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INFANTIL * JUWENTL « Beatriz Garcia-Huidobro Misterio en Los Piftiones Ne Planes para el verano ntonia neg6 con la cabeza y, con el dramatismo de una consagrada actriz, dijo: —No puedo creerlo. Sencillamente no puedo. jncrefble. No entiendo cémo pueden hacerme esto. aleanzo a creer que mi propia familia se confabule mi contra. Después de un aio de colegio, éstas son vacaciones. Mas que las merecidas vacaciones de buena estudiante, esto parece un castigo, Es insdlito 1 abuela se acomod6 el audifono e hizo girar una de Tal vez no escuchaba bien, pero en esta opor- dad le habia quedado clarfsimo que su nieta no esta- e acuerdo con la decision de la familia respecto del pineo. Beatriz Garefa-Huidobro — ne lleven a ese somnifero lugar de arena y sal. Ami edad es ridiculo ir a Los Pifiones, Si se lo contara a mis amigas, no lo creerfan. Yo misma no puedo creer lo que oigo. Es absurdo. Antonia termin6 de recitar su parlamento y se senté con los brazos cruzados en uno de los sillones de mim- bre de la terraza: Ella sabfa que ahora venfan las expli- caciones. Sospechaba lo que dirfa cada persona, pero querfa ofrlos dindole excusas por ese veraneo tan poco adecuado para alguien a punto de cumplir catorce afios. Era una jovencita morena y delgada, muy consciente de su belleza y de su importancia. —Siento que no te guste la casa que tenemos en la playa —dijo su papé—. Cualquier persona estarfa agra- decida de contar con un lugar junto al mar al que poder salir. —1Yo estoy agradecida! —salt6 Sarita—. A mi me fascina baiiarme en el mar, caminar entre las rocas, ver a los pescadores, ir al bosque, comprar en la feria artesa- nal, buscar conchitas Sarita tuvo que hacer una pausa para respirar, mo- Mento que Antonia aprovech6 para insistir en su punto de vista: : —A tu edad, eso es entretenido. Cuando yo tenia ocho afios y apenas sobrepasaba el metro de altura, encontraba Misterio en Los Piitones A > Los Pifiones era genia]. En cambio ahora, espero mis vacaciones sean algo ms que chapotear en la na, Se chapotea en el agua, no en la arena —dijo ‘iblo, para quien la precisién era algo que le impor- tuba muchisimo. Tenfa doce aiios y representaba mas edad que su hermana; era alto y fuerte, como suelen ser los deportistas, aunque su voz atin era infantil. La madré de los nifios estaba limpiando los pince- les con algtin diluyente, cuyo olor no lograba opacar el aroma de los jazmines que cubrian la terraza. Ha- bl6 con calma, como era su costumbre: —Los Pifiones es uno de los pocos balnearios que no estén contaminados en ningtin sentido. Mantiene la vida de pueblo, los arboles autéctonos, los roque- rios llenos de pozas, donde atin viven cangrejos y eri- zos. Tampoco se ha destruido ninguna de las casas que construyeron los primeros veraneantes ni se han remodelado los jardines y plazas originales. Es un si- tio donde el olor del mar atin puede rozar las copas de los arboles y viajar en el viento. Ya casi no quedan lugares semejantes en la Zona Central de Chile; es un privilegio que nosotros podamos conservar la casa que hicieron los abuelos. Beatriz Garcta-Huidobro asi, dijo: —No me importa que la casa sea vieja y tenebrosa, Lo que no me gusta es que alla no veranea nadie. Todos mis amigos y amigas van a otras partes, mas modernas, donde hay algo que hacer, H —(Qué es para ti algo? —pregunt6 Pablo. —Encontrarse con la gente, ir a fiestas, salir a... no sé. En el fondo, algo es que haya alguien. —A lo mejor puedes invitar a una amiga y entonces ya hay alguien —sugirio Sarita, —LY quién querria ir? Pero por el tono ya més tran- quilo de su voz supieron que estaba pasando revista a su interminable lista de amigas y escogiendo mentalmente a la que invitarfa. Tal vez con Camila... Todo podria ser diferente si ella... —Por supuesto, también ya a ir Diego —dijo el papé. | — (Bien! —exclamé Pablo. Diego era su primo favo- rito, el que tenia las mejores ideas para entretenerse ya quien admiraba sin restricciones, Hacfa muchos afios, cuando Diego apenas gateaba, su padre se fue y él quedé solo con su madre. Ella tenia que trabajar muy duro para mantenerlo y pagarle una buena educacién, pero no le alcanzaba para costear un 8 A Antonia no le gustaba discutir con su mamé, prin- cipalmente porque siempre terminaba perdiendo. Atin veraneo. Asi es que Diego se habia transformado enuna especie de hijo adoptivo de la familia; los acompafiaba en todas sus salidas. Como habia tenido que hacer por sf mismo sus cosas desde que era muy chico, era un nifio independiente y habil. En la mesa conversaba como un adulto y tenia 9 Beatriz Garcta-Huidobro a Placable Para exponer sus ideas; segtin cont an, mas de un profesor qued6 desarmado con sus teorfas y no fue capaz, de continuar la discusién —iVoy a Hema para que no se olvide de traer la Cafia de pescar! —dijo Pablo—, Este afio tenemos deci- dido ganar la Competencia y sacar el pez mas que haya en el thar, me —Jamés var a lograr derrotar tervino Antonia~. Ellos estén el 50, son expert?S. Ustedes apen ble y cero expefiencia, _ Los pescad®res no partici ristas, —Bueno, per? hay turist: Son casi oetles fides, ea —Igual vamo# a ganar, Tenemos a nuestro favor, —Te apuesto # que salen Ultimos, Te apuesto 8 Que, minimo, logramos uno de los tres primeros lugares, —Hecho. {Qui apostamos? Su madre dijo; —No me parec? correcto que hagan apuestas, En general, la ‘buela trataba de no discutir con su hija respecto de cmo €ducar a los nifios. Pero pensd a los pescadores —in- ano entero dedicados a ‘as tienen un bote infla- pan; esto es sdlo para tu- la suerte y la astucia 10 Misterio en Los Pifiones (jue una apuesta es una apuesta y en ella esta compro- inetido el honor de una persona, asi es que propuso con ehergi -Yo soy testigo. Si Diego y Pablo obtienen uno de los tres primeros lugares, Antonia paga. Si obtienen uno de los tres tiltimos, ellos pagan. Si salen en el medio, ie le debe nada a nadie. La mamé miré a la abuela y le dijo: —Mami, no les fomente que apuesten dinero. Le daba temor que sus hijos se aficionaran al juego. La abuela tenfa un grupo de amigas con las que pasaba horas sentada ante la mesa de juego, acumulando o per- diendo fichas, mientras los naipes no dejaban de danzar por encima del tapete verde. Otras veces se arreglaba, preparaba su maletin y partia a pasar el fin de semana a Vifia del Mar, donde se reunfa con unas amigas y se iban ‘amoso casino de esa ciudad. Por este vicio, la abuela tenia una situacién econdmica complicada: habia unos pocos dias en los que manejaba bastante dinero y hacia grandes regalos, y muchos otros en los que escarbaba entre sus carteras buscando una moneda. —Yo no quiero dinero —salté Pablo—. Yo quiero que ella nos pida perd6n y diga que somos lo maximo. —Bien, acepto. Y si ustedes pierden, que es cosa se- gura, van a hacer mi turno en todas las cosas domésticas Il Beatriz Gareta-Huidobro durante los dias que queden de veran 0: lavar los platos, sacar la basura. jah, qué descansada vida voy a tener! —Esta apuesta no es pareja —opiné la abuela, —Cierto —dijo Pablo—, sj ganamos nosotros, ti, ademés, vas a tener que decirnos ‘campeones’, en lugar de lamarnos por nuestros nombres, y saludarnos con una pequeiia reverencia cada vez que nos veas. ;Aceptado? —Aceptado. Se dieron las manos se levant6 y dijo: Llegada a Los Piftones —Ahora yo necesito el teléfono, asi es que ti Ilama- ras a Diego después. Y se abalanz6 sobre el duramente por varias horas y el asunto quedo claro. Antonia ‘ dvil estaba mas que repleta. ae ica: ae | To ae a a el interior. Habie dos op- ciones: las cosas 0 los seres humanos. Optaron por las cosas y en el auto sélo qued6 espacio para cuatro personas, de preferencia contorsionistas. La mamé le dijo a la abuela: ‘ —Usted se viene con nosotros y con Sarita. Los ni- fos grandes viajan en autobtis. j —No, sefiora —alegé la anciana—. Tendria que sen- tarme con las piernas encogidas. Ademés, eres muy irres- ponsable si mandas a cuatro nifios nada de grandes en un autobis, sin una persona mayor responsable. Me voy con ellos. 13 Beatriz Gareta-Huidobro La abuela pensaba que habia pasado afios de su vida obedeciendo, primero a sus padres y luego a su marido, y ahora, por fin, era Jo suficientemente Vieja para hacer lo que se le antojara. Viajar en autobtis cra algo que le fascinaba: comprar galletas y otras tantas golosinas en el terminal, recorrer los pasillos y conversar con Ia gen- te. Ademés, en los buses podia suceder algo, mientras que en el automéyil todo era demasiado previsible. Sarita exclamé: —1Yo también quiero ir en autobi ' Soy la tinica que va a viajar en el automovil. | —Por ningtin motivo —dijo el papa—. Ti vienes con i nosotros. —Resignate. Es el destino de los nifios —se burlé Antonia—. Algtin dia, algiin lejano dia, crecerds, —No le hagas caso —dijo el papé—. El autobtis no Se detiene, en cambio nosotros vamos a parar a cargar i gasolina y a comer un delicioso sdndwich. | —j Qué suerte! —intervino Diego con una gran son- \| risa—. Los demas vamos a llegar muertos de hambre a Los Pifiones, dispuestos a comernos Las paredes, mien- tras que ti vas a bajarte con tu Pancita Ilena, Diego le hizo un Suifio a través de esos anteojos que cuando no estaban cay€éndosele estaban extraviados, y que aparecian después en los lugares ms insélitos, 14 Misterio en Los Pintones i le sonrié de vuelta y se subié al automévil. Ella ‘1 admiraba a su primo y sabia que lo que decfa re cierto. , * susurré a su amiga Camila, quien se habia ‘ado gustosa al grupo de veraneantes: His tan facil engafiar a los nifios. ‘ {Por qué? Es que no van a darle nada de comer? §i, claro. Unos panes tfpicos. Y nosotros con la la vamos a llevar un cargamento de cosas Ticas. Te Hieslo a que ese maletin esta repleto de pastelitos, go- (as, mazapanes... jlo que se te antoje! Hfectivamente, la abuela habia ido de compras y pre- ‘ido deliciosos y variados sandwiches, ademas de mu- is otras golosinas. En el terminal concluy6 su aprovi- ‘slonamiento, y partieron. on oe Leah. el viaje fue tranquilo. Anto- iia y su amiga Camila se fueron cuchicheando y ponien- do en cl aparato portétil una a una las incontables ae tes que Hevaban. Ofan a través de audffonos y da an chillidos cada cierto rato. Seguramente, las canciones les recordaban sus ilusiones y Suenos roménticos. ae que sus sensibles corazones no les impedian escuchar los lamentos de sus estémagos, asi es que de tanto en tanto se levantaban, le pedian algo de comer a la abuela y volvian a sus asientos. Beatriz Gareta-Huidobro Diego y Pablo conyersaban agolpadamente, hacien- do planes para cada dia e intercambiando informacién acerca de los astros de fiitbol, las técnicas de juego de los grandes tenistas, los registros de los atletas mundia- les, las marcas de los nadadores y de otros deportistas. La voz ronca de Diego contrastaba con su cuerpo flaco y menguado. Aunque no tenfa muchas habilidades para la actividad fisica, participaba todo lo que podia en los en- trenamientos, Su gran habilidad estaba en la observacién: siempre se enteraba de lo que sucedia en las diferentes canchas y sabia las técnicas de cada disciplina como si \ las hubiera practicado y fuera un experto