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Nancy Scheper-Hughes
Universidad de California, Berkeley
En las situaciones del Tercer Mundo, hay muchísimas vidas y muertas que
contabilizar entre poblaciones de las que generalmente se piensa que no vale
la pena hacer ningún seguimiento. Pero investigaciones necesariamente
empíricas como ésta no tienen por qué ser empiristas, es decir, no tienen por
qué entrañar un compromiso filosófico con las nociones ilustradas de razón,
objeto y verdad. El trabajo empírico se puede guiar por intereses críticos e
interpretativos sobre la parcialidad inevitable de las verdades y sobre los
diversos y contradictorios significados que presentan los hechos y los
acontecimientos en sus sentidos existencial, cultural o político.
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Favela, “chabola” en portugués; en plural puede aludir a barrios o ciudades enteras de chabolas (N. del
t.).
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La autora utiliza diversas palabras para dividir en subgrupos de edad al “colectivo infantil” estudiado:
así habla de babies, que en principio no caminan y se traduce por “bebés” de toddler, -niño que empieza a
caminar, generalmente entre uno y dos años y medio-, de infant- categoría muy vaga entre los bebés y los
niños “propiamente dichos” que ha sido traducido a veces como “niñito”, pero que, en ocasiones, la
autora extiende para agrupar a los bebés (como en la expresión infant child mortality), si no la usa para
abarcar a todo el colectivo-, y de child, children –niño, niños”, con una característica indiferenciación de
género gramatical que señala la pubertad como límite de todo el colectivo-. De todas maneras, la
utilización de la autora es bastante vaga, por lo que en la traducción se ha intentado reflejar las
distinciones sólo cuando eran significativas (N. del t.)
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DEMOGRAFRIA SIN NUMEROS: CONTANDO ANGELES
Los demógrafos son bien conscientes de que los registros públicos –censos
oficiales, certificados de bautismo y nacimiento, registros de matrimonios y
divorcios, certificados de muerte y enterramientos- no son fuentes de
información puras, exactas u objetivas. Tampoco son neutrales políticamente,
ni siquiera científicamente los registros y archivos públicos, así como las
inferencias estadísticas basadas en ellos no son tanto espejos de las
realidades como filtros y representaciones colectivas de las mismas. En el
mejor de los casos, los registros y estadísticas públicas revelan el sistema
particular de clasificación de una sociedad, así como algunos de sus valores
sociales básicos, a través de aquello que se juzga lo suficientemente valioso
como para contarlo y registrarlo.
Los censos y los registros públicos cuentan unas cosas mejor que otras. En el
noreste rural del Brasil, la muerte de un bebé marginado en una bidonville –una
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Bom Jesús de Mata es una ciudad de plantaciones de azúcar en el Estado nororiental de Pernambuco con
una población de aproximadamente 30.000 habitantes, es decir, un tamaño medio
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barriada de chabolas- es un hecho que apenas merece documentación alguna
a ojos de la mayoría. La economía moral de la salud pública y de los servicios
médicos en el noreste rural de Brasil es tal que dos tercios o más de esos niños
que mueren lo hacen sin diagnóstico ni evaluación ni testimonio médicos. El
espacio destinado a registrar la causa de la muerte del niño en el certificado de
defunción se deja simplemente en blanco, un cero manifiestamente semiótico
que representa la intrascendencia del estatus civil de los niños en Brasil.
Incluso cuando se recoge la causa de la muerte, la información suele ser
descuidada, inútil y carente de significado.
De las 881 muertes de niños y bebés recogidas en la oficina del registro civil de
Bom Jesús da Mata durante los tres años de muestra escogidos (1965, 1985 y
1987), sólo en 159 casos se especificaba la causa de la muerte. Y el 35% de
éstas exhibía el incontestable pero más bien inútil diagnóstico de “paro
cardíaco” o “paro respiratorio”.
Los niños morían, podemos suponer, de haber vivido. Otras causas de muerte
comúnmente listadas: “prematuro”, “debilidad”, “hambre”, “deshidratación”,
“muerte accidental” (incluyendo a veces descripciones más específicas como
“golpe en la cabeza” “caída”, “ahogado”, “envenenamiento”, y la mito-poética,
“sufrimiento infantil agudo”. Como no había seguimiento de ningún tipo, el
Estado parecía mostrar una desoladora falta de curiosidad sobre las causas
“naturales” o “accidentales” de las muertes de tanto bebés ángeles con
“sufrimientos agudos”.
