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La guerra económica entre la Confederación y Buenos Aires está dada por el problema financiero
existente: esperar que el crecimiento general de la riqueza permitiese obtener recursos para dos, allí
donde sólo alcanza para uno (Buenos Aires). La confederación pretende nacionalizar los recursos de
la aduana de Buenos Aires. parece una película de enredos: se separan y a Buenos Aires le va cada
vez mejor, y a la confederación le sale todo mal. El conflicto culmina con la batalla de Pavón, de la
que sale victoriosa Buenos Aires.
LOS PRIVILEGIOS ECONÓMICOS DE BUENOS AIRES EN 1852. EL ACUERDO DE SAN NICOLÁS. LOS DECRETOS DE URQUIZA DEL 28
Y DEL 31 DE AGOSTO. LA REVOLUCIÓN DEL 11 DE SEPTIEMBRE
EL EMPRÉSTITO DE BUSCHENTAL. SITIO Y BLOQUEO DE BUENOS AIRES. LA ADUANA DE SAN NICOLÁS. EL BANCO NACIONAL DE
LA CONFEDERACIÓN
El Congreso General que concretaría lo pactado en San Nicolás se reunió en Noviembre del ’52,
sin asistencia de los representantes de Buenos Aires. Como ya no se podía contar con los ingresos de la
aduana porteña, en febrero del 53 se autorizó a Urquiza para levantar un empréstito con garantía de las
futuras entradas fiscales, hipotecando tierras y propiedades de la Confederación a don José de
Buschental, en Montevideo.
Semanas después, fracasadas nuevas tentativas de acercamiento con Buenos Aires, Urquiza
envió su escuadra a bloquear la ciudad, sitiada por tierra por las fuerzas de Lagos. Se esperaba que con
ello cesara el rendimiento de la aduana, la base que financiaba la resistencia. A los pocos días (1º de
Mayo) el Congreso sancionó la Constitución federal, que exigía a Buenos Aires entregar esa aduana sin
ofrecerle en remplazo otra cosa más que promesas de subsidios que compartiría con otras provincias.
Aunque sitiada y bloqueada, Buenos Aires prefirió seguir resistiendo, pues seguía teniendo a su
disposición la antigua Casa de Moneda (de donde podía emitir pesos); Lagos, el jefe del asedio, carente
de banco emisor, vendía cueros obtenidos en las estancias; los recursos de Urquiza eran tan esporádicos
que el jefe de su escuadra decidió venderla al gobierno porteño (a la escuadra???), quedando así
levantado el bloqueo y la posibilidad de dominar a Buenos Aires por la fuerza. Ante las novedades,
Urquiza se retiró a Entre Ríos después de suscribir tratados con Inglaterra, Francia y Estados Unidos
relativos a la libre navegación del Paraná y del Uruguay. Ahora tres grandes potencias podrían reclamar
derechos sobre el comercio marítimo directo con la Confederación. Buenos Aires protestó, pero no podía
impedir lo hecho. De todas formas, con o sin contrabando, desapareció uno de los privilegios legales
motivo de disputa; en lo sucesivo, los ríos serían libremente navegables. Más difícil resultaría la
nacionalización de la aduana porteña mientras no Buenos Aires no encontrase otra fuente de recursos
para reemplazarla.
El fisco federal ensayó crear un banco emisor como Buenos Aires. A tal efecto el Congreso
sancionó, en Diciembre de 1853, el Estatuto para la organización de la Hacienda y Crédito Público. El
Banco tendría a su cargo la percepción de otros impuestos nuevos que, unidos a la aduana, se esperaba
que diesen sólido sostén a las finanzas federales.
La primera escaramuza en esta guerra económica fue, pues, la de los billetes contra billetes; para
1854, ya no se recibía en las aduanas federales el papel moneda de Buenos Aires.
En Abril, Buenos Aires promulgaba su nueva Constitución atribuyéndose la mitad del territorio
argentino, pues incluía en sus fronteras a la Pampa y la Patagonia. Declaró además ser “un Estado con el
libre ejercicio de su soberanía interior y exterior, mientras no la delegue expresamente en un gobierno
federal”.