entrenador. Acompafiaba a Pablo en sus Competencias y lo aconseja- } ba y alentaba. Este tenfa la conviccién de que si partici- | paba en un campeonato sin que su primo estuviera pre- Sente, era casi imposible que obtuviera el primer lugar. increible! —decfa—, Yo estoy calentando an- tes de una carrera junto con Jos otros atletas, y él me advierte cudl va a ser el contrincante més dificil, me da | una sugerencia para la largada o acerca de lo que sea que adivina que tengo més débil, iHasta sabe cudl rele- vo de la posta va a fallar y corre a hablar con él! Y eso es nada comparado con lo que es capaz de guiarme durante un partido de tenis. Me dice si me conviene atacar 0 mantener la pelota o hacer correr a mi adversario 0... al 16 Misterio en Los Pitiones abuela le sorprendia cuanto se avenfan y com- aban los primos. No se cansaba de repetirles que stad dentro de la familia valia el doble. Ademas de repartirles sandwiches y golosinas, los Vito a jugar con ella a los acertijos. Ajusté su audifono se concentré en las palabras de Diego: i —-Un campesino tiene que cruzar junto a sus anima- otro lado del rio. Tiene una gallina, un perro y un palo, La barcaza sélo puede transportar al hombre Ee tio de los animales. El problema es que si viaja con e perro, debe dejar al gato con la gallina ya éste le gusta- fii comérsela. Si deja al gato y al perro juntos, e oe 1a pelea. Por otra parte, si eva primero al gato, ja cual lleva luego y deja en la otra orilla? ¢Tiene solucién su 7 ey ) it i - oe en su asiento y sonrid. Tenia varios otros acertijos en mente, ademas de algunos chistes que atin no decidia si seria conveniente contarlos delante de buela y su audifono recién ajustado. a abuela les dijo: Pe a chocolate a que no adivinan esta: Una nifia extiende sus manos. Son manos pertgeiptasti normales. Sin embargo, ella afirma que tiene 11 dedos y (1) La solucién del acertijo se debe buscar al final de la novela. 17 Beatriz Garcia-Huidobro es eapay de demostrarlo. ¢Cémo puede ser posible? (2) —se ri6 cuando terminé de contarlo, segura de que na- die adivinariag pero rapidamente tuvo que dejar de son- reir cuando Diego dio la respuesta y cobr6 su chocolate, 7 —Ese es el mejor; tiene relleno de guinda —refunfu- fié 1a abuela al pasarselo, Cuando bajaron del bus i ; y se encaminaron haci casa, Camila dijo: a —Es rara la sensaci6n de viajar y llegar sin mochila ni saco de dormir. ;Como si hubiéramos ido a la esquina! —Espero que Sarita no esté pisoteando mi maletin, que qued6 en el piso del asiento trasero —dijo Antonia hacien- do un mohin= Tengo cosas demasiado valiosas en él. —Apurémonos —sugitid Pablo—. Tal vez el papa todavia no baja los bultos y podemos ayudarlo. No qui- siera que le pasara algo a mi cafia ni que se dé vuelta la caja de pesca. —Me extrafia tanta amabilid lad, tantas ganas de ayu- dar —afirmé Antonia. ‘ is —jSientan el olor del mar y de los pinos! itd jos! — la abuela. : a —Se estan llenando de tierra mis zapatos —rezongé Antonia—. Deberfan pavimentar las calles. (2) La solucién del acertijo se debe buscar al final de la novela, 18 i Misterio en Los Piftones Yendrfan que estar locos para hacerlo —dijo go—. La gracia de Los Pifiones estd en que sea asf, © campo con playa. _-fig bonito, me gusta —opiné Camila—. Nunca ha- venido. Obvio —le dijo Antonia—. Nadie viene acd. Mira, que se ve alld es la caleta. En los faldeos de los ce- sy en la costanera estén las casas de los veraneantes. ‘cia el norte esta el bosque y hacia el sur, el pueblo. Tigo serfa todo. Turismo al instante. —No le hagas caso —intervino Diego, que conocia s Pifiones tan bien como sus primos—. Hay lugares iy lindos para visitar. Cerca del bosque estén las dunas -y mis alld las cavernas de las rocas, donde se supone que Jos piratas escondfan sus tesoros y que luego no pudieron encontrar en el enredo de laberintos. Antes de llegar al pueblo esté el cementerio, que es muy especial, porque lo construyeron en una hondonada y los arboles que crecen en las pendientes estén todos inclinados hacia las tumbas. También estd el cerro del Ahorcado, donde dicen que pe- fan y se siente un lamento cada vez que se pone el sol. —jQué pénico! No me voy a atrever a ir alld. —Cuentos. Cémo sera de aburrido todo, que la gen- te inventa tonterfas para entretenerse —le dijo Antonia 4 su amiga. 19 Beatriz Garcta-Huidobro —Y desde el muelle de la caleta puedes salir a pes- Car, Mariscar, pasear en bote, bucear o yer como traba- Jan los pescadores,.. —Siguid Diego, — +€n el agua que esté fria o esta helada —inte- rrumpié Antonia—, Yq sabes, océano Pacifico, fenéme- no de El Nifio y todo eso. —Hay dias en que Antonia amanece asi, sacando la Pajita corta para todo —se burlé Pablo, —Y ese castillo? —Pregunt6 Camila, —No es un Castillo, es la casa de un viejo loco —dijo Antonia. —~Loco de verdad? Camila palidecié un Poco. Pens6 que su inocente es- tadia de un par de semana: istoria de terror: cavernas, ce- 0s, heladas corrientes marinas, —No es loco, es lo que se Lama un excéntrico —in- tervino la abuela, que percibio la intranquilidad de la Jovencita—, El es un hombre muy rico y muy avaro, que Se construy6 esa casona hace muchos afios, La hizo con ©80s murallones para guardar SUS Cosas y evitar que le Codiciaran sus finuras y luego le robaran, Esa es la ra- 26n por la que eligié un lugar tranquilo como este, don- de nadie lo visitarg nj le adivinara sus tesoros. menterios, viejos loc fantasmas en el cero... Misterio en Los Pitiones Tesoros? Si ' 5 una forma de decir —siguié la abuela—. Tiene OS antiguos y finos, obras de arte, alfombras per- muebles de época, esculturas; su casa parece un ©0, Pero es tan avaro, que no quiere que le ie sus 108 y los tiene casi todos bajo Ilave, y los muebles y estan cubiertos con sdbanas blancas. ne ~ Qué absurdo —opiné Pablo—. Tener tanto y ni si- era disfrutarlo. oe : a —-Los avaros son asi —dijo Deca Disfrutan ie iendo que tienen las cosas, pero no usdndolas y muc lenos compartiéndolas, : —Supongo que el resto de la gente es normal —mur- urd Camille Pablo le dijo: a j EI mas simpatico es Mauricio. Tiene mas 0 menos tu edad, es el hijo de la duefia del hotel. Ahf se pasa demasia- “do bien; se organizan juegos de cacho y de domind. —Y chiflota y whist —agreg6 Diego, que era aa co de todos los juegos de salén. Se sentaba entre los i - tos, acomodaba sus anteojos y adquiria la expresién de un caballero antiguo, severo y reflexivo. —Son unos machistas —sefiald Antonia—; no dejan entrar a las mujeres a su ridicula sala de juegos, que e realidad es el comedor. Les sacan los manteles a las a1 mesas, acomodan unos rofiosos tapetes verdes y dicen que es sala de juegos ‘sdlo para varones’. Como si por el hecho de ser peludos tuvieran el cerebro distinto o hi- 22 cieran milagros con los naipes. Antonia era una exce- lente jugadora. En el fon- do, lo que ella queria era participar de los juegos que se organizaban en el sal6n del hotel. —No te quejes —sonrid Pablo—. Han tenido la gen- tileza de crear los martes fe- meninos. —Gracias por el premio de consuelo. Camila mir6 divertida a : su amiga. Ella sélo tenia hermanos grandes que la trataban como si fuera una nifia chica. Esto de pertene- cer a la categoria de los ma- yores de la casa y tener con quienes discutirlo todo en el tono suficiente del que sabe més era algo novedoso que iba a rutar. —jLlegamos! —grit6 Pablo. El y su primo corrieron 23 eee Huidobro hacia una casa alta y angosta, a orillas del malecén, col- gando sobre el mar. Un gigantesco pino dejaba caer sus Tamas sobre el tejado, y flores de distintos colores ador- naban el jardin que la rodeaba. Al costado derecho de la casa habia un camino de gran pendiente que conducia hasta la playa. La casa marcaba el limite entre la playa de arena y el extenso roquerio donde las olas reventaban con furia. En el interior de cada dormitorio se sentfa el ruido de las Tompientes y las ventanas estaban htimedas con el rocio del agua de mar. Antonia y su amiga se instalaron en el tercer piso. —Es la parte menos elegante de la casa, pero la tinica con algo de privacidad —le dijo a Camila, sefialando la enorme buhardilla de maderas un poco desvencijadas. —No hay murciélagos, ,verdad? —No. Mi mama tiene contratada a una cuidadora que viene cada semana a hacer aseo, ventilar y todo eso. Ademés, en enero estuvo arrendada a otras personas y no creo que ellas se hubieran quedado si los murciéla- gos les hubieran revoloteado en la cara. El resto de la familia se acomod6 en los cuatro dor- mitorios del segundo piso. Sarita deshizo su maleta y miré a través de la ventana, Estaba nublado y el mar se agitaba ruidoso. Le daba miedo dormir sola, pero pensé 4 Misterio en Los Piftones jenfa cuatro lugares a los que podfa llegar cada no- ‘a alternandolos y nadie se darfa cuenta de que no dormfa ningtin dia en su cuarto. ; A Diego y Pablo les correspondié la pieza con q camarotes y cada uno de ellos extendié su saco e inir en una de las camas de arriba. Sacaron répida- ne la ropa de sus mochilas, la embutieron despreo- padamente dentro del closet y avisaron que se iban a sear. A ’ Aire marino : ae eae la fachada de una tipica casa colo- a ae Por dentro estaba restaurado y mo- ae ae i i no perdfa sus caracteristicas co- E altos con cielos de tabl 5 as de mad : ‘ er e 3 a y vidriadas, gruesos muros de adobe! a m ae se accedia cruzando el gran patio tie odeado de corredores ‘ i y €n cuyo centro habi: oa €normes y cientos de flores. eS ofi i il ine A ci it | A duefia, administradora y jefa de co otel. Trabajaba duro en el ; a verano, contrataba a ae de para que le ayudaran y no dormia mas nco horas cada dia. Dur: - Durante el resto del afi “ lia. | (0 del afio, cerra- a todas las habitaciones y s6lo se quedaba traba Jando con ella su fiel mozo. Juntos atendian el restau- 2% Misterio en Los Piftones y a los ocasionales pasajeros que Ilegaban por al- noche, y aprovechaban de hacer mantencién, pin- y arreglar los desperfectos. Mauricio era su hijo menor. Estudiaba en la ciudad | puerto, vivfa en el hotel y en los veranos se dedicaba ayudar a su madre. Jorge, el mayor, también se alojaba el hotel, pero ya era adulto; lo habfan ascendido a iho, que es un poco menos que sargento, y representa- Ja mitad del plantel de la comisaria del pueblo. Mauricio contaba que su hermano querfa que lo tras- judaran al puerto o a otra ciudad grande donde pasara algo ‘de verdad’. En sus registros sélo habia disputas ‘itr vecinos, partes a los veraneantes por circular de- inasiado répido en sus automéviles o por estacionarse donde no debfan, desapariciones de objetos menores y otros problemas que no eran auténticos delitos. Durante la Semana de Los Pifiones, que en realidad duraba quince dias, Ilegaban muchos visitantes a parti- cipar del desfile, de la feria de entretenimientos y, es- pecialmente, del concurso de pesca. En esa fecha la co- misarfa tenfa que velar por la seguridad del evento, peda refuerzos al puerto y Jorge sentia la importancia de su cargo. Pero quedaban trescientos cincuenta dias sin actividad, dispuestos a transcurrir lentos para aburrirlo de lo lindo. ‘ 2 Beatriz Garcia-Huidobro Pesca 0 al cine, y conversaban acerca de los ‘ Portistas y de las peliculas que habjan visto en