Para captar la realidad social de las muertes de bebés y niños y para destapar
las capas de significados subyacentes a las causas metafóricas de la muerte
que aparecen listadas en los certificados de defunción, se requería cruzar los
datos oficiales con la tradición oral. Esto significaba confiar en las memorias e
informes propios de las mujeres de las barriadas de chabolas en tanto que
madres, sanadoras tradicionales, figuras religiosas y comadronas. Esto
significaba, en primer lugar, dejar la oficina del registro civil para caminar a lo
largo y ancho de los pobres barrios, bidonvilles, y aldeas rurales del Brasil con
el fin de seguir embarazos, nacimientos y enfermedades –con sus tratamientos
médicos y sus curaciones culturales-, así como la muerte prematura de bebés y
niños. Significaba asistir a velatorios, ir de aquí para allá tras las procesiones
funerarias de bebés y niños, examinar tumbas viejas, nuevas y reutilizadas, y
hablar con todos aquellos involucrados en la producción, muerte y entierro de
los <<bebés ángeles>>.
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La autora utiliza a menudo la expresión folk, relacionada con folklore, sabiduría, conocimiento del
pueblo”. Se ha traducido como “popular”, ya que, aunque a veces esta traducción no es exacta, parece la
más adecuada en el presente texto, que no entra en las complejas relaciones entre las categorías folk,
<<popular>>, <<tradicional>>... La traducción <<folklórico>>, se ha descartado por estar muy connotada
en castellano en un sentido distinto al utilizado por la autora (N. del t.).
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pueden saber los taxistas que llevan a las madres y sus niños a los hospitales
o que, ocasionalmente, pueden transportar a un padre y a su hijo fallecido al
cementerio público. Lo que los taxistas no saben, lo sabrán con seguridad los
sepultureros. Su conocimiento frecuentemente rechazado o estigmatizado
puede completar el contexto social en el seno del cual se da la muerte del niño.
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hermanos6 compañeros de juego y, no sin cierta frecuencia, los primeros
cuidadores de los bebés ángeles condenados; incluso niños muy pequeños
pueden ser “informantes” dolorosamente entusiastas sobre la cuestión de la
muerte infantil. <<China>>, un niño de la calle en Bom Jesús da Mata con
apenas doce años, defendía su conocimiento y su calidad de experto como
sigue:
Soy pequeño, Tía, pero he aprendido unas pocas cosas. Esta al cuidado de
la casa. Me tocaba a mí encargarme de todo: la cocina, la limpieza, la
compra. Podrías decir que yo era la doña da casa [el ama de casa]. Eramos
todo un manojo de criaturas y ahora sólo quedamos tres de nosotros. Si yo
no he muerto es porque yo soy el mayor y el responsable de todos.
Murieron de hambre y de gasto [debilidad derivada de una diarrea aguda].
Se suponía que yo debía salir cada día para conseguir leche para los
bebés... Cuando enfermaban, era yo quien tenía que abrigarlos y llevarlos al
hospital. Y cuando morían, era yo quien iba a pedirle un ataúd al alcalde y
era yo quien los disponía en la caja. Era yo quien conseguía las flores y
quien llamaba a otros niños para hacer una procesión al cementerio.
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La autora emplea la expresión siblings, tan cara a los antropológicos y que se suele aplicar a aquellos
niños que comparten al menos uno de los progenitores. (N. del t.)
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Encuentro que las altas expectativas de defunción durante la infancia
constituían, en verdad, un poderoso moldeador del pensamiento y de las
prácticas reproductivas y maternales en la bidonville, tal como evidencia el
apego condicionado a los recién nacidos, a los que se trataba a menudo como
visitas, más que como miembros permanentes de la familia. Una posición de
observadora espera maternal, hasta que el bebé manifestaba que realmente se
<<agarraba a la vida>> precedía a la expresión plena del amor y del apego
materno. La predicción excesiva de muertes infantiles por parte de las madres
con su consecuente distanciamiento afectivo, podía ser a veces mortal y
contribuía a las muertes prematuras de los bebés, de los que se prensaba que
carecían del gosto (gusto) o del jeito (destreza) por la vida. Las madres
describían a dichos niños como seres que querían o incluso necesitaban morir.
Llegué a pensar sobre los bebés del Alto do Cruzeiro que eran
<<abandonados>>, a los que se <<renunciaba>> (es decir, que se ofrecían) y
<se dejaba de tener en cuenta>, en términos de chivo expiatorio y de sacrificio,
en el sentido trabajado por Regé Girard (1987), Girard erige su teoría de la
religión alrededor de la idea de violencia sacrificial y la necesidad de una
víctima consensuada o sustitutoria –el <<chivo expiatorio generador>>- cuyos
sufrimientos o muerte –como en el caso de Jesús- ayudan a resolver
insoportables tensiones, conflictos (sociales) y dificultades de todo tipo (1987,
pag. 74). Los bebés ángel del noreste del Brasil, cedidos y ofrecidos, se
sacrificaban de manera similar ante terribles conflictos sobre la supervivencia y
la penuria. Y justo así es, de hecho, como sus madres hablaban de ellos. La
siguiente reflexión teológica tuvo lugar en una reunión de una <<comunidad
eclesial de base>> de Alto do Cruzeiro en 1990:
<<¿Qué quiere decir que un bebé “tiene que” morir o que muere porque
“quiere” morir?, pregunté
Terezinha fue la primera en hablar: <<Significa que Dios se los lleva para
salvarnos del sufrimiento>>.
