gavip1a y como en ottos autores del mismo género, se advierte ya el paso de la “tradicién” a la novela histérica y muesiran simulténeamente las galas del modesnismo. Otro ilustre tradicionista de su pafs es Jestis TRoNcoso Dr La CONCHA (1878- 1955}, quien dejé un hermoso volumen titulado Narraciones dominicanas (San- to Domingo, 1946), de intenso ambiente regional, y revelador del culto por el pasado histérico. Ecuador Muy poco difundida ha sido la produccién de relatos tradicionales de Nicolds Augusto GonzArez (Guayaquil, 1858-1918). Vatias causas han determinado ese escaso conocimicnto: en primer término, su largo exilio en el Pert entre 1885 y 1907); en segundo lugar, la dispersién de sus tradiciones en tevistas Ii. mefias de limitada circulacién y, finalmente, cl hecho de que las firmara con seudénimos de diffcil identificacion (“EI proscrito”). Eseribié con decoro ¢ ilustracién estudios histéricos, poesias y comedias, La mayor parte de sus “tra- diciones” se ambientan en Guayaquil, su ciudad natal, y también en otros Iuga- tes de Centro y Sur América. Otro notable tradicionista ecuatoriano es Modesto CrAvez Franco (El Oro, 1872-1952}. Publicé dos nuttidos volimenes de Crénicas de Guaya- quil antiguo (Guayaquil, Imp. y Talleces Municipales, $.A., 1944). Sa vere sacin histérica hace de sus relatos fidedignas expresiones del pasado no exen- tas de gracia expositiva. Revelando su vocacién de historiador, manifestada en valiosa produccida de esa indole, Cristébal de Gancorena ¥ JEJON (Quito, 1884-1954}, escri- bid un sugestivo libro, al par erudito y ameno, Al wargen de la Historia. Leyendas de picaros, frailes y caballeros, (32 edicién, Quito, Ed, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1962, 193 p.), cn el cual insertd “trediciones” docu- mentadas en antiguos infolios existentes en Ja Biblioteca Nacional de Quito, cuya direccién (al igual que Ricardo PALMA en Lima) cjercié Gancorena por muchos aifos, entre 1920 y 1932, XXBIV Sv contempordneo J. Gabriel Pino Roca (1875-1931) realixd semejante tarca en Guayaquil. La formacién cultural europea y dedicacién constante a Ia historia reflejan en sus evocaciones. Dentro de su vasta produccién histo- riogrdfica, destacan Leyendas, tradiciones y paginas de la bistoria de Guaya- quil (Guagaquil, 1930). Guatemala ‘Tanto como el Peri y México, Guatemala cs pafs de arcaica solera histéri- ca y centro igualmente importante de la obra colonizadora de Espafia, La tiqueza de los repositorios histéricos determiné la aficién por los estudios del pasado, teveladores de episodios curiosos y anecdéticos. Por eso, la tradicién tuvo asidero en ese material docurmental abundante que se dedicaron a ex- plotar los autores registrados. Juan Fermin Aycinena (Guatemala, 1838-1898}, foe autor de unce Rele- tos tradicionales que inicia en su pais el auge de este géneto. Con ms fortuna literaria cultivaron la éradicié# Antonio Barres JAuREGUL (Guatemala, 1847-1899), historiador, jucista, diplomatico y pol{tico que lle 26 a ser Presidente de su pais. Su tinico libro se titula Memorias de antafio (San Francisco-New York, Pacific Press Publishing Co., 1896, 286 p.). No es mucho lo que aporta Barzes en destreza literatia, pero con todo sus re- latos despiertan interés. Manuel Dofeurz Frorez (Guatemala, 1856-1919), no supera a Batres en su capacidad de prosador; fue escritor ocasional de poca consagraciéa a la literatura y lo embargaron las exigencias de Ix abogacia. Su dnico libro se titula Tradiciones, articulos literarios y Estudios de Derecho, (Guatemala, Imp, Sanchez y de Guise, 1923, 252 p.), y fue editado péstumamente. Agustin Mencés Franco (Guatemala, 1862-1902), es sin duda cl mis afortunade entre los autores mencionados. Su talento literatio se vuelca en sugestivas € iténicas tradiciones, en un estilo ano pero fluido y sugerente. La fortuna de su libro Crémicas de la Antigua Guatemala (13 cdicién: 1894-68 edicién: Guatemala, Ministerio de Educacién Piblica, 1956, 164 p.}, acredita sus notables condiciones de esctitor. El nombre de Miguel Ange! Asrurrtas no puede estar ausente de esta An- tologfa. Acaso sus leyendas en prosa tienen cicrtos elementos vinculados a la tradici6n tan rica y sugerente de Ja antigua literatura maya, de donde extrac elementos de un realismo afirmado en el espacio centroamericano. En Ja mé- dula de sus relatos cortos (Leyendas de Guatemala) se aloja el caudal mégi- co de los mites indigenas o Ja levedad de las evocaciones misteriosas de la época posterior a la conquista. La tradicién se hace en AsTuRtAS materia pogtica proclive a la ensofiacién. Por Jo tanto, no cabtia encasillarla en la estticta leyenda de su connacional Barres MonTUrar. Tampoco cabria iden- tificar su obra con las leyendas del romanticismo espafiol y de sus imita- dores XEXV Honduras El nacimiento y Ja iniciacién literaria de Rafael Heliodoro VaLte (1891- 1959), estan vinculaclos a su tierra natal, antes de tomar residencia en México. Su obra {ntegra de ensayista, cronista, poeta ¢ historiador se voleé desde temprana edad a la revelacién espiritual de Ia América Central. Es POCO co- nocida —no obstante su libro El espejo pistorial y otros intentos— su tarea como tradicionista, J. M. Tosfas Rosa fue escritor eventual, cuya obra se recoge en la anto- Jogia de su pariente Rubén Angel Rosa México En este pueblo de ran rica gama histérica y profuse literatura costumbris- ta, era natural que también prosperara con gran vuelo la irudicién, La pre- sedié el cultivo de la leyenda a la manera de los romdnticos espafioles, y en ese culto destacan José Marfa Roa BARCENA (1827-1908), Juan de Dios Peza (1852-1910) y Heriberto Frias (1870-1928). Con tales antecedentes, se perfilan tres tradicionistas notables. E] primero en el tiempo fue Vicente Riva Patacto (México, 1832-1896), hombre mutltiple: politico, diplomético, militar, historiedor y narrador, con dos libros; Cuentos del General (Madrid, Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1896, 292 p.} y Tradiciones y leyendas Mexicanas (México, J. Ballescd, s£., 218952). Luis Gonzdtzz OBREGON (Guanajuato, 1865-1938}, produjo nutridas se- ties de sradiciones recogidas en sus libros: Méxica viejo - Noticias bistéricas, tradiciones y leyendas (México, 1891-95) y México viejo y anecdética (Mé xico, Ed. Patria, 1945, 739 p.), Vetusteces (México, 1917) y Lus calles de México-leyendas 9 sucedidos (México, Imp. Leén Sanchez, 1927), Como en Palma, retrocede al pasado para criticar sus costumbres absurdas. Pero ninguno ha superado el talento fecundo de Artemio del VaLiE-Aris- PE (Coahuila, 1888-1960), que en los tiltimos afios de su vida ha escrito cerca de una decena de vohimenes que contienen sus hermosas tradiciones, Los més conocidos son: Libro de estampas, Leyendas, tradiciones y sucedidos del México Virreynal (Madrid, Biblioteca Nueva, 1934} y Del Tiempo pasado, tradiciones, leyendas y sucedidos det México Virreynal. (México, Edit. Jus, 1947), En tiempos recientes Enrique Corpero y T. (Puebla, 1904), agrega a la “tradicién” mejicana la nota regional. Proveniente de la préctica del periodismo y de una juvenil produccién polftica, Corpero ha destacado co- mo cultor de Ja tradicién poblana y a él débese igualmente ua volumen de le- yendas y tradiciones de su ciudad natal. XXXVI Nicaragua Dentro de las letras de Nicaragua, destaca como principal y més ilustrado tradicionista Gustavo A. Prapo (1886-1951), autor de un volumen con re- latos de este cardcter: Leyendas caloniales (Managua, 1920?), escritor dono- so, escapado de la historia estricta. Panama No es abundante el aporte de los tradicionistas panamefios. Un titulo de Narciso Garay, Tradiciones y cantares de Panamé puede Nevar a error, pues se trata sélo de una valiosa recopilacién folklérica, pero no hay en él ninguna narracién del tipo “tradicién”. En cambio, Salomén Ponce Acuitens (1868- 1945) aunque con poca destreza literaria, nos ofrece estampas vigotosas de este tipo. Paraguay Es poca Ja produccién de tradiciones en Paraguay. Los més notables pro- sadores se han volcado mayormente en la novela y el cuento, Una excepcién seria Teresa LAMAS Canisimo pz Roprfcuez ALCALA (1889-1970), que cal- tivd el géneto por largos afios y nos dejé los hermosos cuadtos de sus Tradi- ciones del hogar { Asuncién, 1921 y 1928). Peré Ricardo Parma (Lima, 1833-1919), el creador del género o especie tradi- cidn, fuc esctitor nato y multiple. A muy temprana edad se inicia como poeta sentimental y romédntico (1848) y sc entrega luego al periodismo y al teatro. En 1851 empieza su corta carrera de dramaturgo, truncada por su propia auto- critica. Desde 1853 Palma publica leyendas sin mucha originalidad, calcadas algunas del modelo espafiol. A fines de ese decenio sus creaciones en prosa empiezan a tomar nuevo giro. Perfeccionando fa estructura de ellas, surgen sus ptimeras tradiciones. Con su habilidad para conciliar lo atcaizante y lo po- pular, Palma logra impactar a un ampli pablico lector. Su influencia se ejer- ce asf dentro de su propio pafs e igualmente en todo el ambito hispanoameri- cano. Sus tradiciones se reproducen desde entonces extensamente. A Palma se puede estimar tanto por el sello original de su expresin lite- raria (estilo), por la ereacién de un género, especie o forma de narrat muy X&XVIT peculiar (estructura), cuanto por el sentido peruanista o hispanoamericano de sus temas (materia). Ademas, Palma consigue alcanzar un objetivo defi- nido y logrado hacia Ja ruptuva de la dependencia respecto de otres literatu- ras extracontinentales y la incorporacién de las exptesiones populares y de Ja lengua familiar y coloquial en asuntos amesicanos, dentro de Ja literatura culta, Ricardo Palma publicé a partir de 1872, ocho series de Tradiciones perna- nas (1872, 1874, 1875, 1876, 1883 (2}, 1889, 1891), a las cuales se agre- gaton 2 vohimencs mds, Mis dltiveas tradiciones peruanas (1906) y Apéndi- ce a mis iiltimas tradiciones peruanas (1910). Después de su muerte, apare- cid Je coleccién de Tradiciones