Santiago. Pablo y Diego lo invitaron a pasear con ellos. —Ahora no puedo —tespondid—. Estoy limpiando este millon de machas ¥ NO voy a desocuparme hasta dentro de mucho rato mas. —¢Van a hacerlas a la parmesana? —pregunté Pablo, —Si. Preparadas en cada conchita. —jLe voy a decir al Papé que vengamos a comer aqui esta noche! —¢Vino tu hermana? —Ppregunté Mauricio. —(Cual hermana? —Antonia. Y Sarita, claro, Pablo y Diego sonrieron. El aio anterior habia que- dado en evidencia que a Mauricio le gustaba Antonia. Cuando Pablo observaba la mirada bovina de su amigo y la forma de Sonrojarse al estar con ella, decidia que Mauricio estaba un Poco loco. Que le empezaran a gus- tar las mujeres ya era una pérdida de tiempo, pero que fuera capaz de verle algun atractivo a su hermana, de- mostraba que mds de una tuerca se estaba aflojando en su cabeza, 6 Di i na —Est4 en la casa —aclaré Diego—. Vino con u i tA aterrorizada. iga. Se llama Camila y es . a Antonia le ha dicho puras cosas horribles de Los ifiones —se rid Pablo. ‘ ii , [ —jEs bonita? —pregunté Mauricio. —{ Qué cosa? —Ella, Camila. Los primos se miraron desconcertados. Repasaron en 9 8 Beatriz Garcta-Huidobro Misterio en Los Pifiones trozo de mantequilla, un chorrito de leche, gotas 0 de limén y un pedacito de queso. Finalmente, Jyoreaban la sal, pimienta y queso rallado. —No. ae SOnmO Con satisfaccién, cidieron que en vez de sugerir que los levaran a #8 que nadie pued ‘ er al hotel, irfan a la caleta, comprarfan machas, las jirarfan en la cocina de su casa y los sorprenderfan a —jLinda Antonia? iTu di clamé Diego , Y luego agregé—: ;p : Machas (#) de esa manera tan el or qu 8. Deberfan tener cuidado con el horno —advirtié liricio—. Apenas se derrite el queso, estan listas. Si les pasan, quedan duras y es como mascar chicle. Acordaron verse al dfa siguiente en la playa y se des- dieron. Los primos fueron a la casa, le pidieron dinero ji mamé ‘para una sorpresa’ y caminaron hasta la ca- 1a, Sobre la arena, varios botes reposaban boca abajo, entras algunos hombres fumaban y conversaban apo- ‘ados contra éstos. La mayorfa de los pescadores estaba faenando el pro- licto de su trabajo. En los puestos, las mujeres vendian pescados y mariscos a los veraneantes que toquetea- fin, olfan y miraban todo. —Mira —sefialé Pablo—, ahi esta Felipe. Vamos a yeguntarle cémo le fue hoy, y si tenemos suerte nos ce dénde estén los mejores bancos de peces para los lias de 1a competencia. —Jamés lo va a decir. Ningin pescador lo harfa. Bien preparada tiene que 31 Felj . _ a i ee En aiios anteriores h; f sa ee algunos trucos os ae arin ue —jHola! —Ios salud6—. ;Oué estén } —Queremos Ilevar per co a —Estan de Saqué hoy del huelen a aren deliciosos, —{Se hacen a la parmesana? —Claro. Y también se puede Mas: como cebiche, al matico, eI Son bastante mas caros q Diego— ¥ en realidad lo que cocinar son machas. ¢Cudntas personas? —Siete personas hambrie Felipe peso tres kilos de papel de diario, —i Van aira la inauguracién de la feria? gunto mientras depositaba el Paquete en u tica y les daba el vuelto—, Es dentro de ties —De todas maneras —dijo Pablo—. : a estar la rueda de Chicago, los puestos C0, la pesca milagrosa, los churros tod mar. Mirenlas, estan tan frescas que —Ppregunt6 Pablo, N guisos calientes hecesitaremos para siete ‘ntas —aclaré Pablo, y las envolvié en un cambucho dias. Supongo que va de tiro al blan- 0 lo de siempre, 32 Suerte, tengo un barril Ileno de.las que solo ay mar. También tengo unos ostiones N preparar de otras for- ue las machas —sefialé acabamos de aprender a ‘Fite afio inauguran una mini montafia rusa y un ) pirata. Van a ser la sensacién. Pero lo mejor de es que mi novia es la reina de la feria y su corona- j viva ser la parte mas importante de la fiesta —son- Felipe con gran orgullo. {Quién es tu novia? {La conocemos? —preguntd | BO. Se llama Margarita y trabaja en la peluqueria. Es Whujer mas linda de la regién y se fij6 en mf —dijo, junteniendo su sonrisa de oreja a oreja. Los primos se miraron con preocupaci6n. Parecia que Je afio cualquier individuo con mas de quince aiios te- ii la cabeza repleta de pensamientos romAnticos. us mujeres estaban invadiéndolo todo! En la cocina, prepararon las machas. Las abrieron, yaron las conchas, las limpiaron una a una y acomoda- cuidadosamente en cada conchita, con todos los in- ‘predientes en estricto orden. La mamé los miraba diver- (ida mientras ella arreglaba una fuente de ensaladas y ponia la mesa. La comida fue un éxito. La abuela comié tantas ma- thas que debié vaciar su plato tres veces porque no le cabfan las conchitas vacias. Sarita sintetiz6 lo que todos pensaban: —j(Son lo maximo! Misterio en Los Piftone rece normal —respondié Camila sin dejar de 0, {Primera vez que lo veo! —exclamé Sarita. Hs que no sale casi nunca —explicé Antonia—. Es un milagro encontrarlo hoy aqui. Imaginate, yo 0 afios viniendo en los veranos y esta es la tercera que me lo topo. —\Y ahfesté el padre Alberto! —chillé Sarita—. Voy ontarle que este afio me empiezo a preparar para mi imera Comunién. Esa sefiora —continué Antonia— es la descendiente del tipo que puso la primera piedra de este pueblo y esta onvencida de que eso la hace sumamente importante. Mira cémo se pavonea. Y ese sefior al que le brilla la pelada es el que gané el afio pasado el concurso de pes- cu, Es fandtico; toda su ropa esta Lena de insignias de timones, yates, pescados, anclas. Y alld, en el stand del tiro al blanco... —Y por tu derecha, a toda velocidad —interrumpid Pablo—, se acerca Mauricio... —...con evidentes intenciones de acompafiarte toda la noche —siguié Diego. —j Ay, qué pegote! —se quejé Antonia, aunque sus ‘ojos sonrefan al mirarlo. Los primos siguieron recorriendo la feria y partici- Dia de feria a feria estaba en su apogeo. Los juegos funcio- ee 4 su total capacidad, la musica a todo vo- sat Pet ee ae de gente yendo y vi- i - Enel escenario, un locutor anun- ie 4 fe cantantes y explicaba las miles de nibs hs ae as eae la feria. Cada cierto rato ‘as doce de la noc! fi coronacién de la reina de la a Pera oes Diego y Pablo se habfan cruzado con Feli e, qui sonreia orgulloso mientras estrujaba un ramo de ne Se encontraron con muchas de las a pre estaban en Los Pifiones, —jMira! —sefialé Antonia— aes castillo, ntonia—, Ese es el viejo loco del personas que siem- 35 pando en los distintos Juegos. Eran alrededor de las once cuando Felipe salié tras bambalinas con cara de preocu- pacidn. Ya no tenfa las flores y caminaba acelerado ha- cia la entrada, Ellos lo aleanzaron y dijeron: —§QuE te pasa? ;Sucedié algo? —Es que Margarita no llega. Deberia estar vistién- dose y peindndose y nadie la ha visto, —Todo el mundo sabe que las mujeres siempre se attasan —argument6 Diego—. Es su modus operandi, —Ya sé cémo son. Si fuera un dia cualquiera, no im- portarfa. Pero ninguna mujer se atrasa el dia de su coro- nacidn. Yo sé que algo le pas6, Haganme un favor: reco- tran la feria y busquen a Jorge, debe estar Vigilando aqui, ho puede estar en la comisaria, Ustedes lo conocen a él, (no? Y mientras le explican lo que paso, YO voy a correr hasta la casa de ella a ver Si esta ahf y en unos minutos nos juntamos ac4 mismo, en esta entrada, Ellos asintieron, Conocfan perfectamente al hermano de Mauricio y estaban emocionados de tener un pretex- to para hablarle de igual a igual. Lo encontraron cerca de la pequefia laguna, donde flotaba un carrusel de patos, y él trataba de impedir que unos nifios lanzaran objetos al agua. Diego explicé lo que habia pasado y juntos caminaron hasta la entrada. 36 Misterio en Los Piriones Jorge estaba tranquilo y hasta se burlaba un poco del herviosismo de Felipe. —Algunos enamorados son asf. Siempre pensando la novia se les va a arrancar, mientras ella esta mi- A ié re- Hindose al espejo, arreglandose el pelo 0 poniéndose ci fas en la cara. En la entrada estaba Felipe desolado, negando con la Cabeza. C ina jus- i ‘ la! Encontré a su madrina j —jNo hay rastros de e! or / ie to cuando salfa para acd y dice que Margarita no ha Ile: o en todo el dia; ella crey6 que se habia idoa mn plar donde una amiga y estaba extraiiada A a hubicra llamado, pero la imaginaba delante de ie ; probando peinados 0 qué sé yo. Lo peor es eed ios en su cléset y ahi estan colgados el vestido eeremonia, los zapatos, el collar... ete Jorge empezé a hablar en tono ca : —{Te dijo cuando la vieron por uiltima vez? ead —Ella la vio cuando salié a media mafana. sci iba a trabajar en el salén de pleawer: oe ee aceptado hacer dos visitas domiciliarias y dedicar el res del dia a prepararse a. deh {Supi iénes iba a visitar? ee aoe la del almacén, que esta con la era fracturada, y.a don Roberto, a quien no le gu 3 Beatriz Gareta-Huidobro salir y siempre hace que lo atiendan en lio. —jFue donde el avar Tal vez él le hizo algo... —jNo digas nada! —tespondié Diego—., $i habla- MOS Nos van a echar aun lado y No vamos a po Cipar de la investigacién. Ha vertidos. Jorge tranquilizé a Felipe y le dijo que esperaran. Si ella no aparecia a la mafiana Siguiente, j _ Investigacion. —{Majiana? ¢Recién mafiana? —No se puede decir que una persona esta desapare- cida hasta que no hayan pasado al menos 48 horas. Va- mos a hacer una excepcién iniciando su btisqueda ma- nana temprano, pero ahora no puedo alejarme de mi Puesto de vigilancia, Tranquilizate, a | ; nerviosa y no quiso venir, —No estaba nerviosa —se lamenté Felipe—. Por el contrario, estaba feliz, tenia preparado su Ghanwe su vestido, Sus zapatos nuevos... y la pulsera que le taped Se alejé a hablar con otras personas. Los nifios eonil huaron recorriendo los juegos, pero ya no podian con- centrarse y divertirse como si nada hubiera pasado. El maestro de ceremonias también estaba preocupa- do. Qué sacaba con ponerle emocién al anuncio si la su domici- —susurr6 Pablo a su primo— der parti- Y que tratar de pasar inad- iciarfan una 0 mejor se puso 38 Misterio en Los Pit ‘ein no Ilegaba. Cuando faltaban apenas diez minutos 1 las doce en punto, la gente empez6 a acomodarse ‘alrededor del escenario. Bl pensaba que tal vez tendria {jue coronar a una de las jovencitas de la boleteria. O a jy secretaria del alcalde, que en ese preciso instante le \anzaba miradas de impaciencia. O hacer el ridiculo di- ‘riendo que la reina se habia esfumado. —Las reinas no desaparecen —se decfa—. Pueden llorar, estar un poco histéricas o hacer gestos de sober- bla. Pero no desaparecen —y miraba hacia la puerta de entrada, esperando que Margarita se asomara a través de ella. Apenas la conocfa, pero ya le tenfa rencor por arrui- nar el espectaculo. La misica resonaba en los parlantes, como si el ruido pudiera disimular la situacién. Diego dijo: —Nosotros deberfamos investigar por nuestra cuenta. —jEn verdad creen que le pasé algo? —pregunté Antonia, que se acercaba en ese momento junto con Camila —. Todo el mundo anda haciendo conjeturas y parece que Felipe est4 organizando unas brigadas para a buscarla. —Claro que si agregé Diego—. Felipe tiene razén; nguna mujer se hace esto a s{ misma. Se presenté al concurso, se hizo ropa, compré zapatos, ensayé peina- 39 Misterio en Los Pitiones —No estoy burlandome. Te apuesto a que el viejo es el culpable y que todos