Estas afirmaciones disminuían las posibilidades de un arreglo pacífico y se acrecentaron los
temores de la guerra civil, nada favorable al crédito del gobierno federal, que ni siquiera había podido
pagar a los ex diputados del Congreso General Constituyente, disuelto en Marzo. Además, ocurrió algo
inesperado: el total fracaso del plan financiero, porque el público se negaba a recibir los billetes del
flamante Banco Nacional de la Confederación, lo que hizo necesario su imposición por curso forzoso, y la
gente desconfió aún más.
Hubo que liquidar el sistema, pues suprimido el papel moneda toda la armazón del Estatuto se
venía abajo; más aún: el gobierno se negaba a recibir en sus aduanas los billetes circulantes. Fracasado
el banco oficial, sólo quedaba atenerse a los prestamistas particulares.
Lentamente, el aumento de la producción, la mejora de los medios de transporte, la paz y el
Trabajo aumentarían sin duda el intercambio; pero ningún arbitrio podría desviar inmediatamente hacia
los puertos de la Confederación el tráfico ultramarino que hasta 1852 monopolizaba Buenos Aires.
“Cualquier modificación importante de la estructura económica interna de un país requiere lentas
adaptaciones”. Al llegar a Rosario los buques podrían arrimarse a la orilla, y echando tablones disponer
de muelles de emergencia, sin que esos dispositivos bastaran para desviar permanentemente corrientes
comerciales consolidadas por el curso de los siglos.
Tampoco fue factible para la Confederación utilizar sus aduanas como simple fuente de ingresos.
Uno de los motivos de las pasadas guerras civiles había sido que Buenos Aires, región homogénea y
dedicada casi exclusivamente a la ganadería, tuvo interés en implementar el librecambio, mientras que a
las regiones del interior, proteccionistas, les convenía oponer vallas a la entrada de productos extranjeros
en defensa de los propios. Es posible que pesara en las tendencias separatistas porteñas la ventaja de
prescindir de ese proteccionismo contrario a su política liberal. Después de 1852, quedaron en la
Confederación tres provincias librecambistas (Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes). Todo ello entorpecía la
buscada organización de nuevas corrientes mercantiles.
Durante el mes de Noviembre empeoraron las relaciones políticas, a causa de la invasión al
territorio bonaerense llevada a cabo por fuerzas del coronel Lagos. Su derrota en El Tala permitió reabrir
negociaciones de paz, pero los diputados por Córdoba y Santiago proyectaron declarar abiertamente la
guerra económica a Buenos Aires, prohibiendo la entrada a la Confederación de mercancías ultramarinas
que no llegaran directamente del extranjero. Pero el Congreso, hallando demasiado radical semejante
medida, encarpeta el proyecto. El 20 de Diciembre Urquiza llega al convenio con el gobierno porteño,
tratando de conseguir, si no la unión, al menos una entente pacífica.
El statu quo convenido consistía en no molestarse con los vecinos hasta que surgiese una
solución tolerable para el problema financiero existente: esperar que el crecimiento de la riqueza general
permitiese conseguir recursos para dos, allí donde al principio sólo había para uno; bastaría cualquier
acto de fuerza para desbaratarlo todo. Uno de esos actos fue, justamente, la invasión de Flores a Buenos
Aires; pero pocos días antes la Confederación había decretado otra medida hostil: el ministro de
Hacienda ordenó cobrar derechos de aduana a los productos elaborados en Buenos Aires, cuya
fabricación requiriese algún material extranjero. Tiempo después, derrotado Flores, fuerzas porteñas
entraron en territorio santafecino persiguiéndolo, y ante esa violación de su frontera, el gobierno federal
dejó sin efecto las convenciones de Diciembre del ’54 y Enero del ’55.
Paralelamente, los progresivos intentos de la aduana porteña alientan aspiraciones separatistas,
alegando que Buenos Aires vivirá mejor organizada como país independiente; se habla de erigirla en la
República del Plata. Acuden capitales del exterior en busca de una colocación productiva; también la
Confederación aprovecha el ritmo creciente de los negocios, el alza de los precios, la llegada de
inmigrantes para las primeras colonias agrícolas... pero mientras que Buenos Aires logró bienestar para
su población y sus finanzas, la Confederación sólo consiguió lo primero. En Mayo, el tesoro público
consigue que el empresario catalán Esteban Rams y Rubert le preste 250.000 pesos plata boliviana; pero
la realidad es que será imposible normalizar los presupuestos federales mientras no se disponga de las
rentas de la aduana porteña.