peruanas, editadas pot Angélica Palma, su hi- ja, en 6 volimenes, (Madrid, Espasa-Calpe, 1924 y 1925} y mas adelante, Tradiciones Peruanas completas editedas por Edith Palma, su nieta (Madrid, Ed. Aguilar, 1953). Antes y después de estas fechas se han publicado, en el Perti, América y Espafia mas de media centena de sefecciones de las mismas, incluyendo versiones al inglés (Harriet de Onis), francés (M. Pomés) e ita. liano (T. Giutato). José Antonio de Lavaure (Lima, 1833-1893), alterné las actividades de diplomatico y de esctitor, Fue fundedor y director de la Revista de Lima (1859-1863) en la cual aparecievon {as primetas tradiciones de Palma, de Camacho y del propio Lavalle. Escribis biografias, novelas histéricas y un conjunto muy estimable de éradiciones cn las que siguié el modelo de Palma, 4 quien reconocla como su macstro. En éstas el elemento histético pesa mas que la ficcién y el estilo es un tanto anacrénico. Su actitud ante el pasado era conservadora, a diferencia de Palma que lo desmcnuzaba con critetio li- beral y sarcistico, Se ha hecho una edicién pdstuma de sus Tradiciones (Li- ma, 1951, 177 p.), teunidas por Alberto Tauro, Clorinda Marto pe Turner (Cuzco, 1852-1909), destacé desde muy jo- ven en el periodismo en Cuzco (directora fundadora de Fi Recreo, 1876), en Arequipa (directora de La Bolsa, diario, 1884-5) y en Lima (directora de Ef Peri Hustrado, 1889-90). Al mismo tiempo, desarrolié sus aptitudes para el cuento, Ja leyenda, el drama y las fradiciones. Con estas tiltimas publicd dos voliimenes distintos (Tradiciones cuzqueitas, Arequipa, Imp, La Bolsa, 1884 y Lima, Imp. Torres Aguirre, 1886) antes de lanzarse a esctibir su obra ca- pital que son las novelas de denuncia social: Aves siz nido (1889), Indole (1891} y Herencia (1893) Clorinda Matto agrega a la rradicidn un elemento nuevo: la emocién social, su campafia en favor de los indios y mestizos de los Andes, la exaltacién de sus virtudes dentro de] marco de la vida en la provincia peruana. Antbal Gdivez (Cajamatea, 1865-1922), se inicié en el periodismo y ac- tud Inego, como abogado, en los estiados judiciales. En esta actividad he- btfa de encontrar una fuente poco explotada por los tradicionistas, El examen de antiguos expedientes le permitié descubrir curiosos episodios que forman XEXVIIE Ja trama posterior de sus éradiciones. Las reunié en un libro titulado Cosas de antaho - Crénicas peruanas (Lima, Imp. de El Tiempo, 1905). Ventura Garcia CALDERON (Lima, 1886-1959). Notable escritor, se dis- tinguid especialmente en el cultivo de la crénica literaria, Ja critica y sobre todo, el cuento. Su filiacién “modernista” sefialé nuevas posibilidades a Ja prosa de ficcién en el Pert. Desplegé en Francia una extraotdinaria activi- dad como autor de ediciones de clésicos y modernos autores perwanos € his- panoamericanos. Esporddicemente esctibié también para ef teatro. Entre sus cuentos pueden hallarse algunas ¢radiciones en las que el rico y delicado estilo y la aptitud evocadora hacen pareja con una escépzica ironfa. Carlos Camito Carperon (Lima, 1884-1956). Pesiodista en sus comien- z0s, voleé en los viajes su inquietud por conocer ef mundo, En la madurez es- cribié una novela de tipo histérico (La crux de Santiago, Lima, 1925) y otra de costumbres (El dafo, Lima, 1942} y un relato de viajes y aventuras de fi. no corte modemista (La dusién de Oriente, Lima, 1943). Al mismo tiempo dio a conocer cuentos y érddiciones ambientadas en las provincias peruanas. Publicd Tradiciones de Piura (Trujillo, Imp. Moderna, 1944) y Tradiciones de Trujillo, (Trujillo, Imp. Moderna, 1944) en las que evidencia sus condi- ciones de exquisito nartadot. Puerto Rico En Puerto Rico la tradicién tuvo caudaloso cultivo, entre otros, con dos es- ctitores de notable calidad, El mds antiguo, Manuel Frrninpez Juncos (San Juan, 1840-1928), de extensa produccién con su obra Costumbres 9 Eradicio- nes (San Juan, 1883), En recientes ediciones se ha recogido el resto de su produccién de este cardcter: Galeria puertorriqueita - Tipos y caracteres - Cos- iumbres y tradiciones (1883) (México, Instituto de Cultura, 1958, 383 p.) y Antologta de sus obras (México, Editora Orin, 1960, 188 p.). FernAnpez Juncos es un escritor donoso, con grandes recursos y estilo pulcro que no desdefia el giro popular. Aparecié posteriormente Cayetano Cott y Tosre (San Juan, 1850-1930), autor de Leyendas puertorriguefias (San Juan, Edit, Puerto Rico Tustrado, 1924 y 1925, 182 p.), de Tradiciones y leyendas puertorriqueftas (Barcelona, Edit. Maacci, s.a., 3 vols. y San Juan, 1924 y 1925}; Narraciones bistoricas (Barcelona, Edit. Rumbos, 1962, 212 p.) y Seleccién de leyendas puertorri- quefias (México, Edit. Orién, 1997, 202 p.). El Salvador Dentro del 4mbito centroameticano, destacan las figuras de los salvadore- fios Francisco Gavipia (San Miguel, 1863-1955) y Francisco Herrera VE- LADO (1876-1966). XXXIX Gavia ocupé las situaciones mas destacadas en la actividad intelectual y politica. A mas de poeta, dramaturgo y ensayista, se destacd como conocedor profundo de la moderna literatura francesa, cortespondiéndole el mérito de haber iniciado en Jes lettas al insigne poeta Rubén Dario. Como amigo y co- rresponsal de Palma, se interesé por la narrativa de evocacién, lo cual se evi- dencia en Fl encomendera, relato de alta calidad literaria. La otra figura es Francisco HERRERA VeLapo, buen escritor, duefio de ptosa cuidada y narcador de singular vigor, que ha dejado obra conside- rable. Uruguay Uruguay puede exhibir por lo menos dos tradicionistas de calidad: Dz Marfa y ARREGUINE. Aunque Isidoro De Maria (Montevideo, 1815-1906), es tal vez el tinico tradicionista que pertenecié a una generacién anterior de la de Ricardo PALMA, su identificacién con el sentido del nuevo género es completa. En sus investiga. ciones de historiador, halld abundante documentacién aprovechada en sus re- latos, que corresponden a Ia época de su madurez. Igualmente utiliza sus propias experiencias de una larga y laboriosa acti- vided intelectual. Publieé Montevideo Antiguo - Tradiciones y recuerdos (Mon- tevideo, Imp. Elzeviriana de C. Becchi, 1887, 168 p., 2? edicién en 2 vohime- nes: 1888-1895), Victor ARREGUINE (Montevideo, 1868-1930?), poeta romédntico en un co- mienzo, se renovd en su prosa de cadencia modernista. Publicé Narraciones nacionales (Montevideo, 1900} y Lanzas y potros (Montevideo, Ed. O. M. Bertani, 1913, 147 p.}. Tanto en De-Marfa como en Arrecuine la fradicién se vuelca en ex- presidn literaria de valfa. Venezuela Salido de las investigaciones histéricas, Aristides Rosas (Catacas, 1826- 1894), encontrd en Ia “tradicién” Je forma de dar a conocer la pequeiia his toria de su pais, estudiadas bajo le sombra de viajeros ilustres como Hum- boldt, constituyéndose Rojas en algo ast como el padre def tradicionismo ve- nevolane, Escribié Leyendas bistérices de Venezuela, obta editada por prime« ra vez en 1890 y luego muchas veces (Caracas, Imp. Nacional, 1972, 2 vols., y Lima, Festival del Libro Popular Venezolano, 1958). En el Pert habia sido cercano amigo y colaborador de Palma, durante una estada de més de 20 afios, Juan Vicente Camacto (Caracas, 1829 - Patfs, 1872), Dej6 multitud de tradiciones desperdigadas en periddicos de Lima, de xL donde el autor de esta antologia las recopié para su inclusién en un volumen: Tradiciones y relatos (Caracas, Ministerio de Educacién, 1962, 172 p.). Son narraciones de fino y romAntico cardcter. Camacho contribuyé decisivamente a acufiar el apelativo de “‘tradicién” en el Pend y cn Venezuela, Proveniente del periodismo, Andrés Antonio Siva (Caracas, 1850?), vol- cé sus escarceos histdricos en la iradicién. Publicd algunas en El Cojo Tastra- do de Caracas y El Atenco de Lima, seducido como Rojas y Camacho por el ingenio de Ricardo Palma. No llegé a reunirlas en volumen. “Tulio Freres CORDERO (Mécida, 1860-1938) es el tradicionista de la zona andina de su pais como Rosas lo es de los Ilanos. Sus Tradiciones y leyendas las publicé por primera vez en su ciudad natal y mds tarde las refundié en su libro Archivo bistérico y Variedades (2 vols., Caracas, Tip. Suramérica, 1931), Sus relatos tienen un original sabor afiejo y romdntico, muy en con- sonancia con su actitud de exaltar la aceién de los hombres y de la naturaleza en el pasado venezolano. XLT CRITERIO DE ESTA EDICION No st HA merenran0 hasta hoy —que sepamos— confeccionar antologias especiales de tradiciones en cada pais hispanoamericano y tampoco una general que abarque las mati- festaciones del género en todo el continente, Constitnye ast Ja presente scleccién un primer intento de coleccionat matetia literetia tan valiosa y peculiar de csta parte del mundo como son ls éradiciones. El estudio de la fradicién hispancamericana exige un cauteloso examen textual, a fin de deslindarla de otras formas literarias que adoptan ciertos caracteres similares. Suele suceder que los autores no usen 1a denominacién propia y escojan ottas corso “estampa”, “leyenda historica”, “relato de antaio”, “relate histérico”, “cvadro viejo”, “natraciin historica”, “episodio”, “crénica”, “relate tradicional”, “anécdota” y otros tantos titules mis elaborados y menas genéricos. También se da el caso de autores que han usado Ja denominacién tradicién para designar piezes que no tienen el cardcter de tales y que son en realidad cuentos 0 estampas 6 cuadros de costumbres, No debe sorprender por tanto que esta scleccién incluya piezas a las que sus propios eutores no callficaton coma fradiciones aunque lo fuesen y que hayamos prescindido de relatos que tituldndose “‘ttaciciones” no lo eran en su esencia. Por razones de espacio y no siendo nuestro propésito trazar un cuadro exhaustive del gcnero en cada pais de Hispanoamérica, acs hemos limitado a ineluir en la antologla a Tos autores que se consideran mis significativos, dejando pare la bibliogeafta sefialar autores y obras no incluidas pero que podrian scrlo en una secopilacién més extensa, Fraramos de presenter