<<Lo que quiere decir>>, se inmiscuyó Zephinha, <<es que Dios conoce el
futuro mejor que tú o que yo. Podría ser que si el bebé viviera, causase
mucho sufrimiento a la madre. Podría acabar siendo un ladrón o un asesino
o un cabo safado, un bueno para nada. Si fue niña podría avergonzar a su
familiar convirtiéndose en prostituta en la zona. Luego, en lugar de todo
esto, mueren como bebés y lo hacen para ahorrarnos grandes sufrimientos,
no para darnos dolor, sí hay muchas razones para alegrarse por la muerte
de un bebé>>
Luiza añadió <<bueno, yo sólo se que continúo pariendo y que los míos
continúan muriendo. Pero nunca abandonó la esperanza. Quizá los primeros
nueve tenían que morir para despejar el camino, para hacer sitio, de
manera que los últimos cinco pudieran vivir>>.
<<Yo misma >>, dijo Fátima, <<no tengo mucha esperanza en ésta><,
refiriéndose a la niña de entre uno y dos años, inquieta y enfermiza, que se
encontraba sobre su regazo. <<Si Dios la quiere, entonces, ¡estaré feliz por
ella y feliz por mí! Estaría contenta de tener un “corazoncito sagrado en el
cielo”.
<<Pero ¿por qué querría Dios que los bebés sufrieran tanto al morir?,
persistí preguntando.
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<<A mí no me preguntes>>, dijo Edite Cosmos. <<Hice todo para
mantener a los míos sanos y vivos, pero simplemente Dios no quería que
los tuviese conmigo. Creo que El nos envía estas muertes para castigarnos
por los pecados del mundo. Y sin embargo, los bebés no merecen realmente
esto. Somos nosotros los pecadores, pero el castigo cae sobre ellos.
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a la madre. Debe decir lo muy apenada que estás de que Jesús viniera a por
su bebé>>. <<Su claro>>, repliqué, <<pero tu ¿qué piensas?>> <<Oh, Nancy!
Ese bebé nunca tuvo suficiente para comer, pero nunca, nunca debes decir
eso!>>
<<Los niños pequeños son como los pájaros>> dijo Biu una vez, <<hoy están
aquí, mañana se han ido. Para ellos da lo mismo estar vivos o muertos. No
tienen ese cierto apego a la vida de los niños más mayores>. De todas
maneras, Mercea ya había sobrevivido más de una docena de crisis médicas,
con fiebres, dolencias respiratorias, violentas diarreas y vómitos que habían
dejado exhausto su frágil cuerpecito, habían retardado su capacidad de hablar
y la habían llevado cerca de la muerte. Cerca de la hamaca de Mercea, había
una mesa de madera con botellas de medicinas medio vacías, algunas de las
cuales habían funcionado durante algún tiempo, según Biu. Había antibióticos,
cremas antisépticas para la piel, remedios para la tos, analgésicos,
tranquilizantes y pastillas para dormir. Había incluso un estimulante del apetito,
aunque a menudo no podían ofrecer a la niña nada más que unas cucharadas
de mingau –unas gachas espesas de arroz o mandioca- durante todo el día,
con sus veinticuatro horas. Ninguno de estos tratamientos habían resuelto la
principal dolencia de la niña, que Biu describía como <<debilidad>> y
<<nervios>> -un nervoso infantil-, y que dejó a su niña incapaz de afrontar la
luta. Biu decía que Mercea nunca habia mostrado un verdadero gosto o jeito
por la vida.
La crisis final de Mercea tuvo lugar los días antes del carnaval brasileño,
cuando muchas tiendas y servicios públicos están cerrados. El personal del
hospital estaba en huelga y el trabajo no se reanudaría hasta el miércoles de
ceniza, Biu y yo pensábamos unirnos a los huelguistas en la primera noche de
carnaval, pero Mercea continuaba teniendo una tos asfixiante. No podía
respirar y su pequeño pecho se sacudía rápidamente con cada esfuerzo. Su
piel estaba seca como el pergamino. Biu se las compuso para que su hija de
dieciséis años cuidara a Mercea. Los trabajadores del hospital se habían
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negado a atender a la niñita durante los días que precedieron a su muerte; el
farmacéutico local le vendió a su madre varias medicinas para la tos; y cuando
la pequeña Mercea estaba agonizando, el chofer de la ambulancia municipal
llegó demasiado tarde para ser de alguna ayuda.