Rotos los pactos, y no queriendo Urquiza acudir a las armas, ensaya una guerra económica en
base a las tarifas diferenciales.
LA CRISIS MUNDIAL DEL 57 Y SU REPERCUSIÓN EN EL PLATA. AUGE DEL CONTRABANDO. EL DÉFICIT DEL PRESUPUESTO DE LA
CONFEDERACIÓN EN 1857
Buenos Aires, con menos territorio a vigilar, albergaba la ciudad argentina más importante:
100.000 habitantes contra los 10.000 de Paraná, capital de la Confederación. El contraste era violente,
más si se tienen en cuenta las mejoras edilicias y los atractivos de la primera.
Nuevamente enfrentados ambos contendientes, la Confederación, que en 1854 había perdido la
batalla del papel moneda, iba a perder también la de los derechos diferenciales, debido a varios
imprevistos; la gran crisis mundial del ’57 había enfriado el interés por las inversiones rioplatenses,
debilitando las corrientes mercantiles que el gobierno federal quiso desviar en su provecho. Las minas de
Australia y California ya no lanzan a la circulación las grandes cantidades de metálico que antes
alentaban las iniciativas; el pánico crece al hundirse durante un viaje entre Europa y EE.UU. el Central
América cargado de oro. Hay demasiados buques a flote, sobra producción fabril y manufactura, declinan
las demandas de materias primas, bajan los precios de los productos argentinos exportables. Inútil buscar
accionistas para el proyectado ferrocarril: los capitales se han retraído.
Con semejantes perspectivas, el recargo diferencial de derechos no podía dar los resultados
favorables que sus promotores esperaban; además, Gran Bretaña reclamó ante ese estorbo a su
comercio, al igual que Montevideo. En ese contexto aumentó el contrabando, porque la ley no podía
remediar la insuficiencia de los capitales existentes en la Confederación para adquirir por mayor en el
extranjero la totalidad de las mercancías a consumirse en el territorio, ni comprar y tener en depósito las
que destinasen a exportación los productores del interior.
Prácticamente, Buenos Aires casi no sintió el efecto de las nuevas tarifas, salvo las inevitables
Pérdidas que la crisis mundial infligía a los dos contendientes. Merma un tanto su renta de aduana, y el
banco tiene que elevar el tipo de interés, pero el papel moneda oscila poco durante todo el año 1857.
Buen síntoma financiero. En cambio, la Confederación no sale de apuros.
En Enero del ’58 la Confederación logró tener su deseado banco. Lo instalaba en Rosario una
empresa privada, que obtuvo éste y otros privilegios a condición de prestar dinero al gobierno a interés
cuatro puntos más bajo que el resto de los descuentos a particulares. El gobierno nombró un comisario
inspector para supervisar las negociaciones. El nuevo Banco prestó servicios, aunque en proporción
menor a la esperada. Por ejemplo, no pudo acuñar moneda. Además, la crisis subsiste y las relaciones
con Buenos Aires empeoraron a raíz del voto de los derechos diferenciales.
En el Senado, nueva discusión en torno a dos hechos: primero, la aduana de Buenos Aires, con
Derechos más bajos, particularmente para vinos, aguardientes y tejidos, vuelve a repuntar y recauda más
que las de la Confederación, lo que prueba que no la afecta la guerra de tarifas. Segundo, con derechos
diferenciales y todo, el crecimiento de la renta sigue siendo menor que antes de implementarlos. Además,
los gastos crecen, el gobierno fomenta por todos los medios posibles la navegación, el transporte
terrestre, las colonias, empresas e iniciativas de todo género y promete subvenciones a manos llenas,
aunque de seguro no tendrá cómo pagarlas; persiste irreductible el contrabando, y podría decirse que
debido a la guerra económica Gualeguaychú corre a su ruina, pues antes prosperaba gracias a créditos
que conseguía en Buenos Aires y Montevideo. Entonces, se vota una rebaja de dos tercios a las
mercancías, rebaja que comienza a regir en Enero del ’59.