de cada pais una mucstea representativa de sus tradicionistes. Al efecto, hemos scleccionedo un conjunto de escritores m4s difundidos en este géneto 0 espe- tie, y de cada cutor na o dos sradiciowes. En alguncs casos incluimos dos éradiciones de un mismo aator cuando las vatias maneras y Ia variedad de temas favoritos de un mismo tra Gicionista asi lo aconsejan. El lector se dard cuenta de In dificultad de nuestra tarea dada Ia dispersién de 1a biblio- araffa de Ta materia y Ia escasez de estudios previos sobre el asunto y sobte Ja estructura de Scte fenémeno literario. Al respecto, debe destacarse también el hecho de la inconexién cul- tural todavia existonte entre los paises hispanoamericanos, pese a los esfuerzos realizados filtimamente con cl fin de lopear mayores medias para resolver cl problema, Es muy dificil aun encontrar en un solo pais Ia bibliograffa conce:niente a Ia veintcna de patses restantes. Pata la confeceién de esta obra hemos recibido ayuda bibliogrifica invalorable que exige XLT cl testimonio de nuestra gtatitud a Juan Ignacio Tena, Director hasta hace poco del Institute de Cultura Hispénica de Madrid, y a José Yodfiex Cerdé, Directot de fa Biblioteca Hispé- nica de Ia misma institucién, cuyos fondos y personal se pusieron generosamente a auestta disposicién, asi como a tantos ottos costesponsales que nos han allegado textos 0 propor clorado datos acerca del desarrollo de este género en diversos paises hispanoamericanos, En ta bibliogtetia no hemos podido dejar de incluir algunas obras “eostumbtistas”, o también “leyendas” y aun “cuentos", que incluyen tradiciones © que se accrcaron tentatic vamente a ese género en diversos paises cle} continents, Como los titulos a veces no con. dicen con los textos, hemos incluido algunas fichas que aparentemente no se reficren a tradiciones aunque e! texto demuesira Jo contrario, Toda sntologia supore un criterio previa de selecciéa. En este caso, s¢ ha atendido primeramente a un juicio de representatividad nacional Foti incluidos telatos provenientes de 19 sepdblicas hispancamericenes. En segundo lugar, se ha adoptado el eritetio de incluir para cada pais Ja tradicién gencraimente consi dcracle como ta mas catactetistica de la regién, Cuando ha side inevitable conceder alguna flexibilidad at ctiterio de representatividad, hemos mantenido un prudente deslinde com Fespecto @ “leyenda” (fluit de imaginacién) 0 “estampa” o cuadzo costumbrista (apego al espcjo de fa realidad) {Los relatos seleccionedos mantienen en su estructuta ef vinculo con la historia, al mismo Hempo que la desenvoltura de un cuenio popular documentado en antecedentes clettos 9 cscenificado en una realidad reconocible y precisa. La inventiva eatra tanto en la ama o el desarrollo del asunto como en el uso del lenguaje adecuado a la calidad de los personsies, al lager en que ellos se desenvuelven o al momento en que actiian. Esta entologix intenta al mismo tiempo mostrar en esquems cudn atande fue el impac to de Ricardo Palma ea toda Hispanoamética. Es consecuentemente el producto de una vasta indagacién acerca de ese género tan especificamente hispanoamericano creado por Pal- ma a mediados det siglo pasado. La “tradicién” resulté el primer eslabén de una corriente acionalista, que recoge cl natrar populat, sobre hechos en parse ciettos, en parte ima. sinados. Ella respondia a una misma actitud de afirmat la identidad nacional y continental ante el deserédito de una literatura “importada” vigente antes de surgir la tradicidn, Con esta antologia se abe un campo poco transitado por la investigacién Heeratia, no obstante la vigencia del “tredicion’smo” durante un lapse de casi un siglo y Ja abundante roduccién de este jaez que bubo en Hispanoamérics. No pretende esta primera tea pilacién egotar las posibilidades de estudio de este género 0 especie que constituye un capftulo importante de la natrativa hispanoamericana del siglo xix ¥ que ain deja sus hue- las en el presente siglo. Antes bien, ella hace ostensible la carencia de estudios mono. ardficos sobre el proceso y desarrollo de lz “tradicién” en cada pais hispanoameticano, para Jos que cabria elaborarse sencias antologias crfticas, semejantes a la que ya tenemos avanzada sobre Ja “tradicidn” cn el Pent EM XLV TRADICIONES HISPANOAMERICANAS ARGENTINA FLORENCIO ESCARDO NI DIOS NI NAIDES LA PISA 1 EL UNico que inspiraba temores a Rosas, entre los Gobernadores de provin- cia, era el Dictador de Entre Rios, Capitin General Don Justo José de Urqui- za, hombre Ileno de popularidad después de la batalla de Indie Muerta (donde degollé a 500 prisionezos indefensos} que después de haber sido el més se- guto sostenedor del partido Federal, empezaba a presentarse como contrario, entrafiando las esperanzas del partido Unitario. La familia de Unquiza establecida en Entre Rios, desde la época de la Inde- pendencia, habia dado a sus hijos una regular educacién, enviando a estu- diar a Buenos Aires al joven Justo, que aprendié a leer, escribir y sacar cuen- tas. Escapado del colegio volvid a Entre Rios y entré de dependiente en una tienda en el “Arroyo de la China”, entonces pequefia poblacién de mil habi- tantes y a donde los gauchos de las cercanfas hacfan sus compras. Entre aquellos ignorantes, el joven Urquiza descollaba y come era robusto, gil, valiente y trabajador, varios desafios con fortuna y su manejo en el cu- chillo le dieron renombre. Econdmico, habiendo reunido un pequefio capital y ayudado por su padre, dejé ef empleo y fundé una tienda en 1820. Por fin, en una de esas revoluciones tan frecuentes entre nosotros, fue nombrado “Comandante de Ja Milicia Nacional”. El comandante adquirié en poco tiempo tal fama de inflexible, que los Jefes de Entre Rios no pudieron prescindir de su ayuda, cuya popularidad se extendfa por todo ef litoral Uruguayo. Las milicias que tenfa a sus drdenes se aumentaron y cuando Echagiie tu chaba contra Paz, Urquiza ya figuraba como uno de los fuectes sostenedores del partido Federal cn Entre Rios. IL Vuelto a esa provincia después de la batalla de “India Muerta”, fue nom- brado Gobernador en 1846; pero ese cargo piblico no le hizo perder al an- tiguo tendero su aficién al negocio; si bien le disminuyé las simpatias, pues su avaricia lo imposibilité de formar un ejéreito como lo habia hecho Rivera con su desprendimiento; y esto que a ese general deseaba tomarlo por mo- delo. Peto si bien Urquiza no Hegé por los mismos medios que Rivera a realizar su intento, lo consiguié por una via mas expedita: el terror que comenzé asf: Despugs de la cempaiia del Uruguay, Hamé a las armas a todas las milicias para marchar contra los Unitarios de Cortientes. Los contingentes venian de todas partes, pero Ios gauchos de Mocoreté desertaron. La campafia se hizo sin ellos y conchuida la guerra, conservando tropas en Cald, envié un destacamento a Mocoret4 con orden de traer a los antiguos de- sertotes. Habiéndose expatriado éstos, Urquiza dio orden que vinieran en eu lugar Jas familias. Cuando esas desventuradas Hegaron a Cald, les mandé conducir, en princi- pios del invierno, a una colina; no les permitié ni una manta, y por todo ali- mento, les hacfe dar las pats, las tripas, y otros desperdicios. Sélo_una vez, con centinela de vista, podian ir a beber al arroyo de Cal, como si fueran un rebafio! No podian hablar, y un anciano que quiso dirigitle Ia palabra fue inmedia tamente fusilado. Este suplicio dard tres meses, al cabo de los cuales permitid 2 los negros que formaban un batallén de infanteria, que escogieran esposas entre las pri- sioneras blancas; ¢] resto fue puesto en libertad; pero de 300 solo existian 40. Las crueldades de este hombre con los prisioncros eran teitibles, y dejan muy attés a las del mismo Rosas. I Ningtin jefe federal se mostté m4s implacable con los rendidos y sus ma- tanzas sobrepujaban las de Quiroga y Rosas, Su pasién no era sdto el poder, 1o era también Ia avaricia; subordinaba todo @ sus cilevlos de comerciante. Para él lo més claro y terminante de una expedicién militar, eran los miles de cabezas de ganado que aumentaba a las que poseia; de este modo pronto fue el primer propietario de Entre Rios, lo que no estorbaba siguiese su ne- gocio de tendero. Abusando del poder, prohibis todas las tiendas y pulperfas que no tuvieran 2 una autorizacién firmada de su pufio y letra, y como sélo la daba a sus habili- tados 0 a los que lo asociaban, llegd a ser copatticipe en més de 300 casas de negocio. Pero esto no le basté. Sembrd trigo y para venderlo mejor, prohibié la en- trada de harinas so pretexto de proteger la agricultura nacional. Siendo Presidente de Ja Reptblica, establecié contigua al campamento una gran casa de negocio donde veadia el pan de sus panaderias, el queso y la le- che de sus estancias y hasta las frutas de sus huertas y como el sueldo de sus tropas sélo era da carne, ésta la recibia como dinero para salarla y venderla a su vez. ¥ este trdfico no era oculio; Urquiza iba diariamente a la casa de negocio a saber el resultado e iaspeccionar los libros. Este es el hombre que en 1851 se levanié contra Rosas. Vv Aliado de los unitarios, vino también a serlo del Brasil, que dio su marina, un contingeate y dinero. Rosas, que siempre renunciaba y se hacia reelegir en su pucsto de Goberna- dor, segato del éxito, lo hizo en el afio de 1851; pero Urquiza que esperaba el momento oportuno, aceptd la renuncia cn cuanto a las relaciones exteriores y asuntos de paz y guetta de las provincias, recobrando el derecho y las prerroge- tivas inherentes a la de Entre Rios, esperando la convocatoria de un Congreso General que fijara su. organizacién definitiva. En su propésito, arrastré a Virasoro, Gobernador de Corrientes. Sepatados Corrientes y Entre Rios, el movimiento fue robustecido por el tratado de alianza de 29 de mayo entre el Brasil, Entre Rios y el Uruguay, para la pacificacién del Estado Oriental El Brasil daba 12,000 hombres; 138.000 ps. fts. al Gobierno Oriental; més 60,000 ps. fts. mensuales en cambio