You are on page 1of 4

BABELIA-ELPAIS.

ES - Un silencio refulgente - Antonio Lobo Antunes

Sábado 19 de mayo de 2001

PORTADA
La ternura del mundo
BASE DE DATOS

António Lobo Antunes El escritor


portugués recuerda un viaje por toda
Europa junto a su abuelo. Después de su
muerte, no le ha ocurrido nada importante,
dice. "Querría decirle que no he tenido
hijos, abuelo, he tenido hijas: juro que no
ha sido mala voluntad. Y escribo, hecho que
lo alarmaba sobremanera. Me llamó a su
despacho, me preguntó con ese poder de
síntesis propio de un oficial de caballería: -
¿No serás invertido?".

Traducción: Mario Merlino

Creo que lo más importante


que me ha ocurrido en mi vida
ha sido un viaje de cerca de un
mes, a Italia, con mi abuelo. Mi
abuelo conducía y yo, sentado
a su lado, con un volante de
plástico, fingía conducir
también. El coche era un Nash
de color rojo. Mi volante de FERNANDO VICENTE

plástico tenía, en el centro, una

http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010518/32.html (1 of 4)30/07/2004 01:34:20


BABELIA-ELPAIS.ES - Un silencio refulgente - Antonio Lobo Antunes

bola de goma. Al apretarla, la bola emitía un sonido que en mi


fantasía era un claxon. El ruido del motor lo hacía con la boca, de
tal forma que no había dudas de que era yo quien conducía el
automóvil. De vez en cuando mi abuelo me hacía una caricia en el
cuello. Es gracioso, pero aún siento sus dedos.

Durante los dos primeros días, el olor a gasolina me produjo


náuseas y vomitaba en cucuruchos de papel. Parábamos en hoteles
del camino. Me acuerdo de los helados que comí en Zaragoza, me
acuerdo de haber ido a una corrida de toros con Luis Miguel
Dominguín en Barcelona y de haber ido al teatro a ver a Carmen
Sevilla. Estuve enamorado de ella hasta los doce años, momento
en el que vi Los diez mandamientos y la cambié por Ann Baxter, la
mujer del faraón. Ni Carmen Sevilla ni Ann Baxter me hicieron
mucho caso. Los enamoramientos tardaban en pasarse en esa
época, en que todo era lento. Días larguísimos, dientes que
tardaban siglos en salir. Mi padrino me daba dinero por los dientes
de leche. Si fuese tiburón me habría vuelto rico.

Después vino Francia. La torre Eiffel me pareció algo sin acabar,


algo que sólo existía dentro de los pisapapeles. Si se lo volcaba, un
remolino de virutas doradas revoloteaban a su alrededor. Tal vez
mi abuelo tuviese fuerzas para volcar la de París pero, por un
motivo que se me escapa, no lo hizo, y por tanto no hubo virutas
doradas de ninguna clase. Hasta pensé en pedírselo. Respeté su
desinterés por los pisapapeles y, desilusionado, aparté el cuello
cuando sus dedos se aproximaron. Enseguida, claro, me arrepentí:
acaso mi abuelo iba a volcarme a mí y yo quedaría rodeado de
virutas doradas.

Al volver a Portugal me habría regalado al marido de la costurera y


habría quedado bonito encima de la radio. Como me decían
siempre -Tan guapo, tan rubio Cumpliría sin duda, a las mil

http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010518/32.html (2 of 4)30/07/2004 01:34:20


BABELIA-ELPAIS.ES - Un silencio refulgente - Antonio Lobo Antunes

maravillas, una vocación de bibelot. Siguió después Suiza donde,


en Berna, me atropelló una bicicleta, lo que me pareció una falta
de grandeza. El tipo de la bicicleta, que creía conducir un camión,
bajó del sillín para recoger mis restos. Para tranquilidad del marido
de la costurera me encontraron intacto. El suizo (hay suizos con
alma)

Se marchó pedaleando, con los pantalones sujetos con pinzas de


ropa como los plateros de la feria de Nelas. Para imitarlos,
amarillo de envidia, me ponía pinzas en los pantalones cortos antes
de instalarme en el triciclo, y pensando en el triciclo llegué a
Padua: con un volante de plástico y un claxon de goma se llega a
Italia en un santiamén. Italia, al principio, me pareció el lugar
donde los suizos echaban su basura, o sea, una especie de Portugal
con más piedras y las construcciones que los romanos se olvidaban
de completar: unas columnas, un pedazo de techo, unos restos de
mosaico, más o menos el jardín de mis padres después de haber
andado yo por allí con un tirachinas. Al ver el Coliseo tuve la
seguridad de que mi hermano Pedro ya había estado antes allí. Con
un martillo. Me explicaron que lo había construido un tipo que
inventó el arco y no fue capaz de parar. Nuestro objetivo, no
obstante, era Padua, para la primera comunión en la iglesia del
santo que llevaba mi nombre. Allí mi abuelo tocó la tumba con la
mano y me mandó que tocase la tumba con la mano.

-Prométeme que cuando tengas un hijo lo traerás aquí. Fue la única


vez en que vi sus ojos llenos de lágrimas. Así, los dos solos. Me
dio un abrazo, me besó, y nunca nadie volvió a abrazarme ni
besarme como él. A quien mirase de fuera le habría resultado un
tanto extraño: un hombre abrazando a un niño y un volante de
plástico. Para mí fue el momento de más intenso amor de mi vida.

Y después volvimos, y después el tiempo que era lento se puso a

http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010518/32.html (3 of 4)30/07/2004 01:34:20


BABELIA-ELPAIS.ES - Un silencio refulgente - Antonio Lobo Antunes

andar cada vez más deprisa. Hasta hoy. Cumplí dieciocho años y
mi abuelo murió. Desde su muerte no me ha ocurrido nada
importante. Querría decirle que no he tenido hijos, abuelo, he
tenido hijas: juro que no ha sido mala voluntad. Y escribo, hecho
que lo alarmaba sobremanera. Me llamó a su despacho, me
preguntó con ese poder de síntesis propio de un oficial de
caballería
-¿No serás invertido?
Yo no sabía lo que era ser invertido. Por su cara se trataba de una
palabra horrible y le aseguré de inmediato que no. Me miró
desconfiado, murmurando. Le pregunté
-¿Qué ha dicho?
y él, murmurando
-Nada, puedes irte.

Lo espié desde la puerta: seguía murmurando. Después de algunas


investigaciones en el diccionario y horas de reflexión perpleja,
concluí que invertido tenía que ver con el pisapapeles volcado y
lleno de virutas doradas que brillaban. Estoy escribiendo esto en
París. Desde la ventana veo la torre Eiffel la Gran Invertida y cerré
enseguida la persiana. No quiero que mi abuelo piense mal de mí.
No me acerco a ella. Le escapo, la evito. No dejo que me lleven
allí. Puede ser que de esta manera me perdone el pecado de
escribir. Mientras tanto, para mitigar sus sospechas, me niego a
hacer el pino. Aquí estoy como una estaca, erguido, de pie sobre la
alfombra. Si por televisión un intelectual habla de inversión de
valores, apago enseguida el aparato. No vaya a ser que eso se
pegue y yo acabe como pisapapeles del marido de la costurera.

PORTADA EL PAIS.ES >> SUPLEMENTOS


© Copyright DIARIO EL PAIS, S.L.
contacte con elpais.es | publicidad

http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010518/32.html (4 of 4)30/07/2004 01:34:20

You might also like