estén perdiendo un tiempo pre- eloso al irse a recorrer los caminos, en circunstancias que es a él a quien deben interrogar. Asi funciona siem- pie. El primer sospechoso es la ultima persona que la vio con vida. Y no importa que no me crean. El tiempo me dard la razén. Y en ese momento espero ofr las excu- sas de los dos escépticos —y diciendo estas palabras, hizo uno de los gestos teatrales con que le gustaba salir ile escena y se fue. Ti crees que permitiran que nos unamos a alguna ile las brigadas de busqueda? —pregunt6 Pablo, que era una persona de accién. —Seguro que no —respondié Diego—. Pero creo que Antonia tiene algo de raz6n en lo que dijo. Uno siempre debe preguntarle a la tltima persona que vio al desapa- recido qué actitud tenia, qué dijo y todas esas cosas. Por ‘limo, para saber hacia dénde puede haberse dirigido. ;Vamos a hablar con don Roberto! En ese momento, el maestro de ceremonias anunciaba que la coronacién deberia postergarse hasta el dia de clau- sura, debido a un ‘contratiempo involuntario que habia acontecido a la digna soberana de tan magno evento’. —Le gusta hablar como cursi —sonrid Diego, mien- buscaban a don Roberto. El se encontraba hablando Tiene que haberle sucedido algo. Y ese algo le impid avisar qué fue. —Es verdad —intervino Camila—. Yo no perderfa Propia coronacién ni por nada. El tono serio de los nifios hizo que Pablo palidecier: un poco y la voz se le cortara al preguntar a Diego: itt crees que puede estar... muerta? —Ojala que no. Pero puede haber tenido un acciden- te y estar desmayada a la orilla de un camino, O la asal- taron, golpearon y abandonaron en el bosque. —O una rival la acuchillé por celos —dijo Camila —{Ustedes saben algo mas? —pregunté Antonia. Los primos le contaron lo poco que habia dicho Felipe acerca de la jornada de Margarita y cémo nadie mas la habia visto desde la mafiana. —Te apuesto a que el viejo loco tiene algo que ver ~opin6 Antonia—. No le gusté el corte de pelo, la empujé, se golped la cabeza contra un mueble yla rate O sin querer, ella rompié alguna de sus finuras, él 6 enfurecié y la mat6 a hachazos, Hay que ir a su oo y buscar tierra removida. cal en el sotano. Lo tipico. —No Es gracioso —dijo Diego—. Tal vez le pas6 algo grave y t estas burléndote. “ 4 Beatric Ge -Huidobro con Jo 5 niflos i rBe, los nifios se ubicaron cerca para escuchar. los con superficiales. Y por eso pido que me manden a —Como le decia, es i ; urgarita, porque sabe hacer su trabajo y quedarse ca- » €S Inexplica plicable. Lamento que estalf jjuda. No como el resto de la gente de este pueblo que me dijo nad. ' Slo sabe hablar y chismorrear, sin decir una sola pala- ij ‘a que pueda dar luces a su Investigacion. Cre m Folger y P que lo més sensato es | i s 'S lo que haci io: tec 5 mee re caminos y buscarla Tistes ; ‘ su Novio: recorrer los Puede irse. Tal vez necesite interrogarlo oficialmen- ee ieeus e ' leberia participar y dejarme i la joven no aparece. i a tan aburri 5 -datsnictitadtenta i oe de costumbre. Espero que ella s{ aparezca. Manténgame informa- p nar su casa? — f t6 Jorge, haciendo caso omiso de s TSU casa? —pregun- J lo, Aunque da lo mismo. Basta un paseo por la plaza para Alegre, risueti, tal vez un po Us comentarios, enterarse de lo poco y nada que sucede en este lugar. ; ? ct i , ; . muy rapido: apenas me corté . © Impaciente. Se fue Don Roberto ya habia cruzado la salida, cuando Die- Y partié deprisa. Ni siquiera ee pe SUS cosas yo se acercd a Jorge y pregunt6: ate cé a darle una propi ; ered como merecia, propina —Por qué te dijo eso? —jUste ore 2 —Porque él es asf. Yo creo que odia a todo el mundo. dUsted Ie pag6? ;Andaria ella con much di a he q 10 dinero menos, lo desprecia. encima? —No creo. Yo no le pago direct ; —Si, pero, ,por qué te dijo que ojala ella si aparecie- cada cierto tiempo paso por la i aca alla, sino que ja? gAcaso se ha perdido alguien mas en el pueblo? porta peluqueria y le cancelo a la —No, Esta hablando de su famosa escultura, la que sefora Gladys, la duefi sus cuentas ie a a ae siempre Je robaron en el otofio. Cada vez que me ve, me echa en —Le dijo algo que llamara a istoria. cara que no haya encontrado al ladr6n. conversaron? su atencién? ¢De qué _;,Se metieron a robar a su casa? —pregunt6 Pablo —A su primera pregunta, respondo no, A con admiraci6n. Se sabia que él tenia varias pistolas, un de nada. No me gusta at Bes no. A Ja segunda, tema de alarmas y tres perros entrenados para prote- entras me cortan el per la propiedad. No cualquiera se animaria a asaltarlo. Pp elo. Por eso no y oy a las pe! luquerias, para no oir cha- Fue el p p i Vv § 4 43 Beatriz Gareta-Huidobro Misterio en Los Pifiones lamenté Jorge—, Trajo a unos investigadores de la ciu dad, vinieron los tipos del seguro, hasta unos periodista llegaron para hablar de la dichosa estatuita. Y me presen: taban como a un inepto, sin pistas, sin nada que decir. —{Y cémo fue? —Pregunté Diego. —Parece que les dieron veneno a los perros. Dos d ellos se enfermaron y don Roberto los llevé a la clinic que esta era triplemente valiosa, de no sé qué ae ho quiero acordarme. Si me hubieran ofrecido un a jo al desierto o a la punta de la cordillera, lo habria a to. eptado en ese moment ‘ : E No deberias tomartelo tan en serio —lo consolé iblo—. A fin de cuentas no es tu culpa. En todas ie) he que haber misterios sin solucién; la policia no puede solverlo todo. as ao i fs isari vincial. Se le deben hal { Ta, sin sospechar que los habian envenenado y querian —Diselo al comisario pro ee nsado los dedos de tanto marcar el telé ono p nlarme, urgirme, pedirme informes, insistir... ‘i Fil papa y la mamé se acercaron con Sarita dormida iN i ae sus brazos. Les dijeron que ya era hora de we y a ‘ron a caminar hacia la salida. La abuela estaba s : li ante una mesa jugando Veintiuna, ese entretenido go de naipes, y se resistia a moverse de abi. oy entrando en una buena racha. Tengo que re erar lo perdido —dijo—. Y al que repartia los nai- le solicité: —Dame un seis bonito, ahora. Con el maximo de suspenso dio vuelta la carta y emi- tin quejido: F |Una reina! ;Cémo me das una reina cuando te pido seis? ;Hasta me conformaba con un cuatro! A ver, stranos qué tienes td... pore —Mam, es evidente que ya perdié. Vamonos. alarmas. Cuando volvi6, encontré al otro perro muerto, una ventana rota y s6lo aire en el lugar donde antes esta- ba la escultura, Habfan limpiado las huellas, las pisadas, todo. Mi tinica satisfaccién es que la figura no ha apare- Cido entre los coleccionistas todavia, y se supone que los detectives privados investigan por ese lado, —Dicen que existe una especie de cédigo secreto entre los coleccionistas ¥ es que nadie lo revela cuando com- pra una pieza tan valiosa —ijo Diego. —No entiendo tanta historia por una estatua —opiné Pablo. —Y qué estatua —agrego Jorge—. Era una mona de unos Cincuenta centimetros de altura, con cara de desa- brida. Vi cientos de fotos de ella. Dicen que hay tres iguales, pero de las otras dos no se sabe el paradero, asi 44 45 —Abuela, estas frita —dijo Pablo—. Lo perdiste todo. —Siempre le pasa lo mismo —mur- muré Antonia a Camila. —Pobre, es demasiado fanatica —res- pondid su amiga. —Maifiana voy a volver y van a ver cémo me recupero. Es cuestién de tiempo; no sé por qué tenemos que irnos tan temprano. —Es la una de la madrugada — sonrié el papa—. En cierto modo, es bastante temprano. —Seegtin los parametros de Los Pifiones, ésta ha sido la gran farra —dijo Antonia—. Aca, ver asomarse la luna ya es trasnoche. —Me gusté la feria —opind Camila—, podriamos volver otro dia. —jDe todas maneras! —dijeron a coro va- rias voces. Tal vez todas. —No todo esté perdido. Me quedan unas ficks por sca. (Donde estan? ;Quién me las sacé? A ver si 120 algun dinerito en alguna parte para comprar otras}... 4 Margarita no aparece 1 dia amanecié gris y brumoso. En el mar se le- vantaban altas olas que dejaban caer su espuma Inquieta sobre Ja arena de la playa desierta. En la familia todos debian cumplir ciertas obligacio- nes, como asear los dormitorios, botar la basura, barrer laarena, poner la mesa y colgar la ropa. Los primos cum- plieron Con su parte a toda velocidad —y no much: lijidad— y salieron rumbo a la caleta, Los caminos estaban practicamente desiertos y en la mayoria de las casas las persianas permanecfan cerradas —La gente es muy floja —comenté Pablo. —Claro que estan de vacaciones... Por lo mismo. Deberfan aprovechar sus dias al maximo. a pro- 48 Misterio en Los Pifiones —jMira! Felipe esta en su puesto de venta. Casi todos los botes se hallaban mar adentro. Sélo Felipe y una mujer estaban en la caleta. El faenaba y ella le hablaba. Se vefa atribulado, mirando con deses- peranza hacia un lado y otro. —jHan sabido algo de Margarita? —pregunto Diego. —Nada —dijo la mujer, quien tenia los ojos enrojeci- dos—. Es increfble, nadie la ha visto, nadie sabe nada, na- die sabe qué puede haberle pasado, dénde estar4... —se enjug6 unas lagrimas. Felipe la abrazé y la presenté a los nifios. —Ella es dojia Elvira, la madrina de Margarita. —Es mas que una hija para mf; si la crié desde que era de este porte, cuando murieron sus padres. Yo no sé quién puede habérsela llevado ni adénde; ella nunca se irfa sin decirme, es algo que no se entiende... —jCémo les fue anoche con las brigadas? —pre- gunté Diego. —Ni rastros de ella ni de nada sospechoso —suspiré Felipe—. Esta mafiana fuimos a la comisaria a Ilenar los papeles que dicen que Margarita esta desaparecida. No sé cémo vamos a resistir esta incertidumbre. Y lo peor es la sensacién de ser inttil. No puedo hacer nada, nada, no sé por dénde empezar; lo tnico que se me ocurre es pasearme por todas partes y esperar encontrarla a la ori- 49 aa ee ee Le Le arrancé con otro 4 hombre... “;Podria ser!’, pensé Pablo. Miré a Diego y se dio oth cuenta de que él esta- , nab ba pensando lo mismo. Era légico. En las pelicu- las pasaba siempre que la mujer se iba con otro novio y el abandonado quedaba desorientado. —... y eso si que no tiene sentido. Es- tamos enamorados, nos vamos a casar, ella no sale con na- die mas, ella no es asi. —Claro que no, m’hijito —lo consolé dofia Elvira—. Ella va de la casa a la pelu- queria y de la peluquerfa a la casa. Siempre me avisa cuando va a salir y ni siquiera se atrasa para no preocu- , parme. —Anoche no pude dormir. Cuando pienso en las ve- ces que hemos discutido, en las veces que no la he apo- lla de algtin camino. —{,Qué te dice Jorge? —pregunté Diego. —Que hay que investigar. Lo peor es que me mira con ldstima, como dandome a entender que tal vez se * 50 51 it Garcia-Huidobro yado lo suficiente por el problema con mi mama, quizds cuantas veces habra llorado y sufrido por mi culpa. Pero ya nunca mas. —{Qué problema con tu mama? —preguntaron a coro Diego y Pablo. Dojta Elvira abrazé al joven y les habl6 a los nifios. —Su madre esta casi postrada en una silla de ruedas y tiene un problema al coraz6n, Por eso teme que si Feli- pe se casa, la va a abandonar y ella terminaré murién- dose en un asilo. Asf es que cuando fallecié su marido, hizo jurar a Felipe que no se casarfa hasta que la entie- rre a ella. Y es por eso que no se ha casado todavia; hay que esperar hasta que ella entienda