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Roces.

El amanecer llegó y estuvo dando vueltas/ hasta ser envuelto


por la tarde/ que lo convirtió en noche/ sin llegar a entender.

Quizás nunca llegaré a descifrar ese crimen. El escenario la ciudad, la utilería:


cafés, gimnasios, museos, discotecas, universidad, tiendas, parques.
La tarde de nuestro encuentro habías llegado ligera, tan liviana y vulnerable,
de ternura casi infinita. Dos cajas de cigarro rozaron mis labios, pensé en no
se qué y escribí: Tengo la fábrica de estupideces trabajando las Veinticuatro
horas por ti.
Allí estabas tan sencilla y hermosa, justo ahora comprendo, tan
diabólicamente bella. Sorbimos té de Durazno y hablamos del origen de la
bolsa - ¨ No bajo una árbol en una calle luminosa nació esa Babel del dinero ¨-
disparó ella - ¨es una muestra refinada de violencia a alta escala, un
acontecimiento normal para nosotros como para antiguos caníbales saciar sus
ganas, sólo correspondencia a instintos subterráneos ¨. El cerco se había
estrechado, mordí por interés. A los pocos días volaba rumbo al país asiático
de mi maldición con información obtenida del ancho de banda de ese líder
Chino Americano.
La recepción fue cordial, la entrega de información a la antigua manera,
disquetes, portafolio y planos. La detención resultó terrible, tan humillante por
lo aparatoso y mecánico del proceso como por la burda publicidad recibida.
Sobrevino la ruina, la abyección intelectual, lo sórdido y traumático de todo
juicio y toda cárcel.
Pasaron seis años. Jamás trataré de analizarla, no quiero describirla, al fin la
palabra no es mas que una estúpida invención patentada por un mecánico Dios
con ansias de dominio y seguridad.
Por ti voy situado más allá de certezas. Las llamadas sensaciones son más lo
indescriptible que esencia. Maldición no puedo desprenderme de la palabra,
dependeré de ella aún para situarte y hacer que ocurra, no lo sé, tu alma, tu
presencia, hacerte carne presente y obscuro amanecer a medio día, te ciernes
amenazadora.
Esa sonrisa propiedad exclusiva de tu demoníaca entrada, ignoro aún lo que
me dijiste o si contenía alguna segunda intención, tus voces y ahora tu
marcado y resonante silencio, mi imaginación se vuelve blanca y te persigo.
¿De qué sirve todo el conocimiento y la enorme seguridad forjada si ante un
celaje repentino se llega a un estado de exposición tal?. Tengo la meta de
lograrte.
La libertad sólo podía saber bien de tanto saber mal por tu traición y la
soberbia interpretación ejecutada por ti con el disfrute de bienes arrancados de
mí. El cómo sobreviví dependió de parecer muerto, anulado. Tan inerte como
la alegría de un viejo que revoluciona hacia la tumba.
La hojilla logró rozar tu cuello y sangrabas copiosamente vistiéndote de rojo.
¿Por qué fuiste tan ambiciosa?, no tenías que asistir al parque esa aciaga
noche. ¿Cuál sería tu ganancia?, unos cuantos dólares, que necia se torna a
veces la añoranza, como alta virtud arrastra consigo el peligroso parásito de la
ambición.
Estas allí, yaces muerta, tan pálida como esa blanca Luna que lo ha visto todo;
y a ti lector ahora que lo sabes: Juro por los Dioses que voy a matarte.

Fin.

Victor Pereira.

http://www31.brinkster.com/victorpereira/Cuentos/Roces.htm

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