Pero esa medida no va a decidir la incorporación de Buenos Aires, cada vez más firme en su
localismo. Tal como están las cosas, sólo una victoria militar. Valentín Alsina, gobernador de la provincia
rebelde desde el ’57, no oculta su antipatía hacia el gobierno nacional, ni toma con calma las nuevas
tarifas. Buenos Aires entorpecerá ahora el tráfico tradicional con el que antes colaboraba. Urquiza y
Alsina van a cesar en sus cargos al año siguiente, y el primero en su último mensaje de apertura del
Congreso declara que antes de terminar ese período estará Buenos Aires reintegrada a la República,
promesa concordante con preparativos militares. El Congreso de la Confederación faculta a Urquiza para
poner fin al problema de la integridad nacional mediante negociaciones pacíficas o por la guerra, según lo
aconsejado por las circunstancias. Por supuesto, hace falta dinero. Buenos Aires acude a sus habituales
emisiones, en tanto que la Confederación, anticipándose, había vendido a Buschental 1 millón y medio de
bonos a interés del 18 %.
Con la convocatoria de la guardia nacional y el cierre de las fronteras para todo lo que signifique
comunicación o comercio con Buenos Aires, los sucesos se precipitan. El 23 de Octubre, la batalla de
Cepeda corta de un tajo el nudo del problema y Urquiza, triunfante, obliga a Buenos Aires a unirse
sobre las discretas bases contenidas en el convenio de paz del 11 de Noviembre. La provincia rebelde
quedará incorporada por la aceptación y jura de la Constitución Nacional, previas las reformas que acepte
una convención nacional que incluya a sus representantes. Buenos Aires suprime inmediatamente sus
relaciones diplomáticas con el extranjero; pero hasta tanto se una, continuará gobernándose sola, y
conservará su Banco, es decir, el derecho a emitir moneda. La aduana porteña se nacionalizaría, pero
sólo después de incorporada la provincia, y el 24 de Abril el vicepresidente Del Carril declara el cese de
las leyes de derechos diferenciales respecto de Buenos Aires.
DERQUI. CONVENIO DEL 6 DE JUNIO DE 1860. MODIFICACIÓN DEL MISMO POR DECRETO DEL 3 DE NOVIEMBRE
Sin embargo, no quedó liquidada la guerra económico financiera, pues faltaba cumplir el
convenio, lo que motivó dificultades, entre otras cosas porque la Confederación seguía escasa de
recursos. En ese contexto, Urquiza termina su período de cinco años y le sucede Derqui.
Como Buenos Aires no iba a unirse hasta después de aprobadas y juradas las reformas a la
constitución, la demora en la entrega de la aduana porteña decidió al nuevo presidente a buscar algún
arreglo complementario que le procurase fondos; y a tal efecto celebró otro convenio el 6 de Junio, según
el cual la provincia entregaría mensualmente al tesoro federal 1 millón y medio de pesos; Derqui, por su
parte, ofrece dictar reglamentos que faciliten la admisión de los billetes de banco porteños en las aduanas
de la Confederación. Buenos Aires continuaría conservando todavía su aduana durante un período
impreciso.
Por lo pronto, con el subsidio federal mejoran algo las finanzas federales. El 21 de Octubre
Buenos Aires jura la Constitución, y a partir de ese momento quedaría incorporada, aunque con las
salvedades mencionadas. Pero en Noviembre el nuevo presidente, sin esperar la incorporación de los
diputados de Buenos Aires resuelve que a partir del mes siguiente el gobierno de ésta debe entregar, no
el pago estipulado, sino una suma variable, derivada de los excedentes de sus rentas; al mismo tiempo,
declara nacional a su aduana, a pesar de que todavía debía quedar en manos de la provincia. Este nuevo
remiendo al pacto de unión suscripto en 1859 disgustaría a varios de los seguidores de Derqui, y desde
luego a los de Urquiza, ahora general en jefe del Ejército de la Confederación y gobernador de Entre
Ríos, provincia desferalizada, cuyo presupuesto no tiene garantía federal como el porteño.