de a poquito que Margarita es buena, que la va a querer y a cuidar como auna madre. iQue va a hacer Jorge ahora? —preguntaron los primos. —Cualquier cosa —se lamenté Felipe—. Ir a hablar con dofia Eugenia, preguntarle a la gente, encargarla a otras comisarias, cualquier cosa, cualquier tontera, en circunstancias que esta claro que a ella algo le hicieron por el camino. Estoy seguro, lo presiento, lo sé. En rea- lidad, no puedo seguir acd simulando que estoy traba- Jando. Miren cémo dejé esta pobre corvina. Tengo que ir a recorrer de nuevo los caminos; no saco nada con 2 Misterio en Los Piftones quedarme aquf como un imiitil mientras ella me necesi- ta —dijo y se sacé el delantal, limpié los cuchillos y salié del puesto—. Me voy a buscarla. —jQué puedo hacer yo? —sefial6 dofia Elvira al tiempo que se miraba las manos y las frotaba nerviosa- mente. —Usted deberfa volver a la casa y quedarse ahi. Tal vez Margarita llame o alguien sepa algo y quiera co- municarse con usted. Yo voy a pasar més tarde a verla, ojalé con buenas noticias —concluyé Felipe y se fue. Caminaba con paso rapido y nervioso. La mujer se des- pidié y partié en otra direccién. Pablo y Felipe caminaron por la arena, hasta llegar a la casa. Cada uno iba pensando y casi no hablaron. Entraron y sintieron el olor a pan tostado. Sélo en- tonces se dieron cuenta de que no habfan tomado desa- yuno y que tenfan mucha hambre. Antonia y Camila habfan estado a cargo de prepararlo esa mafiana y, definitivamente, no eran avaras. Sobre la mesa se alineaba todo lo imaginable para el desayuno de un ejército de personas hambrientas. Mientras comian, les contaron a los demas lo que habia sucedido. —Yo creo que tiene otro novio y abandoné a Felipe y no se lo quiere decir —sentencié Pablo, mientras cu- brfa de mermelada su pan con queso. 33 —Esa es una idea anticuada —dijo Antonia con ex- presi6n de sabidurfa profunda y milenaria—. Hoy en dia, siauna mujer ya no le gusta su novio, se lo dice y listo. Nadie se escapa y arma un enredo por algo tan simple. —Es cierto —recaleé Camila—, Mi hermana mayor ha tenido seis pololos (*) y cada yez que ha terminado, no ha habido drama, —Ya les dije lo que pas —suspiré Antonia, cual pro- fesor en su trigésimo afio de trabajo consecutivo—; el Viejo loco es el culpable. Seguro que la maté. Lo tipico. —eTipico? —intervino el papa—. ;Me puedes expli- Car qué tienen de tipico los asesinatos, para ti? Antonia mir6 hacia el techo buscando inspiracion y paciencia. Luego explicé su teorfa y se recostd en el res- paldo de la silla, esperando aplausos o al menos alguna felicitacién por su astucia como detective. ae sé que ustedes no conocen a la joven que des- aparecié —dijo la mamé—, Pero no se les olvide nunca que es un ser humano, una persona que les importa a otros seres. Tu haces burla de la situacién —miré a An- tonia y Inego a los primos—, y ustedes encuentran que €s una diversién que haya un misterio en el pueblo. Re- (*) Pololos: asf se le mental previa al lea quienes desarrollan una relacién senti- 34 Misterio en Los cuerden que es un problema que puede ser muy grave, que hay gente sufriendo por lo que pasa y ustedes deben respetar esos sentimientos. Todos se quedaron en silencio. Sarita murmur6: —Deberiamos salir a buscarla. —No se trata de eso —continud su mama—, hay gen- te especializada que lo esta haciendo y ademas puede ser peligroso. Que no participes no quiere decir que no te importe. —Nosotros estamos investigando —conté Pablo. —Espero que no se estén metiendo donde no les im- porta ni molestando a la gente en su trabajo —dijo el papa. —Por supuesto que no —hablé Diego, dandole una patadita a su primo por debajo de la mesa—. Sélo escu- chamos lo que nos cuentan y sacamos conclusiones. — Y qué han concluido los genios? —se burl Antonia. —Todavia nada, pero vamos a... —empezé a decir Diego. —jNo le contestes! —advirtié Pablo—. Todo lo que digas ser4 usado en tu contra. La abuela se habia mantenido en silencio. Estaba fu- riosa con su hija porque no le permitfa organizar una noche de péker en la casa. ‘A lo mds un té-canasta’, le habia dicho. ;Como si eso fuera juego de verdad! Ape- nas una distraccién para las viejas. O una entretencién para nifjos que atin no saben auténticos juegos de naipes. Es cierto que habfa perdido mucho dinero en las mesas de juego y casinos y carreras de caballos y apuestas, durante su vida. Y que por eso no tenia ahorros. Pero eso no era razOn suficiente para que le impidieran divertirse de vez en cuando. ‘No digo todos los dfas, pero un par de veces ala semana, por lo menos’, le habfa manifestado a su hija quien se mantenfa inflexible, por lo que la abuela le hacia ver, con su silencio, que estaba enojada en serio. Sin embargo, la conversacién de sus nietos le dio una idea: —Les propongo algo. Hagamos una lista de persona- jes sospechosos y situaciones posibles. Cada uno escri be su hip6tesis en un papel y da una cantidad de dinero, Si uno tiene dos o més hipétesis, debe dar dinero cada vez que escriba una. Yo guardo todo en un sobre cerrado y cuando el misterio se solucione, lo abrimos, leemos Jas Tespuestas y quien acerté, se lleva el pozo de dinero acumulado. —{Y si aciertan dos? —pregunté Antonia. —EI pozo se divide en partes iguales entre quienes dieron la respuesta correcta. —iY si nadie le apunta? —continué Antonia. —Se le devuelve su plata a cada persona. Fijemos la cantidad... A ver, por ac tengo unos papelitos y un 56 a _ io en Los Pitones ‘ lapiz —intruse6 en su cartera—; a ver, donde metf ese lapiz y... f —Lo siento —dijo la mama—, pero en esta casa esta prohibido hacer apuestas. —Déjanos, mama —suplicaron a coro—, por favor. Es una buena idea, un desafio a la inteligencia. —Tal vez podriamos transar —opin6 el papa—. Ha- cen sus apuestas, pero sin dinero. Y al que gane, entre todos lo invitan a comerse un helado 0 algo por el estilo. La abuela se cruzé de brazos y mascullé: —j Qué aburrido! A los nifios les parecié una excelente idea y cada uno escribi6 su hipétesis en un papel. La abuela los recibié con desgano y dijo que en esa casa no sabian hacer apues- tas verdaderas. ‘Son s6lo aficionados’, pens6. Y sirvid en su plato el enorme pedazo de kuchen de manzana que quedaba. 3 En el cerro del Ahorcado omo en la tarde no despejé, los nifios salieron a caminar. Cuando pasaban frente al hotel salié Mauricio corriendo: —jAntonia, hola! Ah, y hola a todos. —( Quieres venir con nosotros? —pregunté Diego—. Vamos al cerro del Ahorcado. Camila quiere verlo antes de que oscurezca. —Si llego a oir el famoso lament, el pelo se me vaa poner blanco —tembl6é Camila. —Nunca nadie lo ha ofdo —afirmé Antonia—. Aca no sucede nada. Es asf de simple. —Tal vez podria ir un rato con ustedes —dijo Mauticio—. A esta hora no pasa nada... 38 Misterio en Los Pifiones —(Viste? —salté Antonia—. El vive acd y lo dice: no pasa nada. —Me refiero a que hay menos trabajo en el hotel, como no es hora de comida... —Lo dicho, dicho esté —siguié Antonia. —Tiene una enorme capacidad de molestar —dijo Pablo. —Ilimitada —agreg6 Diego. Mauricio caminaba entre las dos amigas y conversa- ban. Sarita recogfa piedras y conchas por el camino y se las echaba al bolsillo. En el cerro no habia sendero, asf es que tuvieron que subir entre las rocas y la maleza. Como Antonia se que- jaba de los rasgufios que le hacian las ortigas, Mauricio avanzaba unos pasos més adelante aplastando los brotes de maleza y limpiandole el camino. —jMira las flores de los cactus! —sefialé Sarita—. Es el color morado més lindo que he visto en mi vida. —;Alguna vez los has comido? —pregunté Mauricio. —jNo, si no se puede! —rié Sarita. —,Comerse la flor o la parte espinosa? —pregunté Camila. Mauricio les explicé: —Tii tomas una piedra y partes una punta del cactus. Tienes que tener cuidado de no pincharte. Mira, en su 9 Beatriz Gai interior es blanco como una manzana. Con una cuchara, que en este caso no tenemos, asf es que sera con una conchita... —jToma, yo tengo miles! —chill6 Sarita. —Perfecto. Con ella sacas la carne, te la echas a la boca y succionas. Pruébala. Mauricio sacé pedazos de fruta para todos. —Es desabrido... —... pero un poco dulce.. —... y tan jugoso... —... nunca hubiera pensado que los cactus eran asi por dentro. —Es que guardan agua —explicé Mauricio—. Tie- nen rafces profundas con las que sacan agua de la tierra. Y como su corteza es tan gruesa, no se evapora. —Pobrecitos cactus. Tantos esfuerzos que hacen por sobrevivir y nosotros comiéndolos sin necesidad —se lament6 Sarita. —A la planta no le pasé nada —sonrié Mauricio. Pablo y Diego buscaron infructuosamente el lugar donde, el afio anterior, habian enterrado a un pingilino que lleg6 moribundo a la orilla del mar y que finalmente murié a pesar de los esfuerzos que hicieron por salvarlo. —;{Por qué este cerro se llama del Ahorcado? —pre- gunt6 Camila, cuya curiosidad fue més fuerte que su te- 60 Misterio en Li ones mor. Entre todos le contaron la leyenda del hombre que habfa Hegado a comienzos del siglo veinte, montado a caballo y junto a un enorme perro negro, con unas alfor- jas repletas de no se sabia qué. Se refugiaba entre los matorrales del cerro y el perro vigilaba. Una maiiana aparecié ahorcado. Las alforjas ya no estaban y el perro aullaba junto al hombre que colgaba desde la rama del arbol. Nadie pudo acercarsele para bajarlo, porque el perro amenazaba y echaba espuma por la boca. En los tres dias siguientes, tres hombres amanecieron muertos. Se descubrié que ellos habfan robado las alforjas, por- que las tenian vacias, escondidas. Al tercer dia el perro desaparecié y los lugarefios enterraron al ahorcado, sin saber nunca quién era ni qué transportaba. —(Brrr! Los misterios me ponen nerviosa —tembl6 Camila. —Hablando de misterios, {se ha sabido algo de Margarita? —le pregunté Pablo a Mauricio. —Nada todavia. Sé que Jorge hablé con don Roberto y dofia Eugenia... —{ Qué le dijo ella? —interrumpié Diego. —Nada. Sélo le corté el pelo, la peind y después se fue. Comentd eso si que iba donde don Roberto, y dofia Eugenia le dijo ‘la paciencia suya’, y Margarita se 61 Beatriz Gareta-Huidobro encogid de hombros y respondié que le daba lo mismo, que cada cliente tiene sus cosas y que ella no Juzgaba a nadie, —{Qué mas ha investigado? —siguié Diego. —Sé que también conversé con Diana, una amiga de ella, pero no habia detectado nada extraordinario. Claro que como era un dia especial para Margarita, para ella todo era diferente, pero ala vez, ese dia tenia poco de raro. —{ Tt conoces a Margarita? —pregunté Antonia. —La ubico solamente. Es una nifia tranquila, calla- da, como temerosa, de esas personas que caminan por la calle con la cabeza baja y se ponen coloradas por todo. —Entonces no calza que haya sido reina —afirmé Antonia—. Las reinas de belleza tienen que tener perso- nalidad. Una mujer timida no se habria presentado como candidata. —Es cierto, pero lo que pasa es que también es boni- ta. ¥ todos le decian que lo hiciera, que no tendria que hablar, a lo mas decir gracias y sonrefr. TU no te pre- sentarfas? —y Mauricio se puso rojo al mirarla. —Es diferente —dijo Antonia. Diego se sorprendié al descubrir un leve rubor en las mejillas de su prima. Iba a decir algo al