de Ja hipoteca de wna parte de sus rentas y una nueva demarcacidn de limites a lo quc Montevideo accedis. En junio de 1851 empezaron las operaciones, marchando Urquiza con 4.000 hombres sobre el Uruguay; 12.000 brasileros se hallaban en la frontera del Norte. Garzdn acampaba con fuerzas orientales en Paysanda, Virasoro cubria el Paranda y Ie escuadra brasilera al mando del almirante Greenfeel intercepta- ba a Rosas con Oribe. ‘Ast, apenas Urquiza paso al Uruguay, Paysandi cayé en su poder y todo el territorio oriental desde el Uruguay al Rio Negro se pronuncié en su favor. Entre los jefes, hallabase el general don Servando Gomez, y sin esperar el auxilio brasilero, el 8 de octubre se adelanté hasta el campamento de Oribe Una capitulacién tuvo lugar y las tropas de Oribe pasaron a las étdenes de Garzén, incorpordndose las argentinas a las de Urquiza, siendo de notarse 3 que los bataliones argentinos se entregaron sin bartderas, pues todas ellas fue ron llevadas por sus jefes a Rosas, Se dio un olvide general, no bubo vencidos ni vencedores, y Oribe quedé libre para irse o quedarse, respetando, Pot supuesto, las autoridades del nuevo orden de cosas. Pacificado el Estado Oriental, Urquiza reunié sus tropas en e) “Diamante” formando 30.000 hombres. La batalla de “Caseros” dada el 3 de febrero de 1852 se siguié a estos su- esos, v Venceder Urquiza, se instalé en Palermo, haciendo su entrada triunfal a Buenos Aires no sin haberla ensangrentado a su arribo con el fusifamiento del valicnte coronel que dejaba colgado en un arbol del “Versalles” Portefio, Su entrada fue de pésimo efecto, pues al frente de las tropas lo hizo en riguroso traje de brigadier, pero con sombrero alto de particular y cintillo punz6 de los federales.. . Este solo hecho lo despopularizé y fue habiimente explotado por los diarios. En las elecciones que se efectuaron en Buenos Aires, en abri] de 1852, fue detrotado completamente. Tuvo lugar la revolucién del 11 de septiembre que lo derracé del pader y vino el sitio de Buenos Aires que concluyé con el des- bande de sus tropas. Desde aqui la Republica quedé dividida: De un lado trece provincias con Unquiza de Presidente; del otro Buenos Ai- res convertido en Estado soberano. El caso es que las entradas de las trece provincias no alcanzaban a 200.000 pesos fuertes, sin crédito en el exterior, y las de Buenos Aires eran de 4.000.000, con un crédito ilimitado en Ja plaza de Londres. VI La provincia de Entre Rios estd formada de dos grandes secciones, que lo son la del Parand y la del Uruguay, divididas por cl tio Gualeguay. La seccién del Parand esta repartida en seis Departamentos que son; Le Paz, Parand, Diamante, La Victoria, Nogoyd y Gualeguay; y Je del Uruguay en cuatro que lo son: Gusleguayché, el Uruguay, Villaguay y Concordia. Ia superficie de esta provincia es de 117.000 kilémetros cuadrados; su po- blaciéa de 100.000 habitantes y la capital es le Concepcién del Urnguay (an- tiguo Arroyo de la China} con una poblacién de 5.000 habitantes, 4 La riqueza de Entre Rfos puede calcularse en 2,000,000 de ganado vacuno, 2.000.000 de ovejas y 270.000 caballos, yeguas y mulas. Su comercio consiste en Ia salazén y exportacién de cames, explotacién de las caleras del Parand y exportacién de cueros, sebo, grasa y lana. Cuando ta separacién de Buenos Aires, Uxquiza establecié Ia capital de las 13 provincias en el Parané, poblacién de 7.000 habitantes, VII En fa cuadta de un batallén que estaba en el Parand, conversaban varios soldados y un cabo. —Ya lo hemos oido todes, decia el cabo, 2é a Dios fe ha permitido el Gene- ral que la pise. —Y asi debe ser, agregaba un soldado. —iCémo no, pues! deca un cottentino, si hasta ahora #aédes la ha vencido y siempre ha pefezo con gloria en taifas partes. —Y se ha paseao vencedora por la América, desde el Plata al Chimborazo, ande la fue a clavar cl General San Mattin, agtegaba el cabo. —Si, pero ami me parece, cabo, que Dios es mas que todos y que él tenia derecho... dijo un soldado. —Miré, Juan, le contesté el correntino, si seguis hablando barbaridades te rompo la ctisma; lo que es delante de mi, ni Dios ni naides la pisa, y basta de conversat al fudo. Esta escena tenfa lugar entre los soldados del “Batallén Palma” con motivo de la pomposa fiesta de Corpus Cristi, que Urquiza mandé hacer en cl Parand, después de ser Presidente de las trece provincias. VIIL Jams se habia visto lujo mayor Las campanas de todas las iglesias se echaban al vuelo, acompafizdas por mi- Hares de cohetes voladores; todas las casas y edificios miiblicos estaban emban- derados, las calles cubiertas de hinojos y las tropas de gran parada formaban en la plaza. Un decreto del Presidente invité a todos los empleadas, y como en Entre Rios los desaizes a invitaciones semejantes costaban fa cabeza, no quedé em- pleado sin asistir ni frac que no saliera a luz. Las damas estaban lujosamente vestidas, Ilenando los balcones y las azo- teas donde se lucfan colchas de todas clases y colores; en fin, aquello eva una parodia de las fiestas de Corpus Cristi cn Buenos Aires. 5 IX Al salir fa procesién del templo, todo el mundo se prosternd. El general que mandaba la parada mandé rendir armas, y entonces Jos batallones que for- maban en Je calle en los cuatro frentes de Ia plaza, doblaron [a rodilla, cubrie- ron la Ilave del fusil y descubiertos, rindieron las armas. Los abanderados fo hicieron de igual modo, tendiendo en el suelo Ja bandera nacional. La procesién avanzaba majestuosa, viniendo a su frente Su Sefiorfa Tilma. Monscfor Matino-Marini, con la custodia en Ja mano, cubierto con su magnifico traje de Obispo y su dorada mitra, debajo de palio llevado por seis sacetdotes. Detrds, de gran parada, venia el Capitan General, Brigadier, Presidente de trece provincias, D. Justo José de Urquiza, siguiéndole el General Pedernera con el guide, En fin, allf iba el cuerpo diplomético, todos los empleados puiblicos y mul- titud de particulares con citios encendidos, Verdaderamente, la procesién eta magnifica, porque, de cierto, no hay pom- pa religiosa ms imponente que la catélica. Las misicas, los cantos, los cohetes y las salvas atronaban el espacio. x Cuatro varas antes de llegar a la bandera de un batallén que naturalmente tendida, salia de las filas interceptando parte de Ja calle, el general Urquiza se acereé a Su Sefioria Monsefior Marino-Marini y le dijo al oido: No ta pise. Era tal ef ruido de las misicas, Jos cdnticos y los cohetes, que probablemente Su Sefiorfa no lo oyd o no lo comprendié, siguiendo su camino. Al rato Urquiza volvié a acercarse diciéndole otra vez: No fa pise. Y como Su Sefioria tampo- co lo ayera y siguiera avanzando, al irle a poner el pie encima, el general Urquize, tomdndolo violentamente de su capa talar, le dijo con acento ame- nazador: —No la pise... que no es para pisarlat Su Sefiorfa se quedé pélido y después de un momento de turbacién, bendi- ciendo a la bandera, desvié la marcha y continué su camino. Es de imaginarse cémo se comentarfa este incidente y la parte moral que dejarfa en los soldados, y en ef pueblo, acostumbrado a prosternarse con vene- racién aute Dios, nombre con que generalmenie el vulgo designa Ja custodia que se saca en las procesiones, Asi, pues, con razén decia el correntino, a propésito de la bandera de la patria: Ni Dios ni naides La pisa. Monievideo—1873. [De: El Corseo del Perd, sfio V, Tomo V, 30 de diciembre de 1875.] 6 BERNARDO FRIAS LA ENCOMIENDA DEL OBISPO Termmnapas que fueron las ceremonias de In fundacién de Salta, el Obispo Victoria, que, a lo que va a verse, cra un espaftol (0 portugués como alir- man otros) muy amoroso de su madre patria, Espafia, dio la vuelta a su tie- rta, después de una gran gresca con el Gobernador, levando dentro del saco buenas acusaciones contra el sefior de Lerma, su colega mayor en los queha- ceres del nacimiento de la ciudad de Salta. ‘Al echar los cimientos de ella y repetido al pisar el estribo de la mula pa- ra emprenderla camino al Pert y tomar de alli buque para volver a sus Espa- figs, se cuenta que contrajo el grave compromiso de enviar desde aquellas ultramarinas regiones, un Cristo para la Matriz, como ya le habia hecho igual promesa a la iglesia de dominicanos de Cérdoba, de enviarle una imagen de la Virgen del Rosario. La pareja, bendita y Mena de ignoradas gracias, salié no se sabe de qué puerto, ni ch qué buque ni en qué dia de las playas espafiolas, de donde nos venfan todas las cosas, buenas y malas, dasde Ins nobles damas hasta los viles tatones y las chinches Tban bien encajonadas, bien provistas de cuanto habia menester pata que no suftieran deteriore en Ja travesia del Océano y mayormente en el trastor- no de los mds elevados montes helados de la tierra que, para Wegar a Salta y en seguida a Cordoba viniendo del Peri, habia entonces que recorret todo eso y vencerio, primeramente en buque de vela, haciendo las 6.000 leguas que se decia separaban al Cailao, y luego las 600 que se tenia en cuenta co- mo interpuestas entre Lima y Salta, y unas 250 que se calculaban desde esta ciudad hasta la de Cérdoba; pues entonces las cosas del ofro mundo tenian que hacer trayecto a Ja inversa de lo que hoy lo hacen para Megara estos des- tinos; siendo asi Buenos Aires el diltimo extremo de Ja carrera. 