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En inglés ORT, de Oral Rehydration Therapy. Se prefiere ORT a las siglas españolas TRO para evitar
confusiones, ya que, siendo un término bastante especializado, no se suele traducir.
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En inglés, child survivial (N. del t.).
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La distribución de bolsitas de ORT no tiene en cuenta los suministros de agua
contaminada, ni anticipa los efectos de la percepción local de las sales como
poderosos alimentos medicinales para los niños, que requerirían, según esta
visión, un escaso suplemento nutritivo. Los bebés criados con ORT, como los
criados con papillas aguadas, morirán a menudo con ella. La ORT no sustituye
la leche de pecho, ni el agua limpia, ni la atención en el proceso de alimentar
al bebé, ni el cuidado médico adecuado, ni el alojamiento apropiado, ni los
salarios justos, ni la educación pública gratuita y universal, ni la igualdad de
sexos. Y, sin embargo, todos ellos son prerrequisitos para la supervivencia del
niño.
Durante los años que observé a Biu y su familia, Mercea recibió ORT en varias
ocasiones. La llevaron a clínicas y la vacunaron contra las principales
enfermedades infecciosas. La trataron contra las lombrices, y la aparente
neumonía de la que murió en estado de aflicción aguda (el sufrimiento infantil
agudo listado en los certificados de defunción de la oficina del registro civil
empezaba a tener una cara humana), era quizá, tal como acabó por verlo Biu
con el tiempo, una bendición disfrazada. Para escapar del hambre y la
enfermedad crónicas, Mercea necesitaba mucho más de lo que posiblemente
le podía ofrecer cualquier componenda tecnológica. No se podía salvar al niño
sin hacer simultáneamente lo propio con su madre y sus hermanos. Y la
salvación de Biu y sus otros hijos dependía en parte de la del marido alienado,
Oscar, cuyo estado de humillación económica permanente le hacía correr
avergozado de hogar en hogar. La pobreza de Oscar lo convirtió en un padre
promiscuo y en un marido desastroso. La salvación de Oscar y de todos los
demás nietos de los nietos de los nietos de los esclavos de plantaciones en
todo el mundo depende de una reordenación de las relaciones Norte-Sur y de
la economía capitalista global, por ingenuo y poco intuitivo que esto pueda
aparecer a finales del siglo XX.
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de pecho, e interpone una cuña de plástico entre la madre y el niño, entre el
pecho y el bebé.
¿Por qué se mantiene esta práctica irracional ante un fracaso tan gráfico? ¿Por
qué las mujeres pobres renunciaron tan fácilmente a la cría de pecho por los
comerciogénicos biberón y leche en polvo? ¿Cómo se convirtieron en
consumidoras de un producto que no necesitaban, que no podían pagar y que
contribuía tan directamente a la muerte de sus hijos? Estudios empíricos y
encuestas de investigación –incluyendo un estudio patrocinado por la OMS
sobre los patrones de alimentación infantil en nueve países (Gussler y
Briessmesiter, 1980) –indicaban que la explicación más común que aducían las
propias mujeres para dejar la cría de pecho era la falta de leche. Este hallazgo
condujo a muchas argumentaciones sin fundamento sorbe la fragilidad
biológica de la lactancia materna como practica (incluyendo afirmaciones sobre
la correlación de factores como la altura, el peso, la grasa corpórea o diversos
aspectos nutricionales con el éxito de la cría de pecho). De hecho, la lactancia
materna está protegida por mecanisos de evolución biológica: incluso mujeres
desnutridas y flacuchas –por no mencionar a las mujeres famélicas- pueden
dar de mamar adecuadamente a un bebé. En cualquier caso, afirmar esto no
debe dar a entender falta de empatía alguna con los cuerpos tan a menudo
nutricionalmente maltratados de cada una de esas mujeres.
Ford Foundation, Reproductive Health: A Srtategy for the 1990s, Nueva York,
A Program Paper on the Ford Foundation, junio de 1991.
Girard, René, Things Hidden Since the Foundation of the world Stanford,
Standford University Press, 1987.
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west, 1963.
Goldstein, Donna, “AIDS and women in Brazil, Social science and medicine,
No. 39 (7)1994, págs. 919-930
Scheper-Hughes, Nancy, “AIDS and the Social Body” Social Science and
Medicine, no. 39 (7), 1994, págs, 991-1004.
UNICEF, State of the World’s children (James Grant, comp.), Oxford, Oxfor
University Press, 1983.
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