respecto, cuando habl6 Sarita: —Nosotros hicimos apuestas para saber por qué des- 62 Misterio en Los Piftones aparecié. Ujal4 que gane yo y me den mi helado y tam- bién porque yo puse en el papel que no le habia pasado nada malo, sino que le dio vergiienza el concurso y se escondié y ya va a volver. —Mira qué chinche eres —dijo Antonia—, dijiste lo que pensabas y ahora todos sabemos que tt no vas a ganar. —jNo importa que lo haya dicho! —salté Camila—. De repente es mejor que cada uno diga antes lo que cree y si alguna idea es buena, se la podemos contar a la policia para que investigue. —j0 investigamos nosotros! —dijo Pablo. Antonia frunci6 el cefio y pregunté: — Y la apuesta? —Yo creo que la apuesta corre igual, no sé qué opinan ustedes —intervino Mauricio—. Les propon- go que cada uno cuente su idea, y los demas le hace- mos preguntas. Todos estuvieron de acuerdo y empezaron a hablar. El primero en hacerlo fue Diego: —Yo estoy confundido, pero creo que alguien la rap- (6. Tal vez en la peluquerfa oy6 algo que no debia 0 vio algo prohibido —como un robo, un asesinato, una esta- — y ahora la tienen encerrada para que no hable. Ya sé que es una idea un poco descabellada, pero esta desapa- On no tiene sentido, Re ie Garcia-Huidobro —Pero si ella hubiera visto u ofdo algo, por ejemplo un asesinato, el asesino no tiene cémo saber que ella lo vio. Ademés no ha habido ningiin asesinato, ni robo gran- de ni nada —dijo Mauricio. —Yo estaba pensando en algo menor, tal vez una clienta le robé la billetera a otra y Margarita la sorpren- did, algo de ese nivel. —Nadie la haria desaparecer por tan poco —dijo Pablo. —Tal vez ella chantajeaba. Puede ser un caso de hace mas tiempo —siguié Diego—. Ella vio un crimen, ame- naz6 al asesino con hablar si no le pagaba, él lo hizo una y otra vez, hasta que se aburrié y decidié eliminar- laa ella. —jgMargarita chantajeando a alguien?! —salté Mauricio—. Eso sf que no calza. —Has decaido, querido primo —dijo Antonia—., Aho- Ta me toca a mf, para que no te sigas humillando. Yo sé que el avaro maté o secuestré o lo que sea a Margarita. Es lo Iégico. Si yo fuera la policéa, le apretarfa las clavi- jas al hombre y lo haria confesar. Es seguro que si ras- trean en su casa, algo van a encontrar. Y ahora te toca a ti, Camila. —Espera —cort6 Diego—. {Por qué él habria hecho eso? —Da lo mismo, qué importa —suspiré Antonia—. 64 Misterio en Los Piftones Porque ella rompid algtin jarrén fino, porque el pelo le qued6 mal, por lo que sea. No le pidas l6gica a un loco. Tal vez no haya tenido la intencién de matarla; segura- mente la empujé en medio de su furia, ella cay6 mal y él prefirid ocultar el cadaver antes que meterse en lios. —Es raro, pero no es mala idea —dijo Mauricio. —FI no va a encontrar malo nada de ella —susurré Diego al ofdo de Pablo. —Esta loco —contestd su primo, también susurrando. —jSe me ocurre algo! —intervino Camila—. ;Y si tuvieras razon, pero fue otra la causa? A lo mejor él es- taba enamorado de ella, la encontraba tan linda y calla- dita, se le declar6, ella se neg6, discutieron y por eso la mat, Por celos, pasiones y cosas de esas. —jEs tu idea desde el comienzo? —pregunt6 Antonia. —No, pero también me parece posible. Yo voté por- que aqui hay un asunto de celos. Tal vez la nifia que salié perdedora en el concurso 0 una antigua novia de Felipe discutié con ella, sin querer la empujé y la lanz6 por un barranco o algo por el estilo. Asi es que sugiero averiguar por ese lado, la antigua novia o la candidata se va a quebrar, va a llorar y confesar todo. Si lo hacen rapido, todavia puede estar viva. —Definitivamente, los celos es un tema que te atrae— opiné Diego. 65 Mauricio dijo: —Seria buena tu idea si no fuera porque la novia an- terior de Felipe ya se casé con otro, vive en el puerto y hasta tiene una guagua. Y en el concurso de belleza no 66 67 ™ hubo envidias ni celos. No que yo sepa. Pero también le voy a de- cir a mi hermano. Yo creo que es im- portante conocer todas las ideas. —Y ti, ¢qué piensas? —le pregunté Antonia. —Supongo que se aburrié de Felipe y de su madre ma- nipuladora, y de las pocas pers- pectivas en su trabajo, y se fue. En unos dias més va a Ila- mara su madrina y le va a avisar que esté en tal 0 cual pueblo, que se consiguid otro tra- bajo y listo. —Yo también creo que esa Beatriz Gareta-Hi serfa la teorfa l6gica —opind Diego—, si no fuera por el detalle de la coronacion. En un dia cualquiera, uno pen- sarfa que quiso cambiar de vida, pero no en el dfa en que la hacen reina. —Quién entiende a las mujeres —dijo Pablo—. Aho- ra yo les voy a dar mi idea. Pienso que se ahogé en el mar, Cuando yo estoy nervioso, nadar, correr 0 cualquier otro ejercicio, me relaja. Ella debe haberlo hecho, se metid en la resaca y no pudo salir. — (Qué pena! —se lamenté Sarita—. Ojala que tii pier- das y que todos pierdan porque ella no se tiene que morir. Los amigos hicieron gestos cémplices, dandose a en- tender unos a otros que no era bueno preocupar a Sarita. Diego dijo: —Lo ms probable es que tt tengas raz6n. jTe vamos a tener que comprar un helado inmenso! Acordaron ir a la feria en la noche y juntarse la tarde del dia siguiente para comentar lo que Mauricio averi- guarfa con su hermano y para saber qué opinaba respec- to de las hipétesis de cada uno. 68 Hablando y hablando 1 sol estaba definitivamente escondido, las nubes oscurecfan el cielo y las olas se agitaban furio- sas. El papa les prohibié a Pablo y a Diego salir en bote mientras no mejorara el tiempo. En vez de eso, fueron a la ciudad del puerto y almorzaron en una de las picadas a orillas del mar. & m La abuela se dedicé a formular acertijos a los nifios y, como siempre, Diego fue el que los adivind. Les planted que un hombre y su hijo van en auto y sufren un accidente. Ambos quedan malheridos y los Ile- van a hospitales diferentes. Cuando al nifio lo van a ope- rar, el médico dice que no puede hacerlo, porque ese nifio es su hijo. 3) G3) La solucién del acertijo se debe buscar al final de la novela. 69 ——————— Be fa-Huidobro Antonia se enfurecid Porque no fue ella quien acert6 con la respuesta, —jCémo no me di cuenta! —rezong6. ‘ —Me pregunto si es astucia o suerte —teflexioné la a uela— Porque si es suerte, estarfamos yendo a un casino esta noche y todas las noches para hacer quebrar la banca. —Es puro cerebro —dijo Sarita, En la tarde, los primos salieron a pasear por el pue- blo. Diego queria conversar con una persona relaciona- da con el misterio, —Esta desaparicién no tiene sentido —decfa—; Mme pregunto si alguien podra decirnos algo que nos dé luces, Se ditigieron a la peluquerfa ‘Mas Belleza’, donde trabajaba Margarita. Al entrar, vieron a una mujer que le hacia un gigantesco mofio a una sefiora, en tanto otra de las dependientas le aplicaba barniz en las uilas. —jEs increible! —dijo Pablo con admiracién verdadera obra de ingenierfa! iQue buscan, Jovenes? —balbuceé la mujer que hacia el mono mientras sostenia varias pinzas dentro de su boca, sin que se le cayera ninguna. Una 70 Misterio en Las Pifiones — Esta dofia Gladys? —Soy yo, la que viste y calza. —Buenas tardes dofia Gladys. Yo soy Diego y él es mi primo Pablo. —Quieren algtin peinado especial? —se rid la mu- jer. Era alta y corpulenta, con el pelo de un color rojo furioso. Se notaba que era del tipo amigable. Diego respondid —Por ahora no. La verdad es que querfamos saber qué piensa usted de la desaparicién de Margarita. —(Son parientes de ella 0...? —No. Somos amigos de su novio y nos da lastima verlo tan apenado. —Ah, Marrgarrita —suspir6 la mujer a la que le es- taban haciendo el mofio, con un indiscutible acento fran- cés—, tiene las manos suaves, perro le falta fuerrza y decision. Porr eso es buena parra corrtar, perro no pa- rra hacerr peinados especiales. — Qué les gustaria saber? —pregunté dofia Gladys. —Usted la conoce mas —empezé a decir Diego— y nos puede contar qué sospecha. A cada persona que le preguntamos, nos dice que ella es dulce, tranquila, timi- da, que nunca se meteria en lios y eso no coincide. Me refiero a que a la gente asf no le pasan cosas extrailas, ni hacen cosas raras por gusto. 1 i eS Beatriz Gareia-Huidobro Dofia Gladys sonrid, Puso unas horquillas en el mofio, dio unas vueltas a unos mechones y les dijo: —Eso lo dicen porque han vivido muy poco y visto casi nada. La gente hace cosas que uno no espera. Yo también pienso que Margarita es una chica dulce y pru- dente. Me sorprende que se haya ido, es cierto, pero no me extraiia. No sé si me entienden, pero lo que sucedié es algo posible. Es factible que las jOvenes se enamoren de otro y se larguen. O que les ofrezcan un trabajo en la capital y se vayan. —Pero ella no le avisé a nadie. Eso es raro —dijo Pablo, —Mas que rarro es maleducado, Preocuparr asi a su pobrre madrrina. Perro la juventud no tiene considerracién con los mayorres, hacen lo que se les antoja y ya esta. A mis hijos siemprre les digo que... —{Usted no cree que puede haber tenido un accidente o que alguien le haya hecho algo? —pregunté Tapidamente Diego, que ya se habfa dado cuenta de que la sefiora francesa pertenecia a la categoria de las conversadoras. —No. Estoy segura de que ella est bien. Miren, nifios, Cuando se tienen veinte afios, se suefia con muchas cosas maravillosas. El mundo que esta un poco mas alld parece un lugar idilico, donde se van a realizar todos los anhelos. 2 Después uno ve que la vida esté aqui mismo y que no hay que ir lejos para encontrarla. Pero, como bien dicen, la experiencia es igual que la escobilla de dientes; tinicamente para el uso personal. Uno no saca nada con hablarles, tienen que darse cuenta por sf mismos. —Aqui tenia de todo —insistié Diego—: trabajo, una madrina que la quiere como hija, un novio... —Hlla debe de haber querido algo mas —dijo dofia Gladys—. No todo lo que brilla es oro. Este es un buen trabajo, pero sdlo en los veranos, quizas ella sofiaba con los grandes salones de Santiago. Felipe es un buen mu- chacho, pero sin grandes perspectivas de progresar y no se casa con ella por el asunto de la madre que, entre paréntesis, no esté ni la décima parte de lo enferma que pretende. Entonces, {qué ata a Margarita a este pueblo? Nada. Sélo su madrina y seguramente la va a llamar mas adelante. Tal vez ya lo hizo y ustedes no estén enterados. —A las muchachas no les agrrada darr explicacio- nes. Corren detrrds de prrimerro que se les crruza. De pronto, la joven que estaba pintando las ufias de la mujer francesa, prorrumpié en Ianto. Dejé caer una lima y escondié su cara entre las manos. Entre sollozos decfa: —Los chicos tienen razén. Algo debe de haberle pa- sado. Ella no harfa eso y menos ahora. Ahora menos que nunca. B Dojia Gladys la consolé con suavidad y firmeza al mismo tiempo. —No llores, Diana. Guarda tus lagrimas para cuando de verdad pase algo. La coronacién no es tan importante como tu crees. Quizds ella la valoraba menos de lo que parece, —No es es0, no es eso... Los primos agradecieron a dofia Gladys por haber con- 44 versado con ellos, y se fue- ron. A través de la vitrina, vieron a Diana enjugdndose las lagrimas con un pafiuelo y retomando su trabajo. El mofio en la cabeza de la mu- jer francesa era monumen- tal y, al parecer, seguiria cre- ciendo atin mas, sin limites, desafiando la fuerza de gra- vedad. Ain era temprano para ir al hotel a encontrarse con Mauricio y los demas. Len- tamente, caminaron por la costanera hasta llegar a la comisaria. Por la ventana, se vefa a Jorge de perfil, escribiendo en una antigua m4- quina. —jEstos informes! —suspiraba. Lo saludaron a través del vidrio y él les respondié con un gesto amigable, pero siguid en su trabajo. —j{Entremos a preguntarle qué ha sabido?