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CAPÍTULO CUATRO
Capítulo Cuatro
Había dormido 14 horas seguidas, y fue tan benéfico aquel sueño, que Abdel Hamíd
Mahomar Al Kafati se despertó con una euforia incontenible. No le costó nada levantarse y
dirigirse al baño. Orinó con la luz apagada, pero algo le llamó la atención y, al descargar su
fluido natural, encendió la luz del reservado. Cuando se miró en el espejo, lanzó un grito corto,
lleno de sorpresa.
Al revisar el resto de su cuerpo, vio que estaba ligeramente mejor, pero no tan ‘repuesto’
como su faz, que contempló largo rato. No recordaba cómo era su rostro. En su época, los
espejos no eran tan fieles como los actuales, muchas veces recurrían incluso a sus armaduras
para acicalarse, aunque él tenía quién velara por su apariencia. Como buen árabe, en su vida
anterior había tenido una barba desde que fue ‘oficialmente’ declarado adulto, aunque había
llegado a este mundo sin ella. Mas ahora reparó en que no tenía la piel como la de un adulto,
sino como la de un bebé. Y presentaba ciertos vasos capilares indicando dónde, en un futuro,
tendría barba, mas no por el momento. Sus ojos verdes brillaban como si fueran reflejos de la
selva al amanecer.
—¡Bapak (señor) Hamíd! —Exclamó—. ¡Seberapa baik anda melihat! (¡qué bien te ves!)
—Los doctores se van a asombrar. Bueno, ya lo están, debido a tu largo sueño; de hecho,
creo que fue la última enfermera la que comentó algo sobre tu cara, pero como no había mucha
luz sobre ti, no pudieron verte como yo ahora.
El chico palpó el rostro del hombre con ambas manos, como si fuera un control de
videojuegos, presionando aquí y allá. Luego, se escuchó un ‘toc, toc’, en la puerta del cuarto, y
penetró la misma enfermera a que hacía alusión Muchtar.
Le hicieron toda una serie de pruebas. No faltó alguna que otra mujer a la que se le escapó
decir a media voz: “¡Qué guapo está!” o “¡Tampan!”, que es lo mismo. Abdel miró hacia el
fotógrafo de Prensa, pidió a Muchtar que le dijera que quería verlo aparte, que deseaba pedirle
un favor… “a cambio, le ofrezco una exclusiva”. (¡Vaya! Parece que nuestro hombre aprendía
rápido).
—Selamat datang (bienvenido) —Abdel lo recibió con una amplia sonrisa, y se dio cuenta
que era la primera vez que sonreía de aquella manera, que inclusive le dolían las comisuras de
los labios, y hasta los hoyuelos que tenía en los carrillos. Lo hizo sentarse frente a él y solicitó
del periodista, en cuanto éste se presentó como empleado del «Indonesia-media.com»—: Deseo
conocer al candidato a Presidente del Golongan Karja.
—¿A Bertemu Tama? —Preguntó el hombre, con una expresión a la vez de extrañeza y
temor? —¿Mengapa? (¿Por qué?)
—Hombre, comprenderás que no va a ser tarea fácil, más ahora que estamos a la vuelta de la
esquina de las elecciones.
—Dile que es un asunto que allanará su futuro. Si le dices esto, y que yo quiero conocerlo
personalmente, él sabrá sacar ventaja política de ello.
—En lo personal, no confío mucho que sea el hombre que necesitamos —expresó el
informador gráfico.
Abdel se mostró reacio a comentar semejante observación, sea a favor o en contra. Algo le
decía que siempre debía ser prudente en sus apreciaciones, sobre todo cuando estaba en juego
algo tan importante como el futuro político de toda una nación. Sin más, accedió a que el
hombre le sacase tres o cuatro fotos, no sin antes advertirle que necesitaba que fuera discreto.
—Si se lo dices a alguien que no sea la propia gente de Tama, que se te seque la lengua.
El reportero lo miró sonriente, pensando que se trataba de una simple advertencia. Pero
Hamíd fue contundente:
—Si no eres discreto, te aseguro que esa lengua que tienes se te secará, y no podrás hablar
hasta que rectifiques y pagues el daño que cometas.
—Señor Mahomar —concluyó el visitante, antes de partir del cuarto—. No creo que sea
necesario enseñar los dientes conmigo. Si confía en mí, no tiene de qué preocuparse.
—Me disculpo, señor —dijo Hamíd—. Prefiero que sepa a qué atenerse ‘antes de’…
Pero Muchtar no dijo una palabra más. Comprendió que había sido un bocón. Un ‘pembual’
en su lengua.
Entonces Abdel, en la soledad de su habitación, escuchó esta vez una voz que le inundó de
paz, fortaleza y a la vez le dejó anonadado.
—¿Mi alma?
“Sí, alma.
“Eternos lazos de cósmicas virtudes y efímeros defectos.
Lo que eres, lo que fuiste y lo que serás”.
“Eres reflejo”.
“Eres lo que hiciste, lo que pensaste,
lo que aprendiste, lo que estudiaste,
lo que soñaste, lo que emprendiste,
lo que amaste y lo que odiaste”.
—¿Reflejo?; ¿de qué?
“De la eternidad”.
—¿Qué es la eternidad?
“Dios es Padre.
Es Amor, Justicia, Paz, Providencia y Paciencia perfectos”.
Hamíd sabía que una fuerza externa y corpórea le sostuvo durante su reciente viaje al
‘Neraka’ (Hades o Infierno en otros idiomas), a decir de los bahasai.
“No temas”.
“Sueña…”
La voz provenía del ejemplar arbóreo.
—¿Cómo? —Objetó—. ¿Qué no estoy soñando ya?
Aquel sonido mezclado con viento, y hojas, y arrullos de paz, que
Abdel había interpretado como el origen de la voz que le dijera que
soñase, volvió a emitir unas palabras:
—No te entiendo, buen árbol. Si ya estoy en un sueño, ¿por qué razón debo soñar? ¿Acaso
yo…?
El corazón de Abdel se arrugó en su pecho. El árbol no pronunció palabras alguna por unos
instantes que, sin duda, duraron demasiado como para poder apagar el fuego de la inquietud en
su corazón. Al fin, nuestro hombre completó la pregunta de la que no quería escuchar la
respuesta:
“Sí. Lo estás.
¿Quieres ver cómo viviste?”
—No lo entiendo —Abdel Hamíd Mahomar era ahora un mar de lágrimas—. ¿Dónde estoy?
¿Quién eres tú, buen hombre, o buen árbol…; quienquiera que seas?
—Todo lo tengo olvidado. Creo que me interesa más saber cómo morí que cómo viví.
—¡Pero bueno, la única vida que recuerdo es la que tengo en el Hospital! ¿Cómo sé si
realmente viví otra, y todo no esto no vaya a ser una especie de engaño de la mente, o algo así?
—Entonces, viví otra vida, hace mucho tiempo, y luego fui al Infierno. ¿Es así?