REFORMAS A LA CONSTITUCIÓN DE 1853. CONVOCATORIA DEL CONGRESO A SESIONES EXTRAORDINARIAS PARA INCORPORAR A
LOS REPRESENTANTES DE BUENOS AIRES. RECHAZO DE LOS DIPLOMAS. BUENOS AIRES SUSPENDE LAS ENTREGAS MENSUALES.
CONFERENCIA DE DERQUI, URQUIZA Y MITRE. BATALLA DE PAVÓN. RENUNCIA DE DERQUI. PRESIDENCIA DE MITRE
Entre las reformas hechas a la Constitución de 1853 figuraban las de admitirse su papel moneda
en las cajas federales. Una vez jurada la nueva carta, Derqui convocó al Congreso a sesiones
extraordinarias para que se incorporasen los representantes de Buenos Aires. El Senado admitió sin
dificultades a los senadores porteños; pero en Diputados se puso reparos a los electos por Buenos Aires,
la que alegó que mientras no se aceptasen sus diputados no estaría constitucionalmente incorporada. Se
posterga entonces la integración, y es la propia Confederación la que aparece como causante de esa
prórroga indefinida. Sus propios actos la devuelven al malestar financiero del que había creído salir.
Tampoco la paz interna es sólida. Hay revoluciones y aumenta el desprestigio de Derqui,
sospechado de inclinarse demasiado a la política porteña en detrimento de la urquicista. Acudir
nuevamente a las armas parece inevitable: Buenos Aires ha jurado la Constitución pero no termina de
incorporarse; es necesario poner fin a tan anómala situación. El 12 de Junio, una ley federal desaprueba
el decreto que admitió el sistema de sobrantes y restablece la vigencia del subsidio mensual, pero
Buenos Aires no acepta efectuar las entregas mensuales. Además, ha adoptado una actitud “subversiva”,
por lo que el 5 de Julio se declaran rotos los pactos por su culpa, y se consideran perdidos los derechos
que pudieran derivarse de ellos. Reaparecen entonces los derechos diferenciales; aumentan para la
Confederación los ahogos financieros. Por su parte, Buenos Aires sigue emitiendo papel moneda.
Prevenidos ambos ejércitos frente a la pelea, se produce un compás de espera. Los ministros
Plenipotenciarios de Gran Bretaña, Francia y Perú, actuando como mediadores, consiguen que Derqui,
Urquiza y Mitre, reunidos a bordo de un buque de guerra en el puerto de Las Piedras admitan la
posibilidad de restablecer el subsidio mensual. En una segunda conferencia surgen disensiones acerca
de su monto, pues Buenos Aires ofrece la mitad de lo pactado. A la tercera entrevista el fracaso es
evidente, y sólo se logra acuerdo para demorar unos días el despliegue de las hostilidades.
El 17 de Septiembre la batalla de Pavón iba a dictar su fallo, adverso a las armas federales. En
Noviembre Derqui, convencido de que era imposible resistir sin ejército y sin dinero, renuncia a la
presidencia, y el vicepresidente Pedernera se hará cargo de la situación. Tres días más tardes se declara
en receso el Poder Ejecutivo y queda disuelto de hecho el Congreso. Han terminado al mismo tiempo la
guerra militar y la económica, y Buenos Aires va a unirse definitivamente a la Confederación, pues los
temores de que el tesoro federal no garantice el presupuesto porteño se disiparán al pasar el general
Bartolomé Mitre de la gobernación de la provincia a la presidencia de la República. Encargado
provisionalmente del Poder Ejecutivo nacional, procede a reorganizar el Congreso en la ciudad de
Buenos Aires a manos del gobierno nacional. Por leyes y decretos sucesivos pasa la aduana de Buenos
Aires a manos del gobierno nacional. Queda por fin resuelto el problema financiero planteado en 1852, y
esta vez el arreglo será duradero, porque en los diez años corridos desde entonces creció la riqueza
pública, se hallaron nuevas fuentes de renta y alcanzó para dos, donde antes alcanzaba sólo para uno.