— dijo Pablo. —Mejor no. Se ve que esté muy ocupado y podria enojarse con nosotros. Y en ese caso, después no va a 75 Beatrie Garcta-Huidobro querer decirnos nada. Ademés, Mauricio nos va a contar lo que sabe. Empezaron a caminar y a alejarse de la comisaria. Cuando ésta era sélo un distante cuadrado verde entre- medio de las casas, se vio aparecer una figura femenina que entr6 aceleradamente, cerrando la puerta tras de sf. Los primos dieron media vuelta y regresaron. —Seria muy vergonzoso’que nos sorprendieran es- piando —susurré Diego—, asi es que jsilencio! Se parapetaron bajo el alero del techo, junto a la ven- tana abierta. La voz llorosa de Diana era apenas audible. —No sé si es importante... 0 sea, sé que es importan- te, pero no sé si para la investigacién sea necesario que Sepan esto... es que es el secreto de ella y a lo mejor no es vital, no tiene nada que ver... no quiero que ella se sienta traicionada, pero tampoco quiero pensar que todo se entiende mal porque no saben esto... glo que yo diga es como secreto de confesidn 0 no? Jorge aproveché la pausa para hablar por primera vez. —No. Evidentemente, yo no voy a contarle a nadie nada gratuitamente. Pero si se requiere usar la informa- cién y darla a conocer, lo voy a hacer. —No sé qué hacer. Si yo digo que sé, con toda segu- ridad que ella no se fue por su voluntad, ayuda en algo? —Algo. Pero no mucho. ¢Sospecha dénde puede ha- 16 isterio en Los Piftones ber ido? —Lo que le digo es que sé que ella no se fue. No podfa. Por eso es que hay que buscarla. Algo grave le pasé —le tembl6 la voz y los primos supieron que esta- ba Iorando. —Tal vez no. Si le hubiera pasado algo, la habriamos encontrado, En cambio, si alguien se va por su voluntad, es mucho mas dificil dar con su paradero. —Es que Margarita no se puede haber ido por gusto, menos estando embarazada... — Embarazada? i —Por favor, no se lo diga a nadie si no es necesario. Ella se cas6 hace unos meses con Felipe. Lo hicieron en secreto para no tener problemas con la mama de él y porque ella tampoco queria abandonar a su madrina y sabfan que era imposible que vivieran los cuatro juntos. Pero hace unos dias descubrié que estaba embarazada. ;Si viera lo contenta que se puso! Ahora iban a tener que enfrentar la situacién y arreglarselas de un modo mas normal. Se lo iba a decir a Felipe después de la corona- cién. Por eso es que ese dia era tan especial para ella y estaba tan emocionada; no por la fiesta, sino por lo que vendria después. —Mayor raz6n para creer que su desaparicién es vo- luntaria. A tiltimo momento le dio temor encarar a N Beatriz Gar uidobro Felipe, a su Suegra y a su madrina y huy6. Tal vez... —Parece que usted no quiere entenderme. Ella esta- ba feliz, en las nubes, adora a Felipe y la idea de tener una guagua la emocionaba mds que nada en el mundo, Margarita es de esas mujeres que nacieron para casarse, cuidar su hogar y tener hijos, muchos hijos. Ella nunca se habria ido y mucho menos de esta forma. {Por qué todos creen que se arranc6? (De quién? ;Para qué? En ese momento, Diego y Pablo sintieron una enor- me mano que se posaba en sus hombros. Dieron un gran salto y vieron a don Roberto que los miraba con fijeza. —Qué buena costumbre tienen, Oyendo a través de las paredes, Espiar, se le llama a eso, —No es lo que usted piensa —dijo Pablo—, Noso- {ros estamos tratando de ayudar y como justo llegé esa Joven a decir algo relacionado Con el caso, crefmos que ho importaria que... —Sin embargo, oyeron un secreto que no debieron escuchar y eso importa. Vine a buscar mi pluma, que se me qued6 esta mafiana cuando firmé mi declaracién so- bre los hechos, y lo primero que veo es a unos mocosos espiando por la ventana. No sé qué irda decir Jorge cuan- do le cuente —mascullé don Roberto, quien parecfa es- tar gozando con la idea de acusarlos, —También deberia decirle que usted estaba espiando B junto a nosotros —dijo Diego con firmeza—. Si si 4cémo sabe que nos enteramos de lo que no debiamos? —Yo escuché por casualidad. En cambio, ustedes lo hicieron con premeditacién. Pero no voy a discutir. Per- iso —y entré a la comisarfa. : ‘ae caminaban rumbo al hotel, Diego le dijo a Pablo que no tenfan motivo para preocuparse: don Roberto no hablaria y ellos se evitarian un al rato. —Lo que me molesta —agregé—, es que dl se haya enterado. No sé por qué, pero me da mala espina. Estoy por creer que él tiene que ver con el asunto, aunque no i tido, ay, que no. Imaginate lo insoportable que Gee ria Antonia si fuera ella la que tenia razén —agregd Pablo y temblé ante esta posibilidad. ; Mauricio los recibié en la salita contigua asu dormi- torio. Las nifias ya habian Ilegado y Antonia habl6 pri- mero, en tono festivo: —Nosotras sabemos algo que ustedes no saben. —Nosotros también —salt6 Pablo. —Hablando y hablando —propuso su hermana, Hubo una larga discusién acerca de si los primos de- bian o no respetar el secreto escuchado. Al final optaron por decir una verdad a medias; Margarita estaba planean- do casarse en secreto con Felipe, lo iban a hacer justo ”% Nim Beatriz Gareta-Huidobro después de la ceremonia de coronacién. Por eso es que su desaparicién no podfa ser voluntaria. —AlI revés —dijo Antonia—. Eso le daria la razon a Mauricio. Le asusté la perspectiva de su futura vida, pasarse afios y afos en este pueblo, amarrada a un pes- cador muy simpatico, pero que nunca se va a mover de aqui. Estoy por creer que esa es la verdad. {Puede ser posible que yo me hubiera equivocado y el avaro no ten- ga nada que ver? —{Qué es lo que saben ustedes? —corté Pablo. —Entraron a robar en la casa de la sefiora Elvira —sin- tetizé Camila. La madrina de Margarita estaba muy nerviosa y no podfa dormir, asi es que una vecina le convidé unas pas- tillas tranquilizantes. Por eso no escuché nada, pero en 1a mafiana encontré el dormitorio de su ahijada comple- tamente revuelto, los adornos en el suelo, el contenido del closet desparramado, Hasta ese momento no sabia si le habfan robado algo; parecfa que no. Era como si al- guien hubiera estado buscando una cosa. —jSe han encontrado huellas, pisadas 0 algo asi? —pre- gunt6 Diego. —Nada —respondié Mauricio—, Entraron por la ven- tana del dormitorio que, segtin dofia Elvira, nunca ha ce- trado bien, y no hay huellas; seguramente usaron guantes. 80 Misterio en Los Pitt Parece que la persona se colgé de la cortina al entrar, porque estaba en el suelo. La tierra del patio se ve re- vuelta, como si hubieran tratado de borrar las pisadas con una especie de barrido. — Qué dice tu hermano? i —Jorge esté desconcertado. El piensa como yo, que ella se fue por gusto y que ya aparecerd. Esto del robo, que no sabemos si es robo, da la impresién de que hay algo oscuro detras de todo esto. Pero, ,qué? —Me imagino que ella no tiene mucha plata, para qué le iban a querer robar. Sobre todo ahora que su ahijada desaparecié, Nadie puede ser tan malo —suspiré Sarita. Se quedaron serios, reflexionando un rato. Parecfa como si de pronto todos hubieran sentido que el proble- ma de Margarita no era tan sencillo, que tal vez estaba sufriendo y que no era una diversi6n tratar de averiguar la verdad. Antonia fue la primera en cortar el silencio. —~Y si jugéramos al Whist mientras tanto? —Mejor Chiflota —opiné Diego. —El Whist es el juego donde mas se usa la cabeza, primito. Me extrafia que tti quieras otro. —Yo no sé ninguno de esos —dijo Sarita—. El Whist no lo entiendo y la Chiflota es para cuatro y siempre me dejan fuera, Juguemos Carioca. 81 Beatriz Garcia-Huidobro —Para jugar tonteras, entonces prefiero algo comple- tamente facil y divertido, sin uso de neuronas, como El Ocho Loco —sentencié Antonia. —jEso! —exclamé aliviada Camila—, Por fin nom- braron algo que yo conozco, Armaron una mesa y jugaron hasta que el sol se puso. Mauricio tuvo que irse a ayudar a su mama y los demas se fueron a su casa. Enel camino, Diego y Pablo se apar- taron del sendero y le pidieron a Antonia que avisara que ellos irfan en un rato mds, —{,Qué secreto ocultan? —Ies pregunté burlona. —Tenemos algo que indagar —respondieron. Anduvieron hacia el pueblo y, en el gran almacén, preguntaron la direccidn de Margarita. Se adentraron por unas calles estrechas hasta que encontraron la casa que buscaban y tocaron el timbre. La vivienda era pequefia y estaba entre varias otras idénticas. En el antejardin se vefa un macizo de rosas muy bien cuidado y contra el muro crecfa una enredade- ta de cardenales rojos. A través de la puerta, oyeron la voz temblorosa de una mujer: —{Quién es? ,Qué pasa, qué quiere? —Perdone que la molestemos. Somos nosotros, los amigos de Felipe, gse acuerda? Hil es Pablo y yo soy Die- go. Estamos tratando de ayudar a encontrar a Margarita. 82 Misterio en Los Piftones La puerta se abrié y dofia Elvira los hizo pasar. —jAngelitos! {Como si ustedes pudieran hacer algo! Se agradece la intencion, pero... —los ojos se le llenaron de lagrima —Nosotros queriamos saber si usted ya ordend el dor- mitorio de Margarita y descubrié si faltaba algo. —Le guardé sus cositas como siempre. Pero no falta nada. —jEsta segura? —No. Ella se preocupaba solita de su ropa y de sus asun- tos, asf es que yo no sé exactamente cudntas blusas tenia 0 cudntas toallas. Puede ser que falte ropa. Y lo mismo pasa con los adornos que usaba; sé que tiene montones de joyas de fantasfa, pero como no veo bien, no estoy segura... Me parece que todo esta igual. —jLe importa si miramos su pieza? ; La mujer los guid hasta el pequefio cuarto de Margarita. El amoblado era una cama, un velador, un estante repleto de mufiecos de peluche y una silla con cojin. La puerta del clé- set estaba entreabierta y se vefa la ropa en orden, colgada 0 doblada. —Me dio bastante trabajo ordenarlo todo —conté la mujer. ( —jHabfan vaciado los cajones? —pregunté Diego. —jNo s6lo eso! También botaron la ropa de los gan- chos y los adornos; parecfa que ademas de buscar algo 83 Beatriz Gareia-Huidobro les gustara hacer dafio. —En verdad que parece no faltar nada importante —mur- mur6 Pablo. —{Usted sabe dénde guardaba ella sus Cosas secre- tas, como diario de vida, dinero 0 algo asi? La mujer reflexioné antes de responder la pregunta de Diego. —Ahora que lo mencionas, me acuerdo haberla visto escribiendo en un cuaderno algunas noches. También sé que ella es ahorrativa y que siempre tiene sus pesos guar- dados. Sélo que no sé dénde esconde sus cosas. Deben estar por ahi —y empez6 a buscar en el cajon del velador y entre los monos de peluche del estante, Los primos miraban cémo escarbaba, sin encontrar nada. No dejé lugar sin revisar. Ellos le ayudaron mi- tando debajo de la cama y en los rincones del cléset, —Parece que no esta —concluyé dofia Elvira—. Y es Taro, porque sé que ese cuaderno existe, Dinero, no es- toy segura. Pero del cuaderno doy fe que estaba. —{Seria eso lo que buscaban Jos ladrones anoche? —pregunté Pablo. ty para qué lo iban a querer? Una jovencita como mi ahijada escribe s6lo acerca de sus suefios, de sus amores, de sus amigas. ,A quién més que a ella le puede Importar tenerlo? 