7 Como Ja partida, como el puerto, como el vehiculo de transporte, también se tragé el misterio Ia suerte que corrié aquella nave en su camino, que no volvié a apatecer mas. Pero una apscible tarde de junio del afio de 1592, los vigias del puerto del Callao Hegaron a columbrar a lo lejos dos puntos negros que se mosttaban y desaparecian entre las mansas olas del mar. Buques no podian ser ni por la distancia a que aparectan con tan reducido volumen, ni ndufragos tam- Poco, pues que tiempo ya tenfan para haberse hundido en los abismos. Los misteriosos puntos, sin embargo, que asf robaban las miradas de la guardia del puerto sobre el lejano horizonte, fueron tranquilamente acercén- dose, “sin gobernatios y sin pilotos, bogando hasta varar en las arenas del puerta, dos cajones’’. Asi fo hemos encontrado con sorpresa descripto, al ascender, en 1916, la escalera que conduce al camarin de fa virgen del Rosario, en el templo de Santo Domingo de Cérdoba, escrito en un viejo manuscrito, guardado entre cristales, Aquellos en un principio dos puntos obscuros, se convertfan de esta suerte, en dos cajones Megados del centro del mar, y enderezados por si mismos hasta asegurarse en el desembareadero mayor del Pert. Fueron a ellos los curiosos, y més que curiosos, asombrados guardianes, y feyeron sus rétulos escritos en Tetras marcadas a fuego, el uno cirigido para la iglesia Mauriz de Salta, y el otro para Santo Domingo, de Cérdoba; ambos levando la firma del Obispo Victoria que, pot esa misma fecha, pasaba de esta vida cn el convento de Atocha, en Madrid. Era nuestro gobernante superior, después del Rey que se Jas dormia en Ja corte, el virrey de Lima Don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cafiete. Porque estas tierras desiertas, de quienes las armas espafiolas no ha bian terminado 1a conquista todavia, vivian bajo la dependencia del Pert, El marqués de Caiiete, militar como casi sin excepcién eran y debian ser en tales remotos dias los gobernantes de América, habia figurado, como los demas conguistadores, matando franceses en Italia y clavando picas en Flandes. Esta célebrc sombra de Su Majestad era, como Don Felipe I] que desde mds lejos todavia nos mandaba y disponia de nosotros, cristiano viejo, catéli- co profundo, sin gota de moro, hereje, judfo ni sambenitado; y ademés, hom- bre de pelo en pecho; por lo que, déndole cuenta de la maravilla, dispuso sobre el punto fe prepararan la mula, aunque otros dicen que la virreynal ca- Troza, y ottos que sobre mula enjaezada con primor de riqueza; nueva, grave ¢ interesantfsima cuestién que puede quemar el seso y preparar la calva a los sabios eruditos apasionados de estas rifias, tan dtiles como ellos al bien de Ja humanidad; y rompid asf el trote al Callao. De allf salieron camino a Lima uno y otro cajén, que habian sido examina. dos por ambas potestades en cl puerto; y resultando ser de la encomienda del Obispo Victoria, el Cristo ofrecido para la iglesia de Salta, y la Virgen del Rosario para la de Cézdoba. Iba Ja piadosa carga conducida a fuerza de brazos de indios, y arreando en procesién a cuantos habian ide con el gobierno desde Lima, y a cuantos desde el Callao segufan a Lima con el gobierno, los més, por adhesin al que mandaba; pues, en aquellas noches de janatism:o, habia menos aduladoxes que en nuestros dias de las ciencias y de las luces. Hizoseles en La Capital, en su honor, solemnisimas fiestas, despidiéndolos en soguida la poblacién en masa; por que habia que entregarlos a sus duefios, sin aguardar @ reclamacién. Partieron para el larguisimo viaje, en que tenfan que recorrer media Amé- rica casi, y trastornar !a nevada cordillera de Ios Andes, otra vez en ‘brazas de los indios cargueros. No se ha tomado cuenta del tiempo que gastaron en el trayecto, ni del mimero de brazos empleados en el acarrea. De lo que si ha quedado memo- tia es de que, una vez Ilegado a Salta el cajén de su pertenencia, no recibis el tributo que en tierra del Perd; antes mds bien fue desdén y dlvido lo que Je brindaron; probando al paso cudnta razén tenia San Francisco Solano en haber sacudido sus sandalias al pie del Portezuelo, para no Ilevar de Salta ni el polva; pues parece que, como Esteco, era una poblacién que més respon- dia al jolgorio y al comercio, que al pensamiento de sorir babemus, de San Bruno. De esta suerte fue el Cristo echado a un rincén de la sactistia de fa Matriz, ast, tal cual los enviados peruanos del Virrey Jo entregaron. Los incutiosos vecinos y los pocos edificadores sacerdotes de aquel enton- ces {en esto un poquito parecidos a Ios de hoy), ni siquiera, dicen, se preocu- paron de abrir la encomienda y ver con ojes propios el contenido; parece que importéndoles poco més que un comino todo ello: y tomando to de la ma- ravillosa aparicidn en las aguas del Callao por encantadora aventura, muy pro- picia pera Henar la conversacién del dia y para pasar sobre clla y no volver més; pues, entre la tela de arafia y el polvo de los aiios quedé alli cl Santo Cristo olvidado por un siglo. Asi como suena, ni més ni menos; cien afios guardado sin que volviera la luz del dia a besar su corona de espinas. {Bernardo Frias, Tradiciones Histdricas, Buenos Aires, Editotial Tor, 1923, 320 p.] PASTOR S. OBLIGADO CASAMIENTO A PUNALADAS I ALro, magro, jatanero y bonachén —aunque cuando montaba el picazo se le solia it de la mano—, decidor y decidido era el frailecito que dragoneaba de capellin castrense en la Division del Oeste, contando més chinas casadas, sie: temesinos bautizados de barraganas casadas y gauchos desbarraganados, que cuentas su rosario, Gierta ocasién [en] que habia salido del Campamento Nacional, cabalgan- do chéicara mula cuyane, Iegd al caer Ja tarde a un rancho pobre, algo aisla- do, donde la ainiga de un paisana bastante ristico y tan de pocas palabras que Je apodaban cf silencioro, se adelanté alegre y chatlatana, saludandole: —Buenas tardes, Padre; dése contra el suelo y acérquese al fopdn: le con- vidaré con un mate. — Dios se las dé muy buenas, comadre. ¢Y su hombre por dénde anda? —Alllicito no més, sobando un cinchén bajo el alamar de Ia acequia quedé mi Ciriaco. ;Velay! Aqui viene con el més gauchito, que anda buscando gileyes perdidos. Y 4 su arribo, continué el didlogo no interrumpido por el cimarrén, hasta hacer sonar bombilla, que cebaba la patrona, agreganclo el padre capellén: —¥ ya que hablamos de bueyes perdidos, zpor qué no se casa, don Ci- riaco, regularizando su situacién, pues olvidé pasat por Ia sacrisi‘ antes de echar detrds de la iglesia numerosa nidada? —iQué quiete, Padre, somos probes! Los tiempos andan malos, y al que nace barriguda que lo fajen es al fiudo, —Pero para matrimoniarse con una mujer y dos voluntades a veces con una sola basta. 2A qué andar heciéadole feos al matrimonio? 10 Y como al frailecito, por demés charlatn, solia irsele la sin bueso, fio Cir riaco, de pocas palabras, entre mate y mate, no obstante la conversacién de la china, continuaba mudo, los ojos bajos, fija la mirada en el suelo, trazan- do con el dedo gordo del pie desnudo marcas y contramarcas —iinico di- bujo que alcanzan cuatreros—, moviendo la cabeza a todos lados. Al fin, cual si vinieran arrocindndole reflexiones tan repetidas, contesté en voz baja, masti- cando o witurando contradicciones interiores: —Bueno, Padre, si tanto se empefia, jbendicién mds 0 menos no hard dafio! —Las cosas buenas, hacerlas pronto. Hoy es lunes, y como esta semana tengo muchas almas que fimpiar, pues cayeron a ejercicios fos mas recalcitrantes, ef sébado temprano vendré a echatles la bendicién para que el domingo, después de misa, salgan todos bien acollaraditos y en gracia de Dios. Fi gaucho qued6 tezongando en un rincén, tascando el freno o el bocado, poco ganoso de probar otro bocado; a Ja china gordinflona, risuefia y mofletuda, temblequedadole prominencias maternales, parecidas a jaleas mecedoras, por rafagas de risa; y el curita, salcando en su mula, regresé al campamento. No era jugador, catterista, ni siquieta gallero, tinicamente. . . jpoca cosa!, 20 adelantéis, maliciosas lectoras, pecaminosas murmuraciones. Esa noche, tal vez contento por cerrar cadena de matrimonio con el més empedernido, 0 quizd por el frfo que bajzba de cordilletas, ofasele repetir con frecuencia fa jaculatoria de todas las noches: — Dame otro beso, negrita, y vamonos a dormir! Tan carifiosas demostraciones despabilaban al monaguillo, a pesar que ni por el ojo de cerradura, o tendija alguna, descubria la Perpetua de todo cura en campaiia, hasta que a sus castos pensamientos volvié el intranquilo sactistén, cuando tras mucho rebuscar, descubrié a cama, entre porrones y limetas. .. equé les parece a ustedes que descubtiera...? La botella de ron marca “Ne- gtita”, “desdoncellada” por tantos besos —que pecado no era en noches crudas, IL No pequefia sorpresa tuvo el capelldén el sabado siguiente, al no encontrar un alma dentro del rancho, ni a quién preguntar hacia déade rumbeara el gaucho maula, de no interrogar Ia gata barcina que salté por la ventana. Sulfurade por al chasco, volvid a saltar el flete del comandante, que por ligero le habia pres- tado pata el caso, diciéndose: —;Pues yo no me quedo sin casar! Y girando la vista en [sw] contorno, ni muchinga-cazarratones descubria, ya echando de menos [a escopeta a su espalda, padrecito tan casamentero que las cazaba al vuclo. Pero, al fin, empindndose sobre los esttibos, alcanz6 a divisar lejos, muy lejos, [una] cartetita desvencijada o castillo dislocado trasmontando u Ja loma més all por donde el diablo perdié ef poncho, que con cuatro desporti- Naclos trastos viejos, mudeba el gaucho matrero tode la crfa, asustado del matri- monio que maldito si distingufa en resultados de lo que practicaban. ~—éPara qué casarse? —se habia dicho reaccionando—. Para que al dia si- guiente me selga la china respondona con el santo y la limosna. ..? ¥ aunque el sol ya picaba fuerte, observando la marcha parsimoniosa de bue- yes entecados, retardada por las sentadas de mula culatera, picd el caballo, y antes de! cuarto de hora lleg6 a la Isidota el tiltimo de su barraganeria. —iPérese, amigo! Donde va? —exclamé cruzando et caballo en medio del camino, —iOttit gDi ande me ha salido, tata, pa que tenga que pedirle licencia? —No habsd resucitado el muezto; pero as{ no se engafia a fa gente. zNo dijo que viniera a casarlos,, .? —Es decir: usted dijo que vendrfa... no sé si pot los cinco pesos de Jas bendiciones 0 por otra cosa... ~-iAh!, maulén, ahora verds; te voy a dat cinco chitlos por deslenguado. ~——iFso serd si le da ef cuero, 0 no se enrede en las polleras! —contesté el gauche taimado, pelando al mismo tiempo su alfajor. ¥ alli nomds se trenzaron a cuchillo limpio tajos y reveses, como caticlas ma- trimoniales, a tiempo que la china, en rafagas de risa intermitente, desde Ia carreta se desgafitaba: ~—iJestis, Marfa! No se maten, que la cosa no es ps’tanto. Y sin parodiar al desencantado autor del Diablo Mundo, que achaques de poesfa no entendia la cuadrada y sdlida barragana, pensaba, sin duda: —Que baya un marido més, 2qué importa al mundo? TIE A sus grites, hacian coro llantos de chiguilinada, a punto de queda: sin padre —éPor qué no ve has de casar, indino? gPara qué lo prometiste> zAcaso Porque ves sotana, me tomaste por aguantapulyas fécil de engafiar? —se ofa al frailecito, que era una luz en tajos y reveses, y como rclampago pata agacharse @ irsele al humo con su affiler, —Me va a perder mi hombre —lamentaba Ja parte contratia, que habia teba- nado ya medio habito de su paternidad, hasta que al poner fin a la lucha, antes de tropezar en el otro medio, de un doble quite y atropellada a fondo cayé al suelo el candidato a matido, o a difunto. ¥ tirando el cuchillo, dijo el mas cuchilleto: —jAhora, a curarse, que yo no achuro a cafdos! Y¥ quiso que no quiso, después de fajarle la herida con jirones de su propia camisa sucia, al par aplicaba unglientos y consejos, bajo cl mismo vendaje reperfa no hiciera ascos al matrimonio, que, al fin, no es tan malo como lo Pintan, 12 —jOtri! jLo habré probao, Padre, con buena suerte! Viniendo en rumbo apuesto por el caminito a San Rafael, unos guasos arrieros del otro lado se pararon a curiosear tan rara trifulca, y ayudando a subir al be- rido a fa carreta, ofan: —jAhora, a casarse tocan! —Y quieras que no quieras, sin una ni dos, casi sin expresar voluntad de partes, haciendo intervenir como testigos a viajeros que por el polvo levantado poco vefan Jo que atestiguaron, eché Je bendicién entre dos latines, tubricando la partida sobre el misal, y agregando tres cruces los que no sabfan firmar, que eran casi todos, y saliéndose con la suya, casorio en media pampa, como no logré el virrey de Lima, en circunstancias semejantes para los casamientos de Real orden. Esa noche, en los fogones del campamento [de] vanguardia se comentaba la hazafia, repitiéndose las palabras que de regreso al rancho del que ya no tenia a qué buir, referfa el convaleciente todavia medio abombado: ~—jCaramba con el Padrecito éste, que habia sido pieza! Como hombre me vencid; como cura me curé, y como capellén me matrimonié entre pedregales y cordillera, donde cizafia y sio-mio germinan mds que yerbabuena. La tradicién no agrega si este casamiento a pufialadas dio fruto de bendi- cidn, o semillero de apuiialeadores. No ser4 éste todo un cura ejemplar de mansedumbre; pero exaltado en bue- nos propésitos, ctefa que todo medio era bueno para alcanzar buen fin, o que en muchos casos y cosas el fin justifica los medios. . (Décima serie, pags. 171-176.) (De; Tradiciones argentinas, Buenos Aires, Hachette, 1955, p. 253-257.) 13 LA PRIMERA SANGRE (Tradicién de 1809) Al Dr. G. Udaondo I ~—La PRIMERA sangre que hubo de correr por la independencia de esta tietra, fue la de mis nalgas —nos dijo pestafieando un dfa el grave ministro de Ha- cienda. —iCémo! {Dio usted algtin gran galope levando la noticia de la revolucién de mayo, como D, Gregorio Gémez dentro del regatén le llevé a Chile? —Nada de eso. —¢O acaso un tropezén en falso Je hizo resbalar, y no de arma blanca ni de fuego, sino de arma verde recibieron las de sentarse sin cuenta heridas de ver- de zarzal? ~Nunca fui muy de a caballo, por més que buenas estancias dejo a mis hijos, ni anduve en malos pasos, aunque, por mi mal, tropezdn mds de uno pe- gué en la vida. —Crefa al teniente Vélez (hermano del sabio codificador, segin reza su lé- pida conmemorativa a Je entrada del paseo Sobremonte, en Cordoba} y al teniente Balcarce {hermano de los cuatro generales de este nombre) las ptime- ras victimas de Ja patria en el encuentro de Cotagaita, alld por Suipacha, —Si, en el Alto Perd...; pero Ia revolucién de mayo, como todas las co- sas, tuvo su preparacién, y hasta hubo una revolucioncita de prueba, puede decirse, y sin duda por su correccién salié mejor el 25 de mayo de 1810, Justa- mente ef afio antes, por aquellas alzuras del Chuquisaca, se puso en ensayo la 14 escena, y sus primetos papeles, aqui bien copiados y alli mal distribuidos, hubiéronme de costar sangre. Didlogo tal ofamos una mafiana acompafiando a cierto respetable mi- nistro, contemplando Ia casa en actual demolicién, Defensa, 70, mientras que abriendo sus gtandes ojos en blanco, nos referia el tema de [a presente tradicién: «Aqui estaba la escuela de D. Francisco Argerich, después que dejara las haimedas bévedas en cuyo subterréneo inaugurdése posteriormente Ja célebre asociacién Lautaro. Si estas paredes hablaran, jcudntas curiosidades no oirfa- mos! Pero mejor es como estan: asi mudas, todo pasa en silencio, lo bueno co- mo lo malo; de buenas o malas acciones, ni pizca queda de memoria en un pueblo donde al dia siguiente todo se olvida, Puesto que de Ja sabia escuela de fa experiencia, con ser la que més alec- ciona, ningin provecho sacamos, y como inexperto pueblo, siempre aifio, marchamos a tientas, sin brijula segura, sin mirar mds para a:rés que para adelante, ni cuidatnos mds del mafiana que del ayer, todo es para el caso la misma cosa, y asf todo en embcollada confusién rodando va a un abismo. Lo mismo, de esta Escuela salieron malas y buenas cabezas. Recuerdo en la fila de adelante el banco de los dos Juanes, donde se sentaron sucesivamen- te por algunos afios, primero Juan el ticano, y luego Juan el martir; m4s atrés el de Ios dos Conchas; el banco de! virrey, frecuentado por el iltimo hijo de Liniers, y el otro de Saavedra, Escalada, Oromi y tantos otros aventajados que figuraron més tarde. As{ en una antigua familia de brillantes inteligencias, que antes y después descollaron entre D. Cosme y D. Cosmecito Argerich, lumbteras de la cien- cia médica, y un cura y coronel, y médicos y abogados y literatos, hubo un maestro de escuela de ese nombre, que tanto dejé nombre por su dura disciplina como pot su patriotismo), Y colgando Ja palmeta (que més liberales principios rompicton ya, como el cepo), recordaremes su patriotismo y cSmo a punto estuvo de perder la cabeza en le conspiracién revolucionaria, a haber perdido la serenidad, Por eso nada diremos aqui de otros célebres escucleros ni del verdugo, asi Ylamado el futuro general Concha, porque de poste de ignominia setvfa al pobre designado Al rincéa Quita calz6n... I Eran Juan y Juanito los dos muchachos de més linda letra en toda la escuela. El uno, ya salido de ella con tan lindos rasgos caligréficos como los de su her- mosa fisonomia, de claros ojos azules sobre résea tez, disimulando todo el in- 15 fierno de pasiones que hervian dentro de su pecho. El otro, més modesto, més patco, més moderado, parecia que al venir a substituir en su asiento al primer Juan de Ia buena letra, heredara la de su antecesor. Alguien ha dicho con més verosimilitud aquello de que el estilo es el hom- bre, que el cardcter es el cardcter. No quisiéramos repetirlo, pues que hombre de muy buen cardcter conoce- mos de pésimo cardcter, y prueba al canto presentaba la escuela de D. Fran- cisco Argerich en cl muchacho més lindo y de més bella letra, pero tirano desde su infancia sobre cuanto chicuelo cafa bajo su férula, Sea de ello lo que fuere, la verdad es que el aiio de 1805, salido ya Rosas de la escuela, no habia mejor letra en aquélla que la del nifio Juanito, des- pués honrosamente conocido por e] Sr. D, Juan Bautista Pefia, ministro de Hacienda, presidente de la Municipalided, del Banco y de muchas otras cosas buenas a que su acrisolada honradez, energia, espirity econémico y hombria de bien en todo sentido, le Levaran a presidir, OL Comezén revolucionaria ardiendo veoia ya hacia afios por el virreinato y la América toda. Sin duda, lo que ¢s el mal ejemplo. Atrevidos yanquis, en América, inventado hablan pata el uso particular dentro de casa Ia igualdad de los hombres y otras méximas nocivas y anthi- giénicas en las viejes sociedades cuzopeas, y universalizdndolas hébiles france. ses que todo se asimilan, ensayaron el traje del nuevo mundo, adaptando a sus anticuadas costumbres los principios indebidamente Iamados de Ia revolu- cin francesa, cuando en verdad Jo son de la anericana. Pero, asi como de esta centella, chispa saltd prendiendo en le vieja Francia, y entee ellos un momento la Repdblica iluminé al mundo, asi de aquella revo- lucién de Ja Francia salté otra, prendiendo a lo que escapé de las lamas en este nuevo mundo; pues donde Ia espada de Lafayette no Ilegé, alcanzaron Jos resplandores de sus més elocuenies conciudadanos. En México, en Venezuela, Quito, Cuzco y la Plata y el Plata, empezaron a echar humo sus papeles, y papelito corrosive dejaba olor a papel quemado, Aqui, por ejemplo, después de la reconquista en 1806 y la expulsién de los ingleses en el afio siguiente, los hijos del pafs dijéronse: —Nos hastamos y sobramos para nuestro capote; no queremos capota ajena. Poco después, el 1° de enero de 1809, en un movimiento Local, los ctiollos probaron un iltimo esfuerzo (siempre en ensayos) y dejaron 2 los europeos bajo su influencia. Ya al pueblo fe iban creciendo alas y necesitaba las del céndor para remon- tar por encima de los Andes, 16 Pero antes de hacer volar sus soldedes por tan altos riscos y precipicios, ex puestos a romperse una pierna los pobrecitos, si no se rompieran las dos, como que saltaban las mayores aliuras de la tierra, echaton a volar sus ideas, Jos nuevos principios que como chisperos de Ja revolucién leverian trivnfan- tes por toda el haz de la América en [a punta de sus bayonetas. Papelito canta, se dice hoy. Papelito vuela, se decie entonces; y por todas partes aparecieton éstos encendidos ¢ inflamables, causaban pequefios incer- dios que con més o menos dificultad se consegufan epagar. No habfa en Buenos Aires otra imprenta que [a de Expésitos, y de ella sélo salian catecismos y cattillas. Pequefios periédicos manuscritos citculaban con cautela, y el boletin de La revolucidn germinando corrfa, © més bien circulaba con dificultad y mucho sigilo. Iv Virreinaba por entonces en el Perd (1806 4 1816) aquel buen mozo que sin oira carta de recomendacién que su gallarda figura cautivs tanto a Carlos IV. Viéndole, al pasar en la carroza real, cOmo disciplinaba sus soldados, y sin decir agua va, ni para ello dar motivo, de capitdn lo salté a coronel, de Ma- drid a México y de alli a virrey def Pert, Bien que este favorecido de 1a forwu- na y de Su Majestad que se cita como uno de los modelos de visrcyes honrados. Fue este valiente soldado que acababa de dominar con su presencia Ja primer chispa de sublevacién casera en el regimiento de la Concordia, y los encayos re- volucionarios en Quito y Charcas, a quien afios después y por un mismo correo Iegérale a un tiempo: Consejo de Carlos IV para que desconaciera la majes- tad de su hijo Fernando VII; de éste, para que no hiciera caso a papd; de su hermanita Joaquina para que acatara cn clla a la tinica soberana de Ja América; de los insurtectos para que se insurreccionara; de Pepe Botellas pata que no conocieta mas dios que Napoledn, y de sus més adulones, para que aledndose con el santo y la limosna se declarara rey del Perd. Verdad que eran demasiadas tentaciones para no caet un pobre viejo, a quien no le quedaban mds ojos que los de su Ramonica. Pero todavia no le habia Megado la época de los acertijos, como !a descifra- cién de aquellas tres bolsitas por travieso fraile criollo dejadas sobre la me- sa de su real despacho, conteniendo sal-habas-cal, florestal entre dos vegetales que deletreaban de corride sal-Abascal, mofio de aqui y pronto viejo virrey, antes que os abramos las entendederas, pata que comprendas indirectas, Lo que sf fe habia Iegado era un papelito revolucionario, que lo maltraia sin sombras, por mas de ser poco asustadizo el fiel viso rey. TTantas y tan repetidas correspondencias cafan a palacio en Lima, decomi- sadas 0 sorprendidas en los correas de Potosi, Chuquisaca, la Paz, el Cuzco, 7 Quito, Caracas y aun de Buenos Aires, que al fin dio por convencerse que el nido estaba en esta ultima, —No hay més —se dijo—; sin duda que alif esté el busilis y en ella fun- ciona la méquina revelucionaria, jqué chamusquina maydscula, peor que la inquisitorial, habrd en Ja plaza Mayor para el primer autor que caiga de estos papelitos! ¥ al fin cayé uno. Sorprendidlo el mariscal Nieto, que lo era no sélo de su abuela la tuerta, sino para todos, como bisnieto para su tatarabuelo. Se lo mandaba al virrey de Lima, encontrado en Chuquisaca, ciudad a la que attibara con algunos patricios engafiosamente Ievados. Antes que él Ilegaron allf Arenales, Monteagudo y otros bravos chisperos de la emancipacién revolucionaria. Como que de su doctoral Universidad acababan de salir graduados en dere- cho el Dr. D. Mariano Moreno, D. Manuel Alejandro Obligado, D. Vicente Anastasio Echeverria y otros hijos de Buenos Aires, yendo desde aqui a lomo de mula, por graduarse en la Universidad mds vecina, pues sdlo distaba cosa asi como de mil quinientas millas, y el Dr. don Vicente Lépez y Planes, que recibié las borlas del doctorado sobre su sahumado uniforme de capitén de pa tricios, vencedor de los ingleses, laureado cantor de las primeras glorias argen- tinas, como fue después el himno de la patria andante. ». 6. 0. eve ve oe Entre envoltorio de escapularios y otros papeles, uno iba de clara letra y de més claro espititu, pues clatito cantabe: «Ya somos grandecitos, como que contamos tescientos afios bajo yugo. Tenemos edad para gobernarnos, y es tiempo que dejemos de engordar a ex. trafios. La América es de los americanos, como la Espaiia de los espaficles, Bueno es recordar que si Jos tiranos parecen gigantes, sélo es porque sus vasallos siguen de rodillas, Parémonos y seremos hombres de la misma altura. Ya es tiempo de sacudir tan funesto yugo, Si coa TdpacAmaru fuimos vencidos, es porque no estd- bamos unidos, Que de la Tierra del Fuego al golfo mexicano se oiga un solo grito: jEmancipacién! Tiempo es de enarbolar la bandera de la libertady. Estas y cantinelas por el estilo repet(a el papelito revolucionario que con otros, bajo grueso sobre, recibié el 3 de febrero de 1810 el virrey Cisneros, del sefior virrey Abascal, traido en cien dias de Lima a Buenos Aires. El virrey del Perd encargaba seguir la pista con suma reserva hasta descu- brir al autor del libelo que habia sorprendido el correo del Alto Pert, en mo- mentos que al mariscal Nieto daban tanto trabajo coyas ¢ insurrectos. Por todas las esquinas pusieron avisos ofreciendo mortudo sueldo al escri- biente de mejor letra que se presentara. Nada; todas eran garabatos de cartulario y patitas de moscas. No se encon- traba, casi casi como al presente, plumifero de buena pluna ni eseribeno que supiera escribir, apenas medias plumas. 18 Pues, sefior, cidores y cabildantes, oficiales, alguaciles y ministriles cha- museabanse Ia mollera por descubrir al encubridor. ¢Quién sczd? Que el papelito partiera de aqui no habfa duds. No solamente era grueso, feo, ordinarie, como todo el que de Espafia nos mandaban, sino que aun la fe- cha estaba groseramente tergiversada: «Bucnos aires tome usted», empezaba, acabando con la simulada exclamaciéu: «;Sants Mazialy eQuien no descifraba correctamente: Puerto de Senta Maria de Buenos Aires? El seudénimo era més intrincado, pero fuera Pedro o Diego, de Bue- nos Aires venia. v Por vencidos se daban cuando casualided rosarina puso al inuisidor sobre la pista. De misa mayor salia compungido y persignéndose con agua bendita de la célebre iglesia de Jesuitas (Colegio de San Ignacio} el no menos célebre fiscal Villota, doctor de campanillas, graduado in-wrogue, quien con su getundiana clocuencia confundir pretendia a los doctorcillos de Ja revolucién. Iba ya a bajar del cance! al pretil, cuando 2 curiosidad Iaméle un blanco papel, recién pegado, en el que con hermosa letra se ofrecta buena gratifi- cacién al alma caritative que, a mds de setlo, fueta también honrada y quisiera entregar en la sacrisiia grueso tosatio con paternosters, de oro, que en Ta azo- taina y tinieblas de maitines habfase extraviado. Limpizndo el zorro del fiscal sus viejas antiparras: —O mucho me equivoco —se dijo arrancando el papel—, o esta es la mis- ma letra de aquel otro. Y doblindolo se lo eché al bolsillo. Tempranito acudié a Ja audiencia al dia siguiente; cotejé con el cidor Caspe los dos manuseritos, y ambos encuentran similitud tal en Ia letra, que exclama- ron contentos: —i¥a apatecié aquello! Mas llega Leiva, sindico de! cabildo, y apenas nota semejanza; viene el al- calde Lezica, y la encuentra menos. Pero, en fin, gde quién es la letra? aDe quién ha de set?, jde su autor! {Que salga el autor!, empieza la grita, como en la presentacidn de cierto principillo que yo me sé, sospechando el pue- blo zumbén gatupetio real, empezd ante las mismas barbas del padre legal a aclamar al autor del hijo de la reina. {Que salga el autor! jQue selga el autor! . . . jHabrdse visto barrabasada igual! Ni en Triana, patria de Pilatos. .. .. .. Y¥ de investigacion en investigacién, del coro a la sacristia, por curas y sa- cristanes sacésc en limpio que el rosario en mala hora perdido era de la sefio- ra de Lezica; que el plumifero de tan luciclo aviso escribiente fue nada me- 19 nos que su propio sobrino, el nifio Juanito, y que donde tan linda letra y otras lindezas ensefiaban era en la escucla del Sr. D. Francisco Azgerich, VI El fiscal inquisidor hizo lamar ante la Audiencia al nifio, y entre carifios y halagos, y haciéndole fiestas y dictindole la misma frase: Cansados estamos de anos, 9 tempo es ya de que mandemos en casa, pusole frente al reciente dictado la carta devuelta pot el virrey del Pert. ‘Tan patecidas eran Tas dos, que, al ser interrogado Juan Bautista, ni pes- tailed, —2De quién es esa letra? —No sé. — Pero... es la misma! —Parecida, no puedo negaslo, pero yo no Ia he escrito ¥ de ahi no satia. No le sacaban de sus trece. Hubo conciligbulo, y el Sr. D. Francisco de la Pea volvié a llevar a su hi- jo, y el alcalde Lezica (su tio) lo apadcind, y Rivadavia recomendaba al nifio; ®icaidado con tevelar nada!» y el otto St. D, Francisco Argerich iba y venfa y andaba que no se Je pegaba a camisa al cuerpo, con cerote mayor que los da- dos por su palmeta, Segundo conclave celebrése, donde oidores y ministriles, y entze ellos Vi- Itota y Caspe, con dulees y halagos, primero, y con amenazas finalmente, vol- vieron a intertogar al nifio de Ja hermosa letra. —Peto gti has escrito esto? Es el mismo perfil, tasgos, todo igual. Contiesa, ¥ cl nifio, enérgico desde la cuna, que nonis —Esa no es mi letra. Y recaditos van, y consejos vienen, y por fin dice el vitrey a su secretati —Pues bien: si Ia letra es del mismo y no hay modo de persuadir al nifio, apliquesele el principio de su propio maestro, fa letra con sangre entra, y des. pués de una azotaina confesara. ¢Quign le mete 4 esos jeroglificos que no en- tiende? No hubo mds. Por tercera vez citados fueron padre, hijo y espfritu santo; es decir, el sefior de Lezica, marido del rosario, o de la Rosario perdidosa del mismo. Nada que sospechar daba nifio tan formalito. Menos, el Sr. D, Francisco de lo Pea, espaiiol seriote, grave y mds godo que el rey, y como aquél igno- taba que era llamado a presenciar la azotaina de su vastago, —Contiesa, nifio, la verdad —repetiale al subir con él de la mano la ancha escalera del Tribunal, ¥ Ia verdad declard. 20 Peto cuén maravillados quedaron todos, y como alelado el padre, cuando al ser por ultima vez preguntado: —2Es de usted esta letra a la suya tan parecida? —Sf —contesté Juan Bautista. —¢Dénde la ha escrito? —En la escuela. —2Por orden de quién? —De sefior maestro. —Escriba usted, sefior escribano. —eCémo se [lama su maestro? ~~Don Francisco Argerich. —gDénde vive? —Reconquiste, mimero 70. —jAlguacil! —ordené el fiscal. —Vaya usted ¢ inmediatamente conduzca aqui al maestro Argezich. _ : VIL Pero, por mucho que volaron alguaciles y esbirros, vold el pajaro, y a la saz6n, con viento en popa y sin detenerse en Montevideo, iba Argerich muy de prisa por csos mates de Dios, a toda vela, y no paré hasta cl Brasil, de donde sdlo regresara cuando nuestros padres ya tenfan patria, — Qué habia sucedido? Que halagando al de la buena letra, el Sr. Argerich hizo copiar por el nifio Juan Bautista Pefia las cartas proclamas y correspandencias que Rivadavia, Morcno y Belgrano enviaban incitando a revuelta a los patriotas del Alto Pera, y cuando lle- g6se a sospechar allé que los cabecillas anduvieran por acé, bajo pena de azotes, que aun sin prometer muchos daba, conjurdic Argerich al mas rigurose secreto sobre el papelito extraviado. Pero azotes por azotes, compelido el nifio entre dos azotainas, y desconfiando de la frdgi! naturaleza infantil, ef maestro, advertido por Rivadavia, que sus amistades en la Sectetarfa del virrey ienfanle al corriente de [a investigaciéa, aconsejé a uno que pusiera pies en polvotosa, aviso que no se hizo repetir, y al otro que confesara fa verdad y cantara de plano, pues ya no habria peligro ni para el inocente copista. En verdad, empezaba siendo mucho nifio el que después fue mucho hom- bre, as{ en finanzas como en moralidad administrativa, el renombrado minis- tro de Hacienda Sr. D. Juan Bautista Pefia, de grata recordecién. Si algdn critico impettinente legé a murmurar al verlo pasar: «Sobre esos zapatones pisando van muchos millones, con més exactitud pudo decirse: dentro de esa cabeza germina ua gran financista 21 Ministro, presidente del Banco, de la Municipalidad, de asoctaciones de crédito, senador, comerciante, estanciero, no era de esas reputaciones de vi- drio de aumento, pues que a la distancia y al través de treinta aiios actecienta No reconocfa mds que una moral, y como hombre piblico y particular fue hombre de bien y honrado a carta cabal La misma dedicacién ponia en la hacienda priblica que en sus intereses, pues miraba a aquélla como cosa suya, no para hacerla propia (a la usanza del dia), sino para defender la pattia hasta de tantos patriotas y gelépagos que de pu. tos patriotas nos estén dejando sin patria. De algo asf como excesiva econo- mia se le criticaba, y de adagio quedé: «més agarrado que D. Juan Bautistay. Peto si no sabia tirar la plata, ni empefiar al Estado en onerosisimos emprésti- tos, supo, sf, hacerlo prosperar dentro del presupuesto. A punto estuvo, no de unificar Ia deuda, sino dé extinguirla, cuando por espititu de oposicién, con ocultes manejos y chicanas hizo ésta zozobrar su proyecto, Aplicaba sencillamente los mismos sanos principios a la hacienda publica con los que levantara por su laboriosidad su fortuna, y asi no salia de su pre- supuesto, no dejaba ningtin ramo improductivo o estacionario, hacia producie la mayor xenta, repetia que no habia economia pequefia, pues todas eran eco- nomias, y que de centavos se formen fos tesoros, como de gotas de agua ef mar, Que todo gasto superflco ¢s desguicio. Gastaba menos de lo que entra. ba, Nada edquitia el Estado sino en piblica licitacidn y previo examen de pe- ritos, nombrades de cada gremio, con lo que daba participacién en Ja cosa pa- blica a Ja mavor parte de sus hontados conciudadanos, intereséndoles en su prosperidad. iCudntas veces el simple buen sentido es el mejor administrador! La expe- riencia ensefia mds que los libros. Los hombres de su tiempo hicieron época, y estadistas como D. José Ma- tla Paz, D. Juan Bautista Pefia, D. Francisco de Jas Carretas, D. Domingo Olivera, el De, Ferreira, no tuvieron ediciones. Por eso se repite, mirando melancélicamente al pasado cuando se recuerdan ministros tipicos en la época de D. Valentin: escrupuloso y honesto administrador como el general Paz, recto como Alsina, econémico como Pefia, brillantes inteligencias que acon- sejaban desde sus divetsos ministerios al primer gobernador constitucional, y tan joven que tuvieron que habilitarle edad para gobernar Les hombres honrados no se han acabedo en el pais, pero el molde de aquellos honestos y desinteresados ciudadanos, cnérgicos y sinceramente pa- triotas, sin ostentacidn, sc ha roto ya. .. Por esto, refiriéndonos cdndidamenie sus primetas traveseras revoluciona- ties, nos decfa un dia: —En verdad, la primera sangre que expuesta estuvo a cotter en esta plaza por la revolucién de la independencia fue la de mis nalgas. 22 Si estarfa bien sentado ef sefior ministro de Hacienda D. Juan Bautista Pefia sobre sélidos principios, quien con tanta firmeza desde nifio les defen- dia hasta exponer en grave ¢ inminente peligro sus asentaderas. [Pastor S$. Obligado, Tradiciones Argentinar, Bar celone, Editorial Montaner y Simdn, 1903, 392 p.] 23 JUAN PABLO ECHAGUE ESTOMBA, EL HEROE LOCO Fue el de su vida un sol sin aurora. Cuando se hundié en ta noche, no salié ya de ella sino por la misericordiosa puerta de la muerte. Su rutilante carrera empezd detrés de las banderas y las ideas de su tierra, cuando en ambas orillas del gran rio, bandera ¢ ideas es- tremecian los espititus, Llamébase Juan Ramén Estomba, y cifié a los veinte aiios Ja chaquetilla de los gloriosos regimientos que el aiio 10 apuntalaron con sus armas al pais naciente. En el correr de los aiios, su vida {ntima ha- bia de vincularse al ojército, de modo tal, que éste constituiria su familia y su hogar; en cierto modo, también su corazén y_ su cabeza. Enlazado a toda la histotia épica de nuestra tierra aparece su nombre; desde las primeras expedi- ciones libertadoras que conmovieron el régimen colonial en el interior, hasta Je hazafia perinclita de San Martin; desde Ia resistencia armada contra el cau- dillo artero, hasta Ia cruzada civilizadora que avanzaba fortines y dilataba fronte- tas en la pampa salvaje. Nombre de héroe es el de Estomba, peto también sim- bolo de drama, Nadie mejor que este soldado de América recuerda aquellos paladines antiguos invencibles en Ia batalla, pero sobte los cuales se abatia de pronto algtin terrible anatema que les desbarataba la existencia. EI joven que ganaba en Suipacha su primer galdn, cl subteniente que se rebelaba en Uluaqui contra la suerte adversa y tomaba Inego su desquite en Tucumén yen Salta, estaba marcado por Ja fatalidad: su mente formada cn la pelea, en una pelea ilusoria séfo por su mérbida imaginacién vista y sentida, iba a desin- tegrarse. Brillante oficial perteneciente a la plana mayor de héroes que condujo Jos ¢jércitos del Plata en las jornadas de Ja Independencia, Estomba gané deno- dadamente sus ascensos todos, en horas decisivas para el porvenir de la patria. Era capitdn de dragones y hallabase al lado de Belgrano en Vilcapu- 24 glo y Ayohuma, cuando una tremenda herida le tendié en el campo en- tregéndolo inerme al adversario que le sepulté prisionero en las casamatas del Callao. Durante siete afios se consumié de impotencia y contenida rabia en una mazmorra, sofiando con el ampli cielo continental que desde adoles- cente lo embriagara de libertad y de Juz, Complemento del drama sombria- mente bello de su vida fue aque! cautiverio, durante el cual, como el halesn de la balada, rompfase las garras contra los barrotes de su celda, mientras afuera se desenvolvia sin él Ia gesta de América. Pudo San Martin rescatarlo y devolverlo con su antiguo grado al efétcito argentino en el Perit, merced a un canje de rehenes. Y apenas restituido a su palestra, el totbellino de los entreveros y las cargas lo arrebata en la campafia de la Sierra con Arenales, en la toma de Lima, en el ataque al Callao, en la persecucién de los vecinos. Todas las campafias del Pert contaron a Estomba entre sus campeones, aun después del austero retiro del Libertador. Palmo a palmo defendié su causa sobre ef campo de la derrota en Torata y Moquegua, y salvado por milagro de aque! desastre que las divinidades adversas de la guerra nos concitaron, ef teniente coronel Estomba, més indomable que nunca, dase de nuevo a pet- seguir su ideal de independencia entre Jas crepitaciones de Ja batalla. Indisolu- blemente atado a la suerte del Bjército de los Andes se mantuvo, o por lo menos a los desgarrados restos del mismo que de las cruentas teftiegas de la cruzada sobrevinieron, hasta cuando, ya coronel, cayé nuevamente preso en el Callao. Mas el pajaro libre habfale cobrado horror a la jaula y sobre los derroteros de la matcha, a favor del terreno fragaso, entre les dislocadas mesetas del al- tiplano, eludié Estomba la enconada biisqueda de sus carceleros burlados y corrié a incorporarse al ejército de Bolivar. Quedaba ain all{ un dltimo torneo de gloria para el extinguide Ejército de los Andes: el dramético episodio de Matucana, Volver a la libertad era para él volver a la Iucha, A la causa de América se abraz6 otra vez y agtegd a sus laureles el triunfo de Junin, asi como Ja ex. pedicién libertadora a la provincia de Ica. Era de esos contrincantes de a es- cuela de Lavalle —jefe innato de sodos ellos—, que cuando un ideal los im- pelia atropellaban a cierra ojos al peligro persiguiendo su triunfo contra el acero, contra las balas, contra la emboscada, contra la muerte. Espadas zigza- gueantes, corazones de fuego, brazos de hietro en el choque bélico: eso fue- ron los justadores de aquella generacién cuyos trofeos de guerra jalonan en ‘Amética pampas, mates y montafias. Para cortat la carrera de Estomba, para volver a la vaina su resplandeciente espada, fue necesaria aquella enredada y equivoca historia de conspiracién y rebeldfa que determiné el regreso a su patria de los jefes argentinos retardados en el Pert. Obscura madeja de infi- dencias generosamente abandonadas al olvido.. . De vuelta en su tierra, lo atrastra la borrasca de odios que anarquiza el pais. De los héroes hactan los caudillos locales poco caso, aunque gracias a ellos se vieran libres de extranjero yugo. Y a uno de ellos, a Facundo, cuya vo- 25

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