4 Misterio en Los Piftones —jY si hubiera escrito algo que diera la pista de su desaparicién y por eso quisieron rescatarlo? —dijo Diego. —Yo ya no entiendo nada —suspiré la mujer—. Margarita, tan linda, tan inocente. No puedo pensar que le hayan hecho algo. Entretanto, Diego miraba para un lado y otro, Toca- ba las tablas del piso, como si buscara una que estuvie- ra suelta que sirviera de escondrijo. Revisé cada mono de peluche, para ver si estaba descosido. Lo mismo hizo con los cojines y el colchén, pero tampoco encontré nada. La mujer dijo: —Yo sélo le pido a Dios que a Margarita le haya ve- nido la locura por lo del concurso 0 alguna de esas crisis de la juventud, como me dicen todos. Ojala que sea cier- to. Serfa una decepcidn para mi que ella haya hecho eso, pero un alivio al pensar que no le ha pasado nada malo, que nadie le ha hecho daiio... Los nifios le agradecieron su hospitalidad, se despi- dieron y salieron. Diego se paseé por el jardin y observé las huellas. —Parece que barrieron con una rama —murmuré Pablo. —Fijate en las huellas del barrido. Son varias dece- nas de lineas iguales. Con qué tipo de rama se puede 85 Beatriz Garcfa-Huidobro haber hecho eso? —Tal vez una rama de palmera. —Pero aqui cerca no hay palmeras, Sélo eucaliptos Y pinos. Las hojas de los pinos no dejan huellas como esa. Mira. Ensay6 el barrido sobre tierra con ramas de pino, de macrocarpas y de eucaliptos, —No tiene sentido —dijo Diego, Tal vez lo hicieron con un rastrillo 0 escoba. Po- driamos preguntarle a dofia Elvira dénde los guarda y ver si tienen tierra. —No creo, pero es importante comprobarlo. Tocaron a la puerta y le preguntaron a dofia Elvira Por esas herramientas, Les aseguré que ella no tenfa un rastrillo y que la escoba estaba guardada en la cocina y no le habia visto sefiales de tierra, —iY esta atin ahi? Porque si no fuera asi i mi ‘ asi... —sugi- rid Pablo, Bet —Desde aqui Se ve, apoyada contra el marco de la puerta de la cocina. Si quieren examinarla.... : —Por favor —tijo Diego—. Ya sé que parece absur- 0, porque si barrié afuera, no estarfa aqui sino en el Patio. Pero hay que comprobar los detalles para descar- tar hipotesis. Dofia Elvira sonrié ante la seriedad con que hablaba 86 Mis en Los Piitones Diego. Caminaron por el pasillo hacia la cocina. A la izquierda se encontraba la puerta abierta del cuarto de Margarita. Mientras Pablo revisaba la escoba y negaba con la cabeza, dando a entender que la escoba estaba limpia, Diego lanz6 una exclamacién, sin despegar la mirada del dormitorio: —jLa cortina! ;Por eso botaron la cortina! Corrieron hasta la pieza de la joven y Diego sefiald el doblez de la cortina. —jMiren! Est descosido. La basta de la cortina for- ma una especie de gran bolsillo de género. Seguramente aqui guardaba Margarita sus secretos. ;Y ahora no hay nada! La persona que entré buscé hasta descubrir este escondrijo. Y se levé lo que habia. —Deberiamos decirselo a la policfa —murmuré pre- ocupada dojia Elvira. —Por supuesto. —Voy a ir inmediatamente a la comisaria. Nifios, sera mejor que no toquen nada y salgan conmigo. Ya era la hora de comer. Los primos recordaron que a ellos les correspondia poner y retirar la mesa ese dia. Seguramente estaban todos furiosos esperandolos, asi es que echaron a correr, desedndole la mejor de las suertes a dofia Elvira. 7 Un paseo de noche *e a la casa Vieron la silueta de la mama, de la al uela y de Sarita, que miraban con preocupa- cién hacia los costados de la calle, a — vienen! —grit6 la abuela—, Yo aposté a que | abfa pasado nada y que se quedaron paveand por ahi. ae F — que no se deben atrasar —dijo la mamé— Slabamos preocupados por ustedes, E] papa salid 1 auto a buscarlos, ” i a Mi hermanito! ;Mi primito! —dijo Sarita y se abra- e ala cintura de cada uno de ellos—. Pensé que a uste- les a habian raptado igual que a Margarita, ae erdén —tijeron—. Nos atrasamos porque esté- S Investigando y fuimos hasta el pueblo. Y nos de- 88 moramos en caminar hasta aqui ms de lo calculado. —jAhi viene el papa! —dijo Sarita mientras le hacia sefias desde lejos. Dentro de la casa, la mesa estaba puesta y la comida en su punto. Antonia exclamo: —A los atrasados nosotras tuvimos que hacerles su trabajo, asf es que en castigo, ellos van a lavar toda la loza y mafiana van a hacer todos nuestros turnos y se quedan sin salir y ya veremos qué otro castigo merecen. —No exageres —corté el pap—. Ellos van a levan- tar la mesa y a lavar la loza, pero no van a reemplazarte a ti en tus otras responsabilidades. Y lo que si van a ex- plicar es qué han estado haciendo y por qué se demora- ron tanto, si saben que eso es algo que nos preocupa. Los nifios explicaron lo que habia pasado en su visita a la casa de dofia Elvira. A su vez, Antonia pregunté a Diego: —jGuardaria ahi la plata de las extorsiones, sobor- nos y todas esas atrocidades que tt supones? —Yo no supongo atrocidades, sino que planteo hi- potesis. —Puedes decitlo en elegante, pero sigue siendo lo mismo. La mamé intervino, haciéndolos callar. Se les prohi- bié que volvieran a hablar en la mesa de la desaparicion 89 Beatriz Gareta-Huidobro de Margarita. Hicieron planes para salir en bote al dia siguiente con el papa, organizaron la ida a la feria por la noche y se rieron con los chistes que conté Diego, Mientras lavaban y secaban la loza, Diego murmurd a su primo: —Cuando vayamos a la feria, lleva tu linterna, Pablo no sospechaba para qué serfa, pero sintié en el estomago el cosquilleo que anticipa la accion, Esa noche, deambularon un rato entre los juegos y se comieron un paquete de churros, Lentamente, se separa- ton de la familia y salieron del recinto. Pablo pregunté: —(D6nde vamos? éTd crees que no se van a dar cuenta? —Si nos apuramos, no. He estado pensando dénde hay palmeras. Y la tinica Tespuesta que se me ocurre es al firial del bosque, antes de las dunas, —Pero las palmeras son altas, (C6mo sacarles una rama? —A veces caen 0 tal vez haya algunas palmeras pe- quefias... No sé, Es probable que no tenga nada que ver, pero es la Unica pista que se me ocurre, La noche estaba despejada y no necesitaban alum- brar con la linterna. Rodearon el pequefio bosque y lle- garon hasta un claro donde habia un conjunto de pal- meras. Antiguamente, esa zona se habia proyectado como un parque y se plantaron variadas especies. Des- 50 pués, el asunto no prosperé y quedaron ahi, grandio- itarias. : eo las ramas en el suelo —observé Pablo—. ut tienes raz6n, de aqui debié levarselas. Pero, Le wi Por qué salié desde aqui? No hay casas ni nada. Na ee ae Pero es un buen lugar para ed a alguien. Si atraviesas las dunas, estan las hte de puedes pasar el dia sin que nadie te Soren a. es noche, el bosque es un escondrijo perfecto. Fijate bee s lo atraviesas en diagonal, llegas rapidamente al pueblo. Si un tipo no quiere ser sorprendido, éste es i lugar. —{Tt crees que es alguno de otro puenlo? a Diego se encogié de hombros. El también esl é le concertado, aunque trataba de que no se le notara. Caminaron por las dunas hacia las cavernas. La — na era suave y delgada, como harina recién cernida. cielo estaba iluminado por las estrellas y la cara a de la luna los guiaba. El mar parecia adormecerse al compas de sus propios movimientos. roe Llegaron a la arena hiimeda, en la rompiente a. olas, donde comenzaban las cayernas que el er ‘ socavado en las rocas durante siglos. Iluminaron aen trada con la linterna y dirigieron el haz de luz hacia su interior. ot Beatriz Garcfa-Huidobro —No sé si debamos entrar —dijo Pablo. —Podriamos investigar en las primeras cavidades y ver si encontramos algo. Yo tampoco creo que sea pru- dente adentrarse mucho: no es facil encontrar la salida —sefialé Diego retrocediendo—. Espera. Busquemos algunas conchitas para que dejemos sefialado el cami- no. Como Pulgarcito. Recorrieron varios de los pasadizos interiores de las rocas. La humedad y el olor a mar habian impregnado las paredes. En el silencio sélo se escuchaba el sonido agitado de la respiracién de los nifios, —Hay demasiadas huellas —murmuré Pablo, —Todo el mundo viene a visitar las cavernas. Te- nemos que llegar mds adentro para ver si hay algo im- portante. Los pasadizos se combinaban como las ramas de un arbol, formando un laberinto intrincado y circular. Las huellas de pisadas y de restos de basura habfan desapa- recido casi por completo. —La gente ya no llega hasta acd —sefialdé Diego. —Hace frio. {Tui crees que la raptaron y la tienen encerrada aqui? Las paredes de la caverna goteaban en algunas par- tes. En ciertos tramos el techo descendia tanto que de- bian avanzar de rodillas sobre la arena himeda y fria. 92 Misterio en Los Piones Tras uno de estos ttineles estrechos, Ilegaron a la entra- da de una sala ancha y alta, de forma irregular. —jMira! —grit6 Pablo— jAlguien hizo fuego aqui! En uno de los recovecos del lugar se veian los restos de una fogata. Diego dijo: —Tenemos que buscar a ver si encontramos algo mas. El fuego pudo hacerlo cualquiera. Tluminaron el suelo de cada uno de los espacios. En un rincén, escondida, estaba una bolsa plastica cerrada. La tomaron y vieron su interior. —Es basura —Pablo parecia decepcionado—. Pare- ce que el secuestrador es muy considerado; la dejé or- denada y cerrada. —Papeles de galletas, envase de jugo, corontas de man- zanas... jffjate! Es una peineta rota. Si era de Margarita, su tfa podrd decfrnoslo. Guardémoslo todo tal cual y avisémos- le a Jorge para que venga a investigar. Tal vez hay huellas o alguna pista que nosotros no logramos ver. Salieron corriendo y no dejaron de correr hasta que Ile- garon a la feria. A la primera persona que encontraron fue ala abuela. : —{,Qué les pasa que vienen tan agitados? Cualquiera pensarfa que han estado corriendo. Y ya estén grandes para andar correteando entre la gente. ne —jCémo es que no esté jugando? —le dijo Diego 93 cambiando el tema, mientras esperaba que su respira- cién volviera al ritmo habitual. La abuela hizo un mohin y se cruz6é de brazos. Era evidente que estaba molesta. —No tengo dinero. Me dejaron seca. Y mi propia hija no quiere prestarme nada, a pesar de que es obvio que a " una mala racha la sucede una buena. Solo es cuestion de tiempo. De tiempo y de capital —puntualizé. —Yo tengo algo —expresé Pablo escarbando en su bolsillo—. Podriamos comprar un carton de Bingo. La abuela miré el billete con un leve desprecio. Ape- nas alcanzaba para un cartén y no habia cémo estirarlo para que sirviera para la mesa de juego. —Si a eso le Hamas jugar... Compraron un cartén y esperaron que se iniciara la siguiente vuelta. Al poco rato se unié el resto de la familia y cada cual jugé un cartén. Sdlo Camila se gan6 uno de los premios secundarios, un canastillo con cremas y maquillajes, ante la mirada furibunda de los demas. —jNunca me gano nada! —rezongé Antonia. —Ni yo —dijo Sarita. —Y yo menos